La llegada a la capital de Samoya fue en olor de multitudes. Como única aspirante al trono, el pueblo se lanzó a las calles reconociéndola como su reina y el gobierno no pudo más que aceptarlo como un hecho consumado, organizando su entrada triunfal al país como si de la coronación se tratase.
Obviando su antigua enemistad, el general Kim nos recibió en las escaleras del avión y dando muestra de una hipocresía sin igual, se arrodilló al ver que Sovann salía por la puerta.
-Lo difícil que le debe resultar a ese malnacido postrarse ante mí – susurró en mi oído mi cuñada mientras bajábamos.
Una vez en suelo samoyano, Sovann alargó su mano para que el militar se la besara y a este le quedó más remedio que demostrar su lealtad haciendo una genuflexión y acercándosela a los labios mientras le decía:
-Mi reina.
-Presidente Kim.
Lo que nadie me había avisado era del papel que ese día me reservaba y menos que en ese preciso instante, el tipo se arrodillara también a mis pies, diciendo:
-Príncipe Manuel, es un honor recibirlo en su nueva patria. Quiero que sepa que todos vemos en usted al creador de una nueva estirpe de reyes.
Mi cuñada y futura esposa no hizo caso a ese velado insulto ya que al ensalzar mi figura la estaba minusvalorando en cierta forma. Es más saltándose el protocolo, cogió al militar del brazo y junto a él entró en la primera limusina, dejando la segunda para que yo fuera con la única compañía de Loung.
-¿Crees que es prudente que vaya con ese cerdo?- pregunté a la secretaria.
-Su prometida lo ha querido así para poder negociar con él sin ningún intermediario.
La multitud que nos encontramos camino a palacio tenía tantas ganas de aclamar a Sovann que un trayecto de treinta minutos se convirtió en dos horas. Dos horas en las que tuve que permanecer de pie saludando y besando a cuanto mocoso me llevaron.
Sinceramente he de decir que llegué agotado y por eso tardé en reconocer la expresión de disgusto en la cara de mi cuñada.
-¿Qué ha pasado?- quise saber anticipando problemas.
-He conseguido que me ceda el poder pero he tenido que ceder en una minucia.
Supe por su rostro cenizo que ese cabrón se la ha jugado y que contra su voluntad, le había sacado algo importante y no una insignificancia.
-¿De qué se trata?- insistí al ver que Sovann era reacia a informar.
Muerta de vergüenza, contestó:
-Sé que tanto tú como Loung os vais a enfadar pero no he tenido más remedio que transigir si quería que Kim accediera a exiliarse sin crear problemas.
Al verla tan desolada, creí que estaba cancelando nuestra boda y no queriendo profundizar su dolor, decidí facilitar las cosas diciendo:
-Si tienes que casarte con otro, hazlo y cuando seas reina ya veremos cómo solucionarlo.
-No es eso- respondió- el consejo de ancianos se ha reunido y tras muchas discusiones han llegado a un consenso que satisface a las dos partes en litigio…
-Se clara y dime que han decidido- exigí cansado de tanto circunloquio.
Con el corazón en un puño, respondió:
-Ha accedido a nombrar a Loung protectora del reino pero para tranquilizar a los militares quieren también deberás hacerte cargo de Kanya Anand.
-¿Me estás diciendo que seremos cuatro? ¿Tú, yo y dos protectoras? …. sí es así me puedes explicar en primer lugar ¿quién es esa? Y en segundo, porque dices que tengo que hacerme cargo, no somos tú y yo.
Incapaz de mantenerme la mirada, contestó:
-Mi país es profundamente machista y aunque vayas a ser el rey consorte, consideran que el bienestar de las dos será una responsabilidad exclusivamente tuya.
-No me has contestado, ¿quién es esa muchacha? ¿Una noble?
Tuvo que ser Loung, acabada de llegar, la que con un enorme cabreo me lo aclarara:
-¡Qué va! Es la hija del general y según dicen, su ojito derecho.
-¡Me niego! No pienso meter en mi cama a alguien relacionado con ese malnacido- contesté porque no en vano sospechaba que ese militar había tenido mucho que ver con la muerte de mi hermano.
Al ver que me cerraba en banda e intentando hacer que recapacitara, su viuda me soltó:
-Amor, no nos queda otra que aceptar o nunca accederé al trono- siendo un argumento de peso cuando realmente me convenció fue al decir: – y piensa que siempre podrías hacerle la vida imposible.
-De acuerdo, ¡ese hijo de perra no sabe dónde manda a su retoño!- exclamé mientras entraba en Palacio.
Aunque siempre me había considerado un hombre tranquilo, os he de decir que en ese momento me podían las ganas de venganza y por ello no mostré mi disgusto cuando el general me abrazó cerrando con ello el acuerdo sino todo lo contrario, luciendo mi mejor sonrisa, contesté:
-Estoy encantado con la idea de compartir con Kanya mi vida y así garantizar el futuro de Samoya.
La rapidez con la que había claudicado debería haber puesto en alerta al militar pero el capullo demostrando nuevamente su ausencia de humanidad así como sus faltas de escrúpulos, contestó:
-Príncipe, no tiene que disimular conmigo. Solo espero que haga honor a su palabra y la embarace. Mi hija sabe lo que le espera y no se hace ilusiones de hallar en usted un marido.
-Si tan claro lo tiene porque la obliga a unirse a un hombre cuya única obligación es preñarla- conteniendo mi odio repliqué.
Fue entonces cuando Kim se quitó la careta y siendo sincero me soltó:
-Kanya es consciente que dando un heredero a Samoya con ello garantiza mi vida. Ni siquiera la reina se atrevería a pedir la cabeza del abuelo de un miembro de la familia real.
«Menudo cabronazo, no le tiembla el pulso de sacrificar a su propio retoño si con ello consigue salvar su culo», medité indignado.
A punto de explotar, preferí separarme de él e ir al encuentro de Loung. Mi intención no era otra más que saber cómo había digerido esa noticia ya que era la más perjudicada con ese trato.
-¿Cómo estás?- pregunté.
La morenita respondió:
-¡Engañada! Me había hecho ilusiones al conocer que gracias a esa vieja norma dinástica se me permitiría ser tuya sin tener que compartir tus caricias con nadie que no fuera la reina y ahora sé que incluso en la que sería mi noche, voy a tener que aceptar la presencia de esa mojigata.
El modo con el que habló de su rival me hizo comprender que la conocía y por ello directamente pedí que me dijera lo que sabía de ella.
-Te será difícil tener una conversación con ella. Apenas habla y cuando no está estudiando, se la pasa rezando en algún templo.
-¿Tan religiosa es?- pregunté porque no me cuadraba que el general la hubiese educado así.
-Iba para monja. Se decía que quería entrar en un monasterio.
«¡Mierda! ¡Es una santurrona!», pensé comprender que dadas su personalidad y sus creencias suficiente castigo era tener que entregarse físicamente a un hombre, puesto que en el budismo se exigía la virginidad a las mujeres que quisiesen entrar a formar parte de la casta sacerdotal.
Tratando de aclarar mis ideas sobre ese asunto, comenté la humillación que para ella sería lo que su viejo había acordado para ella.
-Imagínate- Loung contestó: – aunque sea legal y aceptado por la sociedad, seremos solo tus concubinas… yo al menos tendré el consuelo de amarte pero Kanya no. Para ella será una tragedia personal.
Que Loung y esa desconocida sufrieran las consecuencias de ese trato mientras el general salía impune de sus fechorías me terminó de cabrear y sabiéndome una marioneta del destino, quise que me explicara cuando tendría lugar no solo la coronación de Sovann sino también el nombramiento de ellas como protectoras del reino y mi boda.
Luciendo una vanidad que no había lucido con anterioridad, respondió:
-El nombramiento ya ha sido. ¡Estás frente a una protectora del reino! Formalmente solo falta que nos tomes tras la cena de esta noche para que sea oficial. La boda y la coronación será en un mismo acto tal y como estaba previsto el jueves en el templo real.
-¿Me estás diciendo que ni siquiera le van a dar tiempo a conocerme antes de meterla en mi cama?
Muerta de risa y en plan malvado, replicó:
-Ni falta que hace, técnicamente es un vientre al que tienes que inseminar ¡por el bien de Samoya!
No me había repuesto todavía de la noticia de la existencia de una segunda protectora y que la afortunada era la hija del general cuando Sovann llegó ante mí y me pidió que entráramos al Palacio. Os juro que aunque había oído hablar del lujo oriental, nunca me había imaginado la magnificencia de las diferentes salas por las que cruce del brazo de la futura reina.
La profusa decoración sus paredes y la calidad de sus alfombras eran tan apabullantes que temí verme víctima del síndrome que aquejó al escritor Stendhal cuando visitó Florencia.
-Es alucinante- susurré al oído a mi prometida mientras con mi corazón palpitando a mil por hora admiraba su belleza.
Sovann, henchida de orgullo, contestó:
-Es el legado de mis ancestros que debo de mantener y dejar a nuestros hijos.
Esa fue la primera vez ocasión en que mi prometida se erigió ante mi como depositaria de su herencia pero no la única porque antes de retirarnos a nuestras habitaciones, me llevó a rendir homenaje al difunto rey.
Confieso que hasta que no vi con mis propios ojos el dolor de esa mujer al postrarse ante el cadáver del monarca, no comprendí el alcance de sus creencias porque olvidando que ese sujeto la había dejado viuda y mandado al exilio, se arrodilló y comenzó a llorar.
Más de media hora, permaneció sollozando en el suelo mientras sus súbditos cuchicheaban satisfechos por la lealtad que la heredera de Samoya le mostraba al muerto. Al levantarse, le recriminé que llorara por él pero entonces dándose la vuelta, me contestó:
-No lloro por él sino por nosotros. A partir de este momento, tú y yo somos esclavos de Samoya. Nuestros deseos y afectos quedan subordinados al bien del reino.
Al escuchar su sentencia, comprendí que tenía razón y para mi sorpresa me vi hincando la rodilla ante el rey y sollocé por la libertad que había perdido.
«¡Me debo a un país que no conozco y que detesto!», lamenté mi suerte mientras a mi lado Sovann sonreía amargamente.
Al salir de allí, me informó que debía ocuparse de asuntos urgentes y durante el resto de la tarde permanecí completamente solo con la única compañía de un viejo cascarrabias al cual mi futura esposa había encargado que me enseñara el idioma del que sería mi país. Aunque algo había aprendido en el tiempo que llevaba viviendo con Sovann y Loung, reconozco que me costaba seguirle por las numerosas afecciones y vocales que tenía el samoyano.
«Dudo que algún día me pueda desenvolver en él», murmuraba para mí mientras el tal Sunna se desesperaba al comprobar que no sabía ni las cosas básicas.
-A ver si te enteras, todo me suena igual- en un momento le dije al no poder diferenciar los cuatro tipos de pronunciaciones de la letra A.
-El pueblo no entenderá que su rey no sea capaz de dirigirse a ellos- respondió mientras volvía otra vez a darme la matraca.
Matraca que se volvió casi una tortura para ambos durante las dos horas que permanecí bajo la tutela del anciano. Por eso me reí cuando desesperado le dijo a Sovann antes de irse que quizás en veinte años podría expresarme como un niño.
-No te rías, Sunna tiene razón debes hacer un esfuerzo por aprenderlo.
Atrayéndola hacía mí la besé pero entonces rehuyendo mis caricias, me pidió que me vistiera porque tenía que asistir a una sesión de fotos para los carteles conmemorativos de nuestra boda.
-Menudo coñazo es esto de ser rey- suspiré al saber que por mucho que insistiera no daría su brazo a torcer.
-No lo sabes tú bien- riendo contestó- porque después vendrá el besamanos protocolario antes de la firma del decreto que el consejo ha redactado.
-¿Te refieres al tema de Loung?
-Sí.
Al preguntar en qué consistiría, me comentó:
-Es un documento importante que exige cierto formulismo. Firmarás tu consentimiento ante los ancianos, ante los padres y ante mí en mi calidad de heredera al reino.
-Me imagino que ellas estarán presentes.
Demostrando nuevamente lo poco que sabía de su cultura, la princesa contestó:
-Creo que no has entendido la naturaleza de esta medida. Como en Samoya está prohibida la poligamia, mis antepasados se inventaron una ficción jurídica donde las protectoras pierden sus derechos y se convierten en cosas.
-Me he perdido- reconocí.
-Si carecen de entidad jurídica, cuando las tomes bajo tu amparo no cometerás adulterio porque ya no serán personas.
-De esa forma tan siniestra evitan la poligamia- asentí.
-Así es. A efectos legales, Loung y Kanya ya no existen, podrías matarlas y no ocurriría nada: sería como si destruyeras una roca o cortaras una hoja.
Alucinando todavía por lo rebuscado del método, tuve que aguantar que una pléyade de sastres entrara en la habitación y sobre la marcha me ajustara el traje que llevaría en esa ceremonia mientras no dejaba de pensar en el sacrificio que esas dos hacían al ser envestidas con ese dudoso honor.
Tal y como me había anticipado, ya vestido, me llevaron al salón del trono y una vez allí me hicieron posar en mil posturas diferentes, muchas de ellas ridículas, hasta que el fotógrafo real quedó satisfecho.
«Todavía no soy rey consorte y ya estoy hasta los huevos», pensé al sentirme un pelele en manos de la corte.
Y como muestra, un botón. En cierto momento me entraron ganas de ir al baño. Al decirme dónde estaba el servicio, no solo tuve que soportar que cinco de esos cortesanos me acompañaran sino que al llegar frente al urinario, me topé con una empleada que poniéndose un guante, sacó mi pene y luciendo una sonrisa, esperó a que hiciese mis necesidades sin dejar que el chorro salpicara fuera de el mismo.
«No quiero ni pensar si me entran ganas de cagar», murmuré para mí al ver que no contenta con ello, sacaba una gasa y eliminaba una gota rebelde antes de volver a meterlo dentro del pantalón.
Al salir totalmente colorado se me informó que mi prometida esperaba en un salón contiguo para atestiguar con su presencia la firma del documento. Sintiendo que estaba fuera de lugar, deseé que todo fuera un sueño y que eso no me estuviera ocurriendo a mí pero por desgracia era real.
Los primeros en firmar fueron los padres y mientras el de Loung se le veía afectado, el capullo del general estaba en la gloria porque sabía que con ello se libraba de cualquier represalia por parte de la reina.
Tras estampar mi firma me permití una pequeña venganza al acercarme a los progenitores y olvidándome del militar, informé al otro que no se preocupara por su hija porque a mí lado sería feliz.
-Se lo agradezco, alteza- musitó casi llorando el pobre tipo.
Una vez los miembros del consejo hubieron lubricado el escrito, era el turno de mi prometida y ésta demostrando que era digna de ese cargo, hizo un discurso optimista claramente dirigido al pueblo donde les prometía no solo democracia sino lo más importante esperanza.
El aplauso además de atronador fue unánime y lo que más me sorprendió fue ver que pasando de lo que opinara su jefe, hasta los soldados se unieron a él con entusiasmo.
«Tienen ganas de cambio y Sovann puede dárselo», sentencié al percatarme del cambio que se había producido en la mujer. Una vez se sabía reina, la ambiciosa y mezquina que solo pensaba en ella había desaparecido dejando emerger a la monarca.
Tras esa ceremonia, vino la cena y ahí fue la primera vez que estuve en la misma habitación que Kanya porque no se puede decir que la viera.
«Esto raya lo absurdo», me dije al comprobar que tanto ella como Loung llevaban el rostro totalmente cubierto y las habían relegado a la mesa más alejada de la principal.
«Para esta gente no son nada», comprendí con dolor mientras los ancianos con los que compartía mantel daban muestra de alegría porque con su ocurrencia sentían que habían salvado la monarquía.
Para colmo ese convite se alargó durante horas, horas en las que tuve que brindar mil veces por mí y soportar los comentarios picantes de los presentes. Y es que olvidando que Sovann estaba en la mesa, no se cortaron al sacarme los colores con alusiones a la noche que me esperaba. Lo más curioso fue escuchar a mi prometida siguiéndoles la corriente e incluso bromeando ella misma con el tema.
«Que alguien que les entienda, me lo explique», concluí fuera de lugar.
Pero lo que juro que nunca esperé fue que en el brindis final la princesa provocara las risas del respetable al pedirme en público que descargara todas las energías posibles con las protectoras del reino para que así al llegar la noche de nuestra boda fuera cariñosa con ella.
Aguanté estoicamente las carcajadas de los cortesanos pensando que ese era el papel que se esperaba del consorte pero entonces el anciano consejero que Sovann había sentado a mi derecha me susurró:
-Debe contestarla ofendido porque ha menospreciado su hombría. Olvídese que es la princesa, respóndala como su futuro marido.
Haciendo caso al vejete, cogí mi copa y repliqué:
-Querida, siento contradecirte. Por mucho que las haga gritar de placer en unas horas, no será nada en comparación a los berridos que darás cuando te haga mía- y mirando a los congregados en el salón, les prometí que nadie de ellos podría dormir la noche de mi boda porque los aullidos de la reina retumbarían en toda Samoya.
-Espero que hagas honor a tu palabra porque lo mejor para nuestra patria es tener contenta a su monarca- contestó la aludida provocando con su respuesta las risas de toda la corte.
Con el estruendo y el buen humor de los presentes, se me informó que había llegado el momento de dejarles porque tenía que cumplir con mis deberes. No sabiendo qué hacer, miré a mi prometida y ella con un gesto me deseó buena suerte…
↧
Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 8” (POR GOLFO)
↧
Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 9 Y FINAL” (POR GOLFO)
Confieso que al salir del banquete estaba nervioso porque no tenía ni idea de cómo debía comportarme con la hija del general. Si me acordaba de su padre y de lo que había hecho a mi hermano, lo que me pedía el cuerpo era poseerla en plan salvaje haciendo palpable mi desprecio pero si me ponía en su lugar, ella no era cómplice sino víctima de la ambición desmedida de su progenitor.
«Ya veré cómo es y dependiendo de ello, actuaré», concluí mientras descubría que tanto Loung como Kanya seguían sentadas en su sitio sin hacer ningún intento por seguirme, «¡qué extraño! Debe ser cuestión de protocolo».
Al llegar a mi habitación, me despojé de esas ropas y haciendo tiempo me puse el pantalón de pijama. Unos cinco minutos después, escuché que tocaban.
-Está abierto- respondí.
Mi desconcierto fue total cuando las dos mujeres entraron acompañadas por el consejo de ancianos en pleno al cuarto.
«¿No esperaran que las tome enfrente de todos?», me pregunté escandalizado.
Por suerte el más viejo de todos ellos, tomando la palabras, me hizo entrega de las protectoras recordándome que mi deber era preñarlas para asegurar la existencia de la monarquía tal y como la concebían en ese país. Tras lo cual, haciendo una genuflexión desaparecieron por la puerta.
Ya solo con ellas y viendo que permanecían quietas y calladas, me dediqué a observarlas intentando distinguir cual era cada una porque al estar tapadas por completo me parecían iguales. Supe que la de la derecha era Kanya al verla temblar de miedo e interesado por comprobar con quien me habían unido, lentamente levanté su velo.
-Esto sí que no me lo esperaba- murmuré encantado al descubrir el rostro angelical de una joven cuyos ojos negros me miraban asustados.
Impactado por su belleza me la quedé viendo durante unos instantes en silencio y girándome hacía Loung, le solté un suave azote diciendo:
-No vas a besar a tu dueño.
Pegando un chillido de felicidad, Loung se quitó ella misma el velo que le cubría mientras se lanzaba en mis brazos. Sus risas magnificaron el pavor de Kanya que estaba perpleja al no comprender la complicidad que existía entre su compañera y yo.
-Te amo, mi príncipe- riendo, reaccionó la muchacha al sentir mis manos recorriendo su cuerpo y sin que yo se lo tuviera que pedir, se comenzó a quitar la grotesca vestimenta que le habían puesto para esa ceremonia.
-Mira que eres puta, no ves que tenemos invitados- comenté al ver la cara de estupefacción de Kanya ante ese voluntario striptease.
La chavala creyó que lo que implícitamente le estaba pidiendo es que imitara a Loung y por ello empezó a desnudarse. El pudor y nerviosismo de Kanya hicieron que sus movimientos se ralentizaran dando un erotismo sin igual a su entrega.
Disfrutando perversamente, dejé que se quedara en ropa interior antes de pedirle que parara. La pobre estaba tan amedrentada que no dejó de temblar al verme admirando su cuerpo casi desnudo.
«Está mucho mejor de lo que pensaba», me dije valorando el estupendo culo con los que la naturaleza la había dotado.
-¿No nos vas a presentar?- pedí a la que consideraba mi mujer.
Loung, muerta de risa, se puso detrás de la aterrorizada muchacha y excediéndose en su papel de anfitriona, cogió entre sus manos los pechos de Kanya mientras me decía:
-Manuel, te presento a tu zorra Kanya. Zorra te presento a tu dueño.
Con lágrimas en los ojos, la muchacha hizo una reverencia antes de contestar con un breve saludo:
-Alteza.
Contra todo pronóstico me enterneció el pavor que traslucía y acercando una silla le pedí que se sentara. Una vez lo había hecho, tomé asiento sobre la cama y le dije:
-Cómo habrás adivinado Loung lleva siendo mía mucho tiempo y para ella esto es un mero trámite. En cambio, para ti es diferente.
-Lo es, príncipe- contestó sollozando.
-Según me han contado, tu padre te ha obligado a aceptar y ni la princesa ni yo queremos en nuestra cama a nadie que no venga voluntariamente. Como no puedo repudiarte, te ofrezco que te quedes con nosotros viviendo como invitada.
-No entiendo que tiene que ver la princesa en todo esto- dijo la mujer sin creerse todavía que no la violara.
Entrando al trapo, Loung comentó:
-Lo que Manuel no te ha querido decir es que además de ser su mujer, lo soy también de ella y entre los tres formamos una familia.
Para una mente tan cuadriculada y religiosa como la de Kanya, esa opción le pareció asquerosa pero más aún el desobedecer el mandato del consejo.
-¡Usted tiene la obligación de hacerme suya!- protestó fuera de sí.
-¿Me lo estas exigiendo?- a carcajada limpia pregunté.
-Sí, soy una de las protectoras del reino y ese es su deber.
Muerto de risa, me tumbé en la cama y mirándola a los ojos, la solté:
-Termina de desnudarte y hazlo lento, quiero comprobar la mercancía.
Humillada hasta la última célula de su cuerpo, me hizo caso y llevando sus manos a la espalda, desabrochó el sujetador dejándolo caer al suelo.
-Para ser una mojigata, tienes buenos pitones- comenté sin demasiado entusiasmo aunque en mi interior me quedaba prendado de la belleza de sus negros pezones.
Kanya, reteniendo las ganas de llorar, se quitó las bragas y ya completamente desnuda, tuvo valor para preguntarme si estaba contento con la mercancía. El odio que destilaba su mirada me hizo reír y dando unas palmadas sobre el colchón, la llamé a mi lado.
Como un reo dirigiéndose al patíbulo, recorrió los escasos metros que nos separaban, tras lo cual se tumbó sobre las sábanas con los ojos cerrados. Me consta que se esperaba que me abalanzase sobre ella pero en vez de hacerlo, decidí humillarla aún más pidiéndole que se masturbara ante su dueño.
-No sé hacerlo- fue su contestación.
Su pasado monjil me hizo saber que no mentía pero no por ello me compadecí y dirigiéndome a Loung que me miraba muerta de risa, le pedí que la ayudara.
Antes que pudiera hacer algo por evitarlo, la morena se colocó a sus pies y separando los pliegues de su sexo, la informó mientras se apoderaba de su clítoris:
-Tienes que tocarte este botón así mientras te acaricias los pechos.
Sobrepasándose más de lo necesario, la regaló un largo lametazo entre sus piernas. Eso provocó un grito de angustia en Kanya. Incapaz de reaccionar, durante unos segundos tuvo que soportar la húmeda invasión de la lengua de Loung en su sexo y creo que eso fue perdición porque cuando se retiró el daño ya estaba hecho.
«Esta niña no tiene nada de frígida», sentencié al observar que tras ese tratamiento tenía los pezones erizados y la piel de gallina.
Su compañera debió de pensar lo mismo porque sin dejarla descansar, la obligó a llevar una mano a su entrepierna y repetir las caricias que le había enseñado.
-Déjame, puedo yo sola- Kanya se quejó con tono inseguro al sentir nuevamente las yemas de ella jugando en su coño.
-Todas podemos pero no es eso lo que ando buscando- Loung replicó mientras mojaba los dedos en su humedad. Tras lo cual acercando su mano a mi boca, en plan putón comentó: -¿quieres probar como sabe tu nueva putilla? Está riquísima.
Con un nudo en la garganta, la novata observó con interés como chupaba los dedos empapados con su flujo porque para ella todo era escandaloso pero, contra su voluntad, no pudo evitar sonreír al oírme decir que tenía razón y que estaba deliciosa.
-¿Quieres un poco más?- me preguntó.
-Sí pero prefiero el envase original- respondí colocándome entre las piernas de la muchacha.
Kanya intentó protestar pero Loung se lo impidió con un leve mordisco en los labios, tras lo cual le susurró al oído:
-Es tu deber, no puedes negarte a tu dueño.
Al recordarle su función, como por arte de magia la desesperada muchacha dejó de debatirse y separando las piernas, me dio vía libre.
-Buena chica- escuchó que su compañera le decía e instintivamente se relajó.
Su relax le duró poco porque bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, la exigí que me acercara su coño. Interiormente horrorizada pero sabiendo que no podía negarse, obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un lametazo mientras Kanya se mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista porque antes tenía que derribar sus defensas, separé mi cara y con voz autoritaria, la ordené que volviera a masturbarse.
Por su gesto comprendí que esa zorrita no entendía que no la poseyera de inmediato y que me divirtiera jugando con su sentido de la moralidad. Es más reconozco que me esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y mirándome a los ojos, dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mientras lo acariciaba, preguntó:
―Si le obedezco, ¿va a permitir que cumpla con mi deber?
―Ya veré― respondí descojonado por la forma tan rebuscada de pedir que me la follara.
Mis palabras la intranquilizaron aún más y con sus mejillas totalmente coloradas por la vergüenza, deslizó lentamente un dedo por su intimidad. No supe interpretar el sollozo que surgió de su garganta porque en un principio pensé que era producto de la humillación que sentía pero no me quedó más remedio que cambiar de opinión, al observar que, tras ese estremecimiento, todos los vellos de su cuerpo se erizaban lo cual era síntoma de placer.
―Déjate llevar ― susurré- cuanto antes sientas placer, antes te poseeré.
En silencio, mi nueva concubina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en su recompensa y por primera vez, la pérdida de su virginidad no le pareció tan repugnante pero al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba, protestó:
-Por favor, no me mire.
Interviniendo Loung le replicó:
-Lo quieras reconocer o no, ¡estás excitada!
-¡No es cierto!- chilló llena de angustia al saber que eso iba en contra de su antigua elección por una vida religiosa.
Mi adorada morena comprendió que su negativa era una reacción defensiva. Por eso decidió dar otro paso para conseguir que su compañera se entregara a mí y sin pedirle opinión, comenzó a chupar sus pechos. Kanya ni siquiera trató de impedirlo porque bastante tenía con asumir que tenía los pezones duros como piedras y que le estaba gustando la sensación que mamaran de ellos aunque fuera una mujer quien lo hiciera. Aprovechando su confusión, con tono duro le exigí que se metiera un par de dedos en el coño.
Al obedecer, la inexperta mujercita notó que el placer invadía su cuerpo y gimiendo de gusto, empezó a meterlos y sacarlos cada vez más rápido de manera voluntaria hasta alcanzar una velocidad frenética.
―¡No sé qué me ocurre!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.
No quise explicárselo porque que tenía que descubrirlo ella sola y muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Kanya se frotaba con urgencia creciente el clítoris. En cambio, Loung se compadeció de ella y cambiando de posición, se apoderó de su botón con su boca. De inmediato, la novata se corrió llenando de flujo la cara de su compañera, la cual lejos de quejarse se entretuvo bebiendo ese cálido néctar directamente de su fuente con lo que incrementó aún más la confusión de la muchacha.
-Por favor, ¡déjame!- gritó presa de un frenesí hasta entonces desconocido.
En vez de obedecerla, Loung pasó por alto esa exigencia y siguió firme en su intención de asolar hasta la última de las defensas que esa mujer había construido a su alrededor, usando únicamente su lengua. No contenta con ello, se dedicó a pellizcar sus pezones mientras continuaba devorando su sexo.
La mujer al sentir esos pellizcos, se puso a llorar mientras informaba a su cruel agresora que no podía más y que la dejara descansar. Sonreí al oír su tono desolado porque era una señal de lo cerca que estaba su rendición y haciendo caso omiso a sus ruegos, colaboré con Loung mordisqueando uno de sus pechos mientras con mis dedos invadía su sexo.
Nuestro ataque coordinado fue el empujón que le faltaba para que su cuerpo empezara a convulsionar sobre las sábanas presa de un segundo orgasmo aún mayor que el primero. Convencido que de ello iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, exigí a mi concubina que intensificara la acción de su lengua y bebiendo de la lujuria que rezumaba del sexo de Kanya, prolongó ese inesperado pero placentero clímax mientras su víctima se retorcía incapaz de absorber tanto placer.
-¡No es posible!- sollozó al comprender por fin lo que le ocurría y presionando con sus manos la cabeza de Loung contra su sexo, gritó:- por favor, ¡no pares! Lo necesito.
Durante largo rato, ni mi amada oriental ni yo soltamos a nuestra presa. La cual yendo de un orgasmo a otro sin descansar, se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a nuestros pies diciendo:
-No quiero ser una invitada, ¡quiero formar parte de la familia!
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se puso a cuatro patas sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas y me encantó descubrir su esfínter rosado pero sabiendo que no era el momento de usarlo, me olvidé momentáneamente de él y sacando mi pene del pantalón del pijama, lentamente la fui empalando hasta toparme con su himen.
-¿Estás segura que esto es lo que quieres?- pregunté presionándolo sin romperlo.
Echándose violentamente hacia tras, la novata firmó su entrega y casi sin dolor, chillo como posesa al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos mientras la decía:
-Para ser una víctima te mueves como una puta.
La aludida recibió con indignación mis palabras e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Kanyaa no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando se dio cuenta de lo mucho que le gustaba que mi glande chocara una y otra vez contra la pared de su vagina:
La novata viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que escucháramos sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer. Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras a mi lado Loung no paraba de reírse de ella. Al comprobar que esa oriental no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente.
Decidido a vencer por goleada, me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces Kanya se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.
-¿Te gusta que te traten duro? ¿Verdad puta?- pregunté a mi montura.
-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.
Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina. La inexperta al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.
Fue entonces cuando, entre gemidos, me preguntó si era cierto que también sería la amante de la princesa.
― Pregúntale a ella- respondí señalando a Sovann que desde la puerta nos observaba.
No hizo falta que realizara esa pregunta porque llegando hasta ella, su futura reina y dueña la besó. Al experimentar por primera vez la ternura de su monarca, Kanya se puso a llorar pero en esta ocasión de felicidad.
-Hacedme un hueco- dulcemente mi prometida comentó mientras se desnudaba- porque vengo necesitada de las caricias de mi familia…
FIN
↧
↧
Relato erótico: “La tara de mi familia 3 (totalmente emancipado)” (POR GOLFO)

“Amante de un Brujo”, pensé. Hubiese tenido gracia el tema, si obviamos las consecuencias. Amante, cuando ni siquiera había compartido con ella mi cama, lo único que habíamos hecho, fue darnos un par de besos y poco más. Brujo, me acusaban de brujo. En el pueblo no entendían que mi tara, nada tenía que ver con espíritus ni con magia, era un teórico don, que había caído sobre mi familia como una maldición. Y lo peor es que ella misma, comparte esta visión. Antes de salir, me obligó a jurarle que nunca le obligaría a obedecerme y que jamás le pondría mi mano encima.
Nos dirigíamos a Madrid, huyendo de un pasado al que no podríamos volver, escapando de la violencia irracional de la plebe, que maldiciendo lo desconocido, ya había intentado acabar conmigo. Durante todo el trayecto, nadie rompió el silencio que se había apoderado del coche. Cuatro horas durante las cuales tres personas compartieron cinco metros cúbicos de aire sin dirigirse la palabra. Y los tres por diferentes motivos. Pedro, el chofer, era un hombre de pocas palabras y menos luces que suficiente tenía con concentrarse en llevar el volante. Carmen que seguía rumiando su desgracia, y para colmo de males sabía que dependía del causante de su desdicha. Me odiaba por dos motivos, para ella yo era un ser desconocido y maligno al que había unido su destino, y que encima tenía en mi mano dejarla desamparada. Su mente luchaba contra eso, aborreciéndome no podía desagradarme. Y finalmente yo, un muchacho, recién salido de la infancia que desconocía su futuro.
Por eso fue una liberación llegar al piso que mis viejos tenían en Madrid. Nada mas aparcar en el garaje de la casa, descargamos el coche y subiendo en ascensor, entramos en la vivienda.
Nos estaban esperando las criadas para ayudarnos. Por alguna razón mi padre se había deshecho del matrimonio de siempre y fueron dos muchachas orientales las que nos ayudaron con nuestro equipaje.
Siempre me había gustado, era un ático en la calle Alcalá desde el que se tenía una maravillosa vista del parque de El Retiro. Siendo un niño, me había pasado tardes enteras con mi nariz pegada al cristal observando a los madrileños disfrutando de sus jardines.
Pero ahora, me parecía lúgubre, sus cuatro paredes me producían claustrofobia, al recordarme lo que había perdido. Nunca volvería a pisar el Averno, la finca de mi familia. El parque no era mas que un disfraz dentro de la gris existencia de Madrid, sus árboles intentaban esconder el asfalto sin éxito, sobre la calle Menéndez Pelayo, los automóviles sembrados sobre el gris pavimento eran parte de lo que representaba, no se podía entender el verde sin el humo de sus escapes, al igual que mi fracaso era parte integrante del de mi compañera de juegos.
Era enorme, con dos áreas perfectamente definidas. La zona de servicio, retirada, con sus diferentes alacenas y armarios para guardar las miserias de los señoritos. Y la parte noble, mausoleo de tiempos pasados, con sus lámparas de araña, cuyos cristales relejaban sobre las paredes un edén que no existía.
Nada mas depositar los bultos en el salón, tuve que tomar la primera decisión, donde Carmen debía de poner sus cosas. Dudé durante un instante, no sabía si su estancia en la casa iba a ser provisional o permanente. Me importaba un carajo, por lo que escurrí el bulto haciendo que ella decidiera.
–Carmen, no quiero presionarte. Eres mi invitada. ¿Te parece que te quedes en esta habitación?-, le dije señalando la contigua adonde habían depositado mis enseres.
Rápidamente revisó el cuarto y tras su escrutinio me preguntó:
-¿Tiene comunicación con la tuya?-.
–No-, le respondí. Al escucharme sin mas dilación, pero sobretodo sin dirigirse a mí, le pidió a Pedro que acomodara sus cosas en su interior.-Quiero que sepas que en cuanto pueda me iré-, me soltó justo antes de cerrar su puerta.
“¡Que miedo!”, pensé,”¡creerá que me afecta en algo lo que haga!, ¡Está gilipollas!”.
Con mi cabreo lógico, la dejé que se perdiera un rato, sabiendo que aunque le pesara tendría que hablarme en pocas horas. Tendría que comer. Me traía al fresco su actitud. Demasiados problemas tenía yo, para ocuparme de las memeces de una niña mimada que no sabía hacer la O con un canuto.
Con ese ánimo, entré en mi cuarto. Sobre la cama, un sobre con mi nombre me esperaba. Reconocí la letra de mi padre, nada mas posar mis ojos sobre él.
“Un mensaje”, extrañado abrí la carta. Acababa de despedirme de mi viejo, por lo que no era coherente que me mandara un recado por escrito, cuando podía habérmelo dado en persona. Sabiendo de la importancia de su contenido, no tardé en leer que es lo que me quería decir.
Era su letra.

Siento haberte mentido. Tu Madre y yo vamos a realizar el largo viaje que tantas veces habíamos pospuesto. A partir de hoy, debes de aprender tu solo, mi presencia no haría mas que dificultar tu aprendizaje. Debes de saber que no deben de convivir dos personas con nuestros poderes. El más fuerte opaca al más débil. Es ley de vida.
Pero antes, quiero darte unos consejos.
-Debes de centrarte en ti. Experimentaras cambios acelerados en tu cuerpo producto de nuestra maldición. Te desarrollarás antes de tu edad, en pocos meses parecerás ser un veinteañero. No se puede contener, es un proceso sin vuelta atrás. Tu mente provocará que su continente, madure a la par. No te preocupes, el único problema es que no debes de cejar en tu instrucción sexual. Producirás energías que deberán tener su desahogo. Por si acaso lo he previsto.
-No te fíes de nadie. Somos únicos, diferentes. Y la diferencia crea odios. El racista blanco odia al negro, no por ser inferior, sino porque no es como él.
-Practica tus habilidades en solitario, evita que la gente se entere. Pero sigue profundizando en su perfeccionamiento, que lo sucedido no altere tu aprendizaje.
-Como habrás supuesto, he inducido a Carmen para que te acompañara. Teníamos dos posibilidades, hacerla desaparecer o controlarla. No te preocupes, no podrá contarle a nadie lo que sabe.
-Y por último, te he legado toda nuestra fortuna. No te olvides que no es tuya, sino de nuestra estirpe, la deberás hacer crecer para dársela a tu hijo. Te visitará mi asistente, aunque es leal, no se te debe de olvidar que es un humano.
A partir de hoy, considérate emancipado.
Tu Padre.
Me quedé paralizado por lo que significaba la carta. Estaba solo, era rico y Carmen había sido manipulada. Curiosamente en un principio, de las tres la que mas me importaba era la tercera, me sentí un traidor a mi promesa. Le había prometido no hacerlo, pero pensé buscando una excusa que no había sido yo, sino mi padre.
Decidí darme una ducha, antes de comer. Me estaba terminando de desvestir, cuando tocaron a mi puerta. Al abrirla me encontré de frente con una chica de servicio, que traía en sus brazos un juego de toallas.
–Buenos días, señor-, me dijo haciéndome a un lado,-Soy Lili-, y sin importarle que estuviera en calzoncillos, entró dejando las toallas en el baño. Por su acento supe que era acababa de llegar a España, la erre la había pronunciado como ele. En vez de señor, había dicho señol.
La mujercita al ver que me estaba preparando para ducharme, cerró la ducha y abriendo el grifo de la bañera, empezó a llenarla.
Mecánicamente, echó en la tina sales de baño mientras tomaba la temperatura del agua. Cuando hubo terminado, se volvió y sonriéndome me dijo:
-Tu bañar, yo ayudarte-.
No supe reaccionar cuando sin mediar palabra me bajó el slip que llevaba y cogiéndome de la mano, me metió en la bañera. Tumbándome, me tapé mis partes, avergonzado por la presencia de la muchacha. Ella lejos de preocuparse por mi vergüenza, cogiendo una silla, se sentó mirándome.
–Mas grande que yo creer-, me dijo,- no catorce años-.
-¿Qué?-, le respondí sin saber a que se refería.
-Su padre decir catorce cuando comprar, deber servirle-, me respondió con una sonrisa angelical, sin darle importancia a la cruda realidad de lo que me había dicho.
-¿Mi padre te compró?-
–Si, padre hablar con padres y dar dote de Lili y Xiu-, me explicó mientras me empezaba a enjabonar la espalda.
-¿Xiu?-
-Hermana cocina-.
Poniéndome champú en la cabeza, empezó a lavarme el pelo, mientras entonaba una canción. Se le notaba feliz, era como si no le importase haber sido objeto de una compraventa. Aún sin entender la letra, supe que era una canción de amor. Por el tono y el compás de la música se podía adivinar el tema, pero sin saber el porqué, me vinieron imágenes de una novia preparándose para su primera noche con su marido.
La sensación de ser mimado, me gustaba. Y dejándola hacer, me puse a observarla. Era pequeña, delgada, con el peso liso tan típico de su raza. Su cara era agradable, y sus ojos rasgados, le conferían una belleza exótica, que tuve que reconocer. Sus manos eran suaves, cada vez que recorría mi cuerpo una descarga me recorría mi piel. Me estaba empezando a excitar, y Lili al notarlo, dulcemente me besó en los labios, diciéndome:
–Esta noche, tu esperar-.
La sola confirmación que entre sus ocupaciones iba a estar el compartir cama, provocó que mi pene se pusiera totalmente erecto. Satisfecha con el resultado de sus palabra y obligándome a levantar, se apoderó de mi miembro mientras me susurraba:
–Grande, doler mucho, yo curar-.
Haciendo como si me estuviese curando, lo pegó a sus mejillas, acariciándolo con sus labios. Y sacando la lengua, empezó a recorrer mi glande, mientras que con sus manos acariciaba los testículos. La lentitud, con la que abriendo su boca, se fue introduciendo toda mi extensión, estuvo a punto de hacerme correr, pero ella al notarlo interrumpió sus maniobras diciéndome:
–La prisa mala, piedra a piedra se construye muralla y dura diez mil años-.
Deliberadamente, estaba prolongando mi calentura. Sacándome de agua, me dejó de pie en medio del baño, y agachándose con la toalla comenzó a secarme. Era una tortura, sus manos se iban aproximando a mi sexo, con una parsimonia exasperante. Cada vez que secaba una porción de mi piel, con sus besos comprobaba si estaba realmente seca, antes de pasar a la siguiente. Por eso tuve que hacer un verdadero esfuerzo para aguantar el no lanzarme sobre ella.
Cuando ya estaba a punto de llegar a su meta, se levantó, y llevándome a la cama, se tumbó a mi lado.
–Tu estrenarme esta noche, yo liberar ahora-, me dijo justo antes de metérselo totalmente, de forma que pude sentir el abrazo de su garganta . Con su mano me masturbaba a la vez. La calidez de su boca hizo el resto, y brutalmente me corrí en su interior, mientras mi mente analizaba sus palabras. “Es virgen”, pensé al derramarme en su garganta.
Lili, sin inmutarse, se tragó todo mi semen y señalándome sus pechos me dijo: -Mirar, tu ponerme mujer-.
Debajo de su uniforme de criada, dos pequeños bultos me hablaban de su propia excitación. Quise acariciárselos pero sin dejarme siquiera desabrocharle un botón , me dejó solo e insatisfecho. De buena gana la hubiese tumbado a mi lado, pero cerrando la puerta salió de la habitación.
“Menudo recibimiento, ojalá la otra hermana sea tan dispuesta”, pensé mientras me vestía.
No tardé en averiguarlo porque justo cuando iba a salir de la habitación entró Xiu. Traía cara de preocupación. Algo le preocupaba:
–Don Fer, ¿puedo hablar con usted?-, me pidió en un perfecto español, se notaba que ella debía de haber tomado clase.
–Claro, ¿qué te preocupa?-, le respondí fijándome que debía ser la mayor de las dos. Si a Lili le eché los diecinueve años, Xiu debía de rondar los veintitrés.
–Su padre nos ordenó cuidarle, pero no nos dijo que vendría con novia-.
–No es mi novia, es solo una invitada, no te preocupes-, le dije sacándola de su error. Eso era a lo que se refería mi viejo con lo de que lo había previsto, pero para asegurarme le pregunté: -¿Qué es lo que os dijo mi padre?, ¿En que consisten vuestras obligaciones?-
Tímidamente, bajó los ojos al contestarme: -Hace cinco años, nuestros padres llegaron al acuerdo de que usted sería nuestro marido-.
No supe que contestar al oír que hacía cinco años que mi viejo había previsto todo. Seguía bajo su tutela aunque no estuviera físicamente conmigo. Tras unos instantes en los que estuve a punto de mandar a la mierda todo, me di cuenta que la perspectiva de tener a esas dos preciosidades a mi lado, era el sueño guajiro de cualquier hombre. De todas formas, no quería unirme a ellas contra su voluntad, por eso le ordené:
–Llama a Lili–
Rápidamente la muchacha fue a por su hermana, dándome tiempo de pensar que narices les iba a plantear. Recordando que en varias culturas existe el llamado matrimonio sororal, en que un hombre se casa con todas las mujeres de una familia, quería averiguar si era eso de lo que me estaba hablando. Nuestras culturas son diferentes, no quería ofenderlas.
Cuando entraron las dos en mi cuarto, se sentaron en el suelo de rodillas. Sabiendo que era la forma cortés de dirigirse a un hombre de la familia, no lo tomé en cuenta e imitándolas me arrodillé enfrente, antes de hablar. Viéndolas juntas, no me parecían tan iguales. Xiu era mas alta, con el pelo mas corto y mayores pechos. Mientras que su hermana era mas delgada y su cara infantil tenía un deje de picardía que le faltaba a la mayor.
–Antes de nada quiero saber si estáis de acuerdo con el trato-, les dije. Estaba seguro que Lili no pondría ningún reparo pero no sabía que iba a opinar Xiu. Lo que no me esperaba era la cara de incredulidad de las mujeres al oírme. De pronto sin saber el porqué las muchachas se echaron a llorar desconsoladas, los gritos y gemidos inundaron la habitación. No entendía nada. Era tanto el escándalo que Carmen entró en la habitación, preguntando que ocurría. Si ya era bastante el tener a dos llorando en chino, el colmo fue cuando se les unió la española gritándome que qué coño les había dicho.
–¡Silencio!-, grité a la tres. Y sin hacer caso a las burradas que me dirigía la que era mi amiga, levanté la cara de las orientales diciendo: –No os estoy rechazando, al contrario, estaría encantado, pero no quiero hacerlo sin que estéis de acuerdo-.
Al escucharme se echaron a mis pies riendo, mientras besaban mis manos. En su fuero interno debieron de pensar que las mandaba de regreso a China, y la deshonra les había hecho actuar así. Carmen no entendía nada, y menos cuando les pregunté que como debíamos sellar nuestro compromiso.
Xiu fue quien me contestó:
-El novio recibe dos besos en la mejilla-
-¿Y a que esperas?-, le pregunté con un guiño.
Las muchachas se levantaron del suelo diciéndome que ahora volvían, y corriendo me dejaron solo con Carmen.
-¿Qué ha ocurrido?-, me preguntó alucinada.
Muerto de risa por lo grotesco de la situación, le contesté:
-Aunque te parezca raro, me caso-.
-¿Te casas?-, me dijo sin creerme, pensando que era una broma. Por eso tuve que explicarle el acuerdo a que habían llegado nuestros padres, como se habían preocupado al verme entrar con ella a la casa, y que al preguntarle su opinión, me habían malinterpretado.
Su expresión fue pasando por diferentes etapas, de una incredulidad inicial, al desconcierto. De ahí a la ira, y de la ira a una afirmación cuyo significado no supe interpretar. Espero a que terminara de hablar para gritarme:-¡Brujo!-, e indignada salir del cuarto.

Al cabo de los cinco minutos, Carmen volvió a entrar en mi habitación, y muy sería me dijo:
–Dame dinero, si estas dos locas quieren hacerlo, que lo hagan bien-.
Abriendo un cajón, le di un fajo de billetes. Y sin contarlo me informó que no las esperara hasta la cena, que se las iba a llevar de compras.
Me había quedado sin compañía a la hora de comer, por lo que poniéndome una chaqueta salí a dar un paseo con la idea de comer en cualquier sitio. Decidí ir al Retiro, tratando de tranquilizarme y con la esperanza de poder practicar mi poder sin que nadie me molestara.
Nada mas pasar por la entrada de la puerta de Alcalá, observé que una rubia, con pinta de niña bien, estaba paseando un enorme rottweiler. Sorprendía tamaño animal como mascota de una mujer tan femenina. Con ganas de charlar con alguien, llamé mentalmente al perro. Nada mas sentir mi orden, jalando de la cadena vino corriendo a mi lado. Fue tal su rapidez de respuesta que su dueña estuvo a punto de caer al suelo. Y con cara de espanto, vio como se me lanzaba encima. Pero el perro lejos de atacarme, me dio un lengüetazo en la cara, mientras le acariciaba.
–Perdona-, me dijo llegando a donde estaba,-nunca se me había escapado-. Todavía temblando le agarró del collar regañándole.
–Tranquila, desde niño he tenido perro, y reconozco un buen ejemplar en cuanto le veo-, le expliqué. Santer, como se llamaba el bicho, se negaba a obedecerle permaneciendo a mi lado.-No debes de tratarle así, debes de comportarte como la jefa de la manada, ¡Mira!-, le dije cogiéndolo de la piel del cuello.

-¿Cómo lo has hecho?-, me preguntó.
-Es fácil, soy adiestrador de chuchos-, le respondí entre risas. Impresionada me pidió si le podía enseñar cómo se hacía. Le informé que era largo y laborioso, además de caro, ya que mis tarifas eran muy altas. Le dio igual, quería que yo le adiestrase, y que me pagaría lo que le pidiese.
-¿Seguro?-, le pregunté.
-¿Cuánto quieres?-, me dijo convencida de que podía pagar mi precio.
-Come conmigo, yo invito-, le contesté mirándola a los ojos. Mi respuesta le destanteó, y después de pensárselo aceptó dirigiéndome una sonrisa.
-¿Siempre ligas así?-, me soltó, a la vez que coquetamente, entornaba sus ojos.
-Solo con bellezas como tú. Por cierto, ¿Cómo te llamas?-
Soltando una carcajada por mi ocurrencia, me dijo que se llamaba Patricia, y cogiéndome del brazo me preguntó que donde la iba a llevar a comer.
-Primero a tu casa a dejar a Santer y luego donde quieras-, le dije.
Accedió al darse cuenta que nos iban a impedir la entrada a cualquier restaurante con el perro. Las casualidades existen, pensé al ver que me llevaba a mi mismo portal. Por supuesto que no le mencioné que éramos vecinos y menos que ella vivía en el mismo piso, puerta contra puerta.
Nada mas entrar en su casa, se abalanzó sobre mi besándome. La niña pija se transformó en un hembra en celo que desgarrándome la camisa. La violencia con la que me recibió en sus brazos, me excitó de sobremanera, y sin mediar palabra le abrí el vestido, apoderándome de sus pechos.
Eran unos pechos pequeños y duros, pero sumamente sensibles, ya que nada mas empezarlos a apretar, se puso a gemir como descosida, mientras me abría el pantalón, bajándome el calzoncillo.
Sin perder el tiempo le destrocé las bragas y apoyándola contra la columna, la alcé en mis brazos, mientras Patricia llevaba la punta de mi pene a su abertura. De un solo golpe se empaló. Al sentir como su vagina se llenaba por completo me araño la espalda, pidiéndome que la usara. La incomodidad de la postura, me hizo buscar con la cabeza un mejor apoyo, lo encontré sobre una mesa de la entrada. Llevándola en volandas, la deposité encima, y brutalmente comencé a penetrarla. Cada una de mis embestidas fue recibida por ella con grandes gritos. Si alguien nos hubiera estado oyendo, podría haber pensado que la estaba violando y más cuando desde su interior notó que el placer la dominaba, me pidió que la tratara como una puta.
Obedecí pellizcándole los pezones. Le gustaba el juego duro, pensé cuando recibí un tortazo en la cara. Respondiéndole como se merecía, la inmovilicé, y dándole la vuelta empecé a azotarle en trasero cruelmente.
-Más, me lo merezco-, me dijo al experimentar el primer dolor.
Nunca me hubiese imaginado que detrás de ese disfraz se escondiera una hembra tan caliente. Los chillidos de dolor se fueron transformando en gemidos de placer. Sin permitir que se enfriara, seguía azontándola, e introduciendo mi mano en sus sexo, recogí parte del flujo que lo inundaba, para depositarlo en su hoyuelo.
Deduje que se lo habían usado poco, al percibir lo cerrado que lo tenía. Patricia me pidió que no lo hiciera cuando se dio cuenta de mis intenciones. Pero ya era tarde, y de un solo golpe le metí la cabeza de mi pene dentro de ella. Dos lágrimas surcaron sus mejillas por el dolor, pero no me exigió que se lo sacara. Por eso, esperé unos momentos a que se acostumbrara y viendo que se relajaba, proseguí con mi ataque centímetro a centímetro de forma que pude sentir las rugosidades de su esfínter a lo largo de la piel de toda mi extensión.
-¡Dios!-, gimió cuando mi sexo había entrado totalmente y sus nalgas se apoyaban contra mi pelvis.
-¡Muévete Puta!, le exigí, comenzando a moverme.
El abrazo con el que su intestino me acogía en su interior, era intenso. Su ano apretaba mi miembro con la presión de la falta de uso. Pero lentamente se fue relajando permitiendo mis acometidas. Patricia se estaba todavía haciendo a tenerlo en el interior cuando sintió que reanudaba mis azotes, y como loca me exigió que acelerara. Estaba poseída, recibía y daba placer con grandes suspiros. Cerrando sus puños sobre la mesa, me informó que se corría. Todo su cuerpo se convulsionó, cuando le fue envolviendo la lujuria, y su cueva empezó a manar mientras caía desplomada.
Viéndola indefensa y agotada, la cargué en brazos llevándola a la cama. Y depositándola en la cama, me entretuve en mirarla, mientras se reanimaba. No había llegado al climax, mi sexo permanecía erecto y preparado para un segundo round, pero dudaba que la muchacha pudiera continuar. Mi sorpresa fue cuando abriendo los ojos me dijo:
–Traémela aquí, que te la limpio-.
Supe al instante a que se refería, y poniéndome a horcajadas sobre ella, usando su lengua de esponja, fue quitando los restos de nuestro coito de mi piel. Dejándolo limpio, me pidió que le hiciera el amor, mientras se ponía a cuatro patas sobre la cama. Pero cuando ya tenía mi pene en mi mano, y me dirigía a explorar su cueva, oímos como se abría la puerta de su casa.
-Patricia, ¿dónde estas?-, sonó desde el descansillo una voz de hombre.
La muchacha dudó en contestar. Asustado por la pillada le susurré al oído que quien era, a lo que ella me contestó que era su padre. “Menuda bronca”, pensé mientras meditaba el que hacer. No me quedó mas remedio que decirle:
–Dile que estás aquí,¡ no te preocupes que no va a entrar!, ¡ lo sé!-, le contesté mientras inducía al hombre a recordar que se había dejado el coche abierto.

-¿Cómo sabías que se iba a ir?-, me preguntó un poco mosca.
-No lo sabía-, le contesté sonriendo.
-Entonces, ¡estás loco!-, me replicó muerta de risa.
-Siempre he tenido suerte-, le respondí mientras recogía mi ropa y empezaba a vestirme.
Rápidamente salimos del piso, y en el rellano, me pidió que esperara cinco minutos antes de salir. Ya estaba abriendo la puerta del ascensor, cuando dándose la vuelta me dijo:
-Gracias, lo he pasado estupendamente-, y bajando los ojos como si temiera mi respuesta me preguntó: -¿Te podré ver otra vez?-.
-Claro, lo único que tienes que hacer es tocar el timbre-, le contesté mientras abría la puerta de mi casa.
-¿Vives aquí?, me dijo abriendo sus ojos en señal de sorpresa.
-Si, pero ahora vete, no vaya a sospechar tu padre-, le contesté dándole un beso en promesa de nuevos encuentros.
Sonriendo al apretar el botón del sótano, se despidió de mí. Nada mas irse, me di cuenta que todavía no había comido, por lo que tras cambiarme de camisa, la mía estaba desgarrada, salí en busca de un restaurante.
En cuanto llegué a la calle me invadió una sensación rara, algo me decía que había problemas, pero no pude determinar la causa de mi desazón. Era como si alguien se me hubiese subido a la chepa y estuviera vigilándome. Por mucho que intenté descubrir si alguien me seguía, no lo conseguí, pero tampoco pude quitarme de encima la inquietud. Me paraba en los escaparates, durante unos momentos, buscando en el reflejo del cristal la figura de mi perseguidor, para salir a paso rápido durante un manzana, con la intención que se descubriera. Nada imposible, o bien me estaba volviendo un paranoico, o bien el tipo debía de ser un profesional.
Recorrí en esa loca huida mas de seis calles, hasta que cansado me metí a comer en el Vips de la calle Velázquez. Mas tranquilo, pero todavía con la mosca detrás de la oreja, me senté en una mesa de un rincón, de forma que controlaba todo el restaurante. Acababa de pedir de comer, cuando sin haberlo visto acercarse se me sentó en la mesa, un hombre con pinta de ejecutivo.
Nos estuvimos observando durante unos instantes antes de que ninguno hiciera el intento de hablar. El tipo iba perfectamente trajeado, y en la solapa llevaba un distintivo que no pude identificar. Era como la cruz de la orden de santiago pero en vez de roja, azul, y englobada en un circulo negro.
-Fernando de Trastamara, ¿Verdad?-, me dijo mientras me perforaba con una durísima mirada.
–Se equivoca, mi nombre es Fernando Enriquez-, le contesté sabiendo de antemano que no le iba a satisfacer mi respuesta.
–No me equivoco, su verdadero apellido como usted sabe es Trastamara. Llevamos siglos buscando a los descendientes del Dux de la Bética, y afortunadamente le hemos encontrado-, me replicó sin alzar el tono de su voz, pero sin ocultar el desprecio que sentía no solo por mí, sino por toda mi estirpe, recordándome que mi antepasado solamente tenía por sangre el ducado y que había sido elegido rey tras una rebelión palaciega.-No intente dominarme, de nada le servirá, lo único que conseguiría es que dejara de ser su vigilante y mandaran a otro-
-¿Sigo sin saber de que me habla?-, le dije intentando sonsacarle,-¿quiénes son ustedes?-.
–No necesita saberlo, pero le queremos avisar que no busque el escapar o sufrirá las consecuencias-, fueron sus palabras que pronunció mientras se marchaba.
Mientras se iba, pedí un bolígrafo a la camarera, y en cuanto me lo hubo dado, me puse a dibujar todos los detalles que recordaba del escudo del desconocido. Solo sabía de ellos, que su organización, secta o lo que fuera era al menos tan antigua como mi propia familia, y que por alguna causa nos odiaban. Dicho odio debía de tener bases sólidas para durar mas de mil años. Me estremecí de pensarlo y pagando la cuenta me dirigí de vuelta a mi casa.
Ya en mi cuarto, encendí el ordenador, empezando a navegar en búsqueda de información. Afortunadamente, estamos en la era del Internet, y tras mas de una hora, encontré una ilustración del siglo XIII en un tratado sobre el reinado de Alfonso X, el sabio, que hablaba sobre un grupo de nobles, llamados la Espada de Dios, que eran los mas firmes partidarios de la reconquista. El documento, los acusaba de intransigentes y de buscar la lucha contra el infiel, sin considerar las consecuencias.
Esta revelación me confundió, ya que si de algo no se podía acusar a mis antepasados era de colusión con los árabes. Al contrario, todos ellos se habían enfrentados a su dominación, perdiendo muchos de ellos la vida en este empeño, y el primero Don Rodrigo. Por lo tanto si este grupo de hoy en día se consideraba heredero de esos de antaño, no deberían el considerarme un enemigo sino un aliado.
Con esta duda en mi interior quise localizar a mi padre, pero fue infructuoso todo intento, solo pudiéndole dejar un recado con su asistente. Fue entonces cuando escuché voces en el salón, eran las tres mujeres que volvían de compras. Tratando de despejarme, acudí a su encuentro. Venían charlando animosamente, pero en cuanto me vieron las dos chinitas salieron corriendo entre risas, mientras Carmen me retenía diciendo:
-Quieto parado, ¿dónde crees que vas?-
-A ver a mis novias– le conteste medio en broma, medio cabreado por su intervención.
-No puedes y por dos motivos-, me soltó con esa voz altanera a la que ya me iba acostumbrando.
-¿Y cuales son?-, le dije visiblemente molesto.
–El primero es que da mala suerte ver a la novia antes de la boda, y el segundo y mas importante que necesitas saber como comportarte. Son dos buena chicas y no quiero que les haga daño un brujo, solo por ignorancia-.
–A ver. ¿Que es lo que debo saber?-, me enfadaba la manía que tenía de recordarme que opinaba de mi don a cada paso. Era una tipa testadura e inflexible, estuve tentado de castigarla obligándola a hacer cualquier tontería pero recapacitando recordé mi promesa, por lo que me abstuve de hacerlo.
–Así me gusta, que de vez en cuando algo de sensatez en tu mollera. Como sabes vienen de una familia tradicional, y en sus creencias al contrario que en la nuestras esta bien visto el matrimonio de un hombre con dos hermanas. Para ellas, un novio cuando cumple con las premisas que exige la tradición, si es bueno para una, no hay motivo que sea malo para la segunda-. Hizo un descanso en su discurso como si quisiera decirme algo que debería de saber, pero por algún motivo no me lo dijo, sino que continuo diciendo: –Xiu es la mayor, por lo que se convertirá en la esposa principal, debiendo la o las siguientes concubinas el obedecerle. Por lo tanto debes de desposarte con ella en primer lugar, y cuando ya hayas demostrado ante los ojos de la o las otras candidatas que eres hombre, solo con que ella las invite a unirse a la cama y las otras acepten, será bastante para considerarte casado con todas. Pero te aviso, tu autoridad como marido es limitada, su pueblo es un matriarcado, por lo que las concubinas no obedecen al marido sino a la esposa principal, que se convierte en una especie de Madre, para ellas-.
-¡Que cosa tan curiosa!-, le contesté, –me estas diciendo que yo me casaría con Xiu, pero que mi unión con Lili sería como en un contrato de adhesión-
–Es mas, no puedes ordenar nada directamente a una concubina, sino a través de la matriarca, y ella decidirá si es o no justo, y si deben de obedecerte. De no cumplir con esta costumbre, la esposa principal puede en cualquier momento anular el matrimonio, despojándote de todos los bienes, ya que estos pasan a formar parte de la familia, que está representada por ella-.
“¡Coño!”, pensé inseguro de donde me estaba metiendo, pero tras meditar durante unos instantes, resolví que no habría problema ya que siempre podía controlar a Xiu mentalmente. –De acuerdo, gracias por informarme pero creo que te ha salido mal tu intento de evitar que diera el paso, diles que estoy dispuesto y que me digan que mas tengo que hacer-.
Curiosamente sonrió al escucharme, y terminando la conversación me dijo:
–Toma este kimono, el rojo es color del amor, por lo que todos los participantes en la boda, incluidos los invitados deben de ir vestidos de colorado-, y soltando una carcajada me soltó:-Se me olvidó decirte que han traído a una peluquera para que te depile. Por lo visto Lili te vio desnudo y se horrorizó de la cantidad de pelo que tienes en el cuerpo-.
En ese momento, una anciana de mas de ochenta años hizo su aparición con todos los instrumentos propios de su profesión. Carmen ya se había ido cuando quise decirle lo que opinaba de su “pequeño olvido”. El burlador burlado. Supe desde ese instante que me iba a vengar, todavía no sabía como pero si sabía que tarde o temprano iba a conseguirlo, y el que iba a reír el último sería yo.

Me sentía vencido antes de empezar, la maldita vieja me había hecho odiar a toda su raza. Comprendí la actuación de los japoneses en la segunda guerra mundial, aborrecía lo chino, renegaba del amarillo y para colmo me sentía ridículo enfundado en el kimono. Con este estado de ánimo fui conducido al cuarto principal de la casa, el de mis padres, que al ser el mas grande, en el habían preparado todo para la ceremonia. Todo el mobiliario había desaparecido, siendo sustituido por una especie de altar, y una enorme cama de dos por dos. Me encantó verla, al imaginarme las futuras experiencias que iba a disfrutar en ella.
La peluquera desapareció dejándome solo para recibir a mi futura esposa. Tuve que esperar de pie mas de diez minutos, hasta que empecé a oír una extraña música, bastante estridente, que me anticipó que se acercaban.
Un viejo sacerdote fue el primero en entrar y tras el, las dos hermanas y Carmen. Todos mis reparos desaparecieron en cuanto vi a Xiu entrar. Venía vestida con un magnífico qipao, esa especie de kimono chino, totalmente pegado que realzaba su feminidad. Su pelo recogido en un moño, con un clavel también rojo, que dejaba ver toda la belleza oriental de la novia. Me quedé sin habla, estaba espectacular. Al ponerse a mi lado, me dijo que no me preocupase, que ella iba a irme traduciendo.
De la ceremonia me enteré de poco, el sacerdote hacía continuas referencias a la dualidad, al cielo y la tierra, al ying y al yang, al hombre y la mujer. Durante el transcurso de la boda, observé que mi novia se iba poniendo cada vez mas nerviosa, sobre todo cuando Lili nos acercó dos tarros, uno con miel y otro con vino de arroz. Estaban unidos por una cinta, de forma que mientras ella bebía de uno yo lo hacía del otro. Cuando tomo el sorbo del segundo, ya sobre sus mejillas surcaban enormes lágrimas. Asustado le pregunté que le pasaba, , me dijo:
-Es que soy muy feliz-, y cogiéndome de la mano me explicó:-Ahora viene la aceptación, tenemos que darnos dos besos en la cara, los besos en la boca son pornográficos en nuestra cultura-.
Sin importarme el dilatar el sentir sus labios sobre los mios, la besé cariñosamente. Lili vino corriendo hacía nosotros y abrazándonos empezó a felicitarnos. Por lo visto ya estábamos casados. El cura nos dio un abrazo y desapareció tal y como había llegado.
Mi ya ahora esposa me pidió que me sentara en el suelo, y trayendo un cuenco de arroz y uno de té, se puso a mi lado. Y con la mayor naturalidad del mundo me fue dando de comer sin que yo interviniera. Carmen y Lili se mantenían expectantes en una esquina de la habitación. En cuanto hube dado buena cuenta del arroz, fui yo quien le tuvo que dar en la boca de comer. Era un ritual muy claro, los esposos comparten los bienes de la tierra apoyándose mutuamente. Después repetimos la misma operación con el té. Xiu, al terminar se puso en pié, retirando toda la vajilla.
Al hacerlo Lili, empezó a cantar una canción mientras su hermana iniciaba una danza lenta.
Era impresionante el ver como sus caderas se movían al ritmo de la música, la seda del vestido se pegaba dejándome ver la perfección de sus formas. La sensualidad de sus movimientos me fue excitando, mientras intentaba descubrir el significado de su baile. Lentamente fui asimilando lo que representaba, ella era la presa que se iba a entregar al cazador, pero este al otearla se quedaba prendado y era incapaz de matarla. En ese momento, su hermana y Carmen, me hicieron levantar del suelo, y sin mediar palabra me despojaron completamente de mi ropa y dejándome desnudo, me llevaron a la cama.
La música cambió volviéndose mas rítmica. Xiu se quedó quieta en medio de la habitación. Lili acercándose a ella, le abrió el vestido por detrás. Una vez liberada, volvió a bailar. Su Danza era ahora una evocación a la fertilidad, y lentamente fue bajándose la tela de sus hombros, dejándome disfrutar de la maravilla de sus formas. Si alguna vez me había imaginado sus pechos, lo que descubrí no tenía parangón. Eran perfectos, grandes duros, apenas se movían con el ritmo, y dos pequeñas aureolas rosadas los decoraban.
Con el qipao en sus caderas, se dio la vuelta de forma que pude extasiarme de su espalda y su trasero cuando cayó al suelo dejándola totalmente desnuda. Todo en ella era delicado, su cuerpo sin gota de grasa me dejó sin respiración, jamás había visto algo semejante, y ya totalmente excitado esperé con verdadera desesperación que viniera a mi lado.
La canción cesó, dotando de dramatismo al momento. Lentamente se fue girando con los brazos a los lados, dejándome ver por primera vez su sexo. ¡Estaba completamente depilada!. Andando se fue acercando a la cama. Era un pantera. La sexualidad que emanaba me envolvió. Ella a ver el resultado de su danza en mi entrepierna, sonrió satisfecha, y poniéndose a mi lado me dijo:
–Amado mío, ¿quieres comprobar antes de nada que me entrego virgen?-
–No es necesario-, le respondí deseando que terminaran los prolegómenos y disfrutar de una vez de su cuerpo.
Se alegró de la confianza que había depositado en ella con ese simple gesto y dándome un beso me pidió que la dejara hacer que quería disfrutar de su estreno. Me dijo que me diera la vuelta dándole la espalda. Obedeciendo, puse mi cara contra la almohada, y nada mas hacerlo, sentí como me empezaba a besar los pies. Poco a poco fue subiendo por las pantorrillas y los muslos, mi trasero. Sus besos eran sustituidos por su cuerpo y restregándose contra él me fue dando un suave masaje.
Era como si quisiera que nuestra piel se fundiera, la dureza de sus pechos contra mi espalda me enervó y sin poderme aguantar le pedí que me liberara. Satisfecha me dijo al oído que teníamos toda la vida. Me dio la vuelta, y sin hablar se sentó a horcajadas sobre mí.
Volvió la música a mis oídos. Siguiendo su ritmo puso un pezón al alcance de mi boca y con voz firme me dijo:

Saqué la lengua y sin moverme dejé que Xiu confortara su aureola con su humedad. Moviendo su seno, pude acariciar todas las rugosidades de su erecto botón. Ella me respondió con jadeos de excitación y poniéndomelo en la boca, empecé a mamar como si de un bebe me tratara. Fue entonces cuando caí en la cuenta que Lili y Carmen seguían en la habitación , mirándonos. Al girar mi cabeza para verlas, descubrí que nos seguían con gran atención y que en sus ojos brillaba la excitación.
Mi querida esposa empezaba a estar realmente caliente. Con sensuales movimientos de caderas, hizo que mi miembro se fuera acomodando entre sus piernas. Su sexo jugaba con la cabeza de mi glande, sin introducírselo. Era como si me estuviera besando. Sus labios inferiores me acariciaban. La humedad de su sexo ya era manifiesta cuando ella me dijo que si podría llegar a quererla. Sin mentirla, le dije que ya la amaba y que no me imaginaba mi vida sin ella. Mis palabras fueron el detonante de su actuación y gimiendo me dijo que a ella le ocurría lo mismo, mientras se colocaba mi pene en la entrada de su cueva. Poco a poco su cuerpo fue absorbiendo toda mi extensión, hasta que mi capullo se encontró con una barrera. Xiu me dirigió un sonrisa justo antes de elevarse sobre mi y de un solo golpe ensartarse de golpe hasta el fondo todo mi sexo. Gritó al sentir como se desgarraba su interior. Durante unos instantes se quedó paralizada por el dolor, pero rápidamente se rehizo y moviendo sus caderas empezó un delicado vaivén que me volvió loco.
No me podía creer lo que estaba notando. La estrechez de su gruta se unía al movimiento de sus músculos interiores de forma que conscientemente los relajaba y apretaba al ritmo de mis penetraciones. El compás de la canción nos marcaba la cadencia de nuestros movimientos, y sus jadeos y gemidos se fueron uniendo a su letra. El tiempo se había detenido, solo importábamos nosotros, ni siquiera la presencia de la dos mujeres nos estorbaba en nuestra unión. Si creía tener experiencia, Xiu me demostró que no la tenía, llevándome a cotas de excitación que nunca había alcanzado. Su gruta recibía ya liquida mi exploración, cuando empecé a vislumbrar los primeros efectos de mi orgasmo. Ella al notar como el liquido preseminal se unía con su flujo aceleró sus caderas y mordiéndome en el cuello, me pidió que me vaciara dentro de ella. Fueron sus gritos de placer y los estertores de su cuerpo al correrse lo que desencadenó mi orgasmo. La oleadas de placer se sucedían sin pausa. Sin saber como lo hizo, sentí, noté como su interior me abrazaba prolongándome el éxtasis, de forma que quedé exhausto, pero sobretodo rendido a sus pies cuando dándome un beso me dijo que por fin había sentido lo que era ser mujer.
En ese momento, se llevó la mano a le entrepierna y cogiendo un poco de la mezcla de líquidos que manaba su cueva, me lo enseño diciendo:
–No me lo has pedido, pero mira. Tu has sido el primero y serás el último hombre de mi vida-, en sus dedos la sangre me demostraba su virginidad perdida.
Su completa entrega, me hizo reacionar y abrazandola quise volver a hacerle el amor, pero ella parándome me dijo:
–Me encantaría repetir, pero ahora debemos cumplir el final de la ceremonia-, y mirando a Lili y a Carmen que esperaban de pie le preguntó:- Queridas hermanas, ¿queréis formar parte de mi familia?-
“!Hermanas!, ¿porqué usa el plural?”, pensé al darme cuenta que su oferta incluía a Carmen. Y antes que pudiera opinar al respecto, las dos mujeres dejaron caer sus vestidos, y desnudas arrodillándose contestaron al unísono:
–Xiu, queremos que nos aceptes como madre, y prometemos aceptar tu autoridad compartiendo el marido que nos das-.
–Entonces esta hecho, venid a mi lecho como esposas y formemos una sola estirpe– y dirigiéndose a mi me dijo:-Esposo, te doy dos compañeras, deberás alimentarlas y protegerlas como si ellas fueran yo, pero quedan bajo mi dominio de forma que es a mí a quien deben obedecer-.
Supe en ese instante que Carmen me había ganado. Aprovechándose de las costumbres de mi esposa, me obligaba en dos maneras, por una parte reforzaba mi promesa de no manipularla y encima me forzaba a nunca echarla. No pude mas que reírme a carcajadas del engaño, y abriendo mis brazos les pedí que se acercaran.
Lili fue la primera en echarse a mis brazos, su cuerpo delgado buscó mis caricias, mientras me besaba. Lo que no me esperaba es que Xiu me dijera que esperara, que antes de nada ella debía de comprobar que llegaba inmaculada, y abriéndole las piernas le introdujo dos dedos en su interior rompiéndole el himen. La pobre niña lloró por la brutalidad de su hermana, pero reponiéndose al instante me dijo que bebiera de su sangre. Apiadándome de ella, con mi boca busqué confortarla y apoderándome de sus labios, mi lengua empezó a acariciar su adolorido sexo. Ella me recibió con espasmos de placer, dejándome claro que el haber sido espectadora de la unión con su hermana le había excitado sobremanera. Su depilado pubis era un manantial del que un río de flujo manaba sin control, y excitado al ver que Xiu y Carmen cogiéndole cada una un pecho se los empezaba a mamar, apuntando con mi pene en su entrada, la penetré de un solo golpe. Gimió al sentirse llena. No acababa de introducirme en ella, cuando le sobrevino el primer orgasmo, sus piernas temblaron por las descargas de placer que la embutían y jadeando me exigió que le siguiera dando placer. No tuvo que rogarme, era impresionante ver su cuerpo siendo acariciado por seis manos, y acelerando mis embistes le grité que se corriera.
En ese momento Xiu abrazándome por detrás, me dijo al oido que había comprobado que Carmen no era virgen, y que si yo quería la repudiaba. Le contesté que no pero que en contraprestación quería que ella me dejara castigarla. Asintió, volviéndose a unir al maremagnum de cuerpos entrelazados. Tumbando a Carmen, puso su sexo en la boca de la española, para que esta le diera placer. Mi amiga nunca había probado un coño, pero excitada comprobó que le gustaba su sabor, y mientras que con su lengua penetraba a mi esposa, con sus manos se empezó a masturbar con frenesí. El climax de Xiu se unió al de su hermana y derritiéndose se derramó en la boca de Carmen pidiéndome que la besara. Fue demasiada mi excitación y jadeando con la respiración entrecortada exploté en Lili, vertiendo mi simiente en el interior de su estrecha cueva. Agotado por el esfuerzo caí en la cama. Y mientras me reponía, tuve tiempo de pensar en mi venganza.
Era la hora de poseer a mi tercera mujer, la tradición me exigía tomarla y llamándola a mi lado le dije:
-Carmen te hice una promesa de no hacerte mi amante y juré no mandarte. Pero engañándome me has obligado a tomarte como esposa. ¿Creo que tu misma me has liberado de mi juramento?-
–Solo respecto a mi cuerpo, en nada ha cambiado lo que opino de ti-, me contestó con voz firme pero excitada por el placer.
Sin contestar la impertinencia de la muchacha la tumbe y abriéndole la piernas, observé que no estaba depilada totalmente, que un diminuto triángulo de pelos, enmarcaba coquetamente su sexo. Aunque me gustaba le grité:
-¡Qué asco!, date la vuelta no pienso meter mi pene en un coño tan peludo-.
Sorprendida miró a Xiu en busca de protección , pero no encontró la ayuda que buscaba, al contrario con un sonoro bofetón le obligó a obedecerme. Trató de revelarse pero entre las dos hermanas la inmovilizaron dejándome su culo a mi disposición.
Sin contemplación puse mi sexo en su entrada, y de una sola vez le introduje toda mi extensión en su interior. Lloró gritando al sentir como había violado su esfínter desgarrándolo, pero al recibir otro tortazo de Xiu, se quedó quieta mientras dos gruesas lágrimas surcaban sus mejillas.
Tras unos instantes durante los cuales mi sexo se acomodó en su intestino, comencé a moverme. No dejó de berrear, mientras le imprimía un rápido vaiven, pero poco a poco algo iba cambiando en su interior y cuando dándole un azote Lili le exigió que se moviera, se volvió loca. Insultando a la chinita le imploró que siguiera torturando sus nalgas, ella sin compasión no le hizo caso y tirandole del pelo acomodó su cabeza entre las piernas de su hermana mayor.
–Putita, darle placer a nuestros dos esposos, o yo castigar-, le dijo riéndose la pequeñaja.
Carmen obedeció al instante y separándole los labios a Xiu la penetró con su lengua. Fue entonces cuando realmente, nos unimos los cuatro en el placer, ya que Lili tumbándose debajo nuestro se apoderó de mis testículos y de su clítoris mientras se masturbaba. Los gritos de dolor desaparecieron siendo sustituidos por gemidos de placer, y sin poderlo evitar Carmen se corrió sonoramente en la boca de su amante. Yo por mi parte demasiado concentrado en mi propio orgasmo, no observe que Xiu se había levantado. Solo cuando sentí sus pechos en mi espalda y su respiración en mi cuello, supe que quería decirme algo.
Girando mi cabeza, la besé en los labios, y escuché como me decía:
–Correté rapido, que quiero volverte a sentir dentro de mí–
–No se si podré-, le contesté mientras liberaba mi pene, rellenando el interior de Carmen.
-¡Si lo harás!, tenemos dos hembras, dispuestas a satisfacer nuestros caprichos-,y sonriendo me dijo: –Sino lo consiguen, siempre podremos castigarlas-.
Solté una carcajada, al oírla supe que había obtenido el cielo en la tierra.

↧
Relato erótico: “La tara de mi familia 4 (la lucha por el dominio)” (POR GOLFO)
Estaba agotado, pero la cercanía de tres mujeres me puso a mil nada mas despertarme. Me levanté al baño, con ganas de liberar mi vejiga, pero también tratando de calmarme. Al volver me quedé extasiado al observar las tres mujeres que desde la noche anterior eran mis esposas. Eran tres hembras de bandera, las tres diferentes, pero no se le podía negar a ninguna de ellas que era bella. Xiu, la mas madura, era con creces la que prefería y no solo por la perfección de su cuerpo sino por la poderosa personalidad que me había mostrado en las pocas horas que la conocía. No me cabía en la cabeza que tal monumento se hubiese conformado con un matrimonio arreglado. Con ese pecho, esa cintura de avispa y esas piernas, cualquier hombre hubiese caído a sus pies, si ella hubiese querido, pero obedeciendo a la tradición de su pueblo, me había esperado. Lili no le iba a la zaga, delgada con cara de no haber roto un plato, y unos preciosos senos que te invitan a besarlos, se había revelado como una fiera en la cama. Y por fin estaba Carmen, mi amiga de la infancia, que era un estupendo ejemplar de la mujer de mi pueblo, grandes pechos, caliente y orgullosa.
Mirándolas me di cuenta que aunque había disfrutado de sus cuerpos apenas las conocía. Preocupado por lo que significaba volví a mi lugar en la cama, dejando a mi izquierda a Xiu y a Lili y a Carmen a mi derecha. Tenía que resolverlo, y concentrándome empecé a bucear en sus mentes. Tenía que forzarles a pensar en mí, para así saber que concepto tenían de mi persona.
Empecé con Carmen, me resultó sencillo el hacerle recordar nuestras vivencias infantiles. En ellas, me veía como un compañero de juegos que la suerte le había hecho nacer en una familia acomodada. Descubrí que sentía envidia de que el pequeñajo fuera el hijo del terrateniente mientras ella no era mas que la hija del peón. Desde niña soñaba que su lugar iba a ser la de dueña de la finca, y que por eso cuando me vio en la moto, supo que había llegado su hora. Sondeándola mas profundamente, busqué quien había sido el hombre que le había hecho perder su virginidad, y horrorizado me reveló entre sueños que había sido su propio padre el que la había violado con doce años. Desde entonces nadie la había tocado, pero en sus sueños soñaba con ser dominada por mí. Me tenía miedo pero a la vez me deseaba y por eso cuando se enteró que me perdía, no desaprovechó la ocasión de convertirse en mi concubina. Prefería ser la tercera a perderme.
Nunca me lo hubiera imaginado, pero en su interior la nueva situación le encantaba, y el castigo que había sufrido en nuestras manos la había liberado. Nos veía a los tres, como uno, y deseaba ser tocada, sometida y usada, no solo por mí sino también por las dos muchachas.
Pasé a analizar a Lili. Si la exploración de Carmen me había sorprendido, la de la chinita aún mas. Resultó que era adoptada, sus padres la habían abandonado siendo una niña, y los padres de Xiu la habían recogido. Desde niña tenía a su hermana de adopción idolatrada, y por eso cuando se enteró que iba a compartir su marido, se vio realizada. Respecto a mí, le gusté desde que me vio y con gran sorpresa leí en su sueño que solo pensar en estar conmigo hacía que se excitara, pero que a la vez había descubierto su lado lésbico con Carmen. Sin prever que al provocar esos pensamientos se despertara, la induje a pensar en mi amiga. Se vio teniéndola entre sus piernas, y aún somnolienta, abrió los ojos sorprendiéndose de ver que yo que estaba despierto.
–Buenos días-, me empezó a decir cuando cerrándole la boca con un beso le dije: –Quiero verte haciéndole el amor-.
Me sonrió al escucharme, y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Su pequeñas manos, comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo, y aun dormido de Carmen. Fue super excitante, ser el convidado de piedra de sus maniobras. Cogiendo un pecho con sus manos, empezó a acariciarlo mientras Carmen seguía soñando. Sin poderlo evitar sus pezones se erizaron al sentir la lengua de la chinita recorriéndolos, y en su sueño se imaginó que era yo el que lo hacía. Poco a poco se fue calentando, y inconscientemente entreabrió sus piernas facilitando la labor a Lilí. Desde mi privilegiado puesto de observación vi como esta le separó los labios y acercando su boca se apoderó de su clítoris. La española recibió las caricias con un gemido, mientras se despertaba. La muchacha al notarlo, usó su dedo para penetrarla mientras seguía mordisqueando el botón del placer. Al abrir sus ojos, me vio mirándola mientras que la chinita la poseía.
–Disfruta-, le dije tranquilizándola, pasando mi mano por un pecho,-me encanta ver como te posee-.
Un poco cortada, se concentró en sus sensaciones. Estaba siendo acariciada por nosotros dos, pero alucinada se dio cuenta que le gustaba la forma en que la mujer le estaba haciendo el sexo oral. Nunca se lo habían hecho con tanta delicadeza, meditó al notar que Lili le metía el segundo dedo. Algo que no había sentido nunca empezó a florecer en su interior, y con un jadeo presionó a su cabeza, exigiéndole que la liberara.

Pidiéndola un descanso, la retiré y dirigiéndome a las dos mujeres les dije:
–Mi esposa se ha despertado, quiero que le demostréis lo mucho que la amáis-.
No se hicieron de rogar, Carmen y Lili tumbándose cada una a un lado, la empezaron a acariciar y a besar, mientras yo observaba. Cuatro manos recorrían su cuerpo, cuando dos bocas se apoderaron de sus pechos. Xiu me miraba agradecida, pero necesitada de mis caricias. Separando sus piernas puse la cabeza de mi pene, en la entrada de cueva, pero aunque ella me pedía entre gemidos que la penetrara no lo hice, al contrario usando mi glande, me dediqué a minar su resistencia, jugando con su clítoris. Las dos muchachas mientras tanto, sin dejar de acariciar a su dueña, se besaban excitadas, y buscando su propio placer se masturbaban una a la otra. Los gemidos y jadeos mutuos las retroalimentaba, y el olor a hembra caliente recorrió la habitación. Paulatinamente, fueron cayendo en el placer, sus cuerpos se retorcían entre sí, en un baile sensual de fertilidad.
–Hazme el amor-, me exigió Xiu. La fuerza de su orden me hizo tambalearme. Supe al instante que había usado un poder semejante al mío al hacerlo. Hasta ese momento, no me había dado cuenta que la mujer estaba dotada del mismo don que yo, aunque mas femenino, no menos brutal. También me percaté que si cedía al mismo, nunca me podría liberar de su influjo. Y combatiéndolo, me levanté de la cama.
Xiu se sorprendió al ver que no obedecía, pero mas aún cuando usando toda mi fuerza, le exigí que se retractara. Intentó oponerse, asustada al sentir el choque de mi orden. La lucha de nuestras mentes, tuvo un efecto no previsto por ninguno de los dos, Carmen y Lili gritando se desplomaron desmayadas.
Era una lucha sin cuartel, de su resultado iba a salir un vencedor que dominaría al otro. Sin importarnos el destino de las muchachas, cada uno de nosotros luchaba por el suyo propio. No era que nos quisiéramos hacer daño, era una cuestión de supervivencia, de quien iba a ser el jefe de la manada y quien su subalterno.
Creo que ella estaba igual de alucinada que yo. Mi padre me había mentido cuando me dijo que éramos únicos, enfrente mío tenía la prueba de su mentira. Y cabreado pensé que él ya lo sabía debió de saberlo con anterioridad y usando un método de apareamiento selectivo concertó nuestro matrimonio. Mientras me defendía, como si fuera una película pasaron por mi mente las imágenes de la noche anterior, y en ellas encontré el arma que necesitaba para dominarla.
–Xiu-, le grité con las últimas fuerzas que me quedaban, –soy tu marido, y el futuro padre de tus hijos, ¿no querrás que sea tu perrito faldero?-.
Di en el clavo, la fuerza de su educación, unida a la propia necesidad de transmitir su genes la desmoronaron, y cayendo a mis pies, me dijo llorando:
–Perdona, mi amor. La sorpresa de descubrir que eras como yo, me nubló la mente. Eres mi dueño-.
Su arrepentimiento era genuino, y en sus pensamientos descubrí no solo la congoja de haberme desafiado sino el convencimiento de su dependencia. Había vencido la batalla pero tenía que vencer la guerra, Por eso debía de someterla, que supiera que era su macho, y que no había nada que ella pudiera hacer para evitarlo.
–Vuelve a la cama, y espérame-.
Obedientemente, se tumbó en el colchón. Su cerebro no dejaba de debatirse entre la sumisión y la lucha, mientras me ocupé de las dos muchachas. Afortunadamente, no habían sufrido daño, solo la tensión de nuestra mentes le habían hecho perder el conocimiento. Hice desparecer el recuerdo del sufrimiento de sus memorias y ya mas tranquilo me giré para someter a mi esposa.
Me esperaba mirándome con los ojos abiertos de la incertidumbre de no saber que le esperaba. Por eso no pudo reaccionar a tiempo, cuando de un tortazo le tiré en la cama. Como si fuera una gata se levantó con las garras dispuesta a arañarme, pero entonces le dije:
–Mira lo que has hecho a tu hermana, y a Carmen. Pudiste matarlas, y encima ahora te revelas-, saber que tenía razón la hizo llorar, su agresividad se desmoronó como un azucarillo en el agua al oírme.
Viendo su indefensión, abriéndola de piernas la penetré diciendo:
–Deja de luchar, estas perdida-, percibí su derrota cuando abrazándome con sus piernas profundizó mi embestida.-Eres mía, y ahora mismo te vas a correr o jamás volveré a poseerte-, sus defensas nada pudieron hacer para parar mi orden. Desde lo mas profundo de su ser como un tsunami, el placer demolió los restos de su oposición y con grandes estertores un brutal orgasmo la envolvió.
–Soy tuya-, me contestó con la voz entrecortada, por el placer.
–Ruégame que te use-, le dije mientras le pellizcaba cruelmente un pezón.
–Ya me estas usando-, me replicó con su ultimo resquicio de rebeldía.
Sin medir las consecuencias, le di la vuelta, y sin mediar palabra le azoté su trasero castigándola. Nadie jamás le había tratado así. Sabía que era la hora de la verdad, debía de someterla a mis ordenes o la perdería para siempre. Lloró al verse humillada por mi tratamiento, pero con cada azote, su mente iba adquiriendo el convencimiento de mi dominio, hasta que la evidencia que era mía le provocó que se empezara a excitar. Sus lloros se convirtieron en sollozos callados, al decirme:
-¡Úsame!-.
Totalmente sometida, se puso a cuatro patas en la cama. La hermosura de su cuerpo entregado, me afectó, y dándole un beso le dije que no hacía falta, que con su arrepentimiento me bastaba. Pero ella, sin cambiar de posición me volvió a repetir:
-¡Úsame!-.
Le urgía ser tomada, necesitaba que su dueño la terminara de domar. Viendo que no había otra solución, recogí parte del flujo que manaba de su interior, y cuidadosamente le fui embadurnando su esfínter. Ella al notarlo, empezó a gemir de placer, pidiéndome que acelerara. Pero no quise dañarla y hasta que conseguí relajarla y mis dedos entraban y salían sin oposición, no puse mi pene en su entrada. Entonces, acariciando su espalda, le pregunte si estaba lista, ella sin contestarme se fue introduciendo mi sexo, mientras dos lágrimas surcaban sus mejillas.
-¿Te duele?-, le pregunté cuando se lo hubo metido completamente, y sus nalgas tropezaban con mi cuerpo.
-Si, pero me gusta-, me contestó empezando a mover sus caderas.
La dejé llevar el ritmo. Xiu notaba que tanto su esfínter como su voluntad se desgarraban en cada embestida, y relajándose fue incrementando la velocidad en la que se ensartaba, y paulatinamente la excitación le pedía mas. Tuve que ayudarla , poniendo mis manos en sus hombros, para evitar que mi sexo se saliera. Ella, ya sin control, me rogó que me derramara en su interior.
–No, Xiu-, le dije sacándosela,-quiero que ahora seas tú quien me use, yo también soy tuyo-.

–Entonces, quiero volverla a sentir en el mismo sitio-, me gritó usando su poder. Esta vez no me resistí y penetrándola de un golpe, empecé a galopar con un único destino, el explotar en su interior. Xiu chilló al verse empalada nuevamente, y cayendo sobre el colchón entre convulsiones me pedía que me corriera. Al sentir que se me acercaba. Le dije al oído:
-Hagámoslo juntos-, y desparramándome en su interior me corrí. Ella se vio empujada al orgasmo al experimentar como mi semen la llenaba, y masturbándose ferozmente con el pene dentro, se vino gritando mi nombre.
Nos quedamos abrazados mientras nos recuperábamos. Ambos estábamos agotados, adoloridos pero a la vez con la certidumbre que habías encontrado nuestra pareja. Nunca mas estaríamos solos. Recordé que mi Padre me había pronosticado una vida de soledad, en la cual nunca encontraría una pareja de la que estuviera seguro de que estaba conmigo por amor y no por obligación, pero la mujer que tenía al lado había destrozado esa predicción. Ya no temía al futuro, teniendo a Xiu a mi lado.
-¿Desde cuando sabes que eres un titán?-, me dijo en voz baja pegándose a mi cuerpo.
“Titán”, pensé, “se refiere a mi poder, usando el nombre de los seis hijos de Urano, que habían conquistado el universo, nombrando a Cronos, el menor de ellos, como rey de la creación”.
–Desde hace menos de un mes-, le respondí, –y ¿Tu?-.
–Sé que soy una titánide, desde hace cuatro años-, me contestó sobrecogida por lo que significaba, había sido derrotada por un novato, –Debes de ser el mas poderoso de nosotros, sino no hubieras podido someterme-.
-¿Nosotros?, ¿es que hay mas?-
–Según la mitología seis hombres y seis mujeres, si nos descontamos a nosotros, a tu padre y al mío, todavía hay ocho. Tres hombres y cinco mujeres-, y mirándome a los ojos, me dijo,-nunca se ha presentado el caso que un titán y una titánide se unieran, ¡imagínate el poder que tendrá nuestro hijo!-.
Me quedé meditando sobre ello, el poder genera odios y si sumamos a los nuestros él de un futuro retoño, todo el mundo intentará acabar con nosotros.. Como mi esposa y compañera debía de saberlo, le expliqué con todos los detalles mi origen y los de mi familia, contándome ella los suyos. Xiu provenía de una familia casi tan vieja como la mía, que había perdido China en manos de los mongoles de Gengis Kan, siendo Zaho Bing el último emperador Song, y el primer titán de su familia.
–Ya sé como encontrar a los restantes-, le dije.
-¿Como?, nadie sabe la forma de hallarlos-, me contestó con sorna.
–Yo, sí-, le dije mientras la acariciaba,-Venimos de familias que han perdido sus reinos por una invasión, concentremos nuestro esfuerzos en hallar a los descendientes de viejos imperios y encontraremos a nuestro titanes-.
Nunca se le había ocurrido, por lo obvio que resultaba supo que tenía razón. Y dándome un beso, me dijo:
-¿Por donde empezamos?-.
–Por Roma, es el imperio mas grande de occidente, y además está en Europa, tenemos unos aliados que sin saberlo se van a unir a nosotros, los utilizaremos sin revelar ni nuestras intenciones ni tu poder-.
Riéndose a carcajada limpia me preguntó que quien iban a ser los afortunados y como los íbamos a encontrar.
–Son ellos los que se han puesto en contacto conmigo. Se hacen llamar “la espada de Dios”, y creen que me tienen agarrado, dejemos que ellos trabajen para nosotros, los usaremos para nuestros fines y después nos desharemos de ellos-, le contesté explicándole la visita del día anterior, donde el representante de ese grupo tan extraño me había abordado y amenazado.
–Puede ser peligroso-, me replicó.
–Lo sé, pero no más que dejar que los otros titanes nos encuentren antes-, y cambiando de tema, le dije que teníamos que despertar a las muchachas. Pero antes de hacerlo, fue ella la que me descolocó diciéndome:
–Esposo mío-, supe que al usar la forma digna, me quería pedir algo, -¿sabes que los titanes solo engendran de uno en uno?.
–Si-, le contesté, sabiendo lo que me iba a pedir, –No te preocupes hasta que estés embarazada, evitaré correrme dentro de otra que no seas tú-.
–No tienes por que hacerlo, seré yo quien se ocupe de que tu semen no germine en ellas. Pero ahora quiero comprobar si a mi macho le excita tener una hembra dispuesta a ser madre-, me dijo bajando por mi cuerpo.
Esta vez, hicimos el amor sin prisas, cariñosamente entregándonos el uno al otro como iguales, sin vencedores ni vencidos, compartiendo cada momento de nuestra unión como si fuera el primero. Fue sublime el sentir como nos fundimos en cuerpo y mente. Poniéndose encima de mí, introdujo mi pene en ella, mientras exploraba mi cerebro. Compartimos nuestros recuerdos y nuestras experiencias, antes incluso que nuestros fluidos, y en un climax brutal nos retorcimos en la cama, alcanzando el cielo.
–Veamos como siguen-, le comenté revisando a nuestras dos concubinas. Tras un análisis inicial decidimos despertarlas. No había otra forma de saber a ciencia cierta que no habían recibido ningún daño. Yo me iba a ocupar de Lili mientras Xiu debía de espabilar a Carmen. Lo hicimos lentamente, induciéndoles la idea de que se habían quedado dormidas por el esfuerzo, pero en cuanto empezaron a recuperar parte de la conciencia supimos que algo había pasado. Era como si sus mentes fueran una prolongación de la nuestras, de repente me vi mirando por los ojos de la chinita, sintiendo su piel y su cuerpo. Y a ella le ocurría lo mismo.
-¿Qué ha ocurrido?-, me preguntó Xiu, hablando por la boca de Carmen.-¿Dónde están?.
-No lo sé-, le conteste, –creo que lo mejor es que las volvamos a dormir, no pueden seguir así. Nos hemos apoderado de sus mentes-.
Llorando con dos gargantas, Xiu me dio la razón. Se sentía culpable de la desaparición de las muchachas. Era agobiante el tener dos cuerpos, estar mirando con cuatro ojos. No teníamos ni idea de cómo devolverles su cuerpo, ni siquiera sabíamos si habían desaparecido totalmente de sus cerebros, sin dejar rastro.
Calmando a mi mujer, le dije: –Por ahora que descansen, no te preocupes porque vamos a encontrar la forma de sanarlas, pero recuerda que mientras tanto tendremos que despertarlas para que al menos se alimenten y hagan sus necesidades-.
Los problemas se nos acumulaban, por lo que había que establecer prioridades y el mas urgente eran ellas. Totalmente de acuerdo en eso, nos pusimos a buscar en la biblioteca de mi padre, algún libro que hablara sobre alguna experiencia semejante. Cada vez mas nerviosos por no hallar ninguna referencia, no pudimos evitar empezar a discutir. Xiu creía que debíamos acudir a un psiquiatra, que no veía otra solución. Me arrepentí de como la había vencido, sin saber había usado a su hermana como arma arrojadiza contra ella, y ahora el sentimiento de culpabilidad la estaba hundiendo en una preocupante depresión.
–Y ¿que quieres decirle?, que hemos tomado su mente y que ahora no podemos devolverles su cuerpo. Imagínate lo que ocurriría, de irnos bien seguramente nos tomaría por locos, o pensaría que estaríamos ejecutando un fraude, pero de creernos para él sería el mayor descubrimiento de la psiquiatría y no tengas ninguna duda que nos encerrarían como conejillos de indias-.
–Entonces, ¿qué hacemos?, ¿quién nos podría ayudar?-
–Desgraciadamente, nadie. La ciencia oficial no ha descrito ningún caso parecido pero..-, de pronto me vino a la mente un reportaje sobre brujería que había visto en la tele.
-¡Que!-, me gritó Xiu desesperada.
-No es seguro, pero puede que nos estemos equivocando de enfoque. Me imagino que habrás oído hablar de santería y zombies-.
Me interrumpió mandándome a la mierda, me dijo que como podía solo el pensar en hablar con uno de esos charlatanes. No dando mi brazo a torcer le dije:
–Para la medicina occidental, la tradicional china carece de sustento y no es mas que superchería-.
–No es lo mismo-, me contesto defendiendo la medicina de su país,- es una practica milenaria-.
–Igual que las religiones animistas africanas-, le repliqué,-y lo peor es que no se me ocurre otra vía-.
Quedamos en silencio, sabiendo las remotas oportunidades que teníamos de que nos sirviera de algo acudir a un santero. Al igual que mi esposa, no confiaba en encontrar a un verdadero practicante de esta fé. En los periódicos se anuncian muchos pero como íbamos a distinguir los verdaderos de los farsantes. Gracias a Xiu, encontramos la solución.
–Usando nuestro poder-, me dijo, -si sondeamos a los diferentes sacerdotes sabremos separar a la escoria de los auténticos -.
Fue una pequeña luz, una esperanza a la que se agarró con violencia, para evitar el desmoronarse. Nos pasamos toda la mañana, acumulando información sobre los diferentes centro ocultistas de Madrid, descartando directamente a todos los servicios de adivinación telefónica y parecidos. Terminada la lista de los candidatos mas idóneos, discutimos como abordarlos, bajo ningún concepto debíamos descubrir nuestras verdaderos motivos y menos podíamos hacer ostentación de nuestros poderes, pero tampoco podíamos hacernos pasar por unos curiosos. Al final, creímos que lo mas conveniente era hacerles creer que éramos unos estudiantes de psicología interesados en estos temas.
Pero antes de irnos teníamos que resolver un problema doméstico, las muchachas no habían bebido ni comido nada durante las últimas dieciocho horas. Recordando lo extraño que nos había resultado manejar dos cuerpos a la vez, le dije a Xiu:
–Mira, vamos a tumbarnos junto a ellas, para despertarlas. Si al hacerlo todo vuelve a la normalidad que bueno, pero de no ser así, nos resultará mas sencillo si nos mantenemos en la cama sin movernos y con los ojos cerrados-.
Llegaba la hora de la verdad, y con muy pocas esperanzas, las devolvimos la conciencia. Pero se cumplieron los peores augurios, en el momento de su despertar fue como si encendiera un segundo monitor, paulatinamente fui adquiriendo la posesión de Lili, primero sentí la sabana sobre su piel, después era como si mi propia alma recorriera sus dedos, sus brazos y piernas absorbiendo sus nervios y músculos. Con miedo, abrí sus párpados, a mi lado estaba Carmen pero en su mirada descubrí a Xiu. Habíamos fallado y con la certidumbre de nuestro fracaso, nos levantamos sin hablar.

Su vejiga me dolía, y sin perder mas tiempo me dirigí al baño. Fue cuando empecé a percibir las sutiles diferencias de estar en un cuerpo femenino, al ponerme frente al retrete busqué con mi mano el pene, y sonreí al no encontrármelo. Tuve que sentarme para hacerlo, la posición no me resultó extraña, no en vano los hombres nos tenemos que sentar para vaciar nuestros intestinos, pero cuando liberé sus músculos orinando, me sorprendió la sensación. No sé como explicarlo, los hombres cuando lo hacemos, no solo relejamos los músculos sino que el orín recorre nuestro pene en su trayecto de salida, mientras que en ese momento era como si se vertiera directamente. En cuanto terminé, fui sustituido-a por Carmen, que no era Carmen en la taza. Y esperándola me quedé contemplándome en el espejo.
Lili era una muñeca de un metro cincuenta, por lo que su ángulo de visión era diferente al mío, las cosas se veían diferentes, pero fue al ir a meterme en la ducha, cuando realmente recapacité que debía de tener cuidado al moverme. Casi me caigo, no habiendo levantado mi pierna suficientemente, tropecé con la bañera, y cabreado solté un improperio. Pero la voz que oí, no era la mía sino la de ella.
–Lili, ¿estás bien?-, escuché la voz de Carmen preocupada, pero justo cuando iba a contestarla, me di cuenta que estaba llorando. Sabía que le pasaba. Xiu dentro de la muchacha, había reaccionado instintivamente sin caer en que era yo, el que casi se cae, y no su hermana. Al darse cuenta de su error, la tristeza de la perdida le hizo llorar.
Tratando de consolarla, le pedí que me abrazara. Y desnudas bajo la ducha, lloramos unidas por el dolor. Carmen es mucho mas alta que la chinita, por lo que al abrazarme, mi cabeza quedaba a la altura de su cuello. Y por vez primera me sentí indefenso dentro de un cuerpo tan minúsculo. Hallé el consuelo en sus labios, fue un beso posesivo, Xiu forzó mi boca con su lengua, y cogiéndome del pelo lacio de su hermana, empezó a recorrer su cuerpo con sus manos. Experimenté lo que se siente, cuando una mujer es acariciada. Los pezones de mi pecho se irguieron en cuanto las yemas de Carmen se acercaron a tocarlos y ya totalmente excitado abrí mis piernas para que se apoderara de mi sexo. Xiu se agachó en la ducha, y acercando su boca a mi ahora pubis depilado, separó mis labios y con fruición lamió con su lengua mi clítoris. Casi me caigo al notarlo, como si fuera una descarga eléctrica el placer recorrió mi pequeño habitáculo, por lo que con ganas de seguir disfrutando me senté en la bañera. Carmen-Xiu, se arrodilló en frente mío, su morena piel resaltaba contra el pálido color de mi cuerpo. Pasé mis pies por encima de sus hombros de forma que tenía todo mi sexo a su disposición. No se hizo de rogar, acercándose a mi me mordió el botón de mi entrepierna, mientras que con sus dedos me penetraba. Gemí al ser violada mi vagina, y de pronto una extraña sensación se fue apoderando de mi cuerpo. Tardé en reconocerlo, como hombre el orgasmo llega por oleadas, breves e intensas, pero en ese momento lo que estaba experimentando era diferente. Asustado-a sentía que algo distinto se avecinaba. De igual forma que a una radio se le va incrementado el volumen poco a poco, así me notaba que se iba acumulando en mi interior, explotando de improviso mientras me derramaba en su boca. Jadeando con la respiración entrecortada, mi vagina se llenó de un espeso líquido, que Carmen como posesa bebió, satisfecha por el placer que me había dado.
–Gracias-, le dije agradecida. Acababa de descubrir mi lado femenino y curiosamente tuve que reconocer que me gustaba.
Quise devolverle el favor, pero se negó, diciéndome que tenía hambre y que además teníamos trabajo que hacer. Como casi siempre tuve que reconocer que tenía razón, yo mismo tenía un agujero en el estomago. Y saliendo de la ducha, le extendí una toalla, mientras que con otra me secaba.
–Me siento rara en este cuerpo-, me dijo Xiu. Me miraba con una profunda tristeza en sus ojos. –No sabes lo que siento al verte dentro de mi hermana. Es super doloroso saber que puede que no vuelva, pero a la vez me alegro que seas tu quien se esté haciendo cargo de su cuerpo, no hubiera podido soportar que otra persona lo hiciera-.
No supe que contestarle, comprendía su duelo, no podía dejar de pensar que hubiese sentido yo, de ser mi hermana adoptiva la que hubiese desaparecido. –Vamos-, le dije cogiéndole de la mano, –hay que comer algo-.
Comimos porque había que alimentarlas pero no porque nos apeteciera. Al principio no nos resultó sencillo el hacerlo ya que no estábamos acostumbrados a las distancias de sus cuerpos. Mas de una vez al tratar de llevar el tenedor a la boca, erré el destino y me manche la mejilla. Xiu se rió al ver mis dificultades con los cubiertos. Pero dándose cuenta de lo que significaba me dijo:
–Si esto se prolonga, deberemos dedicar unas horas diarias a ejercitarlas. No quiero que sufran daño por estar inactivas-.
–A Lili le gustaba azotar a Carmen, cuando quieras empiezo-, le contesté en son de broma.
–Siempre que dejes que con mi verdadero cuerpo te castigue, amado mío-, me replicó siguiéndome la corriente.
La sola perspectiva de amarla con dos cuerpos a la vez, hizo que me excitara, y solo la prisa que teníamos por encontrar una solución a la situación de las muchachas, evitó que lo pusiera en practica.
-¿Nos vamos?-, le pregunté nada mas terminar de comer.
–Si, pero antes acostemos estos cuerpos-, me contestó Xiu.
–No, es mejor que salga yo, al menos, en Lili. Piensa que esos tipos de la “espada de Dios”, me siguen. En cambio no se les ocurrirá que esta preciosidad soy yo-, le repliqué moviendo el trasero.
-Entonces yo iré con el de Carmen, y así al menos caminará un poco-, me dijo en un tono que me indujo a pensar que le había molestado mi comentario.
Dándole un beso en los labios, le susurré:
–Seremos dos lesbianitas paseando su amor por Madrid-.
Volvimos al cuarto donde estábamos en la cama, y abriendo mis ojos nos vi entrar por la puerta. Casi me tropiezo con la cama al sentirme desorientado. Decidí cerrarlos para no sufrir un accidente.
Xiu me eligió la ropa. Al ponerme el sujetador tuvo que ayudarme porque me vi incapaz de hacerlo solo. Pero el colmo fue cuando subiéndome a unos inmensos tacones, intenté caminar. Estuve a punto de romperme una pierna al caerme desde esa altura, por lo que muerto de risa le dije:
–Será mejor que vaya con zapatillas, no vaya a ser que terminemos en un hospital-.
Entre risas, salimos del piso para encontrarnos de frente con Patricia, que salía de su casa. Esperamos las tres juntas la llegada del ascensor. De reojo nos miraba como queriendo preguntarnos algo. Justo cuando llegó y antes de abrir la abrir la puerta, dirigiéndose a mí, preguntó:
–Disculpad, os he visto salir de casa de Fernando…-.
De repente Xiu le cortó diciendo:
-¡Ni se te ocurra!, ¡es nuestro!-.
El silencio que se apropió de ascensor, se podía cortar con un cuchillo. Las dos mujeres se estaban taladrando con sus miradas, eran dos duelistas a punto de desenfundar, y solo lo exiguo del trayecto hizo que al abrir la puerta, al tomar cada una un camino, la tensión se relajara. O eso creí. Pero en cuanto la rubia se hubo marchado Xiu me tiró del brazo diciéndome:
-¿Quién es esa puta?, o ¿te crees que no he podido leer en su mente que te la has tirado?-.
–Una vecina que conocí, no tiene importancia-, le solté esperando que se tranquilizara al saberlo.
–Eso espero, ¡Somos tres para cortarte los huevos!-, me gritó ante el asombro de las personas que había en el portal,-Si alguna vez quieres acostarte con alguien que no seamos nosotras, piénsatelo antes-.
Inconscientemente me llevé la mano a mi entrepierna. Al no encontrarme nada, recordé que estaba en el cuerpo de la chinita, y buscando desdramatizar el tema, solo se me ocurrió decirla:
-No tengo huevos-.

–Si tienes-, me contestó con una sonrisa.
Acababa de descubrir, que mi queridísima esposa era celosa. No sé porque me extrañaba, en su cultura el matriarcado es la forma imperante, los maridos deben una completa sumisión a sus mujeres. Tenía que decirle algo.
–Xiu no hay nadie mas importante que tú. Dame un beso-.
La voz falsamente apenada que puse le hizo reír y dándome un azote en el culo, me dijo:
–Al andar mueve las caderas, ¡qué pareces un marimacho!-.
Obedeciéndola y mientras llamaba al Taxi, no dejé de menear mi trasero.
No tardamos en coger uno. Al subirnos, el taxista nos echó una mirada de esas de las que tanto se quejan las mujeres. Empezando por las piernas para terminar fija en los pechos. Xiu al percibir que me molestaba le soltó:
–Guapo, cierra la boca, que se te cae la baba, y llévanos a Espronceda 3-.
El conductor, un hombre ya entrado en la cincuentena, cogió la indirecta, y sin contestar a la impertinencia, arrancó el vehículo. Durante toda la carrera el taxista se mantuvo callado y solo cuando ya le habíamos pagado, y Xiu se había bajado del coche, me dijo:
–Menuda zorra, es tu amiga. Se le nota que esta mal follada-.
–En cambio, tú debes de tener el culo partido de tanto como te la meten-.
Al escuchar mi insulto, Xiu se echó a reír y cogiéndome del brazo, nos dirigimos a nuestra primera cita. Eso sí, esta vez no me olvidé de contornearme al andar.
Convencidos de las pocas posibilidades que teníamos de obtener ayuda, entramos en el portal. La consulta del brujo estaba en el sótano. Y ya desde la escalera se podía olor la mezcla de mejunjes típicos de la santería. Era ácido, penetrante, estuve a punto de estornudar al sentir como irritaba las fosas nasales de Lili. No tuvimos que tocar el timbre, la puerta estaba abierta. Al pasar a la consulta descubrímos una decoración grotesca, las imágenes de santos católicos se mezclaban en siniestro desorden con imágenes de demonios y de dioses africanos.
En un mesa desvencijada se encontraba una jovencita con el pelo peinado a rastas, que nada mas mirarnos se levantó haciéndonos pasar a una sala, todavía mas siniestra. El tufo que desprendían los diferentes instrumentos, provocó a Xiu una arcada.
-¡Que asco!, huele a gato muerto-, protestó mientras se recuperaba.
No tuve tiempo de darle la razón, por la puerta había hecho su aparición la bruja. Era una decrepita anciana de raza negra cuyas arrugas nos hablaban de la mucha experiencia recogida, y los grandes conocimientos que había acumulado durante una larga vida.
Nada mas vernos se quedó paralizada, y sin prolegómenos fue directamente al asunto preguntándonos:
-¿Qué pueden desear dos titanes y sus cuerpos poseídos de mí?-.
Contra todo pronóstico, la vieja nos había reconocido al instante. De nada servía disimular.
-Necesitamos ayuda-, le contesté, antes de explicarle con todo detalle, que nos habíamos apoderado de dos cuerpos amigos sin saberlo, y que queríamos devolvérselos a sus legítimos dueñas.
Belmoth, así se llamaba la bruja, nos escuchó sin interrumpirnos y solo cuando hubimos terminado, pidiéndonos permiso nos dijo:
-La posesión es irreversible, estos cuerpos siempre estarán a su disposición-.
-Entonces, ¿mi hermana ha muerto?-, dijo Xiu echándose a llorar.
-No, está esperando que el titán le dé permiso para volver-.
Sus palabra fueron un rayo de esperanza al que agarrarse pero había un problema no sabíamos como hacerlo. Al preguntarle el modo, la vieja nos contestó:
-No lo sé. Según las leyendas, los titanes pueden entrar y salir de los cuerpos con solo desearlo. Lo que les ocurre es que sus propios reparos les ha impedido tomar completo posesión de ellas, deberán hacerlo para liberarlas de su encierro-.
Por mucho que intentamos que nos aclarara el asunto, no pudo, sus conocimientos llegaba hasta ahí. Tristes pero esperanzados, salimos del local, pero antes indujimos a la anciana y a la joven a olvidar nuestra visita.
Decidimos volver a casa directamente, yo en lo particular estaba cansado de estar en un cuerpo femenino y deseaba volver a sentir mi pene entre las piernas. Al decirle a Xiu como me sentía, ella dándome un beso me contestó:
-Yo también quiero sentir “tu pene entre mis piernas”-.
La burrada hizo que me excitara y corriendo paré otro taxi, para que nos devolviera a casa. Menudo espectáculo le dimos a su dueño, durante todo el trayecto no paramos de besarnos y de meternos mano ante la atónita mirada del taxista. Como sería la temperatura de nuestro agasajo que al ir a pagar, el buen hombre dándonos su tarjeta, nos dijo que no hacía falta y que siempre que quisiéramos le llamáramos que no importaba la hora, que el vendría encantado.
Brutalmente excitadas, corrimos hacía la habitación desnudándonos en el trayecto y metiéndonos en la cama junto a nuestros cuerpos, nos olvidamos de dejar a estos dormidos.
Necesitaba de Xiu, en todas las facetas, y mientras le hacia el amor con el cuerpo de Lili, empecé a acariciarle con el mío. Era increíble el estar poseyéndola dos veces. Acariciándola con cuatro manos y besándola con dos bocas en sus dos coños, conseguí que se pusiera a mil. Fue entonces cuando mi lado perverso actuó, y abandonando el cuerpo de Carmen, me concentré en el verdadero penetrándole mientras que con la boca de su hermana me apoderaba de sus pechos.
Xiu protestó diciendo que quería disfrutar en los dos a la vez, y riendo le dije que fuera ella quien se masturbara. En vez de hacerlo en la forma tradicional, cogió el cuerpo de Carmen y poniéndose a horcajadas sobre su boca, empezó a morder y a torturar el clítoris que tenía poseído. Fue ella misma la que metíendose dos dedos, mientras yo seguía embistiendo su otro coño, la que se provocó el orgasmo, y chillando y gritando se corrió en su boca y en mi pene a la vez.
El cuerpo de Carmen cayó desplomado sobre la cama, mientras que yo seguía dándole el mismo tratamiento al genuino, y estaba a punto de correrme cuando oí que incorporándose, Carmen nos decía:
-¿Que ha pasado?, -.
No le contestamos, ya tendríamos tiempo de explicarle lo ocurrido y agarrándole del pelo, puse su boca en la cueva de Lili. Sentí como me separaba los labios, y como con su lengua se fue acercando a mi clítoris, mientras que mi miembro seguía dentro de Xiu.
Fue la propia Xiu quien me dijo quitándose de debajo mío:
-Debes de ser tu, quien lo haga-.
Tenía razón, ella había conseguido liberar a Carmen poseyéndose a si misma, por lo que tumbando a Lili, con las piernas abiertas, me acerqué con mi pene erecto. De un solo golpe, me penetré a mi mismo. Percibí como mi vagina se iba llenando al ir ocupando con mi sexo todo su interior. Y abrazándome con las piernas, empecé a galopar mientras las dos muchachas se ocupaban de mis pechos.
Mi doble orgasmo no tardó en llegar, y sintiendo las dos vertientes del placer me corrí clavándome las uñas en mi espalda.
De repente me vi expulsado de Lili, y en sus ojos incrédulos la reconocí al instante, había vuelto. Por fín estábamos los cuatro juntos, y dándole un beso le dije a su hermana:
-Te toca explicarles que ha pasado-, guiñándole un ojo, -por algo eres la matriarca-.

↧
Relato erótico: “La tara de mi familia 5 / La espada del dios” (POR GOLFO)
No me esperaba que reaccionaran como lo habían hecho. Tanto Carmen como Lili, al saberse poseídas, se sintieron humilladas. Por mucho que Xiu les tratara de explicar que no había sido nuestra intención y que si había ocurrido era debido a nuestra inexperiencia, no quisieron aceptar sus excusas. Estuve oyendo gritos, lloros e insultos durante más de una hora, hasta que cansado decidí intervenir.
–Ya está bien-, dije nada mas abrir la puerta,- Xiu se ha tratado de disculpar, no fue nuestra intención el apoderarnos de vuestros cuerpos. Somos diferentes, y como no hay ningún manual que nos enseñe a ser titanes, podemos equivocarnos–
-¿Equivocaros?-, me respondió Carmen con una mezcla de desprecio y de aprensión,-Nos habéis usado, manipulado-.
Tenía razón en todo, pero no tomaba en cuenta que no fue algo premeditado. Leí en su mente, el profundo temor que le infundíamos. Si no buscaba una rápida solución, las íbamos a perder para siempre.
-¿Manipulado?-, le grité,-No tienes idea de lo que hemos pasado hasta devolveros vuestro cuerpo. Podíamos habernos quedado con ellos, pero no, buscamos una vía para volvierais-.
–Encima querrás que os demos las gracias-, me espetó a la cara.
-Pues si-, le dije.
Al oírme, la chinita que se había mantenido en un prudente silencio, me escupió a la cara y cogiendo de la mano a Carmen, intentó salir de la habitación. No las dejé, antes tenía algo que decirles.
–Si queréis iros, no os lo voy a impedir, pero quiero que sepáis que tendréis las puertas abiertas de nuestra casa para volver-, y cogiendo de un cajón un sobre con dinero, se los di diciendo: –Nos hemos podido equivocar, pero quiero que sepáis que para nosotros seguís siendo nuestras mujeres, y no os vamos a dejar en la estacada. Lo único que os exigimos es que bajo ningún concepto, contéis a nadie lo que somos-.
Humilladas o no, cogieron el dinero. Ambas se dieron cuenta que jamás serían capaces de traicionarnos, y deseando que se lo impidiéramos salieron del dormitorio.
En cuanto, se hubieron ido, Xiu se echó a llorar por su perdida. Pero dándole un beso, le dije:
-No te preocupes, que volverán-.
No me creyó y menos cuando escuchamos como recogiendo sus cosas, salían del piso, sin saber hacia donde se dirigían. Era la primera vez en quince años que se separaba de su hermana. Tristísima me relató, como había sido la llegada de Lili. Un día al volver del colegio, su madre le dijo que tenía una sorpresa, y presentándole a una niña de cinco años, que no paraba de llorar, le comunicó que desde ese instante era su hermana. Por lo visto, en plena revolución cultural, se había quedado huérfana ya que sus padres habían sido purgados por ser intelectuales, y que al verla desamparada, su familia la había acogido como hija. Con ella había pasado toda su infancia y adolescencia, y ahora veía que la había perdido.
Traté de consolarla, pero rehuyendo mi abrazo, se encerró en el baño. Su dolor era inmenso, y sin poderlo evitar lo radiaba a su alrededor, de tal forma que no pude prever la llegada de los hombres de la secta. Durante un rato interminable, intenté que saliera de su encierro, pero al ver que mis intentos eran infructuosos, me fui a tomar algo a la cocina.
Me estaba preparando un café, cuando sigilosamente, sin hacer ruido, Xiu me abrazo por detrás.
-Me siento sola-, me dijo entre sollozos.
Me di la vuelta para besarla. Lo que en un inicio era un beso suave se torno en posesivo. La mujer necesitaba de mí, y con la urgencia de la desesperación empezó a desnudarme . Mi ropa cayó echa un ovillo mientras ella se arrancaba el vestido. Enardecido por su deseo, con mi brazo retiré todo lo que había sobre la mesa de la cocina sin importarme que se rompieran al caer al suelo y tomándola en mis brazos la deposité encima de ella.
Ella misma agarrando mi pene entre sus manos, lo colocó a la entrada de su sexo, y asiéndome con las piernas, de un solo golpe se lo introdujo por entero. La dureza de la penetración la hizo chillar de dolor, pero sin esperar a acostumbrarse me pidió que me moviera, que necesitaba ser amada.
Obedecí, sabiendo que no podía fallarla. Mis caderas se acomodaron entre sus muslos mientras mi extensión disfrutaba en su interior. Intenté hacerlo con cariño, pero ella me exigió que arreciara con mis ataques. Aceleré mis movimientos, imprimiendo un ritmo infernal. La humedad de su cueva me hablaba de su excitación, cuando de pronto me clavó la uñas en la espalda, retorciéndose de placer. Estaba como loca, enroscándose como una serpiente en mi cuerpo me seguía pidiendo que continuara empalándola, que necesitaba mi simiente en su interior. Era un coito agresivo que se transformó en violencia pura cuando dándome un tortazo, me gritó:
Cabreado por su golpe, saqué mi pene y dándole la vuelta sobre el tablero, le azoté el trasero, castigándola.
-¿Esto es lo que quieres?-, le espeté sin importarme sus gritos.
-No-, me contestó,- quiero que me castigues mientras me follas-.
Sin mediar palabra, le inserté toda mi extensión en su cueva, sin dejar de fustigar su culo con mis manos. Sus chillidos se convirtieron en jadeos, en cuanto sintió que la llenaba. Verla tan sumisa me excitó, y agarrándola del cuello, empecé a estrangularla. Asustada por la falta de aire, intentó zafarse de mi cruel abrazo, pero incrementando la fuerza de mi ataque la inmovilicé. Creí que se había orinado cuando su flujo recorrió mis piernas. Al darme cuenta que era un brutal orgasmo lo que había experimentado, la solté y buscando mi propio placer inicié un desenfrenada carrera, montando a mi yegua sin contemplaciones. Fuera de sí, me gritaba que me corriera, que necesitaba que me derramara en su interior. Usando sus pechos como soportes de mi deseo, incrementé la cadencia de mi asalto a su fortaleza, y coincidiendo con su segundo climax, me percaté de las primeras señales de mi explosión.
Queriendo verle la cara mientras me corría, le di otra vez la vuelta. Sus ojos me miraban suplicando que terminara sus castigo, pero su boca me imploraba que siguiera usándola. Como si fuera un tsunami, el placer surgió de mis entrañas asolando toda mi oposición y en grandes oleadas estallé dentro de ella. Xiu al notarlo, me abrazó con sus piernas de forma que mi semen se introdujo hasta el fondo de su vagina, mezclándose con el flujo de su gozo. Tuve que apoyarme sobre ella, para no caerme. La chinita me recibió con sus brazos abiertos y llorando me daba las gracias.
Sin saber en ese momento a que se refería me deje mimar. Sus besos recorrieron mi cara y mis labios, mientras mi pene expulsaba las últimos reservas de simiente. Totalmente exhausto, me tumbé en la mesa junto a ella, tratando de recuperarme, pero ella pensando que no había sido suficiente, se incorporó poniéndose a horcajadas sobre mi cuerpo.
-Quiero más-, me dijo acercando sus labios a mi sexo.
Me miró sonriendo antes de que abriendo su boca se introdujera toda mi extensión. Era una gozada el sentir a su lengua jugando con mi glande y a su manos. Poco a poco mi pene fue retornando a la vida, pero justo cuando acababa de alcanzar el culmen de su erección sonó el timbre de la puerta y Xiu creyendo que eran Carmen y Lili , salió corriendo desnudo a su encuentro.
Pero al abrir, se encontró con cinco hombres armados, que dándole un empujón entraron en el piso. Solo pude ver como aplicándole una inyección caía desmayada en el suelo, antes que me dispararan con un dardo paralizante. Sentí que se me doblaban las rodillas. Me vi rodeado, y justamente antes de perder la conciencia, percibí que me ataban mientras en volandas me sacaban de la casa.
Cuando recuperé el sentido, me encontré encerrado en una habitación, tumbado sobre una cama. Me dolía la cabeza, era como si dos agujas penetraran en mis sienes. Poco a poco fui incorporándome, tratando de observar a mi alrededor. La habitación era enorme, por la altura de sus techos, supe que debía encontrarme en un palacio, o algo semejante. Preocupado por Xiu la busqué a mi alrededor, pero no la encontré. Deseando que estuviera bien, no tuve mas remedio que esperar que el responsable de mi secuestro o alguno de sus secuaces viniera a verme.
Mientras me recuperaba, el odio y la sed de venganza se fueron acumulando en mi interior, por eso al oír que unos pasos se acercaban, me preparé para atacarle. Eran unos pasos cortos, medio renqueantes, como los de un anciano.
Al abrirse la puerta, no me extrañó que fuera un hombre de mas de ochenta años el que apareció. Lo que no me esperaba era su atuendo. Nada mas verle, con su casulla y su sombrero rojo, supe que me encontraba en frente de un cardenal católico, uno de los mas altos jerarcas de la iglesia. Solo el Papa tiene mayor poder.
Las arrugas de su rostro y lo delgado de su cuerpo le conferían un aspecto de indefenso que era una fachada. En cuanto entró sentí su poder. El viejo arrastrando sus pies, se dirigió hacía una de la butacas de la habitación y mirándome me ordenó:
-Ayúdame a sentarme-.
Me vi impelido a obedecerle, acercándole el asiento. Era tal el dominio que tenía, que me vi incapaz de rechazar su mandato. Estaba en manos de un titán mucho mas poderoso que yo, y nada de lo que hiciera iba a librarme de su influjo. Asumiendo mi inferioridad, me senté a su lado, esperando que me explicara el motivo por el cual me habían raptado.
No tardé mucho en saberlo, porque nada mas sentarse me dijo:
–Don Fernando de Trastamara llevo mucho tiempo buscándolo–
Su español era perfecto, con un ligero acento italiano. Su voz rota engañaba lo mismo que su aspecto, porque de todo su ser emanaba una autoridad omnipresente, de la que era imposible no verse subyugado.
-¿Quién es usted?-, le pregunté bastante acongojado.
-Los humanos me conocen como el cardenal Antonolli, pero mi verdadero apellido es Augústulo, y como te habrás imaginado soy descendiente del último emperador romano–
“Romulo Augústulo”, pensé, recordando que siendo un niño de diez años había sido vencido por el barbaro Odoacro, no pudiendo hacer otra cosa que mandar las insignias imperiales a su primo Zenón, entonces emperador de oriente. Los historiadores discuten todavía hoy sobre su destino, diciendo la mayoría que fue ajusticiado por el conquistador germánico, pero ante mí tenía la prueba de que estaban errados y que al menos vivió para tener descendencia.
-¿Qué quiere de mí?, ¿me puedo considerar muerto? O por el contrario me va a dejar seguir viviendo-, le respondí esperándome lo peor.
Su risa vacía resonó en la habitación.
-Tranquilo-, me dijo suavemente, y sin alzar la voz dictó mi sentencia: –Te necesito vivo. Como sabrás por mis hábitos, no he tenido descendencia, y necesito un heredero-.
“Heredero”, ahora si me había sorprendido. Por lo poco que sabía de mi especie, suponía que nos veíamos obligados a perpetuarla teniendo hijos, por lo que no comprendía como podía convertirme en beneficiario de su herencia. Sobretodo teniendo en cuenta que no necesitaba el dinero. Por eso le dije:
-Usted es un sacerdote, no esperará que yo le siga en su modo de vida, de ser así, le aviso que me niego. No estoy hecho para el celibato, y menos para obedecerle como una mascota-.
–No, muchacho. No quiero eso de ti. Al contrario es hora que los de nuestra clase tomen el mando, y para eso necesito que prosigas mi obra. Desde que tuve razón, descubrí que era distinto, y he dedicado mi vida a conseguir que los humanos tengan a por fin alguien que les dirija hacía su destino-, su mirada era de determinación, nada se podía cruzar en su camino, –sabiendo que había algo en mi interior, me dediqué a estudiarlo, descubriendo que somos únicos, y que durante siglos ha habido una selección de los mejores especimenes, decidí no tener hijos. No debía prolongar mi sangre. Soy diabético, tengo antecedentes de locura, y en cambio tú, eres todo lo que desearía ser, pero sobretodo dar-.![]()

–Y ¿qué tengo que ver en ello?-, le pregunté.
–Los titanes deben de reinar, y de todos ellos, tu padre era el mejor. Por eso y por que tenemos antepasados comunes, me decidí por tu rama.
-¿Mi rama?, ¿qué ha planeado para mí?-, le respondí sabiendo de antemano su opinión.
-Los titanes somos siete familias. No pude haber mas de catorce, por lo que entre padres e hijos completamos el número. Mi rama, la más antigua, ha estado organizando la reunificación durante siglos, pero nos faltaba localizar la tuya, afortunadamente la hemos encontrado, y encima su representante es un hombre, por lo que no hay que esperar mas para nuestro propósito-, me dijo con un deje de satisfacción por la tarea cumplida.
-¿Entonces?-.
–Eres mi Adan, el padre del futuro, que al contrario de Israel, tus descendientes serán los padres de cinco tribus en los cinco continentes-.
-¿Pero no había siete ramas?-, le pregunté bastante angustiado por la responsabilidad de lo que me proponía.
–Si, en Europa, hay tres. Pero a partir de mi decisión de no procrear, y la extinción de la hispana por su papel de creador, solo quedará la alemana-.
De lo que me estaba diciendo deduje que conocía la existencia de Xiu, que debía ser la representante asiática. “Debe de estar bien”, y buscando la confirmación, sin ponerla en peligro, le interrogue que quien era los otros.
–No me vas a hacer caer en contradicciones-, me replicó bastante enfadado,- A una, ya la conoces. Gracias a Xiu te hemos localizado, las restantes cuatro mujeres te las iré presentando a medida que demuestres que eres apto para tu misión-.
Con ganas de reunirme con ella, me abstuve de contestarle. Quería ver a mi esposa, y lo demás me importaba un carajo. Viendo que me quedaba callado, me sonrió. En su sonrisa irónica supe que se avecinaba una prueba, no pensaba fallar, y no por él sino por mí. Esperando que me tenía preparado, le solté:
-¿Cuándo empezamos?-.
Me miró diciendo:
-No me dejes mal-.
En ese momento, apareció por la puerta un impresionante ejemplar de mujer. Era una enorme hembra de raza negra que antes que me diera cuenta, ya me había soltado una patada, dirigida a mis testículos. Afortunadamente estaba preparado, por lo que no me resultó difícil el esquivarla. Estaba hecha una furia, no sé que le habían contado de mí o que es lo que se había imaginado, pero deliberadamente quería dañarme. Por eso, prudentemente busqué no enfrentarme a ella, y manteniéndome fuera de su alcance le pregunté que le pasaba, por que me había atacado.
–Soy Makeda, y si crees que me voy a rendir estas muy equivocado-, me contestó lanzándome otro golpe que de haberme alcanzado me hubiese noqueado.
No quería enfrentarme a ella, pero por mera supervivencia me defendí derribándola. Sus ojos me miraban con ira mientras se levantaba. Descubrí el peligro que encerraba, cuando intentando hacer las paces, le extendí mi mano, y ella rechazándola intentó volverme a atacar. Ya cabreado, no me limité a apaciguarla, y de un derechazo la tumbé en el suelo.
–Quédate quieta, no quiero dañarte-, le avisé.
–Yo en cambio, quiero matarte-, me dijo mientras se levantaba, –soy libre y así quiero seguir. Ningún hombre me ha vencido, y tu no vas a ser el primero-.
En eso consistía la prueba, en conseguir dominar a esta mujer, pensé mientras me alejaba de su lado. Fuerza bruta. Violencia.
El cardenal había preparado la trampa, y ambos éramos víctimas. Pero debía de conseguir someterla si quería volver a ver a Xiu.
Bajando mis brazos, en señal de indefensión le di un perfecto objetivo mientras le decía:
-Si es tu decisión, hazlo. Pero te aconsejo que no falles, por que solo te daré una oportunidad y si no la aprovechas, usaré la misma violencia para responderte, y no tendré piedad. Pero si no lo intentas, hablaremos-.
Mi postura le hizo confiarse, y sin mediar palabra dirigió toda la furia contenida contra mí, pero se encontró con que su presa aprovechándose de su error, en breves momentos le había inmovilizado. No se podía mover pero no estaba indefensa, sentí la orden mental de que la soltara. No me extraño que fuera una titánide , pero su poder no estaba entrenado, se notaba que la mujer prefería lo físico a lo psíquico, por lo que no me resultó difícil contrarrestarla. La boca de Makeda esbozó una sonrisa en cuanto sintió que la liberaba, pero que rápidamente se convirtió en mueca de pánico al sentir que no podía moverse. Aprovechando su confusión le di un mordisco en sus labios, como muestra de mi superioridad.
–Te dije que no fallaras-, le solté sardónicamente. El miedo se había apropiado de ella, y yo quería que aumentase, por lo que le mantuve inmóvil en el suelo mientras me volvía a tumbar en la cama. En una esquina de la habitación, observando con su fría mirada se mantenía el cardenal, y dirigiéndome a él le pregunté que si ya tenía bastante demostración.
Me contestó cuando ya abandonaba el cuarto:
-Xiu está en el Hotel Ambasciatori, habitación 617, en la Vía Veneto. Por cierto, llévate a Makeda, a mí no me sirve de nada. Es de la familia etiope-.
Por las palabras del anciano deduje que estábamos en Roma, la antigua capital del imperio que perdió su familia, luego debimos volar drogados desde Madrid. Quería volver a verla, pero antes me tenía que ocupar de la africana.
–Si te suelto, ¿te estarás quieta? o por el contrario querrás atacarme-.
Dándome un vistazo de arriba abajo, me contestó:
–El dueño de un perro no obedece al perro, lo patea–
Todavía le quedaban arrestos para enfrentarse a mí, por lo que sintiéndolo mucho, me vi forzado a castigarla humillándola.
–Tienes razón perrita, ven a cuatro patas para que te acaricie tu dueño-, le dije forzándola.
Intentó resistirse, pero tras unos momentos de lucha, vino a mi lado gateando sobre la alfombra. Cuando la tuve junto a mí, le acaricié la cabeza como a un animal y levantándome, después de avisarla que no se moviera, que no quería fallar, le di una patada en su trasero.
–Ahora ponte en pié, y no vuelvas a intentarlo. Tengo ganas de estar con mi esposa y me estás entreteniendo-.
Esta vez, me obedeció a la primera sin necesidad de manipularla, y curiosamente cuando como un caballero le cedí el paso en la puerta, me devolvió una sonrisa. Ya fuera en el pasillo, me cogió de la mano, preguntándome:
-¿Puedo preguntar como se llama? Y ¿cuándo me va a desposar?-.
Abrí los ojos por la sorpresa, me había malinterpretado, creyó que cuando dije que quería estar con mi mujer, me estaba refiriendo a ella. La idea no me parecía mala, pero recordando lo celosa que era mi chinita, era mejor que se lo planteara de antemano.

En su pueblo la poligamia debía de ser común, por que lejos de indignarse, levantó la cara al responderme y me dijo:
–No se preocupe, pasaré la prueba-.
Salimos del palacio, escoltados por un retén de la Guardia Suiza, que nos esperaban en el pasillo. Al verlos no me quedó ninguna duda, no solo estábamos en Roma, sino dentro del Vaticano. Nos esperaba un coche en la entrada del palacio, y su chofer nada mas sentarnos partió rápidamente hacia su destino. Estaba aleccionado, por lo que no tuve que decirle donde íbamos. Siempre me había gustado esa ciudad, con su total caos circulatorio, sus pitos y sus vespas, donde es la ley del mas fuerte y se conduce como locos. Pietro, el conductor, no podía ser menos, y sin haber salido de la Vía Aurelia ya se había enfrentado a tres taxistas. Su modo de manejo era el típico italiano, acelerones bruscos, volantazos y frenazos con una gran dosis de cabreo. Por eso fue una liberación cuando nos depositó en la puerta del Hotel.
Salí corriendo sin cerrar la puerta del Alfa Romeo, y Makeda a duras penas llegó a alcanzar meterse en el ascensor antes que se cerrara. Estaba nervioso, en los pocos días que llevaba con Xiu, había conseguido acostumbrarme a su presencia y la idea de que algo le pudiera haber pasado me angustiaba. Casi sin esperara a que se abriera por completo salí al pasillo de la sexta planta. No tuve que buscar cual era la habitación, ya que al final del pasillo, dos guardaespaldas vigilaban el acceso a la número 607.
Se notaba que el viejo sacerdote tenía recursos. Al aproximarme el mas alto de ellos, sacó de su bolsillo una tarjeta con la que abrió de par en par la puerta de madera. Pero antes de que entrara me avisó:
-La señora esta enferma, hemos llamado a un médico pero no sabe que le ocurre, nos ha dicho que debe de ser una enfermedad autoinmune-.
Asustado fui a su encuentro, sobre la cama yacía totalmente empapada por el sudor. Las ojeras de su rostro me revelaron la gravedad de su estado. Y al acercarme, observé la temblorina que sacudía su cuerpo. Trató de incorporarse en cuanto me vio, pero sus escasas fuerzas se lo impidieron, por lo que solo pudo decirme con un hilo de voz que como estaba.
Sin pensármelo, la abracé. Y al hacerlo, se desmayó en mis brazos. Fue entonces cuando Makeda entró en el cuarto, y casi sin tiempo para hacerse una idea de que ocurría me echó de su lado diciendo:
-Déjame a mí, serás mas fuerte, pero yo soy una curadora, y ella es a mí a quien necesita-.
La situación me había desbordado, y reconociendo mi total ignorancia no tuve mas remedio que apartarme dejándola hacer. Sin saber como actuar, me senté en una silla que estaba en una de las ventanas de la habitación, y hundiendo mi desesperación entre mis manos, solo pude observar.
La etiope despojó a Xiu de sus ropas, y pasando sus manos por ese cuerpo que tanto amaba, fue reconociéndolo concienzudamente en busca del daño. No cejó en su exploración hasta que alzando su mirada, me pidió que me fuera del cuarto. La seguridad de su mirada, me obligó a dejarlas solas. Y cerrando la puerta, me senté en un sofá de la suite.
No podía dejar de pensar en la maldición de mi familia, en lo que mi padre me había explicado. Mi vida iba a ser solitaria, mi existencia tendría sus buenos momentos pero debía saber que al final me encontraría solo. Solo el hecho que Xiu fuera una titánide me hizo concebir esperanzas, y ahora me encontraba en Italia, un país extraño, con ella debatiéndose entre la vida y la muerte con la única ayuda de una extraña mujer a la que había vencido.
Al cabo de un rato, Makeda salió de la habitación cansada pero satisfecha, y cuando le pregunté que si estaba mejor y que le ocurría, sonriéndome me dijo:
-Eso será mejor que te lo diga ella, solo te aviso que no puedes estar en su presencia mas que unos minutos, pero no te preocupes lo que le ocurre tiene cura-.
Reconfortado por sus palabras, me dirigí al lado de mi esposa. Aunque seguía muy pálida, su aspecto había mejorado sensiblemente, y al verme entrar me pidió que me sentara a su lado.
–Menudo susto me has dado-, le solté sin poder aguantarme las ganas de abrazarla.
–Fernando, gracias a Dios que estás bien-, me contestó. Era típico de ella el preocuparse primero por mí, aun siendo ella la enferma. Así se lo hice saber, pero ella entornando sus rasgados ojos, me preguntó alegremente: –Entonces ¿No te ha contado que me ocurre?-.
–No-, le repliqué, –me ha dicho que debías ser tú quien me lo dijera, solo sé que el médico opina que debes de tener una enfermedad autoinmune-.
-Si, es eso pero se cura ...-, hizo una pausa antes de continuar,-… en nueve meses, ¡Felicidades Papá!-.
-¿Qué?-, le respondí incrédulo,-¿Cómo?-.
Muerta de risa me contestó: –El cómo creo que los sabes, o ¿No?-
-Si-, iba a ser padre, no me lo esperaba, fue mi propia sorpresa la que me hizo hacer una pregunta tan absurda. Sabiendo que no estaba preparado para la paternidad, pero feliz por lo que suponía, le dije mientras acariciaba su estómago,-Te quiero-.
Pero al hacerlo, sentí como una descarga eléctrica me subía por el brazo, y vi como ella se retorcía por el dolor, convulsionándose. El grito hizo que Makeda, me apartara de un golpe, y sin mediar palabra pusiera sus dos manos en el abdomen de la mujer, calmándola.

–Pero ¿porqué?-, le grité desesperado.
La negrita, tomó aire antes de contestarme, supe de antemano que lo que iba a decirme no me iba a gustar, por lo que aguardé en silencio mi condena. –Cuando entré en la habitación, su mujer y su hija luchaban por sobrevivir y solo gracias a mi intervención sus dos poderes dejaron de pelear uno con el otro logrando su sincronización, pero usted es demasiado fuerte. Si no se aleja de ellas terminará matándolas-.
Xiu se echó a llorar desconsolada, y respondiendo a un impulso instintivo traté de consolarla, pero recibí el ataque coordinado de las dos mujeres, derribándome e impidiéndome acercarme a ella.
–Lo siento mi amor-, me dijo sollozando,- Ahora Gaia es lo mas importante, te quiero con locura pero no puedo permitir que le hagas daño-.
La certidumbre de mi sentencia desmoronó los restos de mis esperanzas, y derrotado me alejé a una esquina de la habitación.
–Voy a volver a casa, seguro que el cardenal localiza a Lilí y a Carmen para que me cuiden. Tu debes seguir con tu misión y cuando nazca, te estaré esperando para ser feliz a tu lado y con nuestra hija-.
–Pero, y a mí quien me va a cuidar, te necesito-, le imploré cayendo de rodillas sobre la alfombra.
Xiu, con lágrimas en los ojos y dirigiéndose a Makeda le dijo:
–Hermana pequeña, te debo mas que mi vida. El anciano me explicó la misión de mi marido, y estoy de acuerdo con ella. Te acepto, y a partir de este momento, te ordeno como Madre que cuides de él. Deberás devolvérmelo sano y salvo para que asista al nacimiento de la reina-.
La etiope hizo una genuflexión aceptando la encomienda, y solemnemente declaró:
–Matriarca, es un honor. Como Makeda de Abisinia, descendiente de Saba y Salomón entro a formar parte de su familia, despojándome de toda mi riqueza y posición. A partir de ahora seré llamada Makeda Song, concubina de Trastamara-.
–Entonces está hecho, Fernando aquí tienes a mi hermana, hermana aquí tienes a nuestro marido-, contestó echándose a llorar por mi perdida.
Sin haberme pedido mi opinión, me había desposado con la cuarta mujer en tres días. A todo hombre le hubiese alegrado la perspectiva, pero a mí al contrario me cabreó ser un peón del un destino del que solo tenía breves pinceladas de su diseño. Hecho un energúmeno salí de la habitación destrozando un florero a mi paso.
Me dirigí directamente al bar del hotel, y sentándome en la barra, me pedí el primer whisky de mi vida. En un principio, me disgustó su sabor amargo. Y al tragarlo mi garganta protestó, obligándome a toser al sentir como quemaba al recorrer mi garganta. El camarero me miró diciendo:
–Joven, beba con tranquilidad, lo que le ocurra no es motivo para emborracharse–
Indignado le miré, diciendo:
–Usted, ¿qué sabrá?, ¿creé acaso que un humano puede saber lo que pasa por la cabeza de un dios?-.
Viendo mi estado, decidió que lo mejor era dejarme solo, y no seguir dándome cháchara. Y yéndose a hablar con una camarera, le dijo:
–Fíjate en ese tipo, no sé que edad tenga, sobre los veinticinco, pero se comporta como si se le hubiese terminado su vida-.
La muchacha me miró un momento, antes de replicarle:
–Pues a mí no me importaría consolarle. Está buenísimo-.
Sabiéndose observada por mí, se ruborizó pero se repuso y meneando sus caderas, me hizo una demostración del magnífico cuerpo que tenía. Consiguió su propósito, pensé al sentir que me hervía la sangre y que mi herramienta me pedía acción. Necesitaba liberar mi tensión, por eso dirigiéndome al lavabo, le hice una seña para que me siguiera. Tras unos momentos de incredulidad miró hacía los lados y buscando que nadie la viera, se introdujo en el baño tras de mí.
No le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el uniforme.
Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Eran grandes, duros con dos aureolas rosadas de las que di rápidamente cuenta. Ella a duras penas me bajaba la cremallera liberando mi miembro de su prisión, gimiendo por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos se arrodilló enfrente mío, y como si estuviera recibiendo una ofrenda sagrada, fue devorando lentamente en la boca toda su extensión, hasta que sus labios tocaron la base del mismo. Le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en la taza del water, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo. Estaba siendo ordeñado por una mujer en el baño de la que desconocía su nombre, su edad. Ni siquiera había cruzado con ella dos palabras antes de poseerla. Lo extraño de la situación hizo que me corriera brutalmente en sus labios. La italiana no le hizo ascos a mi semen, y prolongando sus maniobras consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su uniforme.
Satisfecho le pregunté su nombre. Carla me contestó, mientras se levantaba a acomodarse el vestido. Parecía como si con eso le hubiese bastado, ya que se preparaba para irse, pero entonces le pregunté que como podía compensarle, a lo que ella me replicó:
-Son doscientos euros–
Solté una carcajada, y pagándole la cantidad que me pedía, añadiéndole una buena propina, salí del baño muerto de risa. Quizás esa mamada había sido la mas auténtica de mi vida, ya que el interés monetario de la muchacha, nada tenía que ver con mi poder, ni con mi atractivo. Con mi ánimo repuesto volví a ocupar mi sitio en la barra.
El camarero me estaba esperando con otro whisky, y tras un guiño cómplice me dijo:
–Ve, joven, como nada es tan grave, que no lo solucione una mujer-
Bebiéndome la copa de un trago le di la razón. Estaba claro que ambos usaban su privilegiado puesto en el bar, para hacer negocios. Eran unos estupendos psicólogos, que utilizaban su conocimiento de las miserias humanas para lucrarse. No había nada inmoral en ello, daban un servicio público y cobraban por ello. A mí, al menos, me habían ayudado a quitarme la angustia, y con el alcohol recorriendo mis venas decidí volver a mi habitación.
Makeda me estaba esperando sentada en el sofá. En cuanto entré en el saloncito de la suite, supe que se había ido. Faltaba su aroma, pero buscando la confirmación le pregunte por ella.
–El cardenal ha mandado a por ella. Ha localizado a su hermana y ya la está esperando en el aeropuerto. Me ha pedido que le dé esto-, me contestó extendiéndome una carta.
Con aprensión, abrí el sobre. Xiu me pedía que le comprendiera, que sabiendo lo doloroso que nos iba a resultar la despedida, había decidido ahorrármela pero sobretodo ahorrársela a nuestra hija.
–Gaia debe crecer para reinar-, me decía con su letra de colegio de monjas,-Te espero-.
Sabía que había hecho lo correcto, pero no por ello, me resultaba mas fácil. Y desecho, con el corazón en un puño, me metí en el baño para que la negra no viera mi dolor. Sentado en el suelo, di rienda suelta a mi congoja, y durante mas de media hora no hice otra cosa que autocompadecerme. Fue Makeda, la que me sacó de ese estado, entrando en el servicio.
–Fernando, ha llegado un cura con un mensaje del Cardenal-, me dijo un poco cortada por violar mi silencio.
A regañadientes, salí a recibir al sacerdote. Era un hombre joven, no debía de pasar de la treintena. Al verme entrar se levantó de su asiento y sin decirme nada sacó de su maletín un fólder.
–Mi superior me ha pedido que le entregue esta documentación, y que le informe que tiene su avión privado preparado para llevarle-.
-¿Llevarme?, ¿a dónde?-, le pregunté.
–Toda la información que necesita está en el resumen que le he hecho entrega-, la profesionalidad con la que me hablaba, no podía ocultar un deje de temor, el curita debía de saber mas de lo que me decía.
Como iba a resultar totalmente infructuoso el seguir interrogándolo, le despedí mientras me ponía a estudiar lo que me habían mandado. Había dos partes en la documentación, una de ellas consistía en un tratado sobre la descendencia de Carlomagno, el fundador del sacro imperio romano germánico. Resulta que a la muerte del emperador, le sucede Ludovico Pio, un mal rey, pero sobretodo un debil que divide su reino en tres. Uno de ellos se lo entrega a su hijo mayor Lotario I, que pierde la mayor parte de sus territorio en manos de sus hermanos. A su muerte, es su hijo LotarioII el que obtiene el titulo de emperador, pero con un poder menguado y un territorio pequeño en el centro de Francia, y norte de Italia. Este Rey solo tiene por hijo a un bastardo, Hugo que es incapaz de defender su reino de sus tíos Carlos y Luis.
Por lo visto, aunque esta era la verdadera rama carolingia, nadie defendió sus derechos y en menos de sesenta años el legado de su bisabuelo fue usurpado por parientes. Hugo de Lotaringia fue el primer titán de su familia. Antes de terminar, ya sabía que la encomienda del cardenal consistía en localizar a su descendiente.

Ya que tenía que buscarla, decidí no perder el tiempo y recogiendo nuestros enseres nos dirigimos al aeropuerto. Entre los papeles, estaban dos pasaportes diplomáticos del Vaticano, mi sorpresa fue al comprobar nuestras identidades, aparecíamos con nuestros apellidos reales, Trastámara y Abisinia. Makeda se comportó como una perfecta secretaria, realizando ella sola todos los tramites, pudiendo ocuparme en estudiar a nuestra presa. No sabía como presentarme. Me resultaba difícil el pensar en ponerme enfrente de ella y decirle: “ábrete de piernas que tengo que inseminarte”. Por otra parte, sabía que la etiope estaba esperando que consumase nuestra unión, pero en ese momento era lo que menos me apetecía, por lo que esperé que ella diera el primer paso.
No se hizo de rogar, y en cuanto nos acomodamos en el avión, saco el tema diciéndome:
–Tengo que preguntarte algo-, por su incomodidad supe a que se refería, antes de que me lo dijera, –Desde que me venciste, pensé que me tomarías en cuanto tuvieras la primera oportunidad, pero no lo has hecho, ¿no te resulto atractiva?-.
Estaba a punto de llorar, era una hembra herida en lo mas profundo. Creía que no me atraía y que por lo tanto si alguna vez nos acostábamos iba a ser por obligación. Sabiendo que si no la sacaba de su error, no iba a ser una buena forma de empezar le contesté, mientras le acariciaba la mejilla:
–Al contrario, eres una mujer muy bella. Estoy deseándolo, pero quiero que sea especial y que me conozcas antes-.
Mi contestación la tranquilizó, y con un brillo distinto en sus ojos me respondió:
–Al igual que te dije que pasaría la prueba de Xiu, te juro que no te arrepentirás-.
Volvía a ser la cazadora, la mujer poderosa de cuando nos enfrentamos. La perspectiva de tener en mis brazos un cuerpo tan atlético, me hizo reaccionar y mirándole los pechos me dí cuenta en que a ella le ocurría lo mismo. Debajo de su camisa, dos pequeños bultos la traicionaban, erizados esperaban mis mimos. No pudiéndome aguantar pasé una mano por sus pechos, mientras le besaba un oído, diciéndole:
-Estoy seguro-.
Cerró sus ojos, recibiendo mis caricias en silencio, todo su cuerpo se tensó sobre el asiento, mientras lo hacía. De no haber salido el sobrecargo de la cabina, quizás le hubiese hecho el amor allí mismo.
Nos traía una bandeja con unos sandwiches y unas bebidas. Le odié por su interrupción pero en el fondo se lo agradecí por que me daba la oportunidad de hacérselo bien.
El viaje en avión resulto ser muy corto y en menos de tres horas ya estábamos en la puerta del Hotel. Mi acompañante iba delante de mí, permitiendo observar el movimiento felino de su andar. Todo en ella era energía, sus caderas se movían con una elegancia que me sorprendió. No en vano era una reina, la descendiente de la casa real mas antigua, y emparentada con Salomón, con David, y la mítica reina de Saba.
Bastante excitado, esperé mientras ella nos registraba en la recepción. Su alemán era perfecto, sin ningún acento. Se notaba que había vivido en Alemania y que conocía a los germanos. El pobre recepcionista embelesado por ella, se atrevió a decirle un piropo. Fue un piropo elegante, un galenteo de un admirador, que fue replicado con una brutal dureza por ella. Señalándome le dijo que yo era su marido, y que se atreviera a repetirlo en mi presencia. No había reparado en mí, y al levantar su mirada para verme, una expresión de pavor apareció en su cara.
Me cogió desprevenido que solo con verme se asustara, por eso en cuanto cogimos el ascensor le pregunté:
-¿Qué le has hecho a ese tipo, para que se acojonara tanto?-
–Nada-, me respondió, y al ver mi incredulidad me dijo: – ¿Te has mirado bien?, eres el prototipo de macho-.
Sin comprender a que se refería miré mi imagen reflejada en la pared. El espejo me recordó lo que mi padre me había dicho, “tu cuerpo se va a desarrollar de acuerdo con tu mente”. Me había convertido en pocos días en un hombre duro, mi camisa no podía ocultar los músculos de mis brazos, y mis rasgos recordaban los de un militar entrenado en la violencia. El niño que había sido había desaparecido por completo. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de mi transformación, y comprendí que yo también me hubiese asustado de pensar en enfrentarme con alguien como mi nuevo yo. Estaba tan alucinado por la evolución sufrida que nada mas llegar a la habitación, me metí en el baño para realizarme una total exploración. No comprendía como no había sido consciente de nada.
Me desnudé frente al espejo, el vello suave de infante se había transformado como por arte de magia en un pelo hirsuto y poblado que cubría todo mi pecho. Pero fue al mirarme la cara con detenimiento cuando realmente decidí que algo me había ocurrido durante el viaje a Roma, estaba seguro que en Madrid mi aspecto no era ese. Mi rostro había perdido todo la inocencia y ahora era una copia joven del de mi viejo, con su barba y su gesto austero. De no saber que era yo, me hubiera echado los treinta años. En ese momento, deseé con toda el alma que mi metamorfosis hubiese acabado, ya que de no ser así en menos de una semana sería un anciano, pero a la vez tuve que reconocer que me encantaba mi nueva realidad.
Salí del baño, ensimismado con mi problema, y por eso tardé unos segundos en descubrir que había retirado los muebles del cuarto y que además se había despojado de sus ropas occidentales, dejándose puesto nada mas un taparrabos. Fue la primera vez que vi su cuerpo en plenitud. Sus enormes pechos no parecían estar sujetos a la ley de la gravedad. Se mantenían inhiestos y duros. Su dueña me esperaba en una forzada posición de lucha.
-¿Qué haces?-, le pregunté extrañado.
–Una mujer abisinia se conquista-, me respondió lanzándome una patada al estómago.
Esquivé de milagro su golpe. Comprendí que ocurría y que era lo que buscaba. Su pueblo era un pueblo cazador, donde las relaciones se basan en el poder. Supe al instante que debía de hacer: “Vencerla”.
Por el tipo de lucha que practicaba, Makeda no tenía ninguna opción. Desde el principio estaba perdida, pero aún así, me atacó con todas sus ganas. Durante unos minutos lo único que hice fue sortear sus ataques, teniendo que atajarlos un par de veces con un golpe sobre ella. Poco a poco el esfuerzo fue haciendo mella en ella. El sudor recorría su cuerpo cuando tratando de desmoralizarla le grité:
-¿Es esto lo máximo que sabes hacer?-
Herida en su amor propio, y con un hilillo de sangre recorriendo su mejilla, producto de un encontronazo, reanudó aún con mas virulencia su ofensiva. Estaba preparado, y la recibí con una finta, de forma que la inmovilice con una llave. Indefensa, siguió retorciéndose en mis brazos, mientras con mi mano libre le despojaba de su escasa ropa. Mi pene recibió una descarga al notar la humedad que empapaba su sexo, cuando mi mano rozó su entrepierna. Todo era un teatro, violento pero teatro. Estábamos escenificando una violación, por eso sin mediar palabra me alcé sobre ella y dándole un fuerte puñetazo en su mejilla, le abrí sus piernas. Quedó tendida a mis pies y con mi extensión en la entrada de su cueva. Solo quedaba que consumara el acto. Sus ojos se abrieron para decirme que lo hiciera, y sin esperar más le introduje de un solo golpe todos los centímetros de mi hombría. Gritó al sentir su himen desgarrado. Había sido vencida y tomada, y ahora me pertenecía. Makeda cambió de actitud, al notarme dentro llenándola por completo.

penetraciones. En vez de hacerla caso, le hice ponerse a cuatro patas. Su negro culo en pompa me esperaba cuando le expliqué que yo era su macho y de igual forma que un león persigue a su presa, yo iba a cazarla. Al oírme apoyó su cabeza contra el duro suelo, y poniéndome a disposición su sexo, me imploró que lo hiciera.
Esta vez, la tomé sin preocuparme de hacerla daño. La lubricación de su sexo facilitó mis maniobras de forma que sentí que la cabeza de mi lanza chocaba contra la pared de su vagina, mientras mi concubina se retorcía de placer. El olor a hembra inundó la habitación, los gritos de Makeda y el río de flujo de su cueva que mojaba mis piernas, preludiaban su orgasmo. Mi ritmo ya era infernal cuando agarrándola de la melena le pedí a oído que me dijera como se llamaban en su idioma a una gacela.
–Sasaa-, me respondió gimiendo.
E imitando a león al abatirla, le mordí en el cuello, consiguiendo que explotara de placer, mientras mi boca se inundaba del dulzón sabor de la sangre. Lejos de asquearme lo tomé como un trofeo, y chupando el rojo liquido que salía de la herida, me corrí en su interior. Exhausto caí al suelo a su lado. Mi negra me recibió en sus brazos llorando. Permanecimos en esa posición unos minutos durante los cuales, no dejó de sollozar. Ya preocupado por la persistencia de su congoja, le pregunté que le pasaba.
–Lloro por la perdida de mi libertad y por la felicidad de ser tuya-, me respondió con su respiración entrecortada.
La quise consolar dándole un beso en sus labios, pero ella arrodillándose a mis pies me dijo:
–Esposo, dame un nombre con el que cuando me llames, sepa que quieres tomarme–
Con una carcajada le respondí, dándole un azote en el trasero:
–Ya lo sabes-.
Tras unos segundos de confusión, me contestó:
–¿Qué quieres que hagamos?-
-Quiero que arregles la cama, Sasaa,¡ es muy incomodo el suelo!-.
Una sonrisa iluminó su cara al oírme. Rápidamente se puso manos a la obra y en cuestión de unos minutos la habitación había recuperado su estado habitual, perdiendo el aspecto de ring de boxeo.
Makeda cuando hubo terminado se quedó de pie, pidiendo mi aprobación. Satisfecho por el resultado, me tumbé en la cama, y golpeando el colchón con mi mano le pedí que se pusiera a mi lado. La negra me volvió a sorprender cuando poniéndose a gatas, vino a la cama ronroneando como una gata en celo. Al verla acercarse a mí, me recordó a una pantera negra acechando su comida. Me tenía hipnotizado, sus negros ojos fijos en mis pupilas me subyugaban. Ya totalmente excitado, la recibí con mi mástil en todo su esplendor, y ella sin mas miramientos pasando una pierna a cada lado de mi cuerpo, se fue introduciendo lentamente toda mi extensión, de forma que fue envolviendo mi pene con sus labios inferiores mientras que entonaba una canción.
Era una melodía de triunfo, que de no ser por su origen claramente africano se le hubiese podido catalogar como un aria.
Sin dejar de cantar, empezó a mover sus caderas encima de mí, de forma que pude disfrutar de la visión de sus pechos balanceándose al compás de la música. Pero al bajar mi mirada, descubrí que recorriendo su estómago, sobre la negra piel, unas cicatrices rituales decoraban su cuerpo. Sabía de su existencia por los reportajes del National Geografic, pero jamás las había visto en vivo. Acaricié con mi manos el dibujo que formaba, y alucinado pensé que me gustaba su tacto rugoso.
Makeda viendo mi interés por ella, me dijo:
–Es el relato de mi herencia-.
Teníamos mucho tiempo para que me explicara en que consistía, por eso le pedí que siguiera cantando, que me gustaba oírla. La balada fue adquiriendo el ritmo de sus movimientos, incrementando su velocidad y su volumen. Convirtiéndose en un grito de guerra cuando con mi boca me apoderé de sus pechos.
Recorrí con mi lengua sus oscuras aureolas, sopesando el peso de su seno. Ella al sentirlo, suspiró excitada y apoyando sus manos en mi pecho, incrementó su cabalgada.
Aún con la respiración entrecortada por las sensaciones que estaba experimentando, no dejó de expresar con su canción, la calentura de su cuerpo. Pero cuando con mis manos agarré la rotundidad de sus nalgas, Makeda se volvió como loca, y gritando me clavó las uñas.
Usando por segunda vez mi poder en ella, le exigí que se corriera y que no parara hasta que yo se lo dijera. Su cuerpo parecía una batidora que estrujaba y zarandeaba mi sexo, mientras su cabeza se agitaba de un lado a otro. El ver su cabellera meciéndose y sentir a la vez como ella se licuaba totalmente, empapando mi lanza con el jugo de sus entrañas, me excitó aún mas si cabe. Sin medir las consecuencias le obligué mentalmente a profundizar en su climax.
Gritó como desesperada, al notar que una descarga de placer le obligaba a retorcerse y que no podía parar. Con los ojos desencajados me pidió que la liberara, pero yo que ya estaba poseído por la lujuria, me negué. Mis manos agarraron sus pechos, y alzándome me di la vuelta en la cama de forma que ella quedó debajo, indefensa a mis ataques. Puse sus piernas en mis hombros, penetrándola hasta el fondo. En ese momento sentí que no era solo mi pene quien se introducía en su interior sino que mi yo la absorbía por completo. Todo desapareció a mi alrededor, la habitación y la cama se disolvieron al ritmo de nuestras caricias, y de pronto me encontré dentro de ella.
No era como la vez que había poseído el cuerpo de Lili. En ese caso, la personalidad de la china había desaparecido totalmente. Ahora podía sentir a Makeda controlándolo, mientras disfrutaba de mis caricias, pero todos sus recuerdos, todos sus anhelos estaban a mi disposición, como un libro abierto, sin darse cuenta que yo estaba allí.
Era un intruso, un voyeur perfecto que estaba disfrutando de su placer sin tomar parte activa. Tras un momento de confusión, supe que en cuanto liberara a Makeda, y su orgasmo terminara, volvería.
Dicho y echo, nada mas ordenar a la mujer que descansara, me vi nuevamente en mi cuerpo. Ella, ignorante de los sucedido, se desplomó sobre la cama, mientras yo me derretía en su sexo.
Satisfecho por mi nueva experiencia, le dejé que se relajara, mientras ordenaba sus recuerdos recién adquiridos. Toda su vida aparecía en mi mente como un libro que hubiese leído. El día que dio sus primeros pasos, la relación con su madre, el primer novio. Todo, todo estaba en mi cerebro.
Mi compañera, que no era consciente que todo lo que ella había vivido formaba parte de mi conocimiento, dormía profundamente a mi lado.
Dejándola dormir, decidí aprovechar para llamar a Xiu a Madrid. Fue Carmen quien descolgó al otro lado. El cardenal había dicho la verdad cuando nos informó que las había localizado y que las dos mujeres estaban ya cuidando a mi esposa. Mas tranquilo al saber que estaba en buenas manos le pedí que me la pasara. Al responderme, su actitud me hizo pensar que me estaba ocultando algo, pero fuera lo que fuese estaba en segundo plano, lo importante era saber como estaba mi mujer con su embarazo.
En cuanto se puso al teléfono, le pregunté como estaba.
–Cansada, pero feliz de hablar contigo-, me respondió.
Con su voz agotada me explicó su viaje de retorno, y que el viejo sacerdote le había acompañado. Que incluso le había dicho que se iba a quedar en España para ayudar.
-¿Ayudar?, será para espiar– le contesté.
–No seas tan malo, se le ve ilusionado con Gaia-.
No quise discutir, y aunque me parecía una intromisión en mi vida privada, evité decírselo. En cambio la interrogué sobre la niña.
–Creciendo-, fue su respuesta. Y acto seguido me preguntó por Makeda.
Dudé si contárselo, pero decidí hacerlo, se lo merecía, al fin y al cabo, ella era la matriarca. De esa forma le expliqué lo sucedido, como me había fusionado con su mente al hacerle el amor.
Un poco celosa me contestó que ojalá estuviera conmigo, pero que la etíope era buena mujer y que además había llegado en un buen momento a nuestras vidas.
-¿Por qué dices eso?-, le pregunté algo intrigado.
–Ah, se me olvidó contarte. Lili y Carmen han decidido ser pareja, y me han pedido que las libere de su juramento-.
-¿Qué?-, exclamé.
–Se han dado cuenta que son diferentes a nosotros y que no nos pueden seguir en nuestro camino-
-¿Y que le has dicho?-
-Les di mi bendición-, y alzando la voz prosiguió diciéndome en son de broma,-¡Bastante trabajo voy a tener gobernando a las cuatro hembras que me vas a traer a casa!-.
-Tres, recuerda que a Makeda, fuiste tú quien la aceptó-, le contesté siguiendo la guasa.
-¡Para que te cuidara!-, y cambiando de tema me preguntó que iba a hacer con la alemana.
–No lo sé, tendré que improvisar cuando llegué, ¿Qué te preocupa?-.
-Su perfil. Según el cardenal es una racista-, me replicó, y tras una pausa, que debió de usar para pensárselo, me dijo:-Utiliza mano dura, o tendré que hacerlo yo,¡ y en mi estado no es lo mas conveniente!-.
Solté una carcajada al escucharla y tranquilizándola, le contesté:
-No te preocupes, cuando te la mande, ¡Irá domesticada!-.

↧
↧
Relato erótico: “VELOCIDAD DE ESCAPE” (POR ALEX BLAME)
Fen Yue se retrepó en el asiento intentando ponerse lo más cómoda posible dado el escaso espacio
que había en la cabina. Las luces de cientos de botones se encendían y apagaban aunque apenas les hacía caso después de haber hecho por segunda vez la lista de comprobación. Sabía que el ordenador se encargaría de todo, así que trató de relajarse a pesar de que, tal como le habían dicho los instructores, aquella experiencia no se parecería en nada a todo lo que había estado entrenando durante más de seis años.
La cuenta atrás dio comienzo. A pesar de que ella no podía verlo, sabía que el cielo estaba despejado y el viento apenas soplaba. Mientras el tiempo corría, no pudo evitar preguntarse qué era lo que habían descubierto en ella para ser la elegida entre más de un millón de candidatos. Recordó como fue superando las distintas pruebas de selección. Nunca fue ni la más lista, ni la más fuerte, ni la más rápida… A veces pensaba que simplemente la habían elegido por superstición, por su nombre, aunque en lo más intimo de su alma pensaba que había sido por su determinación. Su permanente lucha por sobrevivir y prosperar desde que sus padres, a los que nunca llegó a conocer, le abandonasen en aquel arrozal para poder tener otro hijo, un varón.
Criada en un orfanato estatal, consiguió sobrevivir al hambre y las enfermedades y cuando se le presentó la ocasión no lo dudó y se apuntó al programa espacial chino. Diez años de duro trabajo la llevaron a su nombramiento como capitán de la fuerza aérea y a pilotar naves experimentales. Cuando el proyecto Marte se inició, se apuntó sin dudarlo, pero tuvo que empezar de nuevo. De nada sirvieron sus galones y tuvo que luchar codo con codo contra el millón de aspirantes e increíblemente lo había conseguido.
Como premio a una vida de trabajo había conseguido un viaje sin retorno. Esperaba que esos inútiles y decadentes occidentales se hubiesen acordado de todos los suministros y no se diesen cuenta de que faltaba el papel higiénico cuando estuviesen a cuarenta millones de kilómetros de distancia.
No sabía que le daba más vértigo, si romper para siempre el fino cordón umbilical que le unía a su planeta de origen o encontrarse con esos dos narices largas que ya le esperaban en la estación espacial, seguramente fumando porros, escuchando música heavy y haciendo chistes soeces sobre la pequeña chinita que iban a acoger en su nave espacial.
Los americanos estaban muy orgullosos de su cacharro, e incluso fueron ellos los que insistieron en llamarla Halcón Milenario, pero habían sido los chinos los que habían financiado el proyecto casi en su totalidad a cambio del parco derecho de llevar un tripulante en el viaje.
El aviso del último minuto le obligó a apartar todos aquellos pensamientos de su mente y a concentrarse en las pocas tareas que debía realizar a bordo en los últimos segundos.
Por enésima vez comprobó que había ajustado su escafandra y revisó los niveles de combustible y oxígeno para aquel viaje de apenas seis horas. Un viaje del que nunca volvería.
Diez, nueve, ocho… Fen Yue contrajo todo su cuerpo preparándose para el brutal patadón que recibiría al explotar toneladas de hidrogeno bajo ella. Siete, seis, cinco, cuatro… Respiró el fresco oxígeno que estaba entrando en la escafandra y contó a la vez que el micrófono que tenía ajustado a su oído.
—Tres, dos, uno cero…
La gigantesca bestia cargada con varias toneladas de material comenzó a alzarse, primero poco a poco, como no queriendo despegarse de la tierra, luego cogió velocidad hasta que la aceleración hundió a Fen en el fondo de su asiento. La astronauta notó como el aire escapaba de sus pulmones y un punto negro aparecía, creciendo poco a poco en el centro de su campo visual. Intentó mover una mano, pero la aceleración era tan fuerte que ni siquiera los nueve meses de entrenamiento intensivo le permitieron separarla del asiento.
Dos minutos después notó un ligero estremecimiento y otro nuevo empujón, la segunda fase se había iniciado. Durante otros cinco minutos los motores siguieron expulsando gases y empujándola fuera de la atmosfera hasta que la segunda fase se consumió y dio paso a la tercera y última.
Cuatro minutos más y la última fase se desprendió mientras Fen escuchaba aullidos y aplausos en su intercomunicador.
En ese mismo instante sintió como todo su cuerpo flotaba solo contenido por los cinturones que lo sujetaban al asiento, una oleada de náuseas, que a duras penas consiguió contener, le asaltó.
Allí sentada, atada e inmóvil no pudo evitar pensar que le hubiese gustado tener una mirilla para observar la tierra desde allí arriba y así eludir la sensación de claustrofobia que generaba en ella aquella estrecha lata de sardinas.
Fen realizó los test posteriores al despegue y después de ello cerró los ojos y se concentró haciendo unos ejercicios respiratorios para tranquilizarse y acabar con las náuseas.
Poco a poco éstas desaparecieron y al fin Fen pudo sonreír satisfecha. ¡Estaba en el espacio!
John Carpenter tomó impulso y se deslizó con suavidad por el interior de la estación espacial, camino del cuarto de baño. John se sentó y se ató los tobillos mientras conectaba la bomba que absorbería todas sus inmundicias. Allí sentado se preguntó cómo sería la compañera de viaje que estaba al llegar. Iban a formar un tripulación bastante curiosa. Fen Yue, John Carpenter y Jacques Verne. ¿Sería una casualidad o los encargados de la selección habían mostrado por una vez que tenían sentido del humor?
Cuando faltaban veinte minutos se dirigió hacia la cúpula, ya que de los atraques se ocupaba la tripulación de la estación. La cápsula de la nave Soyuz modificada ya se distinguía con claridad encima o debajo de ellos, eso era lo más desconcertante del espacio.
Apoyado en el marco, John observó como la cápsula se hacía cada vez más grande y rápidos chorros emergían provenientes de los cohetes para rectificar la trayectoria.
—Espero que los chinos tengan razón y sean capaces de atracar con suavidad esa mole. —dijo Verne entrando en la cúpula.
—No seas chovinista no solo los franceses sabéis hacer un cohete espacial. —le reprendió John con una sonrisa.
Desde la primera vez que se vieron, los dos hombres se habían caído bien. A pesar de ese ramalazo de yo soy francés y los americanos sois unos ricachones maleducados, era un tipo inteligente, hábil en la improvisación y un gran conversador.
Verne le dio un ligero puñetazo en el codo y se río mientras fijaba sus ojos en la cápsula que se veía cada vez más grande.
—¿Cómo será nuestra compañera? —preguntó Verne limpiando el vaho del cristal con la mano.
—Por lo que me ha dicho es una gran matemática y una comunista convencida.
—Me refiero a lo otro —dijo el francés haciendo una silueta femenina con sus manos. Va a ser la única mujer disponible en cien millones de kilómetros.
—Yo que tú no me emocionaría, será tan sensual como una hormiga obrera —replicó Carpenter escéptico.
Treinta segundos después, el acoplamiento se realizó con éxito y todos se acercaron al módulo de atraque para recibir a su nueva compañera.
La puerta se abrió; el traje impedía a los astronautas adivinar nada respecto al físico de su ocupante, la cosmonauta se escurrió y entró en el módulo de soporte vital. Cuando se quitó el casco Carpenter se quedó incomprensiblemente paralizado.
La joven tenía unos rasgos finos una nariz y una boca pequeña acompañada de unos labios gruesos y rojos. Tenía la piel pálida y el pelo negro, espeso y lacio, cortado en redondo. Carpenter no pudo disimular su interés y los ojos grandes y oscuros y rasgados de la joven se cruzaron un instante con los suyos antes de apartarlos.
—Bienvenida a la Estación Espacial Internacional Capitana. —dijo el comandante Stiwell— Estos son Enrique y Mark y tus compañeros de expedición, John Carpenter de la NASA y Jacques Verne de la ESA.
—Gracias. —respondió la joven sin un ápice de acento oriental—estoy emocionada por esta empresa y espero que formemos un gran equipo.
—A pesar de que su gobierno no ha querido que el equipo se reuniese hasta ahora. —dijo Jacques con un resoplido.
La joven se giró pero no dijo nada y sonriendo se quitó el resto del traje mostrando una figura menuda y atlética que se movía en ausencia de gravedad con sorprendente fluidez para ser una novata.
—Bueno, ¿Qué opinas? —preguntó Jacques mientras dejaban a la cosmonauta china tomar posesión de su litera.
—Que si lo que quieres es follártela no deberías haberte presentado poniendo a parir a sus jefes.
—Alguien tenía que hacer algo ya que tú estabas parado babeando. —replicó el francés.
—Deja ya eso de este-oeste, sabes de sobra que ahora lo que domina es el dinero y la avaricia no los ideales. Es una de las razones por las que me presente voluntario para este viaje sin retorno, no tendré que aguantar a todos esos gilipollas. —dijo John.
—Solo les estás abriendo el camino.
—Sí, pero espero haber muerto a causa de la radiación antes de que ellos lleguen…
Fen Yue apenas deshizo su equipaje ya que estaría en la ISS menos de tres días. Solo de pensar que iba a ir a Marte con esos dos gorilas le entraron escalofríos. No sabía quién le crispaba más los nervios si el americano pelirrojo y larguirucho que le miraba como si no hubiese salido en toda su vida de Omaha, o aquel cochino francés que no se había cortado y había insultado a su país directamente como si fuese una de sus antiguas colonias.
Creía que iba a ser duro compartir el resto de su vida con dos hombres y así se lo había hecho saber a sus superiores pero los dirigentes del politburó estaban empeñados en que fuese una ciudadana china la primera en pisar suelo marciano y sus socios occidentales no habían querido enviar mujeres por “razones técnicas”. En fin suponía que era el precio a pagar por formar parte de la historia. Había superado peores situaciones en su vida y no pensaba rendirse ahora.
Le costó dormir aquella noche con su sentido del equilibrio intentando decidir donde era arriba y donde era abajo, así que cuando John llegó a las seis de la mañana para hacerle una visita guiada a la nave que sería su hogar durante mucho tiempo, hasta lo agradeció.
El vehículo que los llevaría hasta allí le recordó a los minisubmarinos que había visto en las viejas películas de Jacques Cousteau. Se desacoplaron de la ISS y con un suave movimiento John se dirigió a la zona superior de la estación espacial.
—¿Puedo? —le preguntó Fen señalando los controles al americano.
—Por supuesto, adelante —dijo John cediéndole el control de la pequeña nave.
El pequeño aparato cabeceó ligeramente hasta que la joven astronauta se hizo con los mandos. El VTP o vehículo de transferencia de personal era bastante sencillo de manejar y John solo tuvo que indicarle a Fen qué dirección tomar. Tras un par de minutos de navegación una oscura estructura se fue haciendo cada vez más grande ante sus ojos.
—En realidad ni es pequeña, ni parece rápida, ni mucho menos maniobrable, no entiendo por qué ese empeño en llamarla Halcón Milenario.—comentó la mujer al ver la enorme estructura alargada rodeada de una especie de enormes contenedores en uno de sus extremos.
—Así que también en China veis los decadentes filmes occidentales. —replicó John socarrón.
Aunque Fen conocía todos los datos técnicos de aquella nave, cuando se acercaron, no pudo evitar sobrecogerse ante el tamaño del ingenio. Sin prisa, recorrió una buena parte de la popa admirando los relativamente pequeños motores de antimateria que les permitirían escapar de la atracción de la tierra, para luego observar los aun más pequeños de los contenedores que les permitirían un aterrizaje controlado en Marte.
Trece años de trabajo incansable en el CERN les había permitido a los europeos producir el combustible justo para llegar y amartizar de manera controlada. Con eso los europeos se habían ganado una plaza en el viaje.
Sin necesidad de que su copiloto le indicase, encontró uno de los puertos de anclaje y realizó el contacto con suavidad.
—Como puedes ver, todos los sistemas de apoyo vital ya están iniciados. Ahora entremos.—dijo John después de haber igualado las presiones a ambos lados de las escotillas.
Los dos astronautas entraron en la nave por el gran pasillo de más de quinientos metros de largo que formaba el eje central.
—Cómo sabrás esta será la zona que contiene el combustible para llegar Marte. Todos los suministros que ves son los que usaremos hasta que lleguemos allí. Los almacenados en los contenedores, salvo lo que hay en la zona de vivienda y el puente de mando, están sellados y sin atmósfera.
—Cuando lleguemos, los contenedores se desprenderán y aterrizarán en la falda norte de Aeolis Mons en una zona previamente cartografiada por la sonda Curiosity. La parte central se quedará orbitando sobre el planeta y servirá de satélite de comunicaciones, lo que nos permitirá un enlace de 500 gigabytes con la tierra. —recitó la joven como una buena alumna.
—Llevamos aproximadamente tres mil toneladas de cargamento. Comida, agua, una factoría para construir materiales basados en silicatos y mineral de hierro, y lo suficiente para montar varias factorías de terraformación.
Empezaron a avanzar a saltos por el pasillo hasta que llegaron a la zona de los contenedores. En ese lugar había siete puertas que llevaban a los siete contenedores. John señaló la número tres.
—Esta es la cabina de mando, aquí viviremos los tres. En cuanto este armatoste se ponga en movimiento los pasillos se desacoplarán permitiendo que los contendores se muevan en torno al eje con la velocidad suficiente para que en su interior haya una gravedad de aproximadamente 0.4 g un poco más de la que hay en Marte.
John le enseñó su nuevo hábitat y le sorprendió por lo espacioso y completo que era. Al contrarió del resto de las naves que había pilotado, allí estaba claro dónde estaba el arriba y el abajo. Volaron lentamente por todas la estancia mientras la mujer reconocía todas las instalaciones que hasta ese momento solo había visto en planos y fotografías.
Terminaron el tour en la cabina de mandos. Al igual que todas las naves espaciales tenían un montón de botones de colores aunque casi todos ellos se activaban automáticamente sin la intervención de sus pilotos.
—Hay un segundo contenedor que a última hora hemos acoplado. —dijo John tirando de su sorprendida compañera.
—Esto es muy irregular, ¿De dónde ha salido la financiación?—protestó Fen— Mi gobierno debió ser informado de…
—Un par de dólares de aquí, unos cuantos euros de allí…—respondió John acercándose a una puerta lateral que unía al hábitat con el contenedor de al lado.
—¿Qué vas a hacer? ¿Y la despresurización? —preguntó Fen al ver como John se acercaba a la puerta.
—Tranquila —dijo el americano sonriendo y apartando el precinto que solo estaba colocado para que pareciese intacto.
—¿Y el precinto? Se supone que este contenedor no debería abrirse antes del amartizaje.
—No hay problema, ni siquiera los funcionarios de tu gobierno están tan locos como para mandar un inspector al espacio exterior a revisar un contenedor que no existe.
—¡Los occidentales y vuestro desdén por las normas…!
Las palabras de la joven murieron en la boca al ver lo que había al otro lado de la compuerta. Una pradera de hierba verde y fragante cuajada de pequeñas flores amarillas crecía en un compartimento circular con el techo en forma de cúpula. En uno de los cuadrantes un pequeño bosquecillo de Bambú llamó la atención de la joven y le hizo sonreír con nostalgia.
—Y esto no es todo. —dijo el americano presionando un interruptor.
En ese momento el techo se deslizó dejando paso a un gigantesco mirador en el que se veía todo el firmamento.
La joven abrió la boca turbada y John no pudo resistir más sus impulsos y la besó. Fen intentó resistirse pero el aroma, la suavidad del beso del desconocido y la belleza del entorno la subyugaron dejándola sin capacidad de respuesta.
John la abrazó de nuevo y la volvió a besar. No dejó de hacerlo hasta que estuvo seguro de que no escaparía.
—Esta es la ecosfera. Fue la última en terminarse, por eso no tenías imágenes de ella. —dijo él—¿Es magnífica verdad? El exterior tiene una capa de grafeno que protege la cúpula de la radiación y los micrometeoritos.
—¡Vamos! —exclamó Carpenter cogiendo a la joven del brazo y dándose impulso.
John abrazó a la joven y ambos volaron por el interior del compartimento suavemente mientras se abrazaban y besaban de nuevo.
—¿Sabes que es la única oportunidad que tendremos de follar en un lugar así, en ausencia de gravedad? —susurró el hombre conspirativo al oído de la joven aprovechando para mordisquearle el lóbulo de la oreja.
Fen sintió una descarga eléctrica al sentir el contacto de la lengua de aquel hombre en su oreja y su cuello y jadeó excitada.
John sonrió y volvió a besar esos ojos oscuros y esos labios gruesos y rojos. El vuelo terminó bruscamente aunque John tuvo reflejos suficientes para amortiguar el golpe con su hombro mientras protegía el menudo cuerpo de la joven.
Agarrados a la estructura con una mano se quitaron la ropa apresuradamente hasta que quedaron totalmente desnudos. Fen sintió como el frío mordía su cuerpo haciendo que se erizasen sus pezones y se le pusiese la piel de gallina, pero casi inmediatamente sintió las cálidas manos del hombre aportándole calor con sus caricias.
Fen repasó el cuerpo desnudo y musculoso del hombre. Era pálido y estaba punteado de innumerables pecas. De entre sus piernas emergía la polla más grande que jamás había visto orlada con una mata vello rojo y rizado. La joven alargó la mano y rozó el miembro del hombre con la punta de sus dedos.
John se estremeció ante el contacto, abrazó el cuerpo menudo y enjuto de la joven y se lanzó de nuevo hacia el centro de la estancia.
Con maestría John se giró ciento ochenta grados y quedó abrazado a las piernas de ella. Antes de que Fen pudiese reaccionar, el americano estaba besando y mordisqueando el interior de sus piernas.
La joven se estremeció y abrió las piernas atrayendo a John hacía su sexo inflamado. John no se hizo de rogar y le acarició la vulva con sus labios arrancando a la joven un sordo y prolongado gemido de placer.
Fen se dobló de placer ante los besos y los lametones de su amante. Intentó agarrarse a algo y lo único que encontró en medio del contenedor fue la polla de John.
Esta vez fue John el que gimió cuando la joven metió la polla en su boca. Las manos del astronauta se agarraron a la cintura de la joven y siguió lamiendo y recibiendo lametones mientras ambos daban lentas volteretas, ingrávidos, en la atmósfera del contenedor.
Poco a poco llegaron a la pared del contenedor y John se agarró a un asidero y se dio la vuelta quedando cara a cara con la joven mientras sus sexos se rozaban hambrientos.
No espero más y acorralando a la joven contra la pared la penetró sin dejar de ahogarse en aquellos grandes ojos negros. Fen se apretó contra él y le rodeó la cintura con sus piernas mientras John la embestía con fuerza haciendo temblar todo su cuerpo.
Fen tuvo que morderse el labio para ahogar un grito al sentir como el miembro del yanqui se abría paso en su sexo estirándolo hasta el límite y colmándola con un intenso placer.
Jonathan siguió empujando y disfrutando del cálido y estrecho sexo de la joven hasta que tuvo que apartarse a punto de correrse. Fen Yue aprovechó para escurrirse y con un poderoso empujón voló directamente hacia el bosquecillo de bambú. Carpenter la siguió un par de segundos después con una sonrisa.
Al llegar a los bambúes Fen extendió los brazos y se agarró a uno de los troncos que se dobló y se bamboleo pero resistió sin problema el impacto.
La planta que eligió John, a pesar de ser una de las más gruesas tuvo mayor dificultad en aguantar la masa del astronauta, pero tras soltar un sonoro crujido se enderezó volviendo a su posición original.
Mientras ella trepaba en dirección al suelo por el bambú, John saltó hasta la planta agarrando a la joven por la espalda y volviendo a penetrarla.
Fen jadeó al notar al hombre de nuevo dentro de ella y se agarró fuerte a la planta mientras era follada boca abajo.
John envolvió a la joven por su envergadura abrazando su torso y acariciando sus pechos mientras seguía follándosela.
Tras unos instantes Fen continuó bajando con su amante encima hasta tocar con sus extremidades la fragante pradera.
Al llegar al suelo John dio la vuelta a la joven y separándola unos centímetros del suelo la volvió a penetrar a la vez que daba un suave empujón.
Fen jadeó y se agarró al hombre que empujaba en sus entrañas a la vez que la hierba acariciaba su espalda. Justo cuando la imagen de la tierra apareció por encima del hombro de John este eyaculó colmando su coño con un líquido espeso y arrasador.
A pesar de ello el hombre no se rindió y agarrándose al suelo se dio la vuelta dejando que fuese ella la que tomase la iniciativa. En ese momento Fen comenzó a ensartarse con la polla aun dura de John sin fuerzas ya para contener sus gemidos.
Tras unos minutos de salvaje cabalgada con una Fen al borde del orgasmo John echó a la joven hacía atrás de un empujón y sin dejar que se separara comenzó a impulsarse hacia un lado consiguiendo que ambos giraran sobre sí mismos como uno solo. Un último impulso los separó del suelo y poco a poco el yanqui fue tirando de ella hacia él, sin dejar de moverse en su interior, acelerando la velocidad de sus giros y consiguiendo que la joven se corriese mientras giraban a una velocidad increíble suspendidos en el espacio.
El cuerpo entero de la joven se crispó en un monumental orgasmo prolongado por la sensación de mareo y una nueva eyaculación del americano en su interior. Fen gritó descontroladamente y tras comerse a besos a su amante soltó sus brazos de los hombros del joven dejando su cuerpo flotar inerte y sintiendo como la velocidad de sus giros decrecía poco a poco sin llegar a pararse.
—¡Uff! —dijo John apartando minúsculas esferas flotantes de sudor y jugos orgásmicos—Después de trece años de proyecto, dos de entrenamiento, un viaje lleno de peligros y una vida de película, probablemente este va a ser el acontecimiento más memorable de mi vida.
Fen se separó y no dijo nada reflexionando mientras miraba la tierra girar lentamente cuatrocientos kilómetros más abajo. Era la primera vez que se saltaba las reglas dejándose llevar por sus impulsos y también era la primera vez que se sentía realmente viva.
—¿No crees que mañana deberíamos hacer una nueva inspección de los contenedores tres y cuatro para verificar que está todo preparado? —dijo John cogiendo un par de las pequeñas flores amarillas y enredándolas en el negro cabello de Fen Yue.
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
↧
Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos hermanas!”(POR GOLFO)
Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas contra el hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde trabajaba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
-Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor-.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
-Fernando-, me dijo sentándose en un banco, -sé que vuelves a la patria-.
-Sí, Padre, me voy en siete días-.
-Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco-.
La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:
– Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia-, no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían. Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo: -Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de sus dos hijas con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos-.
-¿Cuánto dinero necesita?-, pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
-Poco, dos mil euros..-, contestó en voz baja, -pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas-.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
-Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?-.
-Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa-.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
-Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas-.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
-Fernando, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato-, contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: – Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos euros-.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme, le dije:
-Padre Juan, es usted un cabrón-.
-Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y quien soy yo, para comprender los designios del señor-.
La boda
Esa misma tarde en compañía del dominico, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote. Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
-Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza-.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
-El jefe de la policía local-, me respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: -No querrás que vayan como pordioseras-.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo, me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle sus mujeres. Afortunadamente, vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso, desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus hijas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
“¡Coño!, si la madre me pone bruto, que harán las hijas”, recapacité un tanto cortado esperando que el dominico no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
-Te está purificando-, me aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
-Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio-.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
-Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?-.
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
-En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño, pero su misión es dejar agotado al novio-.
-No entiendo-.
-Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso-.
No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.
Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa, tratando de congraciarse con el extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano, no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al dominico, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano. Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
-¡Que va!, son dulces y obedientes-, me contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: -Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú-.
Lo salvaje del trato, al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo, evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento, tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó a mis brazos y en voz alta, pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
-Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa-.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje-.
-Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales-.
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales-
-Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos-.
-Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad-.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
-Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros-.
“¡Puta madre!, a mí me da lo mismo, pero si estas crías son practicantes, han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente”, pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura. “Será cabrón, espero que me explique que es todo esto”.
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos, fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El dominico, con una sonrisa, me respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del trato.
-Fernando, si tienes algún problema, llámame- me dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.
El viaje
En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos hermanas. Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
-El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi hermana ni yo los necesitamos-, me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
“El dueño de la casa donde viviremos”, tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la india las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello, usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
-Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos-.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su hermana Dhara, empezaron a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
-Debemos probarnos sus regalos-.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
-¿Y?-.
-Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido-.
Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:
-Son muy guapas sus esposas-, dijo en un perfecto inglés,- se nota que están recién casados-.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntaron cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado reconocer, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada Choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su hermana se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
-Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo-.
-No tengo ninguna duda-, contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su hermana no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y que decir de su trasero, que sin un solo gramo de grasa, era el sueño de cualquier hombre.
“Menudo panorama”, pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. “El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa”.
-Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre-, me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación, -sabremos hacerle feliz-.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su hermana, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid, iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las hermanas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India y por eso, no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
“Cómo echo de menos un buen entrecot”, pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
-Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú-.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, me contestó:
-Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección-, tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
-Temo que es mucho. No podrán terminarlo-.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra, una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
-Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo-, y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente cogió mi mano en público.
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto, hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
-Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión-.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su hermana, ésta cogiendo mi mano la pasó por su ombligo, mientras me decía:
-Un buen maestro repite sus enseñanzas-.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad. Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento, para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezaron a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, me susurró:
-Déjenos-.
Los mimos de las hermanas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas, vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su hermana me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba, metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato, me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
-Gracias-.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, su madre al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana, la violó para posteriormente ponerla a trabajar en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a que se dedicaba y por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes dominicos. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
“Menuda vida” pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí, una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo, cuando con voz seria Dhara me replicó:
-El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas, pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos-
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea, que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil, me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
-¿No nos venderá al llegar a su país?-.
Al escucharla comprendí su miedo, y acariciando su mejilla, respondí:
-Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís-.
Escandalizadas, me contestaron al unísono:
-Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será-.
Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras, tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:
-Mi hermana ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias-.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
-Tenemos toda una vida para lo hagas-.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su hermana se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
-Disculpe que le pregunte, ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?-.
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda. El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué que no tenía ninguna mujer. También les pedí que, como en España estaba prohibida la poligamia, al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que, si les preguntaban, confirmarían mis palabras.
-Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión-.
Dhara, al oírme, me dio un beso en los labios, lo que provocó que su hermana, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por hacerlo en público.
“Qué curioso”, pensé, “no puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño”.
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
“No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari”, me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
-Están casadas-, solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite, nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado y al explicarle el motivo, se sonrió y excusándolo, dijo:
-No se debe haber fijado en que llevamos el bindi rojo-.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó que como se distinguía a una mujer casada. Como no tenía ganas de explayarme, señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una, porque no quería que pensaran mal de ellas.
-No te entiendo-, dije.
-No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar-.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría.
Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida. Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salidos y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos hermanas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con María, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuando había vuelto.
-Ahora mismo estoy aterrizando-, contesté.
-¡Qué maravilla!, ahora tengo prisa pero tenemos que hablar, ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? y así nos ponemos al día.
-Hecho- respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación, estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su hermana en español para que yo me enterara:
-¿Has visto a esa mujer?, ¿quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?-.
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su hermana:
-Debe de ser su prima porque, si no lo es, este viernes escupiré en su sopa-.
“Mejor me callo”, pensé al verlas tan indignadas y subiéndonos a un taxi, le pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid, lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal. Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porque había tan pocas bicicletas y que donde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, tras lo cual, les conté que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
-La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos-, les dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté que había dicho, la pequeña avergonzada respondió:
-No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi hermana que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.
Ante semejante burrada, ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada. Al ver que no me había disgustado, las dos hermanas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos. Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella me respondió:
-No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo-, respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
“O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol”, pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
-¿Qué os ocurre?-, pregunté.
-Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una casa de piedra-.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje, les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, les pregunté que era:
-Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar-.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su hermana. Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a similar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto, por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor, arrodillándose a mis pies, dijo:
-Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes tenemos que preparar, como marca la tradición, el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas-.
“¡Mierda con la puta tradición!”, refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, le pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su hermana a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo. Al subirme en el coche con Dhara, ella coquetamente esperó a que le abrochase el cinturón, momento que aproveché para acariciarle el pecho. Al no haber público, la muchacha no solo se dejó hacer sino que despojándose de su blusa, me los ofreció diciendo:
-Son suyos-.
Su mirada inocente me hizo ser tierno y cogiéndolos en mis manos, los acaricié antes de llevar mi lengua a ellos. Su piel morena realzaba la belleza de sus senos. Con el tamaño y la firmeza exacta, esperaron mis mimos. Al juguetear con mi lengua en su aureola, su dueña emitió un gemido confirmando su deseo y asiendo su pezón entre mis dedos, lo encontré dispuesto. Sin más dilación, me lo metí en la boca. La muchacha, completamente entregada, puso su otro pecho a mi alcance mientras acariciaba con su otra mano mi entrepierna. Mi sexo reaccionó irguiéndose, momento que Dhara aprovechó para, sin ningún recato, con su mirada pedirme permiso.
Le respondí acomodándome.
La joven se puso de rodillas sobre su asiento y deslizándose sobre mi cuerpo, pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande antes de con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir la frescura de sus labios recorriendo cada porción de la piel de mi pene. Increíblemente, no paró hasta que su garganta absorbió por completo toda mi extensión y entonces usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó con un suave vaivén que me hizo suspirar.
Al comprobar que me gustaba, aceleró su ritmo lentamente mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. La cadencia de sus movimientos se fue convirtiendo en desenfrenada y sin poderme aguantar, eyaculé en su interior. La muchacha no se quedó satisfecha hasta que consiguió exprimir la última gota de mi sexo y solo entonces, dándome un beso, me hizo probar el sabor de mi semen. Si no llega a ser porque nos esperaban y sobre todo porque cuando la poseyera debía de hacerlo siguiendo sus reglas, juro que allí mismo la hubiese hecho el amor. Menos mal que la poca coherencia que me quedaba me obligó a separarla y decirle que debíamos irnos.
Dhara, sonriendo, me susurró:
-Mi hermana y yo, ya estamos en paz. Estoy deseando contarle que tiene razón-.
-¿Razón?-.
-En el avión, después de probarla, me dijo que el sabor de la simiente de nuestro marido era un manjar-.
Confuso por la confesión de la muchacha, encendí el coche. El camino hasta el centro comercial me sirvió para recapacitar sobre la actitud de las muchachas sobre el sexo. Por su educación, puertas afuera eran unas mojigatas, pero bajo el amparo del hogar, esas crías se estaban mostrando como unas amantes insaciables.
“A este paso, voy a tener que agenciarme una tonelada de Viagra”.
Ya en el centro comercial, la muchacha se agenció de todas las rosas que había en la floristería y al pasar por una frutería, me preguntó si teníamos comida en la casa. Como le contesté que no, cogiéndome del brazo, entró en el local y como niña con zapatos nuevos, lleno medio carrito con diferentes frutas y verduras.
Había pasado una hora desde que salimos del chalet. Al llegar, Samali nos saludó en la entrada al modo tradicional, uniendo las manos y arrodillándose, tras quitarme los zapatos, me puso unas babuchas que había sacado de mi equipaje. Ese acto de sumisión inaudita a los ojos de una occidental, ella lo realizó con una sonrisa de satisfacción en su cara, no en vano la habían educado para servir y por primera vez se lo hacía a alguien que consideraba propio, su marido. Mirándola, descubrí que iba descalza.
Dhara, al entrar con las compras, se quitó sus sandalias dejándolas a un lado de la puerta y corriendo, se fue a la cocina. Sus movimientos denotaban una femineidad difícil de encontrar en las occidentales. A su hermana, no le pasó desapercibida la forma en que miré a la muchacha cuando salía y un poco celosa, me dijo:
-Mi hermana es muy hermosa-.
Sabiendo que a las hindúes les encantan los piropos pero que no podía caer en la grosería de menospreciar a una para ensalzar a otra, respondí mientras acariciaba su mejilla:
-Sí, pero ¿qué es más bello, una flor o un colibrí?-.
Al oírme, se sonrojó. En ese momento no caí en la cuenta que en la India, ese pajarillo era el ave del amor y que mis palabras, eran una declaración en toda regla. Al no estar habituada a ese tipo de galanterías, se puso nerviosa y tratando de devolverme el piropo, me soltó:
-Nuestro marido es un búfalo-.
Aunque sabía por mi estancia en ese país que ese animal era considerado casi un Dios al ser el motor de su economía, ya que, se usaba para arar las tierras y sus excrementos eran el único abono que disponían, no pude evitar reírme y contestarle:
-Espero que no sea por los cuernos-.
La cría no me entendió y cuando, recalcándole que era broma, le expliqué el significado en español, se echó a reír pidiéndome perdón. Siguiendo con la burla, la cogí en mis brazos y sentándome en el sofá, empecé a darle azotes en su trasero. Samali, muerta de risa, empezó a dar gritos como si la estuviera matando. Su hermana al oírnos, vino corriendo y al enterarse del motivo del supuesto castigo, se unió a nosotros haciéndole cosquillas. Lo que había empezado siendo un juego se fue transformando y a los pocos segundos, se volvió un maremágnum de besos y caricias. Nuestros tres cuerpos se fueron entrelazando en un ritual de apareamiento. Cuando ya estábamos a punto de perder el control, Samali, susurrándome al oído, dijo:
-Vamos a nuestro cuarto-.
Cogiendo sus manos, las llevé a mi habitación donde me encontré que no solo olía a incienso sino, que decorando la cama, las sábanas estaban repletas de pétalos de rosa.
Nada más entrar, las hermanas a empujones me llevaron hasta el baño, donde habían preparado la bañera y con ternura, me desnudaron. Tras lo cual, me pidieron me metiera en el agua. Ni que decir tiene que, en ese instante, me encontraba excitado. Las dos mujeres haciendo caso omiso a mi erección, disfrutando como niñas, me lavaron el pelo mientras no paraban de reír. Demostrando una alegría desbordante, se dedicaron a enjabonarme todo el cuerpo, dando énfasis a mi entrepierna. Una vez habían decidido que ya estaba limpio, me sacaron de la tina y se dedicaron a secarme, para acto seguido, ponerme una especie de camisola larga muy típica en su país.
Sabiendo que debía de seguir sus instrucciones, dejé que me tumbaran en la cama. Las hermanas despidiéndose, me dijeron que volvían enseguida. Durante cinco minutos esperé su vuelta. Cinco minutos que me parecieron eternos. Cuando ya estaba desesperado, las vi aparecer por la puerta. Se habían cambiado de ropa y volvían únicamente vestidas con un sencillo camisón transparente que me permitió ver sus cuerpos sin ninguna cortapisa. Me quedé sin aliento al comprobar que no sabía cuál era más atractiva, si la traviesa y delicada Dhara o la sensual y madura Samali.
Como los preliminares eran importantes, me levanté y las besé. La boca de la mayor me recibió con gozo mientras su dueña pegaba su pubis contra mi sexo. Envalentonado, atraje a la menor y uniendo sus labios a los nuestros, nuestras tres lenguas se entrelazaron sin importar a quien pertenecían. Entre tanto, mis manos como si tuviesen vida propia fueron de un trasero a otro obligándolas a fundirse todavía más en el abrazo. Separando a Samali, deslicé los tirantes de su camisón, dejándolo caer al suelo. Sus pechos perfectos parecían llamarme y acercando mi boca, jugueteé con su aureola. Ésta se erizó al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus bordes. Viendo que Dhara se quedaba aislada, le ofrecí el otro pecho. La muchacha, mirando a la mayor, le pidió permiso. Al concedérselo con un gemido, imitándome cogió el seno entre sus manos y metiéndose el pezón entre los dientes, lo mordisqueó suavemente y entre los dos, provocamos que un sollozo de deseo saliera de la garganta de nuestra víctima.
Comprendiendo que eran dos, mis mujeres, sin dejar de abrazar a Samali, besé a la pequeña. Ésta al sentir que le hacía caso, ella misma se bajó el camisón e izando sus pechos, casi adolescentes, con sus manos, nos los dio como ofrenda. Sin pausa, dos bocas mamaron de los negros pezones de esa cría, la cual, en contraste con la serenidad de la hermana, gritó su placer mientras restregaba su sexo contra el mío.
La excitación de los tres era patente y por eso llevándolas a la cama, las deposité lentamente en las sabanas. Completamente desnudas, mis mujeres me llamaron a su lado. Tardé unos instantes en desnudarme porque era incapaz de apartar la mirada de ellas. Nada de lo que me había ocurrido en la vida, podía compararse a la visión de ese par de bellezas hambrientas de deseo emplazándome a apagar el fuego de sus cuerpos.
Al despojarme de la camisola, las dos hermanas contemplaron mi pene erguido con una mezcla de temor y esperanza. Fue Samali la que, abriendo un hueco entre las dos, me rogó que lo rellenara con mi cuerpo. Deseando ser capaz de satisfacer las ansias de ambas, me tumbé a su lado. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos mientras sus manos recorrían mi piel. No es fácil de narrar, lo que ocurrió a posterior. Dhara y su hermana completamente embebidas de pasión y usándome como soporte, empezaron a restregar sus sexos contra mis piernas, tratando de calmar la calentura que les poseía.
Sus maniobras lejos de apaciguar su fiebre, la incrementó, mojando mis pantorrillas con su flujo. El roce de sus senos contra mi pecho me estaba llevando a un grado de excitación que creí que iba a hacer que me corriera por lo que,separándolas, tumbé boca arriba a la mayor y mientras mis besos recorrían sus muslos, le pedí a Dhara que se ocupara de sus pechos. Ella, no solo se apoderó de sus pechos sino que separando con los dedos los labios de Samali, me ofreció su virginal sexo. Acercando lentamente mi lengua a mi meta, probé de su néctar antes de concentrarme en su clítoris. Al sentir mi apéndice sobre su botón, la morena se corrió en mi boca. No contento con su entrega, proseguí con mis caricias recorriendo los pliegues de su sexo.
Incapaz de contenerse, poniendo su mano sobre mi cabeza, forzó el contacto. Su sabor oriental impregnó mis papilas, reafirmando mi erección. Como si su cueva fuera una fuente y yo un náufrago, bebí del manantial que se me ofrecía, lo que prolongó su éxtasis. La pequeña de las dos, entretanto y sin dejar de acariciar sus pechos, llevó su mano a su propio sexo y se empezó a masturbar.
Un chillido de placer de Samali, me confirmó que estaba dispuesta, por lo que, acerqué mi glande a su excitado orificio. Ella al experimentarlo, moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Sabiendo que no me bastaba con ganar la batalla sino que tenía que asolar sus defensas, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla. Cuando la vi pellizcarse los pezones, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior.
La muchacha gritó por su virginidad perdida pero, reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas. Con lágrimas en los ojos, volvió a correrse. La humedad de su cueva sobre mi pene facilitó mis maniobras y casi sin oposición la cabeza de mi sexo chocó contra la pared de su vagina, rellenándola por completo. Su hermana pegándose a mi espalda, siguió mis movimientos como si fuéramos los dos quienes estuvieran desvirgándola. Mi cuerpo me pedía que precipitara mis movimientos pero mi mente lo prohibió, dejando solo que paulatinamente fuese acelerando la cadencia. La lentitud de mis penetraciones llevaron a un estado de locura a la mujer y clavando sus uñas en mi trasero, me exigió incrementara el ritmo. Dhara, tan excitada como la otra, tumbándose a un lado llevó mi mano a su sexo y gimiendo me imploró que la tocara.
Samali al oírlo, cambió sus pechos por el sexo de su hermana e imprimiendo a su mano una velocidad endiablada, torturó su clítoris. Al ver que mi otra mujer estaba siendo consolada, agarrándola de los hombros, llevé al máximo la velocidad de mis embestidas. Fue entonces cuando al percatarme que el placer me estaba empezando a dominar, pasé una de las manos al pecho de la pequeña y estrujándolo, me corrí sembrando con mi simiente el interior de la mayor. Ésta al sentir que estaba eyaculando, nuevamente entre gritos, se corrió.
Dhara al confirmar que me separaba de Samali, cogiendo uno de los camisones, lo pasó por la entrepierna de su hermana y satisfecha me lo dio, diciendo:
-Era niña y ahora es mujer-, y sin darme un minuto de pausa, arrodillándose frente a mí, intentó reanimar a mi adolorido sexo.
Cansado me tumbé al lado de la mayor. Al verme, su hermana aprovechó mi postura para acercar su sexo a mi cara. Sin hacerme de rogar separé sus hincados labios y sacando la lengua, jugueteé con sus pliegues mientras me reponía. La cría gimió al sentirlo y agachándose sobre mi cuerpo, acogió en su boca mi pene todavía morcillón. Envalentonado, mordí su clítoris mientras le daba un azote. Mi acción tuvo como resultado que como si fuera un grifo de su sexo manara su placer. Su sabor agridulce inundó mi paladar y buscando el placer de la muchacha, intenté meter la lengua en su interior. Ella al experimentar que había hoyado su secreto, no pudo más y se derramó sobre mi boca. Samali, ya repuesta e incorporándose, ayudó a su hermana en su labor.
Percatarme que eran dos bocas las que alternativamente se engullían mi pene, fue el último empujón que necesitó éste para erguirse a su máxima expresión.
La mayor de las dos, viendo que estaba ya preparado, ordenó a su hermana que cambiara de postura y cogiendo mi extensión entre sus manos, apuntó al sexo de Dhara. Ella, poniéndose a horcajadas sobre mí, fue lentamente empalándose sin dejar de gemir. Si el conducto de Samali era estrecho, el de ella lo era aún más y por eso tardé una eternidad en llenarlo por completo. La muchacha buscando conseguirlo, izaba y bajaba su pequeño cuerpo, consiguiendo que, en cada ocasión, un poco más de mi miembro se embutiera en su interior. Su hermana intentando hacer más placentero su tortura, comenzó a lamer sus pezones mientras masajeaba el clítoris de la cría.
No sé si fue a consecuencia de ello o que la muchacha al fin consiguió relajar sus músculos, pero fue entonces cuando la base de mi pene entró en contacto con su breve mata de pelos. Si hasta ese momento, la penetración había sido dolorosa, cuando se hubo acostumbrado a tenerla en su seno, Dhara se convirtió en una máquina y retorciendo su delicada anatomía buscó un placer que le fue dado una y otra vez.
Resultó ser multiorgásmica y unió un clímax con el siguiente. Samali viendo que su pequeña estaba disfrutando, aprovechó para darme de mamar. Como un obseso, me así a sus pechos mientras mi pene seguía siendo violado por la batidora en que se había convertido el sexo de la morenita. La excitación acumulada me venció e incorporándome sin sacársela, le clavé repetidamente mi estoque hasta lo más profundo de su cuerpo. Dhara se vio desbordada por el placer y soltando un grito, se corrió por última vez cayendo desplomada sobre las sabanas. Su desmayo no me importó, al contrario, al verla tirada, aumenté el ritmo de mis estocadas. No tardé en experimentar un gran orgasmo, bañando con mi semen la pequeña vagina.
Agotado por el esfuerzo, me dejé caer sobre la cama. Samali imitando a su hermana, me mostró el rastro de sangre sobre las sabanas y abrazándose a mí, susurró a mi oído:
-Éramos niñas y ahora somos TUS mujeres-.
Soltando una carcajada, las abracé mientras recordaba la razón por la cual esas dos jovencitas compartían mi lecho.
“Cuando se entere el padre Juan de lo que he hecho, me va a matar”, y riendo, pensé, “¡Que se joda!. Si quería alejarlas del prostíbulo, ¡lo ha conseguido! aunque ello signifique que las ha metido en mi cama”.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog: http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
↧
Relato erótico: “Mi primer tatuaje” (POR ROCIO)


Las tiendas de tatuajes que había visitado durante toda la tarde eran terribles, parecían lugares clandestinos, con música rock a tope y muchachos punkers apestosos como encargados de los locales. Pero esa tienda en especial no era como las otras. Era un lugar muy bonito, muy aséptico, olía a rosas e incluso me gustaba la música reggae que ponía el dueño (no me refiero al reggaetón, se llama reggae). Me sentí muy cómoda nada más ingresar.
En los estantes de vidrio a la izquierda, cerca de la entrada, había varios modelos de dibujos: Rosas, mariposas e incluso dragones. A la derecha, en cambio, había un montón de aros, bolillas y demás piercings con piedras preciosas o simples. El solo imaginar que debía elegir alguno de ellos me hizo poner muy nerviosa, pues nunca en mi vida he llevado tatuajes y ni mucho menos me he planteado injertarme piercings. Es que era algo que sobrepasaba mi límite.
Y mientras ojeaba el álbum de diseños encadenado al mostrador, se me acercó un atractivo hombre de tez negra, alto, bastante fuerte de complexión, la cabeza rapada y con barbita en el mentón, parecía una estrella de cine. Tenía tatuajes que le cubrían ambos brazos, también el cuello y además poseía un arito diminuto injertado en el labio inferior. Me pasé toda la tarde viendo a esa clase de gente por lo que ya no me sorprendía ni me asustaba. Muy amablemente me saludó. Por la forma de expresarse se notaba que era brasilero:
-“Olá”, menina. ¿Cómo te puedo ayudar?
-Buenos días, señor. He venido para hacerme un tatuaje temporal, nada permanente.
-No hay problema, eso no tardará mucho. ¿Ya sabes lo que quieres ponerte?
-Sí, sé lo que quiero ponerme… Señor, sobre eso, esta es la cuarta tienda de tatuajes que visito esta tarde, prométame que no me echará de aquí como los otros.
-¡Ja ja! ¿Por qué habría de echar a una menina tan bonita como tú?
Me puse coloradísima y me reí forzadamente. Cerré el álbum de tatuajes y, clavando mis ojos en los suyos con determinación, le solté la bomba:
-Señor, voy a ser directa. Necesito que pongas “Perra en celo” en el cóccix. Y que ponga “Putita tragasemen” en mi vientre.
–Deus Santo…
-No me juzgues con esa mirada. ¿Ves por qué me han echado de las otras tiendas? En una, un muchacho me dijo: “Puta, si me das una mamada te lo hago gratis”, así que salí de ahí muy indignada. ¡Yo no soy ninguna puta, que quede claro!
–Menina, menina, es que esas son dos frases muy feas. ¿Tu novio te pidió que te tatuaras eso?
-Sí, claro… mi novio me lo ha pedido –mentí. La verdad es que fue el señor López, el jefe de mi papá, quien me ordenó que me pusiera piercings y tatuajes. Iba a llevarme a su casa de playa dentro de una semana para “pasarla bien” con él y sus amigos, y me pidió… me ordenó que “adornara” mi cuerpo con un par de cosas.
Realmente no tenía opción. Si cumplía con él, le darían un puesto a mi hermano Sebastián a tiempo parcial en la empresa. Y la paga para él sería buena. Simplemente tenía que aguantar otra sesión de orgía con viejos depravados. Solo una sesión más de trancas y alcohol, y podría encauzar la seguridad económica de mi familia. Y para qué mentir, tampoco es que me asqueaba la idea: cuando el jefe de mi papá me pidió que me hiciera un tatuaje guarro y que me pusiera piercings en la lengua y el pezón, me calenté un poquito.
-Bellísima, yo jamás te pediría ponerte algo tan fuerte en tu cuerpo, pese a que sea un tatuaje no permanente.
-Gracias señor, pero lo tengo decidido. Así que saque sus herramientas y hágalo rápido.
-No pierdes tiempo.
-Cuanto antes terminemos mejor. Así que por favor, dígame dónde debo ir.
–Minha mae… Ve al fondo, al cuarto tras las cortinas. Espérame allí porque voy a prepararme.
-No sabe cuánto le agradezco, señor. Pensé que no iba a conseguir a alguien que me ayudara.
-Lo haré porque me pareces una menina muito bela. Ahora ve, te llevaré un álbum para que elijas el tipo de letra.
Avancé hasta donde me indicó, descorrí la cortina y entré en un pequeño cuarto con paredes rojas y espejos adosados a ellas. Una preciosa angelita pelirroja estaba dibujada en la pared frente a mí, mientras que en un costado había un dibujo de una chica skater que ojeaba su patineta, y al otro lado había un dibujo de una valkiria que parecía sonreírme.
Me sujeté de una mesita pegada a la entrada. Estaba repleta de papeles, servilletas, un notebook, recipientes con alcohol, vaselina. Todo aquello me dio un miedo atroz.
-Acuéstate en la camilla del centro, menina –dijo poniéndose unos guantes blancos de látex.
Me subí, era un poco alta y parecía el sillón de un dentista. Era de cuero y el tacto se sentía agradable, pero hice un gesto de dolor al sentarme porque mi culo aún me dolía tras la sesión de noches atrás, en donde me metieron hasta cuatro dedos y lo filmaron en HD.
El hombre se acercó con un álbum y lo abrió para mostrarme los distintos tipos de tipografía que tenía disponible. Como se trataba de un tatuaje que no duraría mucho, quise elegir un tipo de letra al azar, preferentemente uno horrible para encabronar a mis maduros amantes. Pero me llamó mucho la atención una llamada “Ruach Let Plain”, así que puse mi dedo índice sobre dicha tipografía y le dije al hombre:
-Quiero este. Es linda la letra.
-Claro, menina. Ya te lo imprimo.
Se acercó a su notebook y, mirándome con una sonrisa, puso los dedos en el teclado:
-¿Qué palabras querías ponerte, senhorita?
-Serás cabrón…
-Lo pregunto en serio.
-Pufff… “Putita Tragasemen”.
-P-u-t-i-t…
-Dios santo, ¡escríbelo en voz baja!
-Ya está. Lo estoy imprimiendo. Baja un poquito la faldita, pintaré cerca de tu monte de venus.
-¿Va a doler?
-¿Estás bromeado, menina? Claro que no. Si quieres un tatuaje de verdad, ahí la historia será diferente. Pero para presumir tattoo de verdad, hay que sufrir, así es la historia. ¿Tú quieres un tatuaje de verdad?
-No me gusta la idea de tener algo permanente, tal vez lo haga en otra vida, señor.
Bajé mi faldita, el negro se sorprendió al ver que, mientras más plegaba la tela hacia abajo, no había nada que me pudiera cubrir mi coño. Vamos, que se dio cuenta que me paseé casi en pelotas por todo Montevideo. Por su mirada mientras posaba su mano en mi cinturita, deduje que me estaba llamando de todo menos “santa” en sus pensamientos.

Con su mano retiró mi faldita por unos centímetros más para mostrarme dónde quedaría lindo un tatuaje de verdad. Para ser sincera, me calentó un poquito la manera tan sutil y amable de tocarme. Pero era evidente que quería quitarme la faldita y contemplar mi conejito, sus dedos poco a poco retiraban la pequeña tela que me cubría pero hice fuerzas para atajarla y que no viera más de lo que debía.
-Te dije que no quiero un tatuaje de verdad. Vamos, a pintar de una vez, señor.
-Pues es una pena. Allá vamos, menina… -Se sentó en una butaca y se acercó hasta colocarse entre mis muslos. Instintivamente quise cerrarle para que no viera más de lo necesario, pero él las tomó con sus enormes manos y me las separó, mirando de reojo mi expuesto chumino, y se hizo lugar para pintarme.
Sin saber yo dónde meter mi cara roja, él limpió mi vientre con un trapito frío y húmedo, y plegó en mi piel aquel papel que había imprimido. Al retirarlo, empezó a utilizar su aerógrafo. Sentía cosquillas, y de vez en cuando daba pequeños sobresaltos, pero él con su mano libre me sujetaba fuerte y me pedía que me quedara mansa.
Cuando terminó de pintar una palabra, creo que “Putita”, sopló ahí donde pintó y me hizo dar un brinco de sorpresa. El negro se rió de mí, y acariciándome la zona recién pintada, me dijo:
-No puedo creer que me haya olvidado preguntar el nombre de una chica tan bonita como tú.
-Ro… Rocío, me llamo Rocío –le dije suspirando, la verdad es que yo estaba algo sugestionada. El cabronazo me seguía acariciando, soplando, tratando de plegar mi faldita de manera disimulada, creo que ya se podía apreciar mi mata de vello púbico. Mi cara estaba rojísima y mis pezones querían reventar bajo la remera. Mis manos temblaban pero hacían lo posible para que el negro no viera más de lo necesario.
-Ah, no me digas “señor”, yo me llamo Ricardo. Ahora ponte de nuevo quieta que voy a pintar la última palabra.
Tras cinco minutos más, Ricardo terminó su trabajo. Me mostró cómo quedó, pasándome un espejo. Pero lo que me alarmó fue ver cómo un poco de humedad se impregnaba en mis muslos y en su silla. Seguro que él lo había notado también, es que tanto toqueteo sutil me puso muy caliente y el charco que dejé fue muy evidente.
Lejos de decirme que era una puta o una chica indecente, siguió profesionalmente su trabajo:
-Menina bonita, vamos a ponerte los piercings antes de dibujarte el tatuaje en el cóccix.
-Ay Dios, los piercings. ¿Eso sí que va a doler, no?
-Trataré de que no te duela tanto, Rocío. ¿Dónde te los vas a poner?
– Quiero una… quiero una bolilla en la lengua.
-OoooK. ¿Es todo?
-No, hay más. Madre mía, quiero que me injertes un arito en un pezón.
-Lo primero será fácil. Pero lo otro… Quítate la camiseta, Rocío, tengo que ver.
-No quiero…
-¿Eh? No tengas vergüenza, menina, yo he trabajado con muchas chicas.
-Sí, no me cabe duda, Ricardo…
Me ayudó a retirar la camiseta, la plegó y la dejó en su escritorio. Ya he dicho que tengo tetas bastante grandes, pero debo decir que mis pezones son muy pequeños. Con la cara coloradísima, me tapé los senos con las manos. El negro reventó a carcajadas, y sutilmente, me retiró las manos para que pudiera mostrarle mis tetas en todo su esplendor.
Palpó mi pezón rosadito con total naturalidad, gemí como cerdita y cerré los ojos mientras él jugaba. Me estaba volviendo loquísima, no sé si lo hacía adrede o era parte de su trabajo. Sea como fuere, yo empezaba a tener ganas de carne. A los pocos segundos, soltó mi pezón y carraspeó para sacarme de mis pensamientos lascivos:
-Tienes un pezón muy pequeño, va a ser difícil anillarte, Rocío. Pero con un cubito de hielo puedo hacer magia. Tengo un álbum lleno de fotos para que elijas cuál arito te pega más.
-Ufff… Simplemente ponme uno que te guste y ya.
Salió del cuarto por un par de minutos, y volvió con un cofrecito con aros, así como un vasito con un par de cubitos de hielo. Seleccionó un aro de titanio con una bolita y me lo mostró. Le dije que tenía pinta de ser caro, pero él me respondió que no me preocupara porque me lo iba a regalar. Retiró un cubito de hielo del vaso y se acercó peligrosamente hacia mis tetas.
-Quita tus manos, Rocío, ya te dije que no tengas vergüenza. Esto lo hago casi todos los días.
Me mordí los labios y saqué mi mano de mi teta izquierda, indicándole con la mirada que era esa la que debía trabajar. Cerré mis ojos y me dije para mis adentros que tenía que aguantar, que no debía gemir como una maldita niña inmadura. Yo estaba caliente, estaba muy susceptible, ese hombre para colmo era muy guapo y su voz con acento brasilero me derretía.
-¡Hummm! Diosss… Frío, frío, frío…
-Calma, menina preciosa, estoy pasando el cubito, hay que estimular ese pezón tan pequeño.
-Ricardo… en serio está muy frío… Deja de restregarlo asíii…
-Es un cubo de hielo, menina, ¿qué esperabas? Enseguida te acostumbrarás.
Y así fue que, tras dibujar círculos varias veces me logré acostumbrar. Se detenía en la punta del pezón, soplando y tocándolo de manera muy sensual. Me decía cosas muy bonitas, no sé qué quería decir porque no sé mucho portugués, pero por el tono de su voz imagino que quería tranquilizarme o halagarme por estar aguantando. Vi de reojo que efectivamente mi pezón estaba paradito; miré a Ricardo, me sonreía, era tan guapo; quería decirle que chupara la teta y me hiciera suya, pero realmente estaba cansada de parecer una chica fácil, últimamente, y como podrán comprobar en mis otros relatos, parecía que hombre que veía, hombre que me follaba hasta hacerme llorar. Me armé de fuerzas y traté de actuar lo más normal posible.
-Ufff… Funcionó, Ricardo…
-¿Qué te dije, eh? Ahora estate quieta, vamos a injertar este lindo aro.
Trajo una pinza de doble aro y aprisionó mi erecto pezón con ella. Agarró una aguja de su mesita y reposó la punta filosa en el aro de la pinza, lista para perforarme. Tengo que admitirlo, me dio un miedo atroz, parecía que estaba en una maldita carnicería clandestina. Cerré mis ojos con fuerza, mordí los labios y empuñé mis manos esperando el doloroso momento, pero Ricardo no atravesó la aguja, seguro vio mi carita de chica espantada y trató de tranquilizarme:
-Rocío, eres la chica más bonita que ha entrado aquí en mucho tiempo. Y mira que he tenido muchas clientas.
-¿En serio, Ricardo? Gracias. Desde que entré no has parado de decirme cosas bonitAAAAASSSSS… CABRÓN, LO HAS HECHO ADREDE.
-¡Quieta, menina! Voy a injertar el aro por el agujerito que acabo de hacer, ¡quieta!
-¡HIJOPUTA! ¿Eso es sangre? ¿¡Es que quieres matarme!?
-No, no, no, es normal, es solo una gotita, ¡espera que ya lo estoy injertando!
-¡Dios mío voy a morir desangrada!
-Estás exagerando Rocío, solo aguanta un poco más, ya casi está.
-¡En serio no quiero moriiiir!
–Me deus… ya está, menina, eres una exagerada… Oye, ¿¡estás llorando!?

Ricardo me tomó del mentón con sus enguantadas manos, sonriéndome como si no hubiera pasado nada. Yo no quería mirarlo a los ojos, los míos estaban vidriosos, mi carita estaba toda colorada y para colmo estaba temblando muy notablemente.
-Rocío, no he mentido cuando te dije que eres la menina más hermosa.
-Perdón Ricardo, no quise decirte “hijoputa” ni “imbécil”, en serio, a veces suelo ser muy grosera.
-Bueno, no pasa nada. Deberías oír a los machitos a quienes tatúo. Si es que lloran como chiquillas de diez años.
Estábamos tan cerca, tenía ganas de besarlo. Cuando me acerqué para unir mi boca con la suya porque ya no aguantaba más, él se levantó y me acarició el cabello como si yo fuera una hija, sobrina o algo así. Me cabreó, es como si quisiera evitarme. Yo estaba casi desnuda, solo una maldita falda arrugada era el único trapito que me impedía estar a su merced, y aún así él se comportaba como un caballero.
Me limpió la teta con gasas y desinfectantes, tan profesional como era de esperar mientras yo me mordía los labios otra vez, gimiendo por el dolor punzante que a veces me venía.
-¿Segura que quieres continuar? Podemos hacerlo mañana.
-No, Ricardo, cuanto antes mejor.
-Pues bien menina, date media vuelta, voy a poner el tatuaje en el cóccix. “Perra en celo”, ¿no?
-Diossss, qué vergüenza. Sí, hazlo rápido por favor…
Me di media vuelta, mis tetas se aplastaron contra el asiento de cuero. Me acomodé para que mi pezón recién perforado no me causara molestia, sujeté mis manos en sendos lados de la camilla y cerré los ojos. Escuché cómo tecleaba la palabra en su notebook para posteriormente imprimirla. Se acercó y tomó el pliegue de mi faldita para bajarla. A esa altura ya me daba igual, iba a dejar que me viera todo el culo si fuera por mí, estaba caliente por él e iba a hacer lo posible por encenderle los motores.
Tocó con su mano allí donde moría mi espalda y empezaban a nacer mis nalgas. “¿Quieres que dibuje aquí?” me preguntó. Le dije que quería un poquito más abajo. Llevé mis manos a mi faldita y la bajé más, dejándole ver el nacimiento de la raja de mi culito. Ricardo se mantuvo callado por unos segundos, yo no podía verle pero imagino que estaba contemplando mi cola como un perro faldero.
-OoooK… Voy a empezar.
Se sentó en su butaca y se puso a mi lado, una mano la reposó en mi nalga mientras que con la otra empezó a pintar las palabras. Realmente no dolía nada, pero aún así gemí como una putita para conseguir excitarlo. O al menos tratar de ponerle.
Mientras más pintaba, más movía mis piernas y más cedía la faldita. Creo que llegó un punto en donde la mitad de mis nalgas ya estaban expuestas. Si eso no lo ponía, madre del amor hermoso, no sé qué más podría funcionar. Cuando terminó de pintar, me dio un sonoro guantazo a la cola que me hizo chillar de sorpresa.
-¡Auch! ¡Ricardo!
-Listo, Rocío. Ya hemos terminado con los dos tatuajes temporales. Ya tienes un piercing en el pezón, solo falta el de la lengua. Si quieres continuamos mañana… ¿Qué me dices?
-Ya te dije que no, quiero hacerlo todo hoy. ¿Va a doler como con el pezón?
-Por suerte no tanto. Descansa un momento, ponte tu camiseta si lo deseas mientras voy a por el equipo.
-No quiero ponérmela todavía, me duele un poco el pezón –mentí. Me levanté para desperezarme un poco y reacomodarme la faldita lo más decentemente posible. Contemplé con mucha vergüenza lo encharcado que estaba su asiento de cuero, era evidente que se trataba de mis fluidos y me daba muchísimo corte. Si es que el jefe de mi papá tenía razón al elegir “Perra en celo” como tatuaje, menudo cabrón.
-Siéntate de nuevo, Rocío.
-Perdón por estar casi desnuda, vaya, seguro pensarás que soy alguna clase de zorra barata.
-Bueno… quitando el hecho de las groserías que acabo de tatuarte, creo que eres una chica muy decente. Casi. Vamos, siéntate y muéstrame tu lengua.
-¿Así?
-Perfecto. Quédate quieta.
Sujetó la puntita de mi lengua con una pinza similar a la anterior. Rápidamente, como si quisiera prevenir que me zarandeara como loca, me lo atravesó con una aguja, y con una velocidad tremenda, logró injertarme la bolilla. Pero para su sorpresa, aguanté como una campeona, no puse mucha resistencia y para orgullo mío, apenas lagrimeé. Enroscó la base del piercing para asegurarla, y tras sonreírme, me mostró cómo me quedó, facilitándome un espejito.
-¿Te gusta, Rocío?
-Ezz prezziozzo…
–Menina, es verdad, vas a hablar raro un rato, tienes que acostumbrarte.
-Mmm… ziento que la boliyyya me golpea los dientezzz…
-¿Eso era todo, Rocío?
-Zzzí, ezz todo. Trabajo terminado.
Ricardo volvió a tomarme del mentón, y sin preámbulos, me besó. Sentí mariposas en el estómago y mucho fuego en el resto de mi cuerpo, por fin se decidió a mover ficha. Pese a que el piercing me molestaba, disfruté de su enorme lengua recorriendo toda mi boquita. Puso mucho en chupar mis labios y evitar la lengua recién perforada, seguramente sabía que estaría muy sensible aún.
-Rocío, soy un profesional, estuve aguantándome toda la tarde pues quería terminar mi trabajo… Pero me deus, qué cosa mais bonita eres…
-Yicadyo…
-No hables, Rocío. Quiero arrancarte la faldita y follarte aquí en la camilla, me pones como una moto, menina, es la puta verdad. Pero no haré nada si tú no quieres. Si lo deseas, me levantaré y te acompañaré hasta la salida como un caballero. No te cobraré el servicio decidas lo que decidas.
-No, no… no, Yicadyo…
La verdad es que era un parto tratar de hablar. Quería decirle un montón de cosas, pero como me dolía la boca a cada sílaba que soltaba, decidí ahorrar palabras e ir directo al grano. Le tomé de la mano, trayéndolo más y más contra la camilla en donde yo estaba ardiendo. Toda la tarde tocándome, piropeándome, tratándome como a una reina. ¿Qué chica en este mundo se podría aguantar? Era tan hermoso, su sonrisa, sus ojos, su olor a macho me cautivaba, su confianza y su acento lo hacían el ser humano más encantador de todo Uruguay. Con mi cara coloradísima y los ojos muy humedecidos, le confesé:
-Pod favod, deja de podtadte como un cabayedo…
-¿Qué? No entendí… ¿Estás diciéndome que quieres que te folle?
-Bueno… Tampoco zzoy una putita fácil, eh…
-Ah, pues no quieres que te folle, ¿no?
-Diozzzz… Serás cabrón… Está bieeeen… zoy una putita… lo pone claro en el tatuaje, imbécil…
-Mierda, apenas te entiendo menina… Dilo fuerte y claro. ¿Eres una puta o no?
-Zoy una putitaaaa… fóllame ya por favor, eres un cabronazo, me has calentado toda la tarde adredeeee…
-¿Te calenté adrede? ¡Ja! Te has calentado tú solita. La verdad es que encharcaste mi sillón, guarra.
Se aljó para subir el volumen de su equipo de sonido. El reggae infestaba todo el lugar, seguramente lo hizo para que nadie de afuera escuchara la sinfonía de gritos y chillidos que yo haría al ser montada por ese semental. Se retiró el jean y, al bajar su ropa interior, abrí los ojos como platos y me sujeté del sillón para no caerme del susto. No solo por el pollón que tenía el cabronazo; resulta que tenía depilado el pubis y lo tenía tatuado con dibujos de llamas. Ese infeliz estaba loco, pero yo más.
-Ezzz… enodmeee…
Se apoyó a los lados de mi sillón, su tranca gigantesca y negra se acercaba peligrosamente a mi coñito. Cuando se pegó a mí, empezó a restregarlo deliciosamente contra mi rajita. Mis carnes estaban hirviendo, mi chumino estaba hinchado, rojo, caliente. Casi me desmayé de lo rico que se sentía en mis pliegues, pero por lo visto el cabrón no tenía ganas de penetrarme.
-¿Lo quieres, menina? Es todo tuyo, pero solo si me lo pides.
-Ufff… Fóyameee… pod favoood….
-No sé, Rocío, no sé. ¿Y me puedo correr dentro de ti?
-Uffff… Noooo… Estás loco… Nada de eso, solo fóllameee…
Remangué mi faldita por mi cintura, separé mis piernas y con ellas rodeé su espalda, trayéndolo junto a mí. Puse mis manos en sus hombros para tener algo de qué sujetarme en caso de que hiciera revolverme del placer. Yo estaba a tope, no sé qué más quería él, empujé mi pelvis contra él para que su polla entrara de una puta vez, pero él no quería metérmela aún.
-No te follaré hasta que me pidas que me corra dentro de ti, menina.
-Vaaaa… Serás infeliz… No, no, no te corras adentroooo… Fóllame de una vez por el amor de todos los santos…
Llevó una mano a mi coñito y empezó a buscar mi clítoris. Al encontrarlo, no tardó en estimularlo. Yo parecía una maldita poseída, quise volver a decirle que me hiciera su puta pero la verdad es que entre el piercing de la lengua y mis gemidos, solo salieron balbuceos que no entendía ni dios. Casi perdí la visión debido a la rica estimulación, mis piernas cedieron al igual que mis brazos, quedando colgados como si yo no pudiera controlarlos.
-Madre míaaaa….
-Rocío, meu deus, eres una puta en serio. ¡Mira cómo mojaste mi mano!
-Y tú eres un cabronazo de campeonatoooo…

-Cabróoon… valeeee, ¡ya deja de hablar que me vas a volver loca!
-Vaya flor de puta encontré. Chupa mis dedos, putón, vamos.
Lamí sus dedos que estaban, efectivamente, encharcados de mis propios jugos. No voy a mentir, no fue delicioso, pero estaba tan caliente que no me importaba probar el sabor de mi coñito. Mientras lamía su dedo corazón, aproveché y tomé su mano con las mías. Le miré con una carita de perrita degollada:
-Tienes una tranca enorme, Ricardo, trata de no partirme en dos. Sé cuidadoso, ¿sí?
El negro posó la punta del glande en mi entrada. Un ligero cosquilleo nació en mi vientre, mezcla de miedo y expectación. Realmente era un pedazo de carne de proporciones épicas, no sabía cómo algo así iba a caberme, por más lubricada y ansiosa que estuviera. Él se apoyó de los lados del sillón, y de un impulso metió la cabeza de su carne. Arañé sus hombros y me mordí los labios al sentirlo por fin adentro.
-Ughhh… No, no, hazlo más lento, te lo pido en serio, negro.
-¿Te gusta, Rocío? ¿Quieres más?
-Diossss… por favor, Ricardo, ¿me quieres desgarrar o quéee?
Empezó a empujar, más y más, contemplando mi cara roja de vicio. Cuando media tranca se encontraba enterrada, hizo movimientos circulares con su pollón dentro de mí que me volvieron loca. Se sentía tan rico que sentí que me iba a desmayar, pero tenía que aguantar para poder gozar de tan tremendo macho. Empezó a decirme palabras obscenas en su idioma, pero a mí no me importaba, yo también le insultaba en el mío. Cuando notó que las paredes de mi gruta se estaban acostumbrando a su tamaño, dio un envión que me hizo chillar como una auténtica loca. Si no fuera por la música tan fuerte, mi grito se hubiera escuchado hasta el otro lado de la calle.
Ricardo retiró un poco su pollón, viéndome vencida, babeando, con los ojos lagrimosos. Me acarició la mejilla y se acercó para meterme su lengua en mi boca y jugar con mi piercing nuevo. Cuando me vio más tranquilita, continuó embistiendo otra vez, lenta y caballerosamente, no como esos viejos cabrones con quienes solía estar.
Empezó a aumentar el ritmo, empezó a aumentar un poquito la incomodidad, realmente me estaba forzando mi agujerito y mis gemidos cada vez más fuertes así lo decían. El cabrón puso una cara feísima, muy rara, como si estuviera cabreado por alguna razón extraña, y me la clavó hasta el fondo. Grité, mi vista se nubló y perdí el control de mi cuerpo, era como si una maldita descarga eléctrica me dejara K.O.
Me tomó de la cinturita como para evitar que yo me escapara, aunque realmente yo no podría hacer nada pues mi cuerpo ya no me respondía. Sus enormes huevos golpearon secamente mis nalgas, y sentí cómo su miembro caliente palpitaba adentro de mí, para posteriormente correrse. Estuvo así casi un minuto, maldiciendo, gritando, parecía que la leche no paraba de salir de su verga, me dolía lo fuerte que me sujetaba y lo mucho que me forzaba acobijarlo en mi gruta.
Con un bufido animalesco, me soltó. Su polla hizo un sonido seco al salir de mí; me dolía un montón, por el reflejo de uno de los espejos contemplé el tremendo agujero ensanchado que el cabrón me dejó, mi coñito estaba hinchadísimo, enrojecido, con leche chorreando para afuera, recorriendo mis muslos y el cuero de la silla. Intenté reponerme pero era difícil, yo temblaba como una poseída.
-Ricardo… Ricardo estuvo fantástico…
-Menina, Rocío, la verdad es que tu cuerpito es un vicio.
-Necesito irme a tu baño, tengo que limpiarme.
Me ayudó a reponerme, recogí mis ropitas y salimos del cuartito. Cuando entré en el baño me vi en el espejo, realmente yo parecía y actuaba como la más puta de mi país. Y para qué mentir, me gustaba. Dejé que su semen se secara en mis muslos por puro morbo, recogí un poco con mi dedo y lo saboreé, ya me estaba acostumbrando a ese sabor rancio poco a poco.
Me puse mi remera roja y mi faldita blanca. Estaban arrugadas, desgastadas, cualquiera sabría qué es lo que estuve haciendo realmente.
Cuando salí del baño, me dirigí al mostrador donde Ricardo me esperaba sentado, ya vestido. Al acercarme a él para despedirme, me tomó de la manito de improviso y me hizo girar para él.
-Rocío, ¿en serio no quieres un tatuaje de verdad?
-Anda, sigues con eso, Ricardo.
-Piénsalo menina. Te pegaría. Una rosa roja.
-¿Y cuánto tardarías en hacérmelo?
-Dos, puede que tres días. ¿Qué me dices? La casa paga.
Arqueé los ojos y le sonreí. Acepté, le dije que me encantaría que fuera él quien me hiciera mi primer tatuaje permanente. Además, sería la excusa perfecta para volver a su local y poder estar juntos, sin que el jefe de mi papá se enterara de que me acostaba con un negro que triplicaba el tamaño de su polla.
Antes de irme, como aún notaba su bulto, le dije que le iba a hacer pasar su calentón. Cerró su tienda y me dediqué a comer su pollón a ritmo de la música reggae. Mis manos apenas podían agarrar la tranca, mi boca me dolía nada más tratar de tragar el glande, por lo que me limité a chupar la punta mientras lo pajeaba. Fue una odisea, y de hecho terminé de mamársela con un ligero dolor en la boca producto del sobre esfuerzo. Cuando se corrió, tragué lo que pude y dejé que el resto se secara dentro de mi boca y garganta.![]()

Quiso agradecerme la cortesía, así que con sus poderosas manos me cargó y me sentó en su mostrador. Remangó de nuevo mi faldita hasta mi cintura, y me comió el chumino como ningún otro hombre. Su lengua sacó lo mejor de mí, y vaya que me mojé como una marrana mientras metía dedos y mordisqueaba mis labios vaginales.
Tras arreglarme nuevamente en su baño, y como se hacía tarde, llamé por el móvil al señor López para que me viniera a recoger. Fue él quien me dejó en medio del barrio de Unión esa tarde para que yo buscara por mi cuenta una tienda de tatuados, pues él tenía que almorzar con su esposa y no podría acompañarme. De mala gana, mi maduro amante aceptó venir a buscarme. Le esperé sentada en un banquillo de una plaza cerca de la tienda, con Ricardo haciéndome compañía.
-Adiós Ricardo, nos vemos mañana. Estoy ansiosa por hacerme un tatuaje de verdad.
-Adiós menina hermosa, te estaré esperando… ¿Ese hombre en el coche es tu padre?
-Ehmm… sí, es mi papá –mentí.
Me despedí besándolo en la mejilla, y corrí rumbo al coche para que Ricardo pudiera ver el bambolear de mi culito, húmedo y con su semen seco en mis muslos. Cuando subí al vehículo, el señor López arrancó el coche y me llevó a una zona descampada sin decirme nada.
Estacionó y encendió un cigarrillo. Le pregunté qué hacíamos ahí pero no me hizo caso. Cuando expelió el humo, me ordenó con su tono de macho alfa que me saliera del coche porque quería verme los tatuajes que me hice. Cuando salimos, hizo apoyarme de su capó para que pudiera inclinarme y poner la colita en pompa. Remangó mi faldita hasta mi cintura y, metiendo un dedo en mi culo mientras que con la otra mano palpaba mi tatuaje, me dijo:
-No creas que no sé lo que has estado haciendo con ese negro, ramera, se te nota en las piernas y el coño chorreando. Pero no estoy enojado pues eres libre de hacer lo que te guste y con quien te guste, con tal de que cumplas conmigo y mis colegas.
-Ughhh, odio cuando metes tu dedo ahí… Me parece perfecto que no te pongas celoso, don López, la verdad es que ese negro sí que es un hombre de verdad y sabe tratar a una dama, a diferencia de otros…
-Respondona como siempre, ¡ja! Mira, me gusta tu tatuaje, lo has hecho muy bien putita.
-Mmm… Deje de llamarme putita, imbécil.
-Date la vuelta y quítate la remera, quiero ver el arito… -Sacó su dedo y me dio un pellizco en la cola.
-Señor López, no sé… Me da corte seguir con esto, volvamos al coche y se lo mostraré… ¿Y si alguien nos ve aquí?
-Me importa una mierda si alguien nos ve. Rápido que no tengo tiempo, mi esposa me espera para cenar con mis hijos.
-Serás cabrón…
Me quité la remera y, con sus ojos muy iluminados, sonrió y palpó mi arito injertado en mi pequeño pezón. Tocando el titanio, la bolita, luego jugando con mi aureola, deteniéndose a veces en mi carnecita rosada para moverlo con la punta de su dedo, haciéndome gemir.
-Muy bien –dijo expeliendo el humo de su cigarrillo en mi cara, haciéndome toser-. Vístete rápido, Rocío, y sube al coche. Te llevaré a tu casa. Tu braguita y tu sujetador están en la guantera del coche.
-Gracias, las estaba extrañando…
-Vas a disculparme, pero mi colega, el señor Mereles, se masturbó con tus braguitas hoy en la oficina. Ahora está un poquito sucia, ¡ja ja!
-¡Será marrano!
-¡Ja! ¿Vas a volver a esa tienda de tatuajes?
-Pues claro que sí, señor López. Quiero hacerme un tatuaje de verdad, en mi cadera… aquí, ¿ve?
-Como quieras marranita, te lo pagaré yo. Ahora sube.
En los tres posteriores días, el señor López se encargó tanto de llevarme a la tienda como de recogerme, varias horas después. Debía ir siempre ligerita de ropas, y para colmo debía entregarle tanto mi sujetador como mis braguitas cada vez que me bajaba del coche. Al regresar, debía mostrarle en el descampado las pruebas de que, efectivamente, me follaba al negro, mostrándole el semen reseco en mis muslos y boquita. A veces le ponía caliente verme en esas condiciones, tanto que no aguantaba la situación y se dedicaba a montarme un rato a la intemperie antes de devolverme a mi casa.
Pero lejos de quedarme con esos recuerdos, prefiero quedarme con los de Ricardo, un auténtico macho negro y caballeroso. Vi las estrellas cada vez que me hacía suya en su camilla y en su baño al ritmo de su música reggae, entre las pinzas, agujas y aerógrafos de su local. En esos días llegué a memorizar todos y cada uno de los tatuajes de su esbelto cuerpo, y muy sobre todo recordaré el fuego dibujado en su pubis depilado.
Y en cuanto a mi primer tatuaje, aquella rosa roja dolió muchísimo; pero Ricardo, su boca, sus manos y su voz tan hermosa me consolaban cada vez que lagrimeaba o chillaba. Y a veces, entre los minutos de descanso, me sentaba en su regazo y dejaba que él me estimulara vaginalmente. El cabrón era muy bueno en esas lides y le gustaba verme balbucear de placer, retorciéndome y temblando en sus piernas. Y para compensar su amabilidad, antes de irme solía hacerle un oral, aunque sacarle leche era un auténtico martirio porque tenía mucho aguante, exigiéndome a usar todos los trucos que había aprendido.
Cuando terminó de colorear el tatuaje de la rosa, en el tercer día, se dedicó a fotografiarme. Supuestamente debía fotografiar el tatuaje para archivarlo en su álbum de muestra, pero realmente se empeñó en sacar fotos a otras zonas de mi cuerpo, aunque a mí no me importó mucho y con gusto hice varias poses lascivas. Me dio una copia de las imágenes y hasta hoy las guardo con mucho cariño.
Pero el fin de semana había llegado y tenía que prepararme para irme a la casa de playa del señor López. Le mentí a mi papá, le dije que iría a dormir en la casa de una amiga por cuestiones de estudios, durante todo el fin de semana. De todos modos dudo que me hubiera creído si le dijera la verdad: que sería la putita de su jefe y de sus compañeros de trabajo por dos días completos.
En el baño de mi casa, mientras me preparaba para salir, me estimulé tocando mi coñito y mi teta anillada, recordando al negro de la tienda de tattoos, a su enorme pollón y sus tatuajes. Mi papá nunca entendió muy bien por qué yo, desde ese día en adelante, siempre que me iba al baño me ponía a escuchar música reggae.
————-
Gracias por haber llegado hasta aquí, queridos lectores de TodoRelatos, espero que les haya gustado como a mí. Un saludito muy especial a los que me han comentado hasta ahora
Estoy tratando de convencer a mi pareja para que me permita poner de nuevo mi mail en mi perfil. Christian, sé que vas a leer esto así que aprovecho para decirte que te quiero pero sos un gran mamarracho desconfiado.

Un besito,
Rocío.

↧
Relato erótico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra part 1” (POR GOLFO)
Aunque parezca imposible, después de toda una noche follando, a esa mujer le quedaban ganas de seguir cuando se levantó a la siete de la mañana. Estaba completamente dormido cuando sentí que a mi lado, Ann se había despertado y que pegándose a mí, quería reactivar mi maltrecho pene. Ni siquiera había abierto los ojos, cuando la humedad de su boca fue absorbiendo mi extensión todavía morcillona. Asaltando mi feudo a traición, la rubia se puso a lamer los bordes de mi glande mientras sus manos acariciaban mis testículos. Poco a poco, mi pene fue saliendo de su letargo y gracias a sus mimos, en pocos segundos adquirió una considerable dureza.
Como había tenido ración suficiente de sexo, decidí hacerme el dormido. Mi supuesta vigilia no fue óbice para que poniéndose a horcajadas sobre mí, esa mujer se fuera empalando lentamente sin hacer ruido. La parsimonia con la que usando mi sexo rellenó su conducto, me permitió sentir cada pliegue de su cueva recorriendo mi piel.
“Sera puta”, pensé y ya completamente despierto, decidí seguir fingiendo, “vamos a ver hasta dónde llega…”.
Moviéndose a cámara lenta, Ann fue alzando y bajando su cuerpo calladamente. Supe que estaba cada vez más excitada por la facilidad manifiesta con la que mi miembro recorrió su interior.
“¡Que gozada!”, exclamé mentalmente al sentir como los músculos de su vagina se contraían y relajaban a su paso. La mujer, quizás pensando que me podía molestar ser usado sin mi permiso, en ningún momento posó el peso de su cuerpo sobre el mío sino que haciendo verdaderos esfuerzos, su penetración se quedaba a milímetros de hacerlo.
No tardé en escuchar sus suspiros y entreabriendo los ojos, descubrí que se estaba pellizcando con dureza los pezones mientras se mordía los labios para no gritar. Ajena a mi escrutinio, la rubia iba en busca de un placer robado y sintiéndose una ladrona, llevó una de sus manos a su entrepierna y con dureza se empezó a masturbar mientras seguía perforando su interior con mi miembro. Me encantó ver sus dos enormes ubres, saltando como poseídas al hacerlo y conociéndola comprendí que no tardaría en correrse.
Esperé a ver el sudor recorriendo su canalillo y su flujo empapando mis piernas, para salir de mi ensimismamiento y cogiendo entre mis dedos, sus pezones, aplicar un dulce correctivo a mi violadora:
-Eres una puta muy mala- dije mientras mis yemas presionaban el botón de sus aureolas.
La mujer dejando de disimular, gimió los pellizcos y como una loca, se puso a cabalgar sobre mí. Me puso cachondo darme cuenta que cuanto más apretaba, mas gemía y por eso, obviando que era mi clienta le solté un azote en su trasero. Mi nalgada le hizo chillar pero con más pasión prosiguió su galope. Entusiasmado por el descubrimiento, fui repitiendo mi caricia ante la brutal excitación demostrada por Ann. Berreando la mujer me rogó que no parara y ateniéndome a sus órdenes continué castigando sus cachetes a dos manos.
-Me encanta- escuché que me decía mientras mi estoque se clavaba profunda mente en su vulva.
Totalmente enardecido por su entrega, la eché a un lado y poniéndola a cuatro patas, la penetré de un solo golpe. La brutalidad de mi embestida sacó un aullido de su garganta pero, lejos de protestar o intentar zafarse, esa mujer abriendo sus nalgas con las manos, buscó que mi siguiente acometida le llegara aún más profundo. Desgraciadamente para ella, me mostró un ano rosado y virgen que se me antojó una meta a conquistar y cogiendo parte de su flujo, me puse a embadurnarlo sin esperar su opinión.
Desesperada al ver mis intenciones, se intentó escapar pero reteniéndola con mi brazo, se lo impedí mientras uno de mis dedos violaba su hasta entonces inmaculado esfínter.
-¡No!- gritó reptando por las sábanas, -Por ahí, ¡No!-
Fue demasiado tarde para ella, cogiendo mi extensión, puse mi glande en su entrada y presionando con mis piernas, la desfloré.
-¡Para!- chilló incapaz de moverse.
Su parálisis me dio alas y forzando su ano, fui introduciéndome centímetro a centímetro en su intestino mientras ella no dejaba de sollozar. Mi intromisión continuó hasta que sentí su ano rozando la base de mi pene y entonces durante unos segundos, dejé que se acostumbrara. Cuando decidí que estaba preparada, comencé a tomarla con brutalidad. Sus gritos en vez de retraerme me servían de acicate y cogiéndola por los pechos, busqué mi placer sin importarme el modo.
Sé que fue una violación y no estoy orgulloso pero, en ese momento, ella era el instrumento con el que saciar el furor que me tenía obsesionado y usando su pelo como si de riendas se tratara, cabalgué a mi yegua a un ritmo desenfrenado.
-Muévete puta- le ordené dándole otro azote.
Mi flagelo le obligó a moverse y totalmente sometida, colaboró con su violador sin dejar de llorar. Nada me podía parar, necesitaba desfogarme en ese culo y estocada tras estocada, mi tensión se fue acumulando hasta que rugiendo por el dominio alcanzado, me corrí sonoramente en su interior y exhausto me dejé caer a su lado.

Ya liberado me percaté de la burrada que acababa de cometer y lleno de remordimientos, me levanté al baño a limpiarme los restos que impregnaban mi falo. Mientras me lavaba decidí pedirle perdón y si quería le devolvería el doble del dinero que me había pagado. Todo menos tenerme que enfrentar a una denuncia en la policía. Al retornar a la cama, me quedé helado. Ann recogiendo su ropa había desaparecido y dejando solo una pequeña mancha de sangre en mitad del colchón.
La imagen de un juicio recorrió mi mente y absolutamente acojonado, comencé a recoger mi ropa del apartamento. Al terminar de meterla de cualquier manera en la maleta, encendí mi ordenador y realmente aterrorizado, busqué una web donde reservar el primer billete que me sacara de Estados Unidos. No me costó encontrar varios vuelos que me sacarían de ese país y cuando ya estaba a punto de pagar un pastón por un billete a las bermudas, escuché que me llamaban por el móvil.
¡Era Johana!, la mujer que me había contratado para acostarme con Ann. Estuve a un tris de no contestarla pero quizás fueron las ganas que tenía de disculparme lo que me llevó a responderla. Nada más descolgar, por el tono supe que no estaba enfadada y por eso antes de contarle lo ocurrido, esperé a ver qué era lo que quería:
-Alonso, eres una máquina de hacer dinero- dijo con voz alegre.
-¿Por qué lo dices?- contesté confuso porque me esperaba una bronca.
La pecosa soltando una carcajada, me preguntó que les daba y viendo mi desconcierto me explicó que Ann le acababa de llamar y le había pedido volverme a ver, pero en esta ocasión había reservado mis servicios durante una semana.
-¿De qué coño hablas?-
-De quince mil dólares, ni más ni menos. Esa estirada se ha quedado tan entusiasmada contigo que te lleva de viaje. Quiere que le acompañes, por lo visto tiene una casa de playa y se ha pedido una semana de vacaciones para disfrutarte a solas-
-No puede ser- exclamé con la mosca detrás de la oreja.
-Sí puede, lo único raro es que me ha rogado que te diga que durante el tiempo que estéis ahí, debes tratarla como esta mañana-
No podía ser que esa mujer que había salido huyendo tras esa cuasi violación fuera la misma que ahora quería contratar mis servicios durante siete días y por eso con la mosca detrás de la oreja le pregunté cómo podía asegurarme de cobrar:
-Por eso no te preocupes, esa zorra ya ha pagado tus siete días y se ha permitido el lujo de adelantar otros tres por si le apetece seguir disfrutando de tus favores-.
Que esa bruja hubiese gastado por anticipado tal cantidad de pasta me tranquilizó. Nadie tira a la basura casi veinte mil dólares, si quisiera denunciarme jamás habría anticipado semejante cantidad de dinero. Comportándome como un auténtico profesional, le pedí los detalles de mi contrato:
-Tienes tres horas, te recogerá enfrente de tu casa a las once. Desde entonces eres suyo durante una semana-
-Vale- contesté sin saber si sería capaz de cumplir los términos de mi alquiler y por eso, con un montón de dudas sobre cómo debería comportarme, le confesé lo que había ocurrido.

-No me jodas. Va a querer que me comporte como una bestia y sinceramente, ¡Me veo incapaz!-
-Ese es tu problema, el mío es cobrar y ya lo he hecho- contestó escabulléndose de mis quejas.
Convencido que, si no cogía ese trabajo, podría enfrentarme a una acusación de abuso sexual, decidí aceptar y tras colgar el teléfono, al asumir que no necesitaba preparar mi equipaje al haberlo hecho con anterioridad, salí de mi apartamento a tomar el aire. Me costaba respirar. Estaba espantado tanto por la posibilidad de la denuncia como por mi supuesta obligación de actuar como un estricto dominante durante tanto tiempo. Internamente era consciente de que no tenía ni puta idea del roll y aunque Ann se lo hubiese exigido a Johana, dudaba si sería capaz de llevarlo a cabo.
Sin otra cosa que hacer, deambulé por la calle como un autómata y sin rumbo fijo. Durante dos horas no hice otra cosa que reconcomerme por mi idiotez, tras lo cual, tomé la decisión de que ese iba a ser mi último “trabajo”. Nada de mi educación pasada me había preparado para enfrentarme a esa vida. Acababa de decidir volver a Madrid cuando al mirar el reloj, vi que faltaba poco para que esa puta viniera por mí. Dándome prisa, subí a mi piso y recogiendo mi bolsa de viaje, bajé al portal a esperarla.
No llevaba ni cinco minutos en la acera, cuando la vi llegar conduciendo un Ferrari descapotable.
-¡Menudo cochazo!-, exclamé.
Estaba tan embobado con semejante máquina que ni siquiera respondí a su saludo. ¡Era un 458 spider!, el coche de mis sueños. Un trasto que hace de 0 a 100 en 3,4 segundos y cuyo costo es superior a los 225.000€.
-¿Te gusta?- preguntó al ver mi interés.
-¿Y a quién no?- respondí entusiasmado con la perspectiva de irme de viaje montado en él.
Lo que no me esperaba es que esa mujer, con una enorme sonrisa iluminando su cara, me soltara mientras me lanzaba las llaves:
-¡Conduce! Yo estoy cansada-
No me lo tuvo que decir dos veces, tirando mi equipaje en el minúsculo maletero ubicado en el frontal, me até el cinturón y encendí el Ferrari. El sonido de sus ocho cilindros rugiendo al acelerarlo era musical celestial. Absolutamente entusiasmado, tuve que hacer un esfuerzo para sacar mi vista de los controles y mirar a mi clienta. La rubia se había olvidado de la etiqueta y venía ataviada con un vaporoso vestido de verano de tirantes. Sus enormes pechos parecían aún mayores al estar encorsetados por el elástico. Sabiendo que ni siquiera me había dirigido a ella, le di un beso en la mejilla, mientras le preguntaba hacia dónde íbamos.
-A los Hamptoms. Tengo un chalet en East Hampton Beach-
“¡Dios mío!” me dije al conocer nuestro destino. Esa zona era la más elitista de todo Long Island y cualquier casa pegada a la playa, no sale por menos de un par de millones de dólares. Si ya suponía que esa mujer estaba forrada, eso lo confirmó. Temblando por la responsabilidad de conducir ese coche, aceleré dejando atrás mi calle.
Bastante cortado por lo grotesco de la situación tuvo que ser ella la que rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros, me dijera:

-La verdad es que sí, sobretodo, porque al volver del baño ya no estabas-
-La razón por la que salí huyendo de tu apartamento no fue la que te esperas. He hablado con Johana hace un momento y me ha contado tus temores- respondió con voz serena. –Me fui no por lo que me habías hecho, sino por lo que había sentido. Nunca creí que se podía experimentar tanto placer y menos al ser forzada-
-No te entiendo- respondí todavía apesadumbrado por mi comportamiento.
-Al tratarme así y sentir tanto y en tan corto espacio de tiempo, sentí miedo. Ya en el taxi, comprendí que había sacado de mi interior una faceta de mí que no conocía y lo más importante, una faceta que quiero explorar con tu ayuda-
-No sé si seré capaz de cumplir con tus expectativas- reconocí mientras le acariciaba la rodilla pegada a la caja de cambios.
-Serás- masculló entre dientes mientras separaba sus piernas.
-No seas zorra- dije, mientras soltaba una carcajada, al percatarme que Ann me había malinterpretado y encima se había excitado.
La mujer tampoco entendió mis palabras y poniendo un reproche en su cara, me soltó:
-¡Dime que quieres que haga!-
Comprendí que su queja venía porque creía y esperaba órdenes y sabiendo que tenía una semana para defraudarla, decidí que al menos durante ese viaje de dos horas a su casa, no iba a hacerlo. Por eso, sin mirarla, le dije:
-No esperaras que sea yo quien te masturbe. ¡No te lo has ganado!-
Se quedó callada durante unos minutos, rumiando quizás el significado, tras lo cual, bajándose las bragas a la altura de las rodillas, se empezó a acariciar sin importar que el coche estuviera descapotado y que en ese momento, el puente Robert Kennedy, que estábamos cruzando, estuviera atestado de vehículos. Colorada hasta extremos inauditos, la mujer buscó complacerme torturando su clítoris a la vista de todo aquel que se fijara en el rutilante Ferrari. Estuve a un tris de decirle que parara, tenía miedo que alguien nos denunciara porque en una sociedad tan hipócrita como la americana sigue existiendo el delito de escándalo público pero, al comprobar que esa mujer estaba cada vez más excitada, la dejé continuar y tratando de evitar problemas innecesarios, subí la música del cd con el ánimo de amortiguar sus gemidos.
Ann, absolutamente inmersa en su papel y con las piernas completamente separadas, se había sacado un pecho y mientras se pellizcaba un pezón con una mano, con la otra se masajeaba duramente la entrepierna. La visión de esa mujer entregada, me empezó a afectar a mí también y mi pene no tardó en removerse inquieto bajo mi cremallera. Aunque me parecía un error, tengo que confesar que me estaba poniendo cachondo. Mi calentura tampoco le pasó desapercibida a la rubia que sin pedirme permiso empezó a acariciar mi sexo por encima del pantalón.
Aprovechando que acabábamos de entrar a la autopista y que en teoría era más complicado que alguien nos acusara, la miré de reojo y señalando mi entrepierna, ordené a la mujer que lo liberara de su encierro. No se hizo de rogar, soltándose el cinturón de seguridad, se agachó y bajándome la bragueta, saco mi pene con su mano:
-Te echaba de menos- soltó mientras le daba un beso.
Por su cara de felicidad, la rubia estaba encantada con mi pedido y sin quejarse en absoluto, abrió sus labios para engullir lentamente toda mi extensión. La sensación de ser mamado al volante de ese deportivo es una experiencia digna de contar. La música a tope, el aire despeinándome el pelo y ese pedazo de hembra mimando mi falo en su boca, me estaban llevando al paraíso. Queriendo disfrutar plenamente, puse el controlador de velocidad y llevando una mano a la cabeza de mi clienta, la empecé a acariciar.
Ella al sentir la presión de mi mimo, creyó que quería que acelerara sus maniobras e introduciéndose mi sexo hasta el fondo de su garganta, buscó mi placer antes que el suyo. La humedad de su lengua recorriendo la piel de mi miembro consiguió elevar mi calentura y previendo que me iba a correr, le avisé de lo que se avecinaba. Mi advertencia le sirvió de acicate e incrementando la velocidad de su mamada, usó su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi sexo de su interior, con la lengua presionaba mi falo mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.
“Menuda mamada” exclamé mentalmente al experimentar los primeros síntomas de mi orgasmo.
La mujer al percatarse de lo que ocurría, llevó una mano a su entrepierna y dando a sus dedos un ritmo infernal, intentó que su clímax coincidiera con el mío pero no lo consiguió porque soltando oleadas de semen en su garganta, desparramé mi placer antes que ella. Ann, con auténtica ansia, disfrutó del sabor de mi leche y sin dejar de masturbarse, fue tragándola a la par que la expulsaba.

Su entrega me puso los pelos de punta. No en vano solo me unía a esa mujer el color de su dinero y no me apetecía que se enamorara de mí. Cabreado, le ordené que se sentara en el sillón del copiloto y en silencio recorrimos los sesenta kilómetros que nos separaban de su chalet. Esa bruja había roto el encanto del viaje. Ni siquiera la gozada de conducir ese deportivo, valía la pena y por eso decidí que iba a hacer todo lo posible para que Ann comprendiera que, aunque podía alquilarme, no tenía dinero suficiente para comprarme. El amor no entraba en el juego. Desde el mismo momento que decidí dedicarme a este oficio, supe que no podía ni debía de sentir nada por las mujeres que contrataran mis servicios pero hasta entonces no me había percatado que también era mi obligación evitar que ellas se encariñaran conmigo.
“Los sentimientos generan celos”, me dije mientras recorría los últimos kilómetros que nos separaban de nuestro destino. “O tengo cuidado o esta tipa es capaz de meterme en un problema”.
Al llegar, no me sorprendió descubrir que más que chalet, era una mansión el lugar donde iba a pasar los siguientes siete días. Construida a finales del siglo pasado, la casa de Ann era una magnifica finca con dos hectáreas de terreno pegada a la playa. El jardín, si es que se puede llamar así a esa enorme extensión, podría formar parte de cualquier botánico. Perfectamente cuidado y con multitud de variedades de plantas era espectacular. Todo estaba en su sitio, no cabía duda de que había sido diseñado por un paisajista.
Al pie de las escaleras, nos esperaba una sirvienta a la antigua usanza. De raza negra, la muchacha era una monada pero no me fijé en ella por su cuerpo sino porque su uniforme tradicional con cofia y mandil, te retrotraía a épocas pasadas. Su apariencia y modales tan en boga a principios del siglo xx eran una reliquia fuera de lugar hoy en día.
-Señora- escuché que le decía a mi clienta –Sus habitaciones están preparadas siguiendo sus órdenes-
La rubia no la saludó sino que comportándose de un modo altanero, le exigió que recogiera nuestras pertenencias y sin mediar otra conversación, me cogió del brazo para mostrarme su propiedad. El enorme hall daba paso a un salón todavía más imponente. En él, las vistas eran espectaculares. Sus grandes ventanales, daban la impresión óptica de estar sobre la cubierta de un barco al ser solo mar lo que se vislumbraba.
-¡Coño!- exclamé al comprobarlo.
Me habían hablado de riqueza pero eso era mucho más de lo nunca me había imaginado. Tratando de evitar que se notara que estaba impresionado, le pregunté dónde estaba el baño:
-Pillín- me soltó pegando su cuerpo al mío –No sé cómo has averiguado lo que te tenía preparado-
Sus palabras me terminaron de destantear al no tener ni idea de lo que hablaba pero lejos de mostrar mi confusión, dejé que me mostrara el camino y en silencio la seguí por la escalinata que daba acceso al piso superior. Ann, con una expresión pícara en su cara me enseñó su habitación. Si el cuarto era gigantesco la cama era todavía más desproporcionada.
“La debió mandar hacer bajo pedido”, pensé al percatarme que una cama de esas dimensiones no se vende en el mercado. Nunca supe sus medidas exactas pero debía de medir tres por tres. Lo único que me quedó claro fue que era como una plaza de toros.
Recordando que tenía algo planeado, la cogí entre mis brazos y acariciándole el trasero le pregunté si eso era todo.
-No, mi amor. Acompáñame al baño- respondió.
Picado por la curiosidad, la seguí y al entrar, me quedé pasmado al contemplar que el susodicho consistía en una estancia de más de treinta metros cuadrados al que no le faltaba nada. Dotado con sauna, jacuzzi, ducha de masaje y demás artilugios parecía sacado de las páginas de una revista. Si ya eso era sorprendente, comprobar que nos había preparado el jacuzzi y que junto, de pie, aguardaba la criada me dejó alucinado.
-He pensado que llegarías cansado después del viaje y que necesitaría un baño relajante- me informó mientras, llegando hasta mí, me empezaba a desnudar.
Sin importarle la presencia de su empleada, mi clienta fue desabrochando los botones de mi camisa, aprovechando para irme besando la piel de lo que iba descubriendo. Resultaba extraño, para ella, la negrita era un mueble. Algo que formaba parte del mobiliario y no una mujer con sentimientos. Al terminármelo de quitar, Ann se quedó mirando mi pecho desnudo y actuando como una verdadera ninfómana, siguió recorriéndolo con sus besos mientras sus manos trataban de abrirme el cinturón.
Un tanto extrañado por su comportamiento, me fijé en la morena. Aunque intentaba mantener una postura profesional, sus ojos la delataron. Esa mujer no era de hielo y se ruborizó al ser descubierta. Entre tanto, la rubia había conseguido despojarme del pantalón y completamente absorta, contemplaba el prominente bulto que se escondía bajo mi bóxer.
-¡Qué ganas tengo de que me folles!- confesó.
La criada, quizás obedeciendo instrucciones anteriores, se acercó a nosotros y en silencio, llevó sus manos a los tirantes de su jefa, deshaciendo los nudos que mantenían el vestido sujeto a sus hombros. Resultó excitante ver caer la tela al suelo, mientras mi clienta permanecía mirándome.
Sus pechos se me mostraron en todo su esplendor. Realmente grandes, eran una tentación demasiado fuerte y llevando mi boca hasta ellos, fui recorriendo los bordes de sus pezones, obviando que a menos de un metro, estaba su empleada. Ann gimió al sentir las caricias de mi lengua y protestando, me dijo mientras me terminaba de desnudar:
-Vamos al agua-![]()

No puse ningún inconveniente, el morbo de la situación me estaba excitando. Estaba convencido que iba a tomarla en presencia de la morena pero sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su cometido. Dudaba si iba a ser una simple voyeur o por el contrario iba a colaborar activamente pero a tenor del tamaño que estaba alcanzando mi miembro, decidí que me daba igual. Ya en el jacuzzi, me tumbé a esperar acontecimientos.
Mi clienta dejó que la criada se agachara y le quitara las bragas, antes de entrar conmigo en la bañera. La naturalidad con la que su chacha la ayudó, me reveló la completa sumisión en la que la mantenía y por eso me extraño aún más que una mujer que se mostraba tan dominante, hubiese aceptado el trato de esa mañana.
Al meterse en el agua y sin más prolegómenos, la rubia se sentó a horcajadas sobre mí, introduciéndose mi extensión en su interior. Lo hizo despacio pero no por ello menos brutal. Me había equivocado esa mujer quería sexo y nada más. No había terminado de acomodarse cuando dirigiéndose a la morena, dijo:
-Sandy, quiero beber-
La cría sacando una botella de champagne de una pequeña nevera bajo el tocador, la descorchó y cuando ya cría que iba a servirlo en unas copas, bebió a morro y acercándose a su jefa, le dio a beber de su boca. Como comprenderéis me quedé atónito al ver a esas mujeres besándose mientras una de ellas tenía mi pene incrustado en su interior y sin saber cómo actuar, instintivamente me empecé a mover. Mi clienta aceptó de buen grado mi reacción y sin dejarse de morrear con la morena, puso sus pechos a mi disposición.
No tuve que ser ningún genio para conocer los deseos de la rubia y mordisqueando sus pezones, busqué complacerlos. Estaba mamando como un niño de sus gigantescas ubres, cuando me percaté que la mano de la negra se deslizaba por su cuerpo y se hacía fuerte en la entrepierna de su jefa. Sin ningún reparo, Sandy empezó a masturbarla con decisión.
“¡Puta madre!”, exclamé mentalmente al cerciorarme nuevamente del error que cometí al pensar que esa mujer quería comportarse como sumisa y comprender que lo que realmente deseaba explorar era el roll de dominante.
“Mientras no intente sobrepasar los límites”, pensé cada vez más excitado,” me importa una mierda como quiera usarme”.
Ann al experimentar que eran cuatro manos y dos bocas las que recorrían su cuerpo, empezó a jadear de deseo e imprimiendo a sus caderas un ritmo trepidante, siguió empalándose con mi miembro sin dejar de berrear. Completamente abstraída en sus sensaciones, no vio que la morena se iba desnudando sin dejarla de tocar. Cuando ya completamente en cueros, se metió en la bañera y pegó sus pequeños pechos en la espalda de mi clienta, esta, convulsionando dentro del agua, se corrió dando alaridos.
La morena se quedó paralizada al escuchar semejantes gritos por lo que tuve que ser yo quien la tranquilizara, diciéndola:
-Es normal, tú sigue-
Devolviéndome una mirada cómplice, Sandy le agarró las nalgas y separándolas, sacó su lengua y sin esperar permiso, se la metió en el ojete. Ann recibió la incursión en su, hasta esa mañana, inmaculado ano con verdadera pasión e imprecando ordinarieces se volvió a derramar sin parar. Cada vez más subyugada por sus sensaciones, la rubia me rogó que la usara sin compasión.
Acelerando el compás de mis penetraciones, la llevé hasta la locura al morder con dureza sus ya maltratados pezones. No me resulta sencillo narrar cómo esa mujer trepidando con mi sexo en su interior, se colapsó. El cúmulo de emociones fue excesivo e incomprensiblemente, como ya me había hecho el día anterior, se desmayó ante nuestros ojos. Sandy que no había sido testigo de la peculiar forma con la que esa mujer llegaba al orgasmo, se quedó aterrada al verla desplomarse en la bañera. Sin hablar, cogí a mi clienta entre mis brazos y la llevé hasta la cama.
Nada más depositarla sobre las sábanas, me giré a ver a la negrita que con paso indeciso me seguía. Por sus ojos, se notaba a la legua que seguía asustada. Sé que estuvo mal pero no pude reprimir la broma y poniendo voz seria, le solté:
-Estaba enferma del corazón y quería morir de esta forma-
La cara de pavor de la pobre mujer fue increíble, tartamudeando de miedo, me preguntó que le íbamos a decir a la policía. Profundizando en el engaño, le contesté que ese era su problema y no el mío porque yo me iba en ese instante. Al borde de un ataque de nervios, Sandy se echó de rodillas a llorar , implorando que no la dejase sola. Estaba a punto de decirle la verdad cuando incorporándose en la cama, Ann nos preguntó qué era lo que pasaba.
Soltando una carcajada, le expliqué la burla a la que había sometido a su criada. Mi clienta uniendo su risa a la mía, respondió:
-No es mi chacha, creía que te habías dado cuenta. Es una puta igual que tú-
Con lágrimas en los ojos de la risa, producto de darme cuenta que a mí también me habían tomado el pelo, ayudé a la morena a levantarse del suelo. Sandy, poniendo una dulce sonrisa, se me quedó mirando mientras me decía:
-Eres un cabrón y no tengas duda de que me vengaré-
![]()

↧
↧
Relato erotico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra parte 2” (POR GOLFO)
Relato continuación de Ann y su criada negra parte 1.
El saber que tanto Sandy, la mulata vestida de criada, como yo, no éramos más que una pareja de alquiler en manos de esa ricachona, me divirtió y sabiendo que no tardaría en enterarme del modo que Ann tenía pensado en usarnos, me relajé tumbándome en la cama.
Mi clienta se había levantado mientras tanto y poniéndose al lado de la morena, la besó de un modo tan posesivo que me dejó perplejo. Nunca había visto a una mujer actuar así. Asiendo la cabeza de su víctima, la llevó hasta las suya y sin importarle lo más mínimo los sentimientos de la cría, mordió sus labios mientras con las manos le daba un azote en el trasero.
La sonora nalgada resonó en la habitación, lo que me hizo comprender que bajo el uniforme esa muchacha no llevaba ropa interior. De llevar bragas no hubiese sonado tan alto ni tan agudo.
“O es sumisa o le ha pagado estupendamente”, pensé inicialmente al no oír ninguna queja de sus labios pero cuando observé que se le iluminaba la cara con una sonrisa, comprendí que me había equivocado. Esa niña además de recibir un estupendo salario por estar con ella, le gustaba ese tipo de tratamiento.
Más interesado de lo que me gustaría reconocer, no perdí ojo de lo que ocurrió a continuación. La rubia desgarrando con sus manos el traje de la morena, la desnudó violentamente, tras lo cual, abriendo un cajón, sacó una fusta. Al ver ese instrumento en manos de mi clienta, me dejó helado al no saber cómo reaccionar si esa puta intentaba hacer uso de él conmigo. Afortunadamente Ann tenía otras intenciones y obligando a Sandy a ponerse a cuatro patas sobre la alfombra, se montó encima.
Contra toda lógica, esa mujer mostró alegría al sentir el peso de la rubia en su espalda y con expectación no fingida, esperó el primer azote. Este no tardó en llegar, Ann nada más aposentarse, la cogió del pelo a modo de riendas y azuzándola como a una potrilla, dejó caer su fusta contra el culo de la morena. Ese azote fue lo que esperaba para comenzar a gatear por la habitación. Durante unos minutos, mi clienta la fue llevando de un lado a otro con la única indicación de tirones de pelo. Si quería que su montura torciera a la izquierda, no tuvo más que jalar de un mechón hacia el mismo lado y si por el contrario deseaba ir hacia la derecha, solo tenía que tirar del otro lado. En cambio si lo que quería era que acelerara, la morenita recibía una caricia de la fusta en su trasero.
Cuanto más observaba el comportamiento de esas dos mujeres, más convencido estaba de la predisposición de Sandy a ser tratada con dureza porque no me costó reconocer en esa cría los primeros síntomas de su excitación. También Ann se percató de los mismos y con voz autoritaria, le espetó a voz en grito:
-Puta, ni se te ocurra correrte antes que te lo digamos-
Escuchar de su boca que íbamos a ser dos los que usáramos a la mujer, me tranquilizó al comprender que no me tenía preparado un papel de sumiso en esa opereta. Fue entonces cuando decidí intervenir y saliendo de la cama me puse detrás de ellas y separando las nalgas de la morena, con dos dedos comprobé la elasticidad de su ano.

-Me habían asegurado que eres una perra acostumbrada a soportar pero oyéndote pienso que eres una aficionada-
La mulata debió de pensar que se iba a quedar sin la paga prometida porque con lágrimas en los ojos, le pidió perdón diciendo:
-Ama, lo siento. Fue la sorpresa, puede estar segura que cumpliré a pie juntillas tanto sus deseos como los del macho que pone a mi disposición-
Mi clienta sonrió al escuchar la sumisión de la muchacha y levantándose de su espalda, se tumbó en la cama mientras le decía:
-Vamos a comprobarlo, quiero que me comas el coño-
Sandy no se hizo de rogar, poniéndose entre sus piernas, sacó su lengua y con auténtico frenesí, se apoderó del clítoris de la mujer. Asumiendo que Ann era quien pagaba y que yo estaba ahí para servirla, me tumbé a su lado y sin esperar a que me lo pidiera, empecé a acariciar su cuerpo mientras mi boca jugueteaba con uno de sus pezones. Tal y como había previsto, mi clienta se vio desbordada por tantas sensaciones y por eso no me chocó, escuchar sus primeros gemidos de placer resonando en la habitación.
Tengo que reconocer que yo también me fui excitando y con mi pene completamente erecto, entendí que debía de esperar sus órdenes para desahogarme. Mientras tanto, la morena seguí bebiendo del flujo de Ann y conociendo a la perfección su trabajo, buscó el placer de la mujer introduciendo un dedo en su vulva.
-Me encanta- sollozó al sentir su interior vulnerado por Sandy y sus pezones mordisqueados por mí y colaborando con nosotros, se retorció sobre las sábanas.
“Esta guarra no tardará en correrse”, pensé mientras aumentaba la presión de mis dientes sobre su aureola.
Cuando estaba a punto de obtener el ansiado orgasmo, Ann hizo algo no previsto. Separándose de nosotros, se levantó y poniendo la cabeza de Sandy en mi entrepierna, le ordenó que me hiciera una mamada. Extrañado, no presté atención a como la morena se introducía mi miembro en su boca porque quería enterarme de los planes de mi clienta, aun así, sentí sus labios abriéndose y a su lengua recorriendo mi extensión antes de lentamente embutir mi pene hasta el fondo de su garganta.
Me quedé petrificado al observar que Ann abría un cajón y sacaba un arnés que llevaba adosado un falo de gigantescas dimensiones.
“¡La va a matar!” exclamé mentalmente al comprobar que ajustándose el tremendo instrumento alrededor de su cintura, se aproximaba con él dispuesta a sodomizar a la morena.
Afortunadamente para la muchacha, Ann cogió un bote de vaselina y antes de nada, se puso a lubricar el ano que pensaba desflorar. Esta, al sentir los dedos de la rubia relajando su entrada trasera, lejos de quejarse, se excitó e imprimiendo a su boca de un ritmo frenético, se dejó hacer sin protestar. Mi clienta, mientras tanto, viendo que el esfínter de esa chavala estaba acostumbrado a ese tipo de uso, se puso a embadurnar el falo de plástico que iba a usar. Al hacerlo y necesitar de las dos manos, me apiadé de su víctima. Su grosor debía de doblar al mío y por eso asustado pero interesado, me deshice de su boca y me levanté a ver desde cerca como narices el estrecho culo de esa cría iba absorber semejante atrocidad.
Mi ausencia le permitió a Sandy observarlo por primera vez. Con los ojos abiertos de par en par, se quedó alucinada al saber que iba a ser usada con él, pero en vez de cabrearse e irse, usó sus manos para separarse las nalgas mientras pedía a la rubia que lo hiciera con cuidado.
“Es una locura”, pensé al ver que Ann posaba el enorme glande en la entrada trasera de la morena, “no podrá meterle ese tronco”.
No tardé en comprobar que me había equivocado. Mi clienta ni siquiera preguntó si estaba dispuesta y cogiendo a la muchacha por sus caderas, forzó con el aparato el esfínter y lentamente, lo fue introduciendo mientras su víctima no dejaba de gritar. Realmente me sorprendió no solo que entrara la cabeza sino que al cabo de menos de un minuto, Sandy tuviera incrustado por completo ese portento en su trasero. Contra lo que había previsto, la mulata había sido de soportar el dolor y cuando ya se hubo acostumbrado, se giró para decirle que podía empezar.

Su entrega hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás de mi clienta, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
-Fóllame- contestó la rubia.
No me cuestioné más cómo comportarme, cogiendo mi pene lo acerqué a su vulva y de un solo arreón, se lo introduje hasta el fondo. Su coño me recibió empapado, mi sexo no tuvo ninguna dificultad de encajarse en su vagina e imitando a Ann, me sincronicé con ella de forma que cuando sacaba el arnés del culo de Sandy, yo le metía a ella toda mi extensión en su interior. Esa postura la terminó de volver loca y azotando el trasero de su sumisa me pidió que hiciera lo propio con el suyo.
Sé que puede resultar grotesco y raro, pero ese brutal apareamiento, nos terminó de excitar y casi al mismo tiempo, los tres nos corrimos sobre la cama. La primera fue Ann que, desplomándose agotada sobre la morena, le incrustó dolorosamente el siniestro arnés mientras su sexo era machaconamente golpeado por mi pene. Sandy, al sentir sus intestinos rebosando, gimió desconsoladamente mientras sus piernas se empapaban de placer. Y por último, yo sin poder retener mi eyaculación por más tiempo, me derramé en la vagina de mi clienta al ver a esas dos mujeres comiéndose la boca entre ellas.
Ni que decir tiene que durante las siguientes horas y los siguientes días usamos y disfrutamos del cuerpo de la negrita de todas las formas habidas y por haber, ninguno de sus agujeros salió indemne. Su boca, su culo y su sexo fueron hoyados sin darle tiempo a descansar. Lo único que os puedo asegurar es que Sandy se ganó con creces el dinero que Ann le pagó. Por otra parte, desde entonces, cada vez que una clienta me pide que vaya con mi pareja, la llamo porque además de estar muy buena, esa mujer folla como los ángeles.
Ni que decir tiene que durante las siguientes horas y los siguientes días usamos y disfrutamos del cuerpo de la negrita de todas las formas habidas y por haber, ninguno de sus agujeros salió indemne. Su boca, su culo y su sexo fueron hoyados sin darle tiempo a descansar. Lo único que os puedo asegurar es que Sandy se ganó con creces el dinero que Ann le pagó. Por otra parte, desde entonces, cada vez que una clienta me pide que vaya con mi pareja, la llamo porque además de estar muy buena, esa mujer folla como los ángeles.

↧
Relato erótico: “Prostituto 8 Yuko una japonesa insaciable me folla” (POR GOLFO)
Mi trabajo como prostituto de lujo me ha dado la oportunidad de conocer a muchos tipos de mujeres, desde la típica remilgada que se conformaba con un polvo a las más ardientes de las hembras. Dentro de este último tipo tengo que hacer especial mención a Yuko, una japonesa insaciable. La conocí a raíz de una convención de Lancôme que tuvo lugar en Nueva York. Todavía recuerdo como me contrató:
Debido a que en Estados Unidos esa semana se celebraba la fiesta de “acción de gracias”, mi clientela había estado extrañamente desaparecida y por eso llevaba cinco días sin tirarme a nadie. Os tengo que reconocer que tal abstinencia me tenía muy preocupado. Me había acostumbrado a un tren de vida que me exigía ingresos constantes y tanto tiempo sin recibir dinero era algo que no me podía permitir. Por eso, esa tarde llamé a Johana preguntándole si no tenía trabajo para mí. Mi madame me contestó que nadie había requerido mis servicios pero que no me preocupara porque era lógico que, en esas fechas, todas mis clientas estuvieran con sus familias.
En plan de guasa, le reclamé en que me buscara algo porque si no tendría que acostarme con ella para liberar toda la producción de semen acumulada por mis huevos:
-Ni lo sueñes. Si tan urgido andas, hazte una paja- contestó divertida.
-No es lo mismo- insistí – Tú mejor que nadie debes de estar interesada en mantenerme en forma-
Obviando mi argumento, me aconsejó que me acercara al hotel Ritz porque sabía que había una convención de productos de belleza y eso significaba que habría multitud de ejecutivas solas en busca de diversión. Cabreado porque me apetecía más acostarme por fin con ella, le di las gracias por el aviso y haciéndola caso, salí en busca y captura de una mujer que engrosara mi cuenta corriente.
Nada más llegar al hotel, me dirigí hacía el bar. Al entrar comprobé con alegría que el lugar estaba repleto de posibles candidatas bebiendo y por eso decidí tomármelo con tranquilidad: cuanto más tarde fuera, más borrachas y más necesitadas estarían, lo que supondría que pondrían menos obstáculos a mi tarifa. Desde una mesa de un rincón, observé a mis futuras presas. No me costó percibir qué mujeres estaban deseosas de compañía y cuales únicamente querían divertirse entre ellas.
Ya le había echado el ojo a unas cuantas, cuando de repente vi entrar por la puerta a una preciosa oriental. En un principio pensé que ese portento debía de ser una colega en busca de un cliente como yo, porque venía embutida en un traje azul extremadamente sugerente. Anonadado por su belleza, me la quedé mirando. Era claro que era con diferencia la mujer más atractiva del bar y por eso supuse que no tardaría en encontrar compañía.
-¡Qué buena que está!- me dije mientras la veía meneando su estupendo trasero por el local.
Con una melena lacia que le llegaba por la cintura y unos pechos de ensueño, levantó la unánime admiración de los presentes en su camino hacia la barra. Al ver que se sentaba en un taburete y que dándose la vuelta oteaba el local, solo me quedó la duda de cuanto cobraría porque era evidente que era una puta y no de las baratas precisamente. Con ganas de saber a quién se llevaría al huerto, me quedé observando fijamente a esa mujer. Dotada por la naturaleza de un cuerpo de infarto, esa criatura sabía sacarse provecho. El entallado vestido maximizaba la perfección de sus formas.

Fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron. Por un momento, me quedé extasiado con la profundidad de sus ojos rasgados. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo para quedarme sentado. Todos mis poros me rogaban que me levantara y tratara de ligarme a ese bombón, pero mi necesidad de efectivo y el saber que esa maravilla compartía mi misma profesión, me hicieron quedarme rumiando las ganas.
“Necesito pasta” pensé ventilando el asunto y tratando de hacer algo productivo, retiré mi vista de la mujer.
Al ojear nuevamente el bar, el resto de las mujeres me parecieron insulsas en comparación con ella y por eso al cabo de unos segundos, volví a echarle un último vistazo. La japonesa estaba hablando con Harry, el maître del lugar. Sonreí al verla charlando con ese hombre porque sabía que ese tipo se llevaba comisión de las putas y de los gigolós que acudían a su establecimiento. Yo mismo tenía un acuerdo con él, si conseguía una clienta debía de pasarle el diez por ciento de lo que cobrara.
“Debe de estarle preguntando a quien atacar” sentencié mientras pedía otra copa para hacer tiempo.
Harry debió de señalarle a alguien porque cogiendo su bolso, la muchacha se levantó del taburete y esgrimiendo la mejor de sus sonrisas, se acercó hacia donde yo estaba. Buscando por mi zona a su supuesto cliente, me extrañó comprobar que exceptuando a un par de ancianos, el resto eran mujeres y asumiendo que le daba a las dos aceras, me quedé mirándola tratando de adivinar a la afortunada. Lo que no me esperaba fue que ese pimpollo llegara hasta mí y pidiéndome permiso, se sentara en la mesa.
-¿Estas solo?- me preguntó.
Creyendo que era una broma del cabrón del encargado, decidí seguirle la corriente, pensando en la decepción que iba a sentir cuando se diera cuenta del engaño.
-Para una belleza como tú, siempre- le contesté.
Al escuchar mi piropo, se sonrojó y bajando su mirada, me dijo que se llamaba Yuko.
“Es buena” pensé al creer que esa pose avergonzada era parte de su actuación y que como fulana experimentada sabía de la preferencia de los hombres por las mujeres tímidas que parecen no haber roto un plato. Animado por lo absurdo de la situación, una puta tratando de cortejar a un prostituto, le contesté:
-Alonso, un esclavo de tu belleza-
Al ver la alegría de sus ojos, supuse que ese putón estaba calculando mentalmente cuánto dinero me iba a sacar. Por eso decidí que ella diera el primer paso y mientras se decidía le pregunté qué quería tomar:
-Champagne- respondió.
“Juega duro” me dije al saber que en ese bar una copa debía de salir por más de cincuenta dólares y sabiendo que se quedaría espantada al enterarse de la burla, decidí que valía la pena malgastar ese dinero y haciendo una seña, llamé al camarero. Cuando fue el propio Harry quien vino a tomarnos la comanda, creí que cansado de mantenerse al margen había decidido ser partícipe de la tomadura de pelo.
-Harry, la señorita quiere una botella de Moët- le solté pidiendo el más caro de la carta mientras encantado por mi papel le guiñaba un ojo.
Si pensaba que el maitre iba a verse forzado a descubrir la broma, me equivoqué porque adoptando la misma profesionalidad que con un cliente “normal”, se retiró en busca del pedido. Al comprender que si no era yo quien levantaba el pastel, tendría que pagar el descorche, la cogí de la mano mientras le susurraba al oído:
-Lo sé- respondió colorada.
Tras unos instantes de confusión en los que supuse erróneamente que el objeto de la burla era yo, pregunté temiéndome lo peor:
-¿Lo sabes?-
-Sí. Como no me apetecía pasar la noche sola, le pedí al maître que me señalara un hombre que me hiciera compañía-
Aunque seguía teniendo dudas de si todo era una farsa, estas desaparecieron cuando llegó Harry y la muchacha sacando su tarjeta de crédito, pago la cuenta. Alucinado por el hecho que una mujer tan bella tuviera que hacer uso de un prostituto, decidí no tentar mi suerte y sirviéndole una copa, brindé con ella. Yuko, muy nerviosa, se la bebió de un golpe y extendiéndola hacia mí, me pidió que la rellenara.
-Tranquila, que tenemos toda la noche- le dije mientras cogía una de sus manos entre las mías.
Ese gesto provocó que los pezones de la muchacha se pusieran duros bajo la tela de su vestido y que todavía mas histérica, me respondiera que no me lo había dicho pero que tenía un problema. Extrañado por su actitud, tuve que preguntarle qué era lo que la ponía tan nerviosa. La japonesa incapaz de mantener mi mirada y casi llorando, me respondió:
-Asusto a los hombres-
Reconozco que me pasé pero al oír de sus labios la naturaleza de su problema, solté una carcajada mientras le decía:
-A mí no me asustas, ¡me excitas!- y recalcando la veracidad de mis palabras, llevé su mano a mi entrepierna.
Relamiéndose, Yuko no solo se dejó hacer sino que acariciando mi pene por encima del pantalón, empezó a masturbarme sin importarle que hubiera público en el local. Tapándome con el mantel, le permití seguir con su juego porque el morbo que desprendía esa mujer me tenía subyugado. Me es difícil expresar lo que sentí cuando ese bombón me bajó la bragueta y metiendo su mano bajo el pantalón, se apoderó de mi extensión. Fue como si masturbarme fuera la razón de ser de su vida y olvidando todo lo demás, se dio a la labor mientras gemía calladamente. Aunque al principio trató de disimular haciéndolo lentamente, poco a poco fue incrementando su ritmo hasta que era evidente que me estaba pajeando. Un tanto cortado, le pedí que parara.
-No puedo- se disculpó con lágrimas en los ojos –Una vez que empiezo no me consigo detener-
Previendo que no iban a echar del lugar, me costó separar su mano de mi pene y cerrándome el pantalón, le dije:
-Vamos al baño-
El disgusto con el que acogió mi rechazo inicial se transformó en gozo al percatarse que, si la llevaba al servicio, era para que terminara lo que había empezado. Ya estábamos camino del baño cuando Yuko se dio cuenta que tenía una mancha de flujo en su vestido y pegándose a mí, me pidió que la tapara:
-Estoy empapada-
Os podréis imaginar lo que pensé en ese momento:
“Si por tocarme se pone así, que será cuando me la folle”.
Por entonces todavía no era conocedor de lo hambrienta que estaba esa mujer, por lo que confiado la llevé hasta allí. Lo que no me esperaba era que esa japonesita, pegándome un empujón, me metiera a la fuerza al baño de mujeres y que nada más atrancar la puerta, se arrodillara a mis pies. Actuando como una posesa, me abrió la bragueta y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.

El reducido espacio del baño produjo que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Yuko, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose frente al espejo, empezó a recoger con sus dedos mi simiente y llevándoselo a la boca, lo devoró mientras se volvía a masturbar.
“¿Y esto” me pregunté mentalmente al comprobar que olvidándose de mí, esa mujer iba de un orgasmo a otro saboreando el fruto de mi sexo.
No queriendo intervenir, me quedé sentado hasta que momentáneamente saciada, la muchacha se giró y mirándome a los ojos, me pidió perdón por lo sucedido.
-No te comprendo- le respondí sinceramente al no tener ni idea de porque la tenía que perdonar.
Incomprensiblemente, la japonesa se echó a llorar e implorando casi de rodillas, me rogó que no me fuera.
-Ven- le dije y cogiéndola del brazo, la saqué del baño retornando hasta nuestra mesa.
Yuko, me siguió con la cabeza gacha y sin dejar de sollozar por una desgracia que me costaba captar. Al llegar a nuestro sitio, galantemente le acerqué la silla y sentándome frente a ella, le pedí que me explicara cuál era su problema. Le costó unos minutos tranquilizarse, tras lo cual con el rímel corrido y con la voz entrecogida, me contó que desde bien cría tenía una sexualidad desaforada y que todos los hombres con los que había estado habían salido huyendo al comprobarlo, dejándola a ella sola sobre las sabanas.
-¿Me estás diciendo que no has pasado una noche entera con nadie?-
Con gesto compungido, me contestó que así era y que por eso aprovechando que estaba en Nueva York, había decidido contratar a un prostituto que calmara sus ansias. Reconozco que me chocó que un bellezón semejante tuviese semejante dilema y soltando una carcajada, rellené su copa mientras le decía:
-Prepárate: ¡Qué esta noche te voy a dejar sin ganas de hombre por una buena temporada!-
Su cara de alegría fue increíble, la pobre muchacha había creído que al oírla saldría por patas como habían hecho sus otras parejas y por eso, con una sonrisa de oreja a oreja, me lo agradeció diciendo que se ponía en mis manos. No sé si fue gracias a una intuición o debido a la sumisión que leí en su rostro pero dándole un tierno beso en los labios, le puse como condición que tenía que seguir a rajatabla todas mis sugerencias.
Con júbilo, la oriental aceptó embelesada mientras se terminaba el champagne que le había servido y poniendo cara de guarra, me dijo que donde íbamos a pasar la noche:
-Me da igual, lo que tú prefieras. En tu habitación o en mi casa-

Sin llegar a imaginarme el volumen de sus chillidos, me pareció estupendo ir a mi apartamento porque allí tenía todo lo necesario para que esa mujer saliera por la mañana satisfecha de haberme conocido pero adelantándome al peligro que suponía coger un taxi con ella, le ordené que no intentara nada hasta que estuviéramos ya en casa. Aunque le había prometido que esa noche iba a quedar saciada, Yuko no pudo reprimir un gruñido de reproche al saber que no podría meterme mano y que se tendría que esperar hasta que yo le dijera pero aun así, me juró que lo haría.
Contento por la perspectiva de poder disfrutar a mis anchas de esa lindura y que encima mi cuenta corriente se vería engrosada por una suculenta suma, salí con ella del bar y cogiendo un taxi, nos dirigimos a donde yo vivía. Durante todo el trayecto, Yuko se mostró nerviosa e incapaz de mirarme, se pasó todo el tiempo mirando por la ventana. Su actitud me permitió contemplar su cuerpo sin que ella reparara en que estaba siendo objeto de un exhaustivo escrutinio. Realmente esa mujer era una preciosidad, dotada por la naturaleza de unos pechos primorosos, su vestido no podía enmascarar que estaban adornados con dos enormes pezones dignos de mordisquear. Si sus senos eran dignos de elogio, su cintura de avispa que daba paso a un trasero en forma de corazón, no le iba a la zaga. Cualquiera que la observara tendría que admitir que jamás desperdiciaría la oportunidad de perderse entre sus piernas.
Al llegar a mi casa, pagué el taxi y llevándola del brazo, me metí en el ascensor. Había previsto que una vez estuviéramos en ese compartimento cerrado, la muchacha iba a lanzarse sobre mí pero no fue así, pacientemente espero a que saliéramos y abriera la puerta de mi apartamento. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso volver a mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Yuko chilló al experimentar quizás por primera vez que alguien era más bestia que ella y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Follame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente. Yuko al sentir su sexo inundado, vociferó en japonés sin dejar de moverse.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados.
“No fue para tanto” pensé erróneamente creyendo que estaba saciada.

“Esta tía es una loba” sentencié al comprobar que poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar. Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Yuko, usando mi pene como si fuera un machete, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus aureolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo. Ella al sentirlo me gritó:
-¡Soy tuya!-
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de incrementar su morbo, le solté:
-Esta noche, ¡me darás todos tus agujeros!-
La japonesa al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Cómo me gusta!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Qué maravilla!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto.
No me lo podía creer, ni una queja ni un sollozo. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que no tuviera cuidado:
-Si supieras el tamaño de mi dildo, sabrías a lo que ¡Mi culo está acostumbrado!-
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi clienta, que de por sí era una mujer fogosa, se contagió de mi ardor y apoyándose en el cabecero de la cama, gritó vociferando lo mucho que le gustaba el sexo anal. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando la japonesa se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“Es acojonante” pensé al saber que con mucho menos la mayoría de las mujeres se hubiese rendido agotada y en cambio esa chavala seguía exigiendo más.
Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve el culo! ¡Qué pareces frígida!-
Por primera vez en su vida, Yuko oyó que un hombre le reclamaba su poca pasión y completamente confundida, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi estocada forzaba su esfínter. La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cuerpo al cabecero de la cama, hasta que aprisionada contra él, la mujer tuvo que soportar que se le clavaran los barrotes en su piel mientras se derretía por el trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Cállate!, no pienso parar hasta que me corra-
Que nuevamente le recriminara no ser suficientemente ardiente, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando tanto las sábanas como mis piernas.
-¡Vente en mí! ¡Por favor!- suspiró casi sollozando.
Aunque mi mente deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi semilla en su interior, me corrí mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer cobre la cama.
Satisfecho y exhausto, me puse a su lado y abrazándola, la besé. Fue un beso tierno de amante. Yuko se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me dijo:
-¡Eres un cabrón! ¡Me has dejado agotada!-
Como conocía su calentura y estaba convencido que cuando se recuperara, iba a buscar nuevamente que la tomara, me levante y mientras me dirigía hacia la cocina, le solté:
-Voy a por una botella de Champagne-
-¿Y eso?- preguntó al ver que mi gesto tenía un significado oculto.
-Tengo sed y cuando nos la terminemos, la usaré para dominarte.
Yuko soltando una carcajada, salió de la cama y acompañándome por el pasillo, me susurró al oído:
-Mejor trae dos, ¡con una no tendré suficiente!-
!

↧
Relato erótico: “Prostituto 13 La mulata se entrega a mí por placer” (POR GOLFO)
Para los que no hayan seguido mis andanzas, me llamo Alonso y soy prostituto de élite en Nueva York. Vender mi cuerpo no me avergüenza porque considero que además de ser un trabajo como otro cualquiera, está estupendamente remunerado. Pero en esta ocasión no voy a narrar mi historia sino la de Tara, un maravilloso ejemplar de mulata que la casualidad hizo que cayera en mis brazos.
Como expliqué en un relato anterior, al vengarme de un par de gemelas, recibí a esa preciosidad como parte del pago. Nunca llegaré a agradecer al árabe que se quedó con las dos hermanas el favor que me hizo al entregarme a esta mujer. No solo era todo un monumento a la belleza femenina sino que tal y como os contaré, resultó ser un filón que aproveché.
Considero primordial describiros a Tara, sabiendo de antemano que por mucho que me explaye será imposible hacer justicia a esa mujer. Mulata de veintidós años, debía su hermosura a la combinación de los genes blancos de un potentado de origen europeo con la herencia de la mujer negra que trabajaba como sirvienta en su hacienda. Su color de piel era apiñonado, para los que no estén familiarizados con ese término, os puedo decir que era negra clara o si lo preferís morena obscura. Pero si de algo podían estar orgullosos sus progenitores era del cuerpo de su retoño.
Delgada pero bien proporcionada, Tara tenía unos pechos pequeños pero maravillosamente formados. Firmes y duros era una delicia el tocarlos pero más aún el metérselos en la boca porque, al hacerlo, sus pezones marrones se encogían como asustados, convirtiéndose en unos deliciosos chupetes. No sé la cantidad de horas que me he pasado mamando de ellos, lo que si os puedo decir es que ella disfrutó tanto como yo, las ocasiones que me dormí con ellos en mi boca. Tampoco me puedo olvidar de su espléndido culo en forma de corazón que tantas veces poseí ni de ese coño depilado que la hacía parecer aún más joven. En resumen, Tara era una de esas mujeres que levantan el aplauso unánime de todos los que la ven pasar y para colmo, como persona era dulce, delicada y apasionada.
Todavía rememoro con cariño el siniestro modo en que la conocí. La pobre había caído en manos de una organización de trata de blancas y gracias a un trueque me hice con sus servicios una noche de madrugada. Recuerdo que estaba aterrorizada al no saber qué clase de amo era yo, cuando ese norteafricano me la cedió. No os podéis imaginar cómo temblaba la muchacha cuando siguiendo con el papel de amo estricto, la obligué a montarse en mi coche. Como no podía descubrir que no era uno de ellos, esperé a estar lejos del alcance de esas alimañas para preguntarle cómo había llegado a esa situación.
Debió ser mi tono amable, lo que la indujo a confesar al extraño que acababa de comprarla su triste historia:
-Amo. Nunca deseé ser una esclava pero ello no debe importunarle porque después de dos años y tres dueños, he comprendido que esta es mi vida y he aprendido a asumirlo-
No tuve que ser un genio para saber que era una víctima y por eso nada más contarme que un antiguo novio, en su África natal, la había vendido a esos traficantes, le ordené que se quitara el collar de esclava. Tara creyó que era parte de un malvado juego y que en realidad solo quería reírme de su desgracia:
-Amo, ¿En qué le he fallado para que me torture de esta forma?- respondió con lágrimas en los ojos.
Viendo que tanto maltrato la había convertido en un ser sin esperanzas, tuve que ser yo mismo quien se lo quitara, tras lo cual le dije con el tono más dulce que pude:
-Para empezar, nunca más me llames amo, soy Alonso y a partir de ahora eres libre-
Mis palabras lejos de consolarla, acrecentaron su llanto y completamente histérica, me rogó que no le hiciera eso, que no la liberara.
-No entiendo- contesté acariciándole la cabeza- ¿No me has dicho que no deseas ser esclava?-
Completamente desmoralizada, ya que se veía en la calle, me explicó que solo conocía en los Estados Unidos a sus antiguos amos y que si la echaba de mi lado, volvería a caer en sus garras o lo que era peor, en la de la “Migración americana”.
-Me mandarían otra vez al Zaire y eso sería mi sentencia de muerte porque mis tíos me matarían para salvaguardar su honor- dijo temblando. -No se olvide que para ellos soy una pecadora-
Conociendo que en esa parte del orbe, seguían matando a las mujeres que por uno u otro motivo habían manchado el buen nombre de la familia, no me quedó otra salida que proponerle que viviera conmigo en calidad de sirvienta. Al oír mi propuesta, me besó emocionada prometiéndome servirme en la casa y en la cama.
-No me has entendido- dije rehusando sus carantoñas- Te ofrezco que seas mi criada y te pagaré un salario mientras conseguimos arreglar tus papeles. Se ha terminado para ti el entregar tu cuerpo. Cuando lo hagas que sea porque es tu deseo-
Le costó asimilar mis palabras porque, en su vida, todos los hombres con los que se había topado habían abusado de ella. Cuando al cabo de cinco minutos, llegó a la conclusión que podía fiarse de mí y que mis intenciones eran sanas, me dijo con voz temblorosa:
-Acepto pero deberá descontar de mi salario, lo que pagó por mí-
Solté una carcajada al escuchar a la muchacha. Con la libertad había retornado el orgullo innato de su etnia y obviando que era imposible que llegara a pagarme los treinta mil dólares en los que la habían tasado, cerré el trato diciendo:
-¿Qué tal cocinas?-
-Estupendamente, le cebaré como solo saben hacer las mujeres de mi pueblo-
Su desparpajo me encantó aunque por mi trabajo no me convenía engordar, no dije nada no fuera a ser que cualquier negativa por mi parte quebrara su recién estrenada autoconfianza y por eso, me dirigí directamente a casa. Ya en mi apartamento, lo primero que hice fue mostrarle su habitación. Tara al ver por vez primera donde iba a dormir, no se lo podía creer:
-Amo… digo ¡Alonso!- exclamó rectificando al ver mi cara de cabreo – no se imagina la jaula donde llevo seis meses durmiendo cuando mi antiguo amo no me requería en su cama-
Las penurias incalificables que esa pobre había sufrido se habían acabado y así se lo hice saber, diciéndola:
-Es tarde. Vete a dormir que mañana tengo que conseguirte ropa-
-Se la pagaré…- respondió mientras dejándola con la palabra en la boca, me iba a mi cuarto.
Mi despertar con ella en la casa:
Ni que decir tiene que en cuanto apoyé mi cabeza en la almohada, me arrepentí de no haber hecho uso de esa preciosidad antes de liberarla. Tengo que reconocer muy a mi pesar que me pasé toda la noche soñando con ella. Me la imaginaba gateando llegar a mi lado y ya en mi cama, ronroneando, pedirme que la tomara.
“Cambia el chip” me dije mientras cambiaba de posición en el colchón, “no puedes ni debes abusar de su ingenuidad”.
Por mucho que intenté olvidarme de Tara, ella volvía a mis sueños más y más sensual cada vez hasta que, cogiendo mi miembro, me masturbé imaginando que disfrutaba de ese delicado cuerpo entre mis piernas. No sé las veces que liberé mi esperma sobre las sábanas en su honor, lo que sí sé es que al despertarme esa mañana estaba agotado.
Acababan de dar la diez cuando me despertó el ruido de unos platos. Al levantarme a ver que era, me sorprendió descubrir que la mulatita se había levantado temprano y que en contra de lo que era habitual, la casa estaba escrupulosamente limpia. Los papeles y los restos de comida habían desaparecido del salón pero fue el olor a comida, lo que me hizo acercarme hasta la cocina.
Desde el quicio de la puerta, observé como esa belleza se ufanaba cocinando mientras seguía con su cuerpo desnudo el ritmo de la música que salía de una radio. Embobado y aunque sabía que no era ético siquiera el contemplar a Tara sin su consentimiento, no pude dejar de disfrutar de esas curvas perfectas contorneándose siguiendo el compás de la canción.
“¡Es maravillosa!” pensé sin hablar mientras, bajo mi calzoncillo, mi miembro se revelaba contra mí, adoptando una dolorosa erección. ”¡Qué buena está!”.
El maltrato sufrido no había hecho mella en su anatomía. No solo eran sus duras nalgas lo que me cautivó, sino todo ella. Con una cintura de avispa, esa negrita era el culmen de la femineidad. Incapaz de retirar mi mirada, repasé minuciosamente toda su piel buscando un defecto que me hiciera bajarla del altar en la que la había elevado pero no pude encontrarlo. Aunque normalmente me gustaban los pechos grandes, esas tetitas pedían a gritos que mi boca tomara posesión de ellas y tengo que reconocer que si dándose la vuelta, Tara no me hubiera pillado contemplándola, hubiera ido directo al baño a volverme a masturbar.
-¿Cómo ha dormido el señor?- fue su saludo. Su rostro no tenía ni la menor pizca de maldad pero tampoco mostraba la menor señal de sentirse turbada por estar desnuda en mi presencia.
Tratando de tapar la firmeza que había adquirido mi pene al observarla, me senté antes de contestar:
-Bien, pero llámame Alonso. Lo de señor me hace sentir viejo-
Alegremente, me respondió que no volvería a llamarme así y cambiando de tema me contó que ella había dormido en cambio fatal.
-¿Y eso?- pregunté interesado por saber el motivo de su insomnio.
-No estoy acostumbrada a una cama y menos para mí sola- contestó mientras ponía frente a mí un suculento desayuno.
Os tengo que reconocer que ni siquiera me fijé en el plato, mis ojos estaban fijos deleitándose del sensual movimiento de los senos de la cría. Se notaba que nunca había sido madre por la firmeza con la que desafiaban la ley de la gravedad. Tara, al percatarse del modo en que la devoraba con la mirada, se sonrojó y un tanto indecisa, me preguntó por la ropa de mujer que había en su armario.
-Es tuya. Su antigua dueña nunca volverá- contesté obviando que esos trapos habían sido de Zoe, la teniente de policía por la cual la había intercambiado.
La morenita pegó un grito de alegría y pidiéndome permiso, se fue a vestir apropiadamente. Aunque la comida que me había preparado estaba riquísima no pude disfrutar de su sabor porque mi mente estaba pensando en la muchacha que se estaba cambiando a solo unos metros.
“Está para comérsela” pensé mientras introducía en mi boca un pedazo del manjar que había cocinado en vez del clítoris de esa mujer que era lo que realmente me apetecía.
Tara no tardó en volver y cuando lo hizo, no pude dejar de maravillarme de la bella estampa que inconscientemente me regaló. Comportándose como una adolescente, me modeló su vestido dando saltitos sin dejar de reír. El dicho de “como niña con zapatos nuevos” le venía ni pintado. La mulatita estaba en la gloria sintiéndose la dama más feliz del mundo usando esa ropa de segunda mano.
-Estás preciosa- mascullé entre dientes cuando me pidió mi opinión.
Por vez primera, hallé algo de malicia en ella y fue cuando cogió mi mano y me llevó hasta su habitación donde me obligó a sentarme:
-Dime cual te gusta más- soltó mientras se desnudaba y removiendo los percheros, sacaba un ajustado traje de raso rojo.
Perplejo por la visión de esa mujer recién salida de la adolescencia en pelotas sin importarle que su teórico patrón estuviera observándola mientras se cambiaba, me mantuve callado rumiando mi calentura mientras intentaba que no se me notara.
-¡Dios mío!- exclamé en voz alta al descubrir que en contra de la noche anterior ni un pelo cubría su vulva.
-¿Qué le pasa?- preguntó asustada, pensando quizás en que algo me había incomodado.
Al explicarle totalmente avergonzado el motivo, soltó una carcajada mientras me decía:
-Ayer me fijé en su sumisa y creí que le gustaría más con el coño depilado-
Os juro que mi pene se izó como un resorte al escucharla porque aunque no lo dijera esa cría quería complacerme pero previendo que si no dejaba claro nuestra relación, no tardaría en llevármela a la cama aunque fuera a la fuerza:
-Eres una mujer libre, lo que hagas es porque te apetece, no porque me guste a mí más o menos-.
Por mi tono, Tara supo que me había incomodado pero entonces levantando la voz y tuteándome por primera vez, me soltó:
-Sé que ya no soy esclava y por eso si me apetece arreglarme para ti, lo haré y tú no podrás decirme nada-
Tenía toda la puta razón. ¿Quién era yo para ordenarla como debería llevar el chocho? Pero no queriendo perder nuestra primera discusión, me defendí diciendo:
-De acuerdo, pero te tengo que recordar que soy hombre y no te quejes si un día no aguanto más y te violo-
Muerta de risa, se pellizcó un pezón y poniendo cara de puta, me respondió:
-Ten cuidado tú, no vaya a ser que un día despiertes atado a tu cama y con esta mujercita forzándote-.
-¡Te estás pasando!- exclamé y aguantándome las ganas de tumbarla en la cama, salí del cuarto huyendo de ella.
Una carcajada llegó a mis oídos mientras dando un portazo me encerraba en mi estudio.
Tara me pide que la retrate:
Cómo no tenía que ninguna cita y además tenía suficiente efectivo para tomarme un periodo de asueto, me quedé en casa terminando un par de obras que tenía inconclusas. El pintar me permitió olvidarme momentáneamente de la mulata pero al cabo de la horas, escuché que tocaban a la puerta:
-Alonso, ¿Puedo pasar?-
Incómodo por la interrupción, di mi asentimiento a regañadientes. Al entrar Tara con una bandeja, comprendí el motivo que le había llevado a interrumpirme: la muchacha me traía la comida. Me arrepentí en el acto de haberme enfadado porque esa cría solo estaba cumpliendo con las funciones que le había encomendado.
-Gracias, no me había dado cuenta de la hora- dije a modo de disculpa.
Ni siquiera me contestó, al colocar los platos sobre la mesa, se quedó mirando los cuadros que tenía colgados. Su sorpresa fue patente y cuidadosamente, fue escudriñando uno a uno todos los lienzos. Su cara reflejaba una mezcla de turbación y excitación. Verla tan interesada en mi obra, me dio alas para preguntarle que le parecía:
-Me encanta- respondió en voz baja y tras unos momentos de duda, me soltó: -¿Quiénes son? ¿Tus amantes?-
-¿Por qué lo dices?-solté extrañado- ¿Tanto se nota?-
-Sí- muerta de risa, me contestó. –Fíjate, aunque sean desnudos has sabido reflejar tanto el carácter de cada una de ellas como el tipo de relación que mantenías con ellas. Por ejemplo, esta rubia no es otra que tu antigua sumisa y se ve a la legua que te desagradaba-
Me sorprendió la agudeza de su inteligencia. Nadie se percataba de eso sino se lo explicaba yo con anterioridad. Tratando de comprobar que no había sido suerte, le pedí que me dijera que veía en el cuadro de Mari:
-Esta mujer está triste pero te cae muy bien-
-Y ¿Este?- dije señalando el retrato que le hice a la amiga de mi jefa, una estupenda tetona que me dio su leche a probar.
-Solo veo morbo- contestó dando nuevamente en el clavo.
Satisfecho por lo atinado de sus respuestas, le fui explicando una a una mis citas, sin darme cuenta que su rostro se tornaba cada vez más cenizo. Al terminar, con verdadera angustia, me preguntó:
-¿Te acostaste con la mayoría por dinero?, entonces la pintura es solo un hobby-
Más que una pregunta era una afirmación y viendo su disgusto me tomé mi tiempo para contestar.
-Soy un pintor que se mantiene gracias a mujeres- contesté sin mentir pero obviando lo básico –Ahora mismo estoy preparando una exposición pero aún me faltan dos cuadros-
Mi respuesta le satisfizo parcialmente y por eso volvió a insistir:
-Si tienes éxito como pintor; ¿Dejarías de prostituirte?-
-Si- respondí sin tener claro si lo haría.
-Y ¿solo te faltan dos cuadros para poder exponer?-
Sin saber que era lo que se proponía, volví a responderle afirmativamente. Al oírme se le iluminó su cara y sin importarle mi opinión, exclamó:
-¡Úsame como modelo en ambos!-
Agradeciéndole el detalle, le expliqué que solo hacía un retrato por mujer pero olvidándose de lo que era obvio, alegremente, me susurró al oído:
-Alonso, gracias a ti, renací. Puedes pintar primero a Tara “la esclava” y luego a Tara “la mujer libre”-
“No es mala idea” pensé porque podría reflejar dos personalidades de una misma mujer y sin prever lo que esa decisión acarrearía, acepté su sugerencia. Habiendo cruzado nuestro Rubicón particular, no había vuelta atrás y por eso mientras yo preparaba el lienzo y los oleos, Tara se fue a cambiar. Al cabo de unos minutos, volvió enroscada en una sábana y con la gargantilla de sumisa que le había quitado la noche anterior en sus manos:
-Amo: ponga el collar a su propiedad-
Molesto le pedí que no me volviera a llamar así.
-Lo siento, amo, pero si tiene que captar mi antigua esencia es necesario-
Entendiendo a que se refería, no volví a insistir y cogiéndolo, se lo abroché. Lo que no me esperaba fue su reacción, nada más sentir que cerraba el broche, en silencio empezaron a brotar unas gruesas lágrimas de sus ojos.
-¿Qué te ocurre?- preocupado pregunté -¿Te sientes bien?-
-Perdóneme, amo, sé que una esclava no debe demostrar sus sentimientos y que ahora tendrá que castigarme- respondió quitándose la tela que cubría su cuerpo y arrodillándose a mis pies, adoptó una posición de típica de castigo.
Con la frente pegada al suelo, de rodillas y con el culo en pompa, esperó en silencio a recibir el duro correctivo. Reconozco que pensé que era un juego y por eso le solté un suave cachete en las nalgas, mientras le decía:
-Ya está bien, ¡Incorpórate!-
Nuevamente me vi sobrepasado por los acontecimientos cuando llorando la muchacha, me imploró:
-Si quiere pintar la realidad de una sumisa, ¡Debe castigarme!-
Su tono me convenció y cogiendo una fusta, le arreé un par de latigazos en el trasero. Esta vez sus gemidos fueron genuinos y totalmente inmersa en su papel, me pidió que siguiera. No sé si fue el morbo de volverla a ver como sumisa o como ella dijo, solo busqué la veracidad del retrato pero la conclusión fue que seguí azotándola hasta que me suplicó que parara.
Temiendo haberme pasado, me arrodillé junto a ella y sin pensar en nada más que consolarla, pasé mi mano por su espalda acariciándola:
-Umm- gimió al sentir mis dedos recorriendo su piel.
Al oír su suspiro, asimilé de pronto que para ella, en ese momento, su amo la estaba premiando y tratando de no defraudarla seguí mimándola mientras le decía que era una buena sumisa:
-¿En serio? ¿Lo soy?- balbuceó con la voz temblando de emoción –¿Mi amo está satisfecho?-
-Sí, estoy satisfecho-
No acababa de terminar de hablar cuando de improviso, pegando un grito de satisfacción, la morenita se corrió a mi lado. No fue parte de su actuación, vi, oí y olí como se retorcía de placer en el suelo mientras de su sexo brotaba un pequeño riachuelo. Asustado por la profundidad de su orgasmo mostrado, me la quedé mirando mientras trataba de adivinar la razón.
“Aunque no lo sepa, está mentalmente condicionada a sentir placer cuando su amo le dice que está contento con ella” pensé.
Queriendo, después de lo que la había hecho sufrir, al menos compensarla, seguí acariciándola mientras le susurraba lo maravillosa que era. Al hacerlo alargué su éxtasis tanto tiempo que sin saberlo, convertí su placer en una nueva tortura. Totalmente maniatada por su adiestramiento, su cuerpo convulsionaba ante cualquier alago. Aunque sea difícil de creer, fui testigo de cómo esa muchacha iba de un orgasmo a otro solo con mi voz. Estaba tan ensimismado por mi nuevo poder que tuvo que ser ella, la que agotada me pidiera que no siguiese.
-Amo, ¡Pare!, ¡No aguanto más!- gritó usando sus últimas fuerzas.
Haciéndola caso, me callé pero Tara seguía corriéndose sobre la alfombra. Francamente preocupado, supuse que estaba histérica por tantas sensaciones acumuladas y recordando que cuando alguien estaba así, lo mejor era soltarle un guantazo, se lo di. En cuanto sintió mi bofetada, se calmó y de repente se quedó dormida.
Al verla sosegada, sonriendo y con cara de felicidad, decidí no despertarla y aprovechando que estaba inmóvil, me dediqué a pintarla. Su rostro reflejaba la felicidad de la entrega de una esclava. Aunque había observado muchas veces esa expresión en la cara de Zoe hasta entonces no supe asignarle su verdadero significado. Al cabo de una hora, mi negrita despertó de su sueño, feliz pero intrigada por lo que había pasado.
-¿Qué me ha hecho?- preguntó con una sonrisa- ¿Nunca había sentido nada igual?-
Dudé si contarle una milonga pero decidí contarle la verdad:
-Yo no te he hecho nada. Alguno de tus anteriores amos era un genio lavando cerebros y te ha condicionado para que cuando portes el collar, tengas que obedecer las palabras del que consideres tu dueño. Como te dejé llegar al orgasmo, seguiste encadenando uno tras otros mientras yo no te decía lo contrario-
-Amo, no le creo- contestó sin darse cuenta que era incapaz de llamarme de otra forma.
-¿Quieres que te lo demuestre?-
Asintiendo con la cabeza dio su conformidad al experimento:
-Sabes que te liberé ayer y que ya no eres mía y por lo tanto no tienes que obedecerme-
-Sí, lo sé-
-Entonces quiero que intentes desobedecerme, ¿Lo entiendes?-
Se quedó callada concentrándose en mis palabras. La dejé que durante un minuto se relajara y cuando ya estaba tranquila, le ordené que se pusiera en posición de esclava del placer. Por mucho que intentó, no pudo evitar arrodillarse frente a mí con las rodillas abiertas, con la espalda recta y los pechos erguidos, exhibiendo su collar.
-¿Lo ves?- satisfecho le solté.
Sudando y temblando al darse cuenta que había sido incapaz de llevarme la contraria, sollozó, diciendo que eso no demostraba lo que había sentido mientras me pedía otra oportunidad para demostrar que podía negarse a acatar mis órdenes. En ese instante, mi lado travieso me obligó a jugar con ella y sentándome en el sofá, la ordené que se acercara y que pusiera su cabeza en mi regazo.
Os tengo que confesar que me excitó ver a esa chavala sufriendo al nuevamente verificar que le resultaba imposible oponerse a mis pedidos y por eso cuando apoyó su cabeza contra mi pierna, mi pene ya estaba morcillón.
-Mi única duda es si llevas unido dolor y placer, pero ahora mismo podemos comprobarlo. ¿Te parece?-
-Amo, haga lo que crea conveniente- farfulló muy nerviosa.
Me tomé unos segundo en pensar que era lo que le iba a decir. Quería demostrar sin que pudiera quedar ninguna duda mi teoría y por eso la morenita debía ser únicamente un sujeto pasivo del experimento:
-Quiero comprobar que consigo llevarte al orgasmo con solo ordenártelo. No debes tocarte ni pensar en otra cosa más que en mi voz, ¿Has comprendido?-
-Sí, mi amo-
Su sumisión era total, quizás por ser ella la primera interesada en saber hasta dónde llegaba el control instalado en su mente. Sabiendo que de nada servía prolongar la espera, le dije:
-Tara, una esclava vive para servir a su amo, ¿Lo sabes?-
Ver sus ojos rebosando de lágrimas fue suficiente respuesta y por eso, puse mi mano sobre su cabeza y ordené:
-Es mi deseo disfrutar de cómo te corres. ¡Hazlo!-
Mi mandato cayó como un obús en su cerebro y sin necesidad de ningún preludio, fui testigo de cómo mi preciosa morenita pegó un grito al sentir que desde lo más profundo de su cuerpo se iba acumulando en su entrepierna un calor artificial que intentó combatir durante unos segundos, hasta que aullando como perra en celo, cayó a mi pies diciendo:
-Dios, ¡Qué gusto!-
Fue acojonante observar como sus pezones se erizaron sin necesidad de que nadie los tocara pero sobretodo confirmar visualmente que su clítoris crecía bajo el invisible manoseo de mi voz. Temblando sobre la alfombra, la muchacha separó sus rodillas, de forma que pude ver como la humedad iba calando su sexo hasta que explotando, un pequeño torrente brotó entre sus piernas.
-Amo, ¡Me corro!- chilló histérica.
No me hacía falta continuar con dicha demostración y como quería verificar los límites de su adiestramiento, corté de plano su orgasmo diciéndole que ya bastaba. Tara se quejó al no poder terminar de liberar la calentura que la dominaba y con gesto triste, me miró en espera de conocer mis designios.
-¿Qué opinas de mí?- le solté porque me interesaba saber si se vería obligada a decir la verdad y en ese caso, cuál era su opinión al respecto.
-Que usted es mi amo- respondió saliéndose por la tangente.
Comprendí que esa cría había contestado de esa forma para no descubrir sus verdaderos sentimientos hacía mí:
“Estará condicionada pero no es tonta” pensé y centrando mi pregunta, le dije:
-Primero quiero que me digas lo que sentiste cuando te compré-
Aterrorizada por ser incapaz de callar, me contestó llorando:
-Cuando usted me habló en la subasta, me excité y desde ese instante, deseé que ese bello amo fuera el que me comprara. Cuando finalmente le acompañé a su coche, estaba encantada y contrariamente a lo que me ocurrió con mis anteriores dueños, me apetecía ser su esclava y compartir su cama-
-Bien y ¿Qué pensaste después cuando te liberé?-
-Amo, me da mucha vergüenza….-
-Obedece-
-Me creí morir porque me di cuenta que usted no me desea y eso para una esclava es lo peor –
Estuve a un tris de sacarla de su error y decirle que no solo la encontraba atractiva sino que todas las células de mi cuerpo me pedían tomarla aunque fuera contra su voluntad pero en vez de ello, le pregunté:
-Si pudieras elegir un deseo, ¿Qué me pedirías?-
Tardó en responder y bajando la cabeza al hacerlo, me dijo:
-Ser suya aunque fuera una única vez-
Oír de sus labios que deseaba ser mía, terminó con todos mis reparos y acomodándome en el sofá, le solté:
-¿A qué esperas?-
Tara me miró alucinada y gateando hasta mí, me preguntó mientras llevaba sus manos a mi bragueta:
-Amo, ¿Puedo?-
-Sí y te ordeno que me vayas diciendo lo que te apetece hacerme o que te haga-

Comprendí que no tardaría en correrme al ver la felicidad con la que esa mujer se embutía mi miembro. Arrodillada frente a mí, sus ojos permanecían fijos en los míos mientras metía y sacaba mi extensión del interior de su húmeda oquedad.
-Eres una putita preciosa- le dije mientras acariciaba su melena: -¿Quieres que te toque?-
-Todavía no, amo- contestó y con la respiración entrecortada por la excitación, se puso a horcajadas sobre mí: -Antes necesito sentir su polla dentro-
Tal y como le había ordenado, la mulata me iba retrasmitiendo sus deseos y por eso cuando percibió como su conducto iba devorando mi pene, me rogó que mamara de sus pechos. Tengo que confesar que era algo que estaba deseando y por eso no puse objeción alguna en coger uno de sus senos en mis manos. Llevándolo a mi boca, observé como su pezón se encogía al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus pliegues.
-¡Me encanta!- chilló mientras se empalaba.
Su entrega me llevó a coger entre mis dientes su aureola e imprimiendo un suave mordisco, empecé a mamar. Tara, con una sonrisa decorando su rostro, me imploró que siguiera. Contagiado de su calentura, cogí su otro pecho y repetí mi maniobra pero esta vez, mi bocado se prolongó durante unos segundos.
-Amo, ¡Necesito moverme!. Quiero sentir su verga entrando y saliendo de mi vagina-
Más que satisfecho, le di mi consentimiento. Ella, al oírme, soltó una carcajada y apoyándose en mis hombros, me empezó a cabalgar sin parar de reír. Con una alegría desbordante, la mulatita fue acelerando la velocidad con la que se ensartaba y cuando ya llevaba un ritmo trepidante, me suplicó que la dejara correrse:
-Córrete tantas veces y tan profundamente como quieras- respondí a su petición.
Sus gemidos no se hicieron esperar y mientras ella declamaba su placer, desde lo más profundo de la cueva de su entrepierna un flujo de calor envolvió mi miembro.
-Dios, ¡Cómo me gusta!- aulló al distinguir que cada vez que se hundía mi pene en su interior, la cabeza de mi pene forzaba la pared de su vagina.
Absorta en las sensaciones que estaban asolando su piel, me rogó que la besara. Al sentir mi beso, Tara pegó un grito y dejando que mi lengua jugara con la suya, se corrió brutalmente. Fue tanto el calado de su orgasmo que me sorprendió. La cría retorciéndose sobre mis piernas, lloró de placer al experimentar como su cuerpo se derretía.
-¡No quiero dejar de ser su esclava!- exclamó con sus últimas fuerzas -¡Por favor! No me libere-
Fue entonces cuando imbuido en mi papel de dominante, la cogí entre mis brazos y dándole la vuelta la deposité sobre el sofá:
-Disfruta – le solté justo antes de volverla a penetrar.
La cría berreó de satisfacción cuando sintió mi extensión abriéndose camino en su sexo y moviendo sus caderas, me rogó que la usara. Su devoción era absoluta. Con la cabeza apoyada en el cojín, levantó su trasero y separando sus nalgas, me miró diciendo:
-Amo, quiero ser enteramente suya-
No me lo tuvo que repetir porque al ver su esfínter, se me antojó irresistible y cogiendo una buena cantidad de flujo de su sexo, embadurné con ello su entrada trasera antes de colocar mi glande junto a ella. Mi mulata al distinguir la cabeza de mi pene jugueteando con su hoyuelo, no se pudo resistir y echándose hacia tras, se lo fue introduciendo mientras no paraba de bufar.
-¿Te gusta zorrita?- pregunté al ver la cara de placer con la que recibió la invasión de sus intestinos.
-¡Es maravilloso!- musitó sin dar tregua a su sufrimiento hasta que la base de mi falo recibió el beso de los labios de su sexo.
Fue entonces cuando perdí toda cordura y cogiéndola de los pechos, la empecé a cabalgar desesperado. Tara no solo estaba hechizada con el trato sino que a voz en grito, me rogó que marcara sus movimientos con azotes. Ni primer nalgada coincidió en el tiempo con su ruego y a partir de ahí, imprimí su ritmo a bases de sonoras palmadas en su trasero.
-¡Dele más fuerte!, ¡Lo necesito!- aulló quejándose de lo suave de mis caricias.
Azuzado por su necesidad, incrementé la dureza de mis mimos y ella, al sentirlo, se dejó caer sobre el sofá mientras me agradecía el tratamiento. Una y otra vez, seguí ensartándola con pasión hasta que gritando imploró que necesitaba sentir mi simiente. Su súplica fue el empujón que mi cuerpo precisaba para dejarse llevar y descargando mi lujuria en su interior, me corrí sonoramente. Mi salvas no le pasaron inadvertidas y uniéndose a mí, un espectacular orgasmo asoló hasta el último rincón de su anatomía.
-Amo, ¡Me muero!- chilló mientras se desplomaba agotada.
En trance, Tara no se percató que cogiéndola en brazos, la levanté del sofá y cariñosamente, la llevé hasta mi cuarto. Al depositarla en mi cama, me quedé atontado observando su belleza y fue entonces cuando como un torpedo, me di cuenta que estaba colado por ella. Sin querer perturbar su descanso, me terminé de desnudar y en silencio, la abracé. Ella al sentir mi proximidad, me besó y susurrando en mi oído, me dijo:
-Le amo-
-Yo, también- respondí al reconocer que esa muchachita ya era parte vital de mi existencia.
Os tengo que confesar que jamás había sentido una dependencia tal y creyendo que no era apropiado que la mujer de mis sueños se viera impelida a cumplir mis deseos solo por ser míos, le dije:
-Tengo que quitarte el collar-
Asustada, se levantó de un salto y cogiendo la gargantilla entre sus manos, se negó diciendo:
-¡No quiero! Soy feliz sirviéndole. No me importa ser la esclava del hombre que adoro-
Viendo su negativa, la llamé a mi lado y previendo que tendría tiempo de convencerla de ser libre, le prometí no quitárselo. Más tranquila, mi mulatita se tumbó junto a mí y declarando su eterna fidelidad, me dijo:
-Amo, si me libera, le juro que me suicido- y dotando de un tono pícaro a su voz, me confesó: -Sin usted no quiero vivir pero si al final decide no hacer caso a su esclava, le aviso que antes de terminar con mi vida: ¡Lo mato!-
Soltó tan tremenda amenaza justo antes de, con una sonrisa, buscar con sus labios reanimar mi maltrecho miembro.
-Si eso es lo que quieres, eso tendrás- y deshaciéndome de su abrazo, le informé: -Tengo sed y mientras voy a la cocina, no quiero que te enfríes. ¡Córrete!-
Entusiasmado por la oportunidad que el destino me había brindado, me fui por un vaso de agua cuando desde el pasillo, escuché los primeros gritos de placer con los que mi pobre mulatita iba a amenizar mi casa en el futuro.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog: http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog: http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
↧
Relato erótico: “Prostituto 14 Mi novia me traiciona con un abuelo” (POR GOLFO)
Estoy cabreado, jodido y hundido. Mi novia me ha dejado por un tipo de setenta años y no he podido hacer nada por evitarlo. No tiene puta madre, hacíamos una pareja perfecta pero el destino y mi profesión han querido separarnos. Nunca pensé que mi mulata me traicionaría de ese modo. Siempre creí que el hecho de ser una pareja enamorada era suficiente para ser felices y continuar juntos, pero no fue así. Tara, mi princesa, me abandonó por un anciano. Os preguntareis cómo es posible que esa preciosidad haya preferido las caricias de un vejestorio a la pasión que, con mis veinticuatro años, yo le ofrecía. Sé que yo tengo gran parte de la culpa y que si hubiera cedido a sus ruegos, todavía seguiría conmigo pero aun así duele.
Nuestra idílica relación empezó a entrar en barrena, el día que la convencí de quitarse el collar de esclava. Para los que no lo sepáis, gracias a un trueque me hice con esa belleza. Desde el primer momento intenté liberarla pero ella se negó diciendo que prefería ser la sierva del hombre que amaba a una mujer libre. Tampoco ayudó que juntos descubriéramos que durante su esclavitud, uno de sus amos le había lavado el cerebro, de forma que no pudiera negarse a cumplir las órdenes de quien ella considerara su dueño. Cualquier otro, hubiera usado esa información para abusar de ella y en cambio yo la aproveché para darle placer y más placer.
Quizás fue, aunque ella siempre lo negó, que acostumbrada a sobredosis de orgasmos artificiales cuando solo obtuvo los que con ahínco le proporcionaba, le parecieron poco y por eso buscó a alguien que no tuviera inconveniente en emplear su aleccionamiento para hacerla gozar.
Otro aspecto determinante en su decisión fue que con el paso del tiempo, llevó cada vez peor que nuestro altísimo nivel de vida se debiera a que noche tras noche, la dejara sola y me fuera a satisfacer las necesidades de otras mujeres por dinero.
Y por último tampoco puedo negar que mi querida Tara quería formar una familia. Educada con rígidos conceptos morales, deseaba limpiar su reputación y así poder volver algún día a su casa con la cabeza bien alta.
Vosotros mis fieles lectores, decidiréis al terminar de leer mi historia si Tara me abandonó por liberarla, por mi profesión o por que encontró en ese viejo, la seguridad y el nombre que conmigo nunca tendría.
El collar:
Llevábamos tres meses viviendo juntos cuando una mañana, me despertó Tara con ganas de cachondeo. Aunque eran casi las doce, realmente me acababa de acostar hacía dos horas porque la noche anterior había tenido una cita con una clienta.
-Déjame dormir- le pedí al sentir que cogiendo mi pene entre sus manos lo empezaba a masajear con la intención de reactivarlo.
-Amo, su esclava está bruta y necesita un buen meneo- contestó obviando mi cansancio mientras deslizándose sobre las sábanas, aproximaba su boca a mi miembro –Usted descanse que yo me ocupo de todo-
Todavía medio dormido, sentí sus labios devorando mi extensión mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Su maestría hizo que en pocos segundos, mi pene se alzara completamente recuperado y entonces sentándose sobre mí, se lo fue introduciendo poco a poco hasta absorberlo por completo.
-¡Me encanta!- gritó mientras se empezaba a mover.
Cabreado por perturbar mi descanso, decidí darle una lección y haciéndome el dormido, dejé que me cabalgara sin moverme. Mi mulata cada vez más excitada, imprimió a su cuerpo una velocidad inaudita mientras se pellizcaba los pezones buscando su placer.
-¡Que cachonda estoy!- chilló completamente alborotada sin dejarse de empalar.
No tardé en sentir su flujo recorriendo mis piernas pero en contra a lo que la tenía acostumbrada, seguí haciéndome el dormido
-¡Necesito correrme!- gritó con el ánimo que le dijera que podía hacerlo pero habiendo resuelto castigarla, me mantuve con los ojos cerrados y en silencio.
Tara, totalmente verraca, se metía y sacaba mi falo mientras gemía escandalosamente buscando que diera una orden que la liberara.
-Amo, ¡Por favor!- gritó al sentir que mi pene explotaba regando de simiente su sexo: -¡Déjeme hacerlo!-
Decidida a obtener mi permiso, ordeñó mi miembro al convertir sus caderas en una batidora. Retorciéndose sobre mi cuerpo, buscó inútilmente mi beneplácito. Era tal su calentura que levantándose, volvió a meterse mi maltrecho falo en su boca y tras unos minutos al ver que estaba erecto, sin dudar se lo insertó por el culo.
-¡Ahhh!, ¡Que gozada! Me enloquece cómo mi amo me coge- aulló con todas sus fuerzas mientras rellenaba su intestino con él.
No hacía falta que me lo dijera, a mi querida mulata le encantaba sentir mi falo en su entrada trasera y sabía que reservaba el sexo anal para las ocasiones en las que más bruta estaba.
-¡Dele duro a su zorra!- berreó cogiendo mis manos y llevándoselas a sus nalgas. -¡He sido mala!-
Completamente descompuesta, maldijo cuando se dio cuenta que en vez de darle los azotes que me pedía, dejaba caer mis brazos como muertos sobre la cama. Cada vez más excitada y cabreada, llevó sus manos al clítoris y mientras lo torturaba con sus yemas, gritó creyendo que así me iba a hacer reaccionar:
-Amo, su perversa esclava se está masturbando sin su permiso-
Todo su cuerpo le pedía correrse pero el adiestramiento inducido durante sus años de esclavitud, solo le permitía hacerlo con la venia de su dueño. Reconozco que disfruté viéndola desesperada buscando el orgasmo. Con el sudor recorriendo su pecho y con el coño totalmente empapado, era incapaz de llegar a él por mucho que se lo propusiera.
Casi llorando, me soltó:
-Joder, amo, déjeme correrme-
Fue entonces cuando abriendo los ojos, le contesté sonriendo:
-No puedes correrte porque eres esclava, si quieres te libero para que lo hagas-
-¡Jamás!- chilló desolada con todas sus neuronas en ebullición: -Soy suya y quiero seguir siéndolo-
-Pues entonces termina lo que has empezado y cuando consigas que me corra, comienza de nuevo. Quiero dos orgasmos más antes de desayunar – le solté volviendo a cerrar mis ojos.
Indignada, se calló y sumisamente, obedeció. Una vez había conseguido realizar mi capricho, se levantó de la cama y me dejó dormir.
Eran más de las dos, cuando amanecí. Al ver que mi mulata se había levantado, la busqué por la casa. Fue en la cocina donde la encontré llorando.
-¿Qué te ocurre?- pregunté al ver las lágrimas de su rostro.
-Amo, usted sabe lo que me pasa y que necesito- contestó enfadada. –Llevo dos horas intentando calmarme pero estoy peor que antes-
Haciéndome el propio, respondí:
-Pues si es así, yo también debería estar cabreado. Te quiero y me jode que prefieras ser mi esclava a mi novia- y metiendo el dedo en la llaga, le solté: -Voy a darte gusto por última vez, la próxima o eres libre o no tendrás más placer –
Tara me miró asustada e incapaz de llevarme la contraria, esperó mi orden.
-¡Córrete!- le grité con dolor al ser consciente de lo artificial de nuestra relación.
Destrozado, la observé llegar al orgasmo sin necesidad de tocarla. “¿Cómo es posible que quiera esto?” pensé maldiciendo mi suerte y dejando a mi querida mulata convulsionando sobre el frio mármol, me puse a desayunar.
Ese día supe que si quería que nuestra relación tuviese futuro, debía convencer a Tara de la necesidad de recobrar su libertad. Era un tema tan importante que decidí que tenía que ser ella quien diera el primer paso. Enfrascado en un encargo, me pasé toda la tarde pintando, olvidando momentáneamente el asunto pero la cuestión volvió con toda su crudeza después de cenar.
Fue la propia mulata quien lo sacó al irnos a la cama. Acababa de acostarme cuando la vi salir del baño, llorando. Al preguntarle qué pasaba, se negó a contestarme y tumbándose a mi lado, me empezó a besar. No creáis que fue algo apasionado, se notaba que mi pareja estaba destrozada y que algo la turbaba.
-Te quiero, preciosa- le susurré al oído tratando de consolarla.
Mis palabras, lejos de apaciguar su llanto, lo incrementaron y durante cinco minutos, no pude más que acariciarla mientras ella se desahogaba. Interiormente conocía el motivo de su pena pero convencido que era necesario que ella sufriera su propia catarsis personal, no insistí. Un poco más tranquila pero sin mirarme a la cara, me dijo:
-Tengo miedo-
-¿De la libertad?- pregunté dotando a mi tono de todo el cariño posible.
-Sí y no. Me aterra pensar que si me libera después de tanto tiempo, sea incapaz de ser mujer-
-No te comprendo- respondí.
Reanudando su llanto, me soltó avergonzada:
-Amo, jamás he hecho el amor sin collar y no sé si podría-
Comprendí su temor. Tara, consciente que hasta entonces su adiestramiento como esclava le había permitido gozar, estaba aterrorizada de no ser capaz de sentir placer y deseo sin su ayuda. Por eso y tratando de ayudarla a dar el paso, dije:
-Te propongo lo siguiente: Déjame hacerte el amor sin collar y te prometo que si no consigo espantar tus fantasmas, seré yo mismo quien te lo vuelva a colocar-
Tras unos momentos de duda y con gruesos lagrimones recorriendo sus mejillas, me respondió:
-Me lo promete-
-Si- contesté.
-Amo- dijo llorando- quiero ser suya como mujer libre, ¡Quíteme el collar!-
Por segunda vez desde que nos conocimos, desprendí el broche que la maniataba y sin esperar a que se acostumbrase a no ser esclava, la empecé a besar con ternura. La pobre Tara recibió mis caricias temblando, no en vano desde el punto de vista psicológico iba a ser su primera vez. Asumí que debía ser todo lo tierno y cariñoso que pudiera, ya que, la mujer que tenía entre mis brazos era tan inocente y pura como una adolescente y para ella, esa noche, iba a perder la virginidad.
Cuidadosamente, la fui mimando a bases de caricias, piropos y besos mientras ella esperaba expectante que su cuerpo empezara a reaccionar. Al advertir que se había tranquilizado y que poco a poco iba incrementándose la pasión de sus labios, llevé mis manos a los tirantes de su coqueto conjunto y deslizándolos por sus hombros, lo fui bajando. Acababa de descubrir sus pechos cuando con alegría observé que sus pezones habían adquirido una dureza impresionante y eso que ni siquiera los había tocado.
Satisfecho por su respuesta, me los llevé a la boca y jugando con ellos, conseguí sacar su primer gemido de deseo.
-Te quiero mi amor- la oí decir cuando sin dejar de mamar de sus pechos, mis manos llegaron a su entrepierna.
Mis dedos al recorrer los pliegues de su sexo, lo hallaron empapado pero en vez de tocarlo, decidí bajar por su cuerpo y con la lengua incrementar su lujuria. Ella al sentirme cerca de su clítoris, me rogó que la tomara pero sabiendo que era su momento y no el mío, me negué. Tiernamente, le separé los labios y cogiendo su botón entre mis dientes, me dediqué a mordisquearlo mientras mi ya novia se deshacía en suspiros.
-Alonso, hazme tuya- imploró al sentir los primeros síntomas de un orgasmo.
Supe interpretar el incremento de flujo y su respiración entrecortada y asumiendo que era un partido en el que debía de vencer por goleada, aceleré la velocidad de mi lengua. Me alegró escuchar su auténtico clímax y saboreando su placer, me dediqué a beber de él mientras mi amada convulsionaba sobre las sábanas sin la ayuda de su collar.
-Sigue- me pidió sorprendida de poder llegar siendo una mujer libre.
Metiendo un par de dedos en su sexo, prolongué su éxtasis hasta que agotada me pidió que parara. Tumbándome a su lado, la besé con pasión y fue entonces cuando ella, deshaciéndose de mi abrazo, se puso a horcajadas sobre mí y metiéndose mi pene en su vagina, me pidió que la dejara hacer.
Fue maravilloso, ver su cara de deseo y más aún percatarme que habiéndose empalado por completo, mi querida novia me empezaba a cabalgar mientras reía como una loca al demostrarse que tras largos años de esclavitud, no solo era libre sino que seguía siendo una mujer completa.
Con genuina alegría, buscó su placer y cuando lo obtuvo, cayó sobre mí diciendo con felicidad:
-Gracias- y poniendo un tono pícaro, prosiguió: -pero siento comunicarte que vas a tener que esforzarte, porque esta hembra quiere más de su macho-
Solté una carcajada cuando la escuché porque no me pidió sino me exigió con su recién conseguida libertad que la satisficiera y durante toda esa noche, alimentamos con sexo y más sexo a nuestro amor.
Los celos:

-A la primera que debes satisfacer es a mí- me respondía si se me ocurría quejarme.
Era como una obsesión, si se enteraba que había quedado con una clienta, no me decía nada pero se notaba que le enfadaba. Siempre era igual cuando Johana me llamaba, como presa de un arrebato extraño, se acercaba a donde estuviera y sin mostrar reproche alguno, me rogaba que la tomara. Su actitud fue empeorando con el paso de las semanas y tuvo su culmen cuando coincidimos en un restaurant.
Esa noche, me había contratado una explosiva rubia para acompañarla a una recepción pero, a última hora, cambió de planes y me pidió que la llevara a cenar. Todavía recuerdo que al salir, mi novia con cara larga me informó que aprovechando que yo tenía que ir a trabajar ella había quedado a cenar con unos compañeros de la ONG donde se había puesto a colaborar. El destino hizo que mi clienta eligiera el mismo local que sus amigos.
Todavía recuerdo su gesto de dolor cuando al entrar en el salón, me vio morreándome con esa mujer. Me hubiese pasado desapercibida su presencia de no ser porque pegando un grito, se dio la vuelta con tan mala suerte que se llevó por delante a un camarero con bandeja incluida. El estrepito me hizo mirar y os juro que me quedé helado al ver su rostro. Tirada en el suelo y mientras sus conocidos la intentaban levantar, mi novia lloraba incapaz de reaccionar.
La carcajada de mi acompañante al ver a la cría espatarrada, incrementó aún más su sufrimiento y aunque me levanté a ayudarla, rehusó mi ayuda y con cajas destempladas abandonó el local. Os juro que quise ir tras ella pero no podía dejar tirada a la mujer que había pagado por tenerme esa noche. Lo que sí os tengo que confesar es que me amargó toda la velada, por mucho que me intentaba concentrar en la tipa que tenía a mi lado, su recuerdo me lo hizo imposible.
A la mañana siguiente cuando llegué a casa, Tara no estaba. Preocupado intenté localizarla pero me resultó imposible y por eso hecho un manojo de nervios, esperé su llegada durante horas hasta que cerca de las dos de la tarde, apareció por la puerta:
-Lo siento- dije nada más verla. –No sabía que ibais a ir a ese sitio- me traté de disculpar.
Por mucho que intenté entablar una conversación con ella, me resultó imposible. Estaba con tal cabreo que se encerró en su habitación y se puso a llorar. Creyendo que se le pasaría la dejé desahogarse y ya en la cena, le pregunté donde había dormido.
-En casa de mi jefe- respondió con arrogancia – si tú puedes pasar toda una noche con otra, no te quejes si yo hago lo mismo-
Os reconozco que al decirme donde había estado, me tranquilicé al recordar que ese tipo era un santurrón de avanzada edad que después de vender su empresa por una fortuna había fundado esa organización para ayudar a emigrantes del tercer mundo. Queriendo hacer las paces, la besé pero ella se negó de plano por lo que ese día fue la primera vez que dormí con ella sin ni siquiera tocarla.
Sé que debí mosquearme por eso, pero nunca imaginé que ese vejete representara peligro alguno porque, aunque se mantenía en forma y en un asilo sería un don Juan, tenía más de setenta años.
El puto viejo:
Desgraciadamente para mí, los hechos me demostraron lo equivocado que estaba. La presencia de John se fue haciendo cada vez más habitual en nuestras vidas y cuando yo salía a trabajar, Tara quedaba con él. Siempre supuse que el cariño entre ellos era como el de un abuelo con su nieta. Tan cegado estaba que cuando ella me avisaba que iba a salir, me reía diciéndole que me estaba poniendo celoso.
-Deberías- me contestó en una ocasión –John es un hombre bueno y varonil que es capaz de hacer feliz a la mujer que se proponga-.
-Qué sea bueno, no lo dudo, pero conozco a muchos eunucos más machos que ese anciano- respondí con sorna sin percatarme de que por él perdería a mi amada.
Tampoco vinculé con John, un extraño ingreso que un día apareció en mi banco. Sin venir a cuento, alguien me había depositado treinta mil dólares en mi cuenta corriente. Al preguntar, el director de la sucursal me informó que había sido un depósito en efectivo y que si nadie pedía la retrocesión del mismo en dos meses, podía considerarlo mío.
Haciendo memoria, recuerdo que al llegar a mi apartamento, le conté a Tara lo ocurrido y ella al oírme, sonrió sin hacer ningún comentario al respecto. Ese día fue la última vez que la vi. Cuando al caer la tarde me despedí de ella con un beso, se pegó a mí y con lágrimas en los ojos, me dijo adiós. Aduje su tristeza a los celos y sabiendo que no podía hacer nada por evitarlos, partí a cumplir con mi trabajo como tantas otras noches.
Al retornar a casa, ya no estaba. Sobre una mesa encontré un vídeo con una carta manuscrita. Al leerla me quedé de piedra, en ella, Tara se despedía de mí diciéndome que cuando la leyera, ya se habría casado con John y que no la buscara porque jamás volvería a mi lado. Hundido en la desesperación entré a su cuarto para descubrir que su ropa había desaparecido.
-¡No puede ser!- grité con el corazón encogido por el dolor.
Fue entonces cuando recordé que junto a su despedida había dejado una cinta y tontamente deseé que todo fuera un órdago y que en ella, Tara hubiese dejado sus condiciones para volver. Temblando, lo cogí y sin pensar en lo que me iba a encontrar lo metí en el reproductor, pero en vez de ser de ella el mensaje, era de su recién estrenado marido:
-Alonso, no me guardes rencor. Yo no te lo guardo- Creí morir al ver que era ese anciano el que aparecía en la televisión. Gracias a ti, he conseguido no solo la mujer más maravillosa del mundo sino la esclava que siempre soñé-.
De estar junto a mí, lo hubiese matado sobre todo cuando alegremente ese cabrón me informó que hacía un mes que viendo lo mucho que Tara sufría por mi profesión, le había pedido matrimonio y que después de mucho dudar, había aceptado con la condición de que me reintegrara el dinero que me había costado sacarle de las garras del traficante.
-Los treinta mil dólares de tu cuenta son el pago que ella me exigió por ser mía. Disfruta de esa pasta como yo te juro que disfrutaré toda las noches con su compañía y por si tienes alguna duda de mi hombría, he grabado nuestra noche de bodas-
Lo creáis o no, ese malnacido había inmortalizado el momento en el que mi bella Tara se arrodillaba a sus pies y sumisamente le pedía que le pusiera el collar que con tanto esfuerzo, yo quité. En ese instante, el viejo miró hacía la cámara, diciendo:
-Alonso, no te preocupes por ella, la trataré bien y gracias a mi apellido, cuando muera podrá volver a su pueblo con la cabeza bien alta- y dirigiéndose hacia su recién estrenada posesión, le pidió que se corriera.
Mi adorada mulata pegó un grito de satisfacción y berreando como una cierva en celo, se corrió ante mis ojos. Sé que debí de apagar en ese momento la tele pero no sé si fue el dolor o la necesidad de convencerme de su traición, me quedé mirando cómo Tara iba de un orgasmo a otro bajo la atenta mirada de ese capullo.
El sumun de su deslealtad fue verla cómo gateando hacia su nuevo amo, le desabrochaba la bragueta y sin importarla el ser grabada, meterse su falo hasta el fondo de la garganta. Fui testigo mudo de la forma tan brutal con la que ese viejo, una vez con el pito tieso, la enculó. Pero con gran sufrimiento, también me percaté que en la cara de mi amada, era el placer y la satisfacción de volver a ser esclava lo que se reflejaba.
Henchido de dolor, no resistí ver más cuando habiéndose corrido el viejo, le preguntó si se arrepentía de ser suya y mi querida mulata con una sonrisa en los labios, le respondió:
-No, mi dulce amo-
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog: http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
↧
↧
Relato erótico: “Rosas de color sangre” (POR VIERI32)
¿Me quito el anillo?, frené el coche, si seguía avanzando chocaría contra un maldito poste por lo
desconcentrada que estaba, ¿y quién me socorrería en medio de la noche citadina?, como mucho una prostituta me vería desgraciada en el suelo y aprovecharía para robarme como las carroñeras que son.

Volví a fijarme en mi anillo, mirándolo mientras reposaba ambas manos en el volante, quitármelo sería librarme de una carga enorme, sería el primer paso para terminar con todo aquello que representaba mi patética vida. Amagué retirarlo pero lo pensé mejor, tal vez dentro de mí había algo de esperanzas de que todo pudiera arreglarse, esperanzas para encontrar alguna señal que me dijera que aún había motivos para vivir pese a que de momentos prefería mil veces la muerte que vivir una vida aburrida y sin sorpresas… no, no era vida la mía, sería capaz de arrancarme mi piel sólo para comprobar que dentro de mí ya no había vida, sino una mísera existencia sin más.
Busqué mi cartera en busca de un cigarrillo… ¡mi cartera!, se había quedado dentro del restaurante que estaba abandonando, más precisamente, en la mesa donde mis amigas estaban. Volví para recuperarla con una sonrisa tímida, entré al lugar nuevamente y fue cuando las vi; lo que no soportaba de ellas eran sus pequeñas y casi silenciosas conversaciones cuando yo me retiraba, desde la distancia podía verlas riendo divertidas… Nunca supe si hablaban de mí, pero siempre que me acercaba, su conversación quedaba cortada y nunca más la retomaban. Sexto sentido mío, y podrían decirme egocéntrica, pero estaba segura que hablaban de mí… supongo que les causaba risa que yo haya tenido que dedicarme exclusivamente a las tareas del hogar, mi marido y a mi hijo, lo que me hacía la única del grupo que no trabajaba.
– ¡Violeta, volviste! – exclamó una cuando me vio acercármelas.
– Sí, es que me olvidé de… esto… – dije tomando mi cartera, sacando a relucir la llave de mi hogar.
– Una ama de llaves olvidánse de la… ¿llave? – rió, las demás la acompasaron como hienas.
Y de las peores, con esas miradas que no tenéis idea de cuánto odiaba, esas miradas que escondían algún insulto silencioso tras los ojos.
– Por cierto, que las vi muy divertidas cuando venía, ¿de qué hablaban?
– Este… mira, no se lo digas a nadie, Violeta, pero..
– Es que ese camarero es muy lindo – interrumpió otra -… ¿lo ves? El que está atendiendo hacia la ventana, el rubio…
– Sí, ya veo – dije mirándolo. Patrañas, ni ellas se lo creían, ¿acaso me creían tonta?, ni siquiera yo entendía por qué las seguía considerando amigas, creo que había algo masoquista en mí que me exigía verlas cada semana, algo en mí decía que ellas eran los últimos trazos de vida social que me quedaban y que por más desgraciadas que fueran, debía soportarlas – En fin, ahora sí me debo retirar, estuvo agradable la cena.
– Adiós Vio, quedaremos para la semana que viene, ¿no?
– Ocho de la noche, como siempre – Carroñeras.

Una vez llegado, estacioné el coche en el garaje. Me percaté inmediatamente que mi esposo Genaro no estaba; no había señales de su portentoso Opel, supuse que se habría quedado en su oficina hasta tarde. Pero esa noche yo no estaba para más, ni siquiera lo llamaría para saber de él – ya que él nunca me llamaba desde su trabajo –lo que quedaba de esa noche sería para mí, llenaría la tina con agua tibia y me tomaría un baño con sal efervescente a la luz de las velas y con música suave de fondo. Nunca hubo mejor terapia para mis pesares; desaparecían las risas hipócritas, desaparecían mis problemas y por breves instantes se moría mi soledad… durante esos momentos, mi existencia olía al champú de rosas.
– – – – –
“… lluvias precipitadas para mediados de la semana y probablemente haya tormenta eléctrica. Con el servicio público de electricidad que tenemos, probablemente nos quedaremos sin energía la tarde del miércoles, así que iros preparando las velas para afrontar la noche, ¿genial, no? En otras noti…”
De un fuerte golpe logré acertar el botón para apagar la radio. Tenía por costumbre programarla a las seis en punto de la mañana, se encendía sintonizando una emisora que me encantaba por la música que pasaban más el divertido hablar del relator. Miré al lado de mi cama, robóticamente dije “Buenos días, querido” pero quedé como tonta al notar que Genaro no estaba en la cama. Me levanté a duras penas, ni siquiera fui al baño o a la cocina, sino que directamente me dirigí hacia las calles para ver si el jodido Opel estaba estacionado.
Y quedé con el ceño fruncido al no ver el coche, una vez más Genaro se había pasado la noche en algún hotel o en casa de sus compañeros. Decía que su empresa siempre costeaba el bar cuando trabajaban horas extras, supongo que él y sus amiguitos gozaron a lo lindo y fueron a dormir en quién sabe dónde. Hasta hoy día sigo pensando que parece un maldito niñato con vergüenza de que lo vea pasado de roscas, prefiriendo dormir en lo de sus amigos que en nuestro hogar, como temiendo algún regaño.
Antes de volver a entrar a mi hogar, una extraña voz me había quitado de mis adentros;
– ¿Disculpe? ¿Es ésta la casa de los Sosa?
Se trataba de un joven de tez oscurísima que intentaba pronunciar cada palabra con gran esfuerzo. Pero ese acento tan bonito, portugués, no se lo escondía ni Dios, venía con una mochila y una gran sonrisa tan bonita que no pude evitar devolvérsela.
– Así es, ¿en qué te puedo ayudar?
– Soy Mauricio Espinosa.
– Ajá… entonces…
– Ya le dije que soy Mauricio.
– Se supone que me digas a qué vienes.
– ¡Ah, sí! Soy el estudiante de intercambio… su hijo está ahora en Portugal en la secundaria donde yo estudio… estudiaba… intercambio… Mauricio E-s-p-i-n-o-z-a…
– ¿Eres tú?, ¡¿viniste hasta aquí solo?! ¿No debías esperar a que te pasáramos a buscar?
– Su esposo me dijo que usted me buscaría a las ocho en el aeropuerto.
– Sí, ¡a las ocho!
– Ya son las nueve menos cuarto– dijo mostrándome su reloj de pulsera.
– ¿Ya?, creo que mi despertador se desprogramó… ¿será?
– Cómo voy a saberlo yo, Señora.
– Señorita – interrumpí con una mirada atigrada que creo hizo asustar el joven. Sé perfectamente que el título de señorita lo había perdido hacía años, pero me daba cierto goce oírlo aún – ¿Cómo hiciste para venir aquí, querido?
– Tomé un taxi y le di la dirección de su hogar – inteligente -¿Entonces ya puedo pasar, señora- – -ita?
– Aprendes lento. Y sí, adelante.
Lo hice pasar y lo llevé hasta su habitación, que en realidad era la de mi hijo. Al entrar, Mauricio dejó su mochila en el suelo y se dispuso a recorrer la habitación con su mirada. Me apoyé en el marco de la puerta mientras jugaba con mi anillo, lo miré y me di cuenta que era el momento adecuado para hacerle saber algunas reglas sobre mi hogar, unos pequeños tips que me había memorizado para decírselo.
– Ahora escucha, no tenemos sirvientas por expresa orden de mi marido – nunca confiaba en ellas – por lo tanto la ropa sucia la debes lavar tú mismo en el sótano, donde encontrarás el lavarropas.

– ¿En serio? Mira que mi hijo arma un infierno cada vez que debe lavar sus ropas… bien, no se permiten compañeritos o amiguitos en la casa salvo expresa notificación, así tampoco debes pasarte con el volumen de la música que escuches.
– Bien por mí, seño… rita – respondió sentándose en la cama, mirándome con una sonrisa de punta a punta.
– ¿De veras? ¿No parece una imposición sádica? – eso es lo que decía mi hijo.
– Es lo lógico, no tengo por qué andar llevándole la contraria a la dueña de la casa.
– No me lo puedo creer, eres más maduro que mi hijo… y mi esposo… juntos… oye, Mauricio, ¿qué… qué haces?
Sin previo aviso se retiró la remera que llevaba, en un acto reflejo me fijé en sus abdominales bastantes marcados para un chico como él, mi marido quedaba a años luz de tenerlos, y Andrés sólo los tendría en sueños, realmente me impresionó la belleza de su torso, apenas pude ver un tatuaje en su hombro pero volví en mí a tiempo;
– Mauricio, ¿no avisas?
– Sólo me estoy cambiando la camisa.
– Pues la próxima avisa – dije saliendo de la habitación, cerrando su puerta.
En menos de cinco minutos había cruzado más palabras con él que en el último mes con mi hijo. Aún distaba de conocerlo, y yo más que nadie sabía que no debía apresurarme a la hora de formular juicios, pero él me caía bien, su sonrisa sobretodo me hizo cosquillas, algo que había visto pocas veces en los seres que me rodeaban, no parecía esconder insultos silenciosos tras los ojos y su risa no sonaba como las de las hienas carroñeras– ¡Por cierto! – grité para que pudiera oír tras la puerta.
– ¿Qué sucede, señorita? – sonreí al oír esa palabra que le había impuesto, “señorita” con ese acento tan tierno.
– Te espero en la sala para charlar, quiero conocer más de ti antes de dejarte la casa… no te me enojes, soy así, es todo.
– ¡No hay problema, señorita!
– – – – –
– Parece que va a llover.
– No mires la ventana, mírame a mí cuando te hablo – dije con la copa de vino en mi mano.
– ¡Lo siento!
– No te había dicho cómo me llamo.
– Pensé que quería que le dijera “señorita”, señorita.
– Bueno, eso está bien – sonreí jugando con la copa cerca de mi boca – pero si esa palabra la oye mi marido, lo dejas patas arriba. Me llamo Violeta.
– Violeta… me gusta.
– A mí me gusta tu sonrisa. Me pareces tierno y no te veo con malas intenciones.
– ¿Tierno? – preguntó buscando un librillo de su bolsillo.
– Significa que eres adorable, muy bueno, es todo… oye, ya deja de buscarla en tu diccionario.
– Gracias, señorita Violeta.
– No tienes por qué mezclarlos, con decir Violeta estaremos bien. Y sigamos la conversación, ¿qué has dejado atrás?
– Además de mi familia… pues como que extraño mucho a Luz, mi novia, de momentos sólo intercambiaremos mails pero no es lo mismo.
– Ah vaya, Andrés aún no tiene novia, es muy tímido, ¿sabes?
– Me parece raro, habiendo crecido con una dama tan hermosa – y otra vez vino esa sonrisita a la que me estaba haciendo adicta.
– ¿Hermosa? No te lo crees ni tú… Bien, un día de estos saldremos rumbo la ciudad, ¿está claro? Daremos un paseo y continuaremos nuestra charla, me gusta hablar contigo.
– Aún… aún no vi a su esposo.
– Probablemente no venga hoy – bebí todo lo que quedaba en la copa, que no era poco – pero no quiero hablar de él. Así que yo iré a bañarme porque no lo hice desde que desperté, si deseas puedes ver la televisión aquí.
– ¿El ordenador de su hijo tiene conexión?
– Sí, ¿deseas revisar tu correo o algo así? No hay problema, entonces cuando esté lista la comida te la llevaré en tu nueva habitación – le guiñé, dejando la copa en una mesita cercana. Mauricio se levantó, sonriente como no podía ser de otra forma, y subió las escaleras. Fue entonces cuando mis demonios internos me jugaron una mala pasada, contemplé su culito tras el jean que llevaba, parecía tan duro, probablemente el vino ayudaba a imaginarme apretándolo, me mordí los labios y seguí deleitándome del firme panorama hasta que él desapareció de mi vista… “Mauricio” susurré con una sonrisa y el dulce sabor del vino degustándose en mi boca.

En mis fantasías Mauricio me hacía suya en mi cama matrimonial, tomándome de la cadera y reventándome mi sexo con el suyo, tan grande, feroz, haciéndome llorar una serenata de lamentos y berridos. Me volví a morder el labio tan fuerte que sentí un frío hilo de sangre, lo recogí con mi lengua y tuvo un gusto especial, raro.. extraño… sangre sabor a rosas.
Justo cuando dos dedos entraban en mí, tuve un plácido estallido que terminó llenándome de un deseo tan enfermizo, deseo por Mauricio, jamás me había sentido así, como una chiquilla adolescente embobada por un chico tierno, atento y gracioso. Jamás, jamás, jamás había pensado en destruir la promesa de mi matrimonio… supongo que para todo hay una primera vez.
Pasaron los días y el pobre Genaro no se contentaba con dormir en la sala. Si esperaba un regaño de mi parte, se quedaba corto. Nuestra discusión duró días, tardes y noches, y como no podíamos estar juntos sin desatar una debacle, decidió dormir en el sofá de la sala durante los días en que estábamos peleados.
Durante esas mañanas, Genaro y Mauricio charlaban amenamente en la cocina o en la sala, es increíble cómo el deporte hermanda a hombres tan diferentes, al parecer una charla sobre el Benfica y su campaña en la Champions los hizo mejores amigos en menos de una hora. De vez en cuando yo pasaba para tomar algo de la heladera o simplemente pasaba por la sala, y cortés como siempre soy, saludaba con mucho cariño a Mauricio sin siquiera dedicarle una mirada a mi marido.
Pasados más días, Genaro y yo conversamos un poco más apaciguadamente y quedamos medianamente reconciliados. Follamos en la habitación para cerrar la jornada, él pensando que se había librado de mi enojo, yo… yo simplemente pensaba que follaba con Mauricio.
– – – – –
– Parece que va a llover – dijo Genaro, mirando la ventana de la habitación mientras yo reposaba sobre su pecho.
– El clima está así desde el sábado pasado… dudo que llueva hoy.
– Menos mal que hoy no, Vio.
– ¿Y eso por qué?
– Mauricio me contó que lo llevarás a la ciudad para que se vaya aclimatando.
– ¡Es cierto!
– ¿Te olvidaste?

– ¿Temprano? Son las seis de la tarde, pensará que se trata de una primera cita – rió él. Reí forzadamente yo, y nuevamente los demonios de adentro dibujaron perversiones, yo poniéndole los cuernos a Genaro con el negrito estudiante de intercambio… acaso… ¿acaso estaba loca por excitarme con esa idea?
Mi marido no dijo nada cuando me vio partir de la habitación con una falda que apenas llegaba a la rodilla, era la perfecta para dejar ver mis piernas cuando conducía mi coche, ni mucho menos se molestó cuando vio que me acomodé los senos frente al espejo.
– Nos veremos más tarde, Genaro – le sonreí, dándole un beso de despedida.
– Bueno, ¿pero justo debes salir hoy? – preguntó sonriendo, viendo mis pechos con esa conocida mirada, aquella que decía que quería follarme de nuevo – además no le has dicho en qué día saldrían, sólo le has dicho “la semana que viene”, vamos que puedes postergarlo.
– ¿Tanto me necesias? ¡Ja, no señor! Además ya me conoces, si no es hoy… no será nunca.
– Pues bien, que se diviertan.
Fui hasta la habitación de Mauricio y pegué mi oído en la puerta; no oía nada, apenas un dulce murmullo que no logré definir. Silenciosamente logré abrir la puerta, fijándome hacia donde estaba instalado el ordenador de mi hijo… quedé boquiabierta, Mauricio estaba mirando lo que parecía ser alguna página pornográfica. Lo peor de todo… o más bien lo mejor de todo, es que pude contemplar con tremendo asombro el tamaño inusitado de su sexo. ¡Se estaba masturbando lentamente!, no pude evitarlo, mi boca quedó abierta y babeando, jamás en mi existencia había visto algo de un tamaño como el de él. Envidia, eso fue lo que sentí luego, envidia por la novia de Mauricio. Yo, pervertida, me quedé contemplando hasta el final cómo el muchacho se daba goce, y cuando lo vi largando todo sobre un pañuelo que tenía preparado en su otra mano, cerré nuevamente la puerta.
Tuve ganas de ir baño para volver a masturbarme, sólo que esta vez, en mis fantasías, el sexo de Mauricio sería corregido en tamaño, el maldito la tenía mucho más grande de lo que fue en mi fantasía perversa con sangre sabor rosas. Pero debía ser fuerte, más allá de que en realidad yo era una mujer cayéndose a mil pedazos por día.
– ¡Mauricio! – grité tras la puerta.
– ¡Vio-Violeta!

Cuando al fin salió de su habitación, me buscó en la sala para salir juntos. Él sonreía, yo moría pensando que me degeneraba más y más en mis fantasías. Y ya en el coche noté que de vez en cuando, Mauricio ojeaba mis piernas, muy descubiertas debido al corte diagonal de la falda que dejaba casi medio muslo a la vista, aquello me incomodaría… ¡años atrás me incomodaría, con un marido atento, un hijo leal, amigos verdaderos y una vida satisfactoria! Pero no me quedaba nada de eso, no me importaba arriesgarme, no me importaba pervertirme, pervertir al chico, que mis demonios me dominaran e hicieran de mí la mujer más maldita de todas, él me miraba, yo moría a pedazos pidiendo a gritos ser rescatada por un hombre que me hiciera volver a sentir viva. Por eso elegí la falda corta, por eso no me incomodó su constante mirada.
Separé las piernas más de lo que ya estaban nada más al frenar en un semáforo rojo, con la visión periférica pude notar que Mauricio poco disimulaba en mirarlas, macizas, blancas como la leche pero hirviendo a un vivo rojo sangre. Y mis demonios festejaron porque mi juego estaba comenzando y todo salía de manera prometedora, y así, con las piernas obscenamente abiertas, pregunté;
– ¿Y cómo se llamaba tu novia? – lo miré, pillándolo in fraganti.
Mauricio miró automáticamente hacia delante, como si nada hubiera pasado, el pobre quedó avergonzado durante el resto del viaje, tanto así que nunca hubo conversación en la heladería donde fuimos. Era una visión patética la nuestra, sentados en la mesita más apartada del lugar, yo intentando conversar, él sin saber dónde reposar la mirada.
Le preguntaba más sobre su vida y gustos pero en cambio obtenía monosílabos vacíos, no sonreía, ¡estaba tan adicta a su sonrisa, que en nuestro incómodo silencio, casi le rogué que riera para hacerme sentir viva!
Él se excusó para ir al baño del local mientras yo estaba muriéndome más y más, mi última carta de esperanza se estaba esfumando, Mauricio pronto se enfriaría conmigo por mi estúpido juego. Estaba tan desesperada por no perderlo, por no perderme en la soledad, y así, con el corazón partiéndose dentro de mí, tracé un plan desesperado para recuperarlo, para volver a sentirme viva…
– – – – –
Cuatro días, pasaron cuatro días y ya no aguantaba. En cuatro días follé con mi marido pensando en Mauricio y me masturbé como posesa en el baño, ya no podía quitarlo de mi mente, cada poro de mi cuerpo me exigía a él, por ello mi plan estaba en marcha, por ello mi Pontiac estaba estacionado frente a la secundaria Montpellier donde estudiaba él.
Llegó la hora de la salida, no fue tarea difícil verlo, venía tomado de los brazos con una nueva amiga, sonriente, picarón, pero toda su aura desapareció al verme, sonrisa incluída. Se despidió de su amiga y se acercó al coche con una cara de no creer;
– Violeta… vi-viniste a buscarme… vaya, ¿a qué se debe?
– Fui al mercado y como el colegio estaba de paso… ¿y quién es ella? La que se está yendo hacia la esquina.
– ¡Ah! Es una nueva amiga, me está ayudando con algunas materias… Isabella.
– Me alegra que hayas encontrado una niñata-cara-de-pendeja que te ayude en tus deberes…
– ¿He? ¿Cara-que-qué? ¿Y eso qué significa?
– Nada. Vayamos a caminar – dije saliendo del coche. Tomé de su mano y lo llevé hasta detrás del estacionamiento, sin hacer caso a sus insistentes preguntas sobre a dónde íbamos. Y por fin ocultos de las miradas de los desconocidos, lo empujé contra la pared, con esa mirada atigrada tan mía, tan poderosa, la de una predadora lista para comerse a su tierna presa. El pobrecillo se asustó cuando me acerqué para besarlo, por fin agarré ese delicioso trasero mientras mi lengua se enterraba en su boca. Mis demonios festejaban, mi corazón latía apresuradamente porque la dulce boca de Mauricio sabía a rosas, las mismas rosas que olí durante mi masturbación en el baño, tuve ganas vampíricas de morderlo tan fuertemente para probar su sangre, para comprobar si ésta era tan deliciosa como la mía, pero él interrumpió bruscamente.
– ¡Señorita! – volvió a sonreír, tímidamente, casi una sonrisa sosa, mezcla de sorpresa y agrado, pero sonrisa al fin y al cabo – ¿Pero qué su-sucede?
– ¿No habíamos acordado que me llamarías por el nombre?
– ¡Violeta!, ¿por qué… por qué sonríes así?
– Sonrío porque sonríes – respondí sin soltar mi mano de su culo, a centímetros de un nuevo beso que fue correspondido. Juraría que mi existencia cesó su caída en ese instante, nunca había probado algo tan delicioso, tan morboso, ¿quién hubiera dicho que pecar contra el voto matrimonial sería la cura perfecta para mi desgracia? Mauricio, el pobre muchacho jamás entendió por qué lagrimeé un poco durante nuestro beso. Un beso bastante torpe, yo sabía perfectamente qué hacer y dónde poner las cosas… él… él aún tenía mucho por aprender.

– No era nadie, Vio. Nadie.
– Me equivoqué cuando dije que aprendías lento – le guiñé, justo antes de volver a comerme su boquita de rosas, y al par de minutos, él se apartó del tonto morreo que hacíamos;
– Aún así no entendí eso de cara-no-sé-qué… ¿eso está en un diccionario?
– Hummm, no perdamos el tiempo con tonterías… ¿por qué no volvemos al coche? – No se necesitaron más palabras, nos dirigimos inocentemente al coche sin que nadie en las inmediaciones del colegio se percatara la morbosa realidad.
Quise maniobrar hasta el primer motel que se nos cruzara, pero yo estaba tan lubricada, tan fogosa, era tan grande mi necesidad de sentir a Mauricio dentro de mí que estacioné en una plaza, miré a mi acompañante con mis ojos atigrados, con una fina sonrisa, pícara, esperando que él entendiera todo sin necesidad de palabras ni de diccionarios.
Se inclinó hacia mí, sus manos directamente fueron hacia mis pechos, pero antes de alcanzarlos, me alejé para empujarlo de nuevo hacia su asiento;
– ¿Y ahora qué? – preguntó.
– Sé cómo son ustedes, les encanta ir fanfarroneando sobre sus conquistas…
– ¿¡Yo!? No, no, no, le juro..
– ¡Calla! Ahora escúchame– dije tomando el cuello de su camisa con un puño, acercándolo a mi boca – nadie creerá que un negrito como tú se acuesta con una casada como yo, así que ni te molestes en fanfarronearlo a algún nuevo amiguito – e inmediatamente lo besé con lengua, fuerte, animalesca, tomando terreno – y no creas que andaré complaciéndote en todo y en cualquier momento sólo porque te necesito para ciertos… menesteres.
– ¿Son nuevas reglas? Porque con gusto las cumplo todas – preguntó con esa sonrisa preciosa, me derretiría del encanto que emanaba, pero yo debía demostrar fiereza. Y nuevamente se acercó para besarme.
– Aprendes rápido – susurré dificultosamente, pues mi labio inferior era atrapado por los de él, y dicho esto me incliné para retirarle su cinturón, llevé mi mano dentro de su jean y tras sortear su ropa interior, pude sacar a relucir un miembro que, si bien no estaba del todo erecto, tenía un tamaño prometedor.
Mauricio resoplaba, recostado sobre el asiento trasero mientras yo introducía en mi boca su sexo… sabor a rosas, parecía que el destino preparó todo con sumo cuidado, aquel tremendo mástil que crecía y crecía en mi boca, tenía sabor a rosas. Repasé la lengua por todo el tronco con una cara de vicio que no había tenido desde hacía años, él masajeaba mi pelo dulcemente, mascullando quién sabe qué, y yo… yo simplemente lamía rosas.
Pero todo tenía que terminar rápidamente, él tomó un puñado de mi pelo y me apartó del miembro que yo comía como niña golosa, un hilo de baba se me escapó de entre mis labios y mis ojos atigrados se amansaron, mirando a Mauricio, como rogándole que me dejara chupársela, nunca en mi existencia me había sentido tan deseosa, excitada, con cada centímetro de mi ser exigiendo a Mauricio, pero éste me apartó de su sexo, por eso mi mirada se apaciguó amargamente;
– ¿Qué haces? Suéltame el pelo.
– Tranquila, sé lo que hago.
– ¿Ah, sí? ¿Qué va a saber alguien como tú?
– Te sorprenderías, pero no lo averiguarás ahora.
– ¿Y eso por qué?
– Ahora no porque… la policía, a diez metros de aquí… ¡y acercándose!
Giré la mirada, era cierto, un policía se acercaba hacia nuestro coche, y pese a que probablemente no veía del todo bien qué sucedía dentro, hizo que me asustara, mil pensamientos me nublaron la cabeza, ¿y si me descubrían?, ¿y si mi marido se enteraba?, ¿podría soportar mi existencia?, pero no tenía tiempo para hundirme en ello, no podía permitirme vencer tan fácilmente por el susto, velozmente ocupé el asiento del chofer y arranqué el auto;
– ¿Volvemos a casa? – preguntó Mauricio.
– ¿Quieres volver?
– Dependiendo, su marido está en casa o…
– Está en su trabajo.
– Entiendo, pues entonces sí, quiero volver a casa.
– ¿Acaso le tienes miedo o qué? – reí.
– No le tengo miedo pero sería mejor que él no estuviera, ¿no?
– No quise decir que… Esto… mira, está… está empezando a llover… Es lo último que necesitaba…
– ¿Y eso por qué?

Era un espectáculo de otro mundo, el montón de velas dispersas en toda la sala debido al corte de luz que vino con la tormenta eléctrica que sucedía afuera, adentro parecía estar tan apaciguado, naranjezco, como un atardecer melancólico, treinta y dos velas esparcidas en el lugar, como treinta y dos soles ocultándose para darnos el espectáculo más maravilloso.
Mi anillo lo dejé en la mesita de luz mientras Mauricio bajaba por las escaleras con sólo una toalla en su cintura, pude volver a ver su tatuaje en el hombro izquierdo, cuando él se acercó, pegué mi cuerpo al suyo para deshacerle de su toalla, besando justo sobre el tatuaje… una rosa negra, por fin pude verla… una jodida rosa, como si todo estuviera preparado.
– Qué bonita rosa – susurré al tiempo en que su toalla volaba por la sala para detenerse en el suelo.
– Me la hice en una plaza en Lisboa… fue el primer regalo que me dio Luz, una rosa.
– ¿Una rosa negra?
– En realidad era roja, pero me salía más barato si elegía la negra – rió. Volví a besar su hombro junto con una mordida pequeña que se marcó en su piel.
– Ponte de cuatro en el suelo – dijo él bajando el cierre de mi falda. Un temblor recorrió mis piernas, de arriba para abajo, normalmente lo abofetearía y le diría que yo era quien mandaba, pero no podía, estaba tan excitada que me despojé de mis ropas y lo obedecí al instante.
Las únicas, las velas eran las únicas que veían cómo yo, de cuatro patas en el suelo, estaba siendo sobada por la mano de Mauricio. Ya nada podía detenerme, ya el plan había terminado victorioso, casi babeando rogué a mi amante que me penetrara, que me hiciera suya de una jodida vez, lo deseaba desde que lo conocí, ¡mi sexo rogaba por él, no por sus dedos, sino por su maldita tranca que me había penetrado sólo en imaginaciones!
Cómo me estremecí cuando se comió mi sexo, el maldito sabía muy bien trabajar con la lengua, me tenía al borde de la locura con unos potentes lengüetazos que de vez en cuando se pasaban por mi culo, si todo seguía así me vendría un desmayo… separó mis labios con sus dedos y hundió su lengua, succionando todo lo que encontraba, pieles, jugos, vellos, todo en uno, mi cuerpo se convulsionaba como si tratara de una desesperada, arañaba el suelo, me mordía los labios pero era simplemente imposible.
Me dijo algo, no entendí, pero el tono dulce me tranquilizó, apenas sentí una tibia carne reposando entre los pliegues de mis labios hinchados, lubricados con su saliva, deseosos… mi rostro se pegó al suelo, él habrá gozado con la imagen obscena que le regalé, postrada ante él, rindiéndome ante su maravilloso sexo. Tomó de mis caderas con sus manos, casi me sentí como un animal a quien debía sujetar por si el dolor se pasaba de los límites, y justo cuando susurró algo en portugués, sentí cómo su sexo se abría paso en el mío y cómo un dedo entraba raudamente en mi lubricado ano.
Lo enterraba profundo y me lo sacaba, me lo metía y me lo volvía a sacar casi por completo para volverlo a meter, dedos y sexo, era una jodida locura, daba unos círculos dentro de mí, sus penetradas empezaron a adquirir vigor y supo darme los mejores minutos de mi vida.
Soportó lo que más que pudo, noté que le vinieron unos espasmos potentísimos, apreté las paredes de mi sexo para que él me lo empalmara todo, para que cerrara la jornada de una buena vez mientras su dedo corazón entraba en lo profundo de mi esfínter.
A las luces de las velas, pequé al matrimonio para salvarme de una existencia desgraciada y vacía, Mauricio me salvó, el vacío se llenó… él habrá pensado que lagrimeé por el dolor que causaba sus salvajes arremetidas, pero en realidad lloraba porque por fin sentí que mi existencia… que mi vida dejó de caerse en un pozo sin fin.
Cuando terminamos, giré hacia él para besarlo, y bajando por el cuello, nuevamente besé el tatuaje de su hombro mientras sus manos magreaban mi culo… mordí el tatuaje con fuerza;
– Auchhh… Violeta, ¿y esa mordida?
– Espero dejarte una marca para que me recuerdes… ¿y qué mejor lugar que en la rosa que te regaló tu noviecita?
Él vio el tatuaje, un leve halo de sangre surgió y no tardé en lamer aquella rosa que poco a poco tenía un color rojo intenso, una rosa color sangre tatuada en mi memoria… juro que en ese instante mi vida tuvo sabor a rosas.
– Me salvaste – le susurré, abrazándolo bajo las luces crepusculares de las velas. Sólo yo y él, sin anillos, sin diccionarios ni demonios, nunca me había sentido tan feliz y tan maldita a la vez…
– – – – –
– ¿Está durmiendo ya?
– Sí, señor… como un ángel.
– Aquí está el dinero que te prometí.
– ¿Pudo… ver todo?
– Vi suficiente, aunque eso ya no es de tu incumbencia.
– Entonces no me dirá por qué me ha pedido que me acueste con su esposa.
– No era parte del trato, amigo, no te pago para preguntar. Pero mira – dijo alejándose de la sala con el halo del humo de su cigarro siguiéndolo – es que a veces pecando uno salva un matrimonio… Violeta estaba en un pozo depresivo del que ni yo podía salvarla, y cuando vi que se llevó la faldita corta y erótica sólo para llevarte a una heladería… ¿qué quieres que te diga, Mauricio? Vi en ti su salvación… – otra bocanada.
– ¿Le dirá todo esto? – preguntó Mauricio sin hacerle caso, viéndola de reojo.
– Lo dudo… mírala, durmiendo con una sonrisita que nunca antes había tenido, jamás me atrevería a confesarle que te pagué para que te acostaras con ella… sería quitarle esa hermosa sonrisa para siempre… me molesta que no sea yo el causante de su repentina felicidad, pero es un pequeño precio que hay que pagar, ¿no lo crees?
– Entiendo – respondió Mauricio, restregando el fajo de dinero por su nariz.
– ¿Hueles el dinero? – sonrió Genaro entre el humo y los treinta y dos atardeceres de la sala – ¿es delicioso, eh?
– Es extraño, señor… no sé por qué… pero huele a rosas…
– Rosas de Color Sangre –

↧
Relato erótico: “El ídolo 1: Mi compañera no es puta, es ninfomana”. (POR GOLFO)
Os quiero aclarar antes de que empecéis a leer mis vivencias que sé que ninguno me va a creer. Me consta que os resultara difícil admitir que fue re
al y que en verdad me ocurrió. Para la gran mayoría podrá parecerle un relato más o menos aceptable pero nadie aceptará que un ídolo prehispánico haya cambiado mi vida. Reconozco de antemano que de ser yo quien leyera esta historia, tampoco me la creería. Es más si no fuera porque cada mañana al despertar mi antigua profesora de arqueología me trae desnuda el desayuno a mi cama, yo mismo dudaría que me hubiese pasado….

Para empezar, quiero presentarme. Me llamo José y soy un historiador especializado en cultura Maya. La historia que os voy a narrar ocurrió hace cinco años en lo más profundo de la selva Lacandona (para quien no lo sepa, esta selva está en Chiapas, un estado del sureste mexicano famoso por conservar sus raíces indígenas).
Por el aquel entonces yo era solo un mero estudiante de postgrado bajo el mando estricto de Ixcel Ramírez, la jefa del departamento. Esa mujer era una autoridad en todo lo que tuviese que ver con el México anterior a Cortés y por eso cuando me invitó a unirme a una expedición a lo más profundo de esa zona, no dudé un instante en aceptar. Me dio igual tanto su proverbial mala leche como las dificultades intrínsecas que íbamos a sufrir, vi en ello una oportunidad para investigar el extraño pueblo que habita sus laderas.
Desde niño me había interesado la historia de los “lacandones”, una de las últimas tribus en ser sometidas por los españoles y que debido a lo escarpado de su hábitat nunca ha sido realmente asimilada. A los hombres de esa etnia se les puede distinguir por sus melenas lacias y sus vestimentas blancas a modo de túnicas, en cambio sus mujeres suelen llevar una blusa blanca complementada por faldas multicolor. Se llaman a ellos mismos “los verdaderos hombres” y se consideran descendientes del imperio maya.
Me comprometí con Ixcell en agosto y como la expedición iba a tener lugar en diciembre para aprovechar la temporada seca, mis siguientes tres meses los ocupé en estudiar la zona y prepararme físicamente para el esfuerzo que iba a tener que soportar en ese lugar. Pensad que no solo nos enfrentaríamos a jornadas maratonianas sino que tendríamos que sufrir más de treinta y cinco grados con una humedad realmente insana. Previendo eso diariamente acudí al gimnasio de un amigo que comprendiendo mi problema me permitió, durante ese tiempo, ejercitarme en el interior de la sauna. Gracias a ello, cuando llegó el momento fui el único de sus cinco integrantes que toleró el clima que nos encontramos, el resto que no tuvo esa previsión lo pasó realmente mal.
Ahora me toca detallaros quienes éramos los miembros de ese estudio:
En primer lugar como ya os he contado estaba la jefa que con treinta y cinco años ya era una figura en la arqueología mexicana. Su juventud y su belleza habían hecho correr bulos acerca que había obtenido su puesto a través de sus encantos pero la realidad es que esa mujer era, además de una zorra insoportable, un cerebrito. Su indudable atractivo podía hacerte creer esa mentira pero en cuanto buceabas en sus libros, solo podías quitarte el sombrero ante esa esplendida rubia.
Como segundo, la profesora había nombrado a Luis Escobar, un simpático gordito cuyo único mérito había sido el nunca llevarle la contraria hasta entonces.
Para terminar, estábamos los lacayos. Alberto, Olvido y y yo, tres estudiantes noveles para los cuales esa iba a ser nuestra primera expedición. De ellos contaros que Alberto era un puñetero nerd, primero de mi promoción pero en el terreno, un verdadero inútil. Su carácter pero sobre todo su débil anatomía hizo que desde el principio resultara un estorbo.
En cambio, Olvido era otra cosa. Además de ser brillante en los estudios, al compaginar estos con la práctica del atletismo resultó ser quizás una de las mejor preparadas para lo que nos encontramos. Morena, cuyos rasgos denotaban unos antepasados indígenas, os reconozco que desde el primer día que la conocí me apabulló tanto por su tremendo culo como por la fama de putón que gozaba en la universidad.
El viaje hasta el yacimiento.
Todavía hoy recuerdo, nuestro viaje hasta esas tierras. La primera etapa de nuestro viaje fue llegar a San Cristóbal de las Casas, pueblo mundialmente conocido tanto por su arquitectura colonial como por ser considerada la capital indígena del sureste. Esa mañana agarramos un avión desde el D.F. hasta Tuxtla Gutiérrez y una vez allí, un autobús hasta San Cristóbal.
Haciendo noche en ese pueblo, nos levantamos y pasando por los lagos de Montebello nos trasladamos en todoterreno hasta el rio Ixtac donde tomamos contacto por vez primera con los kayaks que iban a ser nuestro modo de transporte en esas tierras.
Todos nosotros sabíamos de antemano que esas canoas eran el modo más rápido de llegar a nuestro destino pero aun así Alberto no llevaba ni diez minutos en una de ellas cuando se empezó a marear y tuvimos que dar la vuelta para evitar que al vomitar volcara la barca.
El muy cretino había ocultado que era incapaz de montar en barco sin ponerse a morir. Como os imaginareis le cayó una tremenda bronca por parte de Ixcell ya que su enfermedad le hacía inútil para la expedición. Por mucho que protestó e intentó quedarse con el resto, la jefa fui implacable:
-Te quedas aquí. No vienes.
Sabiendo que entre los cuatro restantes tendríamos que llenar su hueco y que no había forma para reclutar otro miembro, le dejamos en tierra y tomamos los kayacks. Nuestro destino era una escarpada montaña llamada Kisin Muúl . La traducción al español de ese nombre nos debía haber avisado de lo que nos íbamos a encontrar, no en vano en maya significa “montaña maligna”. Los habitantes de esa zona evitan siquiera acercarse. Para ellos, es un lugar poblado por malos espíritus del que hay que huir.
Tras seis horas remando por esas turbias aguas, nos estábamos aproximando a ese lugar cuando de improviso la canoa en la que iba Luis se vio inmersa en un extraño remolino del que se veía incapaz de salir. Esa fue una de las múltiples ocasiones en las que durante esa expedición Olvido demostró su fortaleza física ya que dejando su kayack varado en una de las orillas, se lanzó nadando hasta el del gordito y subiéndose a ella, remando consiguió liberarla de la corriente.
Su valiente gesto tuvo una consecuencia no prevista, al mojarse su ropa, la camisa se pegó a su piel dejándome descubrir que mi compañera, además de un culo cojonudo, tenía unos pechos de infarto.
“¡Menudo par de tetas!”, pensé al admirar los gruesos pezones que se adivinaban bajo la tela.
Si ya de por sí eso había alborotado mis hormonas, esa morenaza elevó mi temperatura aún mas al llegar a la orilla y sin importarle que estuviéramos presentes, se despojara de la camisa empapada para ponerse otra.
“¡Joder! ¡Qué buena está!”, exclamé mentalmente al observar los dos enormes senos con los que la naturaleza le había dotado.
Como me puso verraco el mirarla, tratando que no se me notara desvíe mi mirada hacia mi jefa. Eso fue quizás lo peor porque al hacerlo descubrí que Ixcell estaba también totalmente embobada mirando a la muchacha. En ese momento creí descubrir en sus ojos el fulgor de un genuino deseo y por eso no pude menos que preguntarme si esa profesora era lesbiana mientras la objeto de nuestras miradas permanecía ajena a lo que su exhibicionismo había provocado.
Una vez solucionado el incidente, recorrimos el escaso kilometro que nos separaba de nuestro destino y con la ayuda del personal indígena, establecimos nuestra base a escasos metros de la pirámide que íbamos a estudiar. Para los que lo desconozcan, os tengo que decir que en el sureste mexicano existen cientos de pirámides mayas, toltecas u olmecas, muchas de ellas no gozan más que de una protección teórica por parte de las autoridades. Por eso la importancia de la de Kisin Muúl, su remota ubicación nos hacía suponer que nunca había sido objeto de expolio pero también era extraño que nuestros antepasados se hubiesen ocupado de esconderla ya que no aparecía en ningún códice ni maya ni español.
La ausencia de Alberto se hizo notar ese mismo día porque al no tener mas que cuatro kayacks para portar todo el equipo, tuvimos que dejar atrás tres de las cinco tiendas individuales previstas y por eso mientras las montábamos asumí que por lógica me iba a tocar compartirla con Luis. Nunca esperé que la jefa tuviese otros planes y que una vez anochecido y mientras cenábamos nos informase que como necesitaba repasar con su segundo las tareas del día siguiente, yo dormiría con Olvido en la más pequeña.
Ni que decir tiene que no me quejé y acepté con agrado esa orden ya que eso me permitiría disfrutar de la compañía de ese bellezón. Me extrañó que mi compañera tampoco se quejara, no en vano lo normal hubiese sido que nos hubiese dividido por sexos. Esa misma noche descubrí la razón de su actitud porque nada mas entrar en la tienda, la morena me soltó:
-No sabes cómo me alegro de dormir contigo- mi pene saltó dentro del pantalón al oírla al pensar que se estaba insinuando pero entonces al ver mi cara, prosiguió diciendo: -¿Te fijaste en cómo Ixcell me miró las chichis?
Haciéndome el despistado le dije que no y entonces ella murmurando dijo:
-Me miró con deseo.
Muerto de risa porque hubiese pensado lo mismo que yo, respondí tanteando el terreno:
-Yo también te miré así.
-Sí, pero tú eres hombre- contestó y recalcando sus palabras, me confesó: – No soy lesbiana y no me gusta que una vieja me observe con lujuria.
Sus palabras despertaron mi lado oscuro y acomodando mi cabeza sobre la almohada le solté:
-Entonces, ¿no te importará que mire mientras te desnudas?
Soltando una carcajada se quitó la camisa y tirándomela a la cara respondió:
-Te vas a hartar porque duermo en tanga- tras lo cual, se despojó de su pantalón y medio en pelotas se metió dentro del mosquitero y sonriendo, me dijo: -Te doy permiso de ver pero no de tocar.
Su descaro me hizo gracia y cambiando de posición, me la quedé mirando fijamente mientras le decía:
-Eres mala- siguiendo la guasa, señalé mi verga ya erecta y le dije: -¿Cómo quieres que se duerma teniendo a una diosa exhibicionista a su lado?
Fue entonces cuando llevando una de sus manos hasta su pecho, descojonada, comentó mientras uno de sus pezones:
-¿Me sabes algo o me hablas al tanteo?
Como os podréis imaginar, me quedé pasmado ante tamaña burrada y más cuando con voz cargada de lujuria, preguntó:
-¿No te vas a desnudar?
De inmediato me quedé en pelotas sin importarme el revelarle que entre mis piernas mi miembro estaba pidiendo guerra. Olvido al fijarse, hizo honor a su nombre y olvidando cualquier recato, se empezó a acariciar mientras me ordenaba:
-¡Mastúrbate para mí!
Su orden me destanteó pero al observar que la mujer había introducido su mano dentro del tanga y que se estaba pajeando sin esperar a que yo lo hiciera. Aceptando que tal y como se decía en la universidad, esa cría era una ninfómana insaciable y que tendría muchas oportunidades de beneficiármela durante la expedición, cogí mi verga entre mis dedos y comencé a masturbarme.
-¡Me encanta cabrón!- gimió sin dejar de mirarme- ¡Lo que voy a disfrutar durante estos dos meses contigo!
La expresión de putón desorejado que lucía su cara me terminó de excitar y acelerando mis maniobras, le espeté:
-Hoy me conformaré mirando pero mañana quiero tu coño.
Mis palabras lejos de cortarla, exacerbaron su calentura y zorreando contestó:
-Tómalo ahora.
Como comprenderéis dejando la seguridad de mi mosquitero, me fui al suyo. Olvido al verme entrar, se arrodilló y sin esperar mi permiso, abrió su boca y se embutió mi verga hasta lo más profundo de su garganta mientras con su mano torturando su pubis. La experiencia de la cría me obligó a dejarla el ritmo. Su lengua era una maga recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva. Entonces, se la sacó y me dijo:
-Te voy a dejar seco esta noche- tras lo cual se lo introdujo lentamente.
Me encantó la forma tan sensual con la que lo hizo: ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Su calentura era tanta que no tardé en notar que se corría con sus piernas temblaban al hacerlo. Por mucho placer que sintiera, en ningún momento dejó de mamarla. Era como si le fuera su vida en ello. Si bien no soy un semental de veinticinco centímetros, mi sexo tiene un más que decente tamaño y aun así, la muchacha fue capaz de metérselo con facilidad. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
La manera en la que se comió mi miembro fue demasiado placentera y sin poder aguantar, me corrí sujetando su cabeza al hacerlo. Sé que mi semen se fue directamente a su estómago pero eso no amilanó a Olvido, la cual no solo no trató de zafarse sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
-Dios, ¡Qué gusto!- exclamé desbordado por las sensaciones.
Sonriendo, la puñetera cría cumplió su promesa y solo cuando ya no quedaba nada en mis huevos, se la sacó y abriéndose de piernas, me dijo:
-Date prisa. ¡Quiero correrme todavía unas cuantas veces antes de dormir!
Hundiendo mi cabeza entre sus muslos, me puse a satisfacer su antojo…
El rutinario trabajo de campo tiene sus satisfacciones.
Esa mañana nos despertamos al alba y tras vestirnos, salimos a desayunar. Ixcell y Luis se nos habían adelantado y ya habiendo desayunado, nos azuzaron a que nos diéramos prisa porque había mucho trabajo que hacer. Los malos modos en los que nuestra jefa se dirigió tanto a Olvido como a mí me extrañaron porque no le habíamos dado motivo alguno o eso creí.
Alucinando por sus gritos, esperé que saliera para directamente preguntar al gordito que mosca le había picado.
-Joder, ¿Qué te esperas después de la noche que nos habéis dado?- contestó con sorna -¡No nos fue posible dormir con vuestros gritos!
“¡Con que era eso! Debe ser cierto que es lesbiana y me la he adelantado”, pensé temiendo sus represalias, no en vano era famosa por su mala leche.
Al terminar el café y dirigirme hacia la excavación, se confirmaron mis peores augurios porque obviando que había personal de la zona y que en teoría estaban ahí para esas tareas, esa zorra me mandó desbrozar la zona aledaña al área de trabajo. Queriendo evitar el conflicto, machete en mano, empecé a abrir un claro mientras dos “lacandones”, sentados sobre un tronco, me miraban y haciendo señas, se reían de mí:
-Menudos cabrones- murmuré en voz baja cada vez mas encabronado.
Uno de los indígenas al advertir mi cabreo, se acercó hasta mí y con un primitivo español, me dijo:
-Hacerlo mal. Mucho trabajo y poco resultado- tras lo cual me quitó el machete y me enseñó que para cortar las lianas primero debía de dar un corte en lo alto y luego irme a ras de tierra.
-Gracias- respondí agradecido al ver que esa era la forma idónea de atacar esa maleza.
El tipo sonrió y sin dirigirse a mí, se volvió a sentar junto a su amigo. Durante toda la jornada y eso que estaban a escasos metros de mí, ninguno de los dos me volvió a hablar. A la hora de comer, le conté lo sucedido a mi compañera, la cual me contestó:
-Pues has tenido suerte porque a mí esos pitufos directamente me han ignorado.
-Mira que eres bestia, no les llames así- recriminé a Olvido porque ese apelativo que hacía referencia a su baja estatura podía ofenderles.
Descojonada, murmuró a mi oído:
-El más alto de ellos, no me llega al hombro- y entornando los ojos, me soltó: -De ser proporcional, tendrán penes de niños.
La nueva burrada me hizo reír y pegando un azote en su trasero, le pregunté porque le pedía a uno que se lo enseñara y así lo averiguaba. Sabedora que iba de broma, puso gesto serio y pasando la mano por mi paquete, respondió:
-A lo mejor lo hago, si dejas de cumplir.
Solo la aparición de nuestra jefa, evitó que le contestara como se merecía y en vez de darle un buen pellizco en las tetas, tuve que tapar mi entrepierna con un libro para que Ixcell no se diera cuenta del bulto que crecía bajo mi pantalón. La arqueóloga tras saludarnos se sentó y desplegando un mapa aéreo de la zona, nos señaló una serie de montículos que le hacían suponer que había otras ruinas.
Al estudiar las fotografías, me percaté que de ser ciertas las sospechas de mi jefa, las estructuras estaban orientadas hacía un punto exacto de una de las montañas cercana.
-Tienes razón- contestó y dando la importancia debida a mi hallazgo, nos dijo: -Mañana iremos a revisar.
Una vez levantada la reunión, nos pasamos las siguientes horas haciendo catas en los terrenos con la idea de buscar la mejor ubicación donde empezar a escavar. El calor y la humedad que tuvimos que soportar esa tarde nos dejaron agotados y fue la propia Ixcell la que al llegar las cinco, nos dijo que lo dejáramos por ese día y que nos fuéramos a descansar.
“Menos mal”, me dije dejándome caer sobre la cama.
Llevaba menos de un minuto cuando desde afuera de la tienda, me llamó Olvido diciendo:
-Voy a darme un baño a la laguna. ¿Te vienes?
Su idea me pareció estupenda y cogiendo un par de toallas salimos del campamento. Al tener que cruzar una zona tupida de vegetación, nos tuvimos que poner en fila india, lo que me permitió admirar las nalgas de esa morena.
-Tienes un culo precioso- dije sin perder de vista esa maravilla.
Mi compañera escuchó mi piropo sin inmutarse y siguió su camino rumbo a la charca. Cuando llegamos y antes de que me diera cuenta, Se desnudó por completo y se tiró al agua por lo que tuve que ser yo quien recogiera su ropa.
-¿Qué esperas?- gritó muerta de risa.
Su tono me hizo saber que nuestro baño iba a tener una clara connotación sexual y por eso con rapidez me desprendí de mis prendas y fui a reunirme con ella. En cuanto me tuvo a su alcance, me agarró por la cintura pegó su pecho a mi espalda. No contenta con ello empezó a frotar sus duros pitones contra mi cuerpo mientras con sus manos agarraba mi pene diciendo:
-Llevo con ganas de esto desde que me desperté.
No me costó ver reflejado en sus ojos el morbo que le daba tenerla asida entre sus dedos y sin esperar mi permiso, comenzó a pajearme. Mi calentura hizo que me diera la vuelta y la cogiera entre mis brazos mientras la besaba. Hasta entonces Olvido había mantenido prudente pero en cuanto sintió la dureza de mi miembro contra su pubis, se puso como loca y abrazándome con sus piernas, me pidió que la tomara.
Al notar como mi pene se deslizaba dentro de ella, cogí sus pechos con las manos y agachando la cabeza empecé a mar de ellos a lo bestia:
-Muérdelos, ¡Hijo de la chingada!
Sus palabras solo hicieron acelerar lo inevitable y presionando mis caderas, se la metí hasta el fondo mientras mis dientes se apoderaban de uno de sus pezones.
-Así me gusta ¡Cabronazo!
Reaccionando a sus insultos, agarré su culo y forcé mi penetración hasta que sentí los vellos de su coño contra mi estómago. Fue entonces cuando comencé a moverme sacando y metiendo mi verga de su interior.
-¡Me tienes ensartada!- gimió descompuesta por el placer.
Su expresión me recordó que todavía no había hecho uso de su culo y muy a su pesar, extraje mi polla y la puse de espaldas a mí.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó al sentir mi capullo tanteando el oscuro objeto de deseo que tenía entre sus nalgas.
Sin darle tiempo a reaccionar y con un movimiento de caderas, lo introduje unos centímetros dentro de su ojete. Entonces y solo entonces, murmuré en su oído:
-¿No lo adivinas?
Su esfínter debía de estar acostumbrado a esa clase de uso por que cedió con facilidad y tras breves embestidas, logré embutir su totalidad dentro de sus intestinos.
-¡Maldito!- gimió sin intentar repeler la agresión.
Su aceptación me permitió esperar a que se relajara. Fue la propia Olvido la que después de unos segundos empezara a moverse lentamente. Comprendiendo que al principio ella debía llevar el ritmo, me mantuve tranquilo sintiendo cada uno de los pliegues de su ano abrazando como una anilla mi extensión.
Poco a poco, la zorra aceleró el compás con el que su cuerpo era acuchillado por mi estoque y cuando creí llegado el momento de intervenir, le di un duro azote en sus nalgas mientras le exigía que se moviera más rápido. Mi montura al oír y sentir mi orden, aulló como en celo y cumpliendo a raja tabla mis designios, hizo que su cuerpo se meneara con mayor rapidez.
-¡Mas rápido! ¡Puta!- chillé cogiéndole del pelo y dando otra nalgada.
Mi renovado castigo la hizo reaccionar y convirtiendo su trote en un galope salvaje, buscó nuestro mutuo placer aún con más ahínco. Aullando a voz en grito, me rogó que siguiera por lo que alternando entre un cachete y otro le solté una tanda de azotes.
-¡Dale duro a tu zorra!- me rogó totalmente descompuesta por la mezcla de dolor y placer que estaba asolando su cuerpo.
Desgraciadamente para ambos, el cúmulo de sensaciones hizo que explotando dentro de su culo, regara de semen sus intestinos. Olvido al experimentar la calidez de mi semilla, se corrió con gritos renovados y solo cuando agotado se la saqué, dejó de chillar barbaridades.
Con mi necesidad saciada por el momento, la cogí de la mano y junto con ella salimos de la laguna. Fue en ese instante cuando al mirar hacía la orilla, mi compañera se percató de una sombra en medio de la espesura y cabreada preguntó quién estaba allí.
-¿Qué pasa?- le dije viendo que se había puesto de mala leche.
Hecha una furia, me contestó:
-¡Alguien nos ha estado espiando!. Seguro que ha sido alguno de los lacandones- tras lo cual y sin secarnos, nos pusimos algo de ropa y fuimos a ver si lográbamos pillar al voyeur.
Pero al llegar al lugar donde había visto al sujeto, descubrimos que no eran huellas de pies descalzos las que hallamos en el suelo sino las de unas zapatillas de deporte.
-Ha sido Luis- dije nada más verlas.
-Te equivocas- me alertó y señalando su pequeño tamaño, contestó: -¡Ha sido Ixcell!
Las pruebas eran claras y evidentes. Como en cincuenta kilómetros a la redonda no había nadie calzado más que nosotros, tuve que aceptar que ¡Nuestra jefa nos espiaba!.
-Será zorra- indignada se quejó y clamando venganza, dijo: -Si esta mañana se ha quejado de mis gritos, ¡Qué no espere que hoy la deje dormir!
Su amenaza me alegró porque significaría que esa noche me dejaría seco y por eso con una sonrisa en los labios, la seguí de vuelta a la base.
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
↧
Relato erótico:”Cómo seducir a una top model en 5 pasos (28)” (POR JANIS)
Si alguien quiere comentar, criticar, o cualquier otra cosa, puede hacerlo en mi nuevo correo:
la.janis@hotmail.es
Gracias a todos.
Janis.
UNA MODELO BIEN NEGRA.
Cristo abrió un ojo. A través de los grandes ventanales del loft entraba la grisácea luz del exterior. Se preguntó qué hora sería. Con un gruñido, estiró la mano hasta alcanzar el móvil, dispuesto sobre la cajonera que le hacía de mesita de noche. Trasegó saliva varias veces, sintiendo su garganta reseca.
― ¡Coño! ¡Las cinco de la tarde! ¡Tas pasao, Cristo! – exclamó para sí mismo.
Se sentó en el borde de la cama, apoyando sus pies sobre la madera del piso. Con una mirada aún somnolienta contempló los calzoncillos rojos con la leyenda escrita en uno de los bordes: “Feliz Navidad”. Menos mal que los recuperé anoche, se dijo; eran un regalo de Calenda.
¡Mierda! ¡ANOCHE! Los recuerdos de la orgía llegaron con fuerza, asaltando su mente con toda brillantez. Dios Bendito, ¿cómo ocurrió toda esa locura? La desgarbada figura del extraño anciano tomó consistencia, monopolizando tanto los recuerdos como las dispares ideas que se le estaban ocurriendo. ¡Ni siquiera sabía su nombre!
Una molestia en el brazo le hizo subir la manga del pijama y examinar el corte que le hicieron para sangrarle. La herida estaba rojiza y algo inflamada, sin duda infectada. Aquel sótano no era nada higiénico, no señor, y él se había estado revolcando a placer durante casi toda la noche.
Se puso en pie y se calzó las zapatillas que mantenía bajo la cama. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina, con la intención de matar la sed y recurrir al botiquín. Miró de reojo hacia las camas de Faely y de su prima, solo para asegurarse. Estaban sin deshacer. Por supuesto, habrían pasado la noche en el piso de la jefa. Era Navidad, así que pasarían el día también allí…
Cristo sonrió. Su primera Navidad en Nueva York y la estaba pasando solo. Bueno, solo exactamente no… ¡se había pasado la Nochebuena follando! Abrió el frigorífico y le dio un buen tiento al bidoncito de plástico del zumo de naranja, que despejó su mente a medida que calmaba su sed. “Tanto no bebí anoche pero parece que estuviera apagando cal, joder.” Claro que había lamido, rechupeteado, y jadeado como un campeón y eso te dejaba la boca como una alpargata. Aún sonriendo, sacó la caja-botiquín que su tía guardaba en uno de los armarios de la cocina y desinfectó la herida con un algodón empapado en alcohol. Pensó en colocarse una tirita, pero decidió darse una ducha primero. Se la pondría antes de vestirse, se dijo, caminando hacia el baño.
Un movimiento en el sofá le sobresaltó. ¡Había alguien más durmiendo en el loft!
― Tranquilo, Cristo, es Spinny. Ya no te acordabas de él – masculló en voz baja.
Cuando el sótano fue quedándose en silencio, los amantes adormecidos y amontonados por la fatiga, el sacerdote de la misa negra les ordenó que se vistieran todos y regresaran cada uno al lugar de donde había venido. Cristo, agotado, contempló como las chicas volvían a vestir sus vestidos de velada, sin cruzar una sola palabra entre ellas. Su pelirrojo amigo estaba haciendo lo mismo, así que buscó sus propias ropas.
Las chicas habían venido en sus coches, o al menos, compartieron vehículos para llegar hasta el parque. Afortunadamente, ninguna vino en taxi, porque no era una buena noche para llamar uno de estos. Faltaba poco para que amaneciera cuando salieron del salón de juego y Cristo tironeaba de la manga de Spinny para conducirlo hasta su coche. Parecía un idiota que hubiera echado su primer polvo, luciendo una sonrisa de oreja a oreja y los ojos turbios.
Sin embargo, Spinny se sentó al volante y condujo hasta el loft, aunque Cristo estuvo muy atento durante todo el camino. Gracias a Dios, el tráfico era casi nulo y llegaron sin tropiezos, pero no le dejó regresar solo a su casa y le acostó en el sofá. El pelirrojo no opuso ninguna resistencia y se durmió como un gran niño agotado. El gitano se metió en su cama y se tapó la cabeza con las mantas, aún preguntándose de qué manera controlaba el viejo a todas las chicas. ¿Hipnosis? ¿Algún tipo de control mental? ¿Una droga, un gas?
Cristo se despojó del pijama y de los calzoncillos, introduciéndose en la ducha. El agua caliente acabó de despejarle y, con la mente clara estaba cada vez más seguro que el anciano había usado una especie de inducción mental con ellos dos y con las chicas, por supuesto. Había comprobado como Spinny sucumbía al instante a cuanto le pedía el viejo, y un tremendo dolor de cabeza se había apoderado de Cristo. Por algún motivo, él era inmune a la presión del anciano, aunque le había dolido bastante. ¿No dijo que eran iguales ellos dos? “Prodigio”, le había llamado.
Se secó vigorosamente mientras daba vueltas a otras tantas preguntas que surgían en su mente. ¿Cuánto duraba aquel estado? ¿Todo el mundo sucumbía o había más inmunes? ¿Ese control era resultado de un don o era algún tipo de embrujo satánico? ¿Demostraba eso que la brujería y el satanismo eran reales?
Cristo, desnudo, se plantó ante el espejo del lavabo y repasó en seco el escaso vello que florecía en su rostro. Contempló sus rasgos y, entornando los ojos, se imaginó que él pudiera tener también ese control. ¡Sería la caña! ¡Podría controlar totalmente su entorno! ¡Tendría una novia diaria! Por lo que había podido comprobar, las chicas no perdían su personalidad mientras estaban controladas; no eran zombis programados. Parecían tener sus propias ideas y facultades suficientes como para conducir y comportarse. Solo seguían las directrices del anciano y satisfacían sus deseos. ¡Perfectas esclavas mentales!
Cristo tomó la decisión de buscar aquel anciano y tratar de aprender de él, de algún modo. Se vistió y despertó a Spinny. Con la excusa de comer algo, quería comprobar en que estado se encontraba el pelirrojo. Éste se estiró, bostezó largamente y dejó escapar una pedorreta al levantarse del sofá.
“Ahí lo tienes, el Spinny de siempre.”, se dijo Cristo.
― ¿Vas a hacer algo de comer? Estoy famélico – le preguntó Spinny.
― ¿Quién? ¿Yo? Ni de coña. Es Navidad, así que saldremos a comer algo fuera.
― ¡Pues no tengo un centavo, tío!
“Ya te digo. Completamente normal. Por lo que deduzco que el anciano liberó a todo el mundo del control después de marcharnos, o bien este se disipa al cabo de unas horas. Ahora, hay que sonsacarle lo que recuerda de anoche.”
― Vale, ya invito yo, como siempre – suspiró Cristo. – Anda, date una ducha que hueles a almeja muerta, macho.
― ¿Almeja? – se rascó las greñas rojizas con una mano, mientras caminaba hacia el baño.
― Sí, a chochito, ¿o es que no te acuerdas?
― ¿Tuvimos chochitos anoche? – preguntó Spinny, detenido en mitad del loft, sobándose la erguida polla por un lateral del slip. – Creía que nos quedamos viendo la tele… ¿o era una porno?
― ¿De qué te acuerdas, Spinny? – preguntó suavemente Cristo, entrecerrando un ojo.
― Pues que cené en casa y que te recogí en casa de Calenda… luego… esto… ¿Nos vinimos aquí?
― Ajá.
― Sí, eso es, y vimos una peli de brujería… y salían unas chorvas de la hostia… sí, sí… coño, tuvimos que beber un huevo porque lo tengo todo borroso, pero me parece que hicieron una jodida orgía entre todas, ¿no?
― Algo así. Anda, date esa ducha.
Cristo rumió la información mientras su amigo se encerraba en el cuarto de baño. Los recuerdos de Spinny habían sido condicionados, manipulados delicadamente para que lo que habían vivido quedara oculto –más bien camuflado—bajo unos falsos hechos en cierta manera similares. Muy artístico, se dijo. Ese tío era un artista, tenía que reconocerlo.
* * * * * *
Calenda abrió los ojos y parpadeó seguidamente, encandilada por la luz que entraba por la ventana. Sentía su pecho comprimido y miró bajo la colcha. Una mano que no era la suya estaba apoyada sobre sus pechos, giró el cuello y miró a su compañera de cama, pero se llevó una sorpresa. Ella esperaba a May Lin, con quien dormía habitualmente, pero esta vez la cabellera era rubia. Mayra Soverna dormía abrazada a ella, respirando por su boca entreabierta.
Con cuidado, retiró la mano y se dio la vuelta para bajarse de la cama. Se encontró con la chinita dormida en el otro lado. ¿Las tres en la cama? ¿Cómo había ocurrido? Trató de recordar a qué era debido, pero su mente parecía encontrarse anquilosada, como si hubiera permanecido demasiado tiempo durmiendo.
¿Por qué no recordaba la velada anterior? Salió de la cama como pudo, May Lin protestó en sueños, pero ninguna de sus dos compañeras de cama despertó. Una vez en pie, Calenda se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda. Se preguntó si las tres tuvieron sexo pues ella no dormía desnuda a no ser que se quedara adormecida tras el juego erótico. Levantó la ropa de la cama y comprobó que sus amigas estaban igual que ella, desnudas como recién nacidas. Un pequeño retazo de aroma corporal llegó a su nariz.
“Parece que hemos estado liadas esta noche. ¡Que lástima no acordarme de nada! ¿Tanto champán bebimos?”, se dijo mientras se encerraba en el baño.
Diez minutos más tarde, sacaba unas mallas azules y un viejo y amplio jersey de lana de su armario. Su estómago se quejó mientras se vestía y echó un vistazo al despertador electrónico que estaba al lado de la cama. Había pasado la hora del almuerzo, pero no le importó a su alma latina. Para eso era Navidad. Podía comer a la hora que le apeteciera, ¿no? Sin duda las chicas agradecerían un buen brunch, así que se dirigió a la cocina, dispuesta a hacer el “desayuno”.
Cuando aún estaba calentando la sartén, Ekanya apareció envuelta en uno de sus sedosos kimonos. Su esplendoroso pelo rizado formaba una aureola alrededor de la cabeza, totalmente rebelde y encrespado. Trató de disimular un bostezo y saludó a Calenda.
― Ekanya, ¿Mayra no debía dormir contigo anoche? – le preguntó en un intento de averiguar algo más.
Desde hacía unas semanas, la senegalesa vivía con ellas. Aunque el apartamento sólo tenía dos dormitorios, el suyo y el de May Lin, ésta solía dormir en la cama de Calenda habitualmente. Así que las chicas le ofrecieron el dormitorio a Ekanya mientras encontraba algo mejor. La negrita había caído genial a las compañeras de piso.
― Sí, pero es extraño… no recuerdo si lo hizo. ¿Dónde está? ¿Volvió a su casa? – preguntó la senegalesa, sentándose a la mesa.
― Está en mi cama, con May.
― ¿Habéis dormido las tres juntas? – se asombró la joven negra.
― Pues eso parece, pero lo cierto es que no me acuerdo de nada. ¿Bebimos mucho anoche?
― Pues… no sé… ¡Que raro! Yo no bebo y tampoco lo recuerdo – musitó tras intentar evocar algo.
― Recuerdo que Cristo sacó unos porros y que nos reímos y tal, pero después…
― ¿Hemos tomado alguna droga? – Ekanya se mostraba intranquila. — ¿Salimos del piso?
― No creo – Calenda caminó hasta la ventana del comedor, desde la cual pudo ver el coche de May aparcado en el mismo lugar en que estaba la víspera. – Por lo visto, hayamos hecho lo que fuera, no fuimos en coche. Sigue en la misma plaza.
― Menos mal – suspiró Ekanya.
Las demás chicas despertaron al reclamo del aroma a bacón y huevos y asomaron sonrientes, aunque mentalmente obtusas. Saludaron alegremente y se sentaron ante sus platos.
― ¡Dios, que hambre tengo! – exclamó May Lin.
― Oh, Calenda, has hecho de todo, que bien – palmoteó Mayra, contemplando la surtida mesa que sus otras dos compañeras habían preparado.
― ¡Yo quiero de todo! – se rió la chinita, llenando monstruosamente su plato.
― El bacón de soja es de Ekanya – advirtió Calenda, señalando.
― Pirañas, que sois pirañas – murmuró la negrita, con una amplia sonrisa.
Durante unos buenos quince minutos, ninguna de ellas abrió la boca para otra cosa que masticar y englutir, como si hubieran pasado una temporada de abstinencia. Acabaron con el zumo y el café, así como con todos los huevos y tostadas. Al término, Calenda se levantó y rebuscó un pitillo en su bolso. Se sentó de nuevo y lo encendió con el largo mechero de cocina. Aspiró con ansias la primera calada.
― ¡Dios! Parece que me he pasado muchas horas sin fumar – suspiró. – Chicas, ¿de qué os acordáis? Me refiero a la velada – encaró a la chinita y la rubia.
― Pues… – May entrecerró los ojos, pero quedó en silencio. A su lado, Mayra la miró, con el ceño fruncido.
― Nosotras estamos igual – explicó Ekanya, retrepándose en la silla.
― No me acuerdo de nada – susurró Mayra.
― ¿Vosotras tampoco? – preguntó May Lin, con expresión atónita.
― Tampoco – asintió Calenda.
― ¡Maldita sea nuestra suerte! ¡Nos han dado Rohypnol! – exclamó finalmente la chinita, dando una fuerte palmada sobre la mesa. — ¡Nos han violado y no nos acordamos!
El oscuro rostro de Ekanya se tornó lívido, ceniciento. Sus dedos temblaron. Mayra se llevó la mano a la boca, asustada.
― ¿Por qué dices eso, May? – le preguntó la rubia croata.
― Porque esos son los síntomas. Pérdida de recuerdos, desorientación, y mente torpe. Tú misma me has dicho, al levantarte, que no sabías donde te encontrabas.
― Yo también me he sentido como un zombi al levantarme – asintió Calenda. – Y he tenido sexo esta noche. Tengo la vagina irritada. Lo que me pregunto es si le he tenido con vosotras o no.
― ¿Con nosotras? – los ojos de Mayra se abrieron muchísimo.
― Estábamos las tres desnudas bajo las mantas.
― También me he despertado desnuda y siempre duermo con una camiseta – musitó Ekanya.
― ¿Qué nos ha pasado? Yo no recuerdo haberme liado con vosotras – May tironeó de un mechón de su cabello. — ¿Dónde estuvimos anoche?
― Tenemos que tratar de recordar, entre todas. Nos pasaremos todo el día aquí, repasando lo que recordamos. En caso de no llegar a ningún resultado, tendremos que establecer ciertas medidas – tomó la palabra Calenda, más acostumbrada que sus compañeras a situaciones sórdidas.
― ¿Medidas? – Mayra estaba confusa.
― Tendremos que ponernos en lo peor, que puede que haya fotos y videos nuestros exhibiéndonos obscenamente, y Dios sabe qué más, eso sin hablar de posibles embarazos. Podrían hacernos chantaje, al menos a mí, o bien subirlos a la red, desacreditándonos.
― ¡Alá me asista! – exclamó Ekanya.
* * * * *
Cristo se echó hacia atrás sobre la silla y palmeó su estómago. El estofado que se había traído del centro de mayores de la señora Kenner estaba delicioso. Aquella mañana del día siguiente a Navidad, Faely había regresado al loft, tan sólo para meter ropa en una maleta y regresar de nuevo al ático de su futura nuera. Así que Cristo decidió bajar a saludar a Ambrosio y sus conocidos abuelotes y, de paso, que Berta le metiera en un Tupper el almuerzo.
Disponer de una cocina tan casera y cercana le daba confianza en su aventura de quedarse solo. Si no tenía que cocinar, todo iría a las mil maravillas. Arrugó el envase de cartón y aluminio y recogió el tenedor y la arrugada servilleta de papel. Dejó el envase en el cubo de reciclado y pasó un paño por la gran mesa central del loft. En ese momento, llamaron a la puerta.
Se preguntó quien sería, pues no esperaba a nadie. ¿Quizás Calenda quería ir de compras? En esos días, la agencia estaba cerrada hasta primeros de enero. ¿Spinny tal vez? Lo dudaba porque ambos solían llamar por teléfono antes de presentarse. Con estas preguntas en la cabeza, Cristo se dirigió a la puerta del apartamento y la abrió confiadamente. Faely no había conseguido quitarle aún esa costumbre de pueblerino español, la de no comprobar primero quien estaba al otro lado de la puerta.
Así que nuestro gitano se quedó patitieso, con una mano aferrando aún la gran cerradura y la otra apoyada en el marco de hierro. La boca se le abrió como un cepo roto, sin poder pronunciar una palabra, y sus ojos reflejaban la brutal sorpresa que le invadió al ver al anciano satánico ante él.
El fantasma en cuestión apoyaba sus dos manos en la cabeza de un bastón repujado, manteniendo erguido su escuálido cuerpo. Le miraba con una leve sonrisa pintada en sus labios; sus ojos, como siempre, parecían sondear totalmente el alma de Cristo. El hombre vestía elegantemente, con un largo abrigo de pelo de camello que cubría un traje gris perla.
― ¿U-usted?
― Yo, eso es – respondió el hombre. — ¿Puedo pasar?
Cristo se obligó a reponerse de la impresión, parpadeando varias veces y obligándose a apartarse de la puerta para dejarle entrar. El anciano se adentró en el loft con paso seguro y firme, repiqueteando sobre el parquet con la punta del bastón. Cristo le siguió, aturdido, hasta que el hombre se detuvo en el centro de la amplia estancia.
― Bonito apartamento. Muy luminoso – alabó.
― Gracias, es de mi…
― Tía Rafaela – acabó el viejo la frase.
― ¿C-cómo sabe eso?
― Oh, sé muchas cosas – dijo con una risita mientras caminaba hacia el sofá y se sentaba en él. Palmeó el asiento a su lado, indicándole que se sentara con él. – Me presentaré, joven. Me llamo Samuel Dorman y como bien sabes, soy ocultista…
― Ya… No confundir con oculista, por supuesto – remachó Cristo, estrechando su mano y sentándose. — ¿Cómo me ha encontrado?
― Oh, fácil, tu amigo el pelirrojo ha sido muy amable.
― ¿Spinny? Maldita sea…
― Por supuesto que no lo ha hecho conscientemente, pero me intrigaste lo suficiente como para indagar sobre ti.
― ¿Por qué? – Cristo se estaba recobrando de la sorpresa y trataba de buscar alguna ventaja. No le gustaba sentirse tan perdido e indefenso.
― Como te dije cuando nos conocimos, eres muy parecido a mí. Tu mente se defendió muy bien de mi control.
― ¿Cómo controla a todas esas personas, señor Dorman?
― Mucha práctica, por supuesto.
― ¿Práctica? ¿Cómo un cirujano o algo así?
― Más o menos – una risita se escapó de su enjuto pecho. – Mi mente es capaz de sincronizarse a una frecuencia electromagnética en la que imparto órdenes. La mayoría de las personas es sumamente sensible a esta frecuencia y, por lo tanto, mis sugerencias son rápidamente inculcadas y aceptadas.
― Creía que se trataba más de hipnosis – se encogió de hombros Cristo.
― Es un principio parecido, solo que más rápido y efectivo.
― ¿Y toda esa parafernalia de la misa negra? ¿Para qué sirve?
El anciano dejó escapar un suspiro y dejó el bastón apoyado a su lado para sacar una pitillera llena de cigarrillos liados a mano.
― ¿Puedo? Es marihuana – preguntó a un asombrado Cristo.
― Por favor… ¿Marihuana?
― Palia los dolores que sufro – explicó el anciano, encendiendo uno de los porros. – Padezco un cáncer terminal…
― Lo siento – musitó el gitano, comprendiendo.
― Hace veinte años, recurrí a un pacto con el Príncipe de las Tinieblas. El plazo está a punto de terminarse y trataba de alargarlo. Pero no es tan fácil. El Diablo suele sopesar muy bien lo que cada alma puede ofrecerle y la mía parece no pesar tanto como para mantenerla en vida – relató con tono de amargura.
― ¿Me está diciendo que el diablo existe? – jadeó Cristo.
― Puedo asegurarte que sí, mi joven amigo, y pronto estaré en su presencia.
― ¡Jodeeeeer! – renegó Cristo por lo bajo.
El humo que surgía del cigarrillo de marihuana dejaba un fragante aroma en el apartamento. “Sin duda, de primera”, se dijo Cristo. Samuel Dorman parecía muy sincero y nada loco, al menos para el instinto del gitano. Había algo en él que le sosegaba y permitía a su mente procesar mucho mejor cuanto le contaba.
― Al terminar la misa negra, comprobé que no tenía respuesta alguna del Maligno, ni a la mañana siguiente. Nada, oídos sordos… Con tanta energía de mujer, debería haber sido atraído casi de inmediato – expuso Dorman.
― Pero todas obedecieron fielmente.
― Sí, nos divertimos todos, claro – escupió una hebra de tabaco –, pero no conseguí más.
― ¿Y ellas? ¿Qué recuerdan? Porque mi colega cree que vimos una película porno zoofílica.
― Tranquilo, ninguna recuerda nada – sonrió el viejo. – Seguramente creerán que han bebido demasiado en la Noche Buena y acabaron rodando bajo la cama.
Cristo respiró aliviado. Lo último que deseaba es que Calenda le recordara participando en una orgía, a su lado. Bastante jodido estaba ya.
― Vale. De verdad que siento mucho que le pase todo esto, señor Dorman. Es una putada y eso, pero aún no pillo para qué ha venido…
― Mi querido muchacho, en vista de mis tribulaciones, he decidido nombrarte mi heredero.
― ¿QUÉ?
― Sí, eso mismo. Llevo tiempo buscando un digno sucesor, pero unas mentes como las nuestras no se encuentran en cualquier esquina, ni siquiera en cualquier universidad. Aunque me queda poco tiempo, estoy dispuesto a enseñarte mis secretos.
― Bromea, ¿no?
― De ninguna manera. Como comprenderás, no es un asunto para tratar ante un notario, ni un abogado. Esto debe de ser personal y muy íntimo. Nadie debe saberlo jamás, por tu propio bien…
Cristo contempló aquellos ojos que se tornaban cada vez más oscuros y supo que no se trataba de ninguna broma, al menos para el anciano. Con aire de conspirador, se inclinó aún más sobre el gitano, susurrándole arcanos misterios al oído. Tragando saliva, Cristo no tuvo más remedio que escuchar cada palabra vertida, sintiendo en lo más profundo de su ser que a partir de aquel momento, su vida ya no volvería a ser la misma.
* * * * *
Una semana más tarde, Cristo surgió del ascensor de la agencia de buena mañana. Las vacaciones navideñas se habían terminado y estaba deseando retomar su trabajo, sobre todo para experimentar con cuanto le estaba enseñando Samuel. Aún no se había hecho con el control mental pero estaban en ello. Durante toda esa semana, el brujo –Cristo estaba seguro que el anciano era precisamente eso, “un puto brujo”, literalmente—le había mostrado cómo incrementar aún más su capacidad de memoria, cómo acceder a ella, y lo mejor, cómo introducir ingentes datos.
Solo como prueba, Cristo estaba aprendiendo francés y alemán a marchas forzadas. En algo menos de una semana, podía leer casi perfectamente ambos idiomas. La pronunciación y el uso propio aún tardarían algo más, ya que no disponía de un partenaire de calidad, pero en ello estaba.
En el fin de semana, Samuel había empezado a hablarle de la frecuencia electromagnética, lo que él llamaba el Haz. Tras muchos fracasos, Cristo acabó percibiéndola a su alrededor y aprendió a conectarse a ella. Todavía no podía hacer lo que su mentor realizaba casi por instinto, pero ya era todo un paso. Era más bien una estela de energía, que aún permanecía casi invisible para él, pero que podía distinguir gracias a la alteración del campo etérico. En otras palabras, la sentía a su alrededor, poniendo sus pelos como escarpias, y entonces, si se concentraba, podía visualizarla ondulando el aire como un río en vertical.
Cristo aún no podía servirse de ella para mucho, pero los primeros ejercicios realizados con Samuel eran como un juego. Trataban de potenciar ciertas respuestas físicas de las personas que estuvieran en su entorno, para descubrir si lo estaba haciendo bien o no. de forma lenta, Cristo empezó a probar con unos y otros, mejorando con cada uno su conexión con el Haz.
Consiguió que un pescador, en el embarcadero, llorara cada vez que lograba sacar una presa. Cristo potenció su sentimiento de éxito y orgullo. Tomó un taxi en hora punta tan sólo para aumentar la frustración del chofer, hasta que, en un clásico embotellamiento, el hombre se bajó del coche y se lió a golpes con el conductor de delante. Su tercer éxito le llevó a cabo en el parque Dewitt Clinton, detrás de casa. Estaba admirando a varios skaters con sus monopatines y acabó picando a dos de ellos para realizar acrobacias cada vez más arriesgadas. Manipulaba sus egos sin miramientos y la cosa acabó con un brazo roto y varias magulladuras.
Pero el logro del que estaba más orgulloso sucedió en Noche Vieja y no estaba preparado para él, no señor. Aún se tiraba de los pelos cuando lo recordaba.
Faely y Zara invitaron a Candy a cenar en el loft, para celebrar la Noche Vieja todos juntos, Cristo incluido. Fue una cena elegante y emotiva, ya que las chicas hablaron de sus esperanzas futuras sin tapujos. La verdad es que Cristo se alegraba por ellas, sobre todo por Faely, quien se merecía obtener la felicidad –a su manera, claro—de una vez por todas. El hecho es que, tras una opípara cena, las chicas decidieron ir a Times Square a esperar el Nuevo Año.
Sentirse apretujado por tanta gente nunca le hizo gracia a nuestro gitano, que solía correr de los bullicios cuando podía, pero Cristo ya no era el mismo, sobre todo después de las lecciones de Samuel. Podía sentir toda la energía que emanaba de aquella multitud alimentando la potencia del Haz; pensó en las posibilidades que podría disponer de todo ello cuando tuviera más práctica, y las lágrimas rodaron por sus mejillas, extasiado. A su lado, su prima Zara malinterpretó tal detalle y le abrazó con fuerza, diciéndole al oído:
― No llores por tu familia. En la cárcel también se celebra Año Nuevo, ¿no?
Solo por eso, le manoseó el culo a su prima. Cristo lloraba de pura dicha. No sabía cuanto tiempo le quedaría a su nuevo mentor, pero el gitano estaba dispuesto a aprovechar a tope cada una de sus lecciones.
Tras gritar como energúmenos la cuenta atrás, brindar con todo Dios, vaciar varias botellas de champán, abrazar a tropecientos mil cuerpos, felicitar y besar hasta tener los labios hinchados, los cuatro volvieron al loft, derrengados. Tirados sobre los sillones, trasegaron unas cuantas copas entre charlas que tendían cada vez más hacia los susurros. Cristo notó enseguida que estaba sobrando allí, pero no tenía pensado irse. ¡No, por Dios! Lo divertido venía ahora.
Sabiendo que las chicas se contenían en sus afectos solo por su presencia, aumentó exponencialmente sus necesidades de ternura, de amor y de pasión, al mismo tiempo que atenuaba su moralidad. Cristo no esperaba conseguir un pleno, ni mucho menos. Pretendía cachondearse de las insinuaciones de las chicas, antes de retirarse a dormir. Sin embargo, lo que sucedió ante sus ojos le tomó tan de sorpresa como a las propias mujeres.
Sin más palabras, Candy llevó la cabeza de Faely bajo la falda de su vestido tras besar dos veces a su novia en los labios. Las tres se desataron como fieras salvajes, sin importarle lo más mínimo que Cristo, con los ojos terriblemente desorbitados, estuviera delante. Contempló como se arrancaban la ropa, las unas a las otras, cuales sacerdotisas de Lesbos, entre suspiros y húmedos mordiscos. Admiró sus prietas carnes abriéndose ante él sin pudor, llenas de obvia concupiscencia, embargadas de una insana malicia amorosa, que, finalmente pudo más que sus escasas reservas de ética familiar. Sin embargo, no hizo ademán de unirse a ellas, retraído por la idea de que ellas le increparan, superado su nivel de aceptación. Decidió masturbarse lentamente, sin perderse detalle, no una, sino varias veces, hasta que, agotado, se retiró a su cama. Antes de dormirse, hizo hincapié en que las tres olvidaran su presencia.
A pesar de la decepción, el hecho vino a dotarle de una mayor confianza. Por eso mismo, aquella mañana de enero, se sentía tan gallardo al entrar en la agencia. Aún no había llegado la mayoría de la gente. Ni siquiera Alma estaba en su puesto. Saludó a Peter Gawe, el jefe electricista, que por lo visto era uno de los primeros en llegar –Cristo no tenía ni idea de para qué, pero allí estaba—y preparó una de las cafeteras.
Alma llegó como un vendaval rojizo, quitándose el abrigo y abrazándolo con mimo. Le deseó un feliz Año Nuevo y le estampó un rotundo beso en los labios. “Alma no necesita motivación”, pensó el gitano con sorna, mientras apretaba uno de aquellos pechos macizos.
Uno detrás de otro, el personal llegó, saludó, felicitó y se acopló a sus puestos. Las modelos llegaron una hora más tarde, como era normal, pero muchas de ellas hicieron una obligada parada en el mostrador de recepción y Cristo tuvo muchos besitos y mimos que calentaron su sangre.
Durante el almuerzo bromeó con muchas y las motivó para que acabaran hablando de cómo habían pasado su Nochebuena. Tal como Samuel le había dicho, no parecían acordarse de nada y habían asimilado sus propias excusas como buenas. Solamente Calenda le echó una mirada extraña, pero tan sólo duró un segundo. Ese día, se dedicó a tantear las voluntades de las modelos y las encontró sumamente receptivas, sin duda porque ya habían sido alteradas por su mentor.
“Así que esto es acumulativo. Cuanto más manipuladas, mejor responden. Interesante.”
La vida de Cristo había dado un giro inesperado, abriéndose a un horizonte jamás imaginado que atraía toda su atención. Pasaría mucho tiempo antes de que el gitano se cansara de aquella batalla de voluntades.
Al día siguiente, a media mañana, Samuel se presentó en la agencia, llevando de nuevo el bastón. Cristo le miró estupefacto cuando salió del ascensor. No esperó a que llegara ante él y dejó su puesto, yendo a su encuentro.
― ¿Qué coño haces aquí? – susurró entre dientes.
― Tranquilo, amigo mío. Eres el único que me ve, ¿recuerdas?
Cristo se envaró y miró a su alrededor, observando si alguien se había dado cuenta de su conducta. Quedó satisfecho y siguió a su mentor hasta los sillones frente a la zona de peluquería. Britt sonrió y le saludó con la mano; él le respondió.
― Esa chiquilla está por tus huesos.
― Ya, pero yo no – respondió Cristo, hablando sin mirarle, sentado a su lado. — ¿Qué has venido a hacer?
― A instruirte, mameluco. ¡No puedo esperar!
― Vale, vale. ¿Qué hacemos?
― Debes profundizar en el Haz. Hasta ahora solo potencias lo que ya existe. Debes aprender a irradiar tus propias emociones e implantarlas. De esa forma, puedes aumentar algo que antes no existía.
― Bufff – resopló Cristo, intuyendo que sería difícil.
― Necesitamos una persona a la que no hayas influido, que no conozcas demasiado. De esa forma, advertirás enseguida de sus cambios si lo haces bien.
― Comprendo. Veamos… aquí, en la agencia conozco a todo el mundo… ¡No, espera! ¡Ya sé! Ekanya Obussi.
― ¿La negrita?
― Sí. Es perfecta. Nos han presentado y hemos cenado entre amigos, pero es nueva y no la conozco íntimamente.
― Sí, tienes razón. Servirá. ¿Dónde está?
― ¿Ahora? – se asombró Cristo.
― Ahora – rodó los ojos el anciano.
― Creo que está en el cursillo de posado, en el aula del fondo.
― Bien. Vamos a vigilarla y la abordaremos en cuanto podamos.
― ¡Chachi! – dijo el gitano, frotándose las manos.
Sin embargo, no tuvieron suerte. Ekanya salió del cursillo caminando raudamente hacia el ascensor. No existía manera de frenarla cuando andaba así, con esas zancadas que parecían hacerla flotar. Cristo comprobó su agenda y advirtió que tenía una clase de interpretación programada.
― Esta tarde parece libre – Alma se giró hacia él, con una ceja levantada.
― ¿Estás hablando solo? – le preguntó, mordaz.
― Sip, una nueva costumbre – se encogió de hombros. Samuel se rió en silencio, apoyado en el mostrador.
― Envíale un mensaje. Dile que quieres hablar con ella, cítala en alguna parte – susurró el anciano.
Cristo se levantó de su silla y se alejó de Alma, manipulando su móvil.
― ¿De qué coño voy a hablarle? ¡No la conozco! – masculló muy bajo.
― A ver. ¿No es amiga de tu chica? – Cristo le miró de mala manera. —Pues convéncela de que deseas hablar sobre Calenda y que necesitas consejo.
Cristo, renegando, escribió rápidamente un texto y lo envió al teléfono de la modelo. No pasaron dos minutos cuando recibió la contestación junto con el característico pitido.
― Me espera en Lacômbe, en el Village, para merendar – leyó el gitano. – Que bien, café con leche y pasteles. Por lo menos, eso sacaré.
― Idiota. Tienes que estar seguro de ti mismo para empezar. ¡No puedes influir en nadie si tú sigues dudando!
― Vale, coño, que te pareces al pápa Diego. ¡Joer con el payo!
El anciano Samuel le miró fijamente y luego soltó una risita. “Gitanos”, murmuró.
* * * * * * *
Lacômbe era una de esas cafeterías francesas para sibaritas del meñique alzado. Un sitio con mucha clase y mucho esnobismo que no enloquecían demasiado a nuestro algecireño, pero, al menos, los pasteles y los croissants era de primera. Aquella tarde, para estar en enero, el sol lucía con fuerza y Cristo se instaló en una de las mesitas de la terraza instalada en la acera, impregnándose agradablemente de los rayos.
“No hay ná mejó que una recacha de sol en invierno”, recordó uno de los dichos de su barrio natal.
Una bonita camarera le sirvió un té con leche y canela y esperó a su supuesta cita. Aún no era la hora y se estaba de lujo allí, dando pequeños sorbos a su té y tomando el sol. En contra de la tendencia de su gente, Cristo gustaba de ser puntual e incluso procuraba llegar antes de tiempo, tal y como sucedía en aquel instante.
Pasados unos minutos, Cristo la vio llegar, caminando garbosamente por la calle del Greenwich Village, destacando fuertemente entre la fauna habitual. Ekanya vestía un ajustado jeans con las perneras embutidas en unas estilosas botas de ante con pequeños flecos. Una pasmina de lana –seguramente de primera—se enrollaba a su cuello, cubriendo parcialmente la cazadora de tweed oscuro.
La joven senegalesa sonrió al detenerse ante la mesa y, Cristo, caballerosamente, se levantó y le ofreció una silla.
― Gracias – le dijo ella, sentándose y colocando su bolso sobre las rodillas. – Me sorprendí muchísimo cuando me llegó tu mensaje.
― ¿Sí? ¿Por qué? Somos amigos, ¿no? – Cristo la contempló admirativamente, encantado con su suave acento africano.
― Por supuesto. Incluso cenamos juntos en Nochebuena – se rió la modelo. – Lo que quería decir es que me intrigó quedar así, los dos solos.
Cristo se perdió en aquellos grandes ojos oscuros y rasgados. Había algo en la esbelta estructura del rostro femenino que le recordaba a la cantante Sade cuando joven. Sin duda, era su respingona naricita, tan diferente a la tendencia habitual en su raza, o esos pómulos agresivos –casi afilados—que se marcaban a cada sonrisa.
― ¿Qué deseas tomar, Ekanya? Una pregunta, ¿cómo te gusta que te llamen?
― Me acostumbré a que mi familia me llamara Eka pero aquí nadie me llama así – se encogió de hombros ella.
― ¿Quieres que te llame de esa forma? – le guiñó un ojo Cristo.
― Sí, estaría bien.
― Bien, Eka, ¿un café? – preguntó de nuevo él, alzando una mano para llamar la atención de la camarera.
― Sí, por favor.
― Dos damasquinos con virutas de chocolate y una selección de pastelitos, por favor – pidió a la sonriente chica, que asintió de forma muy profesional.
― ¡Vaya! ¡Voy a engordar! – se rió de nuevo la senegalesa.
― Falta te hace, niña – murmuró Cristo.
― ¿Piensas que estoy muy delgada? – le preguntó ella, demostrando el buen oído que poseía.
― Sé que no estás en la talla 36 porque la han prohibido, pero no creo que llegues a los cincuenta kilos.
― Cincuenta y dos – casi bufó, ceñuda.
― Pero es que mides metro setenta y cinco, coño – agitó la mano Cristo. – Tienes que meter unos cuantos kilos para estar verdaderamente perfecta.
― ¿Tú crees?
― Hombre, yo no soy ningún entendido en esto, pero soy hombre, y los hombres queremos tener donde aferrarnos a una mujer, ya sabes.
Ekanya dejó escapar una suave carcajada y asintió varias veces.
― En mi país piensan igual, tanto de las mujeres como de las cabras – explicó.
― Ya ves. Es una cultura extendida, sobre todo lo de las cabras – esta vez se rieron juntos.
La camarera trajo dos humeantes tazas de café negro con una montaña de nata y virutas de chocolate por encima. Depositó, junto a la bandeja de diminutos pasteles de diferentes formas y texturas, una jarra de leche muy caliente.
― Bueno, pues ahora vamos a mejorar ese aspecto, niña. Tú te encargas de la mitad y yo de la otra. Ya veremos si pedimos después unos suizos con mantequilla…
― ¡Estás loco! – se espantó la modelo.
― ¿Prefieres un bocata de chorizo?
― ¿Un qué?
― Joer, con las finuras, ¿un sándwich quizás?
― ¡Como una cabra, ya te digo!
― Ya veo que entiendes de cabras…
― Es el sistema monetario de mi país – siguió ella con la broma. — ¿Cuál era el tuyo?
― Si te lo digo, tendría que matarte – dijo Cristo, componiendo una mueca.
Entre chanzas y pullas, se tomaron el café y una buena dosis de pasteles. Cristo consiguió convencer a Ekanya de comerse cuatro de ellos, apenas mayores que un mordisco, y él se zampó casi el resto.
― Cristo – en un momento dado, la modelo se inclinó sobre la mesa y tomó la mano del gitano. — ¿Vas a decirme el motivo de vernos aquí?
Cristo asintió y palmeó el oscuro dorso de la mano femenina. Él también se inclinó hacia delante, adoptando una postura conspiradora.
― Verás, Calenda me interesa muchísimo, como amiga y como mujer. Sin embargo, ella sólo me ve como un amigo.
― Un amigo muy querido. Tiene muy buena opinión de ti – añadió ella.
― Sí, lo sé, pero eso no quita que lo intente una y otra vez. La esperanza es lo último que se pierde, ¿no?
― Por supuesto – sonrió Ekanya.
― El caso es que necesito alguien que me informe de lo que sucede. May Lin ya no es de fiar para ello pues se acuestan juntas.
Ekanya abatió los párpados. El color de su tez enmascaraba el rubor, pero Cristo supo adivinarlo en sus acciones.
― Yo no…
― ¿Acaso no es cierto? Yo mismo las he visto ponerse tiernas y, aunque Calenda perjura que no es nada serio, tan sólo íntima amistad, eso no hace que me sienta mejor.
“Pero que embustero soy. No hay nada que me incite más que verlas a las dos.”
― Sí. Duermen juntas. Por eso mismo me han ofrecido el dormitorio de May Lin – admitió la senegalesa.
― Debes entender que respeto su gusto y tendencia. No soy nadie para oponerme a esa relación, pero, a la misma vez, quisiera saber si cambia de idea o si se pelean entre ellas… para tener una oportunidad, ¿me comprendes?
― Sí, claro que sí.
― Solo quería preguntarte si harías eso por mí, avisarme de cualquier posibilidad.
― Descuida, Cristo. Sé que amas a Calenda y ella también lo sabe. Hay veces que… en fin, te avisaré de cualquier cambio.
― Gracias infinitas, Eka – Cristo atrapó la mano de la chica con las dos suyas.
Esta vez fue Ekanya la que pidió otros dos cafés y siguieron charlando, saltando de tema en tema, riéndose y cuchicheando como dos conspiradores. Cuando se levantaron y despidieron, la modelo pensaba que jamás había conocido a un hombre con un espíritu tan sublime. Cristo había demostrado ser un amigo leal, con alma de poeta, y corazón de fuego. Mientras se alejaba, la modelo sintió una especie de sentimiento, mezcla de celos y envidia, hacia Calenda, quien conseguía la atención de tan insigne enamorado.
Por su parte, Cristo caminaba con ligereza, silbando una vieja tonadilla hasta que se topó con su mentor. Éste le esperaba sentado en una parada de bus, las manos sobre su bastón de pomo plateado.
― ¿Cómo ha ido? – le preguntó cuando Cristo se sentó a su lado. Una ajada mujer con bonete de lana les miró con suspicacia.
― Mejor de lo que me esperaba. La conversación ha fluido con espontaneidad y Ekanya ha conectado enseguida.
― ¿Qué has emitido en el Haz?
― Me he concentrado en la amistad primero, para después ir enviando pequeños toques dramáticos… algo de tristeza, de pasión, de anhelo… Creo que se ha marchado suspirando.
― Bien, bien, mi joven aprendiz…
― Pues tú no pareces Yoda en absoluto, perdona que te lo diga.
― ¿Quién?
― Nada, nadie…
― Déjate de tonterías. Ahora, tienes que alimentar cada vez que puedas ese concepto que has implantado en ella. En el trabajo, por teléfono, o como puedas. La repetición del concepto es muy importante si quieres que se aferren a la idea que germina.
― Lo entiendo. Como regar las macetas…
― ¿Macetas? ¿Qué macetas?
Cristo se rió por lo bajo. Le encantaba chinchar al viejo, sacarle del tiesto, pero en el fondo sabía que, gracias a él, su vida estaba dando un inesperado giro que le cambiaría totalmente. Ya no había marcha atrás, no con cuanto estaba descubriendo tanto…
* * * * *
Cristo siguió el consejo del viejo Samuel y durante toda la semana estuvo hostigando con mucho tacto a la modelo senegalesa. Un piropo mañanero, un recordatorio a media mañana, una charlita durante el almuerzo… No es que la estuviera acosando pero Cristo parecía estar en todos los momentos oportunos para que la guapa modelo soltase una de sus encantadoras sonrisas.
Para Ekanya, el puesto que ocupaba el gitano en su ranking de amistades había subido enormemente, desbancando incluso a sus compañeras de piso. No fue un concepto consciente, ni siquiera relevante, pero pasó de un estado de amistad relativa al de “presencia necesaria” en un par de días. De ahí a confidente y persona de máxima confianza solo hubo un paso pequeño. Cristo se convirtió en la persona que Ekanya quería tener siempre al lado, a quien acudir a la más mínima duda, y a quien saludar en primer lugar al llegar a la agencia.
Cristo tuvo mucho cuidado de no potenciar lazos afectivos de tipo romántico con Ekanya, pues no quería malos rollos si tenía que soltar amarras. Una amistad tan sólida como la que estaba creando era más que suficiente para que surgieran emociones de todo tipo. Al fin y al cabo, Ekanya era una prueba, un ejercicio de control. Eso no quitaba que nuestro gitano se sintiese muy a gusto con la joven, pero ya se sabe lo que pasa en la mente de un estafador nato…
La mañana del viernes, mientras tomaban un tentempié en 52’s, Ekanya le expuso que tenía que hablar de un asunto serio con él, pero en un sitio privado. Cristo, intuyendo a lo que podía referirse la modelo, la invitó a cenar, pero Ekanya tenía un compromiso para aquella noche. Así que, ni corto ni perezoso, la invitó a almorzar en el loft para el sábado. Tanto su tía como Zara apenas venían por el apartamento, salvo a llevarse ropa o algún artículo preciso. El joven sabía que también tendría que hablar con su familia para decidir qué pasaría con el loft.
Teniendo en cuenta que Ekanya era musulmana, aquel sábado Cristo pidió un almuerzo a base de pescado, algo de cordero en salsa, y una buena ensalada. Compró una botella de buen vino y puso una tetera a hervir, por si las moscas. Andy, el chico repartidor de Grill’s Percy, un asador de la Décima Avenida, llegó con la antelación debida. Cristo preparó con mucho gusto la gran mesa central del loft, metió el cordero y el pescado en el horno, y recogió algo de ropa que estaba diseminada sobre su cama.
Ekanya fue casi puntual, al menos para lo que las modelos entendían como puntualidad. Ella se inclinó al traspasar la puerta para besarle en las mejillas. Cristo, ufano, le hizo un tour por el amplio loft. La modelo quedó encantada con la decoración y la disposición del espacio. A su vez, Cristo le dio un extenso repaso a su figura.
Ekanya llevaba su frondoso y rizado cabello oscuro recogido en un largo copete que surgía de su coronilla en ángulo ascendente y terminando en un amplio plumero de rizos. El peinado ponía de manifiesto sus rasgos angulosos y, sobre todo sus grandes ojos rasgados. Vestía una amplio jersey de lana gris, de mangas amplias, y unas oscuras mallas térmicas ceñían sus largas piernas, que terminaban enfundadas en unas botas de nieve de pelo blanco. Deliciosa.
Ekanya se detuvo ante la mesa cubierta de un mantel de lino blanco, con arabescos en malva, que Cristo encontró en el cajón de la cubertería. Las servilletas de algodón aparecían enfundadas en sus pertinentes aros de cerámica, y el joven había frotado los cubiertos de fina alpaca hasta hacerlos brillar.
― ¿Has preparado tú el almuerzo? – le sonrió Ekanya, girándose hacia él.
― ¿Yo? Ni de coña. No sé ni abrir una lata de sardinas – agitó una de sus manos.
― Seguro que sabes hacer más de lo que dices…
― Ya, más o menos como tú – comentó Cristo, retirando la silla para que la joven se sentara.
La modelo se sentó al tiempo que dejaba escapar una carcajada, sabiendo que ella tampoco sabía cocinar.
― ¿Vino? – preguntó, mostrando la botella que había abierto minutos antes.
― No suelo tomar, pero la ocasión merece la pena – contestó ella, con un delicioso mohín en sus labios.
― ¿Ah, sí? ¿Es que hay algo que celebrar?
― Aún no estoy segura.
Cristo escanció en las dos altas copas de cristal y caminó hasta el horno, del cual sacó el pescado y el cordero, en distintas bandejas. Tanto uno como el otro habían sido troceados y desmigados, en el caso de la lubina. Colocó las bandejas sobre tablas y las dejó en la mesa. Ekanya se inclinó para husmear el aroma como marcan los cánones de un invitado.
― Huele delicioso – alabó.
― Eso espero. Gabriel se la juega si no nos gusta.
― ¿Gabriel?
― El chef. Suelo comer allí a menudo.
― Ah – los penetrantes ojos de la modelo estaban fijos en Cristo, quien servía una ración de pescado en el plato de ella.
La chica alzó su copa cuando Cristo terminó de servir. “¿Brindamos?, preguntó. Cristo tomó la suya y la hizo tintinear contra la de ella.
― Por la amistad – propuso.
― Por nosotros – asintió ella.
El pescado se llevó otra ronda de vino y un nuevo brindis. Ekanya habló de cómo había cambiado su vida al dejar Dakar y mudarse a Nueva York.
― La agencia fue mi muleta. Nunca había salido de mi país y fue todo un choque de culturas venir aquí. Tenía la suerte de hablar inglés, aparte de mi lengua natal, el francés, así que pude integrarme por esa parte. Pero si no hubiera sido por las chicas, Calenda y May Lin, jamás hubiera conseguido superar el cambio.
Cristo asintió mientras cambiaba los platos para servir el cordero.
― Mi deseo de ser modelo ya había relajado bastante mi doctrina musulmana. No soy una fanática, por supuesto. Procuro llevar a cabo las enseñanzas del Profeta, pero no soy una creyente virtuosa… Los imanes no ven con buenos ojos que las mujeres se exhiban. He fallado en mis deberes como mujer musulmana, tanto como para mí, como para mi familia. Mi padre es abogado y estudió en París. Se ha occidentalizado bastante y me comprende, pero mi madre proviene de una antigua familia de rancias costumbres musulmanas y nunca estuvo de acuerdo en lo que pretendía hacer.
― ¿Qué te llevó a dejar Senegal?
― Mi madre lleva insistiendo en casarme desde que cumplí los quince años, pues soy la mayor de mis hermanos. Sin embargo, siempre me opuse a ello ya que contaba con el apoyo de mi padre. Cuando empezaron mis primeros pinitos en una agencia francesa de publicidad, mi madre inició una serie de pactos entre familias, buscándome un esposo con prisas. Padre no pudo detenerla ya que mi madre es una mujer influyente y rica, a su manera, así que acepté trasladarme a Lyon, en Francia, a una academia de modelaje. Mi padre camufló aquello como si estuviese estudiando en una universidad, así que mi madre, a pesar de sus planes, aceptó.
― Y allí te descubrió Models Fusion, ¿no?
― Así es. Acepté enseguida, poniendo tierra de por medio.
― Pues me alegro que tomaras esa decisión – dijo Cristo, engullendo un trozo de tierno cordero.
― ¿Ah sí? – ella le miró largamente.
― Por supuesto. Riquísima esta salsa…
― Yo también me alegro de haberte conocido.
― Brindemos por eso – Cristo alzó su copa y ella le imitó.
Minutos más tarde, los platos estaban vacíos y ellos saciados.
― ¿Un postre, algo de fruta? – le preguntó Cristo.
― Uff, ¡ni pensarlo! Estoy llena. Todo estaba delicioso.
― Pondré la tetera a hervir mientras recojo esto.
― Un té me sentara muy bien – repuso ella, poniéndose en pie para ayudarle.
― Quédate sentada, por favor.
― ¡Ni de coña! – exclamó ella, imitando su forma de hablar.
Entre risas y empujoncitos, quitaron la mesa, limpiaron los platos y fuentes, y se sentaron en uno de los sofás a tomar un buen té a la menta.
― ¿Sabes? Ahora comprendo qué siente Calenda cuando te llama su mejor amigo – dijo Ekanya, de improviso, tras sorber de la caliente taza.
― Bueno, ya sabes lo histérica que se pone a veces esa mujer – bromeó él.
― Nunca pude imaginar que podría llegar a este grado de intimidad con un hombre, sin ser su esposa, en apenas un par de semanas…
― ¿Intimidad? ¡Si apenas nos hemos tocado las manos!
― Tonto, ya sabes a qué me refiero – abanicó ella sus grandes pestañas. – Podemos hablar de cualquier tema, sin tapujos, y te confiaría mi vida si fuese necesario.
― Oh, ya te estás poniendo trascendental. No vayas a enunciarme una de esas suras, eh…
Ekanya dejó su taza de té sobre la mesita ratonera y atrapó la mano libre del gitano. Las miradas de ambos se encontraron y Cristo supo ver la intención en los ojos de ella. Con suavidad, también abandonó su taza y apretó su mano, esperando que la modelo dejara brotar lo que estaba intentando decir.
― Como buena hija y musulmana, he conservado… mi pureza – Ekanya abatió momentáneamente la mirada, pudorosa. – Me he guardado intacta para mi futuro esposo, pero he empezado a cuestionarme esa tradición desde que estoy aquí.
― Comprendo. No es muy justo que te mantengas virgen mientras que tu esposo puede correrse las juergas padres sin problemas.
― Algo así… En mi cultura abundan los matrimonios concertados, ¿sabes? Me he estado preguntando de qué me vale entregarme intacta a un hombre que ni siquiera conozco o con el que no me une más que un pacto familiar. ¿No sería mucho más lógico y bonito compartir ese acto íntimo con alguien a quien quieres, quizás con tu mejor amigo? – los ojazos volvieron a posarse sobre nuestro gitano, cortándole la respiración por unos segundos.
― Joder, Ekanya… ¿estás diciendo lo que creo que…?
La modelo posó un dedo sobre los labios del joven, acallándole. Seguidamente, acarició suavemente su mejilla y llevó finalmente su mano hasta el rizo que colgaba sobre la frente de Cristo.
― Solo digo que no he conocido a ningún hombre de la forma que te conozco a ti, que me siento a gusto contigo, en armonía y a salvo. Sé de tu amor por Calenda y lo respeto enormemente, pero pienso que no te mereces esa tensa espera sentimental. No pretendo sustituirla, ni quiero forzarte a algún tipo de relación sentimental… tan sólo quiero que mi femineidad florezca, y deseo que seas tú quien me haga mujer… ¿Lo harías, Cristo? ¿Me harías mujer?
― Eres mi amiga y una mujer arrebatadora. Sería un honor para mí, por supuesto, pero… ¿estás segura de…?
― Más que segura – musitó ella, inclinándose lentamente hasta depositar sus labios sobre la boca de él.
Mientras mordisqueaba aquellos tiernos labios rosados, Cristo se felicitó por lo bien que lo había hecho. Ekanya se le había entregado voluntariamente, realmente dispuesta y convencida de tener la razón. Samuel ya le dijo que cada individuo era diferente en su proceso mental. ¿Acaso no era mucho mejor de esa manera que convertirlas en zombis obedientes? Solo debía practicar y seguir practicando hasta afinar el proceso, hasta que fuera tan instintivo y fácil como rascarse el cogote. ¡Las cosas que pensaba hacer, de ahora en adelante!
Con este pensamiento, se perdió en el interior de aquella boca húmeda y ansiosa que estaba devorándole lentamente. Ekanya pasó sus brazos por el cuello, tumbándose materialmente sobre él. Su cálido aliento se convertía en apagados arrullos cada vez que buscaba la lengua de Cristo para succionarla a placer. Ekanya sería virgen, pero tenía experiencia en besar. Eso no podía negarlo.
Las manos de Cristo se colaron bajo el grueso jersey de lana y corretearon ágilmente por los esbeltos flancos, cubiertos por una suave camiseta. Ekanya desprendía bastante calor. Los dedos del joven sobaron delicadamente los pequeños pero erguidos senos de la negrita, dándose cuenta que no llevaba ningún tipo de sujetador. Apretó los pezones con algo más de fuerza y Ekanya gimió en el interior de su boca, mordiendo suavemente su lengua.
Ekanya bajó las manos y aferró el borde de su jersey, sacándolo ella misma por encima de su cabeza. Los pezones se marcaban con fuerza en la camiseta rojiza que llevaba una caricatura de la Estatua de la Libertad.
― Tócame… por favor – gimió ella, guiando una mano de Cristo bajo su camiseta.
Su piel oscura era muy suave, sobre todo la zona del ombligo. Cristo se entregó a largas caricias sobre el lugar, haciendo que la chica se contonease como una serpiente borracha. Parecía muy sensible a las cosquillas pero no dejó, en ningún momento, de besarle con pasión. Su saliva corría por la barbilla del gitano, quien no dejaba de tragar aquellos efluvios con efervescente pasión.
Cuando los dedos de Cristo llegaron a los pequeños senos, éstos estaban tan empitonados que le pareció imposible que un pezón pudiese estar tan duro y tieso. Ekanya se apartó un segundo y apoyó su frente contra el respaldo de tela, gimiendo intensamente, cuando Cristo le retorció ambos pezones lentamente. Al estrujar los senos con ambas manos, un “¡Alá, que buenooooo!” surgió incontenible de los labios de ella.
La camiseta siguió el mismo camino que el jersey, pero esta vez fue Cristo quien se la quitó. Devoró primero con los ojos aquellos pitones oscuros y constreñidos, durante casi un minuto. Ekanya intentó taparse los senos con las manos, pero el gitano no consintió, aferrándole las muñecas y apartándolas.
― Tienes unas tetitas divinas, ¿por qué ocultarlas? – musitó, mirándola.
― Solo las enseñaré para ti – rió ella, aferrándole por la nuca y atrayendo su rostro hacia su pecho.
Entonces, Cristo devoró literalmente aquella carne latiente, erizándola de placer. Pasaba de un pezón a otro, degustándolo con ansias, exprimiéndolos como si buscase lactar verdaderamente. Ekanya gritaba más que gemía, tironeando de la parte de atrás de la camisa de Cristo, intentando sacársela como pudiese.
― Creo que deberíamos ir a la cama. Estaríamos más cómodos… sobre todo porque quiero comerte ese coñito rosado que escondes – susurró Cristo, mirándola con el rostro aún apoyado sobre sus senos.
― Oooh, por el Profeta… que perverso suenas – jadeó ella, sintiendo como su vagina se licuaba al escucharle.
― Puedo ser aún más perverso, pero no creo que estés preparada para tanto en tu primera vez, ¿verdad?
― Haz lo que desees conmigo – sonrió, abriéndose de brazos.
Cristo se levantó del sofá y extendió la mano para ayudarla a ponerse en pie. Cogidos de las manos, subieron las escaleras hasta el aposento del gitano. Ekanya caminaba con el torso desnudo, sin pudor alguno esta vez, luciendo una sonrisa que podía significar cualquier cosa, menos contención.
Sentó a la chica sobre su cama y se ocupó de sacarle las gruesas botas lanudas. Unos encantadores calcetines a rayas rojas y amarillas aparecieron. Con la punta de la lengua sacada, Cristo se afanó en quitárselos, dejando los oscuros pies, de uñas pintadas en rosa pálido, al aire. Alzó uno de los pies y se metió el dedo gordo en la boca, succionándolo con placer. Ekanya le miraba intensamente, con los ojos chispeándole. La sonrisa no la había abandonado.
Cristo deslizó las mallas térmicas piernas abajo, pudiendo comprobar cuan largas eran sus piernas. “Oh, Jesús, me encantaría recorrerlas con la lengua”, pensó, sabiendo que no era el momento. Los tersos y finos muslos quedaron desnudos, la piel oscura brillando bajo el reflejo de la luz que entraba por uno de los ventanales. Ekanya se estiró felonamente sobre la cama, flexionando sus piernas y poniendo en evidencia el diminuto tanga negro que rodeaba sus caderas.
― A mí me parece que eso no es mucho de mujer musulmana – indicó Cristo, señalando el tanga con un dedo.
― No, tienes razón. Más bien es de putón, que es como me siento ahora mismo – repuso ella, con una risita. — ¿Vas a quitármelo o no?
― Con los dientes, Eka, con los dientes – dijo él, arrodillándose sobre la cama.
Con una lentitud exasperante, Cristo tironeó de la prenda, deslizándola centímetro a centímetro piernas abajo. Ekanya pataleó en el último recorrido para ayudarle. Con mirada lujuriosa, Cristo la abrió completamente de piernas, contemplando el totalmente lampiño pubis. El monte de Venus formaba una exquisita prominencia que destacaba aún más debido a la esbeltez de las caderas. Con dedos casi temblorosos, el joven separó los gruesos labios mayores, relevando un coñito apretado y de oscuros ribetes, pero con un interior tan apetecible como un helado de fresa.
― Dios, que suave – musitó Cristo, deslizando lentamente el pulgar sobre la rosada carne. El dedo se le humedeció al momento.
Ekanya se había llevado una mano al rostro, intentando esconder sus ojos tras el dorso que apoyaba sobre sus cejas, conmovida por una oleada de insano pudor; sin embargo, observaba a su amigo por entre los intersticios de sus dedos. El deseo que podía leer en su rostro la llenaba de gozo, pues era una reacción real de Cristo a su cuerpo y belleza.
― Te voy a comer toda, todita – canturreó Cristo, introduciendo su cabeza entre los muslos.
Ekanya se mordió el grueso labio inferior, ahogando el gemido que subía por su garganta. Su pelvis vibró y sus caderas se tensaron en el mismo momento que la punta de la lengua masculina tomó contacto con su vagina. Nunca se había sentido así de ansiosa, de liberada, de inmoral. También era cierto que no había tenido una experiencia sexual de esa magnitud en su vida, pero sí se había excitado y masturbado en la intimidad. Pero nada se podía comparar a lo que le estaba haciendo Cristo.
― Cristoooo – farfulló cuando la lengua se adentró cuanto pudo en el interior de su sexo, añadiendo saliva a su propia humedad, rozando sus sensibles y tiernas paredes.
Uno de los dedos de Cristo presionaba sutilmente su esfínter, generando un calor increíble. Sin que fuera consciente de ello, sus caderas rotaron en un baile impulsivo que la enloqueció aún más. La lengua masculina abandonó su vagina y se desplazó, como una sensual babosa hasta aletear sobre su inflamado clítoris. El súbito placer la hizo contraerse sobre el colchón. Jamás lo había sentido de esa forma. Rezongó en voz baja, casi con un gruñido, porque había estado a punto de correrse.
Alargó la mano y atrapó la almohada para colocarla bajo su nuca. Quería ver a Cristo comerle el coño, quería contemplar aquella lengua devorarla completamente. Tragó saliva cuando comprobó que su amigo se llevaba un dedo a su propia boca, humedeciéndolo largamente. Con un largo gemido y un temblor de muslos, Ekanya se corrió irremediablemente cuando aquel dedo se introdujo hasta topar con su himen. Aún entre su niebla mental, Ekanya escuchó la risita de Cristo y sintió como éste aplicaba directamente la lengua contra su clítoris, sin sacar el dedo invasor de su vagina.
No sabía cómo lo hacía, pero Cristo estaba ampliando y alargando su orgasmo en pequeños espasmos que la hacían botar literalmente sobre la cama. Una de sus manos descendió hasta aferrar al gitano por el cabello de su nuca, para intentar apartarle. Notaba como su coño se estaba llenando de fluidos, en tal cantidad que pronto surgirían incontenibles. Se avergonzaba de ello, de su inexperiencia, y no quería mancharle. Pero Cristo no hizo caso de los tirones de pelo; seguía empecinado en lamer, sorber, mordisquear, y sobar con aquel dedo de verdugo. Con un grito ronco y casi animal, Ekanya cerró sus muslos sobre la cabeza de Cristo, aprisionándole sin miramientos, a la par que se dejaba ir sin control, llenándole la boca de néctar femenino.
― Dos a cero – susurró Cristo, levantando la cabeza y reptando sobre el cuerpo de la modelo.
Ekanya jadeaba y le miró a través de las pestañas que entrecerraban sus ojos. El joven mostraba una sonrisa burlona pero agradable y besaba cuando encontraba a su paso, hasta colocar sus ojos al mismo nivel.
― Sabes a miel y arena – le confesó él con un soplo y, con ello, hizo desaparecer la vergüenza.
― Eres un guarro…
― Sip, lo sé – y la besó, compartiendo con ella su íntimo sabor.
Rodaron sobre la cama, abrazados y besándose con pasión, hasta que Ekanya tomó el control y comenzó a desnudarle con mimo. Desabotonó la camisa y la arrojó lejos, luego se ocupó de la camiseta interior, blanca y de tirantes. Se entretuvo con los botones de la bragueta pues sus dedos parecían de goma. Notaba el bulto delator bajo la tela y se agitaba entre su tarea y el deseo de empuñar aquel oculto órgano.
― ¿Estás preparada para ver mi “aparato”? – le preguntó él, suavemente.
― Sí, sé, quiero verla… y tocarla.
― Ten cuidado. Es… considerable. Larga y gorda…
Ella le miró, encendida de nuevo deseo, y se relamió obscenamente. Finalmente, desnudó a Cristo, quien no dejaba de sonreír y repetirle lo enorme que era su miembro. Ekanya se llevó las manos a la boca cuando bajó los pantalones de un tirón, contemplando aquella pollita erguida y temblorosa.
― ¡Alá es Sabio! ¡Cristo, es muy grande! – exclamó, con los ojos abiertos.
― Te lo dije – respondió, manoseándola con una mano.
Su manipulación mental había sido efectiva, sobre todo porque las defensas naturales de Ekanya habían desaparecido bajo el efecto de la lujuria. Un simple empujón mental la había convencido de “ver” las dimensiones que él pretendía. Su autoestima ascendió vertiginosamente. En ese momento, se sentía como un dios.
― No te preocupes, no te dolerá, te lo prometo – le dijo a la chica, arrodillado ante ella.
― ¿De veras?
― Ya verás como no. Lo haré muy suave y lento – garantizó mientras se despojaba completamente de los pantalones.
Estaba loco por meterla. Ya no aguantaba más. Los muslos de Akanya le acogieron, temblorosos tanto por el deseo como por el natural temor. La chica le abrazó, atrayéndole suavemente. Cristo frotó delicadamente su pequeño pene sobre la vulva, con un rítmico vaivén que pronto la hizo jadear de nuevo. Aquellos ojos negros e intensos le suplicaron en silencio que la convirtieran en una hembra real y auténtica y Cristo no lo pensó más.
Introdujo hábilmente su miembro en el virginal acceso que lo engulló casi con hambre. Ekanya gruñó y se estremeció al paso del bastoncito, reaccionando con verdadera exageración. Estaba experimentando toda una dura clavada que ensanchaba su vagina, que la llenaba y expandía con fuerza. Su himen se desgarró pero apenas sintió dolor, embargada por una ficticia sensación de plenitud y entrega. En realidad, su vagina se abría gracias a sus propios e inexpertos músculos vaginales, que su subconsciente activaba a voluntad de Cristo.
― Oh, Cristo… oh, mi Dulce Señor… te siento en mí… me estás m-matando…
Cristo sonrió ante aquellas palabras. Por primera vez, se sentía un hombre completo y funcional. Era cuanto había soñado en cientos de ocasiones. No le importaba su aspecto raquítico e infantil mientras que pudiera demostrar que funcionaba sexualmente. Inició su movimiento pélvico con firmeza, sintiendo como aquel coñito se cerraba como un guante sobre su pene. Las uñas de Ekanya se clavaban en su hombro y espalda, mientras sus gemidos se volcaban en su oído, junto con el arrullo de su respiración entrecortada. Las rodillas de la modelo se doblaron, cruzando con fuerza los talones sobre las nalgas de Cristo. No existía nada en ese mundo que pudiera separarlos en aquel momento.
― M-me estás follando… mi vida… estás FOLLÁNDOME…aaaahhhh…
― Cada vez que lo desees, Eka – musitó él en su oído. – Cada vez que me lo pidas.
Las entrañas de Ekanya se expandieron de pura dicha. ¡Era feliz como nunca lo había sido! Atrajo cuanto pudo a Cristo sobre su cuerpo, apoyando ella su propia barbilla contra el delgado hombro del chico. Cerró los ojos y se abandonó al orgasmo que la rondaba, con una gran sonrisa. Sudando como un condenado a la hoguera, Cristo aceleró sus embistes cuando notó la rigidez del cuerpo femenino. Aquellas piernas le exprimían como una naranja llena de zumo. Se sentía chapotear en el interior del coño que parecía más bien un horno.
“Jesusito de mi vida, que hembra más caliente… me va a derretir, cojones”, se dijo justo antes de que ella gritara y tensara su cintura, elevándole como un muñeco. Aquel inesperado empuje le llevó al clímax más absoluto y empezó a soltar chorros de semen como jamás en su vida. Por un momento, con los ojos firmemente apretados y la boca abierta, creyó que se licuaría por completo en el interior del coño africano, un auténtico devorador de hombres.
Tres horas después, el crepúsculo traía sus propias sombras extrañas a través de los ventanales. Cristo intentaba acompasar el ritmo de su corazón, bastante fatigado tras el amplio ejercicio sexual que había llevado a cabo. Tumbado en la cama, con una mano en la nuca, miraba la oscuridad del alto techo. Su otro brazo servía de almohada para la modelo senegalesa, que dormía profundamente, agotada y feliz, aferrada con un brazo al delgado tronco del gitano. Ambos estaban desnudos bajo la ropa de cama y Ekanya mantenía una postura fetal que la emparejaba a la estatura de su compañero.
“Tendré que idear alguna forma para que esta tía se satisfaga un poco ella sola. Otra sesión de esta clase y me tienen que dar la extremaunción.”, pensó, dejando que una sonrisa aflorase a sus labios. “Es el momento de afrontar otro tipo de retos para este don. Tengo muchas cosas almacenadas en mi cabecita que necesitan de una revisión de estrategia.
¿Verdad, Hamil? Creo que va siendo hora de visitar a mi dulce Chessy…”
CONTINUARÁ…
↧
Relato erótico: “Body painting – Sudáfrica 2010” (POR DOCTORBP)
El viaje había sido largo y, por lo tanto, los 4 amigos que habían viajado desde España estaban
bastante cansados. Acababan de llegar a Sudáfrica, lugar en el que se disputaba la copa del mundo de naciones de fútbol. España jugaba 2 días después con lo que tendrían tiempo para descansar primero, visitar la mayor ciudad portuaria del país al día siguiente y, por último, asistir al partido para volver un día después.
Andrés era un auténtico apasionado del fútbol y de la selección. Su sueño había sido siempre asistir a un gran evento como el que acontecía y su anhelo por fin se vería cumplido.
Por su parte, Karen no era ninguna fanática del fútbol, si bien es cierto que le gustaba que el equipo que representaba a su país ganara, no lo sentía como para ir a un lugar tan alejado. Sin embargo, era el hecho del viaje en sí mismo, el visitar otro lugar, lo que la había convencido para hacer aquel desplazamiento.
A Oriol le pasaba algo similar que a Karen, sólo que lo que a él le atraía era el conocer gente, culturas… ¿y qué mejor forma de hacerlo que en un evento en el que se junta tanta gente de tantos sitios tan dispares?
El último integrante del grupo era Diego, un auténtico políglota gracias al cual los otros 3 compañeros se sentían tan tranquilos al ir guiados por alguien que se podía hacer entender con cualquiera que se cruzara en su aventura.
Lo primero que hicieron fue ir directamente al hotel para ver las habitaciones y acomodarse. Como era tarde, aquel día no tuvieron mucho más tiempo que el necesario para bajar a cenar y acostarse pronto para descansar del largo viaje.
Al día siguiente se dispusieron a visitar la ciudad situada a orillas del océano Índico. Por la mañana un poquito de turismo por Durban, por la tarde la visita a los alrededores del estadio homónimo y por la noche acabaron en una especie de fiesta dedicada al mundial que el mismo hotel había preparado.
A pesar de estar en invierno la temperatura estaba siendo buena con lo que la jornada matutina de turismo por Florida Road fue bastante agradable. Aunque no hizo un calor sofocante típicamente africano, el día fue tan bueno que pudieron pasear con poca ropa. A Karen le pareció estupendo, el sol le daba vida.
Por la tarde, junto al estadio, Oriol tuvo las primeras sensaciones que había ido a buscar. Aunque por la zona predominaban los españoles y los suizos, había gente de todas las nacionalidades y Oriol, con el suficiente nivel de inglés que tenía, estuvo departiendo con varias personas.
Junto al estadio Diego divisó un local de decoración corporal. Le encantaban los tatuajes y pensó que sería magnífico guardarse un recuerdo de aquel viaje y no había mejor modo de hacerlo que grabándoselo en su propia piel. Sin embargo, por el momento, desestimó la idea pues no creyó oportuno interrumpir la estancia de los demás por su capricho.
Para sorpresa de todos, la fiesta nocturna del hotel no estaba dedicada a los países que debutarían en el torneo al día siguiente. Más bien era una fiesta dedicada al mundial en general. Se podía ver decoración representativa de cada una de las selecciones participantes y algo que llamó la atención de Andrés. El hotel había contratado 32 modelos cada una de las cuales llevaba pintada la camiseta de una de las selecciones participantes sobre su piel desnuda. A Andrés le pareció impresionante y no supo adivinar cuál de las 32 era la mejor. De hecho cualquiera que hubiera sido la elegida hubiera sido justo. ¡A pedazo hotel habían ido! pensó.
El partido comenzaba a las 16h. con lo que no querían alejarse demasiado por la mañana para no llegar tarde al evento.
-Si queréis podemos ir mañana temprano al estadio y así me paso por un sitio que hacen tatuajes que he visto esta tarde – les dijo Diego cuando la fiesta terminaba y se dirigían a sus habitaciones.
-Tú y tus tatuajes… – le recriminó amistosamente Karen.
Diego únicamente tenía un tatuaje, pero siempre había mostrado su admiración por los mismos. Eso sí, para él el tatuaje debía tener un significado como el que lucía en su espalda y pensó que aquel viaje a lo más lejano de África junto a sus amigos también valía ese honor.
-A mi me parece bien – admitió Oriol y ninguno puso mayor impedimento.
-¿Os habéis fijado en las chicas? – les preguntó Andrés obsesionado con las bellezas que acababa de presenciar.
El resto rieron.
-Sí, la verdad es que no estaban nada mal. ¿No os parece raro que el hotel se lo haya currado tanto para una fiesta que tampoco es que…? No sé… que tampoco es para futbolistas o gente de alto standing – departió Oriol.
-Es cierto, supongo que aquí se están tomando esto del mundial muy en serio – concursó Karen.
-¡Pero es que nadie va a decir que estaban todas buenísimas! – casi gritó Andrés.
-Que sí, tío, relájate – le instó Diego entre risas – Ya te lo hemos dicho.
-Además es bonito. La verdad es que queda de puta madre, pero tiene que ser jodido de llevar. ¡Es que vas desnuda! – intervino la chica – No creo que yo fuera capaz de ir así – sonrió.
-Cierto. Si ya es bonito ver a una chica con camiseta ceñida marcando todas sus curvas y el contorno de los pechos… pues esto lo supera – concluyó Diego guiñando un ojo y sonriendo.
-Tú lo has dicho. Yo ya me he fijado bien en las modelos. En cada uno de sus turgentes pechos, en sus curvas, en los pezones, algunos tiesos, por cierto…
-¡Calla ya, enfermo! – cortó jocosamente Oriol a Andrés y los 4 se fueron entre risas a sus respectivas habitaciones.
Como habían quedado, al día siguiente se fueron al estadio y allí entraron en el local que Diego había visto el día anterior.
Estuvieron un rato conversando sobre lo que Diego se podría tatuar hasta que llegó un hombre a atenderlos en perfecto inglés. Aunque Oriol se defendía con la lengua anglosajona y Andrés y Karen medio entendían alguna que otra cosa, era siempre Diego el que hablaba debido a su perfecto dominio de esta y otras lenguas. Le dijo que quería hacerse un tatuaje para tener un recuerdo de aquel viaje.
-Tío, dile que yo quiero hacerme un piercing – interrumpió Andrés. Todos lo miraron sorprendidos.
-¿Alguien más quiere hacerse algo? – preguntó Diego antes de reanudar su conversación con el dependiente.
Oriol dijo claramente que él pasaba mientras que a Karen le entraron dudas. Si bien es cierto que tenía pánico a hacerse un tatuaje pensó que era buena idea tenerlo como recuerdo de aquella aventura. Al final se decidió por pensárselo mientras echaba un vistazo a las muestras que había por la tienda.
Mientras Karen se decidía viendo el muestrario expuesto, a Andrés le agujereaban la oreja y Ori lo grababa todo en video, terminaron el tatuaje en el brazo de Diego.
-¿Dónde está Karen? – le preguntó a Oriol.
-Aún no se ha decidido.
-Ven, vamos a hablar con ella.
Y se fueron en busca de su amiga.
– ¿Qué…? ¿Te has decidido por alguno? – le preguntó Diego.
-Bueno, hay alguno que me gusta… – le contestó mientras se los indicaba – He pensado en algo así, alargado, para aquí – y se llevó las manos a la parte baja de la espalda indicando la zona en la que le gustaría hacerse el tatuaje.
-Ahí te quedaría bien. ¿Y has pensado por aquí? – le propuso Diego mientras le tocaba la parte trasera del cuello, pero ella insistió en la parte baja de la espalda.
-A ver… ¿puedo? – le pidió permiso para inspeccionar mejor la zona y, antes de que ella contestara, su amigo le había levantado ligeramente la parte baja de la camiseta – ¿Por aquí?
Pero ella le indicó, marcando con el dedo algo más abajo, la intención de hacerlo en una zona tapada por el pantalón.
-¡Guau! Eso puede ser espectacular – intervino Oriol con cierta picardía.
-Oye… – se giró ella para mirarlo, divertida, pero con cara de desaprobación al comentario.
-Bueno, ¿qué tal si la ayudamos a decidir? – le propuso Diego a Oriol.
-Perfecto – y le dedicó un repaso visual a su amiga.
Karen llevaba una camiseta fina de tirantes puesto que hacía un día tan bueno como el anterior y el clima húmedo invitaba a ello. Además se había puesto unos pantalones ajustados que marcaban perfectamente su perfecta silueta y, más evidentemente, su culo respingón. Oriol se dio cuenta de lo buena que estaba su amiga y se le escapó el comentario.
-Tía, estás muy buena…
Karen no se sorprendió. Aunque su amigo nunca se lo había dicho, ella no era tonta y sabía lo guapa que era. Eso, unido a la confianza que tenían los 4, hacía que no fuera de extrañar aquel comentario tras la repasada que le acababa de pegar su amigo con la vista. Le dio las gracias y no le dio mayor importancia hasta que se dio cuenta que Oriol le miraba el culo más de lo debido.
-¿Qué estás haciendo? – le dijo mientras se giraba con una sonrisa nerviosa pues aquello ya no era tan normal.
-Nada, nada – reaccionó como pudo – Me he quedado empanado con la mirada fija, pero no te estaba mirando el culo, ¡eh!
-Sí, claro… empanado… – y no pudo evitar reírse de la situación al ver a su amigo avergonzado.
Los 3 siguieron viendo dibujos para encontrar uno que hiciera que la chica se decidiera, pero Oriol no podía evitar echar un vistazo al trasero de su amiga siempre que podía de la forma más disimulada que lograba. Él siempre había sabido lo buena que estaba, pero al ser su amiga nunca la había visto con los ojos con los que la miraba ahora. No sabía por qué y no podía evitarlo. Se había puesto cachondo.
-Mira, Karen, a ver si te gusta el que me he hecho yo – Y Diego le enseñó su tatuaje para ver si le ayudaba a decidirse.
Cuando ella se giró para verlo, Oriol se fijó en el pecho de su amiga. Al igual que con su culo, la fina camiseta hacía que apeteciera echar un vistazo a sus tetas.
Cuando por fin Karen encontró un dibujo que pareció gustarle quiso imaginar cómo le quedaría y nuevamente se llevó las manos a la parte baja de su espalda haciendo con ellas la silueta del grabado en el punto en el que deseaba tatuarse.
-Aquí es donde lo quiero – indicó – ¿Me quedará bien?
-Así es difícil imaginarlo… ¿podrías bajarte un poco el pantalón? – le propuso Diego.
A ella no pareció importarte y con un dedo se retiró ligeramente la tela mostrando su piel morena. Oriol no quitó ojo.
-¿Aquí? – le preguntó Diego mientras le acariciaba levemente la zona con un dedo y se reía mirando con complicidad a su amigo.
Ella se giro rápidamente y con una muesca de extrañeza y sonrisa le recriminó débilmente a Diego la caricia. Pero este hizo ver que era una broma gesticulando y sonriéndola. Y añadió:
-Vamos a hablar con el que me ha hecho el tatuaje que igual puede recomendarte algo.
Ambos lo siguieron.
-Hello, Matthew – saludó al tatuador que, al girarse y ver a Diego, le respondió:
-¿No te ha gustado el tatuaje?
A pesar de ser un idioma bastante usual en Durban a Diego le sorprendió oír hablar a Matthew en zulú, sobretodo porque durante el grabado habían utilizado el inglés. Sin embargo no le dio mayor importancia y pensó que era una buena forma de practicarlo puesto que ni mucho menos lo dominaba.
-No, no, no es eso… mira, es que mi amiga está pensando en hacerse un tatuaje pero no lo tiene muy claro…
El tatuador sudafricano era un hombre de raza negra de unos 40 años, alto, fuerte, con barba y rastas. Se quedó mirando a la chica y Oriol le pidió que se diera la vuelta para que Matthew pudiera verla bien. Karen accedió y el hombre, con rostro impasible, pudo echar un vistazo a la preciosa joven que requería sus servicios.
Cuando Karen estada de espaldas a Matthew, Diego aprovechó para indicarle la zona donde su amiga quería hacerse el tatuaje.
-Ella tiene en mente hacérselo aquí – le dijo mientras volvía a acariciarle con el dedo índice la zona por encima del pantalón. Karen se incomodó reaccionando rápido girándose con una sonrisa forzada para evitar las caricias de su amigo y las miradas del desconocido.
-¿Y ha pensado en alguno de los dibujos que tenemos?
-¿Qué dice? – le preguntó intranquila Karen a su amigo.
-Sorry, Matthew, can you speak English, please? – le pidió si podía hablar en inglés para que sus amigos pudieran entenderlo algo mejor.
-Lo siento, tío, yo no hablo Inglés – le sorprendió mientras le miraba fijamente a los ojos.
¡¿Qué?! ¿Era posible? Claramente le estaba mintiendo puesto que antes lo habían hablado. ¿Pero por qué lo hacía? No quiso discutir sobre ello ni alertar a sus amigos así que les mintió.
-Lo siento, chicos, dice que no me entiende.
-Pues vaya… – se resignó Karen.
Intentando no darle mayor importancia a lo surrealista de la situación, Diego le explicó, como pudo, los gustos que Karen le iba indicando advirtiendo lo poco convencida que estaba y el miedo que tenía a que la perforaran con la aguja.
Al oír esto, Matthew pensó en una posible alternativa y se la hizo saber a Diego.
-Karen, me dice Matthew que ya que te da un poco de reparo lo del tatuaje ha pensado en una cosa para la que, según él, – remarcó – tienes un cuerpo perfecto.
-¿Cómo? – soltó sorprendida – miedo me da…
Karen y Diego se miraron y se rieron, una por los nervios y otro por lo que el sudafricano le había propuesto.
-Dice que con esto del fútbol hay muchas chicas que se pintan el cuerpo con los colores de su equipo. Vaya, como lo que vimos anoche. Y dice que a ti te quedaría de puta madre.
-Te habrá pegado un buen repaso – intervino Ori y le sacó una carcajada a su amiga al mismo tiempo que sonreía a Matthew con un gesto de negativa a su propuesta.
-¿No? No cuesta mucho y queda muy bonito. No es para siempre como el tatuaje, pero tampoco duele – sonrió el negro.
En ese momento apareció Andrés al que acababan de terminarle el piercing de la oreja y la conversación se desvió hacia él y su nueva decoración corporal.
-Bueno, ¿te interesa el body paint o no? – interrumpió Matthew dirigiéndose a Karen directamente quien se quedó mirando a Diego esperando traducción.
-Pregunta si tienes algún piercing.
Y nada más soltar la mentira comprendió por qué Matthew no quería hablar inglés. Karen hizo justo lo que él esperaba. Se levantó ligeramente la camiseta y mostró el piercing de su ombligo entre los vítores jocosos de los machos que la rodeaban. El sudafricano no se cortó y le tocó el piercing con el dedo rozándole ligeramente parte de su vientre plano. Karen se bajó la camiseta disimulando su malestar mientras oía las palabras ininteligibles del africano.
-Dice que necesita ver la zona donde te quieres tatuar – le dijo Diego y Karen la mostró nuevamente girándose y señalando con las manos el lugar.
De nuevo el hombre no se cortó y le levantó la camiseta. Como ella no reaccionó le cogió el pantalón por la trabilla trasera y tiró hacia abajo para descubrir la zona que ella le había indicado. Karen no se lo esperaba y reaccionó rápidamente llevando su mano a la trabilla para llevar el pantalón a su lugar de origen mientras soltaba un quejido de desaprobación al tiempo que evitaba que se descubriera parte de su ropa interior.
-Dile que no hace falta mostrar más, – indicó molesta – que es aquí donde lo quiero y punto – y volvió a indicar con las manos la zona en cuestión.
Diego le hizo caso y se lo dijo a Matthew acariciando la zona de su amiga quien se sorprendió ante aquellas reiteradas tímidas caricias y, riéndose nerviosa, se giró para cortar por lo sano.
-Definitivamente creo que paso del tatuaje, no creo que vaya a atreverme al fin y al cabo – quiso cortar aquella extraña situación en la que se sentía devorada por las miradas y las leves caricias de sus amigos y el negro sudafricano.
-Sigo pensando que tal vez lo mejor sea la opción de la pintura. – insistió Matthew al ver las reticencias de la chica – Podríamos pintar esta zona – señaló los hombros y la zona entre el cuello y el pecho de Karen – que se suelen hacer las mujeres más pudorosas.
Mientras Diego traducía del zulú, Oriol notó como Karen se iba convenciendo poco a poco. Se fijó como en su rostro se iba perfilando la resignación al aceptar que aquel hombre tenía razón. Aunque le atraía la idea del tatuaje, Karen no tenía el valor suficiente para hacerse uno y el body painting podía ser una buena forma de sustituirlo puesto que ella misma había afirmado lo bonito que era. Sin embargo, ella jamás se atrevería a desnudar su cuerpo en público por mucha pintura que llevara encima así que pintarse una parte era sin duda una buena idea.
A pesar de estar casi convencida, Diego notó la cara de preocupación de su amiga, así que se inventó la traducción final:
-Dice que puedes confiar en él.
-¿En serio? ¿Puedo confiar en ti? – le preguntó directamente al negro suponiendo que intuiría lo que le decía. El hombre la miró con crudeza, serio como siempre, y no abrió la boca. A Karen le entró un escalofrío. Fue una extraña sensación, más placentera que molesta y se fijó por primera vez en el morbo que le producía aquel hombre tan atractivo por la mezcla entre varonil y macarra. ¿Dónde se ha visto un hombre con esa edad, rastas y con ese trabajo? Pensó que era una mezcla interesante. – Está bien, adelante – concluyó.
Matthew le indicó que se sentara en un taburete justo en frente de él. Ella le hizo caso y él comenzó a explicar cómo funcionaba lo del body painting para que Diego fuera traduciendo. Tras la explicación Matthew sacó un par de muestras, la camiseta de Suiza y la de España. Karen eligió la segunda.
-Con esta pintura el escudo queda sobre el pecho, pero lo que suelo hacer en estos casos es dibujarlo un poco más arriba – comentó gesticulando.
Y Diego tradujo:
-Dice que con esta pintura el escudo queda sobre el pecho así que tú verás.
-Pues que no me pinte el escudo. Con las franjas amarillas y el resto rojo ya es suficiente.
Diego, sin planearlo previamente, estaba maquinando la situación para ver si lograba que su amiga se pintara la camiseta completamente. Estaba convencido que no lo conseguiría, pero pensó que valía la pena intentarlo.
Una vez recibidas las instrucciones del traductor, Matthew se puso manos a la obra. Primero retiró con cuidado los tirantes de la camiseta de la chica y comenzó a lanzar pintura desde el escote de Karen hasta su cuello desviándose hacia los hombros.
Karen sintió frío al primer contacto con la pintura, pero cuando se acostumbró a aquella sensación se relajó. Únicamente la sacó de su letargo, pasados unos minutos, los gestos de Matthew.
-Deberías bajarte un poco la camiseta – soltó mientras gesticulaba con los brazos de arriba abajo imitando el gesto que estaba solicitando – si no quieres que te manche.
Karen no necesitaba traducción y, con una sonrisa intranquila, bajó un dedo su camiseta.
-¿Así?
-Perfecto.
-Un poco más – tradujo malintencionadamente Diego.
Karen, sin perder la sonrisa de intranquilidad, bajó un dedo más, lo justo para no mostrar el comienzo de su aureola.
-Ya no más – concluyó y se le escapó una risa nerviosa.
Matthew se lo tomó como una invitación y soltó un chorro de pintura sobre la parte descubierta de uno de los pechos. Karen reaccionó mirando a su dibujante con un claro gesto que demostraba su disconformidad, pero que se tornó rápidamente en aceptación resignada.
-¡No, si al final te vas a dibujar la camiseta entera! – espetó Oriol y Karen se rió liberando tensiones.
-Pues ya puestos no estaría mal… – bromeó más relajada.
-¿Y por qué no lo haces en serio? – le preguntó Oriol ajeno a las intenciones de Diego.
-Sí, claro, ¿quieres que me muera de vergüenza?
-Perdona, pero con el cuerpazo que tienes lo último que tienes que tener es vergüenza – la piropeó su amigo – Además es como si hicieras topless. Incluso menos vergonzoso porque la pintura te disimula un montón.
Karen pensó que en eso tenía razón, pero no dejaba de parecerle raro ir a un estadio de fútbol en topless pintada con los colores de su equipo y acompañada por 3 amigos en un país desconocido y tan alejado del suyo.
-Pero piensa que estamos en invierno, ¿quién sabe si luego refresca y no hace tan buen día como ayer? – comentó preocupada.
Diego creyó oportuno intervenir y le preguntó a Matthew por el clima de Durban.
-Tu amiga no tiene por qué preocuparse – le contestó intuyendo por dónde iban los tiros – Aquí tenemos un clima subtropical con temperaturas en torno a los 20 grados todo el año.
Diego sonrió mientras se lo explicaba a sus amigos.
-Entonces, ¿te bajas la camiseta? – y volvió a gesticular con las manos para hacerse completamente entendible.
Karen estaba indecisa. Le encantaría tener el valor para hacerlo. Sabía lo bien que le quedaría, pero temía sentirse ridícula, extraña, fuera de lugar sin camiseta alguna y pintada con los colores de la selección española. Además tendría que mostrar sus pechos delante de un desconocido para que este se los coloreara con el espray. Tampoco eso era muy halagüeño.
-Matthew te recuerda que puedes confiar en él, que no te va a tocar – le dijo Diego y ella miró al negro que ahora gesticulaba moviendo las manos hacia atrás como diciendo lo que Diego acababa de traducir. Por un brevísimo instante pensó que tampoco le importaría que aquellas grandes manos la tocaran lo justo.
-Está bien… – y con toda la picardía reflejada en su rostro se bajó la camiseta mostrado por primera vez a los allí presentes sus perfectos pechos.
Oriol no se podía creer lo que estaba viendo. Las tetas de su amiga eran si cabe mejor de lo que él se las había imaginado. Si ya estaba cachondo, esto no hacía más que calentarlo más.
Mientras el sudafricano manchaba el resto de los pechos, aureola y pezón incluido, de Karen, Andrés recordó las modelos que contempló la noche anterior en el hotel. Se imaginó a su amiga con la pintura finalizada y no supo encontrar un motivo que la hiciera desencajar entre aquellas 32 diosas. Tuvo una erección al instante.
Por su parte Diego pensó que había sido más fácil de lo que se imaginó en un principio. Al parecer su amiga aún podía sorprenderlo e iba a acompañarlos al partido con la camiseta de España pintada en su cuerpo desnudo. Acojonante.
Karen empezaba a tener mucho calor. Mientras Matthew le pintaba los hombros, Diego tuvo que recogerle el pelo para que no se le manchara y mientras lo hacía no dejó de regalarle alguna que otra caricia esporádica. No le hacía mucha gracia, pero su amigo era lo suficientemente sutil como para que recriminarle pareciera fuera de lugar. Por otro lado, cuando Matthew empezó a pintar las franjas amarillas se ayudó de un plástico que apoyaba sobre su cuerpo para no mezclar colores sobre su piel. Le pegó una buena sobada puesto que para apoyar el plástico sobre su cuerpo debía hacerlo con la mano. Cuando pintó la zona de los pechos se sintió algo incómoda pero igualmente no le pudo decir nada puesto que en ningún momento llegó a sobrepasarse ni hacer nada que no fuera necesario para poder pintarla.
-¿Queréis que lo dejemos a esta altura? – preguntó Matthew que había pintado un poco por debajo del pecho de Karen.
-Pregunta si podrías bajarte un poco más la camiseta – mintió Diego.
-Termina aquí – y Karen le indicó la altura a la que estaba la camiseta, a la altura del ombligo.
El pintor continuó su faena y fue Ori quién indicó que tendría que bajarse más la camiseta si no quería que se manchara. Antes de que Karen pudiera contestar, Diego ya la había rodeado con los brazos por detrás y había empezado a bajarle más la camiseta descubriendo nuevamente el piercing del ombligo de su amiga. A medida que Matthew bajaba más los chorros de pintura, Diego le bajaba más la camiseta a Karen hasta que quedó completamente enrollada a la altura de su cintura por encima de los pantalones. Karen, a pesar de su cara de circunstancias, no dijo nada.
Diego se quedó inmóvil a la espalda de su amiga rodeándola con los brazos y con las manos a la altura de su bajo vientre. Nuevamente con disimulo levantó su pulgar para acariciar el firme vientre de Karen que cada vez estaba más acalorada.
El sudafricano preguntó si Karen querría dibujarse también los pantalones gesticulando con claridad. No necesitó traducción y a Karen le entró la risa floja. Una mezcla de incredulidad, nerviosismo y diversión se apoderó de ella y más cuando sus amigos respaldaron la idea con alegría desmedida.
-¿¡Pero estáis locos!? Ni de coña – y se rió nuevamente.
-Pero si sería como… – mas un rotundo no de la chica cortó las intenciones de Oriol.
-Dice que te lo pienses – tradujo Diego una vez más.
-Dile que primero termine esto y luego ya veremos…
Karen parecía dejar una puerta abierta y los chicos lo celebraron jocosamente haciendo sonreír una vez más a su amiga.
Tras un rato de trabajo, finalmente pasó lo inevitable. Matthew apuró más de lo debido y manchó ligeramente el pantalón de Karen quién se sobresaltó increpando al negro y marcando con las manos a escasos centímetros por encima de los pantalones el lugar a partir del cual Matthew no debía bajar.
-Ha sido sin querer Karen. No te pongas así – intervino Oriol.
-¿Tienes una toalla? – le preguntó Diego al sudafricano que le indicó dónde había una.
Oriol fue a buscarla y Diego le propuso a Karen que la utilizara para no mancharse la ropa. Pero a ella no le hizo mucha gracia desnudarse y taparse únicamente con una toalla así que se levantó, se quitó definitivamente la camiseta y propuso bajarse los pantalones doblándolos un dedo para evitar manchárselos.
-No es suficiente – intervino Diego que ya parecía llevar la voz cantante y él mismo dio un pliegue más al pantalón dejando entrever la ropa interior de su amiga que se quejó débilmente, pero no hizo nada para evitarlo.
Matthew siguió a lo suyo bajando todo lo que pudo, mucho más de lo que Karen le había indicado y Diego siguió con las caricias cada vez más descaradas. Y justo Karen iba a soltarle un moco a su amigo cuando el sudafricano la descolocó con un gesto que hasta ahora había sido inexistente. Había sido sutil, pero mientras le repasaba uno de los pechos notó como la mano que sujetaba el plástico contra uno de sus senos se recreaba más de lo debido. Karen no supo cómo reaccionar, pues no sabía si quería o no repudiar aquellos magreos del africano. Se olvidó de su amigo y buscó con la mirada al negro para adivinar sus intenciones en la mirada. Pero Matthew seguía a lo suyo, aparentemente ignorándola. Sin embargo, ella ya empezaba a disfrutar cada una de las caricias del nativo, ya fueran intencionadas o no y un claro reflejo de ello eran sus pezones completamente tiesos que no pasaron inadvertidos para el resto.
-¿Y esto qué es? – le preguntó con gracia Oriol mientras le tocaba un pezón con su dedo índice.
-¡Eh! ¡eh! – le paró ella entre risas de sorpresa por el gesto de su amigo que parecía envalentonarse por primera vez. Pero él repitió el gesto imitando el ruido de un timbre como si su pezón de un botón se tratara.
Ella repitió la suave forma de recriminarle y le dijo que no se sobrepasara. Y se excusó jocosamente:
-Es que tengo frío… – pero nadie la creyó.
Matthew había terminado la base de la camiseta hasta la cintura cuando hicieron un parón. Karen aprovechó para mirarse en un espejo y se alegró de haberse aventurado a pintarse el cuerpo. Le quedaba realmente espectacular. No necesitó a nadie que se lo dijera. Se sintió realmente orgullosa de sí misma y de su cuerpo.
Andrés se maravilló al ver el cuerpo pintado de su amiga. Era demasiado excitante observar cómo la pintura reflejaba el contorno exacto de los prominentes pechos de Karen. Se sorprendió gratamente al pensar que tal vez ella ganaría el ficticio concurso a las 32 modelos de la noche anterior.
-¿Te gusta? – le preguntó Matthew cuando reanudaron el body painting.
-Pregunta si te has decidido – volvió a mentir Diego mientras Oriol la cogía del brazo y la acariciaba como tantas veces antes había hecho su amigo políglota. Ella retiró el brazo incómoda y contempló a Matthew quién la miró a la cara y sonrió por primera vez.
Karen sintió que se humedecía sólo con pensar en el negro hurgando por ahí abajo y pensó que no era lo que quería que pasara. Además, ¿con qué cara aceptaba la proposición delante de sus amigos cuando en ningún caso tenía intención de ir al estadio con la parte de abajo pintada? Era una locura.
-Confío en ti, eh… – le dijo al sudafricano señalándolo – pero únicamente me voy a pintar hasta aquí – y empezó a desabrocharse el pantalón mientras Diego traducía al zulú.
Andrés estaba a punto de correrse sin tocarse mientras veía a su amiga bajarse los pantalones unos centímetros hasta dejar asomar claramente su diminuto tanga. El pantalón aún tapaba el pubis de su amiga, pero por detrás se podía vislumbrar el comienzo de la raja de su culo.
Matthew comenzó a explicar los siguientes pasos mientras Diego, incansable, le seguía traduciendo.
-Tendrás que bajarte un poco el tanga – indicó Diego haciendo ver que eran las indicaciones del artista.
-¿Así? – preguntó conscientemente de forma ingenua Karen mientras bajaba los costados de su braga hasta la altura del pantalón y este un poco más hasta que asomó el monte de Venus de la chica, tapado perfectamente por la fina tela del tanga.
Mientras reanudaba la faena, Matthew propuso una nueva inventiva:
-Si no quiere quedarse desnuda lo que podemos hacer es pintar sobre el tanga. Visualmente es casi lo mismo, pero ella se sentirá mucho más cómoda.
Diego se lo hizo saber a su amiga y, mientras ella ponía cara de circunstancias, él mismo tomó la decisión y se aventuró a agarrarle el pantalón y deslizarlo hacia abajo lentamente sin oposición alguna hasta descubrir completamente el tanga de Karen.
Oriol se fijó en el culo respingón de su amiga como lo había hecho durante todo el rato, pero estaba vez lo pudo disfrutar sin ropa y se pudo recrear viendo el leve bulto que parecía esconder la parte delantera de la diminuta tela que únicamente conservaba Karen. No se pudo resistir y le palpó una nalga con temor a que ella se enfadara, pero simplemente le recriminó la acción tras unos segundos en los que la pudo sobar a conciencia.
Karen quiso echar un vistazo general, controlar la situación, ver dónde estaban cada uno de los chicos y se fijó en Andrés que era el menos activo de sus amigos. Estaba algo alejado, parecía asustado, con la cara pálida, y Karen pensó que debía estar pasándolo mal de lo excitado que debía estar. Para que se relajara un poco le bromeó:
-Andrés, a ver qué haces que te estoy vigilando… Y tú controla tus instintos – le dijo a Oriol mientras Diego le quitaba los pantalones definitivamente.
El sudafricano parecía más animado y se la atrajo hacia sí agarrándola de los cachetes. Ella no quiso que su actitud cambiara así que le advirtió:
-Tú, a pintar – mientras que le hacía el gesto para que la entendiera sin necesidad de traducción.
Al reanudar el trabajo Matthew agarró el lateral del tanga de Karen para bajarlo un poco más y ella se lo recriminó asustada al desconocer las intenciones del hombre.
-Karen, ¿por qué no te tapas con la toalla? Te va a tapar más que el tanga y a él le molestará menos – le sugirió Oriol.
Karen estaba descolocada. La inusual actitud de sus amigos, los magreos del nativo sudafricano, su propia actitud más atrevida que de costumbre… todo se juntaba y no la dejaba pensar con claridad. Concluyó que la propuesta de Oriol era una buena idea sin darse cuenta de que se iba a quitar la única prenda que le quedaba y sobre la que Matthew iba a pintar los pantalones de la selección española. Cogió la toalla y se tapó con ella para quitarse el tanga en un gesto típicamente playero.
Oriol estuvo rápido pidiéndole las braguitas a su amiga. Ella alargó su mano para entregárselas pero se detuvo a medio camino con cara de picardía esperando la súplica de su amigo que no tardó en llegar. Ella se rió y por fin le entregó la tela.
Con la toalla alrededor de su cintura, sujetándola con las manos uniendo los extremos a la altura de su pubis, continuó la sesión de body painting.
La toalla fue resbalándose poco a poco por la parte trasera y comenzó a mostrar la raja de su culo que no pasó inadvertida para sus amigos que empezaron a bromear. Ella sonreía forzosamente y Oriol le dijo que no se mosqueara, que era una broma mientras le acariciaba la mejilla en un claro gesto de indulgencia que ella pareció aceptar.
Matthew estaba bajando todo lo que Karen le permitía y uno de los chorros de pintura llegó a una zona más baja de lo que ella se esperaba.
-¡Guau! – se sorprendió mientras se reía incontroladamente.
El artista se alejó rápidamente de la zona para evitar una mala reacción por parte de la chica que había dejado de reír y su rostro reflejaba resignación. Parecía estar al borde de un ataque, a punto de explotar y detener la situación definitivamente.
-Va, Karen, no te hagas la fina ahora… – arriesgó Ori.
Ella se enfadó:
-¿Qué estás insinuando? Tío, ¡es bastante incómodo estar prácticamente desnuda delante de vosotros y este tío al que no conozco de nada mientras me llena el cuerpo de pintura!
-Va… no te enfades… – le bromeó Oriol mientras le acariciaba la parte baja de la espalda completamente envalentonado.
Con el arrebato a Karen parecía olvidársele el mantener sus manos a la altura adecuada y parecía invitar al artista a llegar más abajo si cabe. Matthew lo aprovechó pintando justo donde empezaba la raja de la chica. Sin decir nada, llevó uno de sus grandes y fuertes dedos hasta el cruce de manos que sujetaban la toalla para indicar que las bajara ligeramente. Karen no supo oponer demasiada resistencia y aflojó ligeramente dejando ver a su pintor el clítoris, que recibió un fuerte chorro de pintura.
Karen reaccionó contrayendo su cuerpo y las sensaciones que le provocó resultaron en un grito de advertencia seguido de unas risas temblorosas. Cuando recuperó la compostura volvió a la situación anterior, mostrando accesible parte de su coño. Matthew siguió pintando por los laterales del mismo hasta que volvió a apuntar al clítoris de la chica soltándole un nuevo chorro que ella ahora sí se esperaba. Su cuerpo volvió a convulsionarse, pero esta vez el grito se intercambió por un leve gemido.
-¡Eeeeehhhh! – bramó Oriol sarcásticamente masajeándole la espalda.
Ella le recriminó su gesto con cara de circunstancias. Su rostro decía claramente ¡cómo me estoy calentando!
Matthew quiso utilizar el mismo plástico que había utilizado todo el rato por aquella zona pero era demasiado grande como para usarlo con la toalla tapando gran parte del lugar.
-Podrías quitarte ya la toalla… – continuó con suspicacia Oriol y ella le hizo caso pensando que realmente ya no servía de mucho.
Diego, que estaba a la espalda de su amiga, se sorprendió nuevamente. Si ya le pareció un logro que su amiga se pintara la camiseta mostrando sus pechos al descubierto, le pareció un auténtico hito que ahora estuviera completamente desnuda y claramente cachonda delante de Andrés, Oriol, él mismo y aquel nativo.
Matthew acarició los fornidos muslos de la chica y se acercó a su sexo con plástico en mano. Para que pudiera trabajar más cómodamente, Karen se agachó ligeramente abriendo levemente las piernas. El sudafricano llevó sus manos al lugar que ahora se mostraba más fácilmente accesible y con uno de los dedos de la mano que sujetaba el plástico palpó el coño de su clienta. Karen le recriminó entre risas, pero no hizo ningún gesto de reproche con lo que el negro no se pudo dar por aludido y continuó con su trabajo.
Matthew pidió a Karen que abriera más las piernas gesticulando con las manos. Ella seguía de pie y la posición no es que fuera muy cómoda con lo que se giró buscando el taburete en el que ahora estaba Diego quién le dijo:
-Ven, siéntate aquí encima de mí.
Karen no se lo podía creer. Era lógico que sus amigos se hubieran calentado con la situación, pero parecían dispuestos a hacer cualquier cosa con ella. No parecían respetar mucho el código de la amistad si es que eso existe.
-Bueno, pero vigila a ver si voy a notar algo demasiado duro… – le contestó completamente desatada sentándose sobre su amigo abriendo las piernas todo lo que pudo. Así, Matthew tuvo pleno acceso a la zona y se dedicó a pintarla ahora con plena libertad: clítoris, labios vaginales…
Karen giró el rostro hacia atrás y sin decir nada sonrió pícaramente a su amigo. Estaba notando cómo la polla de Diego se hinchaba bajo su culo. Él se rió nervioso y Oriol, que se percató de la situación, bromeó para que los 3 acabaran entre risas.
Cuando Matthew terminó la parte delantera solicitó continuar con la parte trasera de Karen. Ella se separó de su amigo y se giró quedándose cara a cara con Diego y dándole la espalda al artista sudafricano que empezó a pintar el trasero de la chica. El hombre solicitó la ayuda de Diego que gustosamente agarró las nalgas de su amiga para separarlas y que el negro tuviera mejor acceso para pintar. Karen ya no se quejaba de nada.
Cuando finalmente el artista terminó su obra era la hora de marchar al partido. Karen le agradeció a Matthew abrazándolo efusivamente dejando que el hombretón sintiera sus pechos y su calor. El negro aprovechó para sobarle nuevamente el culo y demostrar a las claras, por primera vez, que todos los magreos habían sido intencionados.
Cuando los 4 amigos se marchaban hacia el estadio a Karen le entraron las dudas.
-Oye, chicos, creo que no debo ir así al estadio.
A ninguno de los 3 les pareció una idea descabellada. Vale que la cosa había estado divertida y que había sido todo muy excitante, pero realmente habían los acontecimientos los que había llevado las cosas a esa situación. Si no hubiera sido por el morbo de las circunstancias ella jamás se habría dejado hacer aquello ni mucho menos para luego salir así a la calle rodeada de 70000 personas.
-¿Y qué hacemos? – preguntó nervioso Andrés que para nada quería perderse el partido.
-Id vosotros, a mí no me importa.
-¿Estás segura? Vas a perder la entrada… – insistió Oriol.
-Estoy segura, de verdad, tranquilo, no me importa. Así igual hasta podemos sacarnos una pasta con la reventa – sonrió.
-¿No quieres que me quede para traducirte? – propuso finalmente Diego.
-Tranquilo, creo que nos entendemos bastante bien – sonrió pícaramente.
Antes de marcharse los 3 amigos, Diego se despidió de Matthew:
-Tío, ya tienes lo que querías. Espero que después del partido me invites a alguna cosilla…
-I’ll remember – le indicó, nuevamente en perfecto inglés, que lo tendría en cuenta mientras le sonreía.
¡Qué cabrón! pensó el amigo políglota mientras se marchaba con sus 2 amigos a ver el partido que estaba a punto de comenzar.
Matthew cerró el local que ya estaba completamente vacío debido al inminente partido y se acercó a Karen a quién comenzó a sobar esta vez sin excusas artificiales de por medio ni miradas molestas de terceras personas. Pasó sus manos por los costados de la chica subiendo hasta llegar a sus pechos que los sintió ahora sí directamente.
Karen se refregaba contra el musculoso cuerpo del negro deseosa de satisfacer la calentura que tanta caricia le había provocado. Levantó la camiseta del hombre y se sorprendió al notar las durísimas abdominales que escondía. Karen cogió la mano del sudafricano y la guió hacia su sexo mientras abría las piernas invitándolo a acceder a su interior.
Tras magrearla a conciencia como ella le había hecho saber que deseaba. La chica se giró dándole la espalda y acercó su culo respingón hacia el paquete sudafricano. Ella pudo notar por primera vez el enorme bulto que el negro guardaba entre las piernas y que nada tenía que ver con lo que Diego le había hecho notar poco antes. Aquello pareció calentarla más si cabe y se agachó dispuesta a descubrir el tesoro africano.
Karen desabrochó el cinturón del pantalón de Matthew y cuando le había abierto la bragueta tiró del pantalón hacia abajo con brusquedad dejando al hombre en calzoncillos. Karen se acercó y comenzó a lamer el negro pubis del africano mientras descendía lentamente su última prenda. Poco a poco fue apareciendo el enorme pene que ella fue recorriendo con la lengua hasta llegar a su glande que se introdujo en la boca. Agarró los 20 flácidos centímetros y comenzó a masturbarlo sin dejar de chupársela.
Cuando la polla de Matthew alcanzó los 25 centímetros en completa erección, Karen se levantó separándose de él para acercarse al taburete. Al hacerlo se llevó la mano a la entrepierna para comprobar que ya estaba completamente lubricada, ansiosa por que el negro la reventara. Se sentó abriendo las piernas y masturbándose esperando a su semental.
Matthew observó el coño de su amante y cómo había perdido prácticamente toda la pintura debido a los flujos vaginales que Karen emanaba abundantemente y a las reiteradas caricias que se había llevado aquella zona.
-¿Cuánto hace que no te follan como es debido? – le preguntó Matthew sabiendo que no le entendería. Pero a Karen oírle hablar en zulú parecía excitarla más aún. Le añadía un punto exótico más, que ya de por sí lo era bastante.
Karen ya estaba gimiendo masturbándose con esmero con su dedo índice cuando Matthew acercó su pollón hacia la raja de la joven. Se había puesto un condón y Karen lo agradeció a pesar de no haber pensado en ello hasta ese momento. El negro le introdujo la polla y Karen sintió desvanecerse al notar por fin que su cuerpo recibía lo que tanto necesitaba. Se agarró al ancho cuello del nativo y disfrutó hasta del dolor que aquella enorme polla le ocasionaba cada vez que le llegaba hasta el fondo de su vagina. Karen se llevó una mano a su clítoris para masturbarse mientras se la follaban para acabar alcanzando el orgasmo que más recordaría durante mucho tiempo.
Tras esto, Matthew se separó de ella y se tumbó en el suelo dejando desafiante su polla erecta totalmente tiesa mirando al techo del local. Karen no necesitó preguntar. Se puso a horcajadas sobre el negro pasando una pierna por encima de él y bajó para clavarse en el coño aquella estaca negra. Cuando dejó caer todo su peso y sintió el glande golpeando su pared interna creyó sentir rayos de dolor. Sin embargo, tras ellos sintió el placer del roce provocado por el vaivén que el artista, ahora del sexo, había comenzado.
Cuando el rostro de Matthew comenzó a marcar la inminente corrida, Karen se separó de él, que se levantó enérgicamente. Aunque no hablaran el mismo idioma parecían entenderse a las mil maravillas. Mientras el hombre comenzó a masturbarse, la mujer, arrodillada, acercó la boca al grifo de leche. Sacó la lengua y comenzó a dar lametazos esporádicos al glande del africano mientras este no paraba de meneársela.
Matthew no tardó en correrse. El primer chorro de pintura blanca alcanzó una mejilla de Karen, el siguiente le manchó la otra parte de la cara y el tercero fue a parar a la receptiva lengua de la chica. Aún soltó un par de manantiales más que acabaron por pintarle el resto de la cara. Los últimos brotes de semen que soltó, ya con menor intensidad, se encargó de recogerlos Karen con la lengua. Finalmente acabó introduciéndose la verga en la boca intentando tragarse todo lo que pudo. Agarró la polla con la mano y se la mamó nuevamente para acabar de devolverle todo el placer que Matthew le había regalado.
Aún con la camiseta y el pantalón pintados sobre su cuerpo, Matthew acababa de pintarle toda la cara. El africano no pudo evitar reírse de lo cómico de la eventualidad y le soltó:
-You’re beautiful.
¡¿Cómo?! ¿El tío sabía inglés? Pensó que bien era posible que hubiera sido una estratagema para conseguir lo que al final había pasado. Aunque también pensó que podía saber frases sueltas como aquella, que seguramente le vendrían muy bien para su negocio… Pensó en averiguarlo, pero su nivel de inglés no era lo suficientemente bueno como para ni siquiera intentarlo y casi prefirió no saber la verdad.
Al poco rato, tras terminar de arreglarse, aparecieron los amigos de Karen. Malas noticias, España había perdido en su debut contra Suiza. Menuda decepción, pero las decepciones con un buen polvo se ven de otra manera, pensó Karen.
Tras despedirse del afortunado sudafricano, los 4 amigos se dirigieron hacia el hotel para preparar todo para su regreso a España al día siguiente.
Ninguno habló sobre los acontecimientos, pero todos le dieron vueltas sobre lo sucedido.
Andrés se maldijo por lo ocurrido. Si bien había disfrutado ante la fascinante visión de su amiga desnuda con el cuerpo pintado, tenía la sensación de haber quedado como un idiota al no saber reaccionar ante aquella situación. Y para colmo, España había perdido. Aquel debía ser su viaje, había sido su sueño durante muchos años y todo parecía haberse ido al traste.
Oriol pensó que debió quedarse con Karen y haber pasado del partido. Seguramente ahora volvería a España con un polvo con su amiga, algo que estaba convencido habría conseguido al igual que el maldito negro.
Por su parte, a Diego no le entraba en la cabeza que su amiga se hubiera acostado con el decorador de cuerpos. Si ya le pareció difícil que Karen hiciera lo que había hecho antes de que se marcharan al partido, más le costaba imaginar lo que pasó luego. Karen no era así.
Efectivamente Karen no era así. Aún no se creía cómo se había desinhibo de aquella manera. Y lo peor de todo es no saber cómo iba a afectar todo aquello a su relación con sus 3 amigos. Aunque no se arrepentía del magnífico polvo que se llevaba de recuerdo, le gustaría borrar parte de los acontecimientos vividos, más concretamente los que tenía relación con Andrés, Oriol y Diego.
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR
Y NO OS OLVIDEIS DE VISITAR SU BLOG
http://doctorbpblog.blogspot.com.es/
↧
↧
Relato erótico: “Hércules. Capítulo 6. Akanke.” (POR ALEX BLAME)
Unos latidos débiles y apresurados le dieron un hilo de esperanza. Apartando el pelo negro de la cara magullada de la joven, sujetó su nuca, le abrió la boca y pegó sus labios a los de ella para insuflarle aire. Una, dos, tres veces, comprobando a cada instante que el corazón seguía latiendo.
Finalmente la joven reaccionó. Hércules la puso de lado, dejando que vomitara el agua que había tragado hasta que sus pulmones solo contuvieron aire.
La desconocida soltó un gemido ronco y trató de abrir el ojo que no tenía totalmente cerrado por la hinchazón.
—¿Cómo te encuentras? —dijo Hércules cogiendo el móvil para llamar al 112.
—No, por favor. —susurro la joven con un fuerte acento subsahariano— No llame a nadie… Me matarán…
Hércules iba a preguntarle de que demonios hablaba, pero la joven se había vuelto a desmayar. Se quedó allí mirándola con cara de tonto, sin saber qué hacer. Finalmente se inclinó sobre ella para examinarla y buscar una identificación.
Por toda indumentaria llevaba una escueta minifalda que apenas ocultaba un tanga blanco transparente y un corsé blanco salpicado de sangre. La cacheó con timidez, pero no encontró nada y tampoco en los gastados zapatos de tacón que calzaba. Tenía toda la pinta de ser una prostituta con la que un cliente se había pasado tres pueblos.
Pensó llamar a emergencias de todas maneras, pero el rostro hinchado y el cuerpo maltratado de la joven hacían que pareciese tan débil en indefensa que no pudo evitar compadecerse de ella.
Después de asegurarse de que no había nadie en los alrededores, envolvió a la joven con la chaqueta de su chándal y la llevó en brazos con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente era fin de semana y pudo llegar casi hasta su casa sin cruzarse con nadie. Cuando llegó a calles más transitadas la depositó en el suelo y cogiéndola por la cintura le puso la capucha del chándal para que no se viese su cara magullada y la llevó medio en volandas como si fuese una chica que se había pasado con las copas la noche anterior.
En cuanto entró en su piso la llevó directamente al baño. Con cuidado le quitó la poca ropa que tenía. La joven tenía la piel de gallina y estaba tiritando semiinconsciente. Tenía un cuerpo bonito, esbelto y bien proporcionado con un culo redondo y musculoso y unas tetas bastante grandes con los pezones pequeños y negros como el carbón. Examinó su cuerpo y encontró un buen numero de golpes, escoriaciones y moratones, pero no parecía tener heridas graves ni ningún hueso roto.
Lo que peor pinta tenía era la cara; parecía que alguien se había ensañado con ella a conciencia. Tenía un ojo terriblemente hinchado y el otro casi cerrado. Uno de sus gruesos labios estaban partidos y de la nariz bajaba un pequeño reguero de sangre seca. Dejó a la joven envuelta en toallas mientras preparaba un baño de agua tibia. Añadió unas sales e introdujo a la joven poco a poco en él.
El calor del agua surtió efecto rápidamente y la joven se despertó desorientada.
—No, por favor. No me pegue más. —dijo aterrada retrocediendo hasta topar con el borde de la bañera.
—Tranquila. Estás a salvo. Nadie te va a hacer daño. —dijo Hércules intentado tranquilizarla.
Con suavidad apoyó la mano en el hombro de la joven y la invitó a introducirse en el agua caliente. La mujer suspiró y se dejó hacer mansamente.
—Soy Hércules, te encontré en el río, y te he traído a mi casa. Aquí estas a salvo. ¿Cómo te llamas?
—Yo, me llamo, mi nombre… Akanke, me llamo Akanke. —respondió la prostituta como si hiciese mucho tiempo que nadie la llamaba así.
—Es un nombre muy bonito. —dijo Hércules cogiendo una esponja y gel de baño y ofreciéndoselos a la joven.
Akanke cogió la esponja, pero sus manos le temblaban y apenas podía sostenerla víctima del dolor y la extenuación. Hércules se la quitó de las manos con delicadeza y puso una dosis de gel. Acercando la esponja con lentitud, la aplicó con suavidad al rostro borrando con toda el cuidado de que era capaz los rastros de sangre de la nariz y de los arañazos de su rostro.
La joven apretó los dientes y aguantó el escozor que le producía el gel en las heridas sin moverse, dejando hacer a Hércules que aprovechó para observar la frente lisa, las cejas finas y arqueadas las pestañas largas y rizadas y los ojos grandes y negros a pesar de la fuerte hinchazón. Su nariz era pequeña y ancha aunque no demasiado y sus labios gruesos e invitadores. Apartó la espuma de la nariz hacia los pómulos oscuros y tersos. En condiciones normales debía ser una joven muy hermosa…
Akanke suspiró y trató de sonreír. Hércules bajó la esponja y recorrió su cuello restregándolo con suavidad admirando su delgadez y su longitud. Repentinamente se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Cogió aire profundamente y recorrió los hombros y las clavículas. Akanke dio un respingo al sentir la esponja en un verdugón especialmente grande que tenía en el hombro derecho. Se disculpó con timidez y escurrió la esponja evitando rozarlo de nuevo.
La mujer se arrodilló sin que se lo pidiese dejando todo el cuerpo por encima de su cintura fuera del agua. Su piel brillaba como una perla negra y sus pechos grandes y redondos con unos pezones pequeños y aun más negros le atraparon.
Bajó la esponja y recorrió sus clavículas de nuevo antes de rodear los pechos y acariciar el vientre, los costados y la espalda con la esponja. Cuando se atrevió a recorrer los pechos con la esponja los pezones se contrajeron inmediatamente y Akanke suspiró ahogadamente.
Controlando los bajos instintos que pugnaban por salir, siguió frotando los pechos de la joven hasta que con evidentes muestras de dolor y apoyándose en los hombros de Hércules se levantó. Hércules, concentrado en su tarea, siguió enjabonando aquel cuerpo digno del de una diosa, de piernas largas, muslos potentes y culo portentoso negro y brillante como el de una pantera, procurando concentrarse en su tarea.
Cuando Hércules terminó, la joven volvió a dejarse caer en el agua hasta que solo asomó la cabeza en medio de aquel torbellino espumoso. Hércules cogió un poco de champú e intentó lavarle el pelo, pero la postura era un poco incomoda. Akanke se dio cuenta y mirándole adelantó su cuerpo dejando un hueco detrás.
Hércules no se hizo de rogar. Se desnudó y se colocó detrás de la joven, pasando las piernas por los lados de su cuerpo y envolviéndola así con su corpulencia. Akanke echó el pelo hacia atrás. Tenía una melena larga, lacia, de color negro brillante. Hércules la cogió con ternura y la restregó haciendo abundante espuma y deshaciendo los pegotes de sangre y cieno procedente del río. Restregó el cuero cabelludo con suavidad sintiendo la espalda de la joven pegada contra la parte delantera de su cuerpo. Aclaró el pelo con agua limpia y sin saber muy bien que hacer la abrazó con suavidad.
La joven no aguantó más y comenzó a gemir suavemente acurrucándose contra el cuerpo de Hércules, dejando que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas mientras Hércules la acogía con su cuerpo y la rodeaba con sus brazos estrechamente…
***
Akanke se sentía totalmente superada por los acontecimientos. Había pasado de recibir una paliza de muerte y estar a punto de morir ahogada por intentar cobrar un servicio a estar en una bañera de agua tibia abrazada protectoramente por un hombre fuerte y atractivo.
Hubiese querido quedarse allí sumergida para siempre, arrebujada en los brazos de aquel generoso desconocido, pero el agua terminó por enfriarse y el hombre se levantó y la ayudó a salir del agua con suavidad.
Estaba tan débil y dolorida que se hubiese caído de no haber sido porque el hombre la sujetó por la cintura. El miembro de Hércules golpeó involuntariamente contra su culo. El hombre turbado se apartó fingiendo buscar una toalla.
Mientras tanto, ella se mantuvo a duras penas en pie, con las manos apoyadas en el lavabo y temblando de frío de nuevo. El hombre se acercó con una toalla. Con extrema delicadeza enjugó todo rastro de humedad de su cuerpo. Acostumbrada a las estropajosas y mugrientas toallas del piso donde dormía, aquella toalla le produjo un placer casi sexual que le hizo olvidar el dolor que atenazaba su cuerpo.
Con el único ojo que podía entreabrir observó la expresión de aquel hombre grande y corpulento concentrado en secar con delicadeza las zonas más magulladas. El ceño fruncido, los grandes azules entrecerrados y los labios torcidos. Sintió la tentación de besarlos y se contuvo conformándose con la increíble sensación de sentirse humana de nuevo.
Cuando el hombre terminó la tarea, cogió otra toalla más pequeña y con ella arrebujó su melena haciendo un turbante con una habilidad que no creía posible en un hombre.
—Tengo dos madres. —dijo Hércules al ver la mirada de extrañeza de la joven.
Con una sonrisa tranquilizadora abrió el botiquín de donde sacó Vetadine, unas gasas y Trombocid y lo aplicó en todas sus heridas. Por último cogió dos antiinflamatorios y un vaso de agua y se los ofreció a Akanke que los tomó con un largo trago.
Hasta que Hércules no le envolvió el cuerpo con un grueso albornoz no se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda, lo mismo que él. El hombre la cogió por la cintura e intentó ayudarle a caminar, pero Akanke, agotada, trastabillo y estuvo a punto de caer. Con un gesto protector él la cogió en brazos. Akanke recostó la cabeza en el amplio y musculoso pecho y se dejó llevar sin pensar, solo concentrada en absorber el calor y la bondad que irradiaba aquel desconocido.
Creía que ya no le quedaban lágrimas, pero un par de ellas escaparon del ojo cerrado. Eran lágrimas de agradecimiento. El hombre la depositó en una cama sobre el colchón más cómodo que había tenido nunca bajo su cuerpo y la cubrió con un pesado edredón.
Antes de que pudiese agradecerle nada desapareció por la puerta. Volvió un par de minutos después vistiendo unos bóxers con una taza de cacao caliente. La ayudó a incorporarse mientras bebía el chocolate. El bebedizo, junto con el albornoz y el edredón consiguieron que su cuerpo estuviese ardiendo en cuestión de minutos.
Cuando se cercioró de que Akanke estaba cómoda se aproximó a la ventana. Fuera el sol ya estaba alto e inundaba la calle de una luz intensa. Bajó la persiana hasta dejar la habitación en penumbra y se dirigió a la puerta para dejar dormir a la joven.
—No, por favor. No te vayas. Quédate conmigo… Por favor.
Hércules sonrió y se tumbó a su lado, encima del Edredón. El pesado brazo del hombre descansaba sobre uno de sus dolorosos moratones, pero Akanke no dijo nada y sonrió en la oscuridad. Durmió doce horas seguidas sin pesadillas por primera vez en mucho tiempo.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO SEXO ORAL
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es
↧
Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 7. De Compras.” (POR ALEX BLAME)
Los días fueron pasando rápidamente y el color de los moratones también. La joven fue recuperándose poco a poco y menos de una semana después ya parecía totalmente recuperada. Incluso había recuperado algunos kilos extra que hacían sus curvas aun más atractivas.
Hércules se las había arreglado para cuidar de la joven, ir a clase y no perderse demasiados entrenamientos El piso de Hércules era el antiguo piso de estudiante de su abuelo, así que no tenía que compartirlo con nadie y no tuvo necesidad de dar explicaciones. Cuando llegaba, la joven le estaba esperando con un aire entre ansioso y agradecido. Hacia la cena con lo que encontraba en casa o lo que había comprado él y cenaban los dos en la cocina, sin interrupciones, disfrutando de la presencia del otro.
Con el paso de los días Hércules había pasado de sentir lástima por la joven a sentir una irresistible atracción por aquella mujer dulce e increíblemente hermosa. Todavía no podía entender como alguien pudo darle aquella paliza tan horrorosa. Cada vez que lo pensaba la sangre le hervía y sentía la tentación de salir ahí fuera y matar a esos canallas. De haber sabido su identidad dudaba de que pudiese haberse contenido.
Cuando la cena terminó, ambos se acostaron en la vieja cama de su abuelo, ella bajo el acogedor edredón y él encima, abrazándola castamente. Desde el baño no habían vuelto a verse desnudos y pese a que la necesidad de poseer a la mujer era casi física, no se atrevía siquiera a proponer sexo a una mujer que había sufrido tantas vejaciones.
El sábado amaneció frío pero radiante. Ese fin de semana no había partido así que se quedó hasta tarde en la cama. A eso de las diez se levantaron y se prepararon un buen desayuno.
—Creo que es hora de salir a dar un paseo ahí fuera. —dijo Hércules observando como la cara de la joven apenas mostraba rastros de la brutal paliza.
—Yo, no… No creo que pueda. —tartamudeó la joven— Me estarán buscando… No quiero.
—Tranquila. —dijo Hércules abrazándola— Estás conmigo. Conmigo estás segura.
—No los conoces son una gente terrible…
—Tampoco ellos me conocen a mí. —replicó él seguro de sí mismo— Además esta ciudad es muy grande y donde pienso llevarte no creo que te los encuentres.
Ella intentó resistirse, pero él la mandó a vestirse con un tono que no admitía replica. En poco minutos salió vestida con un par de prendas que le había comprado Hércules en un mercadillo. A pesar de que no conjuntaban y ni siquiera eran su talla a él le pareció que estaba preciosa. La joven se dio cuenta de la mirada de Hércules y sonrió tímidamente.
Cuando salió por la puerta, Akanke miró a uno y otro lado como si esperase que unos energúmenos apareciesen por la esquina para llevársela. Hércules la cogió por los hombros para darle un poco de confianza y la ayudó a subir al coche.
En menos de veinte minutos estaban en el centro. Natalia ya les estaba esperando impecablemente vestida y con ese aire de seguridad y eficiencia que desprenden todos los asesores de imagen. Natalia era una vieja amiga de su madre y una de las mejores personal shopper de la ciudad. En cuanto vio a la joven se mostró admirada de su belleza y horrorizada con su vestimenta.
Durante las siguientes tres horas Akanke estuvo probando y comprándose ropa siguiendo los consejos de la mujer mientras Hércules se limitaba a pasear por las tiendas con aire ausente. Poco a poco Akanke empezó a sentirse segura y hasta disfrutó del día de compras. Cada vez que Hércules sacaba la tarjeta, la joven decía que no necesitaba tanta ropa y que se sentía un poco avergonzada, pero él insistía y hacía señas a Natalia para que se la llevara mientras el cargaba con las bolsas. Aquella ropa no compensaría sus sufrimientos, pero si conseguía que Akanke se olvidara de ellos, al menos por unos segundos, el dinero estaría bien empleado.
Cuando terminaron eran casi las dos de la tarde y Akanke, a pesar de haberlo pasado muy bien, daba muestras de cansancio. Tomaron un café cerca de la última tienda dónde habían estado y se despidieron de Natalia. De camino a casa, con el maletero hasta arriba de ropa, Akanke aunque agotada, seguía mirando hacia atrás acosada por los fantasmas de su pasado. Hércules no le dio importancia y pensó que con el tiempo se sentiría más confiada y el hábito terminaría por desaparecer.
Cuando finalmente llegaron a casa hasta Hércules se sentía agotado. Encargaron un poco de comida por teléfono, comieron sopa de marisco y alitas de pollo y se tumbaron en el sofá.
Se despertaron con el sol ya bajo en el horizonte. La habitación estaba en penumbra y la televisión funcionaba con el volumen al mínimo. Tras desperezarse Akanke le dijo que esperase en el sofá que iba a ponerse uno de los conjuntos que había comprado para que lo viese.
Hércules esperaba sentado en un viejo sofá de orejas que apareciese con alguno de los espectaculares vestidos que había comprado, pero la joven apareció llevando únicamente un sujetador, un escueto tanga de seda blanca y unas sandalias de tacón plateadas.
—Akanke, de veras que no hace falta…
—Calla —dijo ella poniéndole el dedo en los labios y arrodillándose frente a él— Es la primera vez que voy a hacer esto en mi vida por gusto y no porque este obligada o por dinero.
Hércules intentó negarse de nuevo, pero la generosa porción de los pechos de Akanke que le permitía ver el sujetador acabaron con su voluntad y dejó que la joven le recorriese la entrepierna con unas manos de dedos largos, finos y suaves.
Su polla reaccionó casi inmediatamente poniéndose dura como el acero. La joven sonrió y abrió los pantalones liberando el miembro de Hércules de la prisión de sus calzoncillos. Con lentitud fue bajando los pantalones y la ropa interior, besando y mordisqueando las piernas de Hércules, hasta que dejarlos enrollados en torno a sus tobillos.
Akanke posó sus manos largas y finas sobre los reposabrazos del sofá y se fue incorporando lentamente hasta que sus labios gruesos y seductores tropezaron con los huevos de Hércules haciendo que este se estremeciese.
Aquellos labios cálidos y seductores recorrieron el tronco de su polla y besaron con suavidad el glande antes de seguir trepando por sus abdominales y sus pectorales. A medida que se incorporaba el cuerpo y los pechos de la joven rozaban su piel inflamándola y haciendo que el deseo aumentase hasta casi hacerse doloroso.
Mordiéndose el labio inferior, se separó y se puso de pie, dejando que admirase su cuerpo a placer antes de inclinarse sobre él y darle un beso largo y suave. Sus labios se entrelazaron con los de ella. Los tanteó y los saboreó con lentitud mientras sus ojos se fijaban en aquellos pechos grandes y oscuros que pugnaban por salir del níveo sujetador.
Finalmente abrieron la boca y sus lenguas se tocaron. Akanke gimió quedamente y se sentó sobre Hércules. Agarró a Hércules por la nuca y sin separar sus labios de los de él, comenzó a mover las caderas con lentitud rozando la polla del hombre con sus diminutas braguitas.
Jamás había sentido nada parecido. Por primera vez en su vida sentía la necesidad física de hacer el amor con un hombre. Notaba como su coño se empapaba con cada roce, cada caricia y cada beso. Las manos de Hércules la rodearon acariciando su melena y su espalda antes de soltarle el sujetador.
Por primera vez un hombre acarició sus pechos con delicadeza y no los estrujaba y los golpeaba o retorcía dolorosamente sus pezones como sus antiguos clientes solían hacer.
Con un escalofrío, la joven se zafó del abrazo y se arrodilló de nuevo frente a él. Sus dedos delgados y finos atraparon el tronco de su polla y la acariciaron suavemente haciendo que su miembro se estremeciera hambriento.
Akanke sonrió y acercó su boca a la punta de su glande. La sensación fue inigualable cuando lo suaves labios contactaron con la sensible piel de su polla. Hércules alargó las manos hacia la cabeza de la joven y le recogió la melena con ellas para poder ver como lamía con suavidad su miembro antes de metérselo en la boca.
La calidez y la humedad de la boca de Akanke unida a las suaves caricias de su lengua casi hicieron que perdiese el control. Respirando profundamente logró controlarse mientras la joven subía y bajaba por su miembro acompañando los movimientos de su boca con las caricias de aquellos dedos largos y suaves en los huevos y la base de su miembro.
Akanke apartó las manos de los testículos del hombre para posarlas sobre su abdomen y así sentir las involuntarias contracciones de sus músculos por efecto del intenso placer que le estaba originando.
Cada vez más excitado comenzó a mover con suavidad sus caderas mientras la joven se quedaba quieta y chupaba su miembro con fuerza hasta que con unos gemidos le indicó que estaba a punto de correrse.
La joven apartó la boca y siguió pajeando la polla de Hércules hasta que este no pudo más y se corrió con un ahogado quejido. El semen salpicó las manos y el busto de la joven haciendo contraste con la oscuridad de su piel.
Hércules se irguió y desembarazándose de los pantalones la cogió en brazos y la llevó al dormitorio. Akanke respiraba entrecortadamente dominada por la excitación. Cuando la dejó sobre la cama se quedó allí tumbada de lado con las piernas encogidas. Él se acercó y le acarició con suavidad los muslos y el culo hasta que la joven se giró y abrió las piernas suspirando nerviosa.
Sus labios se acercaron a su sexo y lo besaron con suavidad haciendo que la joven se retorciese. Los labios de la vulva hinchados y abiertos rezumaban flujos que Hércules recogía y saboreaba con deleite.
Jamás había sentido un placer similar, Akanke gemía y tiraba del pelo de Hércules mientras este recorría desde su clítoris hasta la entrada de su ano con su lengua. El calor y la suavidad de la boca de su amante hicieron que su sexo hirviese y el placer irradiase desde su pubis hasta el último recoveco de su cuerpo haciendo que su espalda se combase y todos sus músculos se contrajesen de la cabeza a la punta de los pies.
Recorrida por un tumulto de sensaciones la joven se dio la vuelta y separó las piernas dejando que los dedos de Hércules la penetrasen. En ese momento su amante exploró su sexo con paciencia hasta que encontró lo que buscaba. Akanke gritó y se agarró a las sábana con desesperación mientras él continuaba estimulando su zona más sensible mientras le acariciaba el pubis con la lengua.
La joven no aguantó más que unos segundos arrasada por el primer orgasmo que sentía en su vida. Gimiendo y jadeando se derrumbó agotada mientras Hércules se tumbaba a su lado y apartándole el pelo húmedo de la cara la besaba de nuevo…
***
Hades observó a la pareja dormir abrazada después de haber hecho el amor. Desde su nacimiento había seguido la vida de Hércules con curiosidad. Como crecía y maduraba hasta convertirse en un joven amable y desenvuelto que no carecía de atractivo físico. Las chicas se lo rifaban y él había tenido relaciones fugaces, nada serio hasta que esa joven se había cruzado en su vida por azar. Eso era amor verdadero y cumpliendo el trato que había cerrado con Hera tendría que destruirlo. Era injusto, aquella joven nunca había tenido suerte y ahora que por fin parecía que todo se iba a arreglar, intervendría él. Por un momento se le pasó por la cabeza tratar de convencer a Hera, pero luego pensó en lo aburrido que había estado el Olimpo estos últimos siglos. Quizás una buena pelea entre Hera y Zeus animaría un poco el cotarro y quién sabía cómo podía acabar aquello. Así que borró la imagen de la joven prostituta de su mente y comenzó a hacer preparativos.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO: NO CONSENTIDO
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es
↧
Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 7” (POR GOLFO)
Tal y como estaba previsto durante dos semanas se programaron distintas visitas a toda aquella empresa con intereses en Samoya. Si bien en un principio todos se mostraron interesados en congraciarse con la princesa, no fue hasta que comenzaron a circular rumores sobre la mala salud del rey cuando se empezaron a acumular en nuestra puerta, ejecutivos urgidos de cerrar un trato.
De esa forma antes que terminara el mes, la empresa que compartía con Sergio ya había firmado acuerdos de colaboración por cerca de setenta millones de euros, de los cuales me correspondían diecisiete y a mi futura esposa otros treinta y cinco.
Sovann no participaba en esa labor porque su cometido era otro, usar las redes sociales para afianzar su candidatura a suceder al anciano monarca. Como solo podían ser elegidos los descendientes directos de un rey, su único contrincante real era un primo, el cual no contaba con el favor del pueblo por su carácter autoritario y su vida disoluta. De esa forma, era raro el día en que mi prometida no daba un discurso abanderando reformas o mandaba vía twitter un mensaje a sus paisanos, pidiéndoles que mantuvieran la esperanza porque se avecinaban tiempos mejores.
La certeza que su candidatura era la más fuerte nos llegó de dos maneras diferentes: La primera cuando el propio presidente, el general Kim, aprovechando que se iba a reunir con su homólogo francés anunció por el canal de noticias de Samoya que a ese encuentro iba a asistir la princesa sin antes tener la decencia de avisárselo a ella primero. Y la segunda pero no por ello menos importante cuando el propio gobierno español incrementó notablemente el servicio de seguridad que había colocado en nuestra casa.
Tres días antes de la cita en París, estábamos todavía en la cama cuando mi socio me llamó para informarme que acababa de escuchar en la televisión que la salud del rey había empeorado. Al comentárselo a la princesa, lo primero que hizo Sovann fue habiendo confirmado la noticia el mandar un mensaje de ánimo al jodido anciano para acto seguido pedir vía Facebook a todos sus seguidores que rezaran por su tío y para terminar llamar al presidente para comprometerle su apoyo en esos momentos tan difíciles.
En cambio el imbécil de su primo que permanecía en el país, creyó llegado el momento de forzar sus aspiraciones al trono y exigió que se reuniera el consejo de familia para que le nombraran heredero directamente sin tomar en cuenta al general.
Su imprudencia dio como resultado que los poderes fácticos se pusieran en su contra y que en una reunión secreta, los militares decidieran un acercamiento con la otra candidata a través de mí.
Por eso cuando esa tarde, recibí una llamada del embajador en España pidiendo que le fuera a ver yo solo, Sovann frotándose las manos decidió que debía acudir:
-Me van a nombrar heredera pero antes quieren un acuerdo de inmunidad para ellos- me dijo y mientras yo me marchaba a ver al diplomático con Loun como interprete, ella se dedicó a contactar con los notables que se habían decantado a su favor para que se abstuvieran de criticar al general Kim.
Al llegar a la embajada, el propio embajador me recibió en la escalinata y comprendí que todo pintaba para que al salir de esa reunión se hiciera oficial el nombramiento de mi prometida como heredera. Si os preguntáis porqué la respuesta es sencilla, la samoyana me informó que el diplomático había usado una reverencia solo destinada a los miembros de la familia real.
«¡Voy a ser rey!», pensé tan acojonado como ilusionado.
Los hechos posteriores reafirmaron mi sospecha porque tras la protocolaria bienvenida y entrando al trapo ese sujeto plantó frente a mí un documento en el que mi futura esposa se comprometía a no actuar contra los actuales gobernantes ni contra sus familias mientras que por la otra parte, Kim y sus secuaces prometían que esa misma noche designarían a Sovann como la heredera al trono de Samoya.
Aleccionado por mi prometida leí el acuerdo y ante el pasmo del diplomático le comuniqué la intención de la princesa de contar con él para su futuro gobierno.
-Será un honor servir a la reina- contestó el funcionario sin esperarse que no dándole tiempo a pensar, le exigiera que redactara dos cláusulas y las añadiera al pacto. La primera era que inmediatamente se permitiría la entrada de Sovann en el país y la segunda que el gobierno saliente organizara en una semana nuestra boda, dándole categoría de boda real.
-No sé si el general aceptará estas sugerencias- dijo todavía sin reponerse.
Viendo que seguía sin tener claro hacia qué lado inclinarse, respondí:
-La princesa ha creído conveniente que le dijera que si no puede conseguir algo tan nimio quizás no le sirva como futuro ministro de exteriores.
-Deme unos minutos- fue su respuesta mientras me dejaba solo en su despacho.
No tuve duda que ese capullo se había visto tentado por el puesto y por eso cuando al cuarto de hora volvió sonriendo, supe que habíamos ganado.
-El general Kim me ha pedido que le felicite de antemano por su boda y que esta tendrá lugar el próximo jueves en el templo real de la capital.
-Muchas gracias, querido ministro. La princesa sabrá agradecer su empeño en facilitar su ascensión al trono- contesté mientras me despedía del burócrata con el documento bajo el brazo.
No habíamos llegado a mi casa y seguíamos en el coche cuando Loun recibió una llamada de su padre con la noticia del exilio del otro candidato y la confirmación de mi boda con Sovann.
-El general Kim acaba de informarlo al país – comentó la muchacha tras colgar y mientras nuestros escoltas ponían la sirena, dijo susurrando en mi oído: -¡Esta noche me poseerán los futuros reyes de Samoya!
Desgraciadamente sus deseos tuvieron que esperar porque al reunirnos con la princesa el ajetreo de mi antiguo hogar era total al conocer que su primo no había aceptado pacíficamente su destierro y que sus partidarios se habían levantado en armas.
-Debo hablar al país-fue lo primero que la oriental me dijo al verme entrar:- y te quiero a mi lado. Necesito que te vayas a vestir al modo tradicional para que nuestros súbditos nos vean como la única esperanza de mantener la paz.
Las noticias no eran halagüeñas porque nos llegaban informes de enfrentamientos en varias ciudades. Por eso y con la ayuda de su secretaria, corrí a cumplir su orden. Era tan urgente que saliera a los medios que ni siquiera Loun hizo intento alguno de aprovechar mi desnudez para obtener mis caricias y en menos de diez minutos, me vi poniendo la mano sobre el hombro de mi prometida mientras las televisiones de medio mundo emitían su discurso.
-Mis queridos samoyanos, las circunstancias han querido que en este momento tan delicado que pasa nuestro país me encuentre lejos de vosotros pero ello no es motivo para que aceptando mi responsabilidad me ponga del lado del Rey y os pida a todos vosotros que luchéis contra el tirano que quiere hacerse cargo del trono, usurpando el poder real.
Tomando aire, dio por terminada la alocución diciendo:
-El gobierno ha puesto a mi disposición un avión para que al terminar este acto, mi prometido el príncipe Manuel, al que conocéis por las obras de su hermano, y yo volemos directamente al país para de ser necesario empuñar un fusil para defender nuestra patria. ¡Viva el Rey! ¡Viva Samoya!
He de confesar que se erizó hasta el último vello de mi cuerpo al oír esa promesa y saber que nada podía evitar que pusiera mi vida en peligro siguiéndola a esa lejana tierra. Por ello cuando un periodista español me preguntó qué opinaba, brevemente contesté:
-Samoya nos necesita y al igual que mi hermano no dudo en sacrificar su vida por ese pueblo, su viuda y yo estamos obligados a hacer lo mismo.
Loun comenzó a aplaudir y su gesto fue coreado por todos los presentes, de forma que el mundo entero conoció en ese instante que había una princesa oriental que no dudaba en dejar su acomodada existencia en Europa para acudir al lado de sus paisanos.
Satisfecha por el fervor de sus partidarios, Sovann pidió que la enfocaran nuevamente y con un plano fijo de su rostro, pidió a su primo que depusiera las armas o que se atuviera a las consecuencias.
-El Rey es justo pero implacable… si cuando haya puesto mis pies en nuestro país el principe Khalan no acepta su destitución desde este momento le aviso que no moveré un dedo por salvarle de la ira de nuestro soberano.
No tuve que ser un genio para comprender que lo que acababa de anunciar esa belleza era que si su enemigo no se rendía, su destino era la muerte y por ello por primera vez dudé si realmente conocía a la mujer con la que había unido mi destino.
Con la opinión pública decantada a su favor, los gobiernos europeos tomaron partido por ella y cuando todavía no se habían marchado las televisiones de la casa, los teléfonos empezaron a sonar con ofertas de colaboración de distintos países para reimplantar la paz en la zona.
Sovann agradeció sus llamadas y las dio publicidad mientras tomábamos un coche hacia el aeropuerto donde nos esperaba un avión cedido por el propio gobierno español para llevarnos hasta Samoya.
-¿Crees que tu primo cederá a la presión?- pregunté preocupado.
Con el ceño fruncido, mi prometida contestó.
-Depende de China. Si no recibe un apoyo claro de sus autoridades en las próximas horas, no le quedará más que huir por que su levantamiento quedará sentenciado.
Loun sin querer azuzó mis temores al decir:
-Se decía que era el hombre de paja de Pekín.
-Lo sé- Sovann respondió – pero ha cometido un error de principiante, en vez pedir su ayuda y que fueran ellos quienes protestaran, ha buscado dar un golpe de estado y les ha dejado con el culo al aire. No pueden aparecer ante la prensa mundial como los partidarios de un golpista.
A continuación esa oriental me demostró que tenía madera de gobernante porque pidiendo a su secretaría que le buscara el teléfono de la representación de ese país, llamó y ya que el embajador no podía ponerse, pidió hablar con un responsable al cual, sin demostrar haberse dado cuenta del desprecio, comunicó sus intenciones de visitar la República Popular China como primer acto de su gobierno.
-Les haré saber su petición a mis superiores- contestó el secretario sin comprometerse en nada.
Nada más colgar, pregunté el motivo de esa llamada. Soltando una carcajada, mi prometida contestó:
-He dejado claro mi deseo de negociar y si como creo Xi Jinping está cabreado con ese idiota, comprenderá mi gesto y lo valorará en su justa medida.
Sin nada más que hacer que esperar, nos subimos en el avión y mientras yo me ponía a curiosear en el interior de ese aparato que había llevado desde tiempos de Felipe Gonzalez a los distintos presidentes que ha tenido España en sus viajes, Sovann y Loun dedicaron su tiempo a lanzar por las redes proclamas de apoyo al actual rey.
«¿Quién me iba a decir que dormiría en la misma cama que Aznar o que Zapatero?», pensé mientras probaba la comodidad de ese colchón, tumbándome en él.
Tres horas después cuando el avión ya surcaba oriente medio, estaba meditando sobre mi futuro con mi cabeza apoyada en la almohada cuando vi entrar a la princesa con su secretaria a la habitación. La tristeza de sus rostros me alarmó pero entonces Sovann me dijo:
-Amor mío, ¡nos acaba de llegar la invitación del gobierno chino!
Esas eran buenas noticias por lo que no entendía que no estuvieran contentas. Por ello pregunté preocupado que pasaba. Llena de dolor, mi adorada oriental me comunicó que los rumores decían que su primo había accedido a palacio y que después de matar al anciano rey, se había suicidado.
-¿Pero entonces eres la reina?
-Todavía no, lo seré el instante después de haberme casado contigo.
-Entonces ¿porque estás triste? ¡Deberías estar celebrándolo!
-No puedo, el rey ha muerto.
Asumiendo que nunca entendería a los monárquicos, la llamé a mi lado, diciendo:
-Ven a que te consuele.
Por muy inmerso que en su mente tuviese la lealtad al trono, pudo más su lado lascivo. Al comprender mis intenciones, se desnudó y maullando como una gatita vino hacía mí mientras a un escaso metro, nuestra fiel concubina dejaba caer los tirantes de su vestido.
-Cuídame mi rey.
-Lo haré, mi reina y tantas veces como me pidas- respondí mientras mordía sus labios.
En vez de contestar, la princesa llamó a su secretaria y las dos al unísono se arrodillaron frente a mí para acto seguido y sin darme posibilidad de opinar, bajarme la bragueta. Mi pene reaccionó al instante y por eso cuando mi prometida lo sacó de su encierro, esté apareció ya totalmente erecto.
Al verlo Sovann comentó:
-Mañana puede que no tengamos tiempo de amarnos.
Y acercando su boca, usó su lengua para darme un lametazo. Busqué con la mirada a Loun y en sus ojos descubrí que la pequeña oriental estaba excitada. La calentura que sintió al ver mi miembro en la boca de su dueña la hizo poner uno de sus pechos en mis labios, mientras apoyando a la princesa se lamentaba de lo difícil que lo tendría para que nadie se enterara que la secretaría de la reina era en realidad su puta.
Sin contestar, mi lengua recorrió el inicio del pezón que puso a mi disposición y al hacerlo, pegó un gemido mientras su areola se retraía claramente excitada. Sovann al verlo, incrementó su mamada embutiéndose mi falo hasta el fondo de su garganta. Pero entonces, Loun pidió participar y la futura soberana a desgana se sacó mi verga de su boca y se quejó diciendo:
-No tienes que preguntar, putita nuestra. ¿O acaso no te lo hemos demostrado con creces?
Loun riendo en voz baja para que el resto del pasaje no se enterara, contestó:
-Es que mi reina tiene el derecho a ser la primera en ser follada.
La carcajada de Sovann evidenció que le gustaba el descaro dela muchacha.
-Doy suficiente para satisfacer a las dos- repliqué mientras las atraía hacia mí y alternando de una a otra, me puse a mamar de sus pechos.
El saber que ninguna se opondría, me hizo avanzar en mis caricias y presionando su calentura, les pedí que se acostaran junto a mí. Fue entonces cuando escuché que Loun me decía:
-Mi rey necesita relajarse.
Descubrí que mi prometida y esa monada ya lo debían haber hablado y por eso cuando entre las dos me terminaron de quitar el pantalón, supe que debía de quedarme quieto cuando me pidieron que me agarrara a los barrotes de la cama.
Sovann fue la que tomó la iniciativa y deslizándose por mi cuerpo, hizo que su lengua fuera dejando un húmedo rastro al ir recorriendo mi cuello y mi pecho rumbo a su meta. Cuando su boca llegó a mi ombligo, sonriendo me miró.
-Cómele las tetas a nuestra niña.
La aludida puso sus pechos en mi boca y la princesa al ver que en había cumplido su deseo, sonrió mientras con sus manos comenzaba a acariciar mi entrepierna.
-¿Te gusta lo putas que somos?- preguntó mi futura esposa al observar el modo en que mis dientes se hacían fuerte en los pezones de la muchacha.
-Mucho- respondí casi sin habla porque para entonces mi prometida se había agachado entre mis piernas. No tardé en experimentar la humedad de su boca alrededor de mi pene y dando un suave gemido las hice saber mi entrega.
Esa fue la señal que esperaba la joven esposa para unirse a su soberana y compartiendo mi pene, besó mi glande mientras Sovann se apoderaba de mis huevos. Su coordinado ataque me terminó de excitar y chillando les grité que se tocaran entre ellas.
Curiosamente fue Loun la que tomó la iniciativa y mientras seguía lamiendo mi polla, llevó una de sus manos hasta el trasero de la princesa. Ésta se agitó nerviosa al sentir la mano de esa mujer recorriendo su culo y tras un momento de indecisión, permitió a su secretaría que usando los dedos recorriera los pliegues de su coño.
Las dos mujeres compitieron entre sí a ver cuál era la que conseguía llevar a la otra al orgasmo mientras se coordinaban para entre las dos apoderarse de mi falo con sus bocas. Fue entonces cuando me percaté que sin buscarlo las orientales se estaban besando a través de mi miembro al comprobar que los labios de ambas se tocaban mientras sus lenguas jugaban sobre mi piel.
La visión de esa escena y el convencimiento que me iban a regalar muchas y nuevas experiencias, aceleraron mi excitación y por ello, las pregunté cuál de las dos iba a beberse mi semen. Ellas al escucharlo buscaron con un extraño frenesí ser cada una de ellas la receptora de mi placer.
Os confieso que era tal el maremágnum caricias que no pude distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene hasta que ejerciendo su autoridad Sovann se apoderó de mi pene para ser ella primera en disfrutar de mi simiente.
-¡Yo también quiero!- protestó su secretaria.
Compadeciéndose de ella, mi prometida permitió que ambas esperaran con la boca abierta mi explosión. De manera que al eyacular fueron dos lenguas las que disfrutaron de su sabor y ansiosas fueron cuatro las manos que asieron mi extensión para ordeñar mi miembro.
La lujuria de ambas era tan enorme que no dejaron de exprimir mi pene y de repartirse su cosecha como buenas amigas. Jamás me imaginé que habiendo devorado mi semen última gota, la princesa me preguntara cuando iba a ir al médico.
-No te entiendo- respondí- estoy totalmente sano.
Muerta de risa, señaló tanto su vientre como el de la morenita y contestó:
-Debes revertir la vasectomía para embarazarnos.
-¿A las dos?- pregunté extrañado que incluyera a Loun en eso.
-Claro mi amor, mi hijo necesitará un primer ministro cuando reine y quién mejor que su hermano.
Al oír esa promesa, su secretaria la besó. Comprendí por la pasión que demostraron y el modo en que entrelazaron sus piernas que entre ellas habían creado unos lazos muy parecidos al amor y aunque dudé si permanecer al margen, quise que me explicara cómo sería posible que legalmente y a la vista de todos, un posible bastardo fuera considerado miembro de la familia real.
Soltando una carcajada, la princesa respondió:
-A nuestra zorrita no le apetecía ser la esposa de tu socio y se puso a estudiar nuestras leyes dinásticas.
-Explícate- insistí.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me informó que la muchacha había descubierto que en el pasado el consejo de ancianos viendo que había pocos miembros con derecho a ser elegidos rey habían dispuesto que, para asegurar el futuro de la monarquía, la reina debía elegir a otra mujer para que su marido la inseminara, nombrándola con el eufemístico nombre de “Protectora del reino”.
Loun, viendo mi cara de sorpresa, sonrió:
-Tras la muerte del príncipe Khalan no hay más herederos directos y si movemos bien los hilos, podemos hacer que sus seguidores fuercen al consejo a sacar del olvido esa antigua ley.
-Eres tan puta y manipuladora como tu dueña- repliqué mientras pellizcaba los negros pezones de la muchacha.
La oriental no pudo más que gritar de placer al experimentar esas rudas caricias sobre sus tetas y demostrando las ganas que la consumían, con su mano comenzó a recorrer el cuerpo de su futura reina.
-¡Qué gozada!- gimió Sovann al notar que la chavala iniciaba el descenso hacia su vulva.
Loun, al ver que separaba sus rodillas para facilitar sus maniobras, no se hizo de rogar y separando con los dedos los labios inferiores de su soberana, acercó la lengua a su botón de placer. Ella al sentir su respiración cerca de su sexo, sollozó de placer y por eso cuando notó el primer dedo dentro de su vagina, pegó un grito y le rogó que no parara.
-¡Pídamelo! ¡Demuestre que también desea sentir que es mi putita! – respondió la mujer al tiempo que usaba sus yemas para torturar el botón erecto de Sovann.
-¡Fólladme los dos!- rugió Sovann ya completamente excitada.
Loun respondió a su petición hundiendo la cara entre sus muslos para saborear el fruto de su coño. La humedad inicial con la que se encontró se transformó en un torrente que empapó la cara la chavala y eso la azuzó a recrearse lamiendo y mordiendo ese clítoris.
Desde mi posición, el trasero de la morena quedó a mi disposición y sin pensármelo dos veces, cogí mi miembro entre mis manos y la ensarté metiendo en su interior toda mi extensión.
Esa postura me permitió usar a Loun mientras ella seguía devorando con mayor celeridad el chocho de Sovann, la cual lejos de mosquearse me sonrió al ver como la empalaba soñando quizás que fuera suya la vagina en la que mi pene desaparecía para volver a aparecer una y otra vez.
Al verla así ensartada y sentir su boca comiendo de su coño, no pudo reprimir un chillido y llevando las manos hasta las tetas de la muchacha, le pegó un pellizco mientras le decía al oído:
-Tienes razón, soy tan puta como tú.
Al oírlo, Loun bajó la mano a su propia entrepierna y empezó a masturbarse al tiempo que respondía:
-Lo sé, mi reina- mientras totalmente excitada por ese doble estímulo me pedía que acelerara el ritmo de mis penetraciones.
Al obedecerla e incrementar el compás de mis caderas, gimió pidiendo que no parara para acto seguido desplomarse presa de un gigantesco orgasmo. Sovann al comprobar que esa mujer había obtenido su parte de placer y mientras todo su cuerpo se retorcía como poseído por un espíritu, me obligó a sacársela y actuando como posesa, sustituyó mi polla por su boca.
Loun al notar el cambio, unió un orgasmo con el siguiente mientras Sovann me pedía que me la follara sin parar de zamparse el coño de su amiga. Demasiado excitado por la escena, la agarré de los hombros y de un solo empujón acuchillé su vagina. No llevaba ni medio minuto zambullido en la princesa cuando mi pene estalló sembrándola con mi blanca e inocua simiente.
-¡Todavía yo no he llegado!- protestó al comprobar que me había corrido y buscando obtener su placer antes que mi pene hubiese perdido su erección, me obligó a tumbarme y saltando sobre mí, se empaló totalmente insatisfecha.
Menos mal que su secretaria acudió en mi ayuda y mientras con los dedos la masturbaba, se puso a mamar de sus pechos hasta que pegando un aullido obtuvo su dosis de placer.
Agotada cayó sobre mí y con sus últimas fuerzas, muerta de risa me dijo:
-No te hemos dicho pero me han informado que mañana antes de la boda el general me obligará a aceptar la presencia de una “protectora del reino” sin saber qué es lo que el cerdo de mi prometido y yo deseamos. ¿Verdad putita?
-Así es, mi querida y deseada princesa….
↧