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Channel: interracial – PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “La tara de mi familia 4 (la lucha por el dominio)” (POR GOLFO)

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COMO DESCUBRI

Estaba agotado, pero la cercanía de tres mujeres me puso a mil nada mas despertarme. Me levanté al Sin títulobaño, con ganas de liberar mi vejiga, pero también tratando de calmarme. Al volver me quedé extasiado al observar las tres mujeres que desde la noche anterior eran mis esposas. Eran tres hembras de bandera, las tres diferentes, pero no se le podía negar a ninguna de ellas que era bella. Xiu, la mas madura, era con creces la que prefería y no solo por la perfección de su cuerpo sino por la poderosa personalidad que me había mostrado en las pocas horas que la conocía. No me cabía en la cabeza que tal monumento se hubiese conformado con un matrimonio arreglado. Con ese pecho, esa cintura de avispa y esas piernas, cualquier hombre hubiese caído a sus pies, si ella hubiese querido, pero obedeciendo a la tradición de su pueblo, me había esperado. Lili no le iba a la zaga, delgada con cara de no haber roto un plato, y unos preciosos senos que te invitan a besarlos, se había revelado como una fiera en la cama. Y por fin estaba Carmen, mi amiga de la infancia, que era un estupendo ejemplar de la mujer de mi pueblo, grandes pechos, caliente y orgullosa.

Mirándolas me di cuenta que aunque había disfrutado de sus cuerpos apenas las conocía. Preocupado por lo que significaba volví a mi lugar en la cama, dejando a mi izquierda a Xiu y a Lili y a Carmen a mi derecha. Tenía que resolverlo, y concentrándome empecé a bucear en sus mentes. Tenía que forzarles a pensar en mí, para así saber que concepto tenían de mi persona.
Empecé con Carmen, me resultó sencillo el hacerle recordar nuestras vivencias infantiles. En ellas, me veía como un compañero de juegos que la suerte le había hecho nacer en una familia acomodada. Descubrí que sentía envidia de que el pequeñajo fuera el hijo del terrateniente mientras ella no era mas que la hija del peón. Desde niña soñaba que su lugar iba a ser la de dueña de la finca, y que por eso cuando me vio en la moto, supo que había llegado su hora. Sondeándola mas profundamente, busqué quien había sido el hombre que le había hecho perder su virginidad, y horrorizado me reveló entre sueños que había sido su propio padre el que la había violado con doce años. Desde entonces nadie la había tocado, pero en sus sueños soñaba con ser dominada por mí. Me tenía miedo pero a la vez me deseaba y por eso cuando se enteró que me perdía, no desaprovechó la ocasión de convertirse en mi concubina. Prefería ser la tercera a perderme.
Nunca me lo hubiera imaginado, pero en su interior la nueva situación le encantaba, y el castigo que había sufrido en nuestras manos la había liberado. Nos veía a los tres, como uno, y deseaba ser tocada, sometida y usada, no solo por mí sino también por las dos muchachas.
Pasé a analizar a Lili. Si la exploración de Carmen me había sorprendido, la de la chinita aún mas. Resultó que era adoptada, sus padres la habían abandonado siendo una niña, y los padres de Xiu la habían recogido. Desde niña tenía a su hermana de adopción idolatrada, y por eso cuando se enteró que iba a compartir su marido, se vio realizada. Respecto a mí, le gusté desde que me vio y con gran sorpresa leí en su sueño que solo pensar en estar conmigo hacía que se excitara, pero que a la vez había descubierto su lado lésbico con Carmen. Sin prever que al provocar esos pensamientos se despertara, la induje a pensar en mi amiga. Se vio teniéndola entre sus piernas, y aún somnolienta, abrió los ojos sorprendiéndose de ver que yo que estaba despierto.
Buenos días-, me empezó a decir cuando cerrándole la boca con un beso le dije: –Quiero verte haciéndole el amor-.
Me sonrió al escucharme, y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Su pequeñas manos, comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo, y aun dormido de Carmen. Fue super excitante, ser el convidado de piedra de sus maniobras. Cogiendo un pecho con sus manos, empezó a acariciarlo mientras Carmen seguía soñando. Sin poderlo evitar sus pezones se erizaron al sentir la lengua de la chinita recorriéndolos, y en su sueño se imaginó que era yo el que lo hacía. Poco a poco se fue calentando, y inconscientemente entreabrió sus piernas facilitando la labor a Lilí. Desde mi privilegiado puesto de observación vi como esta le separó los labios y acercando su boca se apoderó de su clítoris. La española recibió las caricias con un gemido, mientras se despertaba. La muchacha al notarlo, usó su dedo para penetrarla mientras seguía mordisqueando el botón del placer. Al abrir sus ojos, me vio mirándola mientras que la chinita la poseía.
Disfruta-, le dije tranquilizándola, pasando mi mano por un pecho,-me encanta ver como te posee-.
Un poco cortada, se concentró en sus sensaciones. Estaba siendo acariciada por nosotros dos, pero alucinada se dio cuenta que le gustaba la forma en que la mujer le estaba haciendo el sexo oral. Nunca se lo habían hecho con tanta delicadeza, meditó al notar que Lili le metía el segundo dedo. Algo que no había sentido nunca empezó a florecer en su interior, y con un jadeo presionó a su cabeza, exigiéndole que la liberara.
En ese momento Xiu despertó. Y sin decir nada, se agachó en la cama, y cogiendo mi miembro ya totalmente erecto por lo que estaba viendo, empezó a acariciarlo con su lengua. Una descarga eléctrica surgió de mi entrepierna. Me enloqueció la forma en la que su boca fue engullendo mi miembro. Con una lentitud exasperante, sus labios recorrían la piel de mi sexo, mientras su lengua jugaba con mi glande. Tenía que hacer algo, o me iba a correr sin remedio.
Pidiéndola un descanso, la retiré y dirigiéndome a las dos mujeres les dije:
Mi esposa se ha despertado, quiero que le demostréis lo mucho que la amáis-.
No se hicieron de rogar, Carmen y Lili tumbándose cada una a un lado, la empezaron a acariciar y a besar, mientras yo observaba. Cuatro manos recorrían su cuerpo, cuando dos bocas se apoderaron de sus pechos. Xiu me miraba agradecida, pero necesitada de mis caricias. Separando sus piernas puse la cabeza de mi pene, en la entrada de cueva, pero aunque ella me pedía entre gemidos que la penetrara no lo hice, al contrario usando mi glande, me dediqué a minar su resistencia, jugando con su clítoris. Las dos muchachas mientras tanto, sin dejar de acariciar a su dueña, se besaban excitadas, y buscando su propio placer se masturbaban una a la otra. Los gemidos y jadeos mutuos las retroalimentaba, y el olor a hembra caliente recorrió la habitación. Paulatinamente, fueron cayendo en el placer, sus cuerpos se retorcían entre sí, en un baile sensual de fertilidad.
Hazme el amor-, me exigió Xiu. La fuerza de su orden me hizo tambalearme. Supe al instante que había usado un poder semejante al mío al hacerlo. Hasta ese momento, no me había dado cuenta que la mujer estaba dotada del mismo don que yo, aunque mas femenino, no menos brutal. También me percaté que si cedía al mismo, nunca me podría liberar de su influjo. Y combatiéndolo, me levanté de la cama.
Xiu se sorprendió al ver que no obedecía, pero mas aún cuando usando toda mi fuerza, le exigí que se retractara. Intentó oponerse, asustada al sentir el choque de mi orden. La lucha de nuestras mentes, tuvo un efecto no previsto por ninguno de los dos, Carmen y Lili gritando se desplomaron desmayadas.
Era una lucha sin cuartel, de su resultado iba a salir un vencedor que dominaría al otro. Sin importarnos el destino de las muchachas, cada uno de nosotros luchaba por el suyo propio. No era que nos quisiéramos hacer daño, era una cuestión de supervivencia, de quien iba a ser el jefe de la manada y quien su subalterno.
Creo que ella estaba igual de alucinada que yo. Mi padre me había mentido cuando me dijo que éramos únicos, enfrente mío tenía la prueba de su mentira. Y cabreado pensé que él ya lo sabía debió de saberlo con anterioridad y usando un método de apareamiento selectivo concertó nuestro matrimonio. Mientras me defendía, como si fuera una película pasaron por mi mente las imágenes de la noche anterior, y en ellas encontré el arma que necesitaba para dominarla.
Xiu-, le grité con las últimas fuerzas que me quedaban, –soy tu marido, y el futuro padre de tus hijos, ¿no querrás que sea tu perrito faldero?-.
Di en el clavo, la fuerza de su educación, unida a la propia necesidad de transmitir su genes la desmoronaron, y cayendo a mis pies, me dijo llorando:
Perdona, mi amor. La sorpresa de descubrir que eras como yo, me nubló la mente. Eres mi dueño-.
Su arrepentimiento era genuino, y en sus pensamientos descubrí no solo la congoja de haberme desafiado sino el convencimiento de su dependencia. Había vencido la batalla pero tenía que vencer la guerra, Por eso debía de someterla, que supiera que era su macho, y que no había nada que ella pudiera hacer para evitarlo.
Vuelve a la cama, y espérame-.
Obedientemente, se tumbó en el colchón. Su cerebro no dejaba de debatirse entre la sumisión y la lucha, mientras me ocupé de las dos muchachas. Afortunadamente, no habían sufrido daño, solo la tensión de nuestra mentes le habían hecho perder el conocimiento. Hice desparecer el recuerdo del sufrimiento de sus memorias y ya mas tranquilo me giré para someter a mi esposa.
Me esperaba mirándome con los ojos abiertos de la incertidumbre de no saber que le esperaba. Por eso no pudo reaccionar a tiempo, cuando de un tortazo le tiré en la cama. Como si fuera una gata se levantó con las garras dispuesta a arañarme, pero entonces le dije:
Mira lo que has hecho a tu hermana, y a Carmen. Pudiste matarlas, y encima ahora te revelas-, saber que tenía razón la hizo llorar, su agresividad se desmoronó como un azucarillo en el agua al oírme.
Viendo su indefensión, abriéndola de piernas la penetré diciendo:
Deja de luchar, estas perdida-, percibí su derrota cuando abrazándome con sus piernas profundizó mi embestida.-Eres mía, y ahora mismo te vas a correr o jamás volveré a poseerte-, sus defensas nada pudieron hacer para parar mi orden. Desde lo mas profundo de su ser como un tsunami, el placer demolió los restos de su oposición y con grandes estertores un brutal orgasmo la envolvió.
Soy tuya-, me contestó con la voz entrecortada, por el placer.
Ruégame que te use-, le dije mientras le pellizcaba cruelmente un pezón.
Ya me estas usando-, me replicó con su ultimo resquicio de rebeldía.
Sin medir las consecuencias, le di la vuelta, y sin mediar palabra le azoté su trasero castigándola. Nadie jamás le había tratado así. Sabía que era la hora de la verdad, debía de someterla a mis ordenes o la perdería para siempre. Lloró al verse humillada por mi tratamiento, pero con cada azote, su mente iba adquiriendo el convencimiento de mi dominio, hasta que la evidencia que era mía le provocó que se empezara a excitar. Sus lloros se convirtieron en sollozos callados, al decirme:
-¡Úsame!-.
Totalmente sometida, se puso a cuatro patas en la cama. La hermosura de su cuerpo entregado, me afectó, y dándole un beso le dije que no hacía falta, que con su arrepentimiento me bastaba. Pero ella, sin cambiar de posición me volvió a repetir:
-¡Úsame!-.
Le urgía ser tomada, necesitaba que su dueño la terminara de domar. Viendo que no había otra solución, recogí parte del flujo que manaba de su interior, y cuidadosamente le fui embadurnando su esfínter. Ella al notarlo, empezó a gemir de placer, pidiéndome que acelerara. Pero no quise dañarla y hasta que conseguí relajarla y mis dedos entraban y salían sin oposición, no puse mi pene en su entrada. Entonces, acariciando su espalda, le pregunte si estaba lista, ella sin contestarme se fue introduciendo mi sexo, mientras dos lágrimas surcaban sus mejillas.
-¿Te duele?-, le pregunté cuando se lo hubo metido completamente, y sus nalgas tropezaban con mi cuerpo.
-Si, pero me gusta-, me contestó empezando a mover sus caderas.
La dejé llevar el ritmo. Xiu notaba que tanto su esfínter como su voluntad se desgarraban en cada embestida, y relajándose fue incrementando la velocidad en la que se ensartaba, y paulatinamente la excitación le pedía mas. Tuve que ayudarla , poniendo mis manos en sus hombros, para evitar que mi sexo se saliera. Ella, ya sin control, me rogó que me derramara en su interior.
No, Xiu-, le dije sacándosela,-quiero que ahora seas tú quien me use, yo también soy tuyo-.

Entonces, quiero volverla a sentir en el mismo sitio-, me gritó usando su poder. Esta vez no me resistí y penetrándola de un golpe, empecé a galopar con un único destino, el explotar en su interior. Xiu chilló al verse empalada nuevamente, y cayendo sobre el colchón entre convulsiones me pedía que me corriera. Al sentir que se me acercaba. Le dije al oído:

-Hagámoslo juntos-, y desparramándome en su interior me corrí. Ella se vio empujada al orgasmo al experimentar como mi semen la llenaba, y masturbándose ferozmente con el pene dentro, se vino gritando mi nombre.
Nos quedamos abrazados mientras nos recuperábamos. Ambos estábamos agotados, adoloridos pero a la vez con la certidumbre que habías encontrado nuestra pareja. Nunca mas estaríamos solos. Recordé que mi Padre me había pronosticado una vida de soledad, en la cual nunca encontraría una pareja de la que estuviera seguro de que estaba conmigo por amor y no por obligación, pero la mujer que tenía al lado había destrozado esa predicción. Ya no temía al futuro, teniendo a Xiu a mi lado.
-¿Desde cuando sabes que eres un titán?-, me dijo en voz baja pegándose a mi cuerpo.
“Titán”, pensé, “se refiere a mi poder, usando el nombre de los seis hijos de Urano, que habían conquistado el universo, nombrando a Cronos, el menor de ellos, como rey de la creación”.
Desde hace menos de un mes-, le respondí, –y ¿Tu?-.
Sé que soy una titánide, desde hace cuatro años-, me contestó sobrecogida por lo que significaba, había sido derrotada por un novato, –Debes de ser el mas poderoso de nosotros, sino no hubieras podido someterme-.
-¿Nosotros?, ¿es que hay mas?-
Según la mitología seis hombres y seis mujeres, si nos descontamos a nosotros, a tu padre y al mío, todavía hay ocho. Tres hombres y cinco mujeres-, y mirándome a los ojos, me dijo,-nunca se ha presentado el caso que un titán y una titánide se unieran, ¡imagínate el poder que tendrá nuestro hijo!-.
Me quedé meditando sobre ello, el poder genera odios y si sumamos a los nuestros él de un futuro retoño, todo el mundo intentará acabar con nosotros.. Como mi esposa y compañera debía de saberlo, le expliqué con todos los detalles mi origen y los de mi familia, contándome ella los suyos. Xiu provenía de una familia casi tan vieja como la mía, que había perdido China en manos de los mongoles de Gengis Kan, siendo Zaho Bing el último emperador Song, y el primer titán de su familia.
Ya sé como encontrar a los restantes-, le dije.
-¿Como?, nadie sabe la forma de hallarlos-, me contestó con sorna.
Yo, sí-, le dije mientras la acariciaba,-Venimos de familias que han perdido sus reinos por una invasión, concentremos nuestro esfuerzos en hallar a los descendientes de viejos imperios y encontraremos a nuestro titanes-.
Nunca se le había ocurrido, por lo obvio que resultaba supo que tenía razón. Y dándome un beso, me dijo:
-¿Por donde empezamos?-.
Por Roma, es el imperio mas grande de occidente, y además está en Europa, tenemos unos aliados que sin saberlo se van a unir a nosotros, los utilizaremos sin revelar ni nuestras intenciones ni tu poder-.
Riéndose a carcajada limpia me preguntó que quien iban a ser los afortunados y como los íbamos a encontrar.
Son ellos los que se han puesto en contacto conmigo. Se hacen llamar “la espada de Dios”, y creen que me tienen agarrado, dejemos que ellos trabajen para nosotros, los usaremos para nuestros fines y después nos desharemos de ellos-, le contesté explicándole la visita del día anterior, donde el representante de ese grupo tan extraño me había abordado y amenazado.
Puede ser peligroso-, me replicó.
Lo sé, pero no más que dejar que los otros titanes nos encuentren antes-, y cambiando de tema, le dije que teníamos que despertar a las muchachas. Pero antes de hacerlo, fue ella la que me descolocó diciéndome:
Esposo mío-, supe que al usar la forma digna, me quería pedir algo, -¿sabes que los titanes solo engendran de uno en uno?.
Si-, le contesté, sabiendo lo que me iba a pedir, –No te preocupes hasta que estés embarazada, evitaré correrme dentro de otra que no seas tú-.
No tienes por que hacerlo, seré yo quien se ocupe de que tu semen no germine en ellas. Pero ahora quiero comprobar si a mi macho le excita tener una hembra dispuesta a ser madre-, me dijo bajando por mi cuerpo.
Esta vez, hicimos el amor sin prisas, cariñosamente entregándonos el uno al otro como iguales, sin vencedores ni vencidos, compartiendo cada momento de nuestra unión como si fuera el primero. Fue sublime el sentir como nos fundimos en cuerpo y mente. Poniéndose encima de mí, introdujo mi pene en ella, mientras exploraba mi cerebro. Compartimos nuestros recuerdos y nuestras experiencias, antes incluso que nuestros fluidos, y en un climax brutal nos retorcimos en la cama, alcanzando el cielo.
Veamos como siguen-, le comenté revisando a nuestras dos concubinas. Tras un análisis inicial decidimos despertarlas. No había otra forma de saber a ciencia cierta que no habían recibido ningún daño. Yo me iba a ocupar de Lili mientras Xiu debía de espabilar a Carmen. Lo hicimos lentamente, induciéndoles la idea de que se habían quedado dormidas por el esfuerzo, pero en cuanto empezaron a recuperar parte de la conciencia supimos que algo había pasado. Era como si sus mentes fueran una prolongación de la nuestras, de repente me vi mirando por los ojos de la chinita, sintiendo su piel y su cuerpo. Y a ella le ocurría lo mismo.
-¿Qué ha ocurrido?-, me preguntó Xiu, hablando por la boca de Carmen.-¿Dónde están?.
-No lo sé-, le conteste, –creo que lo mejor es que las volvamos a dormir, no pueden seguir así. Nos hemos apoderado de sus mentes-.
Llorando con dos gargantas, Xiu me dio la razón. Se sentía culpable de la desaparición de las muchachas. Era agobiante el tener dos cuerpos, estar mirando con cuatro ojos. No teníamos ni idea de cómo devolverles su cuerpo, ni siquiera sabíamos si habían desaparecido totalmente de sus cerebros, sin dejar rastro.
Calmando a mi mujer, le dije: –Por ahora que descansen, no te preocupes porque vamos a encontrar la forma de sanarlas, pero recuerda que mientras tanto tendremos que despertarlas para que al menos se alimenten y hagan sus necesidades-.
Los problemas se nos acumulaban, por lo que había que establecer prioridades y el mas urgente eran ellas. Totalmente de acuerdo en eso, nos pusimos a buscar en la biblioteca de mi padre, algún libro que hablara sobre alguna experiencia semejante. Cada vez mas nerviosos por no hallar ninguna referencia, no pudimos evitar empezar a discutir. Xiu creía que debíamos acudir a un psiquiatra, que no veía otra solución. Me arrepentí de como la había vencido, sin saber había usado a su hermana como arma arrojadiza contra ella, y ahora el sentimiento de culpabilidad la estaba hundiendo en una preocupante depresión.
Y ¿que quieres decirle?, que hemos tomado su mente y que ahora no podemos devolverles su cuerpo. Imagínate lo que ocurriría, de irnos bien seguramente nos tomaría por locos, o pensaría que estaríamos ejecutando un fraude, pero de creernos para él sería el mayor descubrimiento de la psiquiatría y no tengas ninguna duda que nos encerrarían como conejillos de indias-.
Entonces, ¿qué hacemos?, ¿quién nos podría ayudar?-
Desgraciadamente, nadie. La ciencia oficial no ha descrito ningún caso parecido pero..-, de pronto me vino a la mente un reportaje sobre brujería que había visto en la tele.
-¡Que!-, me gritó Xiu desesperada.
-No es seguro, pero puede que nos estemos equivocando de enfoque. Me imagino que habrás oído hablar de santería y zombies-.
Me interrumpió mandándome a la mierda, me dijo que como podía solo el pensar en hablar con uno de esos charlatanes. No dando mi brazo a torcer le dije:
Para la medicina occidental, la tradicional china carece de sustento y no es mas que superchería-.
No es lo mismo-, me contesto defendiendo la medicina de su país,- es una practica milenaria-.
Igual que las religiones animistas africanas-, le repliqué,-y lo peor es que no se me ocurre otra vía-.
Quedamos en silencio, sabiendo las remotas oportunidades que teníamos de que nos sirviera de algo acudir a un santero. Al igual que mi esposa, no confiaba en encontrar a un verdadero practicante de esta fé. En los periódicos se anuncian muchos pero como íbamos a distinguir los verdaderos de los farsantes. Gracias a Xiu, encontramos la solución.
Usando nuestro poder-, me dijo, -si sondeamos a los diferentes sacerdotes sabremos separar a la escoria de los auténticos -.
Fue una pequeña luz, una esperanza a la que se agarró con violencia, para evitar el desmoronarse. Nos pasamos toda la mañana, acumulando información sobre los diferentes centro ocultistas de Madrid, descartando directamente a todos los servicios de adivinación telefónica y parecidos. Terminada la lista de los candidatos mas idóneos, discutimos como abordarlos, bajo ningún concepto debíamos descubrir nuestras verdaderos motivos y menos podíamos hacer ostentación de nuestros poderes, pero tampoco podíamos hacernos pasar por unos curiosos. Al final, creímos que lo mas conveniente era hacerles creer que éramos unos estudiantes de psicología interesados en estos temas.
Pero antes de irnos teníamos que resolver un problema doméstico, las muchachas no habían bebido ni comido nada durante las últimas dieciocho horas. Recordando lo extraño que nos había resultado manejar dos cuerpos a la vez, le dije a Xiu:
Mira, vamos a tumbarnos junto a ellas, para despertarlas. Si al hacerlo todo vuelve a la normalidad que bueno, pero de no ser así, nos resultará mas sencillo si nos mantenemos en la cama sin movernos y con los ojos cerrados-.
Llegaba la hora de la verdad, y con muy pocas esperanzas, las devolvimos la conciencia. Pero se cumplieron los peores augurios, en el momento de su despertar fue como si encendiera un segundo monitor, paulatinamente fui adquiriendo la posesión de Lili, primero sentí la sabana sobre su piel, después era como si mi propia alma recorriera sus dedos, sus brazos y piernas absorbiendo sus nervios y músculos. Con miedo, abrí sus párpados, a mi lado estaba Carmen pero en su mirada descubrí a Xiu. Habíamos fallado y con la certidumbre de nuestro fracaso, nos levantamos sin hablar.

Su vejiga me dolía, y sin perder mas tiempo me dirigí al baño. Fue cuando empecé a percibir las sutiles diferencias de estar en un cuerpo femenino, al ponerme frente al retrete busqué con mi mano el pene, y sonreí al no encontrármelo. Tuve que sentarme para hacerlo, la posición no me resultó extraña, no en vano los hombres nos tenemos que sentar para vaciar nuestros intestinos, pero cuando liberé sus músculos orinando, me sorprendió la sensación. No sé como explicarlo, los hombres cuando lo hacemos, no solo relejamos los músculos sino que el orín recorre nuestro pene en su trayecto de salida, mientras que en ese momento era como si se vertiera directamente. En cuanto terminé, fui sustituido-a por Carmen, que no era Carmen en la taza. Y esperándola me quedé contemplándome en el espejo.

Lili era una muñeca de un metro cincuenta, por lo que su ángulo de visión era diferente al mío, las cosas se veían diferentes, pero fue al ir a meterme en la ducha, cuando realmente recapacité que debía de tener cuidado al moverme. Casi me caigo, no habiendo levantado mi pierna suficientemente, tropecé con la bañera, y cabreado solté un improperio. Pero la voz que oí, no era la mía sino la de ella.
Lili, ¿estás bien?-, escuché la voz de Carmen preocupada, pero justo cuando iba a contestarla, me di cuenta que estaba llorando. Sabía que le pasaba. Xiu dentro de la muchacha, había reaccionado instintivamente sin caer en que era yo, el que casi se cae, y no su hermana. Al darse cuenta de su error, la tristeza de la perdida le hizo llorar.
Tratando de consolarla, le pedí que me abrazara. Y desnudas bajo la ducha, lloramos unidas por el dolor. Carmen es mucho mas alta que la chinita, por lo que al abrazarme, mi cabeza quedaba a la altura de su cuello. Y por vez primera me sentí indefenso dentro de un cuerpo tan minúsculo. Hallé el consuelo en sus labios, fue un beso posesivo, Xiu forzó mi boca con su lengua, y cogiéndome del pelo lacio de su hermana, empezó a recorrer su cuerpo con sus manos. Experimenté lo que se siente, cuando una mujer es acariciada. Los pezones de mi pecho se irguieron en cuanto las yemas de Carmen se acercaron a tocarlos y ya totalmente excitado abrí mis piernas para que se apoderara de mi sexo. Xiu se agachó en la ducha, y acercando su boca a mi ahora pubis depilado, separó mis labios y con fruición lamió con su lengua mi clítoris. Casi me caigo al notarlo, como si fuera una descarga eléctrica el placer recorrió mi pequeño habitáculo, por lo que con ganas de seguir disfrutando me senté en la bañera. Carmen-Xiu, se arrodilló en frente mío, su morena piel resaltaba contra el pálido color de mi cuerpo. Pasé mis pies por encima de sus hombros de forma que tenía todo mi sexo a su disposición. No se hizo de rogar, acercándose a mi me mordió el botón de mi entrepierna, mientras que con sus dedos me penetraba. Gemí al ser violada mi vagina, y de pronto una extraña sensación se fue apoderando de mi cuerpo. Tardé en reconocerlo, como hombre el orgasmo llega por oleadas, breves e intensas, pero en ese momento lo que estaba experimentando era diferente. Asustado-a sentía que algo distinto se avecinaba. De igual forma que a una radio se le va incrementado el volumen poco a poco, así me notaba que se iba acumulando en mi interior, explotando de improviso mientras me derramaba en su boca. Jadeando con la respiración entrecortada, mi vagina se llenó de un espeso líquido, que Carmen como posesa bebió, satisfecha por el placer que me había dado.
Gracias-, le dije agradecida. Acababa de descubrir mi lado femenino y curiosamente tuve que reconocer que me gustaba.
Quise devolverle el favor, pero se negó, diciéndome que tenía hambre y que además teníamos trabajo que hacer. Como casi siempre tuve que reconocer que tenía razón, yo mismo tenía un agujero en el estomago. Y saliendo de la ducha, le extendí una toalla, mientras que con otra me secaba.
Me siento rara en este cuerpo-, me dijo Xiu. Me miraba con una profunda tristeza en sus ojos. –No sabes lo que siento al verte dentro de mi hermana. Es super doloroso saber que puede que no vuelva, pero a la vez me alegro que seas tu quien se esté haciendo cargo de su cuerpo, no hubiera podido soportar que otra persona lo hiciera-.
No supe que contestarle, comprendía su duelo, no podía dejar de pensar que hubiese sentido yo, de ser mi hermana adoptiva la que hubiese desaparecido. –Vamos-, le dije cogiéndole de la mano, –hay que comer algo-.
Comimos porque había que alimentarlas pero no porque nos apeteciera. Al principio no nos resultó sencillo el hacerlo ya que no estábamos acostumbrados a las distancias de sus cuerpos. Mas de una vez al tratar de llevar el tenedor a la boca, erré el destino y me manche la mejilla. Xiu se rió al ver mis dificultades con los cubiertos. Pero dándose cuenta de lo que significaba me dijo:
Si esto se prolonga, deberemos dedicar unas horas diarias a ejercitarlas. No quiero que sufran daño por estar inactivas-.
A Lili le gustaba azotar a Carmen, cuando quieras empiezo-, le contesté en son de broma.
Siempre que dejes que con mi verdadero cuerpo te castigue, amado mío-, me replicó siguiéndome la corriente.
La sola perspectiva de amarla con dos cuerpos a la vez, hizo que me excitara, y solo la prisa que teníamos por encontrar una solución a la situación de las muchachas, evitó que lo pusiera en practica.
-¿Nos vamos?-, le pregunté nada mas terminar de comer.
Si, pero antes acostemos estos cuerpos-, me contestó Xiu.
No, es mejor que salga yo, al menos, en Lili. Piensa que esos tipos de la “espada de Dios”, me siguen. En cambio no se les ocurrirá que esta preciosidad soy yo-, le repliqué moviendo el trasero.
-Entonces yo iré con el de Carmen, y así al menos caminará un poco-, me dijo en un tono que me indujo a pensar que le había molestado mi comentario.
Dándole un beso en los labios, le susurré:
Seremos dos lesbianitas paseando su amor por Madrid-.
Volvimos al cuarto donde estábamos en la cama, y abriendo mis ojos nos vi entrar por la puerta. Casi me tropiezo con la cama al sentirme desorientado. Decidí cerrarlos para no sufrir un accidente.
Xiu me eligió la ropa. Al ponerme el sujetador tuvo que ayudarme porque me vi incapaz de hacerlo solo. Pero el colmo fue cuando subiéndome a unos inmensos tacones, intenté caminar. Estuve a punto de romperme una pierna al caerme desde esa altura, por lo que muerto de risa le dije:
Será mejor que vaya con zapatillas, no vaya a ser que terminemos en un hospital-.
Entre risas, salimos del piso para encontrarnos de frente con Patricia, que salía de su casa. Esperamos las tres juntas la llegada del ascensor. De reojo nos miraba como queriendo preguntarnos algo. Justo cuando llegó y antes de abrir la abrir la puerta, dirigiéndose a mí, preguntó:
Disculpad, os he visto salir de casa de Fernando…-.
De repente Xiu le cortó diciendo:
-¡Ni se te ocurra!, ¡es nuestro!-.
El silencio que se apropió de ascensor, se podía cortar con un cuchillo. Las dos mujeres se estaban taladrando con sus miradas, eran dos duelistas a punto de desenfundar, y solo lo exiguo del trayecto hizo que al abrir la puerta, al tomar cada una un camino, la tensión se relajara. O eso creí. Pero en cuanto la rubia se hubo marchado Xiu me tiró del brazo diciéndome:
-¿Quién es esa puta?, o ¿te crees que no he podido leer en su mente que te la has tirado?-.
Una vecina que conocí, no tiene importancia-, le solté esperando que se tranquilizara al saberlo.
Eso espero, ¡Somos tres para cortarte los huevos!-, me gritó ante el asombro de las personas que había en el portal,-Si alguna vez quieres acostarte con alguien que no seamos nosotras, piénsatelo antes-.
Inconscientemente me llevé la mano a mi entrepierna. Al no encontrarme nada, recordé que estaba en el cuerpo de la chinita, y buscando desdramatizar el tema, solo se me ocurrió decirla:
-No tengo huevos-.
Cinco pisos mas arriba, la mano de Xiu se apoderó de mi entrepierna, apretándola cruelmente. Y dolor que sentí me hizo tropezar.
Si tienes-, me contestó con una sonrisa.
Acababa de descubrir, que mi queridísima esposa era celosa. No sé porque me extrañaba, en su cultura el matriarcado es la forma imperante, los maridos deben una completa sumisión a sus mujeres. Tenía que decirle algo.
Xiu no hay nadie mas importante que tú. Dame un beso-.
La voz falsamente apenada que puse le hizo reír y dándome un azote en el culo, me dijo:
Al andar mueve las caderas, ¡qué pareces un marimacho!-.
Obedeciéndola y mientras llamaba al Taxi, no dejé de menear mi trasero.
No tardamos en coger uno. Al subirnos, el taxista nos echó una mirada de esas de las que tanto se quejan las mujeres. Empezando por las piernas para terminar fija en los pechos. Xiu al percibir que me molestaba le soltó:
Guapo, cierra la boca, que se te cae la baba, y llévanos a Espronceda 3-.
El conductor, un hombre ya entrado en la cincuentena, cogió la indirecta, y sin contestar a la impertinencia, arrancó el vehículo. Durante toda la carrera el taxista se mantuvo callado y solo cuando ya le habíamos pagado, y Xiu se había bajado del coche, me dijo:
Menuda zorra, es tu amiga. Se le nota que esta mal follada-.
Cabreado, cerrando la puerta, le contesté:
En cambio, tú debes de tener el culo partido de tanto como te la meten-.
Al escuchar mi insulto, Xiu se echó a reír y cogiéndome del brazo, nos dirigimos a nuestra primera cita. Eso sí, esta vez no me olvidé de contornearme al andar.
Convencidos de las pocas posibilidades que teníamos de obtener ayuda, entramos en el portal. La consulta del brujo estaba en el sótano. Y ya desde la escalera se podía olor la mezcla de mejunjes típicos de la santería. Era ácido, penetrante, estuve a punto de estornudar al sentir como irritaba las fosas nasales de Lili. No tuvimos que tocar el timbre, la puerta estaba abierta. Al pasar a la consulta descubrímos una decoración grotesca, las imágenes de santos católicos se mezclaban en siniestro desorden con imágenes de demonios y de dioses africanos.
En un mesa desvencijada se encontraba una jovencita con el pelo peinado a rastas, que nada mas mirarnos se levantó haciéndonos pasar a una sala, todavía mas siniestra. El tufo que desprendían los diferentes instrumentos, provocó a Xiu una arcada.
-¡Que asco!, huele a gato muerto-, protestó mientras se recuperaba.
No tuve tiempo de darle la razón, por la puerta había hecho su aparición la bruja. Era una decrepita anciana de raza negra cuyas arrugas nos hablaban de la mucha experiencia recogida, y los grandes conocimientos que había acumulado durante una larga vida.
Nada mas vernos se quedó paralizada, y sin prolegómenos fue directamente al asunto preguntándonos:
-¿Qué pueden desear dos titanes y sus cuerpos poseídos de mí?-.
Contra todo pronóstico, la vieja nos había reconocido al instante. De nada servía disimular.
-Necesitamos ayuda-, le contesté, antes de explicarle con todo detalle, que nos habíamos apoderado de dos cuerpos amigos sin saberlo, y que queríamos devolvérselos a sus legítimos dueñas.
Belmoth, así se llamaba la bruja, nos escuchó sin interrumpirnos y solo cuando hubimos terminado, pidiéndonos permiso nos dijo:
-La posesión es irreversible, estos cuerpos siempre estarán a su disposición-.
-Entonces, ¿mi hermana ha muerto?-, dijo Xiu echándose a llorar.
-No, está esperando que el titán le dé permiso para volver-.
Sus palabra fueron un rayo de esperanza al que agarrarse pero había un problema no sabíamos como hacerlo. Al preguntarle el modo, la vieja nos contestó:
-No lo sé. Según las leyendas, los titanes pueden entrar y salir de los cuerpos con solo desearlo. Lo que les ocurre es que sus propios reparos les ha impedido tomar completo posesión de ellas, deberán hacerlo para liberarlas de su encierro-.
Por mucho que intentamos que nos aclarara el asunto, no pudo, sus conocimientos llegaba hasta ahí. Tristes pero esperanzados, salimos del local, pero antes indujimos a la anciana y a la joven a olvidar nuestra visita.
Decidimos volver a casa directamente, yo en lo particular estaba cansado de estar en un cuerpo femenino y deseaba volver a sentir mi pene entre las piernas. Al decirle a Xiu como me sentía, ella dándome un beso me contestó:
-Yo también quiero sentir “tu pene entre mis piernas”-.
La burrada hizo que me excitara y corriendo paré otro taxi, para que nos devolviera a casa. Menudo espectáculo le dimos a su dueño, durante todo el trayecto no paramos de besarnos y de meternos mano ante la atónita mirada del taxista. Como sería la temperatura de nuestro agasajo que al ir a pagar, el buen hombre dándonos su tarjeta, nos dijo que no hacía falta y que siempre que quisiéramos le llamáramos que no importaba la hora, que el vendría encantado.
Brutalmente excitadas, corrimos hacía la habitación desnudándonos en el trayecto y metiéndonos en la cama junto a nuestros cuerpos, nos olvidamos de dejar a estos dormidos.
Necesitaba de Xiu, en todas las facetas, y mientras le hacia el amor con el cuerpo de Lili, empecé a acariciarle con el mío. Era increíble el estar poseyéndola dos veces. Acariciándola con cuatro manos y besándola con dos bocas en sus dos coños, conseguí que se pusiera a mil. Fue entonces cuando mi lado perverso actuó, y abandonando el cuerpo de Carmen, me concentré en el verdadero penetrándole mientras que con la boca de su hermana me apoderaba de sus pechos.
Xiu protestó diciendo que quería disfrutar en los dos a la vez, y riendo le dije que fuera ella quien se masturbara. En vez de hacerlo en la forma tradicional, cogió el cuerpo de Carmen y poniéndose a horcajadas sobre su boca, empezó a morder y a torturar el clítoris que tenía poseído. Fue ella misma la que metíendose dos dedos, mientras yo seguía embistiendo su otro coño, la que se provocó el orgasmo, y chillando y gritando se corrió en su boca y en mi pene a la vez.
El cuerpo de Carmen cayó desplomado sobre la cama, mientras que yo seguía dándole el mismo tratamiento al genuino, y estaba a punto de correrme cuando oí que incorporándose, Carmen nos decía:
-¿Que ha pasado?, -.
No le contestamos, ya tendríamos tiempo de explicarle lo ocurrido y agarrándole del pelo, puse su boca en la cueva de Lili. Sentí como me separaba los labios, y como con su lengua se fue acercando a mi clítoris, mientras que mi miembro seguía dentro de Xiu.
Fue la propia Xiu quien me dijo quitándose de debajo mío:
-Debes de ser tu, quien lo haga-.
Tenía razón, ella había conseguido liberar a Carmen poseyéndose a si misma, por lo que tumbando a Lili, con las piernas abiertas, me acerqué con mi pene erecto. De un solo golpe, me penetré a mi mismo. Percibí como mi vagina se iba llenando al ir ocupando con mi sexo todo su interior. Y abrazándome con las piernas, empecé a galopar mientras las dos muchachas se ocupaban de mis pechos.
Mi doble orgasmo no tardó en llegar, y sintiendo las dos vertientes del placer me corrí clavándome las uñas en mi espalda.
De repente me vi expulsado de Lili, y en sus ojos incrédulos la reconocí al instante, había vuelto. Por fín estábamos los cuatro juntos, y dándole un beso le dije a su hermana:
-Te toca explicarles que ha pasado-, guiñándole un ojo, -por algo eres la matriarca-.
 

Relato erótico: “La tara de mi familia 5 / La espada del dios” (POR GOLFO)

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UNA EMBARAZADA2Capitulo 6: la espada del Dios.

 

No me esperaba que reaccionaran como lo habían hecho. Tanto Carmen como Lili, al saberse poseídas, se sintieron humilladas. Por mucho que Xiu les tratara de explicar que no había sido nuestra intención y que si había ocurrido era debido a nuestra inexperiencia, no quisieron aceptar sus excusas. Estuve oyendo gritos, lloros e insultos durante más de una hora, hasta que cansado decidí intervenir.

Ya está bien-, dije nada mas abrir la puerta,- Xiu se ha tratado de disculpar, no fue nuestra intención el apoderarnos de vuestros cuerpos. Somos diferentes, y como no hay ningún manual que nos enseñe a ser titanes, podemos equivocarnos
-¿Equivocaros?-, me respondió Carmen con una mezcla de desprecio y de aprensión,-Nos habéis usado, manipulado-.
Tenía razón en todo, pero no tomaba en cuenta que no fue algo premeditado. Leí en su mente, el profundo temor que le infundíamos. Si no buscaba una rápida solución, las íbamos a perder para siempre.
-¿Manipulado?-, le grité,-No tienes idea de lo que hemos pasado hasta devolveros vuestro cuerpo. Podíamos habernos quedado con ellos, pero no, buscamos una vía para volvierais-.
Encima querrás que os demos las gracias-, me espetó a la cara.
-Pues si-, le dije.
Al oírme, la chinita que se había mantenido en un prudente silencio, me escupió a la cara y cogiendo de la mano a Carmen, intentó salir de la habitación. No las dejé, antes tenía algo que decirles.
Si queréis iros, no os lo voy a impedir, pero quiero que sepáis que tendréis las puertas abiertas de nuestra casa para volver-, y cogiendo de un cajón un sobre con dinero, se los di diciendo: –Nos hemos podido equivocar, pero quiero que sepáis que para nosotros seguís siendo nuestras mujeres, y no os vamos a dejar en la estacada. Lo único que os exigimos es que bajo ningún concepto, contéis a nadie lo que somos-.
Humilladas o no, cogieron el dinero. Ambas se dieron cuenta que jamás serían capaces de traicionarnos, y deseando que se lo impidiéramos salieron del dormitorio.
En cuanto, se hubieron ido, Xiu se echó a llorar por su perdida. Pero dándole un beso, le dije:
-No te preocupes, que volverán-.
No me creyó y menos cuando escuchamos como recogiendo sus cosas, salían del piso, sin saber hacia donde se dirigían. Era la primera vez en quince años que se separaba de su hermana. Tristísima me relató, como había sido la llegada de Lili. Un día al volver del colegio, su madre le dijo que tenía una sorpresa, y presentándole a una niña de cinco años, que no paraba de llorar, le comunicó que desde ese instante era su hermana. Por lo visto, en plena revolución cultural, se había quedado huérfana ya que sus padres habían sido purgados por ser intelectuales, y que al verla desamparada, su familia la había acogido como hija. Con ella había pasado toda su infancia y adolescencia, y ahora veía que la había perdido.
Traté de consolarla, pero rehuyendo mi abrazo, se encerró en el baño. Su dolor era inmenso, y sin poderlo evitar lo radiaba a su alrededor, de tal forma que no pude prever la llegada de los hombres de la secta. Durante un rato interminable, intenté que saliera de su encierro, pero al ver que mis intentos eran infructuosos, me fui a tomar algo a la cocina.
Me estaba preparando un café, cuando sigilosamente, sin hacer ruido, Xiu me abrazo por detrás.
-Me siento sola-, me dijo entre sollozos.
Me di la vuelta para besarla. Lo que en un inicio era un beso suave se torno en posesivo. La mujer necesitaba de mí, y con la urgencia de la desesperación empezó a desnudarme . Mi ropa cayó echa un ovillo mientras ella se arrancaba el vestido. Enardecido por su deseo, con mi brazo retiré todo lo que había sobre la mesa de la cocina sin importarme que se rompieran al caer al suelo y tomándola en mis brazos la deposité encima de ella.
Ella misma agarrando mi pene entre sus manos, lo colocó a la entrada de su sexo, y asiéndome con las piernas, de un solo golpe se lo introdujo por entero. La dureza de la penetración la hizo chillar de dolor, pero sin esperar a acostumbrarse me pidió que me moviera, que necesitaba ser amada.
Obedecí, sabiendo que no podía fallarla. Mis caderas se acomodaron entre sus muslos mientras mi extensión disfrutaba en su interior. Intenté hacerlo con cariño, pero ella me exigió que arreciara con mis ataques. Aceleré mis movimientos, imprimiendo un ritmo infernal. La humedad de su cueva me hablaba de su excitación, cuando de pronto me clavó la uñas en la espalda, retorciéndose de placer. Estaba como loca, enroscándose como una serpiente en mi cuerpo me seguía pidiendo que continuara empalándola, que necesitaba mi simiente en su interior. Era un coito agresivo que se transformó en violencia pura cuando dándome un tortazo, me gritó:
-Dale a tu puta lo que se merece-
Cabreado por su golpe, saqué mi pene y dándole la vuelta sobre el tablero, le azoté el trasero, castigándola.
-¿Esto es lo que quieres?-, le espeté sin importarme sus gritos.
-No-, me contestó,- quiero que me castigues mientras me follas-.
Sin mediar palabra, le inserté toda mi extensión en su cueva, sin dejar de fustigar su culo con mis manos. Sus chillidos se convirtieron en jadeos, en cuanto sintió que la llenaba. Verla tan sumisa me excitó, y agarrándola del cuello, empecé a estrangularla. Asustada por la falta de aire, intentó zafarse de mi cruel abrazo, pero incrementando la fuerza de mi ataque la inmovilicé. Creí que se había orinado cuando su flujo recorrió mis piernas. Al darme cuenta que era un brutal orgasmo lo que había experimentado, la solté y buscando mi propio placer inicié un desenfrenada carrera, montando a mi yegua sin contemplaciones. Fuera de sí, me gritaba que me corriera, que necesitaba que me derramara en su interior. Usando sus pechos como soportes de mi deseo, incrementé la cadencia de mi asalto a su fortaleza, y coincidiendo con su segundo climax, me percaté de las primeras señales de mi explosión.
Queriendo verle la cara mientras me corría, le di otra vez la vuelta. Sus ojos me miraban suplicando que terminara sus castigo, pero su boca me imploraba que siguiera usándola. Como si fuera un tsunami, el placer surgió de mis entrañas asolando toda mi oposición y en grandes oleadas estallé dentro de ella. Xiu al notarlo, me abrazó con sus piernas de forma que mi semen se introdujo hasta el fondo de su vagina, mezclándose con el flujo de su gozo. Tuve que apoyarme sobre ella, para no caerme. La chinita me recibió con sus brazos abiertos y llorando me daba las gracias.
Sin saber en ese momento a que se refería me deje mimar. Sus besos recorrieron mi cara y mis labios, mientras mi pene expulsaba las últimos reservas de simiente. Totalmente exhausto, me tumbé en la mesa junto a ella, tratando de recuperarme, pero ella pensando que no había sido suficiente, se incorporó poniéndose a horcajadas sobre mi cuerpo.
-Quiero más-, me dijo acercando sus labios a mi sexo.
 
Me miró sonriendo antes de que abriendo su boca se introdujera toda mi extensión. Era una gozada el sentir a su lengua jugando con mi glande y a su manos. Poco a poco mi pene fue retornando a la vida, pero justo cuando acababa de alcanzar el culmen de su erección sonó el timbre de la puerta y Xiu creyendo que eran Carmen y Lili , salió corriendo desnudo a su encuentro.
Pero al abrir, se encontró con cinco hombres armados, que dándole un empujón entraron en el piso. Solo pude ver como aplicándole una inyección caía desmayada en el suelo, antes que me dispararan con un dardo paralizante. Sentí que se me doblaban las rodillas. Me vi rodeado, y justamente antes de perder la conciencia, percibí que me ataban mientras en volandas me sacaban de la casa.

Cuando recuperé el sentido, me encontré encerrado en una habitación, tumbado sobre una cama. Me dolía la cabeza, era como si dos agujas penetraran en mis sienes. Poco a poco fui incorporándome, tratando de observar a mi alrededor. La habitación era enorme, por la altura de sus techos, supe que debía encontrarme en un palacio, o algo semejante. Preocupado por Xiu la busqué a mi alrededor, pero no la encontré. Deseando que estuviera bien, no tuve mas remedio que esperar que el responsable de mi secuestro o alguno de sus secuaces viniera a verme.
Mientras me recuperaba, el odio y la sed de venganza se fueron acumulando en mi interior, por eso al oír que unos pasos se acercaban, me preparé para atacarle. Eran unos pasos cortos, medio renqueantes, como los de un anciano.
 

Al abrirse la puerta, no me extrañó que fuera un hombre de mas de ochenta años el que apareció. Lo que no me esperaba era su atuendo. Nada mas verle, con su casulla y su sombrero rojo, supe que me encontraba en frente de un cardenal católico, uno de los mas altos jerarcas de la iglesia. Solo el Papa tiene mayor poder.

Las arrugas de su rostro y lo delgado de su cuerpo le conferían un aspecto de indefenso que era una fachada. En cuanto entró sentí su poder. El viejo arrastrando sus pies, se dirigió hacía una de la butacas de la habitación y mirándome me ordenó:
-Ayúdame a sentarme-.
Me vi impelido a obedecerle, acercándole el asiento. Era tal el dominio que tenía, que me vi incapaz de rechazar su mandato. Estaba en manos de un titán mucho mas poderoso que yo, y nada de lo que hiciera iba a librarme de su influjo. Asumiendo mi inferioridad, me senté a su lado, esperando que me explicara el motivo por el cual me habían raptado.
No tardé mucho en saberlo, porque nada mas sentarse me dijo:
Don Fernando de Trastamara llevo mucho tiempo buscándolo
Su español era perfecto, con un ligero acento italiano. Su voz rota engañaba lo mismo que su aspecto, porque de todo su ser emanaba una autoridad omnipresente, de la que era imposible no verse subyugado.
-¿Quién es usted?-, le pregunté bastante acongojado.
-Los humanos me conocen como el cardenal Antonolli, pero mi verdadero apellido es Augústulo, y como te habrás imaginado soy descendiente del último emperador romano
“Romulo Augústulo”, pensé, recordando que siendo un niño de diez años había sido vencido por el barbaro Odoacro, no pudiendo hacer otra cosa que mandar las insignias imperiales a su primo Zenón, entonces emperador de oriente. Los historiadores discuten todavía hoy sobre su destino, diciendo la mayoría que fue ajusticiado por el conquistador germánico, pero ante mí tenía la prueba de que estaban errados y que al menos vivió para tener descendencia.
-¿Qué quiere de mí?, ¿me puedo considerar muerto? O por el contrario me va a dejar seguir viviendo-, le respondí esperándome lo peor.
Su risa vacía resonó en la habitación.
-Tranquilo-, me dijo suavemente, y sin alzar la voz dictó mi sentencia: –Te necesito vivo. Como sabrás por mis hábitos, no he tenido descendencia, y necesito un heredero-.
“Heredero”, ahora si me había sorprendido. Por lo poco que sabía de mi especie, suponía que nos veíamos obligados a perpetuarla teniendo hijos, por lo que no comprendía como podía convertirme en beneficiario de su herencia. Sobretodo teniendo en cuenta que no necesitaba el dinero. Por eso le dije:
-Usted es un sacerdote, no esperará que yo le siga en su modo de vida, de ser así, le aviso que me niego. No estoy hecho para el celibato, y menos para obedecerle como una mascota-.
No, muchacho. No quiero eso de ti. Al contrario es hora que los de nuestra clase tomen el mando, y para eso necesito que prosigas mi obra. Desde que tuve razón, descubrí que era distinto, y he dedicado mi vida a conseguir que los humanos tengan a por fin alguien que les dirija hacía su destino-, su mirada era de determinación, nada se podía cruzar en su camino, –sabiendo que había algo en mi interior, me dediqué a estudiarlo, descubriendo que somos únicos, y que durante siglos ha habido una selección de los mejores especimenes, decidí no tener hijos. No debía prolongar mi sangre. Soy diabético, tengo antecedentes de locura, y en cambio tú, eres todo lo que desearía ser, pero sobretodo dar-.
Y ¿qué tengo que ver en ello?-, le pregunté.
Los titanes deben de reinar, y de todos ellos, tu padre era el mejor. Por eso y por que tenemos antepasados comunes, me decidí por tu rama.
-¿Mi rama?, ¿qué ha planeado para mí?-, le respondí sabiendo de antemano su opinión.
-Los titanes somos siete familias. No pude haber mas de catorce, por lo que entre padres e hijos completamos el número. Mi rama, la más antigua, ha estado organizando la reunificación durante siglos, pero nos faltaba localizar la tuya, afortunadamente la hemos encontrado, y encima su representante es un hombre, por lo que no hay que esperar mas para nuestro propósito-, me dijo con un deje de satisfacción por la tarea cumplida.
 

-¿Entonces?-.

Eres mi Adan, el padre del futuro, que al contrario de Israel, tus descendientes serán los padres de cinco tribus en los cinco continentes-.
-¿Pero no había siete ramas?-, le pregunté bastante angustiado por la responsabilidad de lo que me proponía.
Si, en Europa, hay tres. Pero a partir de mi decisión de no procrear, y la extinción de la hispana por su papel de creador, solo quedará la alemana-.
De lo que me estaba diciendo deduje que conocía la existencia de Xiu, que debía ser la representante asiática. “Debe de estar bien”, y buscando la confirmación, sin ponerla en peligro, le interrogue que quien era los otros.
No me vas a hacer caer en contradicciones-, me replicó bastante enfadado,- A una, ya la conoces. Gracias a Xiu te hemos localizado, las restantes cuatro mujeres te las iré presentando a medida que demuestres que eres apto para tu misión-.
Con ganas de reunirme con ella, me abstuve de contestarle. Quería ver a mi esposa, y lo demás me importaba un carajo. Viendo que me quedaba callado, me sonrió. En su sonrisa irónica supe que se avecinaba una prueba, no pensaba fallar, y no por él sino por mí. Esperando que me tenía preparado, le solté:
-¿Cuándo empezamos?-.
Me miró diciendo:
-No me dejes mal-.
En ese momento, apareció por la puerta un impresionante ejemplar de mujer. Era una enorme hembra de raza negra que antes que me diera cuenta, ya me había soltado una patada, dirigida a mis testículos. Afortunadamente estaba preparado, por lo que no me resultó difícil el esquivarla. Estaba hecha una furia, no sé que le habían contado de mí o que es lo que se había imaginado, pero deliberadamente quería dañarme. Por eso, prudentemente busqué no enfrentarme a ella, y manteniéndome fuera de su alcance le pregunté que le pasaba, por que me había atacado.
Soy Makeda, y si crees que me voy a rendir estas muy equivocado-, me contestó lanzándome otro golpe que de haberme alcanzado me hubiese noqueado.
No quería enfrentarme a ella, pero por mera supervivencia me defendí derribándola. Sus ojos me miraban con ira mientras se levantaba. Descubrí el peligro que encerraba, cuando intentando hacer las paces, le extendí mi mano, y ella rechazándola intentó volverme a atacar. Ya cabreado, no me limité a apaciguarla, y de un derechazo la tumbé en el suelo.
Quédate quieta, no quiero dañarte-, le avisé.
Yo en cambio, quiero matarte-, me dijo mientras se levantaba, –soy libre y así quiero seguir. Ningún hombre me ha vencido, y tu no vas a ser el primero-.
En eso consistía la prueba, en conseguir dominar a esta mujer, pensé mientras me alejaba de su lado. Fuerza bruta. Violencia.
El cardenal había preparado la trampa, y ambos éramos víctimas. Pero debía de conseguir someterla si quería volver a ver a Xiu.
Bajando mis brazos, en señal de indefensión le di un perfecto objetivo mientras le decía:
-Si es tu decisión, hazlo. Pero te aconsejo que no falles, por que solo te daré una oportunidad y si no la aprovechas, usaré la misma violencia para responderte, y no tendré piedad. Pero si no lo intentas, hablaremos-.
Mi postura le hizo confiarse, y sin mediar palabra dirigió toda la furia contenida contra mí, pero se encontró con que su presa aprovechándose de su error, en breves momentos le había inmovilizado. No se podía mover pero no estaba indefensa, sentí la orden mental de que la soltara. No me extraño que fuera una titánide , pero su poder no estaba entrenado, se notaba que la mujer prefería lo físico a lo psíquico, por lo que no me resultó difícil contrarrestarla. La boca de Makeda esbozó una sonrisa en cuanto sintió que la liberaba, pero que rápidamente se convirtió en mueca de pánico al sentir que no podía moverse. Aprovechando su confusión le di un mordisco en sus labios, como muestra de mi superioridad.
Te dije que no fallaras-, le solté sardónicamente. El miedo se había apropiado de ella, y yo quería que aumentase, por lo que le mantuve inmóvil en el suelo mientras me volvía a tumbar en la cama. En una esquina de la habitación, observando con su fría mirada se mantenía el cardenal, y dirigiéndome a él le pregunté que si ya tenía bastante demostración.
Me contestó cuando ya abandonaba el cuarto:
-Xiu está en el Hotel Ambasciatori, habitación 617, en la Vía Veneto. Por cierto, llévate a Makeda, a mí no me sirve de nada. Es de la familia etiope-.
Por las palabras del anciano deduje que estábamos en Roma, la antigua capital del imperio que perdió su familia, luego debimos volar drogados desde Madrid. Quería volver a verla, pero antes me tenía que ocupar de la africana.
Si te suelto, ¿te estarás quieta? o por el contrario querrás atacarme-.
Dándome un vistazo de arriba abajo, me contestó:
El dueño de un perro no obedece al perro, lo patea
Todavía le quedaban arrestos para enfrentarse a mí, por lo que sintiéndolo mucho, me vi forzado a castigarla humillándola.
Tienes razón perrita, ven a cuatro patas para que te acaricie tu dueño-, le dije forzándola.
Intentó resistirse, pero tras unos momentos de lucha, vino a mi lado gateando sobre la alfombra. Cuando la tuve junto a mí, le acaricié la cabeza como a un animal y levantándome, después de avisarla que no se moviera, que no quería fallar, le di una patada en su trasero.
Ahora ponte en pié, y no vuelvas a intentarlo. Tengo ganas de estar con mi esposa y me estás entreteniendo-.
Esta vez, me obedeció a la primera sin necesidad de manipularla, y curiosamente cuando como un caballero le cedí el paso en la puerta, me devolvió una sonrisa. Ya fuera en el pasillo, me cogió de la mano, preguntándome:
-¿Puedo preguntar como se llama? Y ¿cuándo me va a desposar?-.
Abrí los ojos por la sorpresa, me había malinterpretado, creyó que cuando dije que quería estar con mi mujer, me estaba refiriendo a ella. La idea no me parecía mala, pero recordando lo celosa que era mi chinita, era mejor que se lo planteara de antemano.
Mi nombre es Fernando de Trastamara-, le respondí usando el verdadero, –respecto a casarnos, ya estoy casado por lo que primero debes de ser aprobada por la matriarca de mi familia-.
En su pueblo la poligamia debía de ser común, por que lejos de indignarse, levantó la cara al responderme y me dijo:
No se preocupe, pasaré la prueba-.
Salimos del palacio, escoltados por un retén de la Guardia Suiza, que nos esperaban en el pasillo. Al verlos no me quedó ninguna duda, no solo estábamos en Roma, sino dentro del Vaticano. Nos esperaba un coche en la entrada del palacio, y su chofer nada mas sentarnos partió rápidamente hacia su destino. Estaba aleccionado, por lo que no tuve que decirle donde íbamos. Siempre me había gustado esa ciudad, con su total caos circulatorio, sus pitos y sus vespas, donde es la ley del mas fuerte y se conduce como locos. Pietro, el conductor, no podía ser menos, y sin haber salido de la Vía Aurelia ya se había enfrentado a tres taxistas. Su modo de manejo era el típico italiano, acelerones bruscos, volantazos y frenazos con una gran dosis de cabreo. Por eso fue una liberación cuando nos depositó en la puerta del Hotel.
Salí corriendo sin cerrar la puerta del Alfa Romeo, y Makeda a duras penas llegó a alcanzar meterse en el ascensor antes que se cerrara. Estaba nervioso, en los pocos días que llevaba con Xiu, había conseguido acostumbrarme a su presencia y la idea de que algo le pudiera haber pasado me angustiaba. Casi sin esperara a que se abriera por completo salí al pasillo de la sexta planta. No tuve que buscar cual era la habitación, ya que al final del pasillo, dos guardaespaldas vigilaban el acceso a la número 607.
Se notaba que el viejo sacerdote tenía recursos. Al aproximarme el mas alto de ellos, sacó de su bolsillo una tarjeta con la que abrió de par en par la puerta de madera. Pero antes de que entrara me avisó:
-La señora esta enferma, hemos llamado a un médico pero no sabe que le ocurre, nos ha dicho que debe de ser una enfermedad autoinmune-.
Asustado fui a su encuentro, sobre la cama yacía totalmente empapada por el sudor. Las ojeras de su rostro me revelaron la gravedad de su estado. Y al acercarme, observé la temblorina que sacudía su cuerpo. Trató de incorporarse en cuanto me vio, pero sus escasas fuerzas se lo impidieron, por lo que solo pudo decirme con un hilo de voz que como estaba.
Sin pensármelo, la abracé. Y al hacerlo, se desmayó en mis brazos. Fue entonces cuando Makeda entró en el cuarto, y casi sin tiempo para hacerse una idea de que ocurría me echó de su lado diciendo:
-Déjame a mí, serás mas fuerte, pero yo soy una curadora, y ella es a mí a quien necesita-.
La situación me había desbordado, y reconociendo mi total ignorancia no tuve mas remedio que apartarme dejándola hacer. Sin saber como actuar, me senté en una silla que estaba en una de las ventanas de la habitación, y hundiendo mi desesperación entre mis manos, solo pude observar.
 
La etiope despojó a Xiu de sus ropas, y pasando sus manos por ese cuerpo que tanto amaba, fue reconociéndolo concienzudamente en busca del daño. No cejó en su exploración hasta que alzando su mirada, me pidió que me fuera del cuarto. La seguridad de su mirada, me obligó a dejarlas solas. Y cerrando la puerta, me senté en un sofá de la suite.
No podía dejar de pensar en la maldición de mi familia, en lo que mi padre me había explicado. Mi vida iba a ser solitaria, mi existencia tendría sus buenos momentos pero debía saber que al final me encontraría solo. Solo el hecho que Xiu fuera una titánide me hizo concebir esperanzas, y ahora me encontraba en Italia, un país extraño, con ella debatiéndose entre la vida y la muerte con la única ayuda de una extraña mujer a la que había vencido.
Al cabo de un rato, Makeda salió de la habitación cansada pero satisfecha, y cuando le pregunté que si estaba mejor y que le ocurría, sonriéndome me dijo:
-Eso será mejor que te lo diga ella, solo te aviso que no puedes estar en su presencia mas que unos minutos, pero no te preocupes lo que le ocurre tiene cura-.
Reconfortado por sus palabras, me dirigí al lado de mi esposa. Aunque seguía muy pálida, su aspecto había mejorado sensiblemente, y al verme entrar me pidió que me sentara a su lado.
Menudo susto me has dado-, le solté sin poder aguantarme las ganas de abrazarla.
Fernando, gracias a Dios que estás bien-, me contestó. Era típico de ella el preocuparse primero por mí, aun siendo ella la enferma. Así se lo hice saber, pero ella entornando sus rasgados ojos, me preguntó alegremente: –Entonces ¿No te ha contado que me ocurre?-.
No-, le repliqué, –me ha dicho que debías ser tú quien me lo dijera, solo sé que el médico opina que debes de tener una enfermedad autoinmune-.
-Si, es eso pero se cura ...-, hizo una pausa antes de continuar,-… en nueve meses, ¡Felicidades Papá!-.
-¿Qué?-, le respondí incrédulo,-¿Cómo?-.
Muerta de risa me contestó: –El cómo creo que los sabes, o ¿No?-
 
-Si-, iba a ser padre, no me lo esperaba, fue mi propia sorpresa la que me hizo hacer una pregunta tan absurda. Sabiendo que no estaba preparado para la paternidad, pero feliz por lo que suponía, le dije mientras acariciaba su estómago,-Te quiero-.
Pero al hacerlo, sentí como una descarga eléctrica me subía por el brazo, y vi como ella se retorcía por el dolor, convulsionándose. El grito hizo que Makeda, me apartara de un golpe, y sin mediar palabra pusiera sus dos manos en el abdomen de la mujer, calmándola.
Lo siento, Matriarca, mientras su hija esté creciendo es mejor que no tenga mas contacto con su padre. Don Fernando no debe usted, de acercarse a su esposa, para que no peligre su embarazo-.
Pero ¿porqué?-, le grité desesperado.
La negrita, tomó aire antes de contestarme, supe de antemano que lo que iba a decirme no me iba a gustar, por lo que aguardé en silencio mi condena. –Cuando entré en la habitación, su mujer y su hija luchaban por sobrevivir y solo gracias a mi intervención sus dos poderes dejaron de pelear uno con el otro logrando su sincronización, pero usted es demasiado fuerte. Si no se aleja de ellas terminará matándolas-.
Xiu se echó a llorar desconsolada, y respondiendo a un impulso instintivo traté de consolarla, pero recibí el ataque coordinado de las dos mujeres, derribándome e impidiéndome acercarme a ella.
Lo siento mi amor-, me dijo sollozando,- Ahora Gaia es lo mas importante, te quiero con locura pero no puedo permitir que le hagas daño-.
La certidumbre de mi sentencia desmoronó los restos de mis esperanzas, y derrotado me alejé a una esquina de la habitación.
Voy a volver a casa, seguro que el cardenal localiza a Lilí y a Carmen para que me cuiden. Tu debes seguir con tu misión y cuando nazca, te estaré esperando para ser feliz a tu lado y con nuestra hija-.
Pero, y a mí quien me va a cuidar, te necesito-, le imploré cayendo de rodillas sobre la alfombra.
Xiu, con lágrimas en los ojos y dirigiéndose a Makeda le dijo:
Hermana pequeña, te debo mas que mi vida. El anciano me explicó la misión de mi marido, y estoy de acuerdo con ella. Te acepto, y a partir de este momento, te ordeno como Madre que cuides de él. Deberás devolvérmelo sano y salvo para que asista al nacimiento de la reina-.
La etiope hizo una genuflexión aceptando la encomienda, y solemnemente declaró:
Matriarca, es un honor. Como Makeda de Abisinia, descendiente de Saba y Salomón entro a formar parte de su familia, despojándome de toda mi riqueza y posición. A partir de ahora seré llamada Makeda Song, concubina de Trastamara-.
Entonces está hecho, Fernando aquí tienes a mi hermana, hermana aquí tienes a nuestro marido-, contestó echándose a llorar por mi perdida.
Sin haberme pedido mi opinión, me había desposado con la cuarta mujer en tres días. A todo hombre le hubiese alegrado la perspectiva, pero a mí al contrario me cabreó ser un peón del un destino del que solo tenía breves pinceladas de su diseño. Hecho un energúmeno salí de la habitación destrozando un florero a mi paso.
Me dirigí directamente al bar del hotel, y sentándome en la barra, me pedí el primer whisky de mi vida. En un principio, me disgustó su sabor amargo. Y al tragarlo mi garganta protestó, obligándome a toser al sentir como quemaba al recorrer mi garganta. El camarero me miró diciendo:
Joven, beba con tranquilidad, lo que le ocurra no es motivo para emborracharse
Indignado le miré, diciendo:
Usted, ¿qué sabrá?, ¿creé acaso que un humano puede saber lo que pasa por la cabeza de un dios?-.
Viendo mi estado, decidió que lo mejor era dejarme solo, y no seguir dándome cháchara. Y yéndose a hablar con una camarera, le dijo:
Fíjate en ese tipo, no sé que edad tenga, sobre los veinticinco, pero se comporta como si se le hubiese terminado su vida-.
La muchacha me miró un momento, antes de replicarle:
Pues a mí no me importaría consolarle. Está buenísimo-.
Sabiéndose observada por mí, se ruborizó pero se repuso y meneando sus caderas, me hizo una demostración del magnífico cuerpo que tenía. Consiguió su propósito, pensé al sentir que me hervía la sangre y que mi herramienta me pedía acción. Necesitaba liberar mi tensión, por eso dirigiéndome al lavabo, le hice una seña para que me siguiera. Tras unos momentos de incredulidad miró hacía los lados y buscando que nadie la viera, se introdujo en el baño tras de mí.
No le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el uniforme.
Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Eran grandes, duros con dos aureolas rosadas de las que di rápidamente cuenta. Ella a duras penas me bajaba la cremallera liberando mi miembro de su prisión, gimiendo por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos se arrodilló enfrente mío, y como si estuviera recibiendo una ofrenda sagrada, fue devorando lentamente en la boca toda su extensión, hasta que sus labios tocaron la base del mismo. Le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en la taza del water, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo. Estaba siendo ordeñado por una mujer en el baño de la que desconocía su nombre, su edad. Ni siquiera había cruzado con ella dos palabras antes de poseerla. Lo extraño de la situación hizo que me corriera brutalmente en sus labios. La italiana no le hizo ascos a mi semen, y prolongando sus maniobras consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su uniforme.
Satisfecho le pregunté su nombre. Carla me contestó, mientras se levantaba a acomodarse el vestido. Parecía como si con eso le hubiese bastado, ya que se preparaba para irse, pero entonces le pregunté que como podía compensarle, a lo que ella me replicó:
-Son doscientos euros
Solté una carcajada, y pagándole la cantidad que me pedía, añadiéndole una buena propina, salí del baño muerto de risa. Quizás esa mamada había sido la mas auténtica de mi vida, ya que el interés monetario de la muchacha, nada tenía que ver con mi poder, ni con mi atractivo. Con mi ánimo repuesto volví a ocupar mi sitio en la barra.
El camarero me estaba esperando con otro whisky, y tras un guiño cómplice me dijo:
Ve, joven, como nada es tan grave, que no lo solucione una mujer-
Bebiéndome la copa de un trago le di la razón. Estaba claro que ambos usaban su privilegiado puesto en el bar, para hacer negocios. Eran unos estupendos psicólogos, que utilizaban su conocimiento de las miserias humanas para lucrarse. No había nada inmoral en ello, daban un servicio público y cobraban por ello. A mí, al menos, me habían ayudado a quitarme la angustia, y con el alcohol recorriendo mis venas decidí volver a mi habitación.
Makeda me estaba esperando sentada en el sofá. En cuanto entré en el saloncito de la suite, supe que se había ido. Faltaba su aroma, pero buscando la confirmación le pregunte por ella.
El cardenal ha mandado a por ella. Ha localizado a su hermana y ya la está esperando en el aeropuerto. Me ha pedido que le dé esto-, me contestó extendiéndome una carta.
Con aprensión, abrí el sobre. Xiu me pedía que le comprendiera, que sabiendo lo doloroso que nos iba a resultar la despedida, había decidido ahorrármela pero sobretodo ahorrársela a nuestra hija.
Gaia debe crecer para reinar-, me decía con su letra de colegio de monjas,-Te espero-.
Sabía que había hecho lo correcto, pero no por ello, me resultaba mas fácil. Y desecho, con el corazón en un puño, me metí en el baño para que la negra no viera mi dolor. Sentado en el suelo, di rienda suelta a mi congoja, y durante mas de media hora no hice otra cosa que autocompadecerme. Fue Makeda, la que me sacó de ese estado, entrando en el servicio.
Fernando, ha llegado un cura con un mensaje del Cardenal-, me dijo un poco cortada por violar mi silencio.
 
A regañadientes, salí a recibir al sacerdote. Era un hombre joven, no debía de pasar de la treintena. Al verme entrar se levantó de su asiento y sin decirme nada sacó de su maletín un fólder.
Mi superior me ha pedido que le entregue esta documentación, y que le informe que tiene su avión privado preparado para llevarle-.
-¿Llevarme?, ¿a dónde?-, le pregunté.
Toda la información que necesita está en el resumen que le he hecho entrega-, la profesionalidad con la que me hablaba, no podía ocultar un deje de temor, el curita debía de saber mas de lo que me decía.
 
 

Como iba a resultar totalmente infructuoso el seguir interrogándolo, le despedí mientras me ponía a estudiar lo que me habían mandado. Había dos partes en la documentación, una de ellas consistía en un tratado sobre la descendencia de Carlomagno, el fundador del sacro imperio romano germánico. Resulta que a la muerte del emperador, le sucede Ludovico Pio, un mal rey, pero sobretodo un debil que divide su reino en tres. Uno de ellos se lo entrega a su hijo mayor Lotario I, que pierde la mayor parte de sus territorio en manos de sus hermanos. A su muerte, es su hijo LotarioII el que obtiene el titulo de emperador, pero con un poder menguado y un territorio pequeño en el centro de Francia, y norte de Italia. Este Rey solo tiene por hijo a un bastardo, Hugo que es incapaz de defender su reino de sus tíos Carlos y Luis.

Por lo visto, aunque esta era la verdadera rama carolingia, nadie defendió sus derechos y en menos de sesenta años el legado de su bisabuelo fue usurpado por parientes. Hugo de Lotaringia fue el primer titán de su familia. Antes de terminar, ya sabía que la encomienda del cardenal consistía en localizar a su descendiente.
La segunda parte era una extensa biografía de una mujer de veinticinco años. Era increíble en la cantidad de fregados en que se había metido con tan pocos años. Empresaria de éxito fundó una punto-com, que vendió para dedicarse al estudio de historia. Expulsada de la universidad por sus ideas radicales, era la líder de un partido paneuropeo con tintes racistas. Toda una ficha de mujer. Físicamente era una mujer atractiva, rubia de uno ochenta cuya fría mirada, me reveló la dureza de su carácter. Según la documentación del anciano, esta fiera estaba en Aquisgrán, una pequeña ciudad de Alemania, en el distrito de Colonia, que en otro tiempo fue la capital del imperio de Carlomagno.
Ya que tenía que buscarla, decidí no perder el tiempo y recogiendo nuestros enseres nos dirigimos al aeropuerto. Entre los papeles, estaban dos pasaportes diplomáticos del Vaticano, mi sorpresa fue al comprobar nuestras identidades, aparecíamos con nuestros apellidos reales, Trastámara y Abisinia. Makeda se comportó como una perfecta secretaria, realizando ella sola todos los tramites, pudiendo ocuparme en estudiar a nuestra presa. No sabía como presentarme. Me resultaba difícil el pensar en ponerme enfrente de ella y decirle: “ábrete de piernas que tengo que inseminarte”. Por otra parte, sabía que la etiope estaba esperando que consumase nuestra unión, pero en ese momento era lo que menos me apetecía, por lo que esperé que ella diera el primer paso.
No se hizo de rogar, y en cuanto nos acomodamos en el avión, saco el tema diciéndome:
Tengo que preguntarte algo-, por su incomodidad supe a que se refería, antes de que me lo dijera, –Desde que me venciste, pensé que me tomarías en cuanto tuvieras la primera oportunidad, pero no lo has hecho, ¿no te resulto atractiva?-.
Estaba a punto de llorar, era una hembra herida en lo mas profundo. Creía que no me atraía y que por lo tanto si alguna vez nos acostábamos iba a ser por obligación. Sabiendo que si no la sacaba de su error, no iba a ser una buena forma de empezar le contesté, mientras le acariciaba la mejilla:
Al contrario, eres una mujer muy bella. Estoy deseándolo, pero quiero que sea especial y que me conozcas antes-.
Mi contestación la tranquilizó, y con un brillo distinto en sus ojos me respondió:
Al igual que te dije que pasaría la prueba de Xiu, te juro que no te arrepentirás-.
Volvía a ser la cazadora, la mujer poderosa de cuando nos enfrentamos. La perspectiva de tener en mis brazos un cuerpo tan atlético, me hizo reaccionar y mirándole los pechos me dí cuenta en que a ella le ocurría lo mismo. Debajo de su camisa, dos pequeños bultos la traicionaban, erizados esperaban mis mimos. No pudiéndome aguantar pasé una mano por sus pechos, mientras le besaba un oído, diciéndole:
-Estoy seguro-.
Cerró sus ojos, recibiendo mis caricias en silencio, todo su cuerpo se tensó sobre el asiento, mientras lo hacía. De no haber salido el sobrecargo de la cabina, quizás le hubiese hecho el amor allí mismo.
Nos traía una bandeja con unos sandwiches y unas bebidas. Le odié por su interrupción pero en el fondo se lo agradecí por que me daba la oportunidad de hacérselo bien.
 
El viaje en avión resulto ser muy corto y en menos de tres horas ya estábamos en la puerta del Hotel. Mi acompañante iba delante de mí, permitiendo observar el movimiento felino de su andar. Todo en ella era energía, sus caderas se movían con una elegancia que me sorprendió. No en vano era una reina, la descendiente de la casa real mas antigua, y emparentada con Salomón, con David, y la mítica reina de Saba.
Bastante excitado, esperé mientras ella nos registraba en la recepción. Su alemán era perfecto, sin ningún acento. Se notaba que había vivido en Alemania y que conocía a los germanos. El pobre recepcionista embelesado por ella, se atrevió a decirle un piropo. Fue un piropo elegante, un galenteo de un admirador, que fue replicado con una brutal dureza por ella. Señalándome le dijo que yo era su marido, y que se atreviera a repetirlo en mi presencia. No había reparado en mí, y al levantar su mirada para verme, una expresión de pavor apareció en su cara.
Me cogió desprevenido que solo con verme se asustara, por eso en cuanto cogimos el ascensor le pregunté:
-¿Qué le has hecho a ese tipo, para que se acojonara tanto?-
Nada-, me respondió, y al ver mi incredulidad me dijo: – ¿Te has mirado bien?, eres el prototipo de macho-.
Sin comprender a que se refería miré mi imagen reflejada en la pared. El espejo me recordó lo que mi padre me había dicho, “tu cuerpo se va a desarrollar de acuerdo con tu mente”. Me había convertido en pocos días en un hombre duro, mi camisa no podía ocultar los músculos de mis brazos, y mis rasgos recordaban los de un militar entrenado en la violencia. El niño que había sido había desaparecido por completo. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de mi transformación, y comprendí que yo también me hubiese asustado de pensar en enfrentarme con alguien como mi nuevo yo. Estaba tan alucinado por la evolución sufrida que nada mas llegar a la habitación, me metí en el baño para realizarme una total exploración. No comprendía como no había sido consciente de nada.
Me desnudé frente al espejo, el vello suave de infante se había transformado como por arte de magia en un pelo hirsuto y poblado que cubría todo mi pecho. Pero fue al mirarme la cara con detenimiento cuando realmente decidí que algo me había ocurrido durante el viaje a Roma, estaba seguro que en Madrid mi aspecto no era ese. Mi rostro había perdido todo la inocencia y ahora era una copia joven del de mi viejo, con su barba y su gesto austero. De no saber que era yo, me hubiera echado los treinta años. En ese momento, deseé con toda el alma que mi metamorfosis hubiese acabado, ya que de no ser así en menos de una semana sería un anciano, pero a la vez tuve que reconocer que me encantaba mi nueva realidad.
Salí del baño, ensimismado con mi problema, y por eso tardé unos segundos en descubrir que había retirado los muebles del cuarto y que además se había despojado de sus ropas occidentales, dejándose puesto nada mas un taparrabos. Fue la primera vez que vi su cuerpo en plenitud. Sus enormes pechos no parecían estar sujetos a la ley de la gravedad. Se mantenían inhiestos y duros. Su dueña me esperaba en una forzada posición de lucha.
-¿Qué haces?-, le pregunté extrañado.
Una mujer abisinia se conquista-, me respondió lanzándome una patada al estómago.
Esquivé de milagro su golpe. Comprendí que ocurría y que era lo que buscaba. Su pueblo era un pueblo cazador, donde las relaciones se basan en el poder. Supe al instante que debía de hacer: “Vencerla”.
Por el tipo de lucha que practicaba, Makeda no tenía ninguna opción. Desde el principio estaba perdida, pero aún así, me atacó con todas sus ganas. Durante unos minutos lo único que hice fue sortear sus ataques, teniendo que atajarlos un par de veces con un golpe sobre ella. Poco a poco el esfuerzo fue haciendo mella en ella. El sudor recorría su cuerpo cuando tratando de desmoralizarla le grité:
-¿Es esto lo máximo que sabes hacer?-
Herida en su amor propio, y con un hilillo de sangre recorriendo su mejilla, producto de un encontronazo, reanudó aún con mas virulencia su ofensiva. Estaba preparado, y la recibí con una finta, de forma que la inmovilice con una llave. Indefensa, siguió retorciéndose en mis brazos, mientras con mi mano libre le despojaba de su escasa ropa. Mi pene recibió una descarga al notar la humedad que empapaba su sexo, cuando mi mano rozó su entrepierna. Todo era un teatro, violento pero teatro. Estábamos escenificando una violación, por eso sin mediar palabra me alcé sobre ella y dándole un fuerte puñetazo en su mejilla, le abrí sus piernas. Quedó tendida a mis pies y con mi extensión en la entrada de su cueva. Solo quedaba que consumara el acto. Sus ojos se abrieron para decirme que lo hiciera, y sin esperar más le introduje de un solo golpe todos los centímetros de mi hombría. Gritó al sentir su himen desgarrado. Había sido vencida y tomada, y ahora me pertenecía. Makeda cambió de actitud, al notarme dentro llenándola por completo.
Su agresividad se transformó en sensualidad, su fiereza en ternura y besándome en los labios me pidió que la amara. Esperé a que su cuerpo se acostumbrara a la invasión, sin moverme. Pero en cuanto se hubo relajado, paulatinamente fui moviendo las caderas con un ritmo suave. Mis manos acariciando su piel, levantaron sus pechos hasta la altura de mis labios, y jugando me apoderé de su aureolas. Me respondió con un gemido profundo que nacía de su garganta y que se iba intensificando al vaivén de mis embestidas. Los jadeos se acrecentaron cuando pellizcando sus pezones, le dije que era un bello animal que debía ser cazado. Todo en ella era excitación. Con sus pitones erizados me exigió que aumentará el compás de mis 
penetraciones. En vez de hacerla caso, le hice ponerse a cuatro patas. Su negro culo en pompa me esperaba cuando le expliqué que yo era su macho y de igual forma que un león persigue a su presa, yo iba a cazarla. Al oírme apoyó su cabeza contra el duro suelo, y poniéndome a disposición su sexo, me imploró que lo hiciera.
Esta vez, la tomé sin preocuparme de hacerla daño. La lubricación de su sexo facilitó mis maniobras de forma que sentí que la cabeza de mi lanza chocaba contra la pared de su vagina, mientras mi concubina se retorcía de placer. El olor a hembra inundó la habitación, los gritos de Makeda y el río de flujo de su cueva que mojaba mis piernas, preludiaban su orgasmo. Mi ritmo ya era infernal cuando agarrándola de la melena le pedí a oído que me dijera como se llamaban en su idioma a una gacela.
Sasaa-, me respondió gimiendo.
E imitando a león al abatirla, le mordí en el cuello, consiguiendo que explotara de placer, mientras mi boca se inundaba del dulzón sabor de la sangre. Lejos de asquearme lo tomé como un trofeo, y chupando el rojo liquido que salía de la herida, me corrí en su interior. Exhausto caí al suelo a su lado. Mi negra me recibió en sus brazos llorando. Permanecimos en esa posición unos minutos durante los cuales, no dejó de sollozar. Ya preocupado por la persistencia de su congoja, le pregunté que le pasaba.
Lloro por la perdida de mi libertad y por la felicidad de ser tuya-, me respondió con su respiración entrecortada.
La quise consolar dándole un beso en sus labios, pero ella arrodillándose a mis pies me dijo:
Esposo, dame un nombre con el que cuando me llames, sepa que quieres tomarme
Con una carcajada le respondí, dándole un azote en el trasero:
Ya lo sabes-.
Tras unos segundos de confusión, me contestó:
¿Qué quieres que hagamos?-
-Quiero que arregles la cama, Sasaa,¡ es muy incomodo el suelo!-.
Una sonrisa iluminó su cara al oírme. Rápidamente se puso manos a la obra y en cuestión de unos minutos la habitación había recuperado su estado habitual, perdiendo el aspecto de ring de boxeo.
Makeda cuando hubo terminado se quedó de pie, pidiendo mi aprobación. Satisfecho por el resultado, me tumbé en la cama, y golpeando el colchón con mi mano le pedí que se pusiera a mi lado. La negra me volvió a sorprender cuando poniéndose a gatas, vino a la cama ronroneando como una gata en celo. Al verla acercarse a mí, me recordó a una pantera negra acechando su comida. Me tenía hipnotizado, sus negros ojos fijos en mis pupilas me subyugaban. Ya totalmente excitado, la recibí con mi mástil en todo su esplendor, y ella sin mas miramientos pasando una pierna a cada lado de mi cuerpo, se fue introduciendo lentamente toda mi extensión, de forma que fue envolviendo mi pene con sus labios inferiores mientras que entonaba una canción.
Era una melodía de triunfo, que de no ser por su origen claramente africano se le hubiese podido catalogar como un aria.
Sin dejar de cantar, empezó a mover sus caderas encima de mí, de forma que pude disfrutar de la visión de sus pechos balanceándose al compás de la música. Pero al bajar mi mirada, descubrí que recorriendo su estómago, sobre la negra piel, unas cicatrices rituales decoraban su cuerpo. Sabía de su existencia por los reportajes del National Geografic, pero jamás las había visto en vivo. Acaricié con mi manos el dibujo que formaba, y alucinado pensé que me gustaba su tacto rugoso.
Makeda viendo mi interés por ella, me dijo:
Es el relato de mi herencia-.
Teníamos mucho tiempo para que me explicara en que consistía, por eso le pedí que siguiera cantando, que me gustaba oírla. La balada fue adquiriendo el ritmo de sus movimientos, incrementando su velocidad y su volumen. Convirtiéndose en un grito de guerra cuando con mi boca me apoderé de sus pechos.
 

Recorrí con mi lengua sus oscuras aureolas, sopesando el peso de su seno. Ella al sentirlo, suspiró excitada y apoyando sus manos en mi pecho, incrementó su cabalgada.

Aún con la respiración entrecortada por las sensaciones que estaba experimentando, no dejó de expresar con su canción, la calentura de su cuerpo. Pero cuando con mis manos agarré la rotundidad de sus nalgas, Makeda se volvió como loca, y gritando me clavó las uñas.
Usando por segunda vez mi poder en ella, le exigí que se corriera y que no parara hasta que yo se lo dijera. Su cuerpo parecía una batidora que estrujaba y zarandeaba mi sexo, mientras su cabeza se agitaba de un lado a otro. El ver su cabellera meciéndose y sentir a la vez como ella se licuaba totalmente, empapando mi lanza con el jugo de sus entrañas, me excitó aún mas si cabe. Sin medir las consecuencias le obligué mentalmente a profundizar en su climax.
Gritó como desesperada, al notar que una descarga de placer le obligaba a retorcerse y que no podía parar. Con los ojos desencajados me pidió que la liberara, pero yo que ya estaba poseído por la lujuria, me negué. Mis manos agarraron sus pechos, y alzándome me di la vuelta en la cama de forma que ella quedó debajo, indefensa a mis ataques. Puse sus piernas en mis hombros, penetrándola hasta el fondo. En ese momento sentí que no era solo mi pene quien se introducía en su interior sino que mi yo la absorbía por completo. Todo desapareció a mi alrededor, la habitación y la cama se disolvieron al ritmo de nuestras caricias, y de pronto me encontré dentro de ella.
No era como la vez que había poseído el cuerpo de Lili. En ese caso, la personalidad de la china había desaparecido totalmente. Ahora podía sentir a Makeda controlándolo, mientras disfrutaba de mis caricias, pero todos sus recuerdos, todos sus anhelos estaban a mi disposición, como un libro abierto, sin darse cuenta que yo estaba allí.
Era un intruso, un voyeur perfecto que estaba disfrutando de su placer sin tomar parte activa. Tras un momento de confusión, supe que en cuanto liberara a Makeda, y su orgasmo terminara, volvería.
Dicho y echo, nada mas ordenar a la mujer que descansara, me vi nuevamente en mi cuerpo. Ella, ignorante de los sucedido, se desplomó sobre la cama, mientras yo me derretía en su sexo.
Satisfecho por mi nueva experiencia, le dejé que se relajara, mientras ordenaba sus recuerdos recién adquiridos. Toda su vida aparecía en mi mente como un libro que hubiese leído. El día que dio sus primeros pasos, la relación con su madre, el primer novio. Todo, todo estaba en mi cerebro.
Mi compañera, que no era consciente que todo lo que ella había vivido formaba parte de mi conocimiento, dormía profundamente a mi lado.
Dejándola dormir, decidí aprovechar para llamar a Xiu a Madrid. Fue Carmen quien descolgó al otro lado. El cardenal había dicho la verdad cuando nos informó que las había localizado y que las dos mujeres estaban ya cuidando a mi esposa. Mas tranquilo al saber que estaba en buenas manos le pedí que me la pasara. Al responderme, su actitud me hizo pensar que me estaba ocultando algo, pero fuera lo que fuese estaba en segundo plano, lo importante era saber como estaba mi mujer con su embarazo.
En cuanto se puso al teléfono, le pregunté como estaba.
Cansada, pero feliz de hablar contigo-, me respondió.
Con su voz agotada me explicó su viaje de retorno, y que el viejo sacerdote le había acompañado. Que incluso le había dicho que se iba a quedar en España para ayudar.
-¿Ayudar?, será para espiar– le contesté.
No seas tan malo, se le ve ilusionado con Gaia-.
No quise discutir, y aunque me parecía una intromisión en mi vida privada, evité decírselo. En cambio la interrogué sobre la niña.
Creciendo-, fue su respuesta. Y acto seguido me preguntó por Makeda.
Dudé si contárselo, pero decidí hacerlo, se lo merecía, al fin y al cabo, ella era la matriarca. De esa forma le expliqué lo sucedido, como me había fusionado con su mente al hacerle el amor.
Un poco celosa me contestó que ojalá estuviera conmigo, pero que la etíope era buena mujer y que además había llegado en un buen momento a nuestras vidas.
-¿Por qué dices eso?-, le pregunté algo intrigado.
Ah, se me olvidó contarte. Lili y Carmen han decidido ser pareja, y me han pedido que las libere de su juramento-.
-¿Qué?-, exclamé.
Se han dado cuenta que son diferentes a nosotros y que no nos pueden seguir en nuestro camino-
-¿Y que le has dicho?-
 
-Les di mi bendición-, y alzando la voz prosiguió diciéndome en son de broma,-¡Bastante trabajo voy a tener gobernando a las cuatro hembras que me vas a traer a casa!-.
-Tres, recuerda que a Makeda, fuiste tú quien la aceptó-, le contesté siguiendo la guasa.
-¡Para que te cuidara!-, y cambiando de tema me preguntó que iba a hacer con la alemana.
No lo sé, tendré que improvisar cuando llegué, ¿Qué te preocupa?-.
-Su perfil. Según el cardenal es una racista-, me replicó, y tras una pausa, que debió de usar para pensárselo, me dijo:-Utiliza mano dura, o tendré que hacerlo yo,¡ y en mi estado no es lo mas conveniente!-.
Solté una carcajada al escucharla y tranquilizándola, le contesté:
-No te preocupes, cuando te la mande, ¡Irá domesticada!-.

 



 

Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos hermanas!”(POR GOLFO)

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El favor

Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas contra el hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde trabajaba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
-Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor-.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
-Fernando-, me dijo sentándose en un banco, -sé que vuelves a la patria-.
-Sí, Padre, me voy en siete días-.
-Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco-.

La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan  minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:

– Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia-,  no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían. Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo: -Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de sus dos hijas con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos-.
-¿Cuánto dinero necesita?-, pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
-Poco, dos mil euros..-, contestó en voz baja, -pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas-.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
-Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?-.
-Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa-.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
-Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas-.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
-Fernando, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato-, contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: – Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos  euros-.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme, le dije:
-Padre Juan, es usted un cabrón-.
-Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y quien soy yo, para comprender los designios del señor-.
La boda
Esa misma tarde en compañía del dominico, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote.  Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
-Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza-.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
-El jefe de la policía local-, me respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: -No querrás que vayan como pordioseras-.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo, me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle sus mujeres. Afortunadamente, vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso, desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus hijas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
“¡Coño!, si la madre me pone bruto, que harán las hijas”, recapacité un tanto cortado esperando que el dominico no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
-Te está purificando-, me aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
-Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio-.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
-Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?-.
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
-En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño, pero su misión es dejar agotado al novio-.
-No entiendo-.
-Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso-.

No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera  a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.

Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa, tratando de congraciarse con el extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano, no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al dominico, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a  todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano.  Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
-¡Que va!, son dulces y obedientes-, me contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: -Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú-.
Lo salvaje del trato, al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo, evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento, tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al  sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó  a mis brazos y en voz alta, pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
-Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa-.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje-.
-Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales-.
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales-
-Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos-.
-Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad-.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
-Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros-.
“¡Puta madre!, a mí me da lo mismo, pero si estas crías son practicantes, han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente”, pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura. “Será cabrón, espero que me explique que es todo esto”.
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos,  fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El dominico, con una sonrisa, me respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del  trato.
-Fernando,  si tienes algún problema, llámame- me dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.
El viaje
En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos hermanas. Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
-El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi hermana ni yo los necesitamos-, me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
“El dueño de la casa donde viviremos”, tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la india las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello, usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
-Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos-.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su hermana Dhara, empezaron a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
-Debemos probarnos sus regalos-.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
-¿Y?-.
-Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido-.

Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:

-Son muy guapas sus esposas-, dijo en un perfecto inglés,- se nota que están recién casados-.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntaron cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado reconocer, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada Choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su hermana se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
-Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo-.
-No tengo ninguna duda-, contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su hermana no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y que decir de su trasero, que sin un solo gramo de grasa, era el sueño de cualquier hombre.
“Menudo panorama”, pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. “El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa”.
-Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre-,  me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación, -sabremos hacerle feliz-.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su hermana, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid, iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las hermanas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India y por eso, no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
“Cómo echo de menos un buen entrecot”, pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran  pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
-Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú-.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, me contestó:
-Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección-, tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
-Temo que es mucho. No podrán terminarlo-.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra, una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
Mi acto no pasó inadvertido y susurrándome al oído, Samali me dijo:
-Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo-, y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente cogió mi mano en público.
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto, hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
-Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión-.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su hermana, ésta cogiendo mi mano la pasó por su ombligo, mientras me decía:
-Un buen maestro repite sus enseñanzas-.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad.  Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento, para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezaron a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, me susurró:
-Déjenos-.
Los mimos de las hermanas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas, vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su hermana me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba, metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato, me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
-Gracias-.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, su madre al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana, la violó para posteriormente ponerla a trabajar en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a que se dedicaba y por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes dominicos. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
“Menuda vida” pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí, una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo, cuando con voz seria Dhara me replicó:
-El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas, pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos-
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea, que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil, me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
-¿No nos venderá al llegar a su país?-.
Al escucharla comprendí su miedo, y acariciando su mejilla, respondí:
-Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros  y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís-.
Escandalizadas, me contestaron al unísono:
-Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será-.

Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras, tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:

-Mi hermana ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias-.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
-Tenemos toda una vida para lo hagas-.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su hermana se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
-Disculpe que le pregunte, ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?-.
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda.  El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué  que no tenía ninguna mujer. También les pedí que, como en España estaba prohibida la poligamia, al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que, si les preguntaban, confirmarían mis palabras.
-Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión-.
Dhara, al oírme, me dio un beso en los labios, lo que provocó que su hermana, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por  hacerlo en público.
“Qué curioso”, pensé, “no puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño”.
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
“No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari”, me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al  mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
-Están casadas-, solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite, nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado  y al explicarle el motivo, se sonrió y excusándolo, dijo:
-No se debe haber fijado en que llevamos el  bindi rojo-.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó que como se distinguía a una mujer casada. Como no tenía ganas de explayarme, señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una, porque no quería que pensaran mal de ellas.
-No te entiendo-, dije.
-No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que  en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar-.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría.
Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida.  Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salidos y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos hermanas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con María, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuando había vuelto.
-Ahora mismo estoy aterrizando-, contesté.
-¡Qué maravilla!, ahora tengo prisa pero tenemos que hablar, ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? y así nos ponemos al día.
-Hecho- respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación,  estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no  reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su hermana en español para que yo me enterara:
-¿Has visto a esa mujer?, ¿quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?-.
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su hermana:
-Debe de ser su prima porque, si no lo es, este viernes escupiré en su sopa-.
“Mejor me callo”, pensé al verlas tan indignadas y subiéndonos a un taxi, le pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid, lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal. Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porque había tan pocas bicicletas y que donde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, tras lo cual, les conté que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que  si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
-La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos-, les dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté que había dicho, la pequeña avergonzada respondió:

-No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi hermana que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.

 Ante semejante burrada, ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada.  Al ver que no me había disgustado, las dos hermanas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos. Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella me respondió:
-No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo-, respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
“O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol”, pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
-¿Qué os ocurre?-, pregunté.
-Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una casa de piedra-.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje,  les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, les pregunté que era:
-Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar-.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su hermana.  Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a similar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones  pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto, por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor, arrodillándose a mis pies, dijo:
-Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes  tenemos que preparar, como marca la tradición, el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas-.
“¡Mierda con la puta tradición!”, refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, le pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su hermana a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo.  Al subirme en el coche con Dhara, ella coquetamente esperó a que le abrochase el cinturón, momento que aproveché para acariciarle el pecho. Al no haber público, la muchacha no solo se dejó hacer sino que despojándose de su blusa, me los ofreció diciendo:
-Son suyos-.
Su mirada inocente me hizo ser tierno y cogiéndolos en mis manos, los acaricié antes de llevar mi lengua a ellos. Su piel morena  realzaba la belleza de sus senos. Con el tamaño y la firmeza exacta, esperaron mis mimos. Al juguetear con mi lengua en su aureola, su dueña emitió un gemido confirmando su deseo y asiendo su pezón entre mis dedos, lo encontré dispuesto. Sin más dilación, me lo metí en la boca. La muchacha, completamente entregada, puso su otro pecho a mi alcance mientras acariciaba con su otra mano mi entrepierna. Mi sexo reaccionó irguiéndose, momento que Dhara aprovechó para, sin ningún recato, con su mirada pedirme permiso.
Le respondí acomodándome.
La joven se puso de rodillas sobre su asiento y deslizándose sobre mi cuerpo, pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande antes de con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir la frescura de sus labios recorriendo  cada porción de la piel de mi pene. Increíblemente, no paró hasta que su garganta absorbió por completo toda mi extensión y entonces usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó con un suave vaivén que me hizo suspirar.
Al comprobar que me gustaba, aceleró su ritmo lentamente mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. La cadencia de sus movimientos se fue convirtiendo en desenfrenada y sin poderme aguantar, eyaculé en su interior. La muchacha no se quedó satisfecha hasta que  consiguió exprimir la última gota de mi sexo y solo entonces, dándome un beso, me hizo probar el sabor de mi semen. Si no llega a ser porque nos esperaban y sobre todo porque cuando la poseyera debía de hacerlo siguiendo sus reglas, juro que allí mismo la hubiese hecho el amor. Menos mal que la poca coherencia que me quedaba me obligó a separarla y decirle que debíamos irnos.
Dhara, sonriendo, me susurró:
-Mi hermana y yo, ya estamos en paz. Estoy deseando contarle que tiene razón-.
-¿Razón?-.
-En el avión, después de probarla, me dijo que  el sabor de la simiente de nuestro marido era un manjar-.
Confuso por la confesión de la muchacha, encendí el coche. El camino hasta el centro comercial me sirvió para recapacitar sobre la actitud de las muchachas sobre el sexo. Por su educación, puertas afuera eran unas mojigatas, pero bajo el amparo del hogar, esas crías se estaban mostrando como unas amantes insaciables.
“A este paso, voy a tener que agenciarme una tonelada de Viagra”.
Ya en el centro comercial, la muchacha se agenció de todas las rosas que había en la floristería y al pasar por una frutería, me preguntó si teníamos comida en la casa. Como le contesté que no, cogiéndome del brazo, entró en el local y como niña con zapatos nuevos, lleno medio carrito con diferentes frutas y verduras.
Había pasado  una hora desde que salimos del chalet. Al llegar, Samali nos saludó en la entrada al modo tradicional, uniendo las manos y arrodillándose, tras quitarme los zapatos, me puso unas babuchas que había sacado de mi equipaje. Ese acto de sumisión inaudita a los ojos de una occidental, ella lo realizó con una sonrisa de satisfacción en su cara, no en vano la habían educado para servir y por primera vez se lo hacía a alguien que consideraba propio, su marido. Mirándola, descubrí que iba descalza.
Dhara, al entrar con las compras, se quitó sus sandalias dejándolas a un lado de la puerta y corriendo, se fue a la cocina. Sus movimientos denotaban una femineidad difícil de encontrar en las occidentales.  A su hermana, no le pasó desapercibida la forma en que miré a la muchacha cuando salía y un poco celosa, me dijo:
-Mi hermana es muy hermosa-.
Sabiendo que a las hindúes les encantan los piropos pero que no podía caer en la grosería de menospreciar a una para ensalzar a otra, respondí  mientras acariciaba su mejilla:
-Sí, pero ¿qué es más bello, una flor o un colibrí?-.
Al oírme, se sonrojó. En ese momento no caí en la cuenta que en la India, ese pajarillo era el ave del amor y que mis palabras, eran una declaración en toda regla. Al no estar habituada a ese tipo de galanterías, se puso nerviosa y tratando de devolverme el piropo, me soltó:
-Nuestro marido es un búfalo-.
Aunque sabía por mi estancia en ese país que ese animal era considerado casi un Dios al ser  el motor de su economía, ya que, se usaba para arar las tierras y sus excrementos eran el único abono que disponían, no pude evitar reírme y contestarle:
-Espero que no sea por los cuernos-.
La cría no me entendió y cuando, recalcándole que era broma, le expliqué el significado en español, se echó a reír pidiéndome perdón. Siguiendo con la burla, la cogí en mis brazos y sentándome en el sofá, empecé a darle azotes en su trasero. Samali, muerta de risa, empezó a dar gritos como si la estuviera matando. Su hermana al oírnos, vino corriendo y al enterarse del motivo del supuesto castigo, se unió a nosotros haciéndole cosquillas. Lo que había empezado siendo un juego se fue transformando y a los pocos segundos, se volvió un maremágnum de besos y caricias.  Nuestros tres cuerpos se fueron entrelazando en un ritual de apareamiento.  Cuando ya estábamos a punto de perder el control, Samali, susurrándome al oído, dijo:
-Vamos a nuestro cuarto-.
Cogiendo sus manos, las llevé a mi habitación donde me encontré que no solo olía a incienso sino, que decorando la cama, las sábanas  estaban  repletas de pétalos de rosa.
Nada más entrar, las hermanas a empujones me llevaron hasta el baño, donde habían preparado la bañera y con ternura, me desnudaron. Tras lo cual, me pidieron  me metiera en el agua. Ni que decir tiene que, en ese instante, me encontraba excitado. Las dos mujeres haciendo caso omiso a mi erección, disfrutando como niñas, me lavaron el pelo mientras no paraban de reír. Demostrando una alegría desbordante, se dedicaron a enjabonarme todo el cuerpo, dando énfasis a mi entrepierna. Una vez habían decidido que ya estaba limpio, me sacaron de la tina y se dedicaron a secarme, para acto seguido, ponerme una especie de camisola larga muy típica en su país.
Sabiendo que debía de seguir sus instrucciones, dejé que me tumbaran en la cama. Las hermanas despidiéndose, me dijeron que volvían enseguida. Durante cinco minutos esperé su vuelta. Cinco minutos que me parecieron eternos. Cuando ya estaba desesperado, las vi aparecer por la puerta. Se habían cambiado de ropa y volvían únicamente vestidas con un sencillo camisón transparente que me permitió ver sus cuerpos sin ninguna cortapisa. Me quedé sin aliento al comprobar que no sabía cuál era más atractiva, si la traviesa y delicada Dhara o la sensual y madura Samali.
Como los preliminares eran importantes, me levanté y las besé. La boca de la mayor me recibió con gozo mientras su dueña pegaba su pubis contra mi sexo. Envalentonado, atraje a la menor y uniendo sus labios a los nuestros,  nuestras tres lenguas se entrelazaron sin importar a quien pertenecían. Entre tanto, mis manos como si tuviesen vida propia fueron de un trasero a otro obligándolas a fundirse todavía más en el abrazo. Separando a Samali, deslicé los tirantes de su camisón, dejándolo caer al suelo. Sus pechos perfectos parecían llamarme y acercando mi boca,  jugueteé con su aureola. Ésta se erizó al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus bordes. Viendo que Dhara se quedaba aislada, le ofrecí el otro pecho. La muchacha, mirando a la mayor, le pidió permiso. Al concedérselo con un gemido, imitándome cogió el seno entre sus manos y metiéndose el pezón entre los dientes, lo mordisqueó suavemente y entre los dos, provocamos que un sollozo de deseo saliera de la garganta de nuestra víctima.
Comprendiendo que eran dos, mis mujeres, sin dejar de abrazar a Samali, besé a la pequeña. Ésta al sentir que le hacía caso, ella misma se bajó el camisón e izando sus pechos, casi adolescentes,  con sus manos, nos los dio como ofrenda. Sin pausa,  dos bocas mamaron de los negros pezones de esa cría, la cual, en contraste con la serenidad de la hermana, gritó su placer mientras restregaba su sexo contra el mío.
La excitación de los tres era patente y por eso llevándolas a la cama, las deposité lentamente en las sabanas. Completamente desnudas, mis mujeres me llamaron a su lado. Tardé unos instantes en desnudarme porque era incapaz de apartar la mirada de ellas. Nada de lo que me había ocurrido en la vida, podía compararse a la visión de ese par de bellezas hambrientas de deseo emplazándome a apagar el fuego de sus cuerpos.
Al despojarme de la camisola, las dos hermanas contemplaron mi pene erguido con una mezcla de temor y esperanza. Fue Samali la que, abriendo un hueco entre las dos, me rogó que lo rellenara con mi cuerpo. Deseando ser capaz de satisfacer las ansias de ambas, me tumbé a su lado. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos mientras sus manos recorrían mi piel. No es fácil de narrar, lo que ocurrió a posterior. Dhara y su hermana completamente embebidas de pasión y usándome como soporte, empezaron a restregar sus sexos contra mis piernas, tratando de calmar la calentura que les poseía.
Sus maniobras lejos de apaciguar su fiebre, la incrementó, mojando mis pantorrillas con su flujo. El roce de sus senos contra mi  pecho me estaba llevando a un grado de excitación que creí que iba a hacer que me corriera por lo que,separándolas, tumbé boca arriba a la mayor y mientras mis besos recorrían sus muslos, le pedí a Dhara que se ocupara de sus pechos. Ella, no solo se apoderó de sus pechos sino que separando con los dedos los labios de Samali, me ofreció su virginal sexo. Acercando lentamente mi lengua a mi meta, probé de su néctar antes de concentrarme en su clítoris.  Al sentir  mi apéndice sobre su botón, la morena se corrió en mi boca. No contento con su entrega, proseguí con mis caricias recorriendo los pliegues de su sexo.
Incapaz de contenerse, poniendo su mano sobre mi cabeza, forzó el contacto. Su sabor oriental impregnó mis papilas, reafirmando mi erección. Como si su cueva fuera una fuente y yo un náufrago, bebí del manantial que se me ofrecía, lo que prolongó su éxtasis. La pequeña de las dos, entretanto y sin dejar de acariciar sus pechos, llevó su mano a su propio sexo y   se empezó a masturbar.
Un chillido de placer de Samali, me confirmó que estaba dispuesta, por lo que, acerqué mi glande a su excitado orificio. Ella al experimentarlo, moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Sabiendo que no me bastaba con ganar la batalla sino que tenía que asolar sus defensas, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla. Cuando la vi pellizcarse los pezones, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior.
La muchacha gritó por su virginidad perdida pero, reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas. Con lágrimas en los ojos, volvió a correrse. La humedad de su cueva sobre mi pene facilitó mis maniobras y casi sin oposición la cabeza de mi sexo chocó contra la pared de su vagina, rellenándola por completo. Su hermana pegándose a mi espalda, siguió mis movimientos como si fuéramos los dos quienes estuvieran desvirgándola. Mi cuerpo me pedía que precipitara mis movimientos pero mi mente lo prohibió, dejando solo que paulatinamente fuese acelerando la cadencia. La lentitud de mis penetraciones llevaron a un estado de locura a la mujer y clavando sus uñas en mi trasero, me exigió incrementara el ritmo.  Dhara, tan excitada como la otra, tumbándose a un lado llevó mi mano a su sexo y gimiendo me imploró que la tocara.
Samali al oírlo, cambió sus pechos por el sexo de su hermana e imprimiendo  a su mano una velocidad endiablada, torturó su clítoris. Al ver que mi otra mujer estaba siendo consolada, agarrándola de los hombros, llevé al máximo la velocidad de mis embestidas. Fue entonces cuando al percatarme que el placer me estaba empezando a dominar, pasé una de las manos al pecho de la pequeña y estrujándolo, me corrí sembrando con mi simiente el interior de la mayor. Ésta al sentir que estaba eyaculando, nuevamente entre gritos, se corrió.
Dhara al confirmar que me separaba de Samali, cogiendo uno de los camisones, lo pasó por  la entrepierna de su hermana y satisfecha me lo dio, diciendo:
-Era niña y ahora es mujer-, y sin darme un minuto de pausa, arrodillándose frente a mí, intentó reanimar a mi adolorido sexo.
Cansado me tumbé al lado de la  mayor. Al verme,  su hermana aprovechó mi postura para acercar su sexo a mi cara. Sin hacerme de rogar separé sus hincados labios y sacando la lengua, jugueteé con sus pliegues mientras me reponía. La cría gimió al sentirlo y agachándose sobre mi cuerpo, acogió en su boca mi pene todavía morcillón. Envalentonado, mordí su clítoris mientras le daba un azote. Mi acción tuvo como resultado que como si fuera un grifo de su sexo manara su placer. Su sabor agridulce inundó mi paladar y buscando el placer de la muchacha, intenté meter la lengua en su interior. Ella al experimentar que había hoyado su secreto, no pudo más y se derramó sobre mi boca. Samali, ya repuesta e incorporándose, ayudó a su hermana en su labor.
Percatarme que eran dos bocas las que alternativamente se engullían mi pene, fue el último empujón que necesitó éste para erguirse a su máxima expresión.
La mayor de las dos, viendo que estaba ya preparado, ordenó a su hermana que cambiara de postura y cogiendo mi extensión entre sus manos, apuntó al sexo de Dhara. Ella, poniéndose a horcajadas sobre mí, fue lentamente empalándose sin dejar de gemir. Si el conducto de Samali era estrecho, el de ella lo era aún más y por eso tardé una eternidad en llenarlo por completo. La muchacha buscando conseguirlo, izaba y bajaba su pequeño cuerpo, consiguiendo que, en cada ocasión, un poco más de mi miembro se embutiera en su interior. Su hermana intentando hacer más placentero su tortura, comenzó a lamer sus pezones mientras masajeaba el clítoris de la cría.
No sé si fue a consecuencia de ello o que la muchacha al fin consiguió relajar sus músculos, pero fue entonces cuando la base de mi pene entró en contacto con su breve mata de pelos. Si hasta ese momento, la penetración había sido dolorosa, cuando se hubo acostumbrado a tenerla en su seno, Dhara se convirtió en una máquina y retorciendo su delicada anatomía buscó un placer que le fue dado una y otra vez.

Resultó ser multiorgásmica y unió un clímax con el siguiente. Samali viendo que su pequeña estaba disfrutando, aprovechó para darme de mamar. Como un obseso, me así a sus pechos mientras mi pene seguía siendo violado por la batidora en que se había convertido el sexo de la morenita. La excitación acumulada me venció e incorporándome sin sacársela, le clavé repetidamente mi estoque hasta lo más profundo de su cuerpo. Dhara se vio desbordada por el placer y soltando un grito, se corrió por última vez cayendo desplomada sobre las sabanas. Su desmayo no me importó, al contrario, al verla tirada, aumenté el ritmo de mis estocadas. No tardé en experimentar un gran orgasmo, bañando con mi semen la pequeña vagina.

Agotado por el esfuerzo, me dejé caer sobre la cama. Samali imitando a su hermana, me mostró el rastro de sangre sobre las sabanas y abrazándose a mí, susurró a mi oído:
-Éramos niñas y ahora somos TUS mujeres-.
Soltando una carcajada, las abracé mientras recordaba la razón por la cual esas dos jovencitas compartían mi lecho.
“Cuando se entere el padre Juan de lo que he hecho, me va a matar”, y riendo, pensé, “¡Que se joda!. Si quería alejarlas del prostíbulo, ¡lo ha conseguido! aunque ello signifique que las ha metido en mi cama”.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra part 1” (POR GOLFO)

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Aunque parezca imposible, después de toda una noche follando, a esa mujer le quedaban ganas de seguir cuando se levantó a la siete de la mañana. Estaba completamente dormido cuando sentí que a mi lado, Ann se había despertado y que pegándose a mí, quería reactivar mi maltrecho pene. Ni siquiera había abierto los ojos, cuando la humedad de su boca fue absorbiendo mi extensión todavía morcillona. Asaltando mi feudo a traición, la rubia se puso a lamer los bordes de mi glande mientras sus manos acariciaban mis testículos.  Poco a poco, mi pene fue saliendo de su letargo y gracias a sus mimos, en pocos segundos adquirió una considerable dureza.

Como había tenido ración suficiente de sexo, decidí hacerme el dormido. Mi supuesta vigilia no fue óbice para que poniéndose a horcajadas sobre mí, esa mujer se fuera empalando lentamente sin hacer ruido. La parsimonia con la que usando mi sexo rellenó su conducto, me permitió sentir cada pliegue de su cueva recorriendo mi piel.
“Sera puta”, pensé y ya completamente despierto, decidí seguir fingiendo, “vamos a ver hasta dónde llega…”.
Moviéndose a cámara lenta, Ann fue alzando y bajando su cuerpo calladamente. Supe que estaba cada vez más excitada por la facilidad manifiesta con la que mi miembro recorrió su interior.
“¡Que gozada!”, exclamé mentalmente al sentir como los músculos de su vagina se contraían y relajaban a su paso. La mujer, quizás pensando que me podía molestar ser usado sin mi permiso, en ningún momento posó el peso de su cuerpo sobre el mío sino que haciendo verdaderos esfuerzos, su penetración se quedaba a milímetros de hacerlo.
No tardé en escuchar sus suspiros y entreabriendo los ojos, descubrí que se estaba pellizcando con dureza los pezones mientras se mordía los labios para no gritar. Ajena a mi escrutinio, la rubia iba en busca de un placer robado y sintiéndose una ladrona, llevó una de sus manos a su entrepierna y con dureza se empezó a masturbar mientras seguía perforando su interior con mi miembro. Me encantó ver sus dos enormes ubres, saltando como poseídas al hacerlo y conociéndola comprendí que no tardaría en correrse.
Esperé a ver el sudor recorriendo su canalillo y su flujo empapando mis piernas, para salir de mi ensimismamiento y cogiendo entre mis dedos, sus pezones, aplicar un dulce correctivo a mi violadora:
-Eres una puta muy mala- dije mientras mis yemas presionaban el botón de sus aureolas.
La mujer dejando de disimular, gimió los pellizcos y como una loca, se puso a cabalgar sobre mí. Me puso cachondo darme cuenta que cuanto más apretaba, mas gemía y por eso, obviando que era mi clienta le solté un azote en su trasero. Mi nalgada le hizo chillar pero con más pasión prosiguió su galope. Entusiasmado por el descubrimiento, fui repitiendo mi caricia ante la brutal excitación demostrada por Ann. Berreando la mujer me rogó que no parara y ateniéndome a sus órdenes continué castigando sus cachetes a dos manos.
-Me encanta- escuché que me decía mientras mi estoque se clavaba profunda mente en su vulva.
Totalmente enardecido por su entrega, la eché a un lado y poniéndola a cuatro patas, la penetré de un solo golpe. La brutalidad de mi embestida sacó un aullido de su garganta pero, lejos de protestar o intentar zafarse,  esa mujer abriendo sus nalgas con las manos, buscó que mi siguiente acometida le llegara aún más profundo. Desgraciadamente para ella, me mostró un ano rosado y virgen que se me antojó una meta a conquistar y cogiendo parte de su flujo, me puse a embadurnarlo sin esperar su opinión.
Desesperada al ver mis intenciones, se intentó escapar pero reteniéndola con mi brazo, se lo impedí mientras uno de mis dedos violaba su hasta entonces inmaculado esfínter.
-¡No!- gritó reptando por las sábanas, -Por ahí, ¡No!-
Fue demasiado tarde para ella, cogiendo mi extensión, puse mi glande en su entrada y presionando con mis piernas, la desfloré.
-¡Para!- chilló incapaz de moverse.
Su parálisis me dio alas y forzando su ano, fui introduciéndome centímetro a centímetro en su intestino mientras ella no dejaba de sollozar. Mi intromisión continuó hasta que sentí su ano rozando la base de mi pene y entonces durante unos segundos, dejé que se acostumbrara. Cuando decidí que estaba preparada, comencé a tomarla con brutalidad. Sus gritos en vez de retraerme me servían de acicate y cogiéndola por los pechos, busqué mi placer sin importarme el modo.
Sé que fue una violación y no estoy orgulloso pero,  en ese momento, ella era el instrumento con el que saciar el furor que me tenía obsesionado y usando su pelo como si de riendas se tratara, cabalgué a mi yegua a un ritmo desenfrenado.
-Muévete puta- le ordené dándole otro azote.
Mi flagelo le obligó a moverse y totalmente sometida, colaboró con su violador sin dejar de llorar. Nada me podía parar, necesitaba desfogarme en ese culo y estocada tras estocada,  mi tensión se fue acumulando hasta que rugiendo por el dominio alcanzado, me corrí sonoramente en su interior y exhausto me dejé caer a su lado.
Ya liberado me percaté de la burrada que acababa de cometer y lleno de remordimientos, me levanté al baño a limpiarme los restos que impregnaban mi falo. Mientras me lavaba decidí pedirle perdón y si quería le devolvería el doble del dinero que me había pagado. Todo menos tenerme que enfrentar a una denuncia en la policía. Al retornar a la cama, me quedé helado. Ann recogiendo su ropa había desaparecido y dejando solo una pequeña mancha de sangre en mitad del colchón.
La imagen de un juicio recorrió mi mente y absolutamente acojonado, comencé a recoger mi ropa del apartamento.  Al terminar de meterla de cualquier manera en la maleta, encendí mi ordenador y realmente aterrorizado, busqué una web donde reservar el primer billete que me sacara de Estados Unidos. No me costó encontrar varios vuelos que me sacarían de ese país y cuando ya estaba a punto de pagar un pastón por un billete a las bermudas, escuché que me llamaban por el móvil.
¡Era Johana!, la mujer que me había contratado para acostarme con Ann. Estuve a un tris de no contestarla pero quizás fueron las ganas que tenía de disculparme lo que me llevó a responderla. Nada más descolgar, por el tono supe que no estaba enfadada y por eso antes de contarle lo ocurrido, esperé a ver qué era lo que quería:
-Alonso, eres una máquina de hacer dinero- dijo con voz alegre.
-¿Por qué lo dices?- contesté confuso porque me esperaba una bronca.
La pecosa soltando una carcajada, me preguntó que les daba y viendo mi desconcierto me explicó que Ann le acababa de llamar y le había pedido volverme a ver, pero en esta ocasión había reservado mis servicios durante una semana.
-¿De qué coño hablas?-
-De quince mil dólares, ni más ni menos. Esa estirada se ha quedado tan entusiasmada contigo que te lleva de viaje. Quiere que le acompañes, por lo visto tiene una casa de playa y se ha pedido una semana de vacaciones para disfrutarte a solas-
-No puede ser- exclamé con la mosca detrás de la oreja.
-Sí puede, lo único raro es que me ha rogado que te diga que durante el tiempo que estéis ahí, debes tratarla como esta mañana-
No podía ser que esa mujer  que había salido huyendo tras esa cuasi violación fuera la misma que ahora quería contratar mis servicios durante siete días y por eso con la mosca detrás de la oreja le pregunté cómo podía asegurarme de cobrar:
-Por eso no te preocupes, esa zorra ya ha pagado tus siete días y se ha permitido el lujo de adelantar otros tres por si le apetece seguir disfrutando de tus favores-.
Que esa bruja hubiese gastado por anticipado tal cantidad de pasta me tranquilizó. Nadie tira a la basura casi veinte mil dólares, si quisiera denunciarme jamás habría anticipado semejante cantidad de dinero.  Comportándome como un auténtico profesional, le pedí los detalles de mi contrato:
-Tienes tres horas, te recogerá enfrente de tu casa a las once. Desde entonces eres suyo durante una semana-
-Vale- contesté sin saber si sería capaz de cumplir  los términos de mi alquiler  y por eso, con un montón de dudas sobre cómo debería comportarme, le confesé lo que había ocurrido.
Mi jefa, descojonada, me respondió que eso era mi problema que ella solo se ocupaba de rellenar mi agenda y que el modo en que yo desempeñara mi labor era un tema estrictamente mío.
-No me jodas. Va a querer que me comporte como una bestia y sinceramente, ¡Me veo incapaz!-
-Ese es tu problema, el mío es cobrar y ya lo he hecho- contestó escabulléndose de mis quejas.
Convencido que, si no cogía ese trabajo, podría enfrentarme a una acusación de abuso sexual,  decidí aceptar y tras colgar el teléfono, al asumir  que no necesitaba preparar mi equipaje al haberlo hecho con anterioridad, salí de mi apartamento a tomar el aire. Me costaba respirar. Estaba espantado tanto por la posibilidad de la denuncia como por mi supuesta obligación de actuar como un estricto dominante durante tanto tiempo. Internamente era consciente de que no tenía ni puta idea del roll y aunque Ann se lo hubiese exigido a Johana, dudaba si sería capaz de llevarlo a cabo.
Sin otra cosa que hacer, deambulé por la calle como un autómata y sin rumbo fijo. Durante dos horas no hice otra cosa que reconcomerme por mi idiotez, tras lo cual, tomé la decisión de que ese iba a ser mi último “trabajo”. Nada de mi educación pasada me había preparado para enfrentarme a esa vida. Acababa de decidir volver a Madrid cuando al mirar el reloj, vi que faltaba poco para que esa puta viniera por mí. Dándome prisa, subí a mi piso y recogiendo mi bolsa de viaje, bajé al portal a esperarla.
No llevaba ni cinco minutos en la acera, cuando la vi llegar conduciendo un Ferrari descapotable.
-¡Menudo cochazo!-, exclamé.
Estaba tan embobado con semejante máquina que ni siquiera respondí a su saludo. ¡Era un 458 spider!, el coche de mis sueños. Un trasto que hace de 0 a 100 en 3,4 segundos y cuyo costo es superior a los 225.000€.
-¿Te gusta?- preguntó al ver mi interés.
-¿Y a quién no?- respondí entusiasmado con la perspectiva de irme de viaje montado en él.
Lo que no me esperaba es que esa mujer,  con una enorme sonrisa iluminando su cara, me soltara mientras me lanzaba las llaves:
-¡Conduce! Yo estoy cansada-
No me lo tuvo que decir dos veces, tirando mi equipaje en el minúsculo maletero ubicado en el frontal, me até el cinturón y encendí el Ferrari. El sonido de sus ocho cilindros rugiendo al acelerarlo era musical celestial. Absolutamente entusiasmado, tuve que hacer un esfuerzo para sacar mi vista de los controles y mirar a mi clienta. La rubia se había olvidado de la etiqueta y venía ataviada con un vaporoso vestido de verano de tirantes. Sus enormes pechos parecían aún mayores al estar encorsetados por el elástico. Sabiendo que ni siquiera me había dirigido a ella, le di un beso en la mejilla, mientras le preguntaba hacia dónde íbamos.
-A los Hamptoms. Tengo un chalet en East Hampton Beach-
“¡Dios mío!” me dije al conocer nuestro destino. Esa zona era la más elitista de todo Long Island y cualquier casa pegada a la playa, no sale por menos de un par de millones de dólares. Si ya suponía que esa mujer estaba forrada, eso lo confirmó. Temblando por la responsabilidad de conducir ese coche, aceleré dejando atrás mi calle.
Bastante cortado por lo grotesco de la situación tuvo que ser ella la que rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros, me dijera:
Sin título-¿Te habrá extrañado que te contratara después de lo de esta mañana?-
-La verdad es que sí, sobretodo, porque al volver del baño ya no estabas-
-La razón por la que salí huyendo de tu apartamento no fue la que te esperas. He hablado con Johana hace un momento y me ha contado tus temores- respondió con voz serena. –Me fui no por lo que me habías hecho, sino por lo que había sentido. Nunca creí que se podía experimentar tanto placer y menos al ser forzada-
-No te entiendo- respondí todavía apesadumbrado por mi comportamiento.
-Al tratarme así y sentir tanto y en tan corto espacio de tiempo, sentí miedo. Ya en el taxi, comprendí que había sacado de mi interior una faceta de mí que no conocía y lo más importante, una faceta que quiero explorar con tu ayuda-
-No sé si seré capaz de cumplir con tus expectativas- reconocí mientras le acariciaba la rodilla pegada a la caja de cambios.
-Serás- masculló entre dientes mientras separaba sus piernas.
-No seas zorra- dije, mientras soltaba una carcajada, al percatarme que Ann me había malinterpretado y encima se había excitado.
La mujer tampoco entendió mis palabras y poniendo un reproche en su cara, me soltó:
-¡Dime que quieres que haga!-
Comprendí que su queja venía porque creía y esperaba órdenes y sabiendo que tenía una semana para defraudarla, decidí que al menos durante ese viaje de dos horas a su casa, no iba a hacerlo. Por eso, sin mirarla, le dije:
-No esperaras que sea yo quien te masturbe. ¡No te lo has ganado!-
Se quedó callada durante unos minutos, rumiando quizás el significado, tras lo cual, bajándose las bragas a la altura de las rodillas, se empezó a acariciar sin importar que el coche estuviera descapotado y que en ese momento, el puente Robert Kennedy, que estábamos cruzando, estuviera atestado de vehículos. Colorada hasta extremos inauditos, la mujer buscó complacerme torturando su clítoris a la vista de todo aquel que se fijara en el rutilante Ferrari. Estuve a un tris de decirle que parara, tenía miedo que alguien nos denunciara porque en una sociedad tan hipócrita como la americana sigue existiendo  el delito de escándalo público pero, al comprobar que esa mujer estaba cada vez más excitada, la dejé continuar y tratando de evitar problemas innecesarios, subí la música del cd con el ánimo de amortiguar sus gemidos.
Ann, absolutamente inmersa en su papel y con las piernas completamente separadas, se había sacado un pecho y mientras se pellizcaba un pezón con una mano,  con la otra se masajeaba duramente la entrepierna. La visión de esa mujer entregada, me empezó a afectar a mí también y mi pene no tardó en removerse inquieto bajo mi cremallera.  Aunque me parecía un error, tengo que confesar que me estaba poniendo cachondo. Mi calentura tampoco le pasó desapercibida a la rubia que sin pedirme permiso empezó a acariciar mi sexo por encima del pantalón.
Aprovechando que acabábamos de entrar a la autopista y que en teoría era más complicado que alguien nos acusara, la miré de reojo y señalando mi entrepierna, ordené a la mujer que lo liberara de su  encierro. No se hizo de rogar, soltándose el cinturón de seguridad, se agachó y bajándome la bragueta, saco mi pene con su mano:
-Te echaba de menos- soltó mientras le daba un beso.

Por su cara de felicidad,  la rubia estaba encantada con mi pedido y sin quejarse en absoluto, abrió sus labios para engullir lentamente toda mi extensión. La sensación de ser mamado al volante de ese deportivo es una experiencia digna de contar. La música a tope, el aire despeinándome el pelo y ese pedazo de hembra mimando mi falo en su boca, me estaban llevando al paraíso. Queriendo disfrutar plenamente, puse el controlador de velocidad y llevando una mano a la cabeza de mi clienta, la empecé a acariciar.
Ella al sentir la presión de mi mimo, creyó que quería que acelerara sus maniobras e introduciéndose mi sexo hasta el fondo de su garganta, buscó mi placer antes que el suyo. La humedad de su lengua recorriendo la piel de mi miembro consiguió elevar mi calentura y previendo que me iba a correr, le avisé de lo que se avecinaba. Mi advertencia le sirvió de acicate e incrementando la velocidad de su mamada, usó su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi sexo de su interior, con la lengua presionaba mi falo mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.
“Menuda mamada” exclamé mentalmente al experimentar los primeros síntomas de mi orgasmo.
La mujer al percatarse de lo que ocurría, llevó una mano a su entrepierna y dando a sus dedos un ritmo infernal, intentó que su clímax coincidiera con el mío pero no lo consiguió porque soltando oleadas de semen en su garganta, desparramé mi placer antes que ella. Ann, con auténtica ansia, disfrutó del sabor de mi leche y sin dejar de masturbarse, fue tragándola a la par que la expulsaba.
-¡Me encanta!- escuché decir a mi clienta mientras se relamía los labios en búsqueda de algún rastro de mi semilla, – sería feliz cuidándote de por vida-
Su entrega me puso los pelos de punta. No en vano solo me unía a esa mujer el color de su dinero y no me apetecía que se enamorara de mí. Cabreado, le ordené que se sentara en el sillón del copiloto y en silencio recorrimos los sesenta kilómetros que nos separaban de su chalet. Esa bruja había roto el encanto del viaje. Ni siquiera la gozada de conducir ese deportivo, valía la pena y por eso decidí que iba a hacer todo lo posible para que Ann comprendiera que, aunque podía alquilarme, no tenía dinero suficiente para comprarme. El amor no entraba en el juego. Desde el mismo momento que  decidí dedicarme a este oficio, supe que no podía ni debía de sentir nada por las mujeres que contrataran mis servicios pero hasta entonces no me había percatado que también era mi obligación evitar que ellas se encariñaran conmigo.
“Los sentimientos generan celos”, me dije mientras recorría los últimos kilómetros que nos separaban de nuestro destino. “O tengo cuidado o esta tipa es capaz de meterme en un problema”.
Al llegar, no me sorprendió descubrir que más que chalet, era una mansión el lugar donde iba a pasar los siguientes siete días. Construida a finales del siglo pasado, la casa de Ann era una magnifica finca con dos hectáreas de terreno pegada a la playa. El jardín, si es que se puede llamar así a esa enorme extensión, podría formar parte de cualquier botánico. Perfectamente cuidado y con multitud de variedades de plantas era espectacular. Todo estaba en su sitio, no cabía duda de que había sido diseñado por un paisajista.
Al pie de las escaleras, nos esperaba una sirvienta a la antigua usanza. De raza negra, la muchacha era una monada pero no me fijé en ella por su cuerpo sino porque su uniforme tradicional con cofia y mandil, te retrotraía a épocas pasadas. Su apariencia y modales tan en boga a principios del siglo xx eran una reliquia fuera de lugar hoy en día.
-Señora- escuché que le decía a mi clienta –Sus habitaciones están preparadas siguiendo sus órdenes-
La rubia no la saludó sino que comportándose de un modo altanero, le exigió que recogiera nuestras pertenencias y sin mediar otra conversación, me cogió del brazo para mostrarme su propiedad. El enorme hall daba paso a un salón todavía más imponente. En él, las vistas eran espectaculares. Sus grandes ventanales, daban la impresión óptica de estar sobre la cubierta de un barco al ser solo mar lo que se vislumbraba.
-¡Coño!- exclamé al comprobarlo.
Me habían hablado de riqueza pero eso era mucho más de lo nunca me había imaginado. Tratando de evitar que se notara que estaba impresionado, le pregunté dónde estaba el baño:
-Pillín- me soltó pegando su cuerpo al mío –No sé cómo has averiguado lo que te tenía preparado-
Sus palabras me terminaron de destantear al no tener ni idea de lo que hablaba pero lejos de mostrar mi confusión, dejé que me mostrara el camino y en silencio la seguí por la escalinata que daba acceso al piso superior. Ann, con una expresión pícara en su cara me enseñó su habitación. Si el cuarto era gigantesco la cama era todavía más desproporcionada.
“La debió mandar hacer bajo pedido”, pensé al percatarme que una cama de esas dimensiones no se vende en el mercado. Nunca supe sus medidas exactas pero debía de medir tres por tres. Lo único que me quedó claro fue que era como una plaza de toros.
Recordando que tenía algo planeado, la cogí entre mis brazos y acariciándole el trasero le pregunté si eso era todo.
-No, mi amor. Acompáñame al baño- respondió.
Picado por la curiosidad, la seguí y al entrar, me quedé pasmado al contemplar que el susodicho consistía en una estancia de más de treinta metros cuadrados al que no le faltaba nada. Dotado con sauna, jacuzzi, ducha de masaje y demás artilugios parecía sacado de las páginas de una revista. Si ya eso era sorprendente, comprobar que nos había preparado el jacuzzi y que junto, de pie, aguardaba la criada me dejó alucinado.
-He pensado que llegarías cansado después del viaje y que necesitaría un baño relajante- me informó mientras, llegando hasta mí, me empezaba a desnudar.
Sin importarle la presencia de su empleada, mi clienta fue desabrochando los botones de mi camisa, aprovechando para irme besando la piel  de lo que iba descubriendo. Resultaba extraño, para ella, la negrita era un mueble. Algo que formaba parte del mobiliario y no una mujer con sentimientos. Al terminármelo de quitar, Ann se quedó mirando mi pecho desnudo y actuando como una verdadera ninfómana, siguió recorriéndolo con sus besos mientras sus manos trataban de abrirme el cinturón.

Un tanto extrañado por su comportamiento, me fijé en la morena. Aunque intentaba mantener una postura profesional, sus ojos la delataron. Esa mujer no era de hielo y se ruborizó al ser descubierta. Entre tanto, la rubia había conseguido despojarme del pantalón y completamente absorta, contemplaba el prominente bulto que se escondía bajo mi bóxer.

-¡Qué ganas tengo de que me folles!- confesó.
La criada, quizás obedeciendo instrucciones anteriores, se acercó a nosotros y en silencio, llevó sus manos a los tirantes de su jefa, deshaciendo los nudos que mantenían el vestido sujeto a sus hombros. Resultó excitante ver caer la tela al suelo, mientras mi clienta permanecía mirándome.
Sus pechos se me mostraron en todo su esplendor. Realmente grandes, eran una tentación demasiado fuerte y llevando mi boca hasta ellos, fui recorriendo los bordes de sus pezones, obviando que a menos de un metro, estaba su empleada. Ann gimió al sentir las caricias de mi lengua y protestando, me dijo mientras me terminaba de desnudar:
-Vamos al agua-
No puse ningún inconveniente, el morbo de la situación me estaba excitando. Estaba convencido que iba a tomarla en presencia de la morena pero sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su cometido. Dudaba si iba a ser una simple voyeur o por el contrario iba a colaborar activamente pero a tenor del tamaño que estaba alcanzando mi miembro, decidí que me daba igual.  Ya en el jacuzzi, me tumbé a esperar acontecimientos.
Mi clienta dejó que la criada se agachara y le quitara las bragas, antes de entrar conmigo en la bañera. La naturalidad con la que su chacha la ayudó, me reveló la completa sumisión en la que la mantenía y por eso me extraño aún más que una mujer que se mostraba tan dominante, hubiese aceptado el trato de esa mañana.
Al meterse en el agua y sin más prolegómenos, la rubia se sentó a horcajadas sobre mí, introduciéndose mi extensión en su interior. Lo hizo despacio pero no por ello menos brutal. Me había equivocado esa mujer quería sexo y nada más. No había terminado de acomodarse cuando dirigiéndose a la morena, dijo:
-Sandy, quiero beber-
La cría sacando una botella de champagne de una pequeña nevera bajo el tocador, la descorchó y cuando ya cría que iba a servirlo en unas copas, bebió a morro y acercándose a su jefa, le dio a beber de su boca. Como comprenderéis me quedé atónito al ver a esas mujeres besándose mientras una de ellas tenía mi pene incrustado en su interior y sin saber cómo actuar, instintivamente me empecé a mover.  Mi clienta aceptó de buen grado mi reacción y sin dejarse de morrear con la morena, puso sus pechos a mi disposición.
No tuve que ser ningún genio para conocer los deseos de la rubia y mordisqueando sus pezones, busqué complacerlos. Estaba mamando como un niño de sus gigantescas ubres, cuando me percaté que la mano de la negra se deslizaba por su cuerpo y se hacía fuerte en la entrepierna de su jefa. Sin ningún reparo, Sandy empezó a masturbarla con decisión.
“¡Puta madre!”, exclamé mentalmente al cerciorarme nuevamente del error que cometí al pensar que esa mujer quería comportarse como sumisa y comprender que lo que realmente deseaba explorar era el roll de dominante.
“Mientras no intente sobrepasar los límites”, pensé cada vez más excitado,” me importa una mierda como quiera usarme”.
Ann al experimentar que eran cuatro manos y dos bocas las que recorrían su cuerpo, empezó a jadear de deseo e imprimiendo a sus caderas un ritmo trepidante, siguió empalándose con mi miembro sin dejar de berrear.  Completamente abstraída en sus sensaciones, no vio que la morena se iba desnudando sin dejarla de tocar. Cuando ya completamente en cueros, se metió en la bañera y  pegó sus pequeños pechos en la espalda de mi clienta, esta,  convulsionando dentro del agua, se corrió dando alaridos.
La morena se quedó paralizada al escuchar semejantes gritos por lo que  tuve que ser yo quien la tranquilizara, diciéndola:
-Es normal, tú sigue-
Devolviéndome una mirada cómplice, Sandy le agarró las nalgas y separándolas, sacó su lengua y sin esperar permiso, se la metió en el ojete. Ann recibió la incursión en su, hasta esa mañana, inmaculado ano con verdadera pasión e imprecando ordinarieces se volvió a derramar sin parar. Cada vez más subyugada  por sus sensaciones, la rubia me rogó que la usara sin compasión.

Acelerando el compás de mis penetraciones, la llevé hasta la locura al morder con dureza sus ya maltratados pezones. No me resulta sencillo narrar cómo esa mujer trepidando con mi sexo en su interior, se colapsó. El cúmulo de emociones fue excesivo e incomprensiblemente, como ya me había hecho el día anterior, se desmayó ante nuestros ojos. Sandy que no había sido testigo de la peculiar forma con la que esa mujer llegaba al orgasmo, se quedó aterrada al verla desplomarse en la bañera. Sin hablar,   cogí a mi clienta entre mis brazos y la llevé hasta la cama.

Nada más depositarla sobre las sábanas, me giré a ver a la negrita que con paso indeciso me seguía. Por sus ojos, se notaba  a la legua que seguía asustada. Sé que estuvo mal pero  no pude reprimir la broma y poniendo voz seria, le solté:
-Estaba enferma del corazón y quería morir de esta forma-
La cara de pavor de la pobre mujer fue increíble, tartamudeando de miedo, me preguntó que le íbamos a decir a la policía. Profundizando en el engaño, le contesté que ese era su problema y no el mío porque yo me iba en ese instante. Al borde de un ataque de nervios, Sandy se echó de rodillas a llorar , implorando que no la dejase sola. Estaba a punto de decirle la verdad cuando incorporándose en la cama, Ann nos preguntó qué era lo que pasaba.
Soltando una carcajada, le expliqué la burla a la que había sometido a su criada. Mi clienta uniendo su risa a la mía, respondió:
-No es mi chacha, creía que te habías dado cuenta. Es  una puta igual que tú-
Con lágrimas en los ojos de la risa, producto de darme cuenta que a mí también me habían tomado el pelo, ayudé a la morena a levantarse del suelo. Sandy, poniendo una dulce sonrisa, se me quedó mirando  mientras me decía:
-Eres un cabrón y no tengas duda de que me vengaré-

 

Relato erotico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra parte 2” (POR GOLFO)

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Relato continuación de Ann y su criada negra parte 1.
 

El saber que tanto Sandy, la mulata vestida de criada, como yo, no éramos más que una pareja de alquiler en manos de esa ricachona, me divirtió y sabiendo que no tardaría en enterarme del modo que Ann tenía pensado en usarnos, me relajé tumbándome en la cama.

Mi clienta se había levantado mientras tanto y poniéndose al lado de la morena, la besó de un modo tan posesivo que me dejó perplejo. Nunca había visto a una mujer actuar así. Asiendo la cabeza de su víctima, la llevó hasta las suya y sin importarle lo más mínimo los sentimientos de la cría, mordió sus labios mientras con las manos le daba un azote en el trasero.
La sonora nalgada resonó en la habitación, lo que me hizo comprender que bajo el uniforme esa muchacha no llevaba ropa interior. De llevar bragas no hubiese sonado tan alto ni tan agudo.
“O es sumisa o le ha pagado estupendamente”, pensé inicialmente al no oír ninguna queja de sus labios pero cuando observé que se le iluminaba la cara con una sonrisa, comprendí que me había equivocado. Esa niña además de recibir un estupendo salario por estar con ella, le gustaba ese tipo de tratamiento.
Más interesado de lo que me gustaría reconocer, no perdí ojo de lo que ocurrió a continuación. La rubia  desgarrando con sus manos el traje de la morena, la desnudó violentamente, tras lo cual, abriendo un cajón, sacó una fusta. Al ver ese instrumento en manos de mi clienta, me dejó helado al no saber cómo reaccionar si esa puta intentaba hacer uso de él conmigo. Afortunadamente Ann tenía otras intenciones y obligando a Sandy a ponerse a cuatro patas sobre la alfombra, se montó encima.
Contra toda lógica, esa mujer mostró alegría al sentir el peso de la rubia en su espalda y con expectación no fingida, esperó el primer azote. Este no tardó en llegar, Ann  nada más aposentarse, la cogió del pelo a modo de riendas y azuzándola como a una potrilla, dejó caer su fusta contra el culo de la morena. Ese azote fue lo que esperaba para comenzar a gatear por la habitación. Durante unos minutos, mi clienta la fue llevando de un lado a otro con la única indicación de tirones de pelo. Si quería que su montura torciera a la izquierda, no tuvo más que jalar de un mechón hacia el mismo lado y si por el contrario deseaba ir hacia la derecha, solo tenía que tirar del otro lado. En cambio si lo que quería era que acelerara, la morenita recibía una caricia de la fusta en su trasero.
Cuanto más observaba el comportamiento de esas dos mujeres, más convencido estaba de la predisposición de Sandy a ser tratada con dureza porque no me costó reconocer en esa cría los primeros síntomas de su excitación. También Ann se percató de los mismos y con voz autoritaria, le espetó a voz en grito:
-Puta, ni se te ocurra correrte antes que te lo digamos-
Escuchar de su boca que íbamos a ser dos los que usáramos a la mujer, me tranquilizó al comprender que no me tenía preparado un papel de sumiso en esa opereta. Fue entonces cuando decidí intervenir y saliendo de la cama me puse detrás de ellas y separando las nalgas de la morena, con dos dedos comprobé la elasticidad de su ano.
Sandy no pudo evitar quejarse del modo tan brusco con el que introduje mis falanges en su interior. Ann, al escuchar su lamento, azotó con dureza su trasero como castigo mientras le recriminaba:
-Me habían asegurado que eres una perra acostumbrada a soportar pero oyéndote pienso que eres una aficionada-
La mulata debió de pensar que se iba a quedar sin la paga prometida porque con lágrimas en los ojos, le pidió perdón diciendo:
-Ama, lo siento. Fue la sorpresa, puede estar segura que cumpliré a pie juntillas tanto sus deseos como los del macho que pone a mi disposición-
Mi clienta sonrió al escuchar la sumisión de la muchacha y levantándose de su espalda, se tumbó en la cama mientras le decía:
-Vamos a comprobarlo, quiero que me comas el coño-
Sandy no se hizo de rogar, poniéndose entre sus piernas, sacó su lengua y con auténtico frenesí, se apoderó del clítoris de la mujer. Asumiendo que Ann era quien pagaba y que yo estaba ahí para servirla, me tumbé a su lado y sin esperar a que me lo pidiera, empecé a acariciar su cuerpo mientras mi boca jugueteaba con uno de sus pezones. Tal y como había previsto, mi clienta se vio desbordada por tantas sensaciones y por eso no me chocó, escuchar sus primeros gemidos de placer resonando en la habitación.
Tengo que reconocer que yo también me fui excitando y con mi pene completamente erecto, entendí que debía de esperar sus órdenes para desahogarme. Mientras tanto, la morena seguí bebiendo del flujo  de Ann y conociendo a la perfección su trabajo, buscó el placer de la mujer introduciendo un dedo en su vulva.
-Me encanta- sollozó al sentir su interior vulnerado por Sandy y sus pezones mordisqueados por mí y colaborando con nosotros, se retorció sobre las sábanas.
“Esta guarra no tardará en correrse”, pensé mientras aumentaba la presión de mis dientes sobre su aureola.

Cuando estaba a punto de obtener el ansiado orgasmo, Ann hizo algo no previsto. Separándose de nosotros, se levantó y poniendo la cabeza de Sandy en mi entrepierna, le ordenó que me hiciera una mamada. Extrañado, no presté atención a como la morena se introducía mi miembro en su boca porque quería enterarme de los planes de mi clienta, aun así, sentí sus labios abriéndose y a su lengua recorriendo mi extensión antes de lentamente embutir mi pene hasta el fondo de su garganta.

Me quedé petrificado al observar que Ann abría un cajón y sacaba un arnés que llevaba adosado un falo de gigantescas dimensiones.

“¡La va a matar!” exclamé mentalmente al comprobar que ajustándose el tremendo instrumento alrededor de su cintura, se aproximaba con él dispuesta a sodomizar a la morena.
Afortunadamente para la muchacha, Ann cogió un bote de vaselina y antes de nada, se puso a lubricar el ano que pensaba desflorar. Esta, al sentir los dedos de la rubia relajando su entrada trasera, lejos de quejarse, se excitó e imprimiendo a su boca de un ritmo frenético, se dejó hacer sin protestar. Mi clienta,  mientras tanto, viendo que el esfínter de esa chavala estaba acostumbrado a ese tipo de uso, se puso a embadurnar el falo de plástico que iba a usar. Al hacerlo y necesitar de las dos manos, me apiadé de su víctima. Su grosor debía de doblar al mío y por eso asustado pero interesado, me deshice de su boca y me levanté a ver desde cerca como narices el estrecho culo de esa cría iba absorber semejante atrocidad.
Mi ausencia le permitió a Sandy observarlo por primera vez. Con los ojos abiertos de par en par, se quedó alucinada al saber que iba a ser usada con él, pero en vez de cabrearse e irse, usó sus manos para separarse las nalgas mientras pedía a la rubia que lo hiciera con cuidado.
“Es una locura”, pensé al ver que Ann posaba el enorme glande en la entrada trasera de la morena, “no podrá meterle ese tronco”.
No tardé en comprobar que me había equivocado. Mi clienta ni siquiera preguntó si estaba dispuesta y cogiendo a la muchacha por sus caderas, forzó con el aparato el esfínter y lentamente, lo fue introduciendo mientras su víctima no dejaba de gritar.  Realmente me sorprendió no solo que entrara la cabeza sino que al cabo de menos de un minuto, Sandy tuviera incrustado por completo ese portento en su trasero. Contra lo que había previsto, la mulata había sido de soportar el dolor y cuando ya se hubo acostumbrado, se giró para decirle que podía empezar.  
La sensación de  tener la completa sumisión de esa preciosidad, desbordó a Ann, la cual obviando toda prudencia empezó a cabalgar sobre el maltrecho trasero de la muchacha. Fue acojonante, comportándose como una perturbada imprimió a sus penetraciones de una velocidad endiablada mientras no paraba de insultarla. Reconozco que me indignó el trato y cuando estaba a punto de saltar, incomprensiblemente Sandy se puso a berrear de placer. Chillando con toda la fuerza de sus pulmones, la mulata le pidió que continuara mientras llevando su mano a la entrepierna se empezó a masturbar.
Su entrega hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás de mi clienta, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
-Fóllame- contestó la rubia.
No me cuestioné más cómo comportarme, cogiendo mi pene lo acerqué a su vulva y de un solo arreón, se lo introduje hasta el fondo. Su coño me recibió empapado, mi sexo no tuvo ninguna dificultad de encajarse en su vagina e imitando a Ann, me sincronicé con ella de forma que cuando sacaba el arnés del culo de Sandy, yo le metía a ella toda mi extensión en su interior.  Esa postura la terminó de volver loca y azotando el trasero de su sumisa me pidió que hiciera lo propio con el suyo.
Sé que puede resultar grotesco y raro, pero ese brutal apareamiento, nos terminó de excitar y casi al mismo tiempo, los tres nos corrimos sobre la cama. La primera fue Ann que, desplomándose agotada sobre la morena, le incrustó dolorosamente el siniestro arnés mientras su sexo era machaconamente golpeado por mi pene. Sandy, al sentir sus intestinos rebosando, gimió desconsoladamente mientras sus piernas se empapaban de placer. Y por último, yo sin poder retener mi eyaculación por más tiempo, me derramé en la vagina de mi clienta al ver a esas dos mujeres comiéndose la boca entre ellas.

Ni que decir tiene que durante  las siguientes horas y los siguientes días usamos y disfrutamos del cuerpo de la negrita de todas las formas habidas y por haber, ninguno de sus agujeros salió indemne. Su boca, su culo y su sexo fueron hoyados sin darle tiempo a descansar. Lo único que os puedo asegurar es que Sandy se ganó con creces el dinero que Ann le pagó. Por otra parte, desde entonces, cada vez que una clienta me pide que vaya con mi pareja, la llamo porque además de estar muy buena, esa mujer folla como los ángeles.


 
 

Relato erótico: “Prostituto 8 Yuko una japonesa insaciable me folla” (POR GOLFO)

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Mi trabajo como prostituto de lujo me ha dado la oportunidad de conocer a muchos tipos de mujeres, desde la típica remilgada que se conformaba con un polvo a las más ardientes de las hembras. Dentro de este último tipo tengo que hacer especial mención a Yuko, una japonesa insaciable. La conocí a raíz de una convención de Lancôme que tuvo lugar en Nueva York. Todavía recuerdo como me contrató:
 

 

Debido a que en Estados Unidos esa semana se celebraba la fiesta de “acción de gracias”, mi clientela  había estado extrañamente desaparecida y por eso llevaba cinco días sin tirarme a nadie. Os tengo que reconocer que tal abstinencia me tenía muy preocupado. Me había acostumbrado a un tren de vida que me exigía ingresos constantes  y tanto tiempo sin recibir dinero era algo que no me podía permitir. Por eso, esa tarde llamé a Johana preguntándole si no tenía trabajo para mí.  Mi madame me contestó que nadie había requerido mis servicios pero que no me preocupara porque era lógico que, en esas fechas, todas mis clientas estuvieran con sus familias.
En plan de guasa, le reclamé en que me buscara algo porque si no tendría que acostarme con ella para liberar toda la producción de semen acumulada por mis huevos:
-Ni lo sueñes. Si tan urgido andas, hazte una paja- contestó divertida.
-No es lo mismo- insistí – Tú mejor que nadie debes de estar interesada en mantenerme en forma-
Obviando mi argumento, me aconsejó que me acercara al hotel Ritz porque sabía que había una convención de productos de belleza y eso significaba que habría multitud de ejecutivas solas en busca de diversión. Cabreado porque me apetecía más acostarme por fin con ella, le di las gracias por el  aviso y haciéndola caso, salí en busca y captura de una mujer que engrosara mi cuenta corriente.
Nada más llegar al hotel, me dirigí hacía el bar. Al entrar comprobé con alegría que el lugar estaba repleto de posibles candidatas bebiendo y por eso decidí tomármelo con tranquilidad: cuanto más tarde fuera, más borrachas y más necesitadas estarían, lo que supondría que pondrían menos obstáculos a mi tarifa. Desde una mesa de un rincón, observé a mis futuras presas. No me costó percibir qué mujeres estaban deseosas de compañía y cuales únicamente querían divertirse entre ellas.
Ya le había echado el ojo a unas cuantas, cuando de repente vi entrar por la puerta a una preciosa oriental. En un principio pensé que ese portento debía de ser una colega en busca de un cliente como yo, porque venía embutida en un traje azul extremadamente sugerente. Anonadado por su belleza, me la quedé mirando. Era claro que era con diferencia la mujer más atractiva del bar y por eso supuse que no tardaría en encontrar compañía.
-¡Qué buena que está!- me dije  mientras la veía meneando su estupendo trasero por el local.
Con una melena lacia que le llegaba por la cintura y unos pechos de ensueño, levantó la unánime admiración de los presentes en su camino hacia la barra. Al ver que se sentaba en un taburete y que dándose la vuelta oteaba el local, solo me quedó la duda de cuanto cobraría porque era evidente que era una puta y no de las baratas precisamente. Con ganas de saber a quién se llevaría al huerto, me quedé observando fijamente a esa mujer. Dotada por la naturaleza de un cuerpo de infarto, esa criatura sabía sacarse provecho. El entallado vestido maximizaba la perfección de sus formas.
-No me importaría darle un viaje aunque fuera gratis- sentencié maravillado al reparar en que la raja de su vestido me dejaba disfrutar de unas piernas esculturales.
Fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron. Por un momento, me quedé extasiado con la profundidad de sus ojos rasgados. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo para quedarme sentado. Todos mis poros me rogaban que me levantara y tratara de ligarme a ese bombón, pero mi necesidad de efectivo y el saber que esa maravilla compartía mi misma profesión, me hicieron quedarme rumiando las ganas. 
“Necesito pasta” pensé ventilando el asunto y tratando de hacer algo productivo, retiré mi vista de la mujer.
Al ojear nuevamente el bar, el resto de las mujeres me parecieron insulsas en comparación con ella y por eso al cabo de unos segundos, volví a  echarle un último vistazo. La japonesa estaba hablando con Harry, el maître del lugar. Sonreí al verla charlando con ese hombre porque sabía que ese tipo se llevaba comisión de las putas y de los gigolós que acudían a su establecimiento. Yo mismo tenía un acuerdo con él, si conseguía una clienta debía de pasarle el diez por ciento de lo que cobrara.
“Debe  de estarle preguntando a quien atacar” sentencié mientras pedía otra copa para hacer tiempo.
Harry debió de señalarle a alguien porque cogiendo su bolso, la muchacha se levantó del taburete y esgrimiendo la mejor de sus sonrisas, se acercó hacia donde yo estaba. Buscando por mi zona a su supuesto cliente, me extrañó comprobar que exceptuando a un par de ancianos, el resto eran mujeres y asumiendo que le daba a las dos aceras, me quedé mirándola tratando de adivinar a la afortunada. Lo que no me esperaba fue que ese pimpollo llegara hasta mí y pidiéndome permiso, se sentara en la mesa.
-¿Estas solo?- me preguntó.
Creyendo que era una broma del cabrón del encargado, decidí seguirle la corriente, pensando en la decepción que iba a sentir cuando se diera cuenta del engaño.
-Para una belleza como tú, siempre- le contesté.
Al escuchar mi piropo, se sonrojó y bajando su mirada, me dijo que se llamaba Yuko.
“Es buena” pensé al creer que esa pose avergonzada era parte de su actuación y que como  fulana experimentada sabía de la preferencia de los hombres por las mujeres tímidas que parecen no haber roto un plato. Animado por lo absurdo de la situación,  una puta tratando de cortejar a un prostituto, le contesté:
-Alonso, un esclavo de tu belleza-
Al ver la alegría de sus ojos, supuse que ese putón estaba calculando mentalmente cuánto dinero me iba a sacar. Por eso decidí que ella diera el primer paso y mientras se decidía le pregunté qué quería tomar:
-Champagne- respondió.
“Juega duro” me dije al saber que en ese bar una copa debía de salir por más de cincuenta dólares y sabiendo que se quedaría espantada al enterarse de la burla, decidí que valía la pena malgastar ese dinero y haciendo una seña, llamé al camarero. Cuando fue el propio Harry quien  vino a tomarnos la comanda, creí que cansado de mantenerse al margen había decidido ser partícipe de la tomadura de pelo.
-Harry, la señorita quiere una botella de Moët- le solté pidiendo el más caro de la carta mientras encantado por mi papel le guiñaba un ojo.
Si pensaba que el maitre iba a verse forzado a descubrir la broma, me equivoqué porque adoptando la misma profesionalidad que con un cliente “normal”, se retiró en busca del pedido.  Al comprender que si no era yo quien levantaba el pastel, tendría que pagar el descorche, la cogí de la mano mientras le susurraba al oído:
-No sé si eres consciente de que cobro por pasar la noche con una mujer-
-Lo sé- respondió colorada.
Tras unos instantes de confusión en los que supuse erróneamente que el objeto de la burla era yo, pregunté temiéndome lo peor:
-¿Lo sabes?-
-Sí. Como no me apetecía pasar la noche sola, le pedí al maître que me señalara un hombre que me hiciera compañía-
Aunque seguía teniendo dudas de si todo era una farsa, estas desaparecieron cuando llegó Harry y la muchacha sacando su tarjeta de crédito, pago la cuenta. Alucinado por el hecho que una mujer tan bella tuviera que hacer uso de un prostituto, decidí no tentar mi suerte y sirviéndole una copa, brindé con ella. Yuko, muy nerviosa, se la bebió de un golpe y extendiéndola hacia mí, me pidió que la rellenara.
-Tranquila, que tenemos toda la noche- le dije mientras cogía una de sus manos entre las mías.
Ese gesto provocó que los pezones de la muchacha se pusieran duros bajo la tela de su vestido y que todavía mas histérica, me respondiera que no me lo había dicho pero que tenía un problema. Extrañado por su actitud, tuve que preguntarle qué era lo que la ponía tan nerviosa. La japonesa incapaz de mantener mi mirada y casi llorando, me respondió:
-Asusto a los hombres-
Reconozco que me pasé pero al oír de sus labios la naturaleza de su problema, solté una carcajada mientras le decía:
-A mí no me asustas, ¡me excitas!- y recalcando la veracidad de mis palabras, llevé su mano a mi entrepierna.
Relamiéndose, Yuko no solo se dejó hacer sino que acariciando mi pene por encima del pantalón, empezó a masturbarme sin importarle que hubiera público en el local. Tapándome con el mantel, le permití seguir con su juego porque el morbo que desprendía esa mujer me tenía subyugado. Me es difícil expresar lo que sentí cuando ese bombón me bajó la bragueta y metiendo su mano bajo el pantalón, se apoderó de mi extensión. Fue como si masturbarme fuera la razón de ser de su vida y olvidando todo lo demás, se dio a la labor mientras gemía calladamente. Aunque al principio trató de disimular haciéndolo lentamente, poco a poco fue incrementando su ritmo hasta que era evidente que me estaba pajeando. Un tanto cortado, le pedí que parara.
-No puedo- se disculpó con lágrimas en los ojos –Una vez que empiezo no me consigo detener-
Previendo que no iban a echar del lugar, me costó separar su mano de mi pene y cerrándome el pantalón, le dije:
-Vamos al baño-
El disgusto con el que acogió mi rechazo inicial se transformó en gozo al percatarse que, si la llevaba al servicio, era para que terminara lo que había empezado. Ya estábamos camino del baño cuando Yuko se dio cuenta que tenía una mancha de flujo en su vestido y pegándose a mí, me pidió que la tapara:
-Estoy empapada-
Os podréis imaginar lo que pensé en ese momento:
“Si por tocarme se pone así, que será cuando me la folle”.
Por entonces todavía no era conocedor de lo hambrienta que estaba esa mujer, por lo que confiado la llevé hasta allí. Lo que no me esperaba era que esa japonesita, pegándome un empujón, me metiera a la fuerza al baño de mujeres y que nada más atrancar la puerta, se arrodillara a mis pies. Actuando como una posesa, me abrió la bragueta y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
El reducido espacio del baño produjo que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Yuko, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose frente al espejo, empezó a recoger con sus dedos  mi simiente y llevándoselo a la boca, lo devoró mientras se volvía a masturbar.
“¿Y esto” me pregunté mentalmente al comprobar que olvidándose de mí, esa mujer iba de un orgasmo a otro saboreando el fruto de mi sexo.
No queriendo intervenir, me quedé sentado hasta que momentáneamente saciada, la muchacha se giró y mirándome a los ojos, me pidió perdón por lo sucedido.
-No te comprendo- le respondí sinceramente al no tener ni idea de porque la tenía que perdonar.
Incomprensiblemente, la japonesa se echó a llorar e implorando casi de rodillas, me rogó que no me fuera.
-Ven- le dije y cogiéndola del brazo, la saqué del baño retornando hasta nuestra mesa.
Yuko, me siguió con la cabeza gacha y sin dejar de sollozar por una desgracia que me costaba captar. Al llegar a nuestro sitio, galantemente le acerqué la silla y sentándome frente a ella, le pedí que me explicara cuál era su problema. Le costó unos minutos tranquilizarse, tras lo cual con el rímel corrido y con la voz entrecogida, me contó que desde bien cría tenía una sexualidad desaforada y que todos los hombres con los que había estado habían salido huyendo al comprobarlo, dejándola a ella sola sobre las sabanas.
-¿Me estás diciendo que no has pasado una noche entera con nadie?-
Con gesto compungido, me contestó que así era y que por eso aprovechando que estaba en Nueva York, había decidido contratar a un prostituto que calmara sus ansias. Reconozco que me chocó que un bellezón semejante tuviese semejante dilema y soltando una carcajada, rellené su copa mientras le decía:
-Prepárate: ¡Qué esta noche te voy a dejar sin ganas de hombre por una buena temporada!-
Su cara de alegría fue increíble, la pobre muchacha había creído que al oírla saldría por patas como habían hecho sus otras parejas y por eso, con una sonrisa de oreja a oreja, me lo agradeció diciendo que se ponía en mis manos. No sé si fue gracias a una intuición o debido a la sumisión que leí en su rostro pero dándole un tierno beso en los labios, le puse como condición que tenía que seguir a rajatabla todas mis sugerencias.
Con júbilo, la oriental aceptó embelesada mientras se terminaba el champagne que le había servido y poniendo cara de guarra, me dijo que donde íbamos a pasar la noche:
-Me da igual, lo que tú prefieras. En tu habitación o en mi casa-
-Prefiero en tu casa- y completamente abochornada, me confesó: -Grito mucho y no me gustaría ser la comidilla de la convención-
Sin llegar a imaginarme el volumen de sus chillidos, me pareció estupendo ir a mi apartamento porque allí tenía todo lo necesario para que esa mujer saliera por la mañana satisfecha de haberme conocido pero adelantándome al peligro que suponía coger un taxi con ella, le ordené que no intentara nada hasta que estuviéramos ya en casa. Aunque le había prometido que esa noche iba a quedar saciada, Yuko no pudo reprimir un gruñido de reproche al saber que no podría meterme mano y que se tendría que esperar hasta que yo le dijera pero aun así, me juró que lo haría.
Contento por la perspectiva de poder disfrutar a mis anchas de esa lindura y que encima mi cuenta corriente se vería engrosada por una suculenta suma, salí con ella del bar y cogiendo un taxi, nos dirigimos a donde yo vivía. Durante todo el trayecto, Yuko se mostró nerviosa e incapaz de mirarme, se pasó todo el tiempo mirando por la ventana. Su actitud me permitió contemplar su cuerpo sin que ella reparara en que estaba siendo objeto de un exhaustivo escrutinio.  Realmente esa mujer era una preciosidad, dotada por la naturaleza de unos pechos primorosos, su vestido no podía enmascarar que estaban adornados con dos enormes pezones dignos de mordisquear. Si sus senos eran dignos de elogio, su cintura de avispa que daba paso a un trasero en forma de corazón, no le iba a la zaga. Cualquiera que la observara tendría que admitir que jamás desperdiciaría la oportunidad de perderse entre sus piernas.
Al llegar a mi casa, pagué el taxi y llevándola del brazo, me metí en el ascensor. Había previsto que una vez estuviéramos en ese compartimento cerrado, la muchacha iba a lanzarse sobre mí pero no fue así, pacientemente espero a que saliéramos y abriera la puerta de mi apartamento. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso volver a mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Yuko chilló al experimentar quizás por primera vez que alguien era más bestia que ella y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Follame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente. Yuko al sentir su sexo inundado, vociferó en japonés sin dejar de moverse.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados.
“No fue para tanto” pensé erróneamente creyendo que estaba saciada.
No tardó en sacarme de mi error, al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una loba” sentencié al comprobar que poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar. Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Yuko, usando mi pene como si fuera un machete, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus aureolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo. Ella al sentirlo me gritó:
-¡Soy tuya!-
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de incrementar su morbo, le solté:
-Esta noche, ¡me darás todos tus agujeros!-
La japonesa al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Cómo me gusta!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Qué maravilla!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto.
No me lo podía creer, ni una queja ni un sollozo. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que no tuviera cuidado:
-Si supieras el tamaño de mi dildo, sabrías a lo que ¡Mi culo está acostumbrado!-
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi clienta, que de por sí era una mujer fogosa, se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el cabecero de la cama, gritó vociferando lo mucho que le gustaba el sexo anal. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando la japonesa se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“Es acojonante” pensé al saber que con mucho menos la mayoría de las mujeres se hubiese rendido agotada y en cambio esa chavala seguía exigiendo más.
Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve el culo! ¡Qué pareces frígida!-
Por primera vez en su vida, Yuko oyó que un hombre le reclamaba su poca pasión y completamente confundida, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi estocada forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cuerpo al cabecero de la cama, hasta que aprisionada contra él, la mujer tuvo que soportar que se le clavaran los barrotes en su piel mientras se derretía por el trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Cállate!, no pienso parar hasta que me corra-
Que nuevamente le recriminara no ser suficientemente ardiente, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando tanto las sábanas como mis piernas.
-¡Vente en mí! ¡Por favor!- suspiró casi sollozando.
Aunque mi mente deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi semilla en su interior, me corrí mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer cobre la cama.
Satisfecho y exhausto, me puse a su lado y abrazándola, la besé. Fue un beso tierno de amante. Yuko se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me dijo:
-¡Eres un cabrón! ¡Me has dejado agotada!-
Como conocía su calentura y estaba convencido que cuando se recuperara, iba a buscar nuevamente que la tomara, me levante y mientras me dirigía hacia la cocina, le solté:
-Voy a por una botella de Champagne-
-¿Y eso?- preguntó al ver que mi gesto tenía un significado oculto.
-Tengo sed  y cuando nos la terminemos, la usaré para dominarte.
Yuko soltando una carcajada, salió de la cama y acompañándome por el pasillo, me susurró al oído:

 

-Mejor trae dos, ¡con una no tendré suficiente!-

!
 
 

Relato erótico: “Prostituto 13 La mulata se entrega a mí por placer” (POR GOLFO)

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Tara:

Para los que no hayan seguido mis andanzas, me llamo Alonso y soy prostituto de élite en Nueva York. Vender mi cuerpo no me avergüenza porque considero que además de ser un trabajo como otro cualquiera, está estupendamente remunerado. Pero en esta ocasión no voy a narrar mi historia sino la de Tara, un maravilloso ejemplar de mulata que la casualidad hizo que cayera en mis brazos.
Como expliqué en un relato anterior, al vengarme de un par de gemelas, recibí a esa preciosidad como parte del pago. Nunca llegaré a agradecer al árabe que se quedó con las dos hermanas el favor que me hizo al entregarme a esta mujer. No solo era todo un monumento a la belleza femenina sino que tal y como os contaré, resultó ser un filón que aproveché.
Considero primordial describiros a Tara, sabiendo de antemano que por mucho que me explaye será imposible hacer justicia a esa mujer. Mulata de veintidós años, debía su hermosura a la combinación de los genes blancos de un potentado de origen europeo con la herencia de la mujer negra que trabajaba como sirvienta en su hacienda. Su color de piel era apiñonado, para los que no estén familiarizados con ese término, os puedo decir que era negra clara o si lo preferís morena obscura. Pero si de algo podían estar orgullosos sus progenitores era del cuerpo de su retoño.
Delgada pero bien proporcionada, Tara tenía unos pechos pequeños pero maravillosamente formados. Firmes y duros era una delicia el tocarlos pero más aún el metérselos en la boca porque, al hacerlo, sus pezones marrones se encogían como asustados, convirtiéndose en unos deliciosos chupetes.   No sé la cantidad de horas que me he pasado mamando de ellos, lo que si os puedo decir es que ella disfrutó tanto como yo, las ocasiones que me dormí con ellos en mi boca.  Tampoco me puedo olvidar de su espléndido culo en forma de corazón que tantas veces poseí ni de ese coño depilado que la hacía parecer aún más joven. En resumen, Tara era una de esas mujeres que levantan el aplauso unánime de todos los que la ven pasar y para colmo, como persona era dulce, delicada y apasionada.
Todavía rememoro con cariño el siniestro modo en que la conocí. La pobre había caído en manos de una organización de trata de blancas y gracias a un trueque me hice con sus servicios una noche de madrugada. Recuerdo que estaba aterrorizada al no saber qué clase de amo era yo, cuando ese norteafricano me la cedió. No os podéis imaginar cómo temblaba la muchacha cuando siguiendo con el papel de amo estricto, la obligué a montarse en mi coche. Como no podía descubrir que no era uno de ellos, esperé a estar lejos del alcance de esas alimañas para preguntarle cómo había llegado a esa situación.
Debió ser mi tono amable, lo que la indujo a confesar al extraño que acababa de comprarla su triste historia:
-Amo. Nunca deseé ser una esclava pero ello no debe importunarle porque después de dos años y tres dueños, he comprendido que esta es mi vida y he aprendido a asumirlo-
No tuve que ser un genio para saber que era una víctima y por eso nada más contarme que un antiguo novio, en su África natal, la había vendido a esos traficantes, le ordené que se quitara el collar de esclava. Tara creyó que era parte de un malvado juego y que en realidad solo quería reírme de su desgracia:
-Amo, ¿En qué le he fallado para que me torture de esta forma?- respondió con lágrimas en los ojos.
Viendo que tanto maltrato la había convertido en un ser sin esperanzas, tuve que ser yo mismo quien se lo quitara, tras lo cual le dije con el tono más dulce que pude:
-Para empezar, nunca más me llames amo, soy Alonso y a partir de ahora eres libre-
Mis palabras lejos de consolarla, acrecentaron su llanto y completamente histérica, me rogó que no le hiciera eso, que no la liberara.
-No entiendo- contesté acariciándole la cabeza- ¿No me has dicho que no deseas ser esclava?-
Completamente desmoralizada, ya que se veía en la calle, me explicó que solo conocía en los Estados Unidos a sus antiguos amos y que si la echaba de mi lado, volvería a caer en sus garras o lo que era peor, en la de la “Migración americana”.
-Me mandarían otra vez al Zaire y eso sería mi sentencia de muerte porque mis tíos  me matarían para salvaguardar su honor- dijo temblando. -No se olvide que para ellos soy una pecadora-
Conociendo que en esa parte del orbe, seguían matando a las mujeres que por uno u otro motivo habían manchado el buen nombre de la familia, no me quedó otra salida que proponerle que viviera conmigo en calidad de sirvienta. Al oír mi propuesta, me besó emocionada prometiéndome servirme en la casa y en la cama.

-No me has entendido- dije rehusando sus carantoñas- Te ofrezco que seas mi criada y te pagaré un salario mientras conseguimos arreglar tus papeles. Se ha terminado para ti el entregar tu cuerpo. Cuando lo hagas que sea porque es tu deseo-

Le costó asimilar mis palabras porque, en su vida, todos los hombres con los que se había topado habían abusado de ella. Cuando al cabo de cinco minutos, llegó a la conclusión que podía fiarse de mí y que mis intenciones eran sanas, me dijo con voz temblorosa:
-Acepto pero deberá descontar de mi salario, lo que pagó por mí-
Solté una carcajada al escuchar a la muchacha. Con la libertad había retornado el orgullo innato de su etnia y obviando que era imposible que llegara a pagarme los treinta mil dólares en los que la habían tasado, cerré el trato diciendo:
-¿Qué tal cocinas?-
-Estupendamente, le cebaré como solo saben hacer las mujeres de mi pueblo-
Su desparpajo me encantó aunque por mi trabajo no me convenía engordar, no dije nada no fuera a ser que cualquier negativa por mi parte quebrara su recién estrenada autoconfianza y por eso, me dirigí directamente a casa. Ya en mi apartamento, lo primero que hice fue mostrarle su habitación. Tara al ver por vez primera donde iba a dormir, no se lo podía creer:
-Amo… digo ¡Alonso!- exclamó rectificando al ver mi cara de cabreo – no se imagina la jaula donde llevo seis meses durmiendo cuando mi antiguo amo no me requería en su cama-
Las penurias incalificables que esa pobre había sufrido se habían acabado y así se lo hice saber, diciéndola:
-Es tarde. Vete a dormir que mañana tengo que conseguirte ropa-
-Se la pagaré…-  respondió mientras dejándola con la palabra en la boca, me iba a mi cuarto.
Mi despertar con ella en la casa:
Ni que decir tiene que en cuanto apoyé mi cabeza en la almohada, me arrepentí de no haber hecho uso de esa preciosidad antes de liberarla. Tengo que reconocer muy a mi pesar que me pasé toda la noche soñando con ella. Me la imaginaba gateando llegar a mi lado y ya en mi cama, ronroneando, pedirme que la tomara.
“Cambia el chip” me dije mientras cambiaba de posición en el colchón, “no puedes ni debes abusar de su ingenuidad”.
Por mucho que intenté olvidarme de Tara, ella volvía a mis sueños más y más sensual cada vez hasta que, cogiendo mi miembro, me masturbé imaginando que disfrutaba de ese delicado cuerpo entre mis piernas. No sé las veces que liberé mi esperma sobre las sábanas en su honor, lo que sí sé es que al despertarme esa mañana estaba agotado.
Acababan de dar la diez cuando me despertó el ruido de unos platos. Al levantarme a ver que era, me sorprendió descubrir que la mulatita se había levantado temprano y que en contra de lo que era habitual, la casa estaba escrupulosamente limpia. Los papeles y los restos de comida habían desaparecido del salón pero fue el olor a comida, lo que me hizo acercarme hasta la cocina.
Desde el quicio de la puerta, observé como esa belleza se ufanaba cocinando mientras seguía con su cuerpo desnudo el ritmo de la música que salía de una radio. Embobado y aunque sabía que no era ético siquiera el contemplar a Tara sin su consentimiento, no pude dejar de disfrutar de esas curvas perfectas contorneándose siguiendo el compás de la canción.
“¡Es maravillosa!” pensé sin hablar mientras, bajo mi calzoncillo, mi miembro se revelaba contra mí, adoptando una dolorosa erección. ”¡Qué buena está!”.
El maltrato sufrido no había hecho mella en su anatomía. No solo eran sus duras nalgas lo que me cautivó, sino todo ella. Con una cintura de avispa, esa negrita era el culmen de la femineidad. Incapaz de retirar mi mirada, repasé minuciosamente toda su piel buscando un defecto que me hiciera bajarla del altar en la que la había elevado pero no pude encontrarlo. Aunque normalmente me gustaban los pechos grandes, esas tetitas pedían a gritos que mi boca tomara posesión de ellas y tengo que reconocer que si dándose la vuelta, Tara no me hubiera pillado contemplándola, hubiera ido directo al baño a volverme a masturbar.
-¿Cómo ha dormido el señor?- fue su saludo. Su rostro no tenía ni la menor pizca de maldad pero tampoco mostraba la menor señal de sentirse turbada por estar desnuda en mi presencia.
Tratando de tapar la firmeza que había adquirido mi pene al observarla, me senté antes de contestar:
-Bien, pero llámame Alonso. Lo de señor me hace sentir viejo-
Alegremente, me respondió que no volvería a llamarme así y cambiando de tema me contó que ella había dormido en cambio fatal.
-¿Y eso?- pregunté interesado por saber el motivo de su insomnio.
-No estoy acostumbrada a una cama y menos para mí sola- contestó mientras ponía frente a mí un suculento desayuno.

Os tengo que reconocer que ni siquiera me fijé en el plato, mis ojos estaban fijos deleitándose del sensual movimiento de los senos de la cría. Se notaba que nunca había sido madre por la firmeza con la que desafiaban la ley de la gravedad. Tara, al percatarse del modo en que la devoraba con la mirada, se sonrojó y un tanto indecisa, me preguntó por la ropa de mujer que había en su armario.
-Es tuya. Su antigua dueña nunca volverá- contesté obviando que esos trapos habían sido de Zoe, la teniente de policía por la cual la había intercambiado.
La morenita pegó un grito de alegría y pidiéndome permiso, se fue a vestir apropiadamente. Aunque la comida que me había preparado estaba riquísima no pude disfrutar de su sabor porque mi mente estaba pensando en la muchacha que se estaba cambiando a solo unos metros.
“Está para comérsela” pensé mientras introducía en mi boca un pedazo del manjar que había cocinado en vez del clítoris de esa mujer que era lo que realmente me apetecía.
Tara no tardó en volver y cuando lo hizo, no pude dejar de maravillarme de la bella estampa que inconscientemente me regaló. Comportándose como una adolescente, me modeló su vestido dando saltitos sin dejar de reír. El dicho de “como niña con zapatos nuevos” le venía ni pintado. La mulatita estaba en la gloria sintiéndose la dama más feliz del mundo usando esa ropa de segunda mano.
-Estás preciosa- mascullé entre dientes cuando me pidió mi opinión.
Por vez primera, hallé algo de malicia en ella y fue cuando cogió mi mano y me llevó hasta su habitación donde me obligó a sentarme:
-Dime cual te gusta más- soltó mientras se desnudaba y removiendo los percheros, sacaba un ajustado traje de raso rojo.

Perplejo por la visión de esa mujer recién salida de la adolescencia en pelotas sin importarle que su teórico patrón estuviera observándola mientras se cambiaba, me mantuve callado rumiando mi calentura mientras intentaba que no se me notara.

-¡Dios mío!- exclamé en voz alta al descubrir que en contra de la noche anterior ni un pelo cubría su vulva.
-¿Qué le pasa?- preguntó asustada, pensando quizás en que algo me había incomodado.
Al explicarle totalmente avergonzado el motivo, soltó una carcajada mientras me decía:
-Ayer me fijé en su sumisa y creí que le gustaría más con el coño depilado-
Os juro que mi pene se izó como un resorte al escucharla porque aunque no lo dijera esa cría quería complacerme pero previendo que si no dejaba claro nuestra relación, no tardaría en llevármela a la cama aunque fuera a la fuerza:
-Eres una mujer libre, lo que hagas es porque te apetece, no porque me guste a mí más o menos-.
Por mi tono, Tara supo que me había incomodado pero entonces levantando la voz y tuteándome por primera vez, me soltó:
-Sé que ya no soy esclava y por eso si me apetece arreglarme para ti, lo haré y tú no podrás decirme nada-
Tenía toda la puta razón. ¿Quién era yo para ordenarla como debería llevar el chocho? Pero no queriendo perder nuestra primera discusión, me defendí diciendo:
-De acuerdo, pero te tengo que recordar que soy hombre y no te quejes si un día no aguanto más y te violo-
Muerta de risa, se pellizcó un pezón y poniendo cara de puta, me respondió:
-Ten cuidado tú, no vaya a ser que un día despiertes atado a tu cama y con esta mujercita forzándote-.
-¡Te estás pasando!- exclamé y aguantándome las ganas de tumbarla en la cama, salí del cuarto huyendo de ella.
Una carcajada llegó a mis oídos mientras dando un portazo me encerraba en mi estudio.
Tara me pide que la retrate:
 
 
Cómo no tenía que ninguna cita y además tenía suficiente efectivo para tomarme un periodo de asueto, me quedé en casa terminando un par de obras que tenía inconclusas. El pintar me permitió olvidarme momentáneamente de la mulata pero al cabo de la horas, escuché que tocaban a la puerta:
-Alonso, ¿Puedo pasar?-
Incómodo por la interrupción, di mi asentimiento a regañadientes. Al entrar Tara con una bandeja, comprendí el motivo que le había llevado a interrumpirme: la muchacha me traía la comida. Me arrepentí en el acto de haberme enfadado porque esa cría solo estaba cumpliendo con las funciones que le había encomendado.
-Gracias, no me había dado cuenta de la hora- dije a modo de disculpa.

Ni siquiera me contestó, al colocar los platos sobre la mesa, se quedó mirando los cuadros que tenía colgados. Su sorpresa fue patente y cuidadosamente, fue escudriñando uno a uno todos los lienzos. Su cara reflejaba una mezcla de turbación y excitación. Verla tan interesada en mi obra, me dio alas para preguntarle que le parecía:

-Me encanta- respondió en voz baja y tras unos momentos de  duda, me soltó: -¿Quiénes son? ¿Tus amantes?-
-¿Por qué lo dices?-solté extrañado- ¿Tanto se nota?-
-Sí- muerta de risa, me contestó. –Fíjate, aunque sean desnudos has sabido reflejar tanto el carácter de cada una de ellas como el tipo de relación que mantenías con ellas. Por ejemplo, esta rubia no es otra que tu antigua sumisa y se ve a la legua que te desagradaba-
Me sorprendió la agudeza de su inteligencia. Nadie se  percataba de eso sino se lo explicaba yo con anterioridad. Tratando de comprobar que no había sido suerte, le pedí que me dijera que veía en el cuadro de Mari:
-Esta mujer está triste pero te cae muy bien-
-Y ¿Este?- dije señalando el retrato que le hice a la amiga de mi jefa, una estupenda tetona que me dio su leche a probar.
-Solo veo morbo- contestó dando nuevamente en el clavo.
Satisfecho por lo atinado de sus respuestas, le fui explicando una a una mis citas, sin darme cuenta que su rostro se tornaba cada vez más cenizo. Al terminar, con verdadera angustia, me preguntó:
-¿Te acostaste con la mayoría por dinero?, entonces la pintura es solo un hobby-
Más que una pregunta era una afirmación y viendo su disgusto me tomé mi tiempo para contestar.
-Soy un pintor que se mantiene gracias a mujeres- contesté sin mentir pero obviando lo básico –Ahora mismo estoy preparando una exposición pero aún me faltan dos cuadros-
Mi respuesta le satisfizo parcialmente y por eso volvió a insistir:
-Si tienes éxito como pintor; ¿Dejarías de prostituirte?-
-Si- respondí sin tener claro si lo haría.
-Y ¿solo te faltan dos cuadros para poder exponer?-
Sin saber que era lo que se proponía, volví a responderle afirmativamente. Al oírme se le iluminó su cara y sin importarle mi opinión, exclamó:
-¡Úsame como modelo en ambos!-
Agradeciéndole el detalle, le expliqué que solo hacía un retrato por mujer pero olvidándose de lo que era obvio, alegremente, me susurró al oído:
-Alonso, gracias a ti, renací. Puedes pintar primero a Tara “la esclava” y luego a Tara “la mujer libre”-
“No es mala idea” pensé porque podría reflejar dos personalidades de una misma mujer y sin prever lo que esa decisión acarrearía, acepté su sugerencia. Habiendo cruzado nuestro Rubicón particular, no había vuelta atrás y por eso mientras yo preparaba el lienzo y los oleos, Tara se fue a cambiar. Al cabo de unos minutos, volvió enroscada en una sábana y con la gargantilla de sumisa que le había quitado la noche anterior en sus manos:
-Amo: ponga el collar a su propiedad-
Molesto le pedí que no me volviera a llamar así.
-Lo siento, amo, pero si tiene que captar mi antigua esencia es necesario-
Entendiendo a que se refería, no volví a insistir y cogiéndolo, se lo abroché. Lo que no me esperaba fue su reacción, nada más sentir que cerraba el broche, en silencio empezaron a brotar unas gruesas lágrimas de sus ojos.
-¿Qué te ocurre?- preocupado pregunté -¿Te sientes bien?-
-Perdóneme, amo,  sé que  una esclava no debe demostrar sus sentimientos y que ahora tendrá que castigarme- respondió quitándose la tela que cubría su cuerpo y arrodillándose a mis pies, adoptó una posición de típica de castigo.

Con la frente pegada al suelo, de rodillas y con el culo en pompa, esperó en silencio a recibir el duro correctivo. Reconozco que pensé que era un juego y por eso le solté un suave cachete en las nalgas, mientras le decía:

-Ya está bien, ¡Incorpórate!-
Nuevamente me vi sobrepasado por los acontecimientos cuando llorando la muchacha, me imploró:
-Si quiere pintar la realidad de una sumisa, ¡Debe castigarme!-

Su tono me convenció y cogiendo una fusta, le arreé un par de latigazos en el trasero. Esta vez sus gemidos fueron genuinos y totalmente inmersa en su papel, me pidió que siguiera. No sé si fue el morbo de volverla a ver como sumisa o como ella dijo, solo busqué la veracidad del retrato pero la conclusión fue que seguí azotándola hasta que me suplicó que parara.

Temiendo haberme pasado, me arrodillé junto a ella y sin pensar en nada más que consolarla, pasé mi mano por su espalda acariciándola:
-Umm- gimió al sentir mis dedos recorriendo su piel.
Al oír su suspiro, asimilé de pronto que para ella, en ese momento, su amo la estaba premiando y tratando de no defraudarla seguí mimándola mientras le decía que era una buena sumisa:
-¿En serio? ¿Lo soy?- balbuceó con la voz temblando de emoción –¿Mi amo está satisfecho?-
-Sí, estoy satisfecho-
No acababa de terminar de hablar cuando de improviso, pegando un grito de satisfacción, la morenita se corrió a mi lado. No fue parte de su actuación, vi, oí y olí como se retorcía de placer en el suelo mientras de su sexo brotaba un pequeño riachuelo. Asustado por la profundidad de su orgasmo mostrado, me la quedé mirando mientras trataba de adivinar la razón.
“Aunque no lo sepa, está mentalmente condicionada a sentir placer cuando su amo le dice que está contento con ella” pensé.
Queriendo, después de lo que la había hecho sufrir, al menos compensarla, seguí acariciándola mientras le susurraba lo maravillosa que era. Al hacerlo alargué su éxtasis tanto tiempo que sin saberlo, convertí su placer en una nueva tortura. Totalmente maniatada por su adiestramiento, su cuerpo convulsionaba ante cualquier alago. Aunque sea difícil de creer, fui testigo de cómo esa muchacha iba de un orgasmo a otro solo con mi voz. Estaba tan ensimismado por mi nuevo poder que tuvo que ser ella, la que agotada me pidiera que no siguiese.
-Amo, ¡Pare!, ¡No aguanto más!- gritó usando sus últimas fuerzas.
Haciéndola caso, me callé pero Tara seguía corriéndose sobre la alfombra. Francamente preocupado, supuse que estaba histérica por tantas sensaciones acumuladas y recordando que cuando alguien estaba así, lo mejor era soltarle un guantazo, se lo di. En cuanto sintió mi bofetada, se calmó y de repente se quedó dormida.
Al verla sosegada, sonriendo y con cara de felicidad, decidí no despertarla y aprovechando que estaba inmóvil, me dediqué a pintarla. Su rostro reflejaba la felicidad de la entrega de una esclava. Aunque había observado muchas veces esa expresión en la cara de Zoe hasta entonces no supe asignarle su verdadero significado. Al cabo de una hora, mi negrita despertó de su sueño, feliz pero intrigada por lo que había pasado.
-¿Qué me ha hecho?- preguntó con una sonrisa- ¿Nunca había sentido nada igual?-
Dudé si contarle una milonga pero decidí contarle la verdad:

-Yo no te he hecho nada. Alguno de tus anteriores amos era un genio lavando cerebros y te ha condicionado para que cuando portes el collar, tengas que obedecer las palabras del que consideres tu dueño. Como te dejé llegar al orgasmo, seguiste encadenando uno tras otros mientras yo no te decía lo contrario-

-Amo, no le creo- contestó sin darse cuenta que era incapaz de llamarme de otra forma.
-¿Quieres que te lo demuestre?-
Asintiendo con la cabeza dio su conformidad al experimento:
-Sabes que te liberé ayer y que ya no eres mía y por lo tanto no tienes que obedecerme-
-Sí, lo sé-
-Entonces quiero que intentes desobedecerme, ¿Lo entiendes?-
Se quedó callada concentrándose en mis palabras. La dejé que durante un minuto se relajara y cuando ya estaba tranquila, le ordené que se pusiera en posición de esclava del placer.  Por mucho que intentó, no pudo evitar arrodillarse frente a mí con las rodillas abiertas, con la espalda recta y los pechos erguidos, exhibiendo su collar.
-¿Lo ves?-  satisfecho le solté.
Sudando y temblando al darse cuenta que había sido incapaz de llevarme la contraria, sollozó, diciendo que eso no demostraba lo que había sentido mientras me pedía otra oportunidad para demostrar que podía negarse a acatar mis órdenes. En ese instante, mi lado travieso me obligó a jugar con ella y sentándome en el sofá, la ordené que se acercara y que pusiera su cabeza en mi regazo.
Os tengo que confesar que me excitó ver a esa chavala sufriendo al nuevamente verificar que le resultaba imposible oponerse a mis pedidos y por eso cuando apoyó su cabeza contra mi pierna, mi pene ya estaba morcillón.
-Mi única duda es si llevas unido dolor y placer, pero ahora mismo podemos comprobarlo. ¿Te parece?-
-Amo, haga lo que crea conveniente- farfulló muy nerviosa.
Me tomé unos segundo en pensar que era lo que le iba a decir. Quería demostrar sin que pudiera quedar ninguna duda mi teoría y por eso la morenita debía ser únicamente un sujeto pasivo del experimento:
-Quiero comprobar que consigo llevarte al orgasmo con solo ordenártelo. No debes tocarte ni pensar en otra cosa más que en mi voz, ¿Has comprendido?-
-Sí, mi amo-
Su sumisión era total, quizás por ser ella la primera interesada en saber hasta dónde llegaba el control instalado en su mente. Sabiendo que de nada servía prolongar la espera, le dije:
-Tara, una esclava vive para servir a su amo, ¿Lo sabes?-
Ver sus ojos rebosando de lágrimas fue suficiente respuesta y por eso, puse mi mano sobre su cabeza y ordené:
-Es mi deseo disfrutar de cómo te corres. ¡Hazlo!-
Mi mandato cayó como un obús en su cerebro y sin necesidad de ningún preludio, fui testigo de cómo mi preciosa morenita pegó un grito al sentir que desde lo más profundo de su cuerpo se iba acumulando en su entrepierna un calor artificial que intentó combatir durante unos segundos, hasta que aullando como perra en celo, cayó a mi pies diciendo:
-Dios, ¡Qué gusto!-
Fue acojonante observar como sus pezones se erizaron sin necesidad de que nadie los tocara pero sobretodo confirmar visualmente que su clítoris crecía bajo el invisible manoseo de mi voz. Temblando sobre la alfombra, la muchacha separó sus rodillas, de forma que pude ver como la humedad iba calando su sexo hasta que explotando, un pequeño torrente brotó entre sus piernas.
-Amo, ¡Me corro!- chilló histérica.
No me hacía falta continuar con dicha demostración y  como quería verificar los límites de su adiestramiento, corté de plano su orgasmo diciéndole que ya bastaba. Tara se quejó al no poder terminar de liberar la calentura que la dominaba y con gesto triste, me miró en espera de conocer mis designios.
-¿Qué opinas de mí?- le solté porque me interesaba saber si se vería obligada a decir la verdad y en ese caso, cuál era su opinión al respecto.
-Que usted es mi amo- respondió saliéndose por la tangente.
Comprendí que esa cría había contestado de esa forma para no descubrir sus verdaderos sentimientos hacía mí:
“Estará condicionada pero no es tonta” pensé y centrando mi pregunta, le dije:
-Primero quiero que me digas lo que sentiste cuando te compré-
Aterrorizada por ser incapaz de callar, me contestó llorando:
-Cuando usted me habló en la subasta, me excité y desde ese instante, deseé que ese bello amo fuera el que me comprara. Cuando finalmente le acompañé a su coche, estaba encantada y contrariamente a lo que me ocurrió con mis anteriores dueños, me apetecía ser su esclava y compartir su cama-
-Bien y ¿Qué pensaste después cuando te liberé?-
-Amo, me da mucha vergüenza….-
-Obedece-
-Me creí morir porque me di cuenta que usted no me desea y eso para una esclava es lo peor –
Estuve a un tris de sacarla de su error y decirle que no solo la encontraba atractiva sino que todas las células de mi cuerpo me pedían tomarla aunque fuera contra su voluntad pero en vez de ello, le pregunté:
-Si pudieras elegir un deseo, ¿Qué me pedirías?-
Tardó en responder y bajando la cabeza al hacerlo, me dijo:
-Ser suya aunque fuera una única vez-
Oír de sus labios que deseaba ser mía, terminó con todos mis reparos y acomodándome en el sofá, le solté:
-¿A qué esperas?-
Tara me miró alucinada y gateando hasta mí, me preguntó mientras llevaba sus manos a mi bragueta:
-Amo, ¿Puedo?-
-Sí y te ordeno que me vayas diciendo lo que te apetece hacerme o que te haga-
Un tanto acelerada, la morena me desabrochó el pantalón y sacando mi miembro de su encierro, me pidió permiso para hacerme una mamada. Al contestar afirmativamente, se le iluminó su rostro y acercando su boca hasta mi sexo, lo empezó a agasajar con dulces besos. Me encantó sentir los labios de esa cría rozando tímidamente mi glande antes de metérselo lentamente en su garganta.
Comprendí que no tardaría en correrme al ver la felicidad con la que esa mujer se embutía mi miembro. Arrodillada frente a mí, sus ojos permanecían fijos en los míos mientras metía y sacaba mi extensión  del interior de su húmeda oquedad.
-Eres una putita preciosa- le dije mientras acariciaba su melena: -¿Quieres que te toque?-
-Todavía no, amo- contestó y con la respiración entrecortada por la excitación, se puso a horcajadas sobre mí: -Antes necesito sentir su polla dentro-
Tal y como le había ordenado, la mulata me iba retrasmitiendo sus deseos y por eso cuando percibió como su conducto iba devorando mi pene, me rogó que mamara de sus pechos. Tengo que confesar que era algo que estaba deseando y por eso no puse objeción alguna en coger uno de sus senos en mis manos. Llevándolo a mi boca, observé como su pezón se encogía al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus pliegues.
-¡Me encanta!- chilló mientras se empalaba.
Su entrega me llevó a coger entre mis dientes su aureola e imprimiendo un suave mordisco, empecé a mamar. Tara, con una sonrisa decorando su rostro, me imploró que siguiera. Contagiado de su calentura, cogí su otro pecho y repetí mi maniobra pero esta vez, mi bocado se prolongó durante unos segundos.
-Amo, ¡Necesito moverme!. Quiero sentir su verga entrando y saliendo de mi vagina-
Más que satisfecho, le di mi consentimiento. Ella, al oírme, soltó una carcajada y apoyándose en mis hombros, me empezó a cabalgar sin parar de reír. Con una alegría desbordante, la mulatita fue acelerando la velocidad con la que se ensartaba y cuando ya llevaba un ritmo trepidante, me suplicó que la dejara correrse:
-Córrete tantas veces y tan profundamente como quieras- respondí a su petición.
Sus gemidos no se hicieron esperar y mientras ella declamaba su placer, desde lo más profundo de la cueva de su entrepierna un flujo de calor envolvió mi miembro.
-Dios, ¡Cómo me gusta!- aulló al distinguir que cada vez que se hundía mi pene en su interior, la cabeza de mi pene forzaba la pared de su vagina.
Absorta en las sensaciones que estaban asolando su piel, me rogó que la besara. Al sentir mi beso, Tara pegó un grito y dejando que mi lengua jugara con la suya, se corrió brutalmente. Fue tanto el calado de su orgasmo que me sorprendió. La cría retorciéndose sobre mis piernas, lloró de placer al experimentar como su cuerpo se derretía.
-¡No quiero dejar de ser su esclava!- exclamó con sus últimas fuerzas -¡Por favor! No me libere-
Fue entonces cuando imbuido en mi papel de dominante, la cogí entre mis brazos y dándole la vuelta la deposité sobre el sofá:
-Disfruta – le solté justo antes de volverla a penetrar.
La cría berreó de satisfacción cuando sintió mi extensión abriéndose camino en su sexo y moviendo sus caderas, me rogó que la usara. Su devoción era absoluta. Con la cabeza apoyada en el cojín, levantó su trasero y separando sus nalgas, me miró diciendo:
-Amo, quiero ser enteramente suya-
No me lo tuvo que repetir porque al ver su esfínter, se me antojó irresistible y cogiendo una buena cantidad de flujo de su sexo, embadurné con ello su entrada trasera antes de colocar mi glande junto a ella. Mi mulata al distinguir la cabeza de mi pene jugueteando con su hoyuelo, no se pudo resistir y echándose hacia tras, se lo fue introduciendo mientras no paraba de bufar.
-¿Te gusta zorrita?- pregunté al ver la cara de placer con la que recibió la invasión de sus intestinos.
-¡Es maravilloso!- musitó sin dar tregua a su sufrimiento hasta que la base de mi falo recibió el beso de los labios de su sexo.
Fue entonces cuando perdí toda cordura y cogiéndola de los pechos, la empecé a cabalgar desesperado. Tara no solo estaba hechizada con el trato sino que a voz en grito, me rogó que marcara sus movimientos con azotes. Ni primer nalgada coincidió en el tiempo con su ruego y a partir de ahí, imprimí su ritmo a bases de sonoras palmadas en su trasero.
-¡Dele más fuerte!, ¡Lo necesito!- aulló quejándose de lo suave de mis caricias.
Azuzado por su necesidad, incrementé la dureza de mis mimos y ella, al sentirlo, se dejó caer sobre el sofá mientras me agradecía el tratamiento. Una y otra vez, seguí ensartándola con pasión hasta que gritando imploró que necesitaba sentir mi simiente. Su súplica fue el empujón que mi cuerpo precisaba para dejarse llevar y descargando mi lujuria en su interior, me corrí sonoramente. Mi salvas no le pasaron inadvertidas y uniéndose a mí, un espectacular orgasmo asoló hasta el último rincón de su anatomía.
-Amo, ¡Me muero!- chilló mientras se desplomaba agotada.
En trance, Tara no se percató que cogiéndola en brazos, la levanté del sofá y cariñosamente, la llevé hasta mi cuarto. Al depositarla en mi cama, me quedé atontado observando su belleza y fue entonces cuando como un torpedo, me di cuenta que estaba colado por ella. Sin querer perturbar su descanso, me terminé de desnudar y en silencio, la abracé. Ella al sentir mi proximidad, me besó y susurrando en mi oído, me dijo:
-Le amo-
-Yo, también- respondí al reconocer que esa muchachita ya era parte vital de mi existencia.
Os tengo que confesar que jamás había sentido una dependencia tal y creyendo que no era apropiado que la mujer de mis sueños se viera impelida a cumplir mis deseos solo por ser míos, le dije:
-Tengo que quitarte el collar-
Asustada, se levantó de un salto y cogiendo la gargantilla entre sus manos, se negó diciendo:
-¡No quiero! Soy feliz sirviéndole. No me importa ser la esclava del hombre que adoro-
Viendo su negativa, la llamé a mi lado y previendo que tendría tiempo de convencerla de ser libre, le prometí no quitárselo. Más tranquila, mi mulatita se tumbó junto a mí y declarando su eterna fidelidad, me dijo:
-Amo, si me libera, le juro que me suicido- y dotando de un tono pícaro a su voz, me confesó: -Sin usted no quiero vivir pero si al final decide no hacer caso a su esclava, le aviso que antes de terminar con mi vida: ¡Lo mato!-
Soltó tan tremenda amenaza justo antes de, con una sonrisa, buscar con sus labios reanimar mi maltrecho miembro.
-Si eso es lo que quieres, eso tendrás- y deshaciéndome de su abrazo, le informé: -Tengo sed y mientras voy a la cocina, no quiero que te enfríes. ¡Córrete!-

 

Entusiasmado por la oportunidad que el destino me había brindado, me fui por un vaso de agua cuando desde el pasillo, escuché los primeros gritos de placer con los que mi pobre mulatita iba a amenizar mi casa en el futuro.

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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 
 

Relato erótico: “Prostituto 14 Mi novia me traiciona con un abuelo” (POR GOLFO)

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Estoy cabreado, jodido y hundido. Mi novia me ha dejado por un tipo de setenta años y no he podido hacer nada por evitarlo. No tiene puta madre, hacíamos una pareja perfecta pero el destino y mi profesión han querido separarnos. Nunca pensé que mi mulata me traicionaría de ese modo. Siempre creí que el hecho de ser una pareja enamorada era suficiente para ser felices y continuar juntos, pero no fue así. Tara, mi princesa, me abandonó por un anciano. Os preguntareis cómo es posible que esa preciosidad haya preferido las caricias de un vejestorio a la pasión que, con mis veinticuatro años, yo le ofrecía. Sé que yo tengo gran parte de la culpa y que si hubiera cedido a sus ruegos, todavía seguiría conmigo pero aun así duele.
Nuestra idílica relación empezó a entrar en barrena, el día que la convencí de quitarse el collar de esclava. Para los que no lo sepáis, gracias a un trueque me hice con esa belleza. Desde el primer momento intenté liberarla pero ella se negó diciendo que prefería ser la sierva del hombre que amaba a una mujer libre. Tampoco ayudó que juntos descubriéramos que durante su esclavitud, uno de sus amos le había lavado el cerebro, de forma que no pudiera negarse a cumplir las órdenes de quien ella considerara su dueño. Cualquier otro, hubiera usado esa información para abusar de ella y en cambio yo la aproveché para darle placer y más placer.
Quizás fue, aunque ella siempre lo negó, que acostumbrada a sobredosis de orgasmos artificiales cuando solo obtuvo los que con ahínco le proporcionaba, le parecieron poco y por eso buscó a alguien que no tuviera inconveniente en emplear su aleccionamiento para hacerla gozar.
Otro aspecto determinante en su decisión fue que con el paso del tiempo, llevó cada vez peor que nuestro altísimo nivel de vida se debiera a que noche tras noche, la dejara sola y me fuera a satisfacer las necesidades de otras mujeres por dinero.
Y por último tampoco puedo negar que mi querida Tara quería formar una familia. Educada con rígidos conceptos morales, deseaba limpiar su reputación y así poder volver algún día a su casa con la cabeza bien alta.
Vosotros mis fieles lectores, decidiréis al terminar de leer mi historia si Tara me abandonó por liberarla, por mi profesión o por que encontró en ese viejo, la seguridad y el nombre que conmigo nunca tendría.
El collar:
Llevábamos tres meses viviendo juntos cuando una mañana, me despertó Tara con ganas de cachondeo. Aunque eran casi las doce, realmente me acababa de acostar hacía dos horas porque la noche anterior había tenido una cita con una clienta.
-Déjame dormir- le pedí al sentir que cogiendo mi pene entre sus manos lo empezaba a masajear con la intención de reactivarlo.
-Amo, su esclava está bruta y necesita un buen meneo- contestó obviando mi cansancio mientras deslizándose sobre las sábanas, aproximaba su boca a mi miembro –Usted descanse que yo me ocupo de todo-
Todavía medio dormido, sentí sus labios devorando mi extensión mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. Su maestría hizo que en pocos segundos, mi pene se alzara completamente recuperado y entonces sentándose sobre mí, se lo fue introduciendo poco a poco hasta absorberlo por completo.
-¡Me encanta!- gritó mientras se empezaba a mover.
Cabreado por perturbar mi descanso, decidí darle una lección y haciéndome el dormido, dejé que me cabalgara sin moverme. Mi mulata cada vez más excitada, imprimió a su cuerpo una velocidad inaudita mientras se pellizcaba los pezones buscando su placer.
-¡Que cachonda estoy!- chilló completamente alborotada sin dejarse de empalar.
No tardé en sentir su flujo recorriendo mis piernas pero en contra a lo que la tenía acostumbrada, seguí haciéndome el dormido
-¡Necesito correrme!- gritó con el ánimo que le dijera que podía hacerlo pero habiendo resuelto castigarla, me mantuve con los ojos cerrados y en silencio.
Tara, totalmente verraca, se metía y sacaba mi falo mientras gemía escandalosamente buscando que diera una orden que la liberara.
-Amo, ¡Por favor!- gritó al sentir que mi pene explotaba regando de simiente su sexo: -¡Déjeme hacerlo!-
Decidida a obtener mi permiso, ordeñó mi miembro al convertir sus caderas en una batidora. Retorciéndose sobre mi cuerpo, buscó inútilmente mi beneplácito. Era tal su calentura que levantándose, volvió a meterse mi maltrecho falo en su boca y tras unos minutos al ver que estaba erecto, sin dudar se lo insertó por el culo.
-¡Ahhh!, ¡Que gozada! Me enloquece cómo mi amo me coge- aulló con todas sus fuerzas mientras rellenaba su intestino con él.
No hacía falta que me lo dijera, a mi querida mulata le encantaba sentir mi falo en su entrada trasera y sabía que reservaba el sexo anal para las ocasiones en las que más bruta estaba.
-¡Dele duro a su zorra!- berreó cogiendo mis manos y llevándoselas a sus nalgas. -¡He sido mala!-
Completamente descompuesta, maldijo cuando se dio cuenta que en vez de darle los azotes que me pedía, dejaba caer mis brazos como muertos sobre la cama. Cada vez más excitada y cabreada, llevó sus manos al clítoris y mientras lo torturaba con sus yemas, gritó creyendo que así me iba a hacer reaccionar:
-Amo, su perversa esclava se está masturbando sin su permiso-
Todo su cuerpo le pedía correrse pero el adiestramiento inducido durante sus años de esclavitud, solo le permitía hacerlo con la venia de su dueño. Reconozco que disfruté viéndola desesperada buscando el orgasmo. Con el sudor recorriendo su pecho y con el coño totalmente empapado, era incapaz de llegar a él por mucho que se lo propusiera.
Casi llorando, me soltó:
-Joder, amo, déjeme correrme-
Fue entonces cuando abriendo los ojos, le contesté sonriendo:
-No puedes correrte porque eres esclava, si quieres te libero para que lo hagas-
-¡Jamás!- chilló desolada con todas sus neuronas en ebullición: -Soy suya y quiero seguir siéndolo-
-Pues entonces termina lo que has empezado y cuando consigas que me corra, comienza de nuevo. Quiero dos orgasmos más antes de desayunar – le solté volviendo a cerrar mis ojos.
Indignada, se calló y sumisamente, obedeció. Una vez había conseguido realizar mi capricho, se levantó de la cama y me dejó dormir.
Eran más de las dos, cuando amanecí. Al ver que mi mulata se había levantado, la busqué por la casa. Fue en la cocina donde la encontré  llorando.
-¿Qué te ocurre?- pregunté al ver las lágrimas de su rostro.
-Amo, usted sabe lo que me pasa y que necesito- contestó enfadada. –Llevo dos horas intentando calmarme pero estoy peor que antes-
Haciéndome el propio, respondí:
-Pues si es así, yo también debería estar cabreado. Te quiero y me jode que prefieras ser mi esclava a mi novia- y metiendo el dedo en la llaga, le solté: -Voy a darte gusto por última vez, la próxima o eres libre o no tendrás más placer –
Tara me miró asustada e incapaz de llevarme la contraria, esperó mi orden.
-¡Córrete!- le grité con dolor al ser consciente de lo artificial de nuestra relación.
Destrozado, la observé llegar al orgasmo sin necesidad de tocarla. “¿Cómo es posible que quiera esto?” pensé maldiciendo mi suerte y dejando a mi querida mulata convulsionando sobre el frio mármol, me puse a desayunar.
Ese día supe que si quería que nuestra relación tuviese futuro, debía convencer a Tara de la necesidad de recobrar su libertad. Era un tema tan importante que decidí que tenía que ser ella quien diera el primer paso. Enfrascado en un encargo, me pasé toda la tarde pintando, olvidando momentáneamente el asunto pero la cuestión volvió con toda su crudeza después de cenar.
Fue la propia mulata quien lo sacó al irnos a la cama. Acababa de acostarme cuando la vi salir del baño, llorando. Al preguntarle qué pasaba, se negó a contestarme y tumbándose a mi lado, me empezó a besar. No creáis que fue algo apasionado, se notaba que mi pareja estaba destrozada y que algo la turbaba.
-Te quiero, preciosa- le susurré al oído tratando de consolarla.
Mis palabras, lejos de apaciguar su llanto, lo incrementaron y durante cinco minutos, no pude más que acariciarla mientras ella se desahogaba.  Interiormente conocía el motivo de su pena pero convencido que era necesario que ella sufriera su propia catarsis personal, no insistí. Un poco más tranquila pero sin mirarme a la cara, me dijo:
-Tengo miedo-
-¿De la libertad?- pregunté dotando a mi tono de todo el cariño posible.
-Sí y no. Me aterra pensar que si me libera después de tanto tiempo, sea incapaz  de ser mujer-
-No te comprendo- respondí.
Reanudando su llanto, me soltó avergonzada:
-Amo, jamás he hecho el amor sin collar y no sé si podría-
Comprendí su temor. Tara, consciente que hasta entonces su adiestramiento como esclava le había permitido gozar, estaba aterrorizada de no ser capaz de sentir placer y deseo sin su ayuda. Por eso y tratando de ayudarla a dar el paso, dije:
-Te propongo lo siguiente: Déjame hacerte el amor sin collar y te prometo que si no consigo espantar tus fantasmas, seré yo mismo quien te lo vuelva a colocar-
Tras unos momentos de duda y con gruesos lagrimones recorriendo sus mejillas, me respondió:
-Me lo promete-
-Si- contesté.
-Amo- dijo llorando- quiero ser suya como mujer libre, ¡Quíteme el collar!-
Por segunda vez desde que nos conocimos, desprendí el broche que la maniataba y sin esperar a que se acostumbrase a no ser esclava, la empecé a besar con ternura. La pobre Tara recibió mis caricias temblando, no en vano desde el punto de vista psicológico iba a ser su primera vez. Asumí que debía ser todo lo tierno y cariñoso que pudiera, ya que, la mujer que tenía entre mis brazos era tan inocente y pura como una adolescente y para ella, esa noche, iba a perder la virginidad.

 

Cuidadosamente, la fui mimando a bases de caricias, piropos y besos mientras ella esperaba expectante que su cuerpo empezara a reaccionar. Al advertir que se había tranquilizado y que poco a poco iba incrementándose la pasión de sus labios, llevé mis manos a los tirantes de su coqueto conjunto y deslizándolos por sus hombros,   lo fui bajando. Acababa de descubrir sus pechos cuando con alegría observé que sus pezones habían adquirido una dureza impresionante y eso que ni siquiera los había tocado.
Satisfecho por su respuesta, me los llevé a la boca y jugando con ellos, conseguí sacar su primer gemido de deseo.
-Te quiero mi amor- la oí decir cuando sin dejar de mamar de sus pechos, mis manos llegaron a su entrepierna.
Mis dedos al recorrer los pliegues de su sexo, lo hallaron empapado pero en vez de tocarlo, decidí bajar por su cuerpo y con la lengua incrementar su lujuria. Ella al sentirme cerca de su clítoris, me rogó que la tomara pero sabiendo que era su momento y no el mío,  me negué. Tiernamente, le separé los labios y cogiendo su botón entre mis dientes, me dediqué a mordisquearlo mientras mi ya novia se deshacía en suspiros.
-Alonso, hazme tuya- imploró al sentir los primeros síntomas de un orgasmo.
Supe interpretar el incremento de flujo y su respiración entrecortada y asumiendo que era un partido en el que debía de vencer por goleada, aceleré la velocidad de mi lengua. Me alegró escuchar su auténtico clímax y saboreando su placer, me dediqué a beber de él mientras mi amada convulsionaba sobre las sábanas sin la ayuda de su collar.
-Sigue- me pidió sorprendida de poder llegar siendo una mujer libre.
Metiendo un par de dedos en su sexo, prolongué su éxtasis  hasta que agotada me pidió que parara. Tumbándome a su lado, la besé con pasión y fue entonces cuando ella, deshaciéndose de mi abrazo, se puso a horcajadas sobre mí y metiéndose mi pene en su vagina, me pidió que la dejara hacer.
Fue maravilloso, ver su cara de deseo y más aún percatarme que habiéndose empalado por completo, mi querida novia me empezaba a cabalgar mientras reía como una loca al demostrarse que tras largos años de esclavitud, no solo era libre sino que seguía siendo una mujer completa.
Con genuina alegría, buscó su placer y cuando lo obtuvo, cayó sobre mí diciendo con felicidad:
-Gracias- y poniendo un tono pícaro, prosiguió: -pero siento comunicarte que vas a tener que esforzarte, porque esta hembra quiere más de su macho-
Solté una carcajada cuando la escuché porque no me pidió sino me exigió con su recién conseguida libertad que la satisficiera y durante toda esa noche, alimentamos con sexo y más sexo  a nuestro amor.
Los celos:
Una vez vencidos sus miedos, retomamos nuestra relación con más intensidad si cabe. A todas horas dábamos rienda a nuestra pasión sin importarnos cuándo ni dónde. Tara, mi bella Tara, me pedía sexo con una frecuencia tal que de no ser por mi juventud, difícilmente hubiese podido aguantar. Le daba igual que acabase de llegar de estar con otra, al verme entrar por la puerta me esperaba desnuda y sin dejarme descansar, me exigía que le hiciera el amor.
-A la primera que debes satisfacer es a mí- me respondía si se me ocurría quejarme.
Era como una obsesión, si se enteraba que había quedado con una clienta, no me decía nada pero se notaba que le enfadaba. Siempre era igual cuando Johana me llamaba, como presa de un arrebato extraño, se acercaba a donde estuviera y sin mostrar reproche alguno, me rogaba que la tomara. Su actitud fue empeorando con el paso de las semanas y tuvo su culmen cuando coincidimos en un restaurant.
Esa noche, me había contratado una explosiva rubia para acompañarla a una recepción pero, a última hora, cambió de planes y me pidió que la llevara a cenar. Todavía recuerdo que al salir, mi novia con cara larga me informó que aprovechando que yo tenía que ir a trabajar ella había quedado a cenar con unos compañeros de la ONG donde se había puesto a colaborar. El destino hizo que mi clienta eligiera el mismo local que sus amigos.
Todavía recuerdo su gesto de dolor cuando al entrar en el salón, me vio morreándome con esa mujer. Me hubiese pasado desapercibida su presencia de no ser porque pegando un grito, se dio la vuelta con tan mala suerte que se llevó por delante a un camarero con bandeja incluida. El estrepito me hizo mirar y os juro que me quedé helado al ver su rostro. Tirada en el suelo y mientras sus conocidos la intentaban levantar, mi novia lloraba incapaz de reaccionar.
La carcajada de mi acompañante al ver a la cría espatarrada, incrementó aún más su sufrimiento y aunque me levanté a ayudarla, rehusó mi ayuda y con cajas destempladas abandonó el local. Os juro que quise ir tras ella pero no podía dejar tirada a la mujer que había pagado por tenerme esa noche. Lo que sí os tengo que confesar es que me amargó toda la velada, por mucho que me intentaba concentrar en la tipa que tenía a mi lado, su recuerdo me lo hizo imposible.
A la mañana siguiente cuando llegué a casa, Tara no estaba. Preocupado intenté localizarla pero me resultó imposible y por eso hecho un manojo de nervios, esperé  su llegada durante horas hasta que cerca de las dos de la tarde, apareció por la puerta:
-Lo siento- dije nada más verla. –No sabía que ibais a ir a ese sitio- me traté de disculpar.
Por mucho que intenté entablar una conversación con ella, me resultó imposible. Estaba con tal cabreo que se encerró en su habitación y se puso a llorar. Creyendo que se le pasaría la dejé desahogarse y ya en la cena, le pregunté donde había dormido.
-En casa de mi jefe- respondió con arrogancia – si tú puedes pasar toda una noche con otra, no te quejes si yo hago lo mismo-
Os reconozco que al decirme donde había estado, me tranquilicé al recordar que ese tipo era un santurrón de avanzada edad que después de vender su empresa por una fortuna había fundado esa organización para ayudar a emigrantes del tercer mundo. Queriendo hacer las paces, la besé pero ella se negó de plano por lo que ese día fue la primera vez que dormí con ella sin ni siquiera tocarla.
Sé que debí mosquearme por eso, pero nunca imaginé que ese vejete representara peligro alguno porque, aunque se mantenía en forma y en un asilo sería un don Juan, tenía más de setenta años.
El puto viejo:
Desgraciadamente para mí, los hechos me demostraron lo equivocado que estaba. La presencia de John se fue haciendo cada vez más habitual en nuestras vidas y cuando yo salía a trabajar, Tara quedaba con él. Siempre supuse que el cariño entre ellos era como el de un abuelo con su nieta. Tan cegado estaba que cuando ella me avisaba que iba a salir, me reía diciéndole que me estaba poniendo celoso.
-Deberías- me contestó en una ocasión –John es un hombre bueno y varonil que es capaz de hacer feliz a la mujer que se proponga-.
-Qué sea bueno, no lo dudo, pero conozco a muchos eunucos más machos que ese anciano- respondí con sorna sin percatarme de que por él perdería a mi amada.
Tampoco vinculé con John, un extraño ingreso que un día apareció en mi banco. Sin venir a cuento, alguien me había depositado treinta mil dólares en mi cuenta corriente. Al preguntar, el director de la sucursal me informó que había sido un depósito en efectivo y que si nadie pedía la retrocesión del mismo en dos meses, podía considerarlo mío.
Haciendo memoria, recuerdo que al llegar a mi apartamento, le conté a Tara lo ocurrido y ella al oírme, sonrió sin hacer ningún comentario al respecto. Ese día fue la última vez que la vi. Cuando al caer la tarde me despedí de ella con un beso, se pegó a mí y con lágrimas en los ojos, me dijo adiós. Aduje su tristeza a los celos y sabiendo que no podía hacer nada por evitarlos, partí a cumplir con mi trabajo como tantas otras noches.
Al retornar a casa, ya no estaba. Sobre una mesa encontré un vídeo con una carta manuscrita. Al leerla me quedé de piedra, en ella, Tara se despedía de mí diciéndome que cuando la leyera, ya se habría casado con John y que no la buscara porque jamás volvería a mi lado. Hundido en la desesperación entré a su cuarto para descubrir que su ropa había desaparecido.
-¡No puede ser!- grité con el corazón encogido por el dolor.
Fue entonces cuando recordé que junto a su despedida había dejado una cinta y tontamente deseé que todo fuera un órdago y que en ella, Tara hubiese dejado sus condiciones para volver. Temblando, lo cogí y sin pensar en lo que me iba a encontrar lo metí en el reproductor, pero en vez de ser de ella el mensaje, era de su recién estrenado marido:
-Alonso, no me guardes rencor. Yo no te lo guardo- Creí morir al ver que era ese anciano el que aparecía en la televisión. Gracias a ti, he conseguido no solo la mujer más maravillosa del mundo sino la esclava que siempre soñé-.
De estar junto a  mí, lo hubiese matado sobre todo cuando alegremente ese cabrón me informó que hacía un mes que viendo lo mucho que Tara sufría por mi profesión, le había pedido matrimonio y que después de mucho dudar, había aceptado con la condición de que me reintegrara el dinero que me había costado sacarle de las garras del traficante.
-Los treinta mil dólares de tu cuenta son el pago que ella me exigió por ser mía. Disfruta de esa pasta como yo te juro que disfrutaré toda las noches con su compañía y por si tienes alguna duda de mi hombría, he grabado nuestra noche de bodas-
Lo creáis o no, ese malnacido había inmortalizado el momento en el que mi bella Tara se arrodillaba a sus pies y sumisamente le pedía que le pusiera el collar que con tanto esfuerzo, yo quité. En ese instante, el viejo miró hacía la cámara, diciendo:
-Alonso, no te preocupes por ella, la trataré bien y gracias a mi apellido, cuando muera podrá volver a su pueblo con la cabeza bien alta- y dirigiéndose hacia su recién estrenada posesión, le pidió que se corriera.
Mi adorada mulata pegó un grito de satisfacción y berreando como una cierva en celo, se corrió ante mis ojos. Sé que debí de apagar en ese momento la tele pero no sé si fue el dolor o la necesidad de convencerme de su traición, me quedé mirando cómo Tara iba de un orgasmo a otro bajo la atenta mirada de ese capullo.
El sumun de su deslealtad fue verla cómo gateando hacia su nuevo amo, le desabrochaba la bragueta y sin importarla el ser grabada, meterse su falo hasta el fondo de la garganta.  Fui testigo mudo de la forma tan brutal con la que ese viejo, una vez con el pito tieso, la enculó. Pero con gran sufrimiento, también me percaté que en la cara de mi amada, era el placer y la satisfacción de volver a ser esclava lo que se reflejaba.
Henchido de dolor, no resistí ver más cuando habiéndose corrido el viejo, le preguntó si se arrepentía de ser suya y mi querida mulata con una sonrisa en los labios, le respondió:

 

-No, mi dulce amo-

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Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 7” (POR GOLFO)

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Me acerco a pedir disculpas.
Irene no tardó en darse cuenta de que nos habíamos pasado. Según ella, esa chavala ya tenía bastante con la pillada y que la termináramos de humillar con nuestras risas, era un castigo excesivo.

― ¿No esperarás que vaya a pedirle perdón? ― contesté todavía despelotado.

―Es lo menos que puedes hacer. La pobre ha tenido un momento de debilidad y en este momento debe de estar muerta de miedo por si se lo dices a su agencia.

No me costó reconocer que tenía razón, pero traté de escaquearme pidiéndole que fuera ella, pero entonces llevándome la contraria, me respondió que esa era mi responsabilidad porque al fin y al cabo había sido yo quien la contrató.

A regañadientes acepté y poniéndome algo de ropa, busqué a la mulata por la casa. Reconozco que tenía la esperanza de que avergonzada por su actitud se hubiera ido porque no me apetecía el reconocer que me había extralimitado al invitarla a unirse a nosotros. El destino quiso que no fuera así y siguiendo el sonido de sus llantos, la encontré llorando en la cocina.

― ¿Se puede? ― pregunté no queriendo incrementar su embarazo al entrar sin avisar.

Tal y como había previsto mi amante, su preciosa sustituta estaba acojonada por si reportábamos su conducta ante sus jefes y por ello al verme entrar, se hincó a mis pies rogando que no la delatara.

―No pienso hacerlo― contesté y tras comprobar que su desesperación era tan grande que no había tenido problemas en pedírmelo de rodillas, traté de quitar hierro al asunto diciéndola: ―La culpa es mía, no me acordé de que seguías en la casa.

Mi disculpa, por una razón que me era desconocida, no hizo más que incrementar su llanto y sollozando, me replicó con voz angustiada:

―Usted no es responsable de que nada. Fui yo quien no pudo resistir la tentación de espiarles y también fui yo quien se excitó al ver como amaba a sus sumisas.

Que hubiera adivinado el tipo de relación que me unía con las hermanas, me dejó alucinado y deseando dar por terminada esa conversación, comenté:

―No te preocupes, siento haberte escandalizado.

Estaba a punto de salir cuando, entre gimoteos, escuché que Estrella me decía:

―No me ha escandalizado. He sentido envidia de ellas.

Sus palabras me detuvieron en seco y girándome hacía ella, la miré. La mulata creyó que le estaba pidiendo una explicación y gateando llegó hasta mí para una vez a mi lado, empezó a besarme los pies. Asumiendo que esa postura era la de una esclava demostrando obediencia a su amo, supe que debía decir algo porque era evidente que Estrella estaba pidiendo formar parte de mi harén.

Justo cuando iba a preguntarla que era exactamente lo que quería, llegaron las hermanas que preocupadas por mi tardanza vinieron a ver que ocurría. En un principio sus caras denotaron sorpresa, pero al cabo de un par de segundos noté que se relajaban. La confirmación de que no estaban enfadadas me llegó en forma de pregunta cuando luciendo una sonrisa Ana me soltó:

―Amo, ¿nos puede presentar a su nueva zorrita?

Intuí que tanto ella como su gemela habían dado por sentado que había aceptado a ese bombón de chocolate y sabiendo que era mi deber el darles su lugar, contesté:

―Todavía no sé si voy a quedármela.

Fue entonces cuando Irene me preguntó el motivo:

―No se lo ha ganado.

Interviniendo desde el suelo, Estrella me imploró que la pusiese a prueba porque, desde que su antiguo dueño murió en un accidente de tráfico, estaba sola.

― ¿Hace cuánto fue eso? ― quiso saber Ana conmovida quizás por la desgracia de la morena.

―Cuatro años hace que murió mi primer y único amor― respondió entre lágrimas.

Contagiándose de su congoja, las hermanas me suplicaron que le diese una oportunidad. Juro que no me esperaba que cedieran tan fácil y haciéndome de rogar, contesté a la que había sido mi primer sumisa:

―Ya que me lo pides, será tú quien le haga la prueba.

― ¿Yo? ― respondió Irene.

Ni siquiera tuve que responder porque levantando su mirada, Estrella contestó por mí al decir a mi amante:

―Matriarca, juro desde este momento servirla. Si me acepta, usted será mi dueña cuando nuestro amo no esté.

Sonreí al saber que Irene no podría negarse porque no en vano, la bella mulata acababa de reconocer su autoridad dándole un lugar preminente entre mis sumisas. Tal como preví, asintió en realizar ella el examen y ejerciendo su nuevo papel, se dirigió a mí diciendo:

―Amo, ¿le parece bien acompañarme a su cuarto mientras pruebo si esta puta se merece ser su esclava?

―No tengo problema en ello― respondí con tono serio, pero riendo en mi interior.

La alegría de Estrella mutó en preocupación cuando tirando de ella, Irene le espetó:

―Mi amo no está convencido de aceptarte y yo tampoco. Así que mueve tu negro culo o tendré que azotarte.

Casi temblando, la morena se puso en pie y cogiendo la mano de la que iba a testar su capacidad, la llenó de besos diciendo:

―Este negro culo es suyo y si tiene que castigarlo, ¡hágalo!

La sonrisa que intuí en los labios de mi amada me confirmó que Estrella acababa de ganar un par de puntos con esa demostración y mas cuando sin que se lo tuviera que pedir, se giró hacia ella elegantemente y cerrando los ojos comentó:

―Matriarca, su esclava está lista para ser transportada.

Al saber que no podía verla, Irene sonrió y llamando a su hermana, susurró en su oído unas palabras para acto seguido sacar a la morena de la habitación.

«Se nota que está adiestrada», pensé al contemplar el movimiento sensual que imprimió a sus caderas mientras caminaba a ciegas siguiendo a su maestra.

Mas excitado de lo que debía mostrar, traté de tranquilizarme porque no en vano no era mi momento sino el suyo. ¡Ambas debían pasar la prueba! Mientras Estrella debía demostrar que era digna de ser mi sumisa, Irene por primera vez tenía que ejercer de domina y conociéndola, supe que no le iba a resultar fácil. Por ello al llegar a mi habitación, me tumbé en la cama sin decir nada y como mero observador, esperé a que empezaran.

Irene dio tiempo a que su hermana regresara y mientras mantuvo inmóvil a su novicia incrementando con ello tanto la turbación de la morena, así como mi curiosidad. Ana tardó un par de minutos en llegar y cuando lo hizo, arrodillándose ante su gemela, le dio una fusta diciendo:

―Matriarca, aquí tiene lo que me ha pedido.

Confieso que me sorprendió que ella también reconociera esa jerarquía a su gemela, pero no comenté nada al respecto y acomodando mi cabeza sobre la almohada, aguardé a ver qué ocurría.

Irene, asumiendo que no me podía fallar, se acercó a la mulata y en silencio, la besó en la boca. Como si fuera algo pactado de antemano, el suave beso que se dieron se convirtió en un morreo apasionado. La pasión con el que se lo dieron me excitó aún antes de ver como Ana deslizaba los tirantes que sostenían el vestido de Estrella.

«¡Dios que tetas!», pensé al verlas por primera vez al natural.

Todavía no me había recuperado de la impresión cuando separándose, Irene comenzó a recorrer con la fusta el cuerpo de la morena. Ésta no pudo evitar un sollozo cuando la matriarca se entretuvo jugando con la vara en su entrepierna y haciendo un breve gesto le exigió que se quitara el tanga.

Reconozco que babeé al contemplar la sensualidad con esa desconocida obedeció la orden despojándose de esa prenda. La lentitud con la que usando sus manos fue bajando las escuetas braguitas mientras a su lado las dos hermanas miraban interesadas azuzó mi lujuria como pocas veces.

― ¿Qué opinas de estas ubres? ― preguntó Irene a su hermana mientras daba un suave pellizco a una de las areolas.

Ana comprendió que le estaba dando entrada y acercándose a la mulata, comenzó a lamerle el cuello en dirección a sus pechos. La sensualidad del momento se multiplicó cuando con la boca de apoderó del ya excitado pezón de la muchacha.

―Ahí― gimió al sentir que la gemela mamaba de ella como un bebé.

Durante unos segundos, Ana disfrutó de esos negros senos hasta que, poniendo cara de disgusto, comentó:

―Esta perra no para de gemir sin permiso.

Siguiendo las enseñanzas que había disfrutado conmigo y sin avisar, Irene soltó un fuerte manotazo sobre el trasero de la morena, diciendo:

―Ya has oído: Nadie te ha dado permiso de hablar.

Aunque debió dolerle ese inesperado golpe, Estrella no se quejó y girándose ante la que sentía su maestra, puso a su disposición su otra nalga como muestra que aceptaba ese correctivo. Si con ello esperaba la clemencia de Irene se equivocó porque la rubia al verla con el culo en pompa y usando la fusta, descargó un par de violentos latigazos en él.

Juro que fueron tan fuertes que me dolieron a mí, pero contra toda lógica, la mulata aguantó sin chillar ese brutal escarmiento. Ambas gemelas sonrieron al comprobar su entereza y dándola tiempo a recuperarse, comenzaron a falsamente criticar entre ellas su maravilloso pandero.

―Matriarca, ¿no te parece que está lleno de celulitis? – comentó Ana mientras separaba los cachetes de la indefensa morena.

―Nada que no se pueda arreglar con más ejercicio― respondió su hermana al tiempo que con la miraba confirmaba que el esfínter de la muchacha parecía sin usar.

Extrañada por lo cerrado que lo tenía y mientras introducía la cabeza de la fusta en él, preguntó a su víctima si era virgen por detrás.

―No, matriarca. Mi difunto amo disfrutaba sodomizando a su puta, pero hace tiempo que nadie hace uso de él― contestó moviendo involuntariamente sus caderas al sentir que ese objeto había traspasado su entrada trasera.

Por su cara de satisfacción, comprendí que el sexo anal no solo no era uno de sus tabúes, sino que a buen seguro le encantaba. Irene debió de pensar lo mismo porque haciendo uso de su poder, la estuvo sodomizando unos segundos mientras con la mano libre sopesaba sus hinchados pechos para acto seguido decir:

―Si al final mi amo te acepta, sabrá dar buen uso a tu pandero. Perra, ¿te gustaría que mi dueño te rompa el culo?

―Sí, matriarca. ¡Me gustaría! ― chilló alborozada con la idea.

Para entonces era evidente la calentura de Estrella, pero Irene buscó reforzársela pidiendo a su gemela que examinara su coño. Ni que decir tiene que Ana obedeció y tras echar un rápido vistazo al sexo de la muchacha, respondió:

―La puta lo tiene completamente depilado y sus labios parecen hechos para ser mordisqueados.

― ¿Y de sabor? ― replicó y haciéndose la dura, insistió: ―Ya sabes que nuestro dueño tiene un paladar exquisito.

Metiendo su cara entre los muslos, Ana sacó la lengua y se apoderó del sexo de la chavala mientras Irene la obligaba a mantenerse erguida.

―No está mal, quizás un poco fuerte― contestó y relamiéndose mientras retiraba con sus dedos los hinchados labios de la mulata, comentó: ― Prueba tú mejor.

Irene, en su papel de domina, no podía rebajarse al suelo y por eso exigió a Estrella a ponerse a cuatro patas sobre la cama, para poder catar su sabor sin arrodillarse. La nueva postura y su proximidad a mí me permitieron disfrutar del olor a hembra ansiosa que desprendía la muchacha y bastante alterado, observé su cara de placer cuando sintió que su matriarca usando la lengua, se concentraba en el negro botón que escondía entre sus pliegues.

―Has mentido― levantando la voz, Irene recriminó a su gemela― esta puta tiene un coño bastante rico, ¡prueba otra vez y dime si no tengo razón!

Ana no se lo pensó dos veces y uniendo su boca a la de su hermana, comenzó a torturar el excitado clítoris de la morena a base de pequeños mordiscos.

―Me sigue resultando un poco penetrante― refutó esta después de saborear durante largos segundos el sexo de la mujer.

Levantando la voz, Irene se quejó del pésimo gusto de su gemela y soltando un mandoble sobre el negro trasero de Estrella, la exigió que se tumbara sobre el colchón boca arriba con las nalgas levantadas y los muslos separados. La mulata comprendió la intención de su matriarca y girándose, expuso su sexo a mi escrutinio.

―Amo, necesitamos su opinión― Irene, guiñándome un ojo, comentó.

Comprendí que el placer estaba a punto de asolar las últimas defensas de la morena al ver su expresión de deseo y deseando socavarlas aún más, me entretuve acariciando sus piernas mientras Estrella se debatía sobre las sábanas intentando reprimir el placer que amenazaba sacudir su cuerpo.

Viendo lo cerca que estaba del orgasmo, localicé su clítoris y cogiéndolo entre mis dedos, comencé a masturbarla mientras la atormentaba diciendo:

―Una zorrita se debe saber contener.

Con los ojos plagados de lágrimas, la bella morena comprendió que no iba a poder resistir sin correrse y casi llorando, me imploró que la dejara hacerlo.

― ¡Ni se te ocurra! ― exclamó su matriarca.

Estrella se mordió los labios para combatir los primeros embates de un gozo brutal que iba naciendo en su interior mientras incrementando su tormento me dedicaba a jugar con ella metiendo y sacando mis dedos cada vez más rápido de su vulva.

― ¡Por favor! ¡No quiero fallarle! ― chilló angustiada al sentir que no aguantaba más.

Asumiendo que era así, retiré mi mano y llevándola hasta la boca, me dediqué a saborear su flujo como si estuviera catando un vino, tras lo cual, dirigiéndome a las hermanas, comenté:

―Ambas tenéis razón. Aunque tiene un fuerte dulzor, está buenísimo.

El alud de sensaciones que mis palabras provocaron en la excitada mulata hizo que ésta a duras penas se pudiese contener y temiendo que la próxima oleada fuese demasiado para ella, esperó temblando que Irene continuase con la prueba.

Supe que la rubia no sabía como seguir y por ello le di una pista:

― ¿Crees que esta putilla sabrá comerse un coño?

Sin preguntar, Ana se encaramó en la cama y poniendo su sexo en la boca de la morena, la urgió a que demostrase su pericia diciendo:

―Nuestro amo quiere que ver si sabes chupar un coño.

―Nunca lo he hecho― respondió la mulata, pero al ver mi enfado asumió que era obligatorio y sin mediar queja alguna, sacó su lengua y comenzó a devorárselo como si la vida le fuera en ello. El morbo de ver a Estrella lamiendo el coño de Ana y saber que para esa morena era su primera vez, me determinó a no intervenir y mientras la morenaza degustaba del sabor agridulce de la rubia, pedí a su gemela que se pusiera un arnés.

Irene me miró extrañada, pero se lo puso. Al comprobar que se ajustaba los enganches, la ordené:

―Fóllate a esta puta.

Sin mediar palabra, se acercó a ella y aprovechando que la mulata tenía las piernas abiertas de par en par, colocó la cabeza del glande de plástico en su entrada y de un certero empujón, la empaló hundiendo por completo esa enormidad en su interior.

― ¡Dios! ― aulló al sentirse llena por primera vez en años y como si hubiese recibido una inyección de adrenalina, cogiendo como válvula de escape el chocho que tenía en su boca, se dedicó a lamer como loca mientras Ana no dejaba de gritar pletórica por el gozo que estaba recibiendo.

Los chillidos de su gemela azuzaron a Irene a moverse y usando a la mulata como montura, buscó calmar la calentura que empezaba a sentir cabalgando sobre ella. La velocidad que imprimió a sus embestidas fue la gota que derramó la lujuria de Estrella, la cual colapsando sobre las sábanas se corrió brutalmente mientras me pedía perdón por no haber aguantado.

Supe que debía hacer algo para demostrar que estaba al mando y que no me podía defraudar, pero asumiendo que no era su culpa, decidí que su castigo fuese al menos placentero. Por ello cambiándolas de posición, tumbé a Irene en el colchón y a continuación, obligué a la mulata a empalarse sobre ella de forma que su maravilloso y negro trasero quedaba a mi disposición.

Ana comprendió mis deseos y embadurnando con su propio flujo sus dedos, comenzó a relajar el ojete de la morena mientras yo me desnudaba. Estrella al sentir ese doble ataque sobre su coño y su culo, volvió a llegar al orgasmo.

―Amo, lo siento cuando empiezo no puedo parar― se intentó disculpar la muchacha.

Obviando su nuevo delito, me puse a su espalda y mientras disfrutaba brevemente de la visión de su trasero, fue hundiendo mi pene en su interior. La falta de costumbre la hizo gritar, pero no intentó rechazar mi embestida cuando centímetro a centímetro fui enterrando mi verga a través de su ojete

La firmeza de sus negras nalgas quedó más que confirmada cuando habiendo sumergido mi verga en su pandero y mientras se acostumbraba, me dediqué a acariciar sus cachetes. Se notaba que esa zorra hacía ejercicio porque los tenía duros y sin gota de celulitis. Sabiendo que con ese trasero conseguiría mucho placer, aguardé a verla lista.

Pero entonces escuché que Irene me preguntaba:

―Amo, ¿le damos caña?

Sus palabras escondían una orden bajo el disfraz de una pregunta y saber que mi amante deseaba compartir esa morena conmigo, espoleó mi deseo. Acelerando mis embestidas, me agarre a los enormes pitones de Estrella mientras Irene la seguía empalando.

― ¡Qué gozada! ― chilló nuestra nueva amante al sentir el paso de mi tranca a través de su ojete.

Su chillido incrementó mas si cabe el ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra ella, Ana decidió tomar parte activa y levando su boca hasta uno de sus pechos, le mordió con dureza un pezón.

Ese triple ataque combinado, la terminó de desarbolar y cayendo en un extraño trance, comenzó a aullar con los ojos en blanco que se moría mientras desde el interior de su coño brotaba un ardiente geiser.

«Menuda forma de correrse», pensé al sentir que su flujo me empapaba los muslos.

Al mirar a Irene vi que también ella estaba totalmente mojada pero lo que realmente me impresionó fue impresionado fue observar como Ana se ponía a reír mientras con la boca abierta intentaba contener el chorro que manaba de la mulata.

― ¡Cómo vamos a disfrutar con esta zorrita! ― exclamó tirándola del pelo mientras la besaba.

Formando un mecanismo casi perfecto, mi pene siguió machacando su culo mientras Irene hacían lo propio con el coño de la morena usando el que llevaba adherido hasta que incapaz de soportar más placer, Estrella se dejó caer sobre el colchón.

Ni siquiera lo pensé y echándola a un lado, cambié de objetivo y cogiendo a la gemela la penetré salvajemente.

―Dame duro― chilló Ana al sentir que la ensartaba.

Dominado por la lujuria, agarré su rubia melena y comencé a azotar su trasero, exigiendo que se moviera.

―Amo, soy suya― aulló al sentir mis rudas caricias y sabiéndose de mi propiedad, buscó mi placer meneando sus caderas.

Estaba tan concentrado en tomarla que tardé en advertir que, exigiendo su dosis de placer, Irene había puesto su coño en la boca de la mulata y esta apenas recuperada de la sobredosis recibida, se ponía a obedecer con decisión a su matriarca.

― ¡Más rápido! ― gimió al sentir que le devolvía parte del gozo que había sentido.

Viendo que estaba ocupada, me dediqué a su hermana y sin dudar, aceleré mis movimientos. Era tanto el ritmo que imprimí a mis cuchilladas que Ana no tardó en correrse dando gemidos. Sin saber el porqué, sentí que me estaba vedado descargar la tensión y con mis huevos a punto de explotar, exigí a la rubia que siguiera moviéndose.

―Amo, ¡no puedo más! ― se lamentó dejándose caer.

Estrella al ver de reojo mi erección alargó su mano y poniéndosela en la entrada de su coño, me soltó:

―Amo, ¡úseme a mí!

No hice ascos a su oferta y de un solo empujón, la empalé por segunda vez mientras Irene exigía que volviese a comerle el coño. Nuestra postura provocaba que con cada embestida la cara de Estrella y su lengua con ella, se hundiera entre las piernas de su matriarca. Por ello cada vez que la penetraba en cierta forma también me follaba a mi primer amante y sus gritos al sentir la boca de la mulata, forzaban un nuevo ataque por mi parte.

Irene no tardo en correrse y retorciéndose en el suelo mientras se pellizcaba sus pezones, me rogó que descargara mi simiente en el interior de nuestra nueva adquisición.

― ¿Tomas la píldora? ― pregunté indeciso.

―No, pero si me acepta como su esclava, me gustaría que me dejara preñada.

―Te acepto― contesté convencido ya totalmente de su entrega y cual garañón desbocado busqué liberar mis testículos en la fértil vagina de esa preciosa morena.

Al escuchar mi decisión y saberse mía, el sexo de la mulata tomó vida y funcionando como una aspiradora succionó mi miembro con una fuerza tal que no tardé en correrme. Estrella al sentir que mi semen rellenaba su interior, se sintió realizada y dejándose llevar, volvió a sucumbir al placer. Esta vez, el orgasmo de la mulata fue algo íntimo y no por ser el último fue menos brutal, la diferencia consistió en que llorando de felicidad me rogó mientras su sexo se licuaba que la dejara servirnos de por vida.

―Lo harás, perrita nuestra― contestó su matriarca rubia y cerrando el trato, mordió sus labios.

Al sentir ese posesivo beso, Estrella sollozó de dicha mientras sentía que su dueño terminaba de vaciarse en su interior y demostrando una vez mas su total entrega, me preguntó si era firme mi decisión de hacer de ella mi esclava.

Adelantándose, Irene ordenó a su hermana que le acercara la bolsa que había traído y sacando un collar igual al que ellas llevaban, lo puso en mis manos diciendo:

―Amo, creo que va a necesitar esto.

Soltando una carcajada, cerré la negra gargantilla alrededor del cuello de la feliz mulata…

 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 8” (POR GOLFO)

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Los miedos de la mulata
Esa noche caí rendido y no me desperté hasta que, sobre las diez, alguien entrando en la habitación me llamó la atención. Agotado después de una noche llena de pasión y sexo, a duras penas, abrí los ojos y al hacerlo lo primero que vi fue a Estrella velando mi sueño. Arrodillada junto a mi cama y con el collar que la puse parecía una diosa.

― ¿Qué haces? – pregunté al observar la expresión tan extraña con la que esa monada me miraba.

Con alegría, contestó:

―Admirando a mi nuevo dueño.

Su respuesta me intrigó y deseando conocer un poco mas a la mulata, le pregunté que tal era el antiguo.

― Era buen hombre y exigente pero no tiene nada que ver con usted.

― ¿No entiendo a qué te refieres?

―Don Manu era mayor y no tenía su vitalidad, a duras penas me usaba mas de tres o cuatro veces por semana.

Me sorprendió que, siendo una mujer tan bella, su amo la usara tan poco y por ello quise saber qué edad tenía. Bajando su mirada, contestó:

―Murió con setenta y dos años.

― ¡Era un viejo! ― exclamé al oírlo porque siendo ella tan joven, ese hombre le debía llevar al menos cincuenta años.

Defendiendo a su antiguo mentor, Estrella respondió:

―Lo sé, pero estaba completamente enamorada de él y cuando me dejó, sentí que mi vida no tenía sentido.

Advirtiendo su tristeza, dejé que se desahogara mientras me contaba que el tal Manu la había acogido en su casa cuando era una quinceañera conflictiva y no solo le había dado un hogar, sino que había sido él quien había conseguido que estudiara.

―Si llegaba con una nota menor a notable, sabía que mi amo me daría una paliza y por ello conseguí acabar enfermería.

En su tono no había rencor sino amor. Se notaba que había adorado a ese sujeto y que todavía le echaba de menos.

―Le sonará ridículo, pero en su recuerdo decidí cuidar a personas mayores porque de cierta forma así podía devolver el cariño que él me dio.

―De ridículo nada, es lógico. Es más, compartes vocación con tu matriarca― respondí mientras pensaba que a una mujer tan buena no le iba a resultar difícil integrarse en la peculiar familia que había creado con las gemelas.

Una sonrisa iluminó su cara al oírme, al saber que la entendía y queriendo cambiar de tema, me miró diciendo:

―También deseo cuidar de usted.

Me enterneció el fervor con el que me lo dijo y llamándola a mi lado, la abracé. La morena buscó mis besos con la pasión de la noche anterior y sintiendo la presión de mi pene entre sus piernas, intentó empalarse con él.

―Tranquila― murmuré― esta mañana soy yo quien va a cuidarte.

Mis palabras la confundieron e intentando protestar, me dijo que no se lo merecía porque solo era una esclava. Comprendí que, aunque tenía idolatrado a su antiguo dueño, ese hombre nunca le había mostrado el mínimo afecto y por ello, mordiendo suavemente su oreja, susurré en su oído:

―No discutas mis ordenes o tendré que castigarte.

La amenaza surtió efecto y sin saber cómo comportarse, respondió:

―Soy suya.

Su quietud me permitió observarla. Además de joven, Estrella era una mujer bellísima. Su piel morena contrastaba contra el blanco de las sábanas, dotándola de una sensualidad sin paragón.

―Eres preciosa― comenté admirando la perfección de sus facciones y la rotundidad de sus curvas.

―Por favor, no me mienta. Sé que solo lo hace para agradarme ― respondió con lágrimas en los ojos.

Me indignó saber que lo decía en serio y levantándola de la cama, la llevé casi a rastras hasta el espejo.

―No te miento. ¡Mírate y dime que ves!

―Una vulgar negra― sollozando contestó.

Que viera en su color de piel una especie de estigma, me pareció inconcebible porque era algo que me encantaba de ella. Por ello, poniéndome a su lado comenté:

―Déjate de tonterías y compárate conmigo. Mientras yo soy leche, tú eres azúcar morena. Dulce y sabrosa.

Estrella sonrió amargamente al escuchar mi piropo, todavía creyendo que se lo decía para complacerla.

―Por favor― insistí― fíjate bien. Tienes unas facciones preciosas. Ojos grandes, nariz recta y unos labios carnosos que apetecen devorar.

―Amo, no me importune más. Todo en mí es vulgar.

Asumiendo que esa reticencia a aceptar lo obvio era algo grabado en su cerebro por años de maltratos continuados, decidí cambiar de estrategia.

― ¿Te parece guapa tu matriarca?

―Sí amo, doña Irene es una mujer bellísima.

― ¿Y Ana?

―Igual.

Viendo que al menos en lo que se refería a las gemelas era objetiva, pregunté:

― ¿Entonces tengo buen gusto a la hora de elegir mis sumisas?

―Por supuesto, amo. Cualquier hombre soñaría con poseer a cualquiera de ellas.

― ¡Exacto! Todas mis mujeres son increíbles y tú entre ellas. Nunca te hubiese aceptado si no llegas a ser maravillosa.

Al escuchar que realmente la consideraba bella, se quedó pensando y viendo que había abierto una brecha en su coraza, continué:

―Es más, la primera vez que te vi en lo único que podía pensar era en lo buena que estabas y que en me gustaría verte algún día con mi collar.

―Amo, exagera― contestó insegura.

―No lo hago― repliqué con voz firme para acto seguido, poniéndome a su espalda, la giré hacia el espejo y acariciando sus impresionantes pechos, murmuré: ―Tienes unos senos que piden a gritos ser besados.

La mulata gimió descompuesta al sentir mis dedos recorriendo sus negras areolas:

―Amo, son suyos.

―Me enloquecen tus pezones. Si fuera un niño, me pasaría todo el día mamando de ellos.

Casi se desmaya de placer al sentir que la regalaba sendos pellizcos en ellos y aún más al notar la presión que mi pene ejercía sobre su trasero. Asumiendo que la percepción que tenía sobre ella misma estaba cambiando, dejando caer una mano, comencé a alabar la firmeza de su estómago.

―Tienes un cuerpo de diez y tu piel es suave pero lo que más me gusta es… ― no terminé.

Durante unos segundos, la mulata esperó a que se lo dijera, pero viendo que no seguía, me preguntó:

―Amo, ¿qué es lo que más le gusta de mí?

No contesté verbalmente. Llevando mi mano hasta su entrepierna empecé a masturbarla mientras mantenía mis ojos fijos en los de ella a través del espejo.

Como había previsto, Estrella se derritió como un azucarillo al notar mi caricia sobre su sexo. Totalmente excitada, separó sus rodillas mientras me decía:

― ¿Es mi coño?

Sonreí sin responderla y sin dejar de jugar en su vulva, nuevamente pellizqué su pecho. Ese doble ataque demolió sus defensas y si no llego a tenerla abrazada, a buen seguro hubiese caído al suelo al verse poseída por el placer.

―Amo, lo siento― se disculpó pensando que me molestaba que se hubiese corrido.

Sosteniéndola con mis brazos, seguí torturando su clítoris con mayor determinación mientras le decía al oído:

―No tienes nada que perdonar, ¿no te das cuenta de que me gusta verte disfrutando?

Mi permiso provocó que su sexo se desbordara y olvidando el ardiente flujo que caía por sus muslos, con la voz entrecortada me soltó:

―No lo entiendo. Soy yo quien le debe dar placer.

―Y lo harás princesa, pero ahora es tu turno. Un buen amo se preocupa ante todo por el bienestar de sus sumisas.

Para ella, que su dueño pensara primero en ella era algo nuevo, pero no queriendo llevarme la contraria, disfrutó del orgasmo restregando sus nalgas contra mi erección.

―Amo, no me ha contestado― se atrevió a decir al ver que no me separaba: ― ¿Es mi trasero lo que más le gusta?

Soltando una carcajada, respondí:

―Tienes un culo extraordinario.

En su calentura, Estrella intuyó que me apetecía usarlo y apoyando sus manos en el espejo, me miró:

―Su sierva necesita sentir el pene de su dueño y un buen amo siempre busca satisfacer a sus sumisas.

Que usara mis propios argumentos para que la tomara, me hizo gracia y dando un sonoro azote sobre una de sus nalgas, la atraje hacia mí.

―Mi cachorrita aprende rápido― murmuré mientras le mordía el lóbulo de su oreja.

Riendo a carcajada limpia, Estrella se apartó de mí y a cuatro patas, me ladró haciéndome saber que quería que la tomara en plan perrito. No tuvo que insistir y acudiendo a su llamado, mojé mis dedos en su coño. La mujer al notar a mi mano jugueteando con su botón, volvió a ladrar con insistencia. Conociendo su temperamento ardiente, no me hice de rogar y me agaché a probar el sabor de su coño. Mi lengua recorrió todos sus pliegues antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que, al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera en ebullición.

Para entonces, mi pene pedía acción y al comprobar que Estrella no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas pasaban cerca de su entrada trasera, decidí cambiar de objetivo. Aun sabiendo que la noche anterior había desflorado su trasero, decidí tomarlo con cuidado. Por eso me levanté al baño por un bote de crema. Al volver mi mulata seguía en la misma postura.

No me costó saber que estaba nerviosa y por ello, abrazándola por detrás, acaricié sus pechos para tranquilizarla. Creyendo que había llegado el momento, su reacción fue pegarse a mí, poniendo mi pene en contacto con su cerrado ojete.

―Tranquila, perrita― susurré al darme cuenta de su urgencia.

Obediente, se quedó quieta esperando acontecimientos. Echando un buen chorro de crema sobre su trasero, comencé a darle un masaje.

Fue entonces, cuando realmente tomé constancia de hasta donde llegaba su calentura y es que, por sus gritos, cualquiera diría que mis manos la quemaban. El sudor que surcaba su espalda y flujo que manaba de su sexo eran señales claras de su excitación. Totalmente anegada, casi llorando me rogó que la tomara cuando con mis dedos separé sus cachetes.

Su súplica me excitó y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, la mulata comenzó a masturbarse. Cogiendo un poco de crema entre mis dedos, tanteé su entrega untando los alrededores de su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.

No pudo evitar un jadeo al sentir que mi yema forzaba su entrada, pero no se quejó y paulatinamente la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.

―Dime que te encuentras preciosa― comenté mientras le introducía un segundo dedo.

La reacción de la sumisa no se hizo esperar y levantando el trasero, me contestó desesperada:

―Soy preciosa.

Deseando que tuviera claro lo guapa que la encontraba, seguí metiendo y sacando mis dedos del interior de su trasero, insistí:

―Repite, mi amo encuentra irresistible a su negrita.

Mi afirmación consiguió su objetivo porque mientras la repetía, se volvió a correr, lo cual aproveché para acomodar mi pene entre sus nalgas. Al sentir mi glande jugando con su culo, buscó que la tomara moviendo sus caderas.

―Mi bella está cachonda― dejé caer al observar cómo su cuerpo reaccionaba a mis caricias.

Completamente en celo, nuevamente presionó mi erección con su culo mientras me decía:

―Su bella está cachonda.

Me divirtió que presa de la excitación, repitiera mis palabras sin habérselo pedido. Apiadándome de ella, posé mi sexo en su esfínter y casi sin buscarlo, introduje unos centímetros mi verga en su interior. La vi morderse los labios intentando no gritar y por ello, aguardé a que se acostumbrara a tenerme dentro de ella.

Cuando consideré que estaba lista, empecé a moverme lentamente, aunque siguiera quejándose. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le exigí que se masturbara. Mi ruda caricia la excitó y con pasión me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis estocadas.

―Amo, esta perrita necesita sus azotes― gritando me aclaró.

Aceptando sus deseos, marqué el ritmo de sus caderas con golpes sobre su trasero hasta alcanzar una velocidad brutal. La violencia con la que la sodomizaba la llevó en volandas hacia el orgasmo y demostrando su entrega, no paró de aullar su gozo cada vez que sentía mi extensión clavándose en su interior.

― ¡Me encanta! ― chilló al sentir que su cuerpo era zarandeado por el placer.

Al escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, no me pude retener más y regando con mi simiente sus intestinos me desplomé sobre ella.

Estrella me acogió entre sus brazos y sin pararme de besar me agradeció el placer que le había regalado. Su alegría me gustó, pero lo que realmente me hizo saber que había triunfado fue cuando cogiéndola del collar que llevaba en el cuello, la pregunté cómo se sentía.

―Esta hermosa negrita está feliz al saber que su dueño la desea― respondió.

 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 10” (POR GOLFO)

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Irene se levanta vomitando
El día que íbamos a recibir la visita de su padre, Irene se levantó indispuesta. Al principio no di importancia a sus quejas, pero cuando vomitó el desayuno, me empecé a preocupar por si su profecía se hubiese cumplido y mi favorita estuviera embarazada.

Con la mosca detrás de la oreja, dejé caer que si por casualidad no tenía un retraso.

―Me debía haber bajado hace quince días― contestó en voz baja.

Supe por su tono que estaba jodido.

― ¿Te has hecho la prueba? ― pregunté tratando de mantener la calma.

―Todavía no… quería hablar contigo antes― contestó sin levantar la mirada.

Su actitud temerosa me alertó de que Irene no las tenía todas consigo y que quizás eso tenía mucho que ver con mi falta de entusiasmo sobre el tema.

― ¿Qué te preocupa?

Casi llorando, respondió:

―No sé si es lo que deseas.

La tristeza de su voz al contestar me hizo comprender que esa preciosidad temía que la hiciera abortar y aunque realmente no estaba seguro de ser padre, la idea de acabar con su bebé era algo que no entraba en mi cabeza.

«Debo de decir o hacer algo que termine con sus dudas», pensé.

―Estrella, Ana, ¡venid aquí! ― grité.

Mis otras dos sumisas llegaron de inmediato y viendo que era algo serio, se sentaron en el sofá junto a su matriarca. Mirándolas, comprendí que la belleza de las tres juntas era mas impresionante que la suma de cada una en lo individual. Mis tres mujeres se complementaban y no me imaginaba mi vida sin alguna de ellas.

Meditando sobre ello, comenté:

―He tomado una decisión y quiero hacérosla saber.

―Lo que usted disponga de mí me parece bien― contestó muy nerviosa la mulata, asumiendo que lo que quería comunicarles era relacionado con ella.

Con una sonrisa, la tranquilicé. Fue entonces cuando los miedos que Ana había reprimido respecto a la visita de su padre salieron a flote y llorando me imploró que no la mandara de vuelta con él al pueblo.

―Joder, ¡qué tampoco es eso! ― exclamé molesto por la inseguridad que demostraban mis tres sumisas y cuando digo tres, incluyo a Irene que, aunque no decía nada se la notaba aterrada. Asumiendo que debía empezar para no prolongar su angustia, les dije: ―Desde el principio os he dicho que considero que, junto a mí, formamos una familia y ya que el poliamor no es legal en España, tenemos dos soluciones o llamar a un abogado para que elabore un documento que garantice los derechos de los cuatro o irnos a Brasil que es el único país que reconoce la posibilidad de registrar como pareja de hecho la unión de más de dos personas.

― ¿Nos estás pidiendo que nos casemos contigo? ― comentó Irene casi al borde del infarto.

―No, os estoy pidiendo que os caséis conmigo y entre vosotras. No quiero que un hijo nuestro nazca antes de haber formalizado nuestra unión. Como padre biológico serán incuestionable mis derechos, pero no así los vuestros― y dirigiéndome directamente a ella, le pregunté: ―Si Estrella se quedara embarazada, ¿no decías que el niño sería también tuyo?

―Por supuesto, sería tan mío como tuyo.

―Pues lo mismo para ellas, el hijo que creo que esperas quiero que sea de los cuatro.

― ¡Estas embarazada! ― exclamaron al unísono y con evidente entusiasmo tanto la mulata como su hermana.

―Todavía no es seguro― musitó abochornada.

Llenas de alegría, Estrella y Ana se abalanzaron sobre su matriarca y la llenaron de besos. Dejé que explayaran durante un minuto y cuando consideré que era suficiente, me acerque a ellas y cogiendo a las tres de la cintura, les dije:

―No me importa si es ahora o el mes que viene, quiero que sepáis lo feliz que me haría tener un hijo con vosotras.

La primera en reaccionar fue Irene que completamente entregada a mí, buscó mis besos. La pasión con la que respondí contagió a las otras dos y antes que pudiera Irene pudiera hacer algo por evitarlo, ya la estábamos haciendo el amor. Sin hablar entre nosotros, coordinamos nuestro ataque y mientras mi lengua jugueteaba en el interior de su boca, la mulata deslizaba los tirantes de su vestido y Ana lo dejaba caer al suelo.

Desnuda, indefensa, pero feliz recibió nuestras caricias, pero al sentir que sus pechos eran tomados al asalto por las bocas de sus discípulas, muerta de risa, comentó si no era mejor que siguiéramos en la cama. Asumiendo que ella era la homenajeada, accedí.

Tomándola en mis brazos, la llevé a nuestro cuarto y tras posarla suavemente sobre las sábanas, me tumbé junto a ella mientras Ana y Estrella permanecían sin saber que hacer todavía de pie.

―Venid a mí, esposas mías― ejerciendo de amorosa matriarca las llamó.

La mulata al escuchar el modo en que se había referido a ellas se emocionó y saltando sobre el colchón, la cubrió con sus besos mientras le juraba nuevamente su fidelidad. Su hermana la imitó y viendo que Estrella se había tumbado sobre ella, Ana buscó sitio entre sus piernas.

―Sois malas conmigo― rugió Irene al sentir cuatro manos y dos bocas recorriendo su piel.

Esperé a su lado mientras se acomodaban y al ver que sus discípulas no necesitaban mi ayuda, me desnudé con los gemidos de Irene como música de fondo. Ya sin ropa, me quedé admirando la escena:

«No puede haber nada más bello», me dije viendo que en ese momento la morena mamaba de sus pechos mientras Ana hacía lo mismo con su sexo.

«No solo es lujuria, es mucho más», sentencié convencido que esas caricias eran fruto del amor y acercándome a ellas, me sumergí entre sus brazos.

Mi llegada desencadenó una vorágine entre mis mujeres y haciéndome un hueco, buscamos el placer del que teníamos a nuestro lado sin pensar a quien pertenecía el pecho, el coño o la verga viendo como algo natural disfrutar todos de todos. Así en un momento dado, tuve el pezón de Ana entre mis dientes, Estrella se empalaba con mi miembro mientras usando mis dedos masturbaba a su matriarca.

Fusionando nuestros cuerpos nos convertimos en un solo ser que iba desplazando su atención de uno a otro sin importar quien recibía o daba en ese instante. Aún así me extrañó que Irene y su hermana aprovecharan que Estrella me estaba haciendo una mamada para cuchichear entre ellas y tras llegar a un acuerdo, las vi ponerse un arnés.

Solo caí en sus intenciones cuando entre las dos obligaron a la mulata a levantar su trasero.

― ¿Qué vais a hacer? ― preguntó ésta al ver que llegaban con esos enormes penes.

― ¿Tú que crees? ― muerta de risa, Ana contestó.

Sin darle ocasión de negarse, se tumbó bajo ella y la obligó a ensartarse con la verga de plástico que llevaba adosada a la cintura.

― ¡Es enorme! ― protestó al sentirse llena.

Su matriarca esperó a que el coño de Estrella se acostumbrara a esa invasión y recogiendo parte del flujo que se derramaba por los muslos de la morena, empezó a embadurnar con él su ojete.

―Ama, es demasiado grande para mi culo― comentó su víctima en un intento de evitar lo inevitable.

Obviando sus quejas, Irene aproximó el falo artificial a la morena y preguntó:

― ¿Suave o brutal?

La certeza que nada podía hacer por librarse la hizo contestar:

―Mi ama sabrá.

Al ver que no daba una respuesta clara, la matriarca me miró y yo, soltando una carcajada, repliqué:

―Al principio, fóllatela lentamente pero luego rómpele su negro culo como a ti te gusta que yo te haga.

Sin mediar una palabra, Irene forzó el esfínter de Estrella con parsimonia, milímetro a milímetro. El trasero de la muchacha tardó en absorber la enormidad de su matriarca. Increíblemente, apenas se quejó mientras desde mi posición veía como se hundía en su interior. Al conseguir metérselo por completo, su dueña le preguntó como estaba.

La morena, sonriendo a duras penas, contestó:

―No creo que sea capaz de mover ni las pestañas.

―Por eso no te preocupes, seremos nosotros quien te demos ritmo― dije interviniendo.

Tras lo cual, poniéndome de rodillas sobre el colchón, acerqué mi pene hasta su boca. La exuberante cría hizo un esfuerzo y abriendo sus labios, se dio el lujo de incrustárselo hasta el fondo de la garganta. Irene al comprobar que habíamos conseguido llenar los tres agujeros de la mulata, ordenó a su hermana que comenzara a moverse.

Ana obedeció y con un lento movimiento de caderas, empezó a sacar el pene del coño de la mulata. Queriendo que fuera algo acompasado, esperé a ver que ya con el casi fuera, lo comenzaba a meter para extraer el mío. Justo en el momento en que ya se lo había vuelto a embutir y el glande de plástico chocaba con la pared de su vagina, Irene se echó hacia atrás sacando el que llevaba adosado entre sus piernas. Aguardé a que lo tuviera casi fuera para forzar la garganta de mi mulata con mi verga.

Poco a poco, fuimos acelerando ese asalto sincronizado sobre el culo, coño y boca de nuestra amante, la cual apenas tenía tiempo a respirar entre cada acometida.

―Hagamos que sea inolvidable― musitó excitada en grado sumo su matriarca al advertir que el dolor de la cría había transmutado en placer: ―Acelera, hermanita.

Acatando los deseos de su gemela, Ana incrementó el compás con el que machacaba la vulva de su compañera y siguiendo el ritmo marcado, hundí mi pene en la boca de nuestra amante mientras Irene hacía lo mismo en su trasero.

―Mas rápido― gimió esta última tras comprobar que incapaz de contenerse Estrella estaba a punto de correrse.

Tal y como le pidió, su gemela elevó sin pensar la cadencia de sus caderas hasta llevarla a un extremo que realmente era difícil de mantener. La primera víctima de esa locura fui yo y agarrando la nuca de la morena, descargué en el fondo de su garganta toda la producción de mis huevos.

Estrella nada más catar el sabor de mi semen, se vio sacudida por un intenso orgasmo, pero no por ello dejó de menear su trasero, buscando prolongar su placer y por eso recibió con alegría el primer azote con el que su ama le exigía que siguiera moviéndose.

―Matriarca, agárrese de mis pechos y monte a su potrilla― chilló descompuesta.

Al escuchar su petición, Irene se volvió loca y mientras con una mano, afianzaba su cabalgar pellizcando una de sus tetas, con la otra azuzó a su montura con sonoros manotazos sobre sus nalgas. Ana no quiso quedarse atrás y llevando la boca al seno que le quedaba a la mulata, le regaló con una serie de certeros mordiscos en el pezón.

Pidiendo a gritos que no pararan, Estrella se dejó caer sobre la gemela, mientras su hermana seguía acuchillando sin pausa su ojete. No sé si fue a raíz de sus aullidos o que no soportaron tanto estímulo. pero lo cierto es que contagiándose del momento, Irene y Ana se corrieron de inmediato y totalmente agotadas, casi a la vez sacaron sus miembros de la morena.

Menos cansado que ellas, pude observar la felicidad que lucían sus rostros y dejando que se repusieran, me levanté por un vaso de agua. No había llegado a la puerta, cuando escuché que Ana me pedía que no tardara en volver.

― ¿Qué quieres? ― pregunté viendo que se estaba quitando el arnés y que se lo daba a Estrella.

Muerta de risa, la muy zorra contestó:

―Que mi amo y mi matriarca sean justos con su zorrita y que, junto a mi compañera, ¡me den el mismo tratamiento!

La mulata no esperó mi respuesta y afianzando el enorme tronco a sus caderas, se lo hundió hasta el fondo. Irene al verlo, sonriendo, me soltó:

―No se preocupe si tarda, nosotras nos ocupamos de que no se enfríe su zorrita.

Descojonado por el descaro de la preciosa morena y por la putería de las dos gemelas, decidí cambiar el agua por unas cervezas y saliendo del cuarto, me fui a la cocina.

Estaba abriendo la nevera cuando escuché mi móvil y sin reconocer el número, contesté. Era la madre de Irene y Ana quien quería hablar conmigo. Al presentarse, inconscientemente me puse en alerta, temiendo quizás que el motivo de su llamada fuera avisarme de la actitud agresiva con la que venía su marido y por eso respiré cuando la buena mujer me comentó que esa noche serían tres los invitados.

―No se preocupe, tenemos comida de sobra― respondí quitando hierro al asunto.

Tras colgar y con un six de Mahou bajo al brazo volví a la habitación donde me encontré que, cumpliendo con su oferta, Irene se estaba follando a su hermana mientras Estrella la sodomizaba.

La llamada de mi suegra me había bajado la libido y por eso sentándome a un lado, abrí una lata mientras lanzaba la pregunta:

― ¿Quién coño es Aurora?

Irene contestó:

―La vecina de al lado de mis padres y su mejor amiga.

Me pareció extraño el que quisieran compartir con ella la noche en que me iban a conocer y por eso mientras ponía mi pene a disposición de Ana, comenté que esa mujer acompañaría a sus padres en la cena.

Para mi sorpresa, las dos hermanas se alegraron con la noticia y mientras Irene seguía follándosela, Ana me aclaró que Aurora era como su tía. Soltera y sin familia, se pasaba todos los días por el piso de sus viejos e incluso los acompañaba en los viajes familiares.

Sin nada que opinar y viendo que mi instrumento había despertado, se lo metí en la boca a Ana. Riendo a carcajada limpia, la mulata me soltó:

―Amo, va a tener que hacerlo más a menudo. Es la primera vez que disfruto de esta parlanchina sin tener que soportar su conversación. ¿No le parece increíble?

―Tienes razón― repliqué forzando su garganta― es raro que se haya quedado callada, ¿le ocurrirá algo?

Siguiendo con la guasa, Irene comentó:

―Realmente es extraño, fíjese ni siquiera se queja si le doy un pellizco.

―A ver con un azote― insistió Estrella.

Nuestra fiel zorrita debía llevar mucha presión acumulada porque al sentir el manotazo sobre sus ancas, no pudo resistir más y colapsando ante mis ojos, se corrió.

Al comprobar que su hermana había recibido su dosis de placer, Irene comentó a la mulata:

―Date prisa, tenemos muchas cosas que hacer antes que lleguen mis padres.

Con una sonrisa de oreja a oreja, la preciosa morena contestó mientras hundía por ultima vez el enorme pene en el ojete de la rubia:

―Por mí lo dejamos, no creo que este diminuto y blanco culo de más de sí.

Indignada por el modo en que se había referido a su trasero, Ana me miró buscando mi ayuda, pero lejos de recibir mi apoyo, tuvo que aguantar oír que respondía a su compañera:

―Pequeño sí que es, pero blanco no. ¡Se lo has dejado completamente rojo!

Defendiendo su trasero, la rubia replicó a Estrella:

―Prefiero un culo estrecho a uno gordo y grasiento como el tuyo.

Temiendo que la broma terminara mal, Irene medió entre ellas diciendo:

―No permito que habléis mal de vuestros traseros, sobre todo porque no os pertenecen. ¡Son de vuestro dueño! Y si él os ha elegido, será porque le gustan.

Lejos de cortarse por la reprimenda, la mulata contestó con una sonrisa a su matriarca:

―Señora, perdóneme. Estaba bromeando, me encanta su pandero. Es enano y lechoso pero precioso.

Ana tampoco se quedó atrás y mirando directamente a la gemela, contratacó:

―Gracias. A mí también me gusta su culo oscuro y desparramado. Es más, me enloquece ver como nuestro amo es capaz de cabalgar algo tan grande.

Interviniendo, comenté:

―Irene, ¿no te parece que ambas necesitan un correctivo?

Con tono cabreado, me preguntó en que había pensado.

―Poca cosa, veinte azotes a cada una y como le gusta tanto a una el trasero de la otra, ¡que se los den entre ellas!…

 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela FIN” (POR GOLFO)

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El padre, la madre y Aurora
No tardé en comprobar que mi elección de castigo había sido errónea porque tanto la rubia como la morena aprovecharon el momento para disfrutar del pandero de la otra. No había tomado en cuenta que además de ser mis sumisas, esas dos preciosidades se tenían mucho cariño y que en vez de azotes fueron caricias lo que se dieron entre ellas.

―Eres un zorrón desorejado― susurró Ana a la mulata mientras hacía que la castigaba.

―Y tú, una guarra― le replicó esta, con visible alegría al sentir los dedos de la gemela torturando dulcemente su sexo.

―No comprendo que nuestro amo aceptara ser tu dueño― prosiguió al escuchar que sus yemas provocaban un primer suspiro de su contrincante – Eres solo tetas y culo.

Sin dejar el intercambio dialectico, Estrella se dio la vuelta buscando con su boca la gruta de la rubia. Al hallarla húmeda y receptiva, no lo dudó y hundió la lengua entre sus pliegues.

―No te he dado permiso― susurró Ana muerta de risa mientras la imitaba.

Al comprobar que el supuesto castigo se había convertido en una demostración de amor, estuve a punto de cambiarlo sobre la marcha, pero entonces Irene se acercó y me dijo al oído:

―Gracias amo por darme una lección. No entendía que las ordenara que se castigaran una a la otra hasta que comprobé lo enamoradas que están entre ellas. Ana y Estrella también se han dado cuenta y dudo que ninguna de las dos vuelva a intentar humillar a la otra.

Justo acababa de comentarlo cuando escuché a Estrella decirle a su compañera todavía enfrascadas en un apasionado sesenta y nueve:

―Zorrita, tengo que reconocer que me encanta tu trasero microscópico.

Esperábamos oír una respuesta agresiva por parte de Ana, pero entonces, sin ningún tipo de rencor, la replicó:

―Lo mismo digo, guarrilla. Tu trasero me trae loca a pesar de parecer un campo de futbol.

Mirándome alucinada, su matriarca bufó:

― ¡Son incorregibles!

Soltando una carcajada, salí de la habitación dejándolas solas.

― ¿Te apetece otra cerveza? La mía está caliente― comenté al ver que Irene me seguía.

Ya en la cocina, recordé la llamada.

― ¿Qué piensas del hecho que tus padres hayan invitado a Aurora a la cena?

―Eso ha sido idea de mi madre. Cuando mis padres se enfadan, la tía siempre los hace entrar en razón. Si ha querido que esté presente es que prevé que haya que calmar a mi viejo.

Como daba la bienvenida a cualquier cosa que nos ayudara a superar el trance, no seguí indagando y cambiando de tema, dejé caer si aprovechábamos que estábamos solos para ir a la farmacia por una prueba de embarazo:

―No hace falta, papá. ¡Tus gemelas están en camino!

Tardé unos segundos en asimilar sus palabras, y cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras le decía:

― ¿Sabes que eres un tanto zorra?

―Sí, mi amor. Soy y seré tu zorra.

Habiendo aceptado mi paternidad con anticipación, al verla confirmada me hizo feliz y quitándole la cerveza de las manos, afirmé mientras la tiraba por el fregadero:

―A partir de ahora, no quiero que bebas.

Sonriendo, la dulce y cariñosa enfermera, contestó:

― ¡Era sin alcohol! Pero ya que lo comentas, cuando tengas ganas de fumar, ¡salte al jardín!

―A sus órdenes, ¡mi sargento!

Sabiendo que era burla y que lejos de estar enfadado, me había hecho gracia el tono autoritario con el que me había hablado, entornó sus ojos al responder:

―Como lo vea con un cigarro dentro de casa, pienso mandarle al calabozo.

― ¿Te he dicho alguna vez que eres una pequeña Stalin?

Riendo sin control, la rubia replicó restregando su sexo contra mi entrepierna:

― ¿Y yo que tengo un amo un poco bobo?

Tirando al suelo todos los trastos que había en la mesa, la tumbé y sin dejar que se quejara del estropicio, callé su boca con la mía mientras hundía mi pene en su coño.

―Dudo que cuando esté bien preñada mi amo pueda ser tan bruto con su amada, pero valdrá la pena intentarlo – bufó gozando de cada cuchillada.

La presión de su vulva sobre mi pene me enervó y mientras aceleraba el ritmo, llevé mi boca hasta sus pechos. Al sentir que mis dientes se cerraban sobre uno de sus pezones, Irene aulló de placer y eso fue el acicate que necesitaba para forzar aún con mayor violencia su sexo.

La rapidez de mis embates consiguió demoler sus defensas y dominada por una lujuria atroz, comenzó a gemir mientras disfrutaba de mi ataque. La facilidad con la que mi verga se desenvolvía dentro de su coño y la humedad que este destilaba me informaron de su excitación.

―Mi embarazada anda cachonda― remarqué.

Totalmente descompuesta, Irene aulló anticipando su orgasmo. Momento que aproveché para recoger entre mis dientes uno de sus pezones y darle otro suave mordisco. Ese dulce suplicio azuzó a la muchacha para correrse mientras su flujo se desbordaba por mis muslos.

― ¡Me corro! ― chilló sorprendida por la violencia de sus sensaciones.

Con mi mujer contenta, fui en busca de mi placer, pero entonces, alertadas por el estruendo de los vasos y platos al romperse, llegaron las otras dos y al vernos, la mulata protestó:

― ¡Joder! ¡Pensaba que había pasado algo! Y os encuentro follando.

En cambio, la pizpireta rubia, muerta de risa, comentó:

― ¿El zorrón que tengo por hermana y matriarca me puede explicar con qué vamos a dar de cenar a nuestros padres? ¡Os habéis cargado toda la vajilla!

Girando la cabeza, Irene comprobó que tenía razón y que sobre las baldosas de la cocina estaba totalmente hecha añicos.

―Mierda, ¿ahora qué hacemos?

Asumiendo que la culpa era mía, contesté que no se preocuparan porque podíamos comprar otra. Confieso que esperaba que con eso se tranquilizara, pero casi llorando objetó:

―En dos horas, están aquí … todavía no tengo hecha la cena, hay que cambiar a tu madre y limpiar todo esto. ¡No tengo tiempo de ir de compras!

―No te preocupes, iré yo― respondí bajándome de la mesa, totalmente insatisfecho y con la polla tiesa…

Para los que nunca hayan tenido la desdicha de comprar una vajilla, solo puedo decir que es ¡un coñazo! Y no solo por la cantidad de estampados, sino que dependiendo del fabricante te encuentras con platos de diferentes tamaños y formas. Tanta diversidad en colores, materiales y modelos me sobrepasó.

Por suerte cuando estaba a punto de tirar por la calle del medio, llegó un hada madrina en la piel de vendedora del Corte Inglés.

― ¿Puedo ayudarle en algo?

Agarrándome a ella como a un clavo ardiendo, le expliqué mi problema. Lo primero que me aconsejó fue que volviera con mi pareja porque era una decisión importante y al responderle que no podía acompañarme, poniendo cara de circunstancias, me preguntó:

― ¿Formal o para diario?

―Formal, mis futuros suegros vienen a cenar a casa.

―Bien, ¿color del mantel?

―Ni puta idea.

― ¿Tipo de cubertería?

―Tampoco.

― ¿Clase de cristalería?

―Menos

Sonriendo, comentó que se veía que se lo quería poner difícil y tras lanzarme otra serie de preguntas, a las que no supe ni pude contestar, se le encendió la bombilla y me dijo señalando una elegante mesa que tenían de exhibición:

― ¿Le gusta como está decorada esta mesa?

―Tiene estilo― contesté.

Ella sacando la calculadora, empezó a sumar los distintos elementos expuestos y enseñándome el resultado, me soltó:

―Ochocientos sesenta y siete euros incluyendo mantel, cristalería, cubertería y vajilla para doce personas. Solo tiene que hacer una foto y que se lo coloquen igual.

Pocas veces un palo económico como aquel me resultó tan placentero y mientras la señora se iba con mi tarjeta, saqué mi móvil del bolsillo e hice una foto.

Media hora después entraba por la puerta de casa, portando no se que cantidad de cajas. Al ver a Estrella, le di mi teléfono y dije:

―No tengo tiempo de explicarte, toma la foto como modelo y pon la mesa mientras me preparo.

Prometiéndome a mí mismo que jamás volvería a dejar que me metieran en un embolado como aquel, me desvestí y me metí en la ducha. Ya en ella, recordé que cuando vivía solo, al volver cada noche, la taza del desayuno tenía la fea costumbre de permanecer sucia en el mismo sitio que la había dejado por la mañana.

«Lo difícil que es llevar una casa, ¡menos mal que tengo a Irene!».

Al salir, miré el reloj y respiré al saber que tenía al menos veinte minutos antes que las visitas llegaran. Ya sin prisas, me empecé a vestir tranquilamente pero entonces entrando casi desnudas en mi cuarto, Ana y la mulata me preguntaron si sabía dónde su matriarca había dejado la plancha.

―No lo sé― respondí y extrañado por el nerviosismo que mostraban las dos, les pregunté qué ocurría.

―Al sacar del armario nuestros vestidos, nos hemos dado cuenta de que están arrugados y tenemos que darles una pasada.

Tomándome a cachondeo su problema, les respondí que por mí podían recibirlos en lencería porque se veían guapísimas. La mirada que me lanzó la rubia fue suficiente para no seguir insistiendo y poniéndome la corbata, las ayudé a buscarla. Afortunadamente no tardamos en encontrarla y mientras se iban corriendo a acicalarse, me dirigí al salón a ponerme una copa.

No había terminado de servirme el hielo cuando de pronto escuché el timbre. Sabiendo que ninguna de mis tres mujeres estaba lista, tragué saliva y fui a la puerta.

«Solo ante el peligro», me dije acongojado mientras la abría.

Las gemelas me habían contado que su viejo era un hombre alto y fuerte pero jamás pensé hallarme ante un tipo de casi dos metros cuyos brazos rivalizarían con los de un integrante de un equipo de lucha libre.

Su enorme presencia me impidió durante unos segundos no solo hablar sino también fijarme en sus acompañantes.

―Don Gerardo, soy Alberto. Encantado de conocerle― lo saludé extendiéndole la mano.

El duro apretón con el que me la estrechó no solo estuvo a punto de romperme los dedos, sino que me dejó clara que la fortaleza física de esa bestia iba en consonancia con su aspecto.

«Me podían haber dicho que Hulk iba a ser mi suegro», protesté en mi interior, dando por sentado que si las cosas se ponían violentas nada podría hacer por evitar que me diera una paliza.

Afortunadamente, su madre era una copia con veinte años más de las gemelas. Pequeña, tipazo y con una cara tan dulce como su voz:

―Soy María― dijo saliendo como por arte de magia de detrás de su marido.

«Joder, ¡le echaba un polvo!», sentencié en mi interior mientras la saludaba de beso. Pero fue al ver a la famosa “tía Aurora” cuando me percaté que entre las gemelas y yo había un serio problema de comunicación, porque donde esperaba ver a una solterona me encontré un pedazo de pelirroja tan guapa como exuberante: «y a ésta, ¡también!».

Confieso que, en mi mente, me vi hundiendo mi cara entre los muslos de esa preciosidad.

«¡Menudo hembrón!», exclamé para mi impresionado por el erotismo sin límite que destilaba a su paso. Alta, guapa, tetona, cintura estrecha, culo prominente, «¡Lo tiene todo!».

Mi impresión de hallarme ante portento de mujer quedó ratificada al saludarla y notar la enormidad de sus melones contra mi pecho.

―Por fin conozco al hombretón que ha enamorado a mis niñas― dijo sin importarle la presencia del padre.

No sabiendo como comportarme, pregunté si querían algo mientras esperábamos. Don Gerardo con tono autoritario se dirigió a su mujer diciendo:

―Ponme un güisqui, mientras hablo con nuestro yerno.

«Ojalá se den prisa», pensé mientras acompañaba a esa mole de músculos hasta el sofá.

Agradecí comprobar que Aurora nos seguía y mas que se sentara junto a él, porque así podría intervenir si se ponía agresivo.

― ¿A qué te dedicas? ― fue lo primero que me soltó mi suegro al sentarse.

―Tengo una empresa de internet― contesté sabiendo que era el inicio de un exhaustivo interrogatorio.

― ¿Y con eso te ves capaz de mantener a mis dos niñas?

Afortunadamente y cómo me habían contado, la estupenda pelirroja medió diciendo, mientras trataba de calmar al hombretón aquel poniendo una mano sobre su muslo:

―Gerardo es un poco bruto, pero es que le preocupan las nenas.

Estaba acorralado y lo sabía, por ello respondí que, aunque no fuera tan rico como él, mi nivel de vida daba suficiente para mantener a mi familia.

― ¿Tu familia? ― exclamó en gigantón.

Cabreado de que lo dudara, me olvidé de quien era y alzando la voz, me enfrenté a él diciendo:

―Sí, ¡mi familia! ¡Me da igual que usted nos vea como unos degenerados! ¡Somos una familia!

Para entonces, su mujer había llegado y sentándose en el brazo del sofá junto a su marido, le dio su copa. Durante unos segundos, el animal aquel se quedó pensando mientras, por mi parte, lamentaba haberme dejado llevar por la ira.

Me temí lo peor cuando vi que, bebiéndose el licor de un trago, se levantaba. Pero entonces, sonriendo, me soltó:

―Dame un abrazo.

«No entendiendo nada», pensé sin tenerlas todas conmigo. La descomunal fuerza del bicho me dejó casi sin respiración, pero lo que realmente me descolocó es que de buen humor me dijera:

―Se nota que las tontas de mis hijas han sabido elegir alguien con huevos― y girándose hacía Aurora, la ordenó que rellenara nuestras bebidas.

Teniendo la mía entera, no me quedó mas remedio que imitarle y me la bebí de golpe antes que la pelirroja me la quitara de las manos.

―Ya te dije que Gerardo es un poco tosco, pero tiene buen corazón y sabe captar a la gente enseguida― comentó en mi oído.

Supe que el aludido lo oyó porque soltándole una sonora nalgada y muerto de risa, le pidió que se diera prisa ya que tenía sed. Confieso que no sé qué me resultó más extraña, si la sonrisa de su mujer al ver que Gerardo daba un azote a su amiga o la satisfacción que intuí en Aurora al sentir esa caricia sobre su trasero.

«Son amigos desde hace años», pensé sin dar mayor importancia a la familiaridad que compartían justo en el momento en que por la puerta hicieron su aparición mis tres sumisas abrazadas.

Su entrada provocó un silencio que se podía masticar, pero no me importó porque era un trance que teníamos que pasar si queríamos seguir adelante. No por ello me resultó indiferente que, con Estrella entre ellas, la belleza casi albina de las gemelas se viera realzada por el contraste con la morena y girándome hacía su padre, busqué su reacción.

La cara de su progenitor mutó de la sorpresa inicial a un extraño, pero evidente, interés y acercándose a sus hijas, les preguntó que quién era esa monada.

Tomando la iniciativa, Irene contestó:

―Se llama Estrella y es tu nuera.

Reconozco que me quedé acojonado al escuchar que le soltaba esa bomba desde el principio. Y más cuando desde mi sitio observé que ese pedazo de animal se había quedado totalmente cortado, pero entonces soltando una carcajada abrazó a la mulata y le dio un par de besos asumiéndolo.

―No sabía que mis niñas me iban llegar con una jovencita tan preciosa como tú― comentó mientras la estrechaba entre sus brazos.

Para Estrella ser aceptada era importante y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, le replicó:

―Yo tampoco tenía ni idea que iba a tener un suegro tan atractivo.

Gerardo al escuchar ese piropo me miró y sin mostrar rencor alguno, me soltó:

―Parece ser que además de cojones, tienes buen gusto.

―En eso nos parecemos― respondí señalando a las impresionantes maduras que le acompañaban.

Mis palabras le hicieron dudar y tras pensárselo dos veces, llamó a María y a Aurora a su lado. La rapidez con la que acudieron me hizo pensar que lo tenían planeado y más cuando con la rubia a su izquierda y con la pelirroja a la derecha, Gerardo miró a sus hijas con intención de decirlas algo.

Ana e Irene tuvieron la sensación de que iba a echarles la bronca por el tipo de vida que habían escogido y por ello buscaron cobijo bajo mi brazo. De forma que antes que su viejo hablara éramos dos bandos, uno formado por el gigante, su mujer y la amiga, y el nuestro formado por mí, las gemelas y Estrella.

Ana, siendo la que más miedo tenía a su padre, curiosamente se le enfrentó diciendo:

―Si no estás de acuerdo con nuestra forma de vida, puedes marcharte. Ni mi hermana ni yo pensamos cambiar. ¡Junto a Estrella y Alberto formamos una familia!

Gerardo le molestó la rebeldía de su pequeña y sé que tuvo que contenerse para no soltarle un guantazo, pero entonces dando un paso, salió la madre y con tono suave, dijo:

―Hija, no es eso lo que os quiere decir vuestro padre.

Envalentonada, Ana la replicó:

― ¿Entonces qué es?

―Que estoy orgulloso de vuestra valentía― respondió este: ―Me habéis demostrado que obviando lo que piense la gente habéis decidido no esconderos.

Es difícil explicar el desconcierto con el que sus hijas recogieron sus palabras porque un piropo era lo último que pensaban oír de sus labios. Irene y Ana, sin llegárselo a creer, miraban a su madre y a su tía buscando una explicación al cambio que había experimentado su viejo.

Yo tampoco entendía nada. Según ellas me habían confesado su padre era un hombre educado a la antigua y que hacía gala de ello.

«¿Qué ocurre aquí?», me estaba preguntando cuando de pronto María abrazó a su marido y a su amiga mientras pedía al gigantón con una dulzura brutal que continuara.

―Me habéis demostrado tener un valor que yo nunca tuve― dijo Gerardo casi tartamudeando.

― ¿De qué hablas? ― respondieron casi al unísono sus hijas.

―Vuestra madre y yo tenemos algo que confesar…― musitó sin poder terminar.

Viendo que ni María ni su marido eran capaces de seguir, la pelirroja tomó la palabra y acercándose a las gemelas, las tomó de la mano mientras les decía:

― ¿Sabéis que siempre os he considerado mis hijas?

―Sí, tía. ¿Pero eso que tiene que ver con lo que papá quiere decirnos? – dijo todavía en la inopia.

―Aurora no es nuestra amiga sino nuestra mujer― soltó la madre interviniendo por primera vez.

―No os creemos― replicaron las gemelas― ¡nos hubiéramos dado cuenta!

Demasiado avergonzado para hablar, el enorme mastodonte cogiendo a Aurora del brazo la besó ante el pasmo y la incredulidad de sus hijas.

―Mamá, tú ¿qué opinas? ― indignada Irene preguntó al ver el morreo que su padre le acababa de dar a la pelirroja.

La respuesta de María no pudo ser mas concisa ya que rescatando a su amiga de los brazos de su marido, se fundió con ella en un apasionado beso dejando claro que también ellas dos eran amantes.

― ¿Nos estáis diciendo que toda la vida hemos estado engañadas? ― insistió impresionado su hija.

Rojo de vergüenza, su viejo contestó:

―Creímos conveniente ocultároslo para evitar que fuerais objeto de habladurías, pero ahora después de la lección que nos habéis dado, nos hemos dado cuenta del error y tras discutirlo entre los tres, decidimos que supierais la verdad.

― ¿Puedo besar a mi otra futura suegra? ― preguntó Estrella poniéndose de su parte.

―Por supuesto― respondió Aurora emocionada al ver que, en la mulata, tenía un aliado.

Mientras la felicitaba por el paso que acababan de dar, me fijé en las gemelas y en sus padres. Se notaba que ellas querían perdonarlos, pero ninguna tenía el valor de ser la primera en hacerlo.

Conociéndolas, decidí darles un empujón diciendo:

―Don Gerardo me quito el sombrero ante usted y ante sus ¡dos señoras! Sé lo duro que les ha resultado dejar atrás una vida de mentiras y por eso quiero mostrarle mis respetos.

Tras lo cual, abracé al gigantón y sin que me oyeran sus hijas ni sus mujeres, susurré en su oído:

―Eres un cabrón por lo que me has hecho sudar, pero tengo que reconocer que tienes buen gusto a la hora de elegir compañera, ¡las dos están buenísimas!

Al viejo le hizo gracia y respondiendo a mi falta de respeto, murmuró en mi oreja:

―Aunque me caigas bien, te mato si les haces daño a mis hijas o si pones tus sucias manos en una de mis mujeres.

Con una carcajada, repliqué en voz baja:

―No se preocupe, pienso hacer que sean felices y respecto a lo segundo, ¡con tres tengo suficiente!

FIN

 

Relato erótico: “Mi madre y el negro IV: Caída” (POR XELLA)

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La chica no podía ni mirar a su madre a la cara, pasaba los días evitándola. El pensamiento de que habían compartido al mismo hombre la hacía sentir como una zorra, ¿Deberia hablar con ella? No, eso no… No sabría ni como decírselo, además, no estaba segura de lo que sentía… ¿Estaba enfadada consigo misma? ¿Con su madre? ¿Con Frank? Estaba… ¿Celosa?

Lo que si se convirtió en rutina fue la compañía nocturna de Manolo. Cada noche se masturbaba con el vibrador hasta saciarse, a veces incluso se había quedado dormida con el en la mano.
Los días siguientes en la universidad estaba como ausente. Los profesores la llamaban la atención en clase, llegaba tarde y no cogía apuntes. Tampoco había borrado las fotos. Sabía que no debían estar ahí, sobre todo la de su madre, que si alguien le cogía el móvil…
Había recibido varias llamadas de Gonzalo, pero no se las había cogido. Entre la vergüenza de lo que había hecho, y la decepción de después no tenia ganas de hablar con el.
————–
– Esta tarde va a venir Frank a llevarse unos muebles viejos. – Informó Elena el viernes por la mañana.
Alicia se tensó sobre el desayuno y no respondió.
– ¿No te quejas, Alicia? ¿Ni siquiera un mohín? Debes estar madurando por fin. – Le dijo su madre con sorna.
– No quiero molestarme ni en hablar de él. – Dijo Alicia.
Pero mentía.
Se pasó el resto del día pensando en la tarde, no le había visto desde que le hizo la mamada, y no sabia muy bien como reaccionar. Incluso se cambió la ropa interior por algo más… interesante.
Cuando llegó estaba preparada para contestarle cuando se metiera con ella, pero se quedó con la boca abierta cuando la saludó con un simple “Hola, Ali”. No la hizo demasiado caso en toda la tarde, casi ni la miraba. En cambio, a su madre y a su hermana si les prestaba atención. Sobre todo a su madre…
Los cuchicheos, miradas y risas cómplices se repitieron varias veces, incluso vio como la mano del chico se deslizaba por las nalgas de su madre un par de veces sin que ésta hiciera nada por impedirlo.
¿Por que se estaba comportando así? ¿Habia hecho algo mal?
Cuando el chico se fue, Alicia salió detrás, agobiada por la situacion, y le interceptó en la calle.
– ¡Frank! 
El chico se detuvo, pero no se dio la vuelta. Cuando Alicia le alcanzó continuó andando.
– ¿Que quieres? – Preguntó.
– Yo… – No sabía que decir, en ningún momento había pensado en ello. Guardó silencio ybno acabó la frase.
– Si no tienes nada que decir no me molestes, tengo algo de prisa.
– ¡Espera! – Se situó ante él, impidiéndole caminar. – ¿He hecho algo mal? No se por qué te comportas así conmigo…
– ¿Desde cuando te importa como me comporto contigo? Nunca me has soportado.
Alicia bajó la mirada, le gustaría desaparecer, salir de su cuerpo y no escuchar lo que iba a decir en ese momento.
– Es cierto pero… Ya no…
– ¿Ya no? ¿Desde cuando?
– Desde… Desde lo del otro día…
– Cuando, ¿Cuando te tragaste mi lefa? – El chico levantó la cara de Alicia, la obligó a mirarle. – ¿O cuando viste como me follaba a tu madre?
La cara de la chica se puso roja.
– Por favor… Dime que he hecho para que ahora ni me mires…
Frank puso cara de severidad, pero una inmensa satisfacción le embargaba. Estaba esperando que Alicia rompiese la máscara de orgullo que exhibía y fuese ella la que le buscase. 
– Eres una arrogante, siempre lo has sido. Nunca me has soportado y ahora, por que a ti te apetece, ¿Tengo que ir detrás tuya? Las cosas no funcionan así. Puedo tener a todas las zorras que quiera sin despeinarme. En tu propia casa sin ir mas lejos…
Nuevamente esa sensación de indignación y celos embargó a la chica.
– ¿Y que quieres que haga? Dame una oportunidad…
Frank la miró fijamente. Estaba sorprendido de lo rápido que había cedido aunque claro, conociendo como era su madre tampoco debia extrañarle…
– Sólo una. – Dijo. Alicia mostró su sonrisa. – Esta noche iremos de fiesta, según como te comportes veré si has dejado de ser una zorra arrogante.
– No te preocupes. – Contestó Alicia.
– Espero que te lo tomes en serio. Empezando por la ropa de mojigata que sueles llevar. – Diciendo eso, Frank la apartó a un lado y comenzó a andar. – A las once en punto te paso a buscar. No me hagas esperar.
– N-No… A-Adios…
Alicia se quedó en el sitio, algo confusa. Su cabeza estaba hecha un lío, ¿Por que se comportaba de esa manera con aquel cabrón? Hace tan solo unos días le odiaba, pero ahora ejercía sobre ella una fuerte atracción. Pensó en su madre y un atisbo de rabia y remordimiento apareció en su mente, pero lo desechó rápidamente. Estaba decidida.
Un poco antes de las once ya estaba preparada. Se había puesto un vestido negro ajustadísimo que sólo se había puesto una vez por que le parecía demasiado atrevido para ella. Era corto. Muy corto. Solo unos dedos de tela mantenian a salvo su intimidad.  La vez que se lo puso, fue para dar una sorpresa a Gonzalo, y porque no iba a andar por la calle con él, se tiraron toda la noche en una habitación de hotel. 
Se maquilló y se puso un bonito conjunto negro de encaje, sujetador y culotte. No se atrevió a ponerse un tanga con ese vestido. Unas medias de rejilla y unos tacones altos completaban un atuendo que pedía guerra a gritos.
Salió de casa intentando que no la viera su familia cuando vio llegar el coche de Frank.
– H-Hola. – Saludó tímida.
Frank la miró de arriba a abajo.
– Hola. Sientate. 
Y sin decir nada más, arrancó.
P
asaron el trayecto en silencio, Alicia con la mirada baja, con las dudas sembrando su mente. Frank aparcó cerca de un local y rompió el silencio.
– Parece que estás dispuesta a seguir adelante con esto. Espero que te portes bien. Si es así, te aseguro que tu también lo pasarás bien. Dejate llevar y todo saldrá perfectamente. – Salió del coche y abrió la puerta de la chica. Nuevamente la miro de arriba a abajo. – Parece que tenías un fondo de armario mas interesante que la ropa de sosa que sueles llevar… – Guardó silencio durante unos segundos. – Vamos, me están esperando.
– ¿Q-Quien? ¿No vamos solos? – Preguntó Alicia, asustada.
– Si, pero tengo un asuntillo que tratar con mi camello.
El chico se dirigió a un callejón en el que había un enorme negro esperándole.
– Hola, Piernas, ¿Que tal todo?
Saludó al hombre con un afectuoso apretón de manos.
– Genial, y ya veo que a ti también te va bien. – Contestó el Piernas, comiéndose a Alicia con la mirada. La chica se ruborizó e intentó mirar hacia otro lado. Ese vestido la hacia sentirse desprotegida. – ¿Realmente es…?

– Si. – Cortó Frank. – Su hija. – Alicia soltó un extraño ruidito con la boca y miró a los hombres. – Aunque le queda mucho por aprender para ser como su madre.

– Pero ya te encargarás tu de eso, ¿No? – El Piernas se rió de su comentario.
– Si fuese fácil no sería divertido. ¿Has traído lo que te encargué?
– Por supuesto.
El hombre mostró dos bolsitas de plástico al chico que las cambió por algunos billetes.
– Me alegro de verte. – Dijo Frank. – Estaremos en contacto.
El Piernas no dijo nada, solo se dio la vuelta y se fue por el callejón.
– ¿Quien era ese? – Preguntó a Alicia. – ¿Por que hablabais de mi madre?
Frank no contestó. Se limitó a sonreír y entró en el local.
Nada mas entrar Alicia se dio cuenta de que iba a llamar la atención mas de lo que quería. Era un local de musica Funk y el vestido que llevaba llamaba la atención incluso más que normalmente. La hacía parecer una puta.
– ¡Frank! – El grito de una mujer sacó a Alicia de sus pensamientos.
La camarera salió de detrás de la barra y fue corriendo a saludar al chico con un apasionado morreo. Frank rodeó a la chica con sus manos y no perdió la ocasión de manosearle el culo.
Alicia sintió un arranque de celos.
– Me alegro de verte, Mina. ¿Que tal todo?
Alicia observó a la chica, llevaba unos pantalones anchos, de talle bajo que dejaban ver el tanga negro que llevaba, un top cortito, mostrando escote y ombligo y el pelo rubio y corto. Varios piercing adornaban su cara. No escuchaba lo que decían, pero entonces se dio cuenta de que la chica la estaba observando.
– ¿Una chica nueva? – Preguntó. – Es bastante guapa.
– Se llama Alicia. Todavía tengo que decidir si merece la pena…
– Hola Alicia. Soy Mina. – La camarera se acercó a saludar y, sin dar tiempo a ninguna reacción le plantó un húmedo beso en la boca. Alicia no supo como reaccionar ante aquella lengua que la invadía y tardó unos segundos en quitarse a la chica de encima.
– ¿Q-Que haces? – Protestó.
– ¿No ves? Aun está un poco verde. – Se excusó Frank. – Quédate aquí un momento, Ali. Enseguida vuelvo.
Alicia se sentía incómoda, ¿Como había accedido a meterse en ese lío?
– Venga chica, relajate. Mira, vamos a tomar algo, invita la casa.
– No, yo… Yo no quiero nada… – Alicia de planteaba seriamente la opción de irse, pero en seguida tenía un par de vasos de chupito frente a ella y una botella verde.
– ¿Has probado alguna vez el Jager?
– ¿Eh? No… Los chupitos no me suelen sentar bien, así que no los suelo tomar.
– Pues venga, de un trago. – Ante la mirada preocupada de la chica añadió. – ¿Acabas de llegar y ya estas poniendo pegas? ¡Animate!
Y brindando se tomó el suyo de un trago. Alicia la imitó, notando como algo parecido a fuego bajaba por su garganta.
– Aahhhggg. – Se quejó.
– Al principio cuesta, luego le coges el truco. – Llenó de nuevo los vasos. – ¡Para adentro!
Alicia pensó que si seguía así, la noche seria muy corta… Pero imitó a la rubia.
– Es increíble, ¿Verdad? – Preguntó la camarera después de unos segundos. Estaba mirando la botella con aire distraido.
– Yo no lo llamaría así… – Alicia se agarraba la garganta. – Abrasador, mas bien…
– ¿Eh? ¡No, tonta! Me refiero a Frank… 
– Yo…
– Tiene algo… – Cortó Mina. – Absorbente… Su personalidad, su fuerza… Es imposible resistirse…
La chica miraba a la camarera intentando asimilar lo que le decía.
– Y el sexo con él… Buff… Es como una fuerza de la naturaleza…
– Yo… Yo no…
Mina la miró y Alicia pudo ver en sus ojos una sensación extraña. ¿Era compasión?
– ¿No has follado con él?
– Bueno… Mas o menos…
– ¿Mas o menos? En esto no hay medias tintas chica… O si… O no… – Comenzó a acercarse a Alicia. Puso una mano a cada lado de su cuerpo y comenzó a deslizarlas hacia abajo. – Cuando te toca… Cuando te toca puedes sentir que te posee, que eres completamente suya. Sus manos recorren tu cuerpo mientras deseas que no acabe nunca. – Las manos de Mina estaban ya sobre las caderas de Alicia, se había acercado tanto que estaba a pocos centímetros de su cara. Podía notar su respiración perfectamente. – En ese momento podrías hacer cualquier cosa que te pidiese… Venderías a tu madre para conseguir que te hiciese suya…
Alicia se estremeció, ¿Esa mención era casual? Miró a Mina a los ojos, esta se ladeó, vertiendo su aliento sobre el cuello descubierto de la chica, arrancándole un incontrolable suspiro.
– Y entonces viene lo mejor, notas como el monstruo crece poco a poco, lo tocas, lo sientes… Y cuando lo liberas… La maravillosa visión de esa enorme polla… Piensas que no vas a poder, que es enorme, que te va a partir en dos… – Las manos de Mina recorrían el cuerpo de la chica. Ésta recordó esa sensación cuando vio el tamaño del rabo de Frank… Realmente era enorme… – Pero lo deseas, deseas que te parta en dos… Que te taladre… Que te empale…
Mina llevó las manos al culo de Alicia y apretó las nalgas con fuerza, con deseo.
– ¿Eh? – Exclamó Mina, algo confusa. – ¿No te lo dijo Frank? Esto no le va a gustar… 
– ¿E-El que? – Ahora la confundida era Alicia. Empezaba a sentirse algo mareada.
– Chicas, ¿Empezais la fiesta sin mi o que? – Frank acababa de llegar. – ¿Que tal se porta nuestra nueva amiga? – Preguntó a Mina.
– Es muy simpática. Y muy guapa. Siempre has tenido buen gusto.
Alicia se puso algo colorada, le estaba entrando calor.
– Te vamos a dejar sola un rato, preciosa. Vamos a divertirnos un poco, ¿Verdad, Ali?
– Eh… Si, claro… 
Siguió a Frank hacia el centro de la pista mientras se comía la cabeza pensando que podía haber hecho mal. Cuando pararon, Frank se situó ante ella y, sujetándola por las caderas con voz seria dijo:
– Es tu última oportunidad de dar marcha atrás. Sal de aquí y convierte te en una mojigata insatisfecha, o quedare y disfruta.
La chica no dijo nada, miró a Frank a los ojos, recordando las palabras de Mina, notando sus fuertes manos sobre ella. No podía evitar pensar en el estado de excitación en que se encontraba desde su pequeña aventura voyeurista. 
Comenzó a moverse al ritmo de la música. Primero suave, lentamente, casi por inercia. Después, ante la sonrisa de aprobación del chico, comenzó a arrimarse y a marcar mas sus movimientos.
Las manos de Frank pasaron de sus caderas a su espalda y de ahí, bajaron sin preámbulos a su culo.
– ¿Que coño es esto? – Preguntó apartándose de ella.
– ¿Q-Que? – Igual que Mina, Frank veía algo que Alicia no. – ¿Que ocurre?
– Te dije que tendrías que dejar de ser una mojigata, ¿Y traes puestas unas putas bragas?
– E-Es un culotte… Es de encaj…
– Me da igual lo que sea. Si quieres seguir con esto o llevas tanga o no llevas nada. Así que, a no ser que lleves un tanga escondido en el culo solo tienes dos opciones.
Alicia se quedó muda, las lágrimas acudieron a sus ojos, ¿Por que tenia que aguantar eso? Ese cabrón no volvería a verla. Se dio la vuelta y se dirigió a la salida.
Se paró a medio camino a secarse las lágrimas, y al volver a caminar, en vez de a la salida se dirigió al cuarto de baño.
Cuando Frank la vio aparecer con los ojos enrojecidos supo que la noche iba a ser muy divertida.
– Toma. – Dijo secamente Alicia, poniendo sus bragas en la mano del chico. – Y-Ya tienes lo que querías.
Frank se llevó las bragas a la nariz y aspiró.
– Mmmmm. Me encanta el olor a hembra cachonda… Estas caliente, ¿Verdad? Esto te gusta… Te estás comportando como una zorrita y eso te calienta…
Alicia apartó la mirada.
– Llévale esto a Mina y pídele un par de copas. – Dijo, devolviéndole las bragas.

La chica cerró los ojos, respiró hondo y se dirigió a la barra. Sin decir nada, sin mirar a la cara a Mina, le pidió las copas y puso las bragas sobre el mostrador.

– Te dije que no le gustaría. – Dijo, comprensiva. – Pero no te preocupes, en cuanto aprendas lo que le gusta que hagas y lo que no, todo será mas fácil. – Cogió las bragas y, al igual que Frank, se las llevó a la nariz. – No puedes negar que te gusta todo esto, ¿Verdad? – Acarició la mejilla de Alicia, la obligó a mirarla. – No te sientas mal, solo dejate llevar y disfruta.

Después del avergonzante momento de las bragas, todo se puso algo mejor. Las copas volaron y Alicia estaba algo borracha, lo que hizo que se desinhibiera bastante. Estuvieron bailando toda la noche, y las manos de Frank recorrieron entero el cuerpo de Alicia. Ésta estaba cada vez mas caliente, lo que hacia que cada vez buscara más el contacto con Frank, se restregaba contra el, notaba el enorme bulto en su entrepierna y buscaba el contacto.
– Frank… – Balbuceó.
– ¿Que pasa?
Alicia se lanzó al cuello de Frank, devorándolo, casi no era capaz de controlar sus actos, se dejaba llevar por el deseo. Apenas fue consciente de salir a la calle e introducirse en el callejón donde hablaron con el piernas.
– ¿Quieres que te folle, Ali? ¿Quieres que acabe lo que empezaste el otro día? – La mano de Frank se deslizaba bajo el vestido y exploraba el empapado sexo de la chica.
– Frank… No aguanto más… Necesito…
– ¿El que necesitas? ¿Eres una zorra y necesitas polla? ¿MI polla?
– Si… Por favor…
– Dilo.
– ¿El que?
El chico la miró fijamente en silencio, dejando de masturbarla. Alicia movía las caderas buscando de nuevo el contacto con el chico.
– …Soy… Soy una zorra y necesito polla…
– ¿Que polla?
– Tu polla… Por favor…
Frank sonrió pero, en vez de lanzarse sobre ella se aparto y se acercó a un contenedor. Sacó un pequeño espejo y una bolsita y, en unos segundos, se estaba metiendo una raya de coca.
– Toma, aquí tienes la tuya. – Dijo a la chica. – Venga, te gustará.
Alicia, confundida, borracha y con una sola cosa en mente se colocó frente al espejito, dudando. La mano de Frank se introdujo en su entrepierna y comenzó a masturbarla de nuevo.
– Vamos zorrita, no tienes mas que aspirar.
Alicia estaba comenzando a gemir. Se agachó y, sin pensarlo mucho, esnifó entera la droga que tenia enfrente. Dolía. Le dolió la nariz, le dolió la cabeza y le dolió su orgullo. Nunca había probado las drogas, y ahí estaba ahora, a merced de aquél negro que hasta hace tan poco odiaba.
– Eso es, zorrita, ahora vamos a pasarlo bien.
Frank comenzó a besar el cuello de Alicia desde atrás, mientras restregaba su paquete por el culo de la chica. Los gemidos de Alicia cada vez eran mas audibles. Rápidamente comenzó a notar como el efecto del alcohol desaparecía de su cabeza gracias a la coca, pero el ansia por el sexo seguía ahí. Incluso mas fuerte que antes.
Se giró y se arrodilló ante Frank, apresurándose en liberar a la bestia que la esperaba. Miró a los ojos al chico mientras intentaba devorar aquella enorme polla. Le entraban arcadas pero no le importaba. La saliva se acumulaba en su boca y en la polla del chico, y escurría por su barbilla. Un pequeño hilillo de sangre salia de su nariz.
– Para ya. Quiero follarme a mi zorra.
Alicia se levantó inmediatamente, estaba nerviosa. Nerviosa y cachonda.
Frank levantó el vestido hasta las caderas y la obligó a inclinarse sobre el contenedor. La agarró del pelo, obligándola a levantar la cabeza y comenzó a penetrarla sin prisa pero sin pausa.
Los gemidos de Alicia dieron paso a pequeños grititos de dolor. Era enorme.
– No pares… – Decía. – Fóllame, párteme en dos… Fóllate a tu zorra.
Al oír esa palabra, Frank metió lo que restaba de su polla hasta el fondo y comenzó a bombear frenéticamente.
Los gritos de dolor de Alicia se tornaron nuevamente en gemidos mientras la sobrevenía un orgasmo tras otro. Por su ahora lucida mente pasaba un pensamiento tras otro. Se acordó de Gonzalo, pensó que había estado completamente equivocada toda su viva con respecto al sexo. Lo que tenía con el no era sexo, era un juego de niños comparado con ESTO.
Podía notar como la polla de Frank forzaba las paredes de su coño con cada embestida, como sus huevos chocaban contra ella. Se acordó de su madre, volvió a verla apoyada sobre el sofá, recibiendo el mismo tratamiento que estaba recibiendo ella en este momento.
 
Se sintió sucia. Se sintió zorra.
Se sintió SU zorra.
– ¿Te gusta puta? ¿Te gusta que te reviente?
– Mmmmm Siiiiii Ufff… Fóllame cabrón, no paressss.
– Eres igual que tu madre, remilgada al principio pero luego toda una puta. ¿No es así zorra? – Alicia casi no podía articular palabra. – ¡Contesta! – Ordenó, tirando más fuerte del pelo.
– ¡Sí! ¡Si! ¡Soy una zorra! ¡Soy una puta!
– ¿Como quien?
– ¡Como mi madre! ¡Soy una zorra como mi madre! ¡Soy tu zorra como mi madre!
Mientras decía esas palabras una enorme corrida le llenó las entrañas. Sentía perfectamente los espasmos que tenía la polla al descargar dentro de ella. Frank se apretó contra su culo y la penetró lo más profundo posible, soltando gemidos de placer y desahogo. Alicia se derrumbó sobre el contenedor jadeando, estaba agotada.
– No te relajes mucho, ¿Piensas dejarme así?
Frank agarró su polla y la sacudió ligeramente, dando a entender a la chica lo que quería que hiciera. Ésta, obediente, se arrodilló sobre el chico y comenzó a lamer el rabo hasta dejarlo limpio. Se levantó y se apoyó en la pared, le temblaban las piernas, nunca se había sentido tan satisfecha. Notaba como el semen comenzaba a resbalar por sus muslos. 
– Espero que hayas disfrutado de la experiencia, zorra, por que va a ser la primera de muchas. Anda, pasa al servicio y limpiate un poco, no vas a subir así a mi coche.
Alicia le hizo caso y avanzó tambaleándose. No quiso mirar a nadie en el local, pero le dio la impresión de que Mina sonreía con la mirada fija en ella.
Se miró en el espejo. Tenia el rímel corrido y estaba despeinada, el vestido estaba descolocado y seguramente todos en el local la habían visto el culo. Parecía una verdadera puta.
Por un momento, en su reflejo vio a su madre en vez de así misma. Apartó la mirada. ¿Habria pasado por algo similar? ¿Se sentiría igual que ella ahora mismo?
Se sentía tan sucia…. Tan zorra…
Tenía la cabeza embotada por el alcohol y las drogas pero se sentía tan… bien…
————————-
– Ya hemos llegado. – Dijo Frank cuando llegaron a casa de Alicia. – Dentro de poco me pasaré por aquí otra vez, no me gusta dejar a mis zorritas desatendidas. – Alicia agachó la cabeza y se sonrojó. – Me encanta. Tres zorras viviendo bajo el mismo techo.
“¿Tres?”
– No metas a mi hermana en esto. – Replicó Alicia. No fue consciente de que con ese comentario aceptaba su condición y la de su madre.
– ¿Tu hermana? – Frank la miró sonriendo, cadí riéndose. – No tenías ni idea de quien era tu madre y no tienes ni idea de quien es tu hermana.
– ¡He dicho que no te acerques a ella! Por… Por favor… – Añadió, cuando se dio cuenta de que había elevado demasiado el tono.
– Tu hermana es mayorcita, y tiene perfectamente claro lo que quiere y deja de querer. Preocupate de ti misma y dejate de rollos… Anda, baja del coche.
Alicia bajó y Frank se fue. Se quedó unos segundos parada en la calle antes de entrar en su casa, intentando no despertar a nadie. Se quedó mirando la habitación de su hermana, pensando en las ultimas palabras de Frank, pero no le dio demasiadas vueltas. Estaba agotada y se fue a dormir enseguida.
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Relato erótico: “El turista español”(POR LEONNELA)

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El olor a esencia de canela se esparcía por el  pequeño puerto fluvial, en su muelle se atrancaban gráciles lanchas que surcaban el corazón mismo de la amazonia ecuatoriana. El murmullo del rio se mezclaba con las cantarinas voces de los turistas, que invadían las tiendas de artesanías, los restaurantes de comida típica, y la playa de arena blanca que llamaba al regocijo.
Los promotores turísticos seguían las pisadas de los visitantes, ofertando  paquetes que incluían  excursiones a la profundidad de la selva. No era tarea complicada persuadir a los extranjeros, ya que habituados a vivir entre rascacielos de concreto, difícilmente se resistían al encanto de la  naturaleza en estado puro.
 Nuestra empresa familiar, La agencia  Kichwas,   ofrecía paquetes integrales que incluían hasta 7 días   de recorrido  por la amazonia,  siguiendo  la  ruta de las cascadas, de los petroglifos y al sur la gran ruta del oro y los deportes de riesgo, toda una belleza natural por explorar; digna región de un país, que ha sido nombrado, el destino verde del mundo.
A las 8 de la mañana, habíamos reunido  21 turistas independientes, y dos grupos adicionales de 35 personas, reclutadas por uno de los hoteles con quienes comisionábamos. El día prometía, prometía mucho.
 Mi padre organizaba a los guías asignándoles las lanchas y los recorridos, mientras una de sus asistentes brindaba información  a los curiosos turistas, que se detenían en las puertas de nuestra oficina,  atraídos por la danza autóctona de una hermosa indígena, que con su piel morena y sus movimientos sensuales, hechizaba a los extraños.
Todo iba perfecto, en breve zarparíamos. Tomé  mi mochila, me coloqué las botas de caucho y el sombrero que me protegía del inclemente sol oriental. Estaba acostumbrada a esos trajines, a cargar   costales con provisiones, a organizar grupos y dirigir mi lancha por aquel horizonte que había curtido mi piel mestiza de un tono dorado, distinto muy distinto, de aquel matiz blanco  sonrosado,  de la mayoría de aquellos turistas europeos que relucían como perlas entre nuestros cuerpos morenos.
En cuestión de minutos, un grupo de 16 personas subíamos a bordo de la pequeña chalupa, que cargada de provisiones, como una niña traviesa se agitaba sobre las aguas;  rápidamente agarré al timón, y  Raimi el guía alterno, estratégicamente  se tumbó junto a los turistas. El muchacho era un encanto y en  breve al igual que la selva los tenía cautivados.
De rato en rato las risas rompían el silencio, ésa era la mejor señal de integración y la premonición de una gran travesía. La pachamama auguraba un buen viaje, el inti sol también se mostraba benefactor  y  el espíritu del viento agitaba  las palmas  en señal de bienvenida, como si la selva se alegrara, de que hombres extraños penetraran  su tibio vientre.
Escuchaba las voces de la madre tierra interpretando sus señales, cuando la brisa a más de agitar mi larga cabellera oscura, levantó un aroma  masculino,  que llegó a mi nariz casi al mismo instante en que la calidez de una palma se posó suavemente sobre mi hombro.
_Me gustaría intentarlo, señaló  con entusiasmo, nunca he maniobrado una embarcación, menos aún con una auténtica amazona a bordo…
La  frase había sido pronunciada en un perfecto español, con acento extranjero.
Volteé y me encontré con unos  ojos ladinos de  color claro, que inexplicablemente bajaron a mis labios, sonreí y volví a fijar la vista en el horizonte.
_Nunca  pongo en riesgo a los tripulantes, respondí con serenidad_ pero quizá podría darte una pauta para guiar el timón;  siempre y cuando Nina no se enfade.
_Perfecto, pero… quien es Nina?
_Nina es mi barca, su nombre en  quichua significa fuego, la pequeña está acostumbrada a mis manos, así que  temo que no le agraden las de un extraño.
_Jajaja despreocúpate amazona, Nina me amará, al igual que vosotras también mi esencia es el fuego, respondió  retirando su mano de mi hombro y posándola con suavidad en la curva de mi  cadera.
_Hummm eso está por comprobarse, ya veremos la reacción de Nina…pero por el momento, no te fíes de nosotras, que tanto mi barca como yo, somos peligrosas murmuré en un tono chispeante más que amenazador.
Sonrió abiertamente.
_Debo reconocer que además sois un encanto, lo que sin duda, os hace doblemente peligrosas…
_ Buen intento de halagar español, pero más vale que guardes distancias, las amazónicas no dudamos en cortar orejas o cercenar cabezas, cuando alguien   se toma libertades con nosotras, advertí apartando su mano traviesa de mi cuerpo
_Jajaja cortarme la cabeza, por una mano en tu cadera???? Joder!! Que sería entonces si agarrara tu …
_Mi culo? Inténtalo español, pero debo advertirte que nunca falta una navaja en mi bolsillo y no tienes idea de cuantos usos le puedo dar pronuncié entre divertida y amenazante
Sonrió dejando ver unos dientes blanquecinos tan brillantes como su mirada al responder:
_Hummm contigo me arriesgaría a todo, si en lugar de que me cortaras la cabeza….me la chup…
_Cómo te atreves !!…, que el espíritu de los shamanes  te dé una noche intranquila y te robe vigor sexual
_Jajaja lo siento amazona, me acaba de traicionar el subconsciente;  lo que trato de decir desde hace rato, es que  sueño con navegar, y al parecer el destino ha querido que sea en tu tierra
_El destino siempre es sabio español, en ésta tierra no podrás hallar mejor nauta que yo, así que deberías agradecer a tu Dios nuestro encuentro.
_Jajaja mujer, definitivamente es fascinante tu humildad
_La modestia es  tan solo es una de mis múltiples virtudes, extranjero. Respondí con media sonrisa
_Hermosa, altiva y provocadora, un licor que merezco catar
_Osado, cínico y malicioso, un veneno que no se me antoja probar…
Nos miramos fijamente unos segundos, como si midiéramos fuerzas, pero inmediatamente su ceño se suavizó, dando paso a una sonora carcajada
_Jajaja de verdad no se te antoja probar mi veneno amazona?…porque veo tus ojos chispeantes y tus pezones endurecidos tensando la blusa
_No seas iluso español, tan solo es  el efecto de las caricias del viento,  por si no lo sabias, aquí en la selva la brisa tiene manos y el viento labios… pero reconozco que  eres audaz, ya veremos si con Nina das la talla…
_Con Nina no lo sé,  en esas lides soy un principiante, pero contigo mujer, hizo una pausa para morderse el labio _de seguro, excedo  tus más altas expectativas, así que  por tu bien deja de provocarme susurró detrás de mi oído causándome un respingo
_Jajaja alucinas español, pero  si tuviera intenciones de seducirte,  te  aseguro… volteé a mirarle de soslayo_que me sobran armas para hacerlo…
_Mmmm eso que haces, en España o en el fin del mundo, tiene nombre y apellido: se llama coquetear…seducir…provocar…
_Jajaja interpreta lo que gustes español, pero si quieres aprender a navegar, tendrás que someterte a mis reglas y eso incluye, morder tu lengua viperina.
_Joooo mi lengua a más de viperina, es una experta exploradora, el destino permita que lo compruebes……pero venga, por el momento acepto tus condiciones y la mantendré controlada
_Haces bien español, porque mi navaja es de pocas pulgas y ya clama por darte una lección
_Así? Pues te  aseguro  amazona, que mi “espada” también ansía dar batalla, susurró con malicia
_Es una pena español, pero aquí en la selva, murmuré bajando la vista a su bragueta  _  a  cualquier cuchillo no se le dice espada, ni a cualquier gato se le llama tigre
_Jajaja lo que realmente da pena, es que siendo una amazona, tu instinto no distinga buenas armas, ni buenos cazadores… pero vamos, al menos eres una buena navegante con eso tengo bastante…. por cierto, navegar debe ser como conducir un coche no? preguntó alivianando la charla
_Mmm se puede decir que en algo se le parece…lo primero es cumplir la primera regla: adoptar una posición correcta para…
No acababa de terminar la frase, cuando sentí  su pecho contra mi espalda y su pelvis apretándose suavemente contra mis glúteos. Tensé mi cuerpo perturbada por la cercanía, pero el excursionista con naturalidad cruzó sus brazos, ubicando sus manos  sobre el timón, dejándome atrapada entre la máquina y su cuerpo
_Listo para la primera clase amazona…desde este instante, estoy bajo tus dominios
Me ericé, su  frase  sonó juguetona, el contacto tibio, la sensación inquietante. Indudablemente me alteraba aquel osado turista, me incitaba su desparpajo, pero opté por separarme  los escasos centímetros que  era posible.
El extranjero percibió mi vacilación y antes de que pudiera decir algo, sagazmente añadió:
_Primera regla de navegación: adoptar una posición correcta…listo!!!
_Estás excesivamente cerca, señalé controlando mi turbación, _no es una posición adecuada para…
_Para navegar sí, susurró detrás de mi oreja_ pero si se tratara de otros  propósitos, definitivamente podríamos hallar mejores posiciones…
Me mordí el labio excitada, pero no di tregua a sus insinuaciones.
_Por lo visto se te olvida que traigo una navaja en mi bolsillo…
_Y a ti se te olvida, que mi arma es una espada…
_Jajaja cuídala español, no sea que te la muerda una piraña o te la cercene una amazona
 _Hummm! qué manera  de paralizar mi imaginación… y que conste, que  la culpa es de vosotras, que sois  exuberantes por donde se las mire…respondió acercándose una milésima más hasta rozar la redondez de mi trasero.
Su descaro me causo gracia pero  evité responderle. Algo había de razón en lo que decía, las  amazónicas no somos precisamente estilizadas, la madre naturaleza nos a provisto de carne, de formas sinuosas y de fuego en la piel…
_En breve empezaremos una zona de aguas turbulentas, sujeta el timón que  iré ayudándote a guiarlo.
_ Joder!!!!!! esto está de putamadre!!!
Bajo mi dirección fue realizando maniobras que permitían que la lancha se izara por encima del revoltoso oleaje,  provocando sus gritos de júbilo que afortunadamente eran tragados por el ruido del motor. A medida que tomaba el control de la embarcación,  su cuerpo delgado caía lentamente sobre el mío, causándome una sensación inquietante, que recorría mi cuello, atravesaba mi espalda, y se aventuraba en mis caderas, haciéndome desear aún más cercanía…
Nos quedamos largo rato así, muy juntos, con la mirada perdida en el horizonte, disfrutando del aroma del bosque, del verde de la ribera, del contacto inevitable de nuestras manos y de ese corrientazo en el cuerpo consecuencia de nuestra proximidad.
_Mujer, el aire se percibe distinto aquí, huele a…. no sé cómo definirlo
Huele  a selva, español, a pureza, a naturaleza viva
Sí amazona, pero también a fuego, a piel y a pasión…
El sorpresivo grito de Raimi a nuestras espaldas acabó con nuestros instantes de tregua
_Dayuma!!,..Puedes ayudarme con la exposición de las rutas? preguntó en tono seco
Levanté la mano en señal afirmativa,  y dirigiéndome al extranjero murmuré:
_Mi compañero es un buen navegante, hablaré con él para que tu aprendizaje no concluya aquí
_Gracias guapa, pero con tu compañero definitivamente la clase nunca sería igual, por cierto, soy Santiago, para lo que gustes…  añadió bajando la mirada  a mi escote  y deslizando su índice entre el borde de la blusa y la  curva de mis senos
Me estremecí para su total satisfacción y  antes de que pudiera reponerme, con una sonrisa fresca murmuró:
_Coño!! Solo retiraba esta hilacha de tu blusa, pero como me miras tan feo, la devolveré a su lugar…
 De forma intencionada volvió a rozar  mis senos, sonriendo encantadoramente. Su desfachatez me paralizó, pero lejos de indignarme, contra mi voluntad sonreí.
En breve, Raimi tomó mi lugar en el mando para que pudiera reunirme con  el resto de extranjeros.
 Durante un buen tramo expuse las rutas del recorrido, los potenciales turísticos de la zona, además de entretener a los turistas con nuestras historias ancestrales
Una vez despejadas  las curiosidades del grupo, me arrimé contra la barandilla y eché mano a mi cantimplora
_Bebe español, es un energizante natural vas a sentir como tu cuerpo revive
_No querrás envenenarme verdad?
_Lo mereces pero solo es guayusa, nuestra bebida tradicional, acostumbramos brindarla a los visitantes en señal de bienvenida; todos te la ofrecerán, pero no bebas mucho de ella porque la  leyenda dice que quien la bebe, forma lazos con la selva y ésta un día le obligará a volver…
_Joder!!!
._Quita esa cara  de susto, que solo es una leyenda!
_De hecho no me asusta la leyenda, pero tropezar de nuevo contigo sería un riesgo que no me gustaría correr murmuró guiñándome un ojo
_Vaya que eres un encanto respondí sarcástica.
_Tanto como tú añadió sonreído.
Poco después recomendé a los turistas que procuraran descansar, algunos viajeros se acomodaron  en sus equipajes, otros formaron cadenas   arrimándose unos contra otros; yo tenía intenciones de acompañar a  Raimi, pero aquel turista de acento español me detuvo.
 _Venga niña, que te haré un puesto, señaló acomodando su mochila de forma que pudiera recostar  mi cabeza en ella.
Dudé un poco, pero terminé tumbándome a su lado. Entonces pude ver más que sus inquietos ojos claros.
Por su apariencia tendría algo más de treinta años, era alto, delgado y de  piel muy blanca. Usaba  una camiseta   ajustada  y unos pantalones artesanales que marcaban sus muslos y genitales. Unos mechones castaños caían sobre su frente y pese a llevar una barba de varios días, se le veía imponente. Nariz recta, labios apretados y  unos ojos  camaleónicos que pasaban del color miel al verde claro.
Debo reconocer que  me embrujaba su mirada, incluso a momentos comparaba el verde miel  de sus ojos españoles, con el verde profundo de mi selva misteriosa, ese verde mágico que cautiva, al igual que esos hermosos ojos extranjeros.
_Que parte de mi  ha hecho chispear tu mirada Dayuma? No has dejado de contemplarme, preguntó con una amplia sonrisa
_Jajaja español, no sé  si es más aberrante tu descaro o tu vanidad!!
_Aberrante amazona, aberrante es tu belleza…_susurró, pasando sus dedos por mi mejilla
_Estás en el nuevo mundo español, en la selva la naturaleza es caprichosa con nuestros rasgos respondí deslizando la mirada hacia sus labios
_Caprichosa? yo diría que contigo ha sido,  en exceso  generosa, respondió dibujando con sus ojos mi silueta.
El extranjero exageraba, pero me limité a sonreír.
El recorrido duro varias horas,  entre charla y charla  me enteré que venía de la madre patria a través de  un programa de intercambios culturales,  gracias al cual había permanecido cuatro meses en la capital,  y que precisamente ésta era su última travesía en el país.
La brisa y la buena compañía bendijeron el viaje, y al cabo  de una larga plática, el sueño producto de haber descansado pocas horas se hizo evidente en un par de bostezos.
Casi no tuve conciencia de cuánto  tiempo me quedé dormida,  pero cuando desperté  me percaté que estaba acurrucada en su costado. El  permanecía de lado con su brazo cruzado   por encima de mi cadera y sus dedos jugueteando con las presillas de mi pantalón; a momentos deslizaba su mano acariciando mi espalda, para luego desplazarla  hacia abajo, rozando disimuladamente los limites de mis caderas.
 Era excitante el ligero jugueteo de sus yemas en mi piel, pero era  aun más excitante disfrutar sus caricias en silencio. Gracias a los estímulos mis pezones se endurecieron y una ola de deseo formada en la profundidad de mi vientre amenazaba con arrasar  mi resistencia,  como cuando el cielo salpica de  lágrimas  los campos y las inundaciones despiadadamente arrasan nuestros cultivos.
Pese al verano la inundación había llegado, se desataba en mi cuerpo y fluía por mi sexo…
Fingiendo estar adormecida,  giré y el extranjero aprovechó mi movimiento para ajustarse contra  mí. Sentí su aliento, el calor de su piel, la tibieza de su pelvis, e incontrolablemente mi corazón empezó a acelerarse.
No me atreví a abrir los ojos, no sabía si alguien nos miraba o al igual que nosotros los viajeros descansaban, solo tenía conciencia, de que mi cuerpo agradecía su cercanía. Quizá por eso no dije nada, cuando su mano lentamente se deslizó desde mi cadera hacia mi vientre, desde mi vientre hacia mi abdomen, desde mi abdomen en pequeños círculos hasta bordear mis senos…
Un nuevo movimiento, un nuevo roce,  una palma arriesgándose a tocar  mis senos, un par de dedos rastreando mis pezones; me moví inquieta, tan inquieta como mi alocado corazón.
El cielo sabe que  no acostumbraba a involucrarme con los turistas, pero incomprensiblemente estaba dejando  que aquel extraño  me tocara,  que sus yemas jugaran con mis pezones provocándome placer, sin embargo después unos breves instantes de euforia  simulé despertar. Inmediatamente  dejó de acariciarme y nos quedamos silenciosamente entrelazados, sintiendo tan solo como nuestros corazones recuperaban su ritmo.
Minutos después la quilla se detuvo en una amplia playa nacarada, unos metros al interior, en medio de cedros se divisaba  un nido de cabañas hechas de guadua y paja toquilla, viviendas típicas de los pueblos nativos
_Primer punto del recorrido gritó Raimi, animando a los turistas a bajar_ contacto con la comunidad quichua
El viaje nos tenía hambrientos y luego de consumir platos autóctonos, realizamos varias actividades, en las que  compartimos las costumbres y la cultura de los pueblos amazónicos
Al siguiente día exploramos el valle. Durante un par de días realizamos un recorrido por ríos con rápidos y remansos, cavernas, petroglifos, cascadas, centros de rescate natural, vestigios arqueológicos etc. Las voces de júbilo se transformaban en expresiones de asombro a medida que  los viajantes captaban con sus cámaras la biodiversidad natural, desde la tímida belleza de una orquídea, hasta los imponentes  arboles de madera fina; desde la danza grácil de un colibrí hasta la asesina mirada del jaguar.
Durante el  viaje de aventura era inevitable que nuestras miradas se cruzaran, su fenotipo europeo encandilaba mis ojos y  quizá  justamente por ser  diferentes, a él le atraían  mis rasgos exóticos y mis carnes morenas, sí, las morenas carnes de una mestiza que alegraba su viaje.
En uno de nuestros puntos de pernoctación  como parte de un espectáculo recreativo, realizamos una exhibición   de música y danza autóctona; como de costumbre Raimi y yo formamos parte del grupo de danzantes.
Santiago me miraba fascinado,  me había quitado mi traje de guía y lucía uno étnico que resaltaba mi cuerpo sinuoso. Un brasier hecho de pieles apenas cubra mis aureolas, y  un taparrabos adornado de mullos  cruzaba en mis caderas, dejando  a la luz mis muslos desnudos. Adornos de plumas y cadenas completaban el atavío, que permitía que al son de las flautas y los tambores los danzantes ejecutáramos nuestros movimientos. Mi larga cabellera ondulada seguía mi ritmo sensual y mis grandes ojos cafés se clavaban en el extranjero.
Ninguna presentación me había causado tanta adrenalina, quizá porque pese a haber  danzado para tantos turistas, no había sentido antes que mi cuerpo se movía para uno solo,  para aquel español cuyos ojos claros,  naufragaban en mis caderas. Los demás viajeros se unieron a la danza, pero  Santiago seguía arrimado en la  pared de caña, con un gesto que fácilmente se podía interpretar como: coño!!! qué mujer!!!
_Eres el único que no participa, no te gusta nuestra  danza? pregunté acercándomele
_Guapa no deberías preguntar eso, sabes perfectamente que no he quitado los ojos de tus caderas, es  más, me atrevería a decir que vale la pena cruzar el  Atlántico por bailar contigo señaló  deslizando la vista hacia mis muslos
_Jajaja es el piropo más exagerado que he escuchado!!  y lo más gracioso es que  dices que vale la pena cruzar el océano,  cuando me tienes a un par metros y  no has hecho el mínimo intento por bailar conmigo
_Venga tienes razón, pero es que  en éste momento, bailar no es precisamente lo que se me antoja contigo…murmuró con una media sonrisa que me electrizó de pies a cabeza
Se incorporó y me apretó contra su cuerpo de forma que mis pechos morenos se aplastaron contra su torso. Todo parecía indicar que sus labios se escurrirían desde mi mejilla hacia mi boca, pero Santiago intencionalmente demoraba el beso, que yo me arriesgué  a buscar….
Con sutileza besé la comisura de su boca, para luego deslizar mis labios a su oído, susurrando:
_Quiero beberte español…quiero beber todo tu veneno…
No esperé su respuesta simplemente le besé, introduje mi lengua en su boca, disfrutando de su sabor extranjero. Sus manos  se escurrían en la redondeada forma de mis caderas provocándome estremecimientos, mientras nuestros sexos en un cálido contacto  inventaban movimientos lentos y sensuales. Poco a poco el rumor de los tambores se fue callando dejándonos con el cuerpo caliente y las ganas a medias.
Una vez concluida la fiesta, Raimi aprovechó para  para indicar que tendríamos que pernoctar  a la usanza indígena, por lo  que no dispondríamos de  habitaciones por separado, sino que tendríamos que repartirnos en dos cabañas   y acomodarnos  al estilo cama general.
Raimi salió con su  grupo, mientras yo me mantuve al frente del otro. Colocamos varias esteras juntas, y sobre ellas pusimos colchones de ceibo que permitían cierta comodidad, de igual forma distribuimos frazadas y pedí a los turistas que  se acomodaran como bien les pareciera. Algunos vencidos por el baile y las bebidas fermentadas, cayeron rendidos inmediatamente.
 Generalmente solía recostarme apartada de todos, pero sentí claramente en el otro extremo la mirada de Santiago invitándome a ir a su lado. Lo que el destino quiera me dije, y sacando una  camiseta de mi mochila, salí de la cabaña a cambiarme.
Acababa de acomodarme la camiseta, cuando noté que alguien   estaba sentado en la escalerilla de la cabaña.
_Santiago eres tú?
_No Dayuma, soy Raimi
_Qué se supone que  haces aquí? me espiabas ??
_Solo me fumaba un cigarro. No necesito espiarte… en la fiesta  has mostrado más de lo que hubiese querido ver
_Raimi yo…
_No digas nada mujer, solo escúchame un momento. Crecimos juntos en medio de nuestra selva, tenemos raíces aquí, que  unen nuestros destinos. El extranjero en un par de días se irá dejándote el corazón roto…solo piénsalo, piénsalo mujer. Sin decir más, salió en dirección de su cabaña.
Me tumbé contra la pared, Raimi tenía razón, el español se iría en unos días, dejándome sedienta de  besos y hambrienta de  sus caricias. A veces es tan difícil distinguir lo que nos conviene, a veces una se arriesga por nada, pero hay ocasiones en que definitivamente  no importa el futuro, tan solo esos minutos de felicidad que logramos robarle a la vida, después, después nos quedan los recuerdos y puta madre!!! que esos nadie nos los quita.
Me quedé largo rato contemplando las estrellas, resistiendo el embrujo de esos ojos españoles. Cuando entré a la cabaña, reinaba el silencio;  ya habían apagado el mechero, así que gracias a la luz de la luna que se filtraba por las rendijas de choza, entre sombras pude divisar los cuerpos de los turistas descansando en las esteras y la imponente presencia del español, tumbado contra una de las paredes.
Caminé por detrás de los viajeros hasta media habitación, Santiago completó el recorrido  aproximándose, hasta que nuestros cuerpos quedaron apretados y nuestros labios a punto de un beso. Todas mis dudas se esfumaron en el primer roce de nuestros labios, al segundo, mis brazos se colgaron de su cuello…
_Amazona, mi indomable amazona, has disfrutado  provocándome estos días…
_Solo he seguido tu juego español, no es mi culpa que tu debilidad te ponga al borde de mis redes, susurré mordiendo su oreja
_Jaja hermosa aun no sabemos quien está por caer en las redes de quien…alegó apretando mis pezones hasta hacerme soltar un gemido
_Humm no…nno estaría mal averiguarlo gimoteé restregándome en su sexo
_Aunque corras el riesgo de perder? preguntó deslizando las manos a mi trasero
Como respuesta volví a prenderme de sus labios; los besos eran intensos, calientes, húmedos, tan húmedos que no solo nos deleitábamos en explorarnos con la lengua, sino que intercambiamos abundantemente nuestra saliva.
_Abre la boca, bébeme, bébeme amazona…
Nunca había intercambiado líquidos de esa forma, nunca tan abundante como para que la saliva fluyeran de boca a boca en un juego que me resultaba morboso, aquello que en otras circunstancias me hubiera parecido repulsivo,  ese momento me excitó tanto  que yo misma llevé sus manos dentro de mi camiseta…
_ Dayuma..Dayuma contigo hasta  perder tendría sabor a ganancia…  esta bien así? preguntó estrujando mis senos_ o prefieres que me las coma?
Ahhh…Santiago…sigue…sigue…
_Responde provocadora!! quieres que te manosee las tetas o prefieres que te las chupe?
_Ahhh depende español,  depende de lo que quieras que… yo haga aquí,  respondí apretando sus genitales
_Ohh mujer…
Me puse de rodillas dispuesta a todo. Sus largos dedos españoles se enredaron en mi  cabello mientras  decida le quité los pantalones. Sin pensarlo dos veces deslicé mi lengua desde sus testículos hasta el glande, provocándole gemidos entrecortados que se confundían con las respiraciones pausadas de quienes descansaban a nuestro lado.
 Alcé la vista, en la semioscuridad pude notar sus pupilas clavadas en las mías y sin dejar de mirarle inicie la succión de su miembro. Me Introduje el glande y lentamente su órgano fue desapareciendo en mi boca, en constantes subidas y bajadas. Cuando su cuerpo parecía querer alcanzar la cima del placer, dispersaba la estimulación bucal a  sus testículos, succionándolos con suavidad, a la vez que con mi mano imponía un ritmo que hacía que su miembro debido a la excitación segregara gotas de humedad.
Profundas arremetidas junto al potente balanceo de su pelvis ocasionaban que el placer desfigurara su rostro como si con cada embestida presintiera la llegada de un orgasmo.
_Ohh mujer para…para…estoy por correrme!!
No me detuve pero bajé el ritmo , como una anaconda me enredé en su cuerpo, dejando un rastro de saliva desde su vientre hacia su clavícula, para luego descender por sus costados restregando mis senos en su piel.
Incitada por las imparables caricias que me daba, escupí sobre su miembro para acunarlo entre mis senos, de forma que la humedad le recordara  a mi coño. Constantes movimientos le robaban el aliento y breves minutos después su cuerpo se tensó, me sujetó de los cabellos agitando fuertemente la cadera contra mi boca y en medio de gemidos placenteros vació sus entrañas dentro mío…
_Sobradamente satisfecho, verdad? Murmuré burlonamente mientras saboreaba mis labios
_Jajaja ni follando  dejas de ser engreída, señaló abrazándome por la espalda _definitivamente debería darte una lección, por donde quieres que empiece: tetas, coño o …culo?
_Uffff eres un…
_Un cabronazo que te tiene con ganas no? susurró inclinándose a succionar mis senos_mira nada mas como se te endurecen los pezones
_Ahhhh…Santiago…
_Y qué tal si revisamos el coñito? mmm justo como lo imaginaba, húmedo y  caliente
_Húmedo, caliente y en exceso necesitado de tí …fóllame español!!  quiero que me folles!!
_Así me gustas, bien dispuesta a gozar…te gustaría sentarte aquí? preguntó agitando su miembro_ quieres probar polla española?
Mis gemidos se multiplicaron, la crudeza de sus expresiones junto con el riesgo de que alguien pudiera sorprendernos, me tenía con el deseo a flor de piel, además de húmeda y ansiosa por copular
Me senté sobre su pelvis abrazándole con las piernas, nuestros bocas se juntaron nuevamente en besos desesperados, sus labios recorrían mi cuello, mis  senos y sus caricias terminaban en la profundidad de mi caderas, mientras incendiada de pasión me restregaba sobre su sexo.
No resistí más, hice a un lado la tanguita y yo misma busqué la penetración, con movimientos lentos fui introduciéndola poco a poco, permitiendo que mi orificio se expandiera para recibirla completa. Una vez adaptada, dejándome llevar por mis instintos, como toda una amazona le cabalgué hasta el agotamiento. Mi  melena  se agitaba al ritmo de mis senos y aquellos hermosos ojos españoles, penetraban mis pupilas tan profundamente, como su estaca en mis entrañas…
El dios del fuego se movía en mi vientre y el espíritu de  mil demonios entre mis muslos; vencida por mis propias ganas de guerrear di un último sacudón, que me empujó a la gloria en medio de incontrolables espasmos.
Agotada me refugié en brazos  del español, con ternura acariciaba mi espalda dando lugar a que me repusiera. Al incorporarnos me acarició  los senos y cuando caí en cuenta, ya estábamos besándonos nuevamente con desesperación.
Me arrinconó contra la pared obligándome a sujetarme  de los travesaños; la inclinación de mi cuerpo hacia adelante  permitía que su miembro vagabundeara entre mis labios, a la vez que con sus dedos estimulaba mi clítoris. La sensación era de absoluto placer, más aún cuando inclinándose deslizó su lengua desde los pliegues de mi vulva hasta estrecho canal de mi esfínter. Con pasmosa paciencia cubrió de besos mis genitales, y cuando creí que tocaba el cielo, me agarró de las caderas y con toda la potencia hundió  su  armamento en mi interior.
Después de aquello placer solo placer; su verga entraba y salía de mi coño sin compasión, fuerte, duro, en total compás con el ritmo de mi calentura; mis demonios internos volvieron poseerme y apretando mis carnes me dejé coger a profundidad.  Era imposible aguantar más, mis muslos perdieron fuerza mientras explotaba en un fuerte orgasmo. Casi al instante  los dedos del español se clavaron en mis caderas y en medio de convulsiones dejó su simiente dentro mio.
Sudorosos y agotados nos acomodados en la estera.
_Al fin he dominado a mi amazona, susurró acariciando mi cabello
_Bien podría decirse que fui yo la que subyugó a un español respondí acariciando su vientre
_Jaja nunca te darás por vencida verdad?
_Solo si tu…
No me dejó responder, me volvió a besar esta vez con dulzura, y pegados una al otro, nos quedamos dormidos.
Los potentes rayos  del sol oriental   nos despertaron,  algunos turistas ya se habían levantado y otros preparaban sus mochilas para la salida.
Rápidamente nos vestimos y nos unimos a la caravana a seguir disfrutando…
Durante unos pocos días nos amamos con locura, pero inexorablemente llegó el momento de la despedida…
 El puerto como siempre olía a canela, las risas de los turistas seguían confundiéndose con los murmullos del río, los mercaderes  continuaban ofertaban  recuerdos y uno que otro guía perseguía  las pisadas de los visitantes. Nada había cambiado, nada excepto la tristeza con la que el español y yo nos mirábamos.
_Dayuma yo…
_No digas nada Santiago, odio las despedidas, le dije intentado ocultar mi tristeza
_También odio las despedidas, pero hoy más que nunca susurró abrazándome con fuerza.
 No era necesario decir más, nuestras nostálgicas miradas lo decían todo. Me dio un último beso y se encaminó a la buseta que anunciaba su partida.
Caminó un par de metros y volteándose preguntó:
_Amazona, me das guayusa de tu cantimplora?
Sonreí y le entregué el recipiente.
_He terminado amando vuestra bebida, pero me pregunto si será suficiente con eso?
_No te entiendo español
_Mujer!! que si beberla será suficiente para que la leyenda… me traiga de vuelta
_No lo sé español respondí besándole una vez más _habrá que preguntárselo a la selva….
Bebió hasta la última gota de la cantimplora y entre besos nos despedimos.
Me quedé en la plaza hasta que la buseta desapareció en el sendero. Sabía que no le volvería a ver, el charco es demasiado grande y nuestras diferencias también lo eran; Raimi siempre tuvo razón, el español y yo, pertenecíamos a mundos distintos.
Después de aquella excursión, la selva no me volvió a ver tan impetuosa,  tampoco yo volvía a ver tan hermoso el verde de sus campos, quizá porque en el fondo,  extrañaba el verde miel de esos hermosos ojos extranjeros…
Mi corazón aprendió a sonreí, pero aun así, cuando  guio mi lancha por la indomable  ribera amazónica, en ocasiones la brisa me trae su recuerdo y  aunque no me ilusionan las  leyendas, confieso que una que otra vez,  he oído a las  ninfas de la selva cantando:
Quien bebe agua de guayusa de la mano de una amazona, un día…un día volverá….
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

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Relato erótico:” Mi madre y el negro III: Tentación” (POR XELLA)

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Alicia bajó a desayunar bastante despejada pero, en cuanto vio a su madre, se acordó de lo ocurrido el día anterior.
– Hola cariño. ¿Que tal has dormido? – Preguntó ésta.
– Bueno, podría haber dormido mejor…
– Pues espero que te recuperes rápido, que todavía tenemos cosas que hacer.
Alicia la contestó con algo parecido a un gruñido y la observó mientras ponía el desayuno. Sabía que su madre era atractiva, pero nunca había tomado consciencia de lo atractiva que era. Llevaba puesto un ligero pijama, algo transparente, que se ajustababa sus curvas. Todavía no se había puesto sujetador, al igual que ella, y se veía que aun así, sus pechos se mantenían en su sitio de manera mas que aceptable para su edad. ¿Como había pensado que esa mujer no iba a haber buscado pareja desde lo de su padre? Que ingenua…
Pero… ¿Por que con él?
– Hola cariño, ¿ Que tal has dormido? – Preguntó Elena a Claudia, que acababa de entrar.
– Puff… Me costó mucho dormirme… Estaba sonando algún ruido… Como resoplidos o algo así… – Alicia se ruborizó al darse cuenta de que esos ruidos eran sus gemidos. – Menos mal que cesaron pronto.
– Pues te digo lo mismo que a tu hermana, espabilate, que en cuanto venga Frank tendréis que ayudarle a colocar las persianas.
– ¿Queeee? ¿Va a venir otra vez? – Exclamó Alicia, visiblemente molesta.
– Deberías estarle mas agradecida. Además, no se que problema tienes con él, es un chico majisimo.
Alicia iba a replicar pero entonces (“Ya tienes la merienda preparada”) las palabras se atravesaron en su garganta.
DING DONG
Mierda. Acababa de llegar el chico majisimo.
– Venga, daos prisa y acabareis antes. – Dijo Elena levantándose a abrir la puerta.
A Alicia le entraban ganas de vomitar al pensar en los dos solos. ¿Como se habrían saludado?
Su madre entro riendo en la cocina, seguida de Frank.
– Hola chicas, ¿Listas?
– ¡Casi! – Dijo Claudia. – ¡Voy a hacer pis y empezamos!
Un nuevo gruñido salió de la boca de Alicia.
– Vamos Alicia, id subiendo que tu hermana ahora va. 
– Esta bien…
Todo lo que tenia que hacer era pasarle a Frank las herramientas, o sujetarle lo que necesitara, así que era un tanto aburrido. Nada mas llegar Frank se quitó la camiseta.
– ¿Tienes que hacer eso? ¿Por que tengo que verte medio en bolas?
– Es un país libre, tu puedes hacer lo mismo. Ademas, muchas mujeres matarían por verme así. – Contestó, guiñando un ojo.
– Anda, cállate y empieza, que no quiero estar aguantandote toda la mañana.
Frank se subió a una silla y comenzó a marcar la pared para hacer unos taladros. La diferencia de altura dejó a la chica una vista perfecta de las abdominales del chico y de su…
– ¡Ya estoy aquí! – Exclamó Claudia al entrar. Alicia rápidamente apartó la mirada, roja como un tomate, y comenzó a rebuscar en la caja de herramientas como si fuese lo mas interesante del mundo. – ¿Que necesitáis que haga?
– Pues de momento animar el ambiente, por que tu hermana esta de un humor de perros… – Contestó el chico.
– O mas bien de perras. Lo que le hace falta es que le den un buen meneo.
– ¡Claudia! – Replicó Alicia, enfadada. – Si vas a venir aquí a tocar los cojones ya te estás yendo.
– Vale vale… No me muerdas…
– Acércame el taladro, anda. – Cortó Frank. 
Alicia, mientras ignoraba la charla entre el chico y su hermana metiéndose con ella, echaba miradas furtivas al cuerpo que tenía enfrente. Realmente podía llegar a entender que su madre se hubiese fijado en él, aunque no le gustase reconocerlo. Tenía un cuerpo musculoso y fibrado, alto, atlético… Seguramente se había aprovechado de ella en algún momento de debilidad…
¿Cuando había sido la primera vez? ¿Cuantas veces lo habían hecho? ¿Cuanto tiempo llevaban haciéndolo? Por lo que les escuchó ayer, habían repetido varias veces, por que según Frank su madre había mejorado…
– ¿…me escuchas? ¿Ali?
Volvió a la realidad.
– ¿Eh? S-Si… ¿Que quieres ahora?
– Sujeta aquí.
Alicia se levantó poniéndose a su altura para sujetar la persiana. Le llegó el olor corporal del chico, mezcla de su gel de baño y sudor. Contrariamente a lo que podía pensar, era bastante agradable.
– ¡Claudia! – Sonó desde el piso de abajo. – ¡Ven a echarme una mano!
La chica salió de la habitación corriendo.
Volvían a estar solos.
Alicia no podía ni mirarle a la cara.
– Mas arriba.
– ¿Que?
– Que sujetes mas arriba. ¿Que te pasa? Estás en babia.
– Yo… – Veía los musculosos brazos haciendo fuerza con el taladro. Las palabras se le atragantaron.
– A ver si va a ser verdad que necesitas un polvo, como dice tu hermana.
Eso fue la gota que colmó el vaso. Verle follando con su madre, llamándola su “zorrita”, haber llamado a Gonzalo desesperada, follar con el y, a diferencia de otros tiempos, haberse quedado a medias. Sus juegos con “Manolo”, correrse pensando en…
Dejó caer lo que estaba sujetando.
– ¡¿Pero que haces?! 
– ¡Cállate! !Yo no soy una zorrita!
– ¡¿Que?! – Frank no entendía nada. – ¿De que me estás hablando?
– Ayer os vi. A ti. Y… A mi madre. Eres un cerdo, ¿Como has podido…?
La cara de Frank cambiaba a medida que escuchaba, pasó de sorpresa a mostrar una socarrona sonrisa.
– ¿Asi que nos viste? ¿Cuando fue? ¿Ayer? Me dio la impresión de haber oído algo, pero estaba bastante ocupado como para preocuparme por ello.
Alicia le soltó una fuerte bofetada que casi le hace caer de la silla.
– Como se te ocurra volver a tocar a mi madre…
– ¿Que? ¿Que vas a hacer? Tanto tu madre como yo somos lo suficientemente mayorcitos para saber lo que hacemos. Y te aseguro que tu madre sabe muy bien hacerlo.
Nuevamente Alicia se lanzó contra él, pero ahora estaba prevenido. La agarró y bajaron los dos al suelo, forcejeando. Era demasiado fuerte, la chica no tenia nada que hacer. Frank la cruzó los brazos ante el pecho y, de espaldas, la apretó contra él para inmovilizarla. Alicia se quedó paralizada, podía notar perfectamente contra su culo el enorme rabo del chico.
– Vale ya de comportarte como una niñata, no tienes ni idea, así que no hables sin saber. Tu madre y yo vamos a seguir haciendo lo que queramos, quieras tú o no.
Entonces, casi imperceptiblemente, Frank notó como Alicia movía ligeramente el trasero.
Guardó silencio.
Dio la vuelta a la chica y la agarró del cuello.
– ¿A lo mejor lo que tienes es envidia?
– S-Sueltame, no digas tonterías.
– Dime, ¿Te pusiste cachonda viendo como me follaba a tu madre? – Alicia apartó la mirada. – ¿Te gustaría haber estado en su lugar? – La sonrisa del chico se hacia cada vez mas grande. – Viste como me la comía, como le gustaba, estaba disfrutando como una perra. ¿Eres una perra tu también?
– No… Dejame… 
Frank llevó su mano a la entrepierna de Alicia y apretó ligeramente su sexo.
– ¿Estas cachonda ahora? – La chica tenía la boca entreabierta y dejó escapar un leve gemido. – No puedes ocultarlo, lo llevas en la sangre, eres una zorra al igual que tu madre.
Aunque Alicia sabía que debía enfadarse por ese comentario, extrañamente la calentó mas aún. Quería abandonarse al placer, dejarse llevar y quitarse la obsesión que crecía en su mente desde su pequeña sesión de voyeurismo.
Frank la soltó y la empujó suavemente el hombro hacia abajo y Alicia se dejó caer de rodillas. Era como si estuviese fuera de su cuerpo y no tuviese ni la capacidad ni la voluntad de frenar sus actos. Vio como Frank desabrochaba sus pantalones y mostraba ante ella una enorme polla aún sin estar empalmado.
– Vamos Ali, seguro que sabes bien lo que tienes que hacer.
Tímidamente atrapó el monstruo entre sus manos y lo miró absorta. Podía notar como reaccionaba al contacto, como sus venas se remarcaban poco a poco y, mientras comenzaba un ligero movimiento de vaivén, como empezaba a ponerse más y más dura.
Usaba las dos manos y aún así no podía agarrarla entera. En unos pocos segundos tenía el enorme falo apuntando a su cara en toda su extensión.
“¿Mi madre se tragó esto entero?” Fue lo único que pasaba por su cabeza. Estaba absorbida por la negra piel que tenía entre manos. Sacó la lengua y se acercó lentamente, notando el olor de la polla mientras se acercaba. Lamió ligeramente el glande una vez y luego otra, humedeciéndolo con su saliva, viendo como relucía debido a ello.
Tenía un sabor parecido a la polla de Gonzalo y a la vez distinto, no sabría explicarlo. Miró a Frank a los ojos mientras lamía y vio la sonrisa de satisfacción en su boca. Y su mirada…
Era una mirada de superioridad, como sabiendo que la chica que tenía ante él estaba a su merced. Era su zorrita.
Alicia se estremeció al pensar en ello y comenzó a introducir el rabo en su boca. Comenzó un rítmico movimiento con el cuello, intentando tragar un poco mas en cada acometida, sentía que iba a ahogarse si continuaba, pero no deseaba parar.
Cuando vio que era imposible introducirla más, acompañó la mamada con sus manos, masturbando mientras tragaba. Aumentó la velocidad, veía como la miraba Frank y eso la ponía todavía más. Se sentía sometida, era su zorrita, era su puta.
– Eres una chupa pollas de primera, igual que tu madre. – Frank agarró la nuca de la chica y acompañó sus movimientos. – No te preocupes, poco a poco acostumbrarás la garganta hasta que te la puedas tragar toda. Vas a disfrutar notando mis huevos rebotar en tu barbilla.
Alicia separó la boca y se dispuso a replicar pero, en vez de eso, levantó el rabo del chico y comenzó a lamerle las pelotas. Estaba desatada, ¿Como había llegado a tal punto?
Llevó su lengua desde los huevos a la punta y se la metió de golpe de nuevo, acelerando sus movimientos.
– Eso es puta, eso es. Siempre he sabido que detrás de esa actitud de mierda se escondía una verdadera guarra. Sois todas iguales, lo lleváis en la sangre. Pufff…. No pares ahora, ya viene la merienda putita, no dejes escapar nada.
Las manos de Frank se aferraron con fuerza a la nuca de la chica, impidiéndola separarse. Alicia podía notar como el rabo palpitaba, anunciando la inminente corrida que tendría que tragar sin remedio.
– ¡¿Como vais chicos?! – Se oyó a la madre de Alicia desde el piso de abajo. – ¡¿Os falta mucho para acabar?!
– ¡No! – Contestó Frank, descargando en la garganta de Alicia. – ¡Ya estamos acabando!
Alicia no esperaba la cantidad de semen que recibió. Casi se atraganta. Los primeros chorros fueron directos a su garganta pero después Frank la separó lo suficiente como para llenarle la boca de leche. La chica tenía los ojos llorosos y después de tragar comenzó a toser. Rápidamente Frank sacó el móvil y, antes de que la chica pudiera reaccionar, le hizo una foto.
 
 
– Mas vale que te recompongas, putita. Creo que sube alguien.- Dijo Frank mientras se abrochaba los pantalones.
 Rápidamente se levantó y Frank volvió a subirse a la silla.
– ¿No deciais que ya habíais acabado? – Preguntó Claudia cuando entró. – ¡Estais igual que cuando me fui!
– Os entendí mal. – Se excusó Frank. – Me refería a que ya había acabado con tu hermana. – La cara de Alicia se tornó roja y bajó la vista al suelo. – Lleva un rato tocandome los huevos y hemos discutido, pero ya se va a portar bien, ¿Verdad? 
– S-Si… – Asintió Alicia, esperando que su hermana no sospechase nada. – Aunque ahora me encuentro un poco mal… Creo que me ha sentado mal el desayuno… Si me disculpais…
Comenzó a salir de la habitación.
– ¡Pero si al final con las prisas no hemos desayunado nada! – Exclamó Claudia confusa.
Alicia se paró en seco, viendo que la había cagado. Balbuceó algún tipo de excusa y se fue a su cuarto.
Estuvo un par de horas sola, hasta que su hermana entró a la habitación.
– ¿Que tal estás? – Preguntó. – Ya hemos acabado todo y mamá ha ido a llevar a Frank a su casa. Ha dicho que tiene que hacer unos recados, así que no la esperemos para comer…
Alicia se puso pálida. Sabia perfectamente los “recados” que tenia que hacer su madre… 
“Ese cabrón…” pensó “¿No tiene suficiente con una?”
– En serio, ¿Te encuentras bien? ¿No te ha venido bien desahogarte?
– ¿Como? – Alicia se puso en tensión. – ¿De que hablas?
– ¿Te crees que soy tonta? – Claudia mostraba una insultante sonrisa de suficiencia. – Se perfectamente lo que has hecho, ¿Y aun así tienes esa cara de acelga? 
Alicia no sabia como reaccionar, su hermana la había pillado con Frank. ¿Se lo diría a su madre? ¿Como reaccionaría ésta?
– Por favor… No se lo digas a mamá…
– ¿A mamá? ¿Por que se lo voy a decir? ¿Te crees que cuando yo lo hago voy corriendo a contárselo?
– ¿Tu… Tu también? 
El mundo de Alicia se vino abajo. ¡Aquel cabrón iba a follarse a toda la familia!
– ¿Eres tonta? ¡Pues claro! ¡Si te lo di yo!
– ¿Que?
– ¡A Manolo! La próxima vez que lo uses, al menos cierra la puerta…
Todas las preocupaciones de Alicia desaparecieron. Su hermana “solo” la había visto masturbándose…
– ¡Ah, si! – Contestó. – L-Lo tendré en cuenta…
Casi no habló en el resto de la mañana, estaba como ida, con una mezcla de sentimientos y sensaciones abrumadora, pero la bomba llegó mientras comía el postre.
Bip Bip.
Era su teléfono móvil. Era Frank.
Cuando miró la pantalla la sangre le desapareció de la cara de la impresión, solo para volver a subir de forma mas intensa debido a la vergüenza.
Era la foto.
Se la veía arrodillada, con la boca abierta y llena de lefa. La polla de Frank estaba ante su boca, rozando sus labios, y su mirada… Sunmirada de lascivia no dejaba lugar a dudas de que estaba disfrutando de ello.
– ¿Quien es? – Preguntó Claudia.
– Nadie. Publicidad.
Bip Bip.
Otro mensaje. Otra foto.
Nuevamente se puso pálida, pero esta vez no recuperó el color. Era su madre.
Estaba en la misma posición que ella, sólo que su madre estaba completamente desnuda. La boca llena de lefa y la polla del chico ante su boca. Sus ojos lucían la misma mirada que los de su hija. 
– Sois como dos gotas de agua. – Le escribió Frank.
Alicia se disculpó ante su hermana y se fue de la cocina, las lágrimas asomaban en sus ojos.
– Cabrón. ¿No has tenido suficiente esta mañana? – Le escribió.
– Cariño, no te preocupes, hay polla para todas. Y además, tu sólo me la has mamado. A tu madre la he follado como la perra que es.
– Eres un cerdo
– No te pongas celosa, que ya te llegará el turno…
Alicia tiró el móvil a un lado y se echó a llorar.
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Relato erótico: “El ídolo 1: Mi compañera no es puta, es ninfomana”. (POR GOLFO)

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Os quiero aclarar antes de que empecéis a leer mis vivencias que sé que ninguno me va a creer. Me consta que os resultara difícil admitir que fue real y que en verdad me ocurrió. Para la gran mayoría podrá parecerle un relato más o menos aceptable pero nadie aceptará que un ídolo prehispánico haya cambiado mi vida. Reconozco de antemano que de ser yo quien leyera esta historia, tampoco me la creería. Es más si no fuera porque cada mañana al despertar mi antigua profesora de arqueología me trae desnuda el desayuno a mi cama, yo mismo dudaría que me hubiese pasado….
Para empezar, quiero presentarme. Me llamo José y soy un historiador especializado en cultura Maya. La historia que os voy a narrar ocurrió hace cinco años en lo más profundo de la selva Lacandona (para quien no lo sepa, esta selva está en Chiapas, un estado del sureste mexicano famoso por conservar sus raíces indígenas).
Por el aquel entonces yo era solo un mero estudiante de postgrado bajo el mando estricto de Ixcel Ramírez, la jefa del departamento. Esa mujer era una autoridad en todo lo que tuviese que ver con el México anterior a Cortés y por eso cuando me invitó a unirme a una expedición a lo más profundo de esa zona, no dudé un instante en aceptar. Me dio igual tanto su proverbial mala leche como las dificultades intrínsecas que íbamos a sufrir, vi en ello una oportunidad para investigar el extraño pueblo que habita sus laderas.
Desde niño me había interesado la historia de los “lacandones”, una de las últimas tribus en ser sometidas por los españoles  y que debido a lo escarpado de su hábitat nunca ha sido realmente asimilada. A los hombres de esa etnia se les puede distinguir por sus melenas lacias y sus vestimentas blancas a modo de túnicas, en cambio sus mujeres  suelen llevar una blusa blanca complementada por faldas multicolor. Se llaman a ellos mismos “los verdaderos hombres” y se consideran descendientes del imperio maya.
Me comprometí con Ixcell en agosto y como la expedición iba a tener lugar en diciembre para aprovechar la temporada seca,  mis siguientes tres meses los ocupé en estudiar la zona y prepararme físicamente para el esfuerzo que iba a tener que soportar en ese lugar. Pensad que no solo nos enfrentaríamos a jornadas maratonianas sino que tendríamos que sufrir más de treinta y cinco grados con una humedad realmente insana.  Previendo eso diariamente acudí al gimnasio de un amigo que comprendiendo mi problema me permitió, durante ese tiempo, ejercitarme en el interior de la sauna. Gracias a ello, cuando llegó el momento fui el único de sus cinco integrantes que toleró el clima que nos encontramos, el resto que no tuvo esa previsión lo pasó realmente mal.
Ahora me toca detallaros quienes éramos los miembros de ese estudio:
En primer lugar como ya os he contado estaba la jefa que con treinta y cinco años ya era una figura en la arqueología mexicana. Su juventud y su belleza habían hecho correr bulos acerca que había obtenido su puesto a través de sus encantos pero la realidad es que esa mujer era, además de una zorra insoportable, un cerebrito. Su indudable atractivo podía hacerte creer esa mentira pero en cuanto buceabas en sus libros, solo podías quitarte el sombrero ante esa esplendida rubia.
Como segundo, la profesora había nombrado a Luis Escobar, un simpático gordito cuyo único mérito había sido el nunca llevarle la contraria hasta entonces.
Para terminar, estábamos los lacayos. Alberto, Olvido y y yo, tres estudiantes noveles para los cuales esa iba a ser nuestra primera expedición. De ellos contaros que Alberto era un puñetero nerd, primero de mi promoción pero en el terreno, un verdadero inútil. Su carácter pero sobre todo su débil anatomía hizo que desde el principio resultara un estorbo.
En cambio, Olvido era otra cosa. Además de ser brillante en los estudios, al compaginar estos con la práctica del atletismo resultó ser quizás una de las mejor preparadas para lo que nos encontramos. Morena, cuyos rasgos denotaban unos antepasados indígenas, os reconozco que desde el primer día que la conocí  me apabulló tanto por su tremendo culo como por la fama de putón que gozaba en la universidad.
El viaje hasta el yacimiento.
Todavía hoy recuerdo, nuestro viaje hasta esas tierras. La primera etapa de nuestro viaje fue llegar a San Cristóbal de las Casas, pueblo mundialmente conocido tanto por su arquitectura colonial como por ser considerada la capital indígena del sureste. Esa mañana agarramos un avión desde el D.F. hasta Tuxtla Gutiérrez y una vez allí, un autobús hasta  San Cristóbal.
Haciendo noche en ese pueblo, nos levantamos y pasando por los lagos de Montebello nos trasladamos en todoterreno hasta el rio Ixtac donde tomamos contacto por vez primera con los kayaks que iban a ser  nuestro modo de transporte en esas tierras.
Todos nosotros sabíamos de antemano que esas canoas eran el modo más rápido de llegar a nuestro destino pero aun así Alberto no llevaba ni diez minutos en una de ellas cuando se empezó a marear y tuvimos que dar la vuelta para evitar que al vomitar volcara la barca.
El muy cretino había ocultado que era incapaz de montar en barco sin ponerse a morir. Como os imaginareis le cayó una tremenda bronca por parte de Ixcell ya que su enfermedad le hacía inútil para la expedición. Por mucho que protestó e intentó quedarse con el resto, la jefa fui implacable:
-Te quedas aquí. No vienes.
Sabiendo que entre los cuatro restantes tendríamos que llenar su hueco y que no había forma para reclutar otro miembro, le dejamos en tierra y tomamos los kayacks. Nuestro destino era una escarpada montaña llamada Kisin Muúl  . La traducción al español de ese nombre nos debía haber avisado de lo que nos íbamos a encontrar, no en vano en maya significa “montaña maligna”. Los habitantes de esa zona evitan siquiera acercarse. Para ellos, es un lugar poblado por malos espíritus del que hay que huir.
Tras seis horas remando por esas turbias aguas, nos estábamos aproximando a ese lugar cuando de improviso la canoa en la que iba Luis se vio inmersa en un extraño remolino del que se veía incapaz de salir. Esa fue una de las múltiples ocasiones en las que durante esa expedición Olvido demostró su fortaleza física ya que dejando su kayack varado en una de las orillas, se lanzó nadando hasta el del gordito y subiéndose a ella, remando  consiguió liberarla de la corriente.
Su valiente gesto tuvo una consecuencia no prevista, al mojarse su ropa, la camisa se pegó a su piel dejándome descubrir que mi compañera, además de un culo cojonudo, tenía unos pechos de infarto.
“¡Menudo par de tetas!”, pensé al admirar los gruesos pezones que se adivinaban bajo la tela.
Si ya de por sí eso había alborotado mis hormonas, esa morenaza elevó mi temperatura aún mas al llegar a la orilla y sin importarle que estuviéramos presentes, se despojara de la camisa empapada para ponerse otra.
“¡Joder! ¡Qué buena está!”, exclamé mentalmente al observar los dos enormes senos con los que la naturaleza le había dotado.
Como me puso verraco el mirarla, tratando que no se me notara desvíe mi mirada hacia mi jefa. Eso fue quizás lo peor porque al hacerlo descubrí que Ixcell estaba también totalmente embobada mirando a la muchacha. En ese momento creí descubrir en sus ojos el fulgor de un genuino deseo y por eso no pude menos que preguntarme si esa profesora era lesbiana mientras la objeto de nuestras miradas permanecía ajena a lo que su exhibicionismo había provocado.
Una vez solucionado el incidente, recorrimos el escaso kilometro que nos separaba de nuestro destino y con la ayuda del personal indígena, establecimos nuestra base a escasos metros de la pirámide que íbamos a estudiar. Para los que lo desconozcan, os tengo que decir que en el sureste mexicano existen cientos de pirámides mayas, toltecas u olmecas, muchas de ellas no gozan más que de una protección teórica por parte de las autoridades. Por eso la importancia de la de Kisin Muúl, su remota ubicación nos hacía suponer que nunca había sido objeto de expolio pero también era extraño que nuestros antepasados se hubiesen ocupado de esconderla ya que no aparecía en ningún códice ni maya ni español.
La ausencia de Alberto se hizo notar ese mismo día porque al no tener mas que cuatro kayacks para portar todo el equipo, tuvimos que dejar atrás tres de las cinco tiendas individuales previstas y por eso mientras las montábamos asumí que por lógica me iba a tocar compartirla con Luis. Nunca esperé que la jefa tuviese otros planes y que una vez anochecido y mientras cenábamos nos informase que como necesitaba repasar con su segundo las tareas del día siguiente, yo dormiría con Olvido en la más pequeña.
Ni que decir tiene que no me quejé y acepté con agrado esa orden ya que eso me permitiría disfrutar de la compañía de ese bellezón. Me extrañó que mi compañera tampoco se quejara, no en vano lo normal hubiese sido que nos hubiese dividido por sexos. Esa misma noche descubrí la razón de su actitud porque nada mas entrar en la tienda, la morena me soltó:
-No sabes cómo me alegro de dormir contigo- mi pene saltó dentro del pantalón al oírla al pensar que se estaba insinuando pero entonces al ver mi cara, prosiguió diciendo: -¿Te fijaste en cómo Ixcell me miró las chichis?
Haciéndome el despistado le dije que no y entonces ella murmurando dijo:
-Me miró con deseo.
Muerto de risa porque hubiese pensado lo mismo que yo, respondí tanteando  el terreno:
-Yo también te miré así.
-Sí, pero tú eres hombre- contestó y recalcando sus palabras, me confesó:  – No soy lesbiana y no me gusta que una vieja me observe con lujuria.
Sus palabras despertaron mi lado oscuro y acomodando mi cabeza sobre la almohada le solté:
-Entonces, ¿no te importará que mire mientras te desnudas?
Soltando una carcajada se quitó la camisa y tirándomela a la cara  respondió:
-Te vas a hartar porque duermo en tanga- tras lo cual, se despojó de su pantalón y medio en pelotas se metió dentro del mosquitero y sonriendo, me dijo: -Te doy permiso de ver pero no de tocar.
Su descaro me hizo gracia y cambiando de posición, me la quedé mirando fijamente mientras le decía:
-Eres mala- siguiendo la guasa, señalé mi verga ya erecta y le dije: -¿Cómo quieres que se duerma teniendo a una diosa exhibicionista a su lado?
Fue entonces cuando llevando una de sus manos hasta su pecho, descojonada, comentó mientras uno de sus pezones:
-¿Me sabes algo o me hablas al tanteo?
Como os podréis imaginar, me quedé pasmado ante tamaña burrada y más cuando con voz cargada de lujuria, preguntó:
-¿No te vas a desnudar?
De inmediato me quedé en pelotas sin importarme el revelarle que entre mis piernas mi miembro estaba pidiendo guerra. Olvido al fijarse, hizo honor a su nombre y olvidando cualquier recato, se empezó a acariciar mientras me ordenaba:
-¡Mastúrbate para mí!
Su orden me destanteó pero al observar que la mujer había introducido su mano dentro del tanga y que se estaba pajeando sin esperar a que yo lo hiciera. Aceptando que tal y como se decía en la universidad, esa cría era una ninfómana insaciable y que tendría muchas oportunidades de beneficiármela durante la expedición, cogí mi verga entre mis dedos y comencé a masturbarme.
-¡Me encanta cabrón!- gimió sin dejar de mirarme- ¡Lo que voy a disfrutar durante estos dos meses contigo!
La expresión de putón desorejado que lucía su cara me terminó de excitar y acelerando mis maniobras, le espeté:
-Hoy me conformaré mirando pero mañana quiero tu coño.
Mis palabras lejos de cortarla, exacerbaron su calentura y zorreando contestó:
-Tómalo ahora.
Como comprenderéis dejando la seguridad de mi mosquitero, me fui al suyo. Olvido al verme entrar, se arrodilló y sin esperar mi permiso, abrió su boca y se embutió mi verga hasta lo más profundo de su garganta mientras con su mano torturando su pubis. La experiencia de la cría me obligó a dejarla el ritmo. Su lengua era una maga recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva. Entonces, se la sacó y me dijo:
-Te voy a dejar seco esta noche- tras lo cual se lo introdujo lentamente.
Me encantó la forma tan sensual con la que lo hizo: ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Su calentura era tanta que no tardé en notar que se corría con sus piernas temblaban al hacerlo. Por mucho placer que sintiera, en ningún momento dejó de mamarla. Era como si le fuera su vida en ello. Si bien no soy un semental de veinticinco centímetros, mi sexo tiene un más que decente tamaño y aun así, la muchacha fue capaz de metérselo con facilidad. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
La manera en la que se comió mi miembro fue demasiado placentera y sin poder aguantar, me corrí sujetando su cabeza al hacerlo. Sé que mi semen se fue directamente a su estómago pero eso no amilanó a Olvido, la cual no solo no trató de zafarse sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
-Dios, ¡Qué gusto!- exclamé desbordado por las sensaciones.
Sonriendo, la puñetera cría cumplió su promesa y solo cuando ya no quedaba nada en mis huevos, se la sacó y abriéndose de piernas, me dijo:
-Date prisa. ¡Quiero correrme todavía unas cuantas veces antes de dormir!
Hundiendo mi cabeza entre sus muslos, me puse a satisfacer su antojo…
El rutinario trabajo de campo tiene sus satisfacciones.
Esa mañana nos despertamos al alba y tras vestirnos, salimos a desayunar. Ixcell y Luis se nos habían adelantado y ya habiendo desayunado, nos azuzaron a que nos diéramos prisa porque había mucho trabajo que hacer. Los malos modos en los que nuestra jefa se dirigió tanto a Olvido como a mí me extrañaron porque no le habíamos dado motivo alguno o eso creí.
Alucinando por sus gritos, esperé que saliera para directamente preguntar al gordito que mosca le había picado.
-Joder, ¿Qué te esperas después de la noche que nos habéis dado?- contestó con sorna -¡No nos fue posible dormir con vuestros gritos!
“¡Con que era eso! Debe ser cierto que es lesbiana y me la he adelantado”, pensé temiendo sus represalias, no en vano era famosa por su mala leche.
Al terminar el café y dirigirme hacia la excavación, se confirmaron mis peores augurios porque obviando que había personal de la zona y que en teoría estaban ahí para esas tareas, esa zorra me mandó desbrozar la zona aledaña al área de trabajo. Queriendo evitar el conflicto, machete en mano, empecé a abrir un claro mientras dos “lacandones”, sentados sobre un tronco, me miraban y haciendo señas, se reían de mí:
-Menudos cabrones- murmuré en voz baja cada vez mas encabronado.
Uno de los indígenas al advertir mi cabreo, se acercó hasta mí y con un primitivo español, me dijo:
-Hacerlo mal. Mucho trabajo y poco resultado- tras lo cual me quitó el machete y me enseñó que para cortar las lianas primero debía de dar un corte en lo alto y luego irme a ras de tierra.
-Gracias- respondí agradecido al ver que esa era la forma idónea de atacar esa maleza.
El tipo sonrió y sin dirigirse a mí, se volvió a sentar junto a su amigo. Durante toda la jornada y eso que estaban a escasos metros de mí, ninguno de los dos me volvió a hablar. A la hora de comer, le conté lo sucedido a mi compañera, la cual me contestó:
-Pues has tenido suerte porque a mí esos pitufos directamente me han ignorado.
-Mira que eres bestia, no les llames así- recriminé a Olvido porque ese apelativo que hacía referencia a su baja estatura podía ofenderles.
Descojonada, murmuró a mi oído:
-El más alto de ellos, no me llega al hombro- y entornando los ojos, me soltó: -De ser proporcional, tendrán penes de niños.
La nueva burrada me hizo reír y pegando un azote en su trasero, le pregunté porque le pedía a uno que se lo enseñara y así lo averiguaba. Sabedora que iba de broma, puso gesto serio y pasando la mano por mi paquete, respondió:
-A lo mejor lo hago, si dejas de cumplir.
Solo la aparición de nuestra jefa, evitó que le contestara como se merecía y en vez de darle un buen pellizco en las tetas, tuve que tapar mi entrepierna con un libro para que Ixcell no se diera cuenta del bulto que crecía bajo mi pantalón. La arqueóloga tras saludarnos se sentó y desplegando un mapa aéreo de la zona, nos señaló una serie de montículos que le hacían suponer que había otras ruinas.
Al estudiar las fotografías, me percaté que de ser ciertas las sospechas de mi jefa, las estructuras estaban orientadas hacía un punto exacto de una de las montañas cercana.
-Tienes razón- contestó y dando la importancia debida a mi hallazgo, nos dijo: -Mañana iremos a revisar.
Una vez levantada la reunión, nos pasamos las siguientes horas haciendo catas en los terrenos con la idea de buscar la mejor ubicación donde empezar a escavar.  El calor y la humedad que tuvimos que soportar esa tarde nos dejaron agotados y fue la propia Ixcell la que al llegar las cinco, nos dijo que lo dejáramos por ese día y que nos fuéramos a descansar.
“Menos mal”, me dije dejándome caer sobre la cama.
Llevaba menos de un minuto cuando desde afuera de la tienda, me llamó Olvido diciendo:
-Voy a darme un baño a la laguna. ¿Te vienes?
Su idea me pareció estupenda y cogiendo un par de toallas salimos del campamento. Al tener que cruzar una zona tupida de vegetación, nos tuvimos que poner en fila india, lo que me permitió admirar las nalgas de esa morena.
-Tienes un culo precioso- dije sin perder de vista esa maravilla.
Mi compañera escuchó mi piropo sin inmutarse y siguió su camino rumbo a la charca. Cuando llegamos y antes de que me diera cuenta, Se desnudó por completo y se tiró al agua por lo que tuve que ser yo quien recogiera su ropa.
-¿Qué esperas?- gritó muerta de risa.
Su tono me hizo saber que nuestro baño iba a tener una clara connotación sexual y por eso con rapidez me desprendí de mis prendas y fui a reunirme con ella. En cuanto me tuvo a su alcance, me agarró por la cintura pegó su pecho a mi espalda. No contenta con ello empezó a frotar sus duros pitones contra mi cuerpo mientras con sus manos agarraba mi pene diciendo:
-Llevo con ganas de esto desde que me desperté.
No me costó ver reflejado en sus ojos el morbo que le daba tenerla asida entre sus dedos y sin esperar mi permiso, comenzó a pajearme. Mi calentura hizo que me diera la vuelta y la cogiera entre mis brazos mientras la besaba. Hasta entonces Olvido había mantenido prudente pero en cuanto sintió la dureza de mi miembro contra su pubis, se puso como loca y abrazándome con sus piernas, me pidió que la tomara.
Al notar como mi pene se deslizaba dentro de ella, cogí sus pechos con las manos y agachando la cabeza empecé a mar de ellos a lo bestia:
-Muérdelos, ¡Hijo de la chingada!
Sus palabras solo hicieron acelerar lo inevitable y presionando mis caderas, se la metí hasta el fondo mientras mis dientes se apoderaban de uno de sus pezones.
-Así me gusta ¡Cabronazo!
Reaccionando a sus insultos, agarré su culo y forcé mi penetración hasta que sentí los vellos de su coño contra mi estómago. Fue entonces cuando comencé a moverme sacando y metiendo mi verga de su interior.
-¡Me tienes ensartada!- gimió descompuesta por el placer.
Su expresión me recordó que todavía no había hecho uso de su culo y muy a su pesar, extraje mi polla y la puse de espaldas a mí.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó al sentir mi capullo tanteando el oscuro objeto de deseo que tenía entre sus nalgas.
Sin darle tiempo a reaccionar y con un movimiento de caderas, lo introduje unos centímetros dentro de su ojete. Entonces y solo entonces, murmuré en su oído:
-¿No lo adivinas?
Su esfínter debía de estar acostumbrado a esa clase de uso por que cedió con facilidad y tras breves embestidas, logré embutir su totalidad dentro de sus intestinos.
-¡Maldito!- gimió sin intentar repeler la agresión.
Su aceptación me permitió esperar a que se relajara. Fue la propia Olvido la que después de unos segundos empezara a moverse lentamente. Comprendiendo que al principio ella debía llevar el ritmo, me mantuve tranquilo sintiendo cada uno de los pliegues de su ano abrazando como una anilla mi extensión.
Poco a poco, la zorra aceleró el compás con el que su cuerpo era acuchillado por mi estoque y cuando creí llegado el momento de intervenir, le di un duro azote en sus nalgas mientras le exigía que se moviera más rápido. Mi montura al oír y sentir mi orden, aulló como en celo y cumpliendo a raja tabla mis designios, hizo que su cuerpo se meneara con mayor rapidez.
-¡Mas rápido! ¡Puta!- chillé cogiéndole del pelo y dando otra nalgada.
Mi renovado castigo la hizo reaccionar y convirtiendo su trote en un galope salvaje, buscó nuestro mutuo placer aún con más ahínco.  Aullando a voz en grito, me rogó que  siguiera por lo que alternando entre un cachete y otro le solté una tanda de azotes.
-¡Dale duro a tu zorra!- me rogó totalmente descompuesta por la mezcla de dolor y placer que estaba asolando su cuerpo.
Desgraciadamente para ambos, el cúmulo de sensaciones hizo que explotando dentro de su  culo, regara de semen sus intestinos. Olvido al experimentar la calidez de mi semilla, se corrió con gritos renovados y solo cuando agotado se la saqué, dejó de chillar barbaridades.
Con mi necesidad saciada por el momento, la cogí de la mano y junto con ella salimos de la laguna.  Fue en ese instante cuando al mirar hacía la orilla, mi compañera se percató de una sombra en medio de la espesura y cabreada preguntó quién estaba allí.
-¿Qué pasa?- le dije viendo que se había puesto de mala leche.
Hecha una furia, me contestó:
-¡Alguien nos ha estado espiando!. Seguro que ha sido alguno de los lacandones- tras lo cual y sin secarnos, nos pusimos algo de ropa y fuimos a ver si lográbamos pillar al voyeur.
Pero al llegar al lugar donde había visto al sujeto, descubrimos que no eran huellas de pies descalzos las que hallamos en el suelo sino las de unas zapatillas de deporte.
-Ha sido Luis- dije nada más verlas.
-Te equivocas- me alertó y señalando su pequeño tamaño, contestó: -¡Ha sido Ixcell!
Las pruebas eran claras y evidentes. Como en cincuenta kilómetros a la redonda no había nadie calzado más que nosotros, tuve que aceptar que ¡Nuestra jefa nos espiaba!.
-Será zorra- indignada se quejó y clamando venganza, dijo: -Si esta mañana se ha quejado de mis gritos, ¡Qué no espere que hoy la deje dormir!

 

Su amenaza me alegró porque significaría que  esa noche me dejaría seco y por eso con una sonrisa en los labios, la seguí de vuelta a la base.
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 
 

 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: «Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 9 Y FINAL» (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 12

Confieso que al salir del banquete estaba nervioso porque no tenía ni idea de cómo debía comportarme con la hija del general. Si me acordaba de su padre y de lo que había hecho a mi hermano, lo que me pedía el cuerpo era poseerla en plan salvaje haciendo palpable mi desprecio pero si me ponía en su lugar, ella no era cómplice sino víctima de la ambición desmedida de su progenitor.
«Ya veré cómo es y dependiendo de ello, actuaré», concluí mientras descubría que tanto Loung como Kanya seguían sentadas en su sitio sin hacer ningún intento por seguirme, «¡qué extraño! Debe ser cuestión de protocolo».
Al llegar a mi habitación, me despojé de esas ropas y haciendo tiempo me puse el pantalón de pijama. Unos cinco minutos después, escuché que tocaban.
-Está abierto- respondí.
Mi desconcierto fue total cuando las dos mujeres entraron acompañadas por el consejo de ancianos en pleno al cuarto.
«¿No esperaran que las tome enfrente de todos?», me pregunté escandalizado.
Por suerte el más viejo de todos ellos, tomando la palabras, me hizo entrega de las protectoras recordándome que mi deber era preñarlas para asegurar la existencia de la monarquía tal y como la concebían en ese país. Tras lo cual, haciendo una genuflexión desaparecieron por la puerta.
Ya solo con ellas y viendo que permanecían quietas y calladas, me dediqué a observarlas intentando distinguir cual era cada una porque al estar tapadas por completo me parecían iguales. Supe que la de la derecha era Kanya al verla temblar de miedo e interesado por comprobar con quien me habían unido, lentamente levanté su velo.
-Esto sí que no me lo esperaba- murmuré encantado al descubrir el rostro angelical de una joven cuyos ojos negros me miraban asustados.
Impactado por su belleza me la quedé viendo durante unos instantes en silencio y girándome hacía Loung, le solté un suave azote diciendo:
-No vas a besar a tu dueño.
Pegando un chillido de felicidad, Loung se quitó ella misma el velo que le cubría mientras se lanzaba en mis brazos. Sus risas magnificaron el pavor de Kanya que estaba perpleja al no comprender la complicidad que existía entre su compañera y yo.
-Te amo, mi príncipe- riendo, reaccionó la muchacha al sentir mis manos recorriendo su cuerpo y sin que yo se lo tuviera que pedir, se comenzó a quitar la grotesca vestimenta que le habían puesto para esa ceremonia.
-Mira que eres puta, no ves que tenemos invitados- comenté al ver la cara de estupefacción de Kanya ante ese voluntario striptease.
La chavala creyó que lo que implícitamente le estaba pidiendo es que imitara a Loung y por ello empezó a desnudarse. El pudor y nerviosismo de Kanya hicieron que sus movimientos se ralentizaran dando un erotismo sin igual a su entrega.
Disfrutando perversamente, dejé que se quedara en ropa interior antes de pedirle que parara. La pobre estaba tan amedrentada que no dejó de temblar al verme admirando su cuerpo casi desnudo.
«Está mucho mejor de lo que pensaba», me dije valorando el estupendo culo con los que la naturaleza la había dotado.
-¿No nos vas a presentar?- pedí a la que consideraba mi mujer.
Loung, muerta de risa, se puso detrás de la aterrorizada muchacha y excediéndose en su papel de anfitriona, cogió entre sus manos los pechos de Kanya mientras me decía:
-Manuel, te presento a tu zorra Kanya. Zorra te presento a tu dueño.
Con lágrimas en los ojos, la muchacha hizo una reverencia antes de contestar con un breve saludo:
-Alteza.
Contra todo pronóstico me enterneció el pavor que traslucía y acercando una silla le pedí que se sentara. Una vez lo había hecho, tomé asiento sobre la cama y le dije:
-Cómo habrás adivinado Loung lleva siendo mía mucho tiempo y para ella esto es un mero trámite. En cambio, para ti es diferente.
-Lo es, príncipe- contestó sollozando.
-Según me han contado, tu padre te ha obligado a aceptar y ni la princesa ni yo queremos en nuestra cama a nadie que no venga voluntariamente. Como no puedo repudiarte, te ofrezco que te quedes con nosotros viviendo como invitada.
-No entiendo que tiene que ver la princesa en todo esto- dijo la mujer sin creerse todavía que no la violara.
Entrando al trapo, Loung comentó:
-Lo que Manuel no te ha querido decir es que además de ser su mujer, lo soy también de ella y entre los tres formamos una familia.
Para una mente tan cuadriculada y religiosa como la de Kanya, esa opción le pareció asquerosa pero más aún el desobedecer el mandato del consejo.
-¡Usted tiene la obligación de hacerme suya!- protestó fuera de sí.
-¿Me lo estas exigiendo?- a carcajada limpia pregunté.
-Sí, soy una de las protectoras del reino y ese es su deber.
Muerto de risa, me tumbé en la cama y mirándola a los ojos, la solté:
-Termina de desnudarte y hazlo lento, quiero comprobar la mercancía.
Humillada hasta la última célula de su cuerpo, me hizo caso y llevando sus manos a la espalda, desabrochó el sujetador dejándolo caer al suelo.
-Para ser una mojigata, tienes buenos pitones- comenté sin demasiado entusiasmo aunque en mi interior me quedaba prendado de la belleza de sus negros pezones.
Kanya, reteniendo las ganas de llorar, se quitó las bragas y ya completamente desnuda, tuvo valor para preguntarme si estaba contento con la mercancía. El odio que destilaba su mirada me hizo reír y dando unas palmadas sobre el colchón, la llamé a mi lado.
Como un reo dirigiéndose al patíbulo, recorrió los escasos metros que nos separaban, tras lo cual se tumbó sobre las sábanas con los ojos cerrados. Me consta que se esperaba que me abalanzase sobre ella pero en vez de hacerlo, decidí humillarla aún más pidiéndole que se masturbara ante su dueño.
-No sé hacerlo- fue su contestación.
Su pasado monjil me hizo saber que no mentía pero no por ello me compadecí y dirigiéndome a Loung que me miraba muerta de risa, le pedí que la ayudara.
Antes que pudiera hacer algo por evitarlo, la morena se colocó a sus pies y separando los pliegues de su sexo, la informó mientras se apoderaba de su clítoris:
-Tienes que tocarte este botón así mientras te acaricias los pechos.
Sobrepasándose más de lo necesario, la regaló un largo lametazo entre sus piernas. Eso provocó un grito de angustia en Kanya. Incapaz de reaccionar, durante unos segundos tuvo que soportar la húmeda invasión de la lengua de Loung en su sexo y creo que eso fue perdición porque cuando se retiró el daño ya estaba hecho.
«Esta niña no tiene nada de frígida», sentencié al observar que tras ese tratamiento tenía los pezones erizados y la piel de gallina.
Su compañera debió de pensar lo mismo porque sin dejarla descansar, la obligó a llevar una mano a su entrepierna y repetir las caricias que le había enseñado.
-Déjame, puedo yo sola- Kanya se quejó con tono inseguro al sentir nuevamente las yemas de ella jugando en su coño.
-Todas podemos pero no es eso lo que ando buscando- Loung replicó mientras mojaba los dedos en su humedad. Tras lo cual acercando su mano a mi boca, en plan putón comentó: -¿quieres probar como sabe tu nueva putilla? Está riquísima.
Con un nudo en la garganta, la novata observó con interés como chupaba los dedos empapados con su flujo porque para ella todo era escandaloso pero, contra su voluntad, no pudo evitar sonreír al oírme decir que tenía razón y que estaba deliciosa.
-¿Quieres un poco más?- me preguntó.
-Sí pero prefiero el envase original- respondí colocándome entre las piernas de la muchacha.
Kanya intentó protestar pero Loung se lo impidió con un leve mordisco en los labios, tras lo cual le susurró al oído:
-Es tu deber, no puedes negarte a tu dueño.
Al recordarle su función, como por arte de magia la desesperada muchacha dejó de debatirse y separando las piernas, me dio vía libre.
-Buena chica- escuchó que su compañera le decía e instintivamente se relajó.
Su relax le duró poco porque bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, la exigí que me acercara su coño. Interiormente horrorizada pero sabiendo que no podía negarse, obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un lametazo mientras Kanya se mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista porque antes tenía que derribar sus defensas, separé mi cara y con voz autoritaria, la ordené que volviera a masturbarse.
Por su gesto comprendí que esa zorrita no entendía que no la poseyera de inmediato y que me divirtiera jugando con su sentido de la moralidad. Es más reconozco que me esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y mirándome a los ojos, dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mientras lo acariciaba, preguntó:
―Si le obedezco, ¿va a permitir que cumpla con mi deber?
―Ya veré― respondí descojonado por la forma tan rebuscada de pedir que me la follara.
Mis palabras la intranquilizaron aún más y con sus mejillas totalmente coloradas por la vergüenza, deslizó lentamente un dedo por su intimidad. No supe interpretar el sollozo que surgió de su garganta porque en un principio pensé que era producto de la humillación que sentía pero no me quedó más remedio que cambiar de opinión, al observar que, tras ese estremecimiento, todos los vellos de su cuerpo se erizaban lo cual era síntoma de placer.
―Déjate llevar ― susurré- cuanto antes sientas placer, antes te poseeré.
En silencio, mi nueva concubina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en su recompensa y por primera vez, la pérdida de su virginidad no le pareció tan repugnante pero al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba, protestó:
-Por favor, no me mire.
Interviniendo Loung le replicó:
-Lo quieras reconocer o no, ¡estás excitada!
-¡No es cierto!- chilló llena de angustia al saber que eso iba en contra de su antigua elección por una vida religiosa.
Mi adorada morena comprendió que su negativa era una reacción defensiva. Por eso decidió dar otro paso para conseguir que su compañera se entregara a mí y sin pedirle opinión, comenzó a chupar sus pechos. Kanya ni siquiera trató de impedirlo porque bastante tenía con asumir que tenía los pezones duros como piedras y que le estaba gustando la sensación que mamaran de ellos aunque fuera una mujer quien lo hiciera. Aprovechando su confusión, con tono duro le exigí que se metiera un par de dedos en el coño.
Al obedecer, la inexperta mujercita notó que el placer invadía su cuerpo y gimiendo de gusto, empezó a meterlos y sacarlos cada vez más rápido de manera voluntaria hasta alcanzar una velocidad frenética.
―¡No sé qué me ocurre!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.
No quise explicárselo porque que tenía que descubrirlo ella sola y muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Kanya se frotaba con urgencia creciente el clítoris. En cambio, Loung se compadeció de ella y cambiando de posición, se apoderó de su botón con su boca. De inmediato, la novata se corrió llenando de flujo la cara de su compañera, la cual lejos de quejarse se entretuvo bebiendo ese cálido néctar directamente de su fuente con lo que incrementó aún más la confusión de la muchacha.
-Por favor, ¡déjame!- gritó presa de un frenesí hasta entonces desconocido.
En vez de obedecerla, Loung pasó por alto esa exigencia y siguió firme en su intención de asolar hasta la última de las defensas que esa mujer había construido a su alrededor, usando únicamente su lengua. No contenta con ello, se dedicó a pellizcar sus pezones mientras continuaba devorando su sexo.
La mujer al sentir esos pellizcos, se puso a llorar mientras informaba a su cruel agresora que no podía más y que la dejara descansar. Sonreí al oír su tono desolado porque era una señal de lo cerca que estaba su rendición y haciendo caso omiso a sus ruegos, colaboré con Loung mordisqueando uno de sus pechos mientras con mis dedos invadía su sexo.
Nuestro ataque coordinado fue el empujón que le faltaba para que su cuerpo empezara a convulsionar sobre las sábanas presa de un segundo orgasmo aún mayor que el primero. Convencido que de ello iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, exigí a mi concubina que intensificara la acción de su lengua y bebiendo de la lujuria que rezumaba del sexo de Kanya, prolongó ese inesperado pero placentero clímax mientras su víctima se retorcía incapaz de absorber tanto placer.
-¡No es posible!- sollozó al comprender por fin lo que le ocurría y presionando con sus manos la cabeza de Loung contra su sexo, gritó:- por favor, ¡no pares! Lo necesito.
Durante largo rato, ni mi amada oriental ni yo soltamos a nuestra presa. La cual yendo de un orgasmo a otro sin descansar, se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a nuestros pies diciendo:
-No quiero ser una invitada, ¡quiero formar parte de la familia!
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se puso a cuatro patas sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas y me encantó descubrir su esfínter rosado pero sabiendo que no era el momento de usarlo, me olvidé momentáneamente de él y sacando mi pene del pantalón del pijama, lentamente la fui empalando hasta toparme con su himen.
-¿Estás segura que esto es lo que quieres?- pregunté presionándolo sin romperlo.
Echándose violentamente hacia tras, la novata firmó su entrega y casi sin dolor, chillo como posesa al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos mientras la decía:
-Para ser una víctima te mueves como una puta.
La aludida recibió con indignación mis palabras e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Kanyaa no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando se dio cuenta de lo mucho que le gustaba que mi glande chocara una y otra vez contra la pared de su vagina:
La novata viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que escucháramos sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer. Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras a mi lado Loung no paraba de reírse de ella. Al comprobar que esa oriental no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente.
Decidido a vencer por goleada, me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces Kanya se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.
-¿Te gusta que te traten duro? ¿Verdad puta?- pregunté a mi montura.
-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.
Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina. La inexperta al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.
Fue entonces cuando, entre gemidos, me preguntó si era cierto que también sería la amante de la princesa.
― Pregúntale a ella- respondí señalando a Sovann que desde la puerta nos observaba.
No hizo falta que realizara esa pregunta porque llegando hasta ella, su futura reina y dueña la besó. Al experimentar por primera vez la ternura de su monarca, Kanya se puso a llorar pero en esta ocasión de felicidad.
-Hacedme un hueco- dulcemente mi prometida comentó mientras se desnudaba- porque vengo necesitada de las caricias de mi familia…
FIN

Relato erótico: «Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos» (POR GOLFO)

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Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos.
Como a muchos hombres de mi generación, el estrés continuado durante años producto del trabajo me había llevado a una inapetencia sexual. Aunque sea duro reconocerlo, no me considero un bicho raro al confesaros que, con cuarenta y dos años, las mujeres habían pasado a segundo plano en mi vida. Sin ser un eunuco, ya no eran mi prioridad y prefería una buena comilona con un grupo de amigos tras un partido de futbol a un revolcón con la putita de turno. Siendo heterosexual convencido y probado, era consciente de la belleza de determinadas mujeres que revoloteaban a mi alrededor pero me consideraba inmune a sus encantos. Simplemente no me apetecía perder mi tiempo en la caza y captura de una de ellas.
Lo más curioso de asunto es que todo lo que os he contado antes cambió con la persona menos indicada y en las circunstancias más extrañas. Os preguntareis cuándo, cómo y con quién se dio ese cambio. La respuesta es fácil:
“Con mi prima Ana, al verla embarazada y en Filipinas”.
Como en tantas historias, todo comenzó por un hecho fortuito y en este caso luctuoso: la muerte de un tío. Evaristo, el difunto era un familiar que después de la guerra había organizado las maletas y se había ido al extremo oriente en busca de fortuna. En mi caso, solo lo había visto una vez y eso hacía muchos años. Por eso me sorprendió la llamada de un abogado, avisándome de su muerte y de que me había nombrado heredero.
No creyendo en mi suerte, le pregunté cuanto me había dejado. El letrado me contestó que no lo sabía porque esa encomienda era un encargo de un bufete de Manila del que ellos solo eran representantes. De lo que sí pudo informarme fue que al lunes siguiente se abriría el testamento en sus oficinas con las presencia de todos los beneficiarios.
-¿Hay más herederos?- molesto pregunté.
El tipo al otro lado del teléfono notó mi tono y revisando sus papeles, respondió:
-Son dos. Usted y Doña Ana Bermúdez.
Así me enteré que mi prima Ana era la otra afortunada.
«Es lógico. Somos sus parientes más cercanos», pensé al recordar que ese hombre era el hermano de nuestro abuelo.
A pesar de haber perdido el contacto con ella, me tranquilizó saber con quién iba a tener que compartir lo mucho o lo poco que nos había legado ya que Ana siempre me había parecido una persona bastante equilibrada. Por ello, confirmé mi asistencia a la apertura del testamento y anotándolo en mi agenda, me desentendí de ello.
La cita en el bufete.
He de reconocer que una vez en casa, fantaseé con la herencia y me vi como un potentado a cargo de una plantación de tabaco al hacer memoria que el tal Evaristo se vanagloriaba de la calidad de los puros que elaboraba en esas tierras mientras gastaba dinero en el pueblo sin ton ni son, con el objeto de restregar a toda la familia su éxito.
«Quién me iba a decir que iba a disfrutar del dinero que ese viejo ganó con tanto trabajo», ilusionado medité al caer en la cuenta que el bufete al que iba a ir era uno de los mejores de Madrid y por ello asumí que el legado debía de ser importante.
Por ello, intenté contactar con Ana para conocer de antemano cuál era su sentir en todo ello, pero me resultó imposible porque increíblemente nadie que conocía tenía su teléfono.
«¡Qué raro!», me dije tras darme por vencido, «es como si hubiese querido romper con todo su pasado». No dando mayor importancia a ese hecho, la mañana en que iba a conocer cuál era mi herencia, ve vestí con mis mejores galas y acudí a la cita.
Tal y como era previsible, las oficinas en que estaban ubicado ese despacho de abogados destilaban lujo y buen gusto. Quizás por ello, me sentí cortado y tras anunciarme con la recepcionista, esperé sentado que me llamaran tratando de pasar desapercibido. Al salir de casa creía que mi vestimenta iba acorde con la seriedad de la reunión pero, al llegar a ese sitio, deseé haberme puesto una corbata.
«Esto está lleno de pijos», mascullé cabreado asumiendo que me encontraba fuera de lugar. Si ya me consideraba inferior, esa sensación se incrementó al reconocer a mi prima en una ricachona que acababa de entrar por la puerta. Envuelta en un abrigo de visón y con peinado de peluquería, Ana parecía en su salsa. Si yo había dado mi nombre y poco más, ella se anunció exigiendo que la atendieran porque tenía prisa.
«¡Menuda borde!», pensé al escuchar sus malos modos.
Levantándome de mi asiento, me dirigí a ella y saludé. La frialdad con la que recibió mis besos en sus mejillas me confirmó que en esa altanera mujer, nada quedaba de la chiquilla inocente que había sido y por eso volví a sentarme, bastante desilusionado. La diferencia de trato, me quedó clara cuando a ella la hicieron pasar directamente a un despacho.
«A buen seguro, Ana es la beneficiaria principal y yo en cambio solo recibiré migajas», sentencié mientras intentaba mantener la tranquilidad.
Enfrascado en una espiral autodestructiva esperé a que me llamaran. Afortunadamente la espera duró poco ya que como a los cinco minutos, uno de los pasantes me llamó para que entrara a la sala de reuniones. Allí me encontré con cuatro abogados de un lado y a mi prima del otro. No tuve que ser un genio para leer en su rostro el disgusto que le producía mi presencia.
«Debió pensar que ella era la heredera universal de Evaristo», comprendí al ver su enfado.
No queriendo forzar el enfrentamiento que a buen seguro tendríamos en cuanto nos leyeran el testamento, pregunté cuál era mi sitio. El más viejo de los presentes me rogó que me sentara al lado de ella y sin dar tiempo a que me acomodara, comenzó a explicar que nos había citado para darnos a conocer el legado de nuestro tío.
-Corte el rollo, ¿cuánto me ha dejado?- fuera de sí, le recriminó mi prima.
Su mala educación no influyó al abogado que, con tono sereno, le contestó que no sabía porque antes tenía que abrir el sobre que contenía sus últimas voluntades.
-Pues hágalo, no tengo tiempo que perder.
El sujeto, un auténtico profesional, no tomó en cuanta la mala leche de mi familiar y siguiendo los pasos previamente marcados, nos hizo firmar que en nuestra presencia rompía los sellos de ese paquete. Os juro que para entonces se me había pasado el cabreo al ver el disgusto de esa zorra y gozando a mi manera, esperé a que el abogado empezara a leer el testamento.
Tras las típicas formulas donde se daba el nombre de mi tío y el notario declaraba que a pesar de su edad tenía uso pleno de sus facultades, fue recitando las diferentes propiedades que tenía en vida. La extensa lista de bienes me dejó perplejo porque aunque sabía que mi tío era rico nunca supuse que lo fuera tanto y por ello, cuando aún no había terminado de nombrarlas, ya me había hecho una idea de lo forrado que estaba.
«¡Era millonario!», exclamé mentalmente y completamente interesado, calculé que aunque solo recibiera un pequeño porcentaje de su fortuna me daría por satisfecho.
Ana se le notaba cada vez más enfadada y solo pareció apaciguarse cuando el letrado empezó a leer las disposiciones diciendo:
-A mi adorada sobrina, Doña Ana Bermúdez, en virtud de haber dedicado sus últimos años a cuidar de mí…- la cara de mi prima era todo satisfacción pero cambió a ira cuando escuchó que decía- …le dejo el cincuenta por ciento de mis bienes.
Durante unos segundos, mantuvo el tipo pero entonces fuera de sí empezó a despotricar del viejo, recriminándole que ella era la única que se había ocupado de él.
El abogado obviando sus quejas, prosiguió leyendo:
-A mi sobrino, Manuel Bermúdez, como único varón de mi familia le dejo el otro cincuenta por ciento siempre que acepte cumplir y cumpla las condiciones que señalo a continuación…-os juro que mi sorpresa al saberme coheredero de esa inmensa fortuna fue completa y por eso me costó seguir atendiendo- …Primero: Para hacerse cargo de la herencia, debe vivir y residir en mi casa de Manila durante un mínimo de dos años desde su aceptación. Para ello, su prima Ana deberá prepararle la habitación de invitados o cualquier otra de la zona noble.
«La madre tendré que vivir con esa engreída», pensé.
El abogado siguió diciendo:
-Segundo: Deberá trabajar bajo las órdenes de la actual presidenta de mis empresas durante el mismo plazo.
No me quedó duda de quién era esa señora al ver la cara de desprecio con la que Ana me miraba.
-Tercero: La aceptación de su herencia deberá hacerse ante mi notario en Manila dando un plazo de quince días para que lo haga. De negarse a cumplir lo acordado o no aceptar la herencia, el porcentaje a él asignado pasará directamente a su prima Doña Ana Bermúdez.
Esas condiciones me parecieron fáciles de cumplir teniendo en cuenta que estaba hasta los huevos de mi trabajo como simple administrativo en una gran empresa y por eso, nada más terminar el abogado dije:
-¿Dónde hay que firmar?
El sujeto se disculpó y me recordó que según el testamento debía hacerlo en Filipinas y ante la ley de ese país. Dando por sentado que tenía razón ya me estaba despidiendo cuando escuché a mi prima que con tono duro decía:
-¿Nos pueden dejar solos? Manuel y yo tenemos que hablar.
Los abogados previendo que iba a producir una confrontación entre nosotros, desaparecieron por arte de magia.
Al quedarnos únicamente ella y yo en esa habitación, Ana se quitó el abrigo de pieles y dejándolo sobre uno de los sillones, se dio la vuelta y me soltó:
-¿Cuánto quieres por renunciar a todo?
La dureza de sus palabras me pasó desapercibida porque en ese momento mi mente estaba en otro planeta porque al despojarse de esa prenda, me permitió admirar la sensual curvatura de su vientre y la hinchazón de su busto.
«¡Está embarazada!», concluí más excitado de lo normal al recorrer con mi mirada su preñez.
Aunque siempre me habían parecido sexys las barrigas de las mujeres esperando, os tengo que confesar que cuando descubrí su estado, algún raro mecanismo subconsciente en mi interior se encendió y puso a mis hormonas a funcionar.
«¡Está buenísima!», pensé mientras por primera vez la contemplaba como mujer. Olvidando su carácter, me quedé prendado de esos pechos que pugnaban por reventar su blusa y contra mi voluntad, me imaginé mamando de ellos.
Mi “querida” prima creyó que mi silencio era un arma de negociación y sacando la chequera, con la seguridad de alguien acostumbrado a las altas esferas, me preguntó:
-¿Con medio millón de euros te sentirías cómodo?
Ni en mis sueños más surrealistas hubiera creído que de esa reunión saldría con esa suma pero para desgracia de esa pretenciosa, mi cerebro estaba obcecado contemplando el erotismo de sus curvas y nada de lo que ocurriera en esa habitación podría hacer que me centrara tras haber descubierto unas sensaciones que creí perdidas.
«Esta puta me pone cachondo», alucinado determiné al notar que mi sexo se había despertado tras meses de inactividad y que en esos momentos lucía una erección casi olvidada.
-Entonces, un millón. ¡No pienso ceder más!- subrayó cabreada.
Su ira, lejos de hacerla menos deseable, incrementó su erotismo y ya sumido en una especie de hipnosis, fui incapaz de retirar mis ojos de los pezones que se podían vislumbrar bajo su blusa.
«Debe de tenerlos enormes», medité mientras soñaba en el paraíso que significaría tenerlos a mi alcance, «daría lo que fuera por mordisquearlos».
-¡Solo un idiota rechazaría mi generosa oferta!-chilló ya descompuesta.
Su insulto exacerbó mi fantasía e imaginando que era mía, me vi sometiéndola. Ninguna mujer me había provocado esos pensamientos y por ello me intrigó que tras años de sexualidad aletargada, esa preñada me hubiese inyectado en vena tanta lujuria.
«¡Me la ha puesto dura!», sonreí.
Mi sonrisa nuevamente fue malinterpretada y tomada como una ofensa. Ana, dio por declarada la guerra y llena de ira, me soltó:
-No tienes idea de lo hija de puta que puedo ser. Te conviene aceptar mi oferta. Filipinas es mi terreno y si vives conmigo, ¡te haré la vida imposible!
Esa nada sutil amenaza tuvo el efecto contrario. Mi prima me la había lanzado con la intención de acobardarme pero al saber que viviría con ella, hizo que todas las células de mi cuerpo hirvieran de pasión.
-Ya veremos- respondí y dando por zanjado el tema, me acerqué a ella.
Ana se quedó de piedra cuando ya a su lado y mientras me despedía, susurré en su oído:
-Por cierto, nunca me imaginé que mi primita se había convertido en una diosa.

Quemo mis naves.

Saliendo de los abogados, decidí irle a decir adiós a mi jefe. Tras diez años de esclavitud y explotación en sus manos, ese capullo se merecía que alguien le cantara las cuarenta. A muchos os parecerá una locura quemar las naves de esa forma pero, asumiendo que lo mínimo que iba a sacar era el millón de euros que me había ofrecido, me parecía obligado hacerle saber a mi superior lo mucho que le estimaba.
Por eso cuando llegué a la oficina, sin pedir permiso, entré en su despacho y subiéndome a su mesa, me saqué la polla y le meé encima. Tras ese desahogo y mientras ese mequetrefe no paraba de chillar, recogí mis cosas y dejé para siempre ese lugar.
«¡Qué a gusto me he quedado!», pensé ya en la calle al recordar la cara de miedo que lucía ese cabronazo mientras le enchufaba con mi manguera. Acostumbrado a ejercer tiránicamente su poder, Don José se había quedado reducido a “pepito” al verme sobre su escritorio verga en mano.
Ya más tranquilo me fui a casa e indagando en internet, confirmé con la copia del testamento en mi mano que las posesiones de mi tío Evaristo se podían considerar un emporio:
«Estoy forrado», resolví tras verificar que formaban el segundo mayor holding de ese país.
Curiosamente mientras pensaba en esa fortuna que me había caído del cielo, no fueron solo mis neuronas las que se pusieron como una moto sino antes que ellas, mis hormonas. Dentro de mis calzones, mi pene se había despertado con una dureza comparable a la sufrida al ver las tetas de mi prima.
-¡Me pone cachondo la pasta!, muerto de risa, exclamé.
Juro que solo el saber que apenas tenía dinero para comprarme el billete de avión a Manila, evitó que saliese corriendo a un putero a descargar mi tensión con una hembra de pago. En vez de ello, abriendo mi bragueta, saqué mi hombría de su encierro y me puse a pajear pensando en Ana, en esas tetas que no tardarían en tener leche y en su estupendo culo.
-¡Esa puta será mía!- determiné en voz alta al recordar su sorpresa cuando le comenté lo buena que estaba.
Soñando que el desconcierto con el que recibió mi piropo fuera motivado por una debilidad de su carácter que me diera la oportunidad de seducirla, me imaginé poniendo mi verga entre las tetas de esa soberbia. En mi mente, mi adorada prima se comportó como una zorra y actuando en sintonía, me hizo una cubana de ensueño mientras soportaba mis risas e insultos.
Estaba a punto de sucumbir a mi deseo cuando de improviso sonó el timbre de mi puerta. Disgustado por la interrupción, acomodé mi ropa y fui a ver quién había osado interrumpirme. Al abrir, me encontré con una oriental. La desconocida, al verme, se presentó como la secretaría de mi prima y sin mayor prolegómeno, me informó que su jefa le había pedido que se pusiera a mis órdenes para que me ayudara con los preparativos de mi marcha.
Con la mosca detrás de la oreja, la dejé pasar. Esa criatura debía tener instrucciones precisas porque nada más pisar mi apartamento, me preguntó dónde tenía las maletas y qué ropa quería llevarme.
-¿A qué se debe tanta prisa?- pregunté.
Sin mostrar ningún signo de preocupación, la filipina contestó:
-Como futuro vicepresidente tiene a su disposición el avión de la compañía y Doña Ana ha preparado todo para que usted salga rumbo a Manila en tres horas.
Ese cambio de actitud y que esa guarra sin alma facilitara mi ida, me mosquearon. Sospechando que quizás buscaba un acercamiento como estrategia de negociación, interrogué a la muchacha donde recogeríamos a mi prima.
-La señora ya está de vuelta en otro avión. No quería esperar a que termináramos con su equipaje y me ha pedido que sea yo quien le acompañe.
Su tono meloso despertó mis alertas. Tratando de encontrar un sentido a todo aquello, me fijé en la muchacha y fue al percatarme de su exótica belleza cuando caí del guindo:
«Mi prima la ha mandado para que me seduzca».
Ese descubrimiento en vez de molestarme, me hizo gracia y sin cortarme en absoluto, me dediqué a admirar a la cría mientras recogía mi ropa.
«Hay que reconocer que tiene un polvo», zanjé tras recorrer con la mirada su esbelto cuerpo. Teresa, así se llamaba la mujercita, parecía sacada de una revista de modas. Guapa hasta decir basta, sus movimientos irradiaban una sensualidad que no me pasó inadvertida.
«¡Más de uno!», decreté al descubrir que tenía un culo con forma de corazón cuando la vi agacharse a cerrar la primer maleta. «Joder, ¡cómo estoy hoy!», protesté mentalmente mientras trataba de ocultar la erección entre mis piernas.
La incomodidad que sentía se incrementó exponencialmente al notar que esa cría se había dado cuenta de lo que ocurría entre mis piernas y se ponía roja.
«Parezco un viejo verde», refunfuñé en silencio avergonzado y desapareciendo de mi habitación, fui a la cocina a tomar un vaso de agua aunque no tenía sed.
Consideré esa huida como una sabia retirada porque era consciente que en el estado de excitación en que estaba, cualquier acercamiento por parte de ella terminaría en mi cama. Lo que no sabía fue que Teresa usó mi ausencia para revisar los cajones de mi cuarto y que durante ese examen, encontró mi colección de películas porno.
«Menudo pervertido», me reconoció posteriormente que pensó al deducir por su contenido que las asiáticas eran una de mis fantasías.
Curiosamente ese hallazgo, la satisfizo aunque su jefa le había prohibido expresamente cualquier acercamiento conmigo. Sus órdenes eran únicamente el convencerme de acudir cuanto antes a filipinas.
-Es un muerto de hambre. Fuera de su entorno conseguiré que firme la renuncia- fueron las escuetas explicaciones que le dio.
Sin títuloPara desgracia de Ana, esa muchachita era ambiciosa y al conocer mi debilidad por su raza, no tardó en decidir que la iba a aprovechar a su favor. De forma que ajeno a las oportunidades que se me estaban abriendo sin saberlo, la mente de Teresa se puso a elucubrar un plan con el que seducirme.
«Maduro, soltero y solo, no tardará en caer entre mis piernas», sentenció mientras se veía ya como mi futura esposa. «Si consigo enamorarle, me convertiré en una de las mujeres más ricas de mi país».
Por mi parte, en la soledad de mi cocina, mi excitación no me daba tregua y a pesar de mis intentos, seguía pensando en esa jovencita.
«Aunque está buenísima», sentencié al sentir mis hormonas en ebullición, «no debo caer en la red que Ana me ha preparado».
Desconociendo que iba a producir un choque de trenes, y que mi deseo se iba a retroalimentar con su ambición. Levanté mi mirada al oír un ruido y descubrí a Teresa apoyada contra el marco de la puerta. La perfección de sus formas y la cara de putón desorejado de la muchacha echaron más leña al fuego que ya consumía mis entrañas.
-Ya he terminado- comentó con tono dulce al tiempo que hacía uso de sus impresionantes atributos femeninos en plan melosa.
Reclinando su cuerpo contra el quicio, esa cría se exhibió ante mí como diciendo: “soy impresionante y lo sabes”.
Reconozco que mis ojos estaban todavía prendados en su piel morena cuando ella incrementando el acoso a la que me tenía sometido, me dijo:
-Todavía faltan un par de horas para que salga nuestro avión. ¿Le importa que me dé una ducha?
No tuve que quebrarme mucho la cabeza para comprender que se me estaba insinuando y por un momento estuve a punto de negarle ese capricho, pero entonces y ante mi asombro, Teresa dejó caer uno de los tirantes de su vestido mientras insistía diciendo:
-Me siento sudada y me vendría bien para refrescarme.
Os juro que antes de darme tiempo de reaccionar, ese bellezón de mujer deslizó el otro tirante e impresionado solo pude quedarme admirando cómo se me iban mostrando la perfección de su curvas mientras su ropa se escurría hacía el suelo.
«¡Es una diosa!», exclamé mentalmente mientras todo mi ser ardía producto de la calentura que esa criatura había suscitado en mi cerebro.
Si su rostro era bello, las duras nalgas que pude contemplar mientras la muchacha salía rumbo al baño me parecieron el sumún de la perfección.
«Tranquilo, macho. ¡Es una trampa!», me tuve que repetir para no salir detrás de ella.
Todo se estaba aliando en mi contra. Si esa mañana alguien me hubiera dicho que estaría en ese estado de excitación solo cuatro horas después de haber despertado, lo hubiera negado. La preñez de mi prima había avivado el deseo que creía olvidado, la pasta de la herencia lo había intensificado pero lo que realmente me convirtió en un macho en celo fue esa cría cuando, llevando como única vestimenta un tanga negro, me preguntó desde el pasillo:
-¿No me va a acompañar?
Mis recelos desaparecieron como por arte de magia y acercándome a ella, me apoderé de sus pechos mientras forzaba los labios de esa joven con mi lengua. La pasión que demostró, me permitió profundizar en mi ataque y olvidando cualquier tipo de cordura, le bajé las bragas.
-¡Qué maravilla!- clamé alucinado al encontrarme con su depilado y cuidado sexo.
Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, Teresa no solo estaba buena sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Estaba todavía pensando que hacer cuando esa filipina pegando un grito se abalanzó sobre mí e me bajó los pantalones.
Sobre estimulado como estaba, no hizo falta nada más y cogiéndola entre mis brazos, de un solo arreón la penetré hasta el fondo. La cría chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida, diciendo:
-Hazme el amor.
Cabreado por mi rápida claudicación y por el hecho que mi adversaria creyera que me había vencido, la contesté:
-No voy a hacerte el amor, voy a follarte- tras lo cual moviendo mis caderas, hice que la cabeza de mi pene chocara contra la pared de su vagina sin estar ella apenas lubricada. Mi violencia y la estrechez de su conducto hicieron saltar lágrimas de sus ojos pero su sufrimiento solo consiguió azuzar mi deseo.
Sin importarme su dolor ni siquiera esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Sus aullidos al sentirse casi violada con cada incursión, me alebrestaron y ya convertido en un animal, seguí machacando su coñó con mi verga. Durante largos minutos, su cuerpo fue presa de mi lujuria hasta que contra toda lógica, Teresa consiguió relajarse y comenzó a disfrutar del momento.
Supe que algo había cambiado en su interior cuando el cálido flujo que brotó de su sexo me empapó las piernas. Fue entonces cuando me percaté que esa cría se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco. Su rostro ya no mostraba dolor sino placer e involuntariamente colaboró con mi infamia abrazándome con sus piernas.
-Eres un salvaje- musitó saboreando ya cada una de mis penetraciones.
No me podía creer la excitación que me corroía, siendo ya cuarentón no di muestra de serlo al tener izada entre mis brazos a esa mujer sin dejar de aporrearla con mi miembro. Con renovada juventud, continué follándomela en volandas mientras en su cuerpo se iba acumulando tanta tensión que no me cupo duda que iba a tener que dejarla salir con un brutal orgasmo. Sin estar cansado pero para facilitar mis maniobras, la coloqué encima de una mesa, sin dejarla descansar. La nueva posición me permitió disfrutar con sus pechos. Pequeños como el resto de su se movían al ritmo que imprimía a su dueña. Teresa, cada vez más abducida por el placer, olvidó sus planes y berreando, imploró mis caricias. Respondiendo a sus deseos, los cogí con mi mano, y extasiado por la tersura de su piel morena, me los acerqué a la boca.
La oriental aulló como una loba cuando notó mis dientes adueñándose de sus pezones y totalmente fuera de si, clavo sus uñas en mi espalda. Sé que buscaba aliviar la tensión que acogotaba su interior pero solo consiguió que esos rasguños incrementaran mi líbido y ya necesitado de derramar mi leche dentro de ella, me agarré de sus tetas y comencé un galope desenfrenado, usándola como montura.
Para entonces, mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. El brutal ritmo que adopté hizo que mi verga forzara en demasía su interior de forma que cuando exploté dentro de su cueva, mi semen se mezcló con su sangre y mis gemidos con sus gritos de dolor. Agotado y ya satisfecho, me desplomé sobre ella pero Teresa, en vez de quejarse, siguió moviéndose hasta que su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el tremendo clímax que le había hecho tener.
-No puede ser- chilló dominada por las intensas sensaciones que recorrían su cuerpo y con lágrimas recorriendo sus mejillas, me reconoció que le había encantado antes de quedarse tranquila.
-Vamos a la cama- dije en cuanto se hubo recuperado un poco.
La muchacha, al oírme, sonrió pero tras pensárselo me dijo con voz apenada:
-Me encantaría pero tenemos que coger un vuelo.
Sintiéndome Superman, besé sus labios y le pregunté:
-¿Cuántas horas tarda el viaje?
-Catorce- respondió alegremente al intuir mis intenciones.
«Tiempo suficiente para seguir follando», me dije y dando un azote sobre su trasero desnudo, le comenté que se había quedado sin ducha.
La cría muerta de risa, contestó:
-No me importa, en el avión hay un jacuzzi ¡para dos!
CONTINUARÁ…..

Relato erótico: «Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 2» (POR GOLFO)

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cuñada portada3Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 2
Sin títuloAntes de salir de casa, ya me había acostado con la preciosa secretaria de mi prima. La rapidez con la que esa oriental se había echado entre mis brazos me dejó claro que no era casual y que esa ligereza escondía otras intenciones.
«No he sido nunca un ligón», me repetí continuamente para no creer que esa mujer se había sentido afectada por mi atractivo.
Tenía claro que Teresa se había abierto de piernas y que ello solo se podía deber a dos motivos: El primero, mi prima se lo había ordenado y el segundo, un tanto más retorcido pero no por ello menos plausible, era que sabiendo que había heredado viera en mí a un pardillo al que desplumar.
«Si es esa la razón, va jodida», pensé reconociendo que quien realmente me ponía cachondo era Ana, mi embarazada prima.
El recuerdo de su vientre germinado y sus pechos llenos de leche volvieron con fuerza a mi cerebro. Después de largo tiempo con mi sexualidad aletargada, esta se vio zarandeada brutalmente al descubrir que estaba preñada y su déspota comportamiento solo consiguió avivar si cabe el inmenso incendio que había provocado.
Sé que os costará creerlo pero en mi casa y mientras mi pene se solazaba dentro del coño la filipina, era en Ana en quien pensaba. Por mucho que esa muñeca resultara ser una ardiente amante, los gritos que deseaba oír mientras me la follaba eran los de mi prima. Quizás por ello al llegar al avión que había fletado la compañía, mi comportamiento hacia la joven fue bastante frio.
Teresa, que no era tonta, lo notó pero no dijo nada. En vez de mortificarme con nuevos mimos, se dedicó a sus cosas, dejándome solo con mis pensamientos. Ello me dio la oportunidad de aclarar mis ideas mientras el piloto y su ayudante despegaban.
«Me ha facilitado el viaje para que me confíe y así cogerme desprevenido», medité enfadado, «esa puta quiere quedarse ella con todo el pastel».
«De ser cierta la fortuna que en teoría habíamos heredado, son solo unas migajas el millón de euros que ha ofrecido por mi parte», concluí. Curiosamente, saber que Ana me tomaba por un pazguato me tranquilizó y ya más centrado, me puse a observar a mi acompañante.
«Es una mujer preciosa», certifiqué al recorrer con la mirada su anatomía.
Ajena a mi examen, la joven se acomodó encogiendo sus piernas sobre su asiento de manera inconsciente. Su concentración me permitió mirarla sin que se diera cuenta. Con poco más de veinte años parecía recién salida de la adolescencia. El escaso pecho que apenas unas horas antes había probado, me daba a entender que por su raza no iba a crecer más pero aun así tuve que reconocer que la chavala estaba buenísima. La perfección de sus muslos y su estrecha cintura eran toda una tentación pero lo que realmente me excitó fue el hecho que, al recoger un papel del suelo, su falda se le había descolocado, dejando al descubierto tanto el coqueto tanga como gran porción de ese trasero que inútilmente trataba de tapar.
“Tiene un culo de campeonato”, sentencié recordando la tersura de sus nalgas mientras mi voluntad luchaba contra la excitación.
Justo en ese momento, la filipina se dio la vuelta y me miró. Fue entonces cuando mi lujuria se vio incrementada exponencialmente al comprobar que se le había soltado dos botones de su camisa y permitiéndome contemplar su pecho por completo.
Sé que se percató de su descuido pero no hizo nada por evitarlo, de manera que me quedé ensimismado mirando esos pequeños pero duros senos, que para colmo estaban coronados por dos pezones de color rosa.
«¡Es una niña y yo un viejo!», protesté al recordar cómo me había dejado llevar una hora antes.
Cabreado conmigo mismo traté de retirar la mirada pero constantemente volví a caer en la tentación. La sensualidad que escondía esa joven provocó que mi verga me exigiera que le hiciese caso. Sabiendo que es lo que esa zorrita esperaba, no hubiera tenido inconveniente en pajearme en su honor pero el poco pudor que me quedaba evitó que me sacara la polla y me pusiera a masturbarme.
-Reconoce que te gusto- sonriendo, dijo la cría al ver el efecto que causaba en mi entrepierna.
Cómo de nada servía negar lo evidente, totalmente colorado, asentí. Mi respuesta le satisfizo y poniendo cara de puta, me soltó que yo a ella también. Fingiendo una tranquilidad que no sentía, le contesté que no me lo creía.
-¿Estás seguro que miento?- insistió sin dejar de mirar a mis ojos y pasando su mano por encima de mi bragueta.
-Totalmente. Soy mayor para ti y apenas me conoces- respondí de mala leche al sentir sus dedos ya se habían aferrado mi extensión y que sin ningún pudor esa guarrilla me empezaba a masturbar.
-Te equivocas. Me ponéis cachonda tú y tu dinero- respondió con una sinceridad que me dejó pasmado y acercándose a mí, susurró en mi oído: – Mi jefa es una perra muy dura y si no quieres que te desplume, vas a necesitar mi ayuda. Te aseguro que tenerme como tu aliada te puede resultar muy agradable.
Viéndolo desde esa perspectiva, me pareció una postura coherente. Ambos salíamos ganando y por eso, le pregunté qué quería por esa ayuda.
-Poca cosa, ¡casarme contigo!
Os juro que estuve a punto de echarme a reír pero no queriendo ofenderla, preferí ofrecerle un cinco por ciento de lo que consiguiera. La cría asintió dando su conformidad al acuerdo y abriendo una puerta del avión, me señaló una cama. Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola hasta ahí, ella se puso a quitarme la camisa mientras yo me ocupaba de bajarme los pantalones. Poseído por una impía pasión, me desnudé al tiempo que pensaba que era una curiosa forma de cerrar nuestro trato.
-Fóllame- me pidió mientras cogía entre las manos sus pequeños pechos y me los hacía entrega como muestra de nuestra alianza.
Confieso que azuzado por ella, los agarré entre mis dedos y sin pedirle su opinión, comencé a recorrer con mi lengua sus pezones. Sin darme tregua, Teresa colocó mi verga en la entrada de su cueva y sin mayores prolegómenos, de un rápido movimiento de caderas, consiguió que la penetrara.
-Me encanta ser tu socia- gritó al sentirse llena y dejándose llevar por su naturaleza ardiente, sus uñas se clavaron en mi espalda mientras me pedía que la tomara.
Su descaro curiosamente me gustó y convirtiendo ese acto animal en algo tierno, comencé a acariciarla mientras le informaba que nunca había tenido una socia. Muerta de risa, la asiática me contestó:
-¿Y una novia?
-Pareja si he tenido-respondí sin saber a qué se refería.
Soltando una nueva carcajada, me soltó:
-Pues piensa en mí como si fuera tu prometida- y tomando aire continuó diciendo: -Además de placer, te conseguiré mucho dinero.
La mención de esa fortuna que me esperaba al llegar a ese país, incrementó mi avidez por ella y reiniciando mi ataque, mi pene se acomodó en su cueva una y otra vez. A ella le debió ocurrir lo mismo porque mientras nuestros cuerpos se fusionaban sobre las sábanas, se vio poseída por el placer y chillando a los cuatro vientos su ardor, se licuó entre mis piernas.
-¡Dame un anticipo!- aulló al notar el modo en que mi extensión se introducía rellenando su vagina.
Comprendí que era lo que me demandaba e incrementando el compás de mis estocadas, busqué sembrar su fértil vientre con mi semilla. La temperatura de esa habitación se volvió todavía más caliente cuando Teresa, sin previo aviso, se aferró a los barrotes de la cama y gritando, se corrió.
La violencia de su orgasmo y la manera en que se retorcía me excitaron aún más y subyugado por la pasión, me enganché a sus pechos y con renovados ánimos, seguí follándomela mientras le exigía que se moviera.
Esa orden surtió el efecto deseado y ya en plan loca, fue en busca de un nuevo clímax, convirtiendo su coño en una especie de batidora. Sus movimientos convulsos y la presión que sus músculos ejercieron sobre mi miembro fueron el aliciente que necesitaba para correrme y coincidiendo con sus jadeos, sin poder aguantar más, exploté sembrando su interior. Estaba esparciendo mi simiente dentro de ese oriental chocho cuando con un alarido que tuvo que oír el piloto del avión, Teresa me informó que se me unía.
Agotado y satisfecho, me dejé caer sobre el colchón mientras la ambiciosa joven seguía presa del placer. Durante unos minutos esperé a que se recuperara. Ya repuesta, la pregunté:
-¿Qué va a decir mi prima cuando se entere de tu traición?
Sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Yo no se lo voy a decir. Para ella, seguiré siendo su leal secretaria hasta que me des la parte que me has prometido o ¡te cases conmigo!
Increíblemente, esa filipina seguía pensando que lo más normal era que nuestra relación terminara en matrimonio. Por mi parte, la idea ya no me parecía descabellada. Esa mujer tenía todo lo que me gustaba. Ambición, inteligencia, belleza y simpatía…
Mi llegada a Manila.
Casi veinte horas después aterrizamos en el aeropuerto Ninoy Aquino, renombrado así por el periodista y político asesinado bajo la dictadura de Ferdinand Marcos. Al salir al exterior, los treinta y tres grados de temperatura de ese día de diciembre me parecieron excesivos, tomando en cuenta que al salir de Madrid los termómetros marcaban bajo cero.
«Menudo calor», protesté mentalmente mientras mi acompañante se ocupaba del papeleo.
A mi alrededor, un gentío enorme se afanaba en buscar un transporte hacía la ciudad. Aunque no es algo que se sepa, Manila tiene más de quince millones de habitantes, permanentemente embotellada. De lo caótico de su tráfico me percaté nada más salir de la terminal porque la limusina que en la que íbamos montado se vio inmersa en un descomunal atasco.
-¿Siempre es así?- pregunté.
Teresa, acostumbrada a ese caos, tardó unos segundos en comprender cuál era mi pregunta.
-Hoy está tranquilo- contestó luciendo la mejor de sus sonrisas.
«Pues cómo debe ser cuando está mal», me dije alucinado. Nunca en mi vida había estado en un lugar donde la ley de la jungla fuera la norma de comportamiento entre los conductores. Tampoco había visto jamas el engendro que llaman “jeepney”, un híbrido entre un jeep de la segunda guerra mundial y un microbús. Pintados profusamente con colores vivos, cualquiera de esos artesanales vehículos hubiera causado sensación en las calles españolas.
«Además de horteras, contaminan que dan gusto», sentencié al observar la negra humareda que dejaban a su paso.
Aunque ese tipo de trasporte me impactó, no pude dejar de preguntar a la filipina cómo se llamaba otro invento que podía ser o una bici o una moto a la que habían adosado una cabina.
-Pedicab- contestó lacónicamente.
Durante un buen rato me entretuve admirando esa anarquía hasta que ya cansado pregunté si faltaba mucho para llegar a nuestro destino:
-Una hora.
Esa fue la primera mentira que me dijo ya que el tiempo real que tardamos fue superior a dos horas. Os confieso que habituado a vivir en Madrid, esa mega urbe me pareció una locura. Pero lo que más me extrañó fue ver la tranquilidad con la que sus habitantes se tomaban ese embotellamiento.
Afortunadamente cuando ya creía que íbamos a pernoctar en ese coche, apareció ante nosotros una inmaculada valla que se extendía durante kilómetros. Nada más verla, mi acompañante suspiró aliviada y girándose en su asiento, me informó que habíamos llegado. Esa fue su segunda mentirijilla. Aún tardé quince minutos en poder estirar las piernas porque a pesar de estar ya en nuestro destino, ese fue el tiempo que nos costó cruzar la finca y llegar a la mansión que había sido de mi tío.
«Es enorme», fue lo único que pude decir al verme frente a un palacete de clara inspiración mediterránea que chocaba con el verdor de la plantación de tabaco en la que estaba situada.
Si el tamaño me había impresionado, lo que me dejó sin habla fue su interior. Decorado con un gusto recargado, ese lugar no parecía un hogar sino un museo.
-Es magnífica, ¿verdad?- preguntó la muchacha al ver mi cara. Aunque me resultaba un horror por lo recargado de sus paredes, no dije nada y dejé que ella me guiara entre esos ancestrales muros.
A nuestro paso nos cruzamos con un elenco de criadas que a mis ojos poco experimentados en razas orientales, me parecían la misma. Viendo que Teresa las iba saludando por su nombre a cada una de ellas, comprendí que de alguna forma ella era otra habitante de esa casa o al menos una asidua visitante.
«Hay algo que esta niña, no me ha contado», sentencié medio mosqueado. La seguridad con la que se movía en ese laberinto terminó de confirmar mis sospechas y por ello, agotado después de tanto viaje, pregunté dónde estaba el cuarto que me habían asignado.
-¿Cuarto? Doña Ana ha dispuesto que te quedes en la casa de Don Evaristo.
-Pero… ¿no es ésta?- pregunté receloso.
La muchacha con su típica sonrisa, contestó:
-Ésta es para las recepciones, su tío construyó dos más pequeñas pegadas a la piscina. Una de ellas es donde vive desde hace años su prima y la otra, que es en la que él vivía, será para usted.
Confieso que aún sin verla, saber que no tendría que dormir en ese mausoleo, me alegró y con ánimos renovados, le pedí que directamente fuéramos a la que iba a ser mi morada. Obedeciendo de inmediato, la muchacha me sacó al jardín y ya desde la escalinata, vi por primera vez mi futura residencia.
-¡Qué maravilla!- exclamé al comprobar que junto a la especie de lago que esa cría llamaba piscina, había dos coquetos chalets de estilo moderno y funcional.
Sin esperar a los sirvientes que nos seguían con el equipaje, salí corriendo y entré en el que Teresa me señaló como mío. Su interior no me defraudó, decorado en plan minimalista, era un sueño hecho realidad.
Al preguntarme si me gustaba no pude más que expresar mi aprobación casi gritando:
-Me encanta.
La filipina al oírme, se rio y poniendo cara pícara, me soltó:
-Eso que no has visto tu cama.
Tras lo cual, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó al piso de arriba, donde me encontré con la sorpresa que toda esa planta era una sola habitación y que en medio de esa enormidad, se hallaba un descomunal lecho cuyas medidas me parecieron fuera de lugar.
-¿Cuánto mide?- pregunté alucinado.
-Dos y medio por dos y medio- contestó mientras posaba su lindo trasero en el colchón y ya en plan de guasa, me reveló: -Tu tío y sus amiguitas necesitaban mucho espacio.
Conociendo la afición por las faldas del difunto, que tuviera varias amantes no fue algo que me cogiera desprevenido y por ello, medio en broma, contesté:
-¿Te parece si la estrenamos?
La cría, poniéndose seria, me respondió:
-Quizás esta noche, no quiero que el servicio se entere de nuestro pacto.
No me hizo falta estudiar una carrera para intuir el verdadero significado de sus palabras:
«No quiere que Ana sepa que me acuesto con ella».
Como la cría tenía razón, no insistí y por ello en cuanto llegaron los criados con mi equipaje, no me extraño que adoptando una pose de estricta secretaria, esa críame dijera mientras bajaba las escaleras:
-Doña Ana le espera en su casa a cenar dentro de dos horas.
Mirando el reloj, vi que eran las cuatro de la tarde y entonces recordé que el horario de ese país era totalmente diferente al de España; se desayuna a las seis, se come sobre las doce y se cena a las seis.
-Allí estaré.
Ya se iba cuando de pronto recordé algo que me llevaba reconcomiendo desde que descubrí que estaba embarazada y no queriendo interrogarla directamente sobre el tema, le pregunté:
-¿Estará presente su marido?
La carcajada que surgió de su garganta me dejó helado y viendo mi gesto de extrañeza, respondió:
-Mi jefa no tiene pareja…
Las palabras de esa mujercita cayeron como un obús en mi cerebro. Si Ana no tenía marido, ni novio:
«¿Quién coño es el padre de la criatura?», sabiendo que no tardaría en saberlo, me pareció lo más correcto no insistir y despidiéndome de la muchacha, me quedé viendo como uno de los criados deshacía mi equipaje.
Ya solo, me dediqué a explorar mis dominios. La casa de Evaristo era no solo cojonuda sino la guarida de un pervertido. Lo digo por la colección de porno y los diferentes artilugios sexuales que encontré en el interior de un armario. Ya estaba punto de volver a mi cuarto cuando entre los distintos videos que albergaba ese mueble descubrí unos con el nombre de mi prima.
«Tío eras todavía más cerdo que yo», pensé descojonado y dejando todo como me lo había encontrado, decidí visualizar el contenido de mi descubrimiento.
Los vídeos de mi prima.
De vuelta a mi habitación, encendí la televisión y metí el primero de los Dvds en su interior, tras lo cual, me tumbé en la cama. La naturaleza del repertorio donde los encontré, me hacía abrigar esperanzas y por ello, os confieso que antes de darle al play, ya estaba caliente.
La primera imagen que apareció en la pantalla fue una habitación muy parecida a la que me hallaba pero por los muebles supe que no era la misma:
«Debe ser la de Ana», me dije mientras acomodaba mi almohada para ver mejor.
Estaba todavía haciéndolo cuando observé que mi prima salía del baño envuelta en una toalla. Se notaba que era un video espía y que ella no era consciente de estar siendo grabada porque sin mirar al objetivo, se sentó frente al espejo y empezó a peinarse su melena.
Sintiéndome un voyeur, me quedé observando ensimismado:
«Se la ve más joven», pensé al percatarme que al menos esa película debía tener cinco años, «ahora está más buena».
Sin sentirme mal por ese vil acto, me estaba encantado el ser espectador de un peculiar reality que en contra de lo que ocurre en los de verdad, conocía a la protagonista. Durante un buen rato, Ana se entretuvo peinándose pero, cuando terminó, la cinta se tornó más interesante porque dejando caer la toalla, se quedó completamente desnuda. Fue tan de improviso que tuve obligatoriamente que parar la imagen para disfrutar íntegramente de su belleza.
«¡Menudo polvo tiene la condenada», sentencié tras examinar concienzudamente cada parte de su anatomía.
Satisfecho, reinicié la secuencia y ante mi alborozo, la protagonista de mis sueños, cogió un bote de crema y comenzó a extendérsela por todo el cuerpo. La calidad con la que fue grabado, me permitió que ninguna porción de su cuerpo quedara oculto a mi escrutinio.
«Esas tetas tienen que ser mías», mascullé al ver como mi querida prima, al recorrer sus pechos con sus manos, se dedicaba a masajear descaradamente los pezones.
Para entonces, mi pene, cobrando vida propia, me pedía que le hiciera caso y yo, completamente subyugado por la visión que se me ofrecía, no pude más que sacarlo de su encierro mientras en la pantalla, era testigo de cómo esa mujer recorría con sus palmas su trasero. Esas nalgas eran tan impresionantes que no pude evitar que mi mano diera rienda suelta a mi deseo, masturbándome.
Para entonces todo mi cuerpo era un incendio e involuntariamente, mi prima colaboró con ello cuando al empezar a pintarse las uñas de los pies, pude admirar su coño.
«Va depilada», me dije impresionado porque ni en mis sueños más calientes me hubiese imaginado que lo llevara totalmente afeitado. Obsesionado por ese descubrimiento, me concentré en esa escena al ver que se tumbaba sobre su cama.
Cuando creía que la protagonista se iba a dormir, fue cuando pegando un suspiro, Ana separó sus piernas y ante mi sorpresa, sus manos se apoderaron de su sexo.
«Esto no me lo esperaba», sentencié al ser testigo de cómo mi prima cogía una foto y mirándola, se empezaba a acariciar lentamente.
Tras unos minutos, no me sorprendió en absoluto ver el brillo del flujo empapando su coño, ni que la muchacha no parara de gemir mientras, con los ojos cerrados, metía una y otra vez dos dedos dentro su sexo. Lo que si me dejó pálido fue cuando abriendo un cajón de la mesilla, mi prima sacó un enorme consolador y sin más miramientos, se lo ensartó hasta el fondo.
«¡Joder con Anita!», exclamé mentalmente al observar cómo se retorcía sobre el colchón con semejante falo incrustado, «resulta que va a ser una zorra en todos los sentidos».
A pesar de su tamaño, su vagina aceptó ese consolador sin ningún problema y mientras en la tele, esa estancia se llenaba con el ruido de sus jadeos, me dediqué a pajearme cada vez más rápido mientras en mi mente se hacía fuerte la idea que tenía que follármela.
«Lo que daría porque fuera mi verga la que estuviera entre sus piernas», pensé sin perder ni un detalle de lo que ocurría en la pantalla. El morbo de la escena se incrementó junto con su lujuria cuando sin dejar de acuchillar su interior, la muchacha llevó una de sus manos hasta sus pechos y cogiendo los pezones entre sus dedos, los empezó a pellizcar.
Para entonces, todo mi ser ansiaba mamar de esas dos ubres que tan sensualmente torturaba y que mi pene se solazara mientras tanto en su interior. Si ya de por sí eso era extremadamente excitante, el sumun mi calentura llegó cuando retorciéndose sobre las sábanas, mi prima comenzó a gritar mi nombre.
«No puede ser», me dije creyendo que había escuchado mal pero a través de los altavoces de la tele y esta vez claramente, Ana lo volvió a pronunciar.
«Debe referirse a otro», sentencié al no poder negar que era el mío.
Aun asumiendo que no era yo el tipo en el que pensaba mi prima al masturbarse, la idea que secretamente me deseara fue el aliciente que necesitaba mi pene para explotar y mientras en la pantalla ella se corría, descargué sobre mi cama la tensión acumulada.
Justo cuando terminé de eyacular, el Dvd llegó a su fin. Os juro que si no llega a haber quedado con ella en media hora, hubiera visto de inmediato el segundo porque curiosamente mi pene, lejos de volver a su estado normal, se mantenía erecto.
«Tranquilo, tío. Tendremos todo el tiempo del mundo para ver los veinte restantes», le dije a mi verga mientras me metía a la ducha, «esa putita no sabe que los tengo y si las cosas se tuercen, siempre podremos chantajearla»
CONTINUARÁ

Relato erótico: «La tara de mi familia 3 (totalmente emancipado)» (POR GOLFO)

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verano inolvidable2Capitulo cuatro- Emancipado totalmente.
Sin títuloDurante todo el viaje, no dejaba de pensar en mi poder. Como me había dicho mi padre, hacer uso de él, tenía graves consecuencias. En mi caso, la ligereza con que lo había usado, provocó la muerte de una buena mujer. Echaba de menos a Isabel. Su alegría por la vida, la desfachatez con la que me trataba y sus enseñanzas no volverán. Nada que hiciera, la devolvería a mi lado. No me importaba en absoluto el haberme cargado a Manuel y a Pedro. Se lo merecían. Pero a mi lado estaba Carmen, el otro efecto colateral de lo sucedido. La pobre había sufrido en sus propias carnes por mi culpa. Sus padres la habían repudiado, echado de su casa y lanzado a la calle, sin mas motivo que ser la amante de un brujo.
Amante de un Brujo”, pensé. Hubiese tenido gracia el tema, si obviamos las consecuencias. Amante, cuando ni siquiera había compartido con ella mi cama, lo único que habíamos hecho, fue darnos un par de besos y poco más. Brujo, me acusaban de brujo. En el pueblo no entendían que mi tara, nada tenía que ver con espíritus ni con magia, era un teórico don, que había caído sobre mi familia como una maldición. Y lo peor es que ella misma, comparte esta visión. Antes de salir, me obligó a jurarle que nunca le obligaría a obedecerme y que jamás le pondría mi mano encima.
Nos dirigíamos a Madrid, huyendo de un pasado al que no podríamos volver, escapando de la violencia irracional de la plebe, que maldiciendo lo desconocido, ya había intentado acabar conmigo. Durante todo el trayecto, nadie rompió el silencio que se había apoderado del coche. Cuatro horas durante las cuales tres personas compartieron cinco metros cúbicos de aire sin dirigirse la palabra. Y los tres por diferentes motivos. Pedro, el chofer, era un hombre de pocas palabras y menos luces que suficiente tenía con concentrarse en llevar el volante. Carmen que seguía rumiando su desgracia, y para colmo de males sabía que dependía del causante de su desdicha. Me odiaba por dos motivos, para ella yo era un ser desconocido y maligno al que había unido su destino, y que encima tenía en mi mano dejarla desamparada. Su mente luchaba contra eso, aborreciéndome no podía desagradarme. Y finalmente yo, un muchacho, recién salido de la infancia que desconocía su futuro.
Por eso fue una liberación llegar al piso que mis viejos tenían en Madrid. Nada mas aparcar en el garaje de la casa, descargamos el coche y subiendo en ascensor, entramos en la vivienda.
Nos estaban esperando las criadas para ayudarnos. Por alguna razón mi padre se había deshecho del matrimonio de siempre y fueron dos muchachas orientales las que nos ayudaron con nuestro equipaje.
Siempre me había gustado, era un ático en la calle Alcalá desde el que se tenía una maravillosa vista del parque de El Retiro. Siendo un niño, me había pasado tardes enteras con mi nariz pegada al cristal observando a los madrileños disfrutando de sus jardines.
Pero ahora, me parecía lúgubre, sus cuatro paredes me producían claustrofobia, al recordarme lo que había perdido. Nunca volvería a pisar el Averno, la finca de mi familia. El parque no era mas que un disfraz dentro de la gris existencia de Madrid, sus árboles intentaban esconder el asfalto sin éxito, sobre la calle Menéndez Pelayo, los automóviles sembrados sobre el gris pavimento eran parte de lo que representaba, no se podía entender el verde sin el humo de sus escapes, al igual que mi fracaso era parte integrante del de mi compañera de juegos.
Era enorme, con dos áreas perfectamente definidas. La zona de servicio, retirada, con sus diferentes alacenas y armarios para guardar las miserias de los señoritos. Y la parte noble, mausoleo de tiempos pasados, con sus lámparas de araña, cuyos cristales relejaban sobre las paredes un edén que no existía.
Nada mas depositar los bultos en el salón, tuve que tomar la primera decisión, donde Carmen debía de poner sus cosas. Dudé durante un instante, no sabía si su estancia en la casa iba a ser provisional o permanente. Me importaba un carajo, por lo que escurrí el bulto haciendo que ella decidiera.
Carmen, no quiero presionarte. Eres mi invitada. ¿Te parece que te quedes en esta habitación?-, le dije señalando la contigua adonde habían depositado mis enseres.
Rápidamente revisó el cuarto y tras su escrutinio me preguntó:
-¿Tiene comunicación con la tuya?-.
No-, le respondí. Al escucharme sin mas dilación, pero sobretodo sin dirigirse a mí, le pidió a Pedro que acomodara sus cosas en su interior.-Quiero que sepas que en cuanto pueda me iré-, me soltó justo antes de cerrar su puerta.
“¡Que miedo!”, pensé,”¡creerá que me afecta en algo lo que haga!, ¡Está gilipollas!”.
Con mi cabreo lógico, la dejé que se perdiera un rato, sabiendo que aunque le pesara tendría que hablarme en pocas horas. Tendría que comer. Me traía al fresco su actitud. Demasiados problemas tenía yo, para ocuparme de las memeces de una niña mimada que no sabía hacer la O con un canuto.
Con ese ánimo, entré en mi cuarto. Sobre la cama, un sobre con mi nombre me esperaba. Reconocí la letra de mi padre, nada mas posar mis ojos sobre él.
Un mensaje”, extrañado abrí la carta. Acababa de despedirme de mi viejo, por lo que no era coherente que me mandara un recado por escrito, cuando podía habérmelo dado en persona. Sabiendo de la importancia de su contenido, no tardé en leer que es lo que me quería decir.
Era su letra.
Fer:
Siento haberte mentido. Tu Madre y yo vamos a realizar el largo viaje que tantas veces habíamos pospuesto. A partir de hoy, debes de aprender tu solo, mi presencia no haría mas que dificultar tu aprendizaje. Debes de saber que no deben de convivir dos personas con nuestros poderes. El más fuerte opaca al más débil. Es ley de vida.
Pero antes, quiero darte unos consejos.
-Debes de centrarte en ti. Experimentaras cambios acelerados en tu cuerpo producto de nuestra maldición. Te desarrollarás antes de tu edad, en pocos meses parecerás ser un veinteañero. No se puede contener, es un proceso sin vuelta atrás. Tu mente provocará que su continente, madure a la par. No te preocupes, el único problema es que no debes de cejar en tu instrucción sexual. Producirás energías que deberán tener su desahogo. Por si acaso lo he previsto.
-No te fíes de nadie. Somos únicos, diferentes. Y la diferencia crea odios. El racista blanco odia al negro, no por ser inferior, sino porque no es como él.
-Practica tus habilidades en solitario, evita que la gente se entere. Pero sigue profundizando en su perfeccionamiento, que lo sucedido no altere tu aprendizaje.
-Como habrás supuesto, he inducido a Carmen para que te acompañara. Teníamos dos posibilidades, hacerla desaparecer o controlarla. No te preocupes, no podrá contarle a nadie lo que sabe.
-Y por último, te he legado toda nuestra fortuna. No te olvides que no es tuya, sino de nuestra estirpe, la deberás hacer crecer para dársela a tu hijo. Te visitará mi asistente, aunque es leal, no se te debe de olvidar que es un humano.
A partir de hoy, considérate emancipado.
Tu Padre.
Me quedé paralizado por lo que significaba la carta. Estaba solo, era rico y Carmen había sido manipulada. Curiosamente en un principio, de las tres la que mas me importaba era la tercera, me sentí un traidor a mi promesa. Le había prometido no hacerlo, pero pensé buscando una excusa que no había sido yo, sino mi padre.
Decidí darme una ducha, antes de comer. Me estaba terminando de desvestir, cuando tocaron a mi puerta. Al abrirla me encontré de frente con una chica de servicio, que traía en sus brazos un juego de toallas.
Buenos días, señor-, me dijo haciéndome a un lado,-Soy Lili-, y sin importarle que estuviera en calzoncillos, entró dejando las toallas en el baño. Por su acento supe que era acababa de llegar a España, la erre la había pronunciado como ele. En vez de señor, había dicho señol.
La mujercita al ver que me estaba preparando para ducharme, cerró la ducha y abriendo el grifo de la bañera, empezó a llenarla.
Mecánicamente, echó en la tina sales de baño mientras tomaba la temperatura del agua. Cuando hubo terminado, se volvió y sonriéndome me dijo:
-Tu bañar, yo ayudarte-.
No supe reaccionar cuando sin mediar palabra me bajó el slip que llevaba y cogiéndome de la mano, me metió en la bañera. Tumbándome, me tapé mis partes, avergonzado por la presencia de la muchacha. Ella lejos de preocuparse por mi vergüenza, cogiendo una silla, se sentó mirándome.
Mas grande que yo creer-, me dijo,- no catorce años-.
-¿Qué?-, le respondí sin saber a que se refería.
-Su padre decir catorce cuando comprar, deber servirle-, me respondió con una sonrisa angelical, sin darle importancia a la cruda realidad de lo que me había dicho.
-¿Mi padre te compró?-
Si, padre hablar con padres y dar dote de Lili y Xiu-, me explicó mientras me empezaba a enjabonar la espalda.
-¿Xiu?-
-Hermana cocina-.
Poniéndome champú en la cabeza, empezó a lavarme el pelo, mientras entonaba una canción. Se le notaba feliz, era como si no le importase haber sido objeto de una compraventa. Aún sin entender la letra, supe que era una canción de amor. Por el tono y el compás de la música se podía adivinar el tema, pero sin saber el porqué, me vinieron imágenes de una novia preparándose para su primera noche con su marido.
La sensación de ser mimado, me gustaba. Y dejándola hacer, me puse a observarla. Era pequeña, delgada, con el peso liso tan típico de su raza. Su cara era agradable, y sus ojos rasgados, le conferían una belleza exótica, que tuve que reconocer. Sus manos eran suaves, cada vez que recorría mi cuerpo una descarga me recorría mi piel. Me estaba empezando a excitar, y Lili al notarlo, dulcemente me besó en los labios, diciéndome:
Esta noche, tu esperar-.
La sola confirmación que entre sus ocupaciones iba a estar el compartir cama, provocó que mi pene se pusiera totalmente erecto. Satisfecha con el resultado de sus palabra y obligándome a levantar, se apoderó de mi miembro mientras me susurraba:
Grande, doler mucho, yo curar-.
Haciendo como si me estuviese curando, lo pegó a sus mejillas, acariciándolo con sus labios. Y sacando la lengua, empezó a recorrer mi glande, mientras que con sus manos acariciaba los testículos. La lentitud, con la que abriendo su boca, se fue introduciendo toda mi extensión, estuvo a punto de hacerme correr, pero ella al notarlo interrumpió sus maniobras diciéndome:
La prisa mala, piedra a piedra se construye muralla y dura diez mil años-.
Deliberadamente, estaba prolongando mi calentura. Sacándome de agua, me dejó de pie en medio del baño, y agachándose con la toalla comenzó a secarme. Era una tortura, sus manos se iban aproximando a mi sexo, con una parsimonia exasperante. Cada vez que secaba una porción de mi piel, con sus besos comprobaba si estaba realmente seca, antes de pasar a la siguiente. Por eso tuve que hacer un verdadero esfuerzo para aguantar el no lanzarme sobre ella.
Cuando ya estaba a punto de llegar a su meta, se levantó, y llevándome a la cama, se tumbó a mi lado.
Tu estrenarme esta noche, yo liberar ahora-, me dijo justo antes de metérselo totalmente, de forma que pude sentir el abrazo de su garganta . Con su mano me masturbaba a la vez. La calidez de su boca hizo el resto, y brutalmente me corrí en su interior, mientras mi mente analizaba sus palabras. “Es virgen”, pensé al derramarme en su garganta.
Lili, sin inmutarse, se tragó todo mi semen y señalándome sus pechos me dijo: -Mirar, tu ponerme mujer-.
Debajo de su uniforme de criada, dos pequeños bultos me hablaban de su propia excitación. Quise acariciárselos pero sin dejarme siquiera desabrocharle un botón , me dejó solo e insatisfecho. De buena gana la hubiese tumbado a mi lado, pero cerrando la puerta salió de la habitación.
Menudo recibimiento, ojalá la otra hermana sea tan dispuesta”, pensé mientras me vestía.
No tardé en averiguarlo porque justo cuando iba a salir de la habitación entró Xiu. Traía cara de preocupación. Algo le preocupaba:
Don Fer, ¿puedo hablar con usted?-, me pidió en un perfecto español, se notaba que ella debía de haber tomado clase.
Claro, ¿qué te preocupa?-, le respondí fijándome que debía ser la mayor de las dos. Si a Lili le eché los diecinueve años, Xiu debía de rondar los veintitrés.
Su padre nos ordenó cuidarle, pero no nos dijo que vendría con novia-.
No es mi novia, es solo una invitada, no te preocupes-, le dije sacándola de su error. Eso era a lo que se refería mi viejo con lo de que lo había previsto, pero para asegurarme le pregunté: -¿Qué es lo que os dijo mi padre?, ¿En que consisten vuestras obligaciones?-
Tímidamente, bajó los ojos al contestarme: -Hace cinco años, nuestros padres llegaron al acuerdo de que usted sería nuestro marido-.
No supe que contestar al oír que hacía cinco años que mi viejo había previsto todo. Seguía bajo su tutela aunque no estuviera físicamente conmigo. Tras unos instantes en los que estuve a punto de mandar a la mierda todo, me di cuenta que la perspectiva de tener a esas dos preciosidades a mi lado, era el sueño guajiro de cualquier hombre. De todas formas, no quería unirme a ellas contra su voluntad, por eso le ordené:
Llama a Lili
Rápidamente la muchacha fue a por su hermana, dándome tiempo de pensar que narices les iba a plantear. Recordando que en varias culturas existe el llamado matrimonio sororal, en que un hombre se casa con todas las mujeres de una familia, quería averiguar si era eso de lo que me estaba hablando. Nuestras culturas son diferentes, no quería ofenderlas.
Cuando entraron las dos en mi cuarto, se sentaron en el suelo de rodillas. Sabiendo que era la forma cortés de dirigirse a un hombre de la familia, no lo tomé en cuenta e imitándolas me arrodillé enfrente, antes de hablar. Viéndolas juntas, no me parecían tan iguales. Xiu era mas alta, con el pelo mas corto y mayores pechos. Mientras que su hermana era mas delgada y su cara infantil tenía un deje de picardía que le faltaba a la mayor.
Antes de nada quiero saber si estáis de acuerdo con el trato-, les dije. Estaba seguro que Lili no pondría ningún reparo pero no sabía que iba a opinar Xiu. Lo que no me esperaba era la cara de incredulidad de las mujeres al oírme. De pronto sin saber el porqué las muchachas se echaron a llorar desconsoladas, los gritos y gemidos inundaron la habitación. No entendía nada. Era tanto el escándalo que Carmen entró en la habitación, preguntando que ocurría. Si ya era bastante el tener a dos llorando en chino, el colmo fue cuando se les unió la española gritándome que qué coño les había dicho.
¡Silencio!-, grité a la tres. Y sin hacer caso a las burradas que me dirigía la que era mi amiga, levanté la cara de las orientales diciendo: –No os estoy rechazando, al contrario, estaría encantado, pero no quiero hacerlo sin que estéis de acuerdo-.
Al escucharme se echaron a mis pies riendo, mientras besaban mis manos. En su fuero interno debieron de pensar que las mandaba de regreso a China, y la deshonra les había hecho actuar así. Carmen no entendía nada, y menos cuando les pregunté que como debíamos sellar nuestro compromiso.
Xiu fue quien me contestó:
-El novio recibe dos besos en la mejilla-
-¿Y a que esperas?-, le pregunté con un guiño.
Las muchachas se levantaron del suelo diciéndome que ahora volvían, y corriendo me dejaron solo con Carmen.
-¿Qué ha ocurrido?-, me preguntó alucinada.
Muerto de risa por lo grotesco de la situación, le contesté:
-Aunque te parezca raro, me caso-.
-¿Te casas?-, me dijo sin creerme, pensando que era una broma. Por eso tuve que explicarle el acuerdo a que habían llegado nuestros padres, como se habían preocupado al verme entrar con ella a la casa, y que al preguntarle su opinión, me habían malinterpretado.
Su expresión fue pasando por diferentes etapas, de una incredulidad inicial, al desconcierto. De ahí a la ira, y de la ira a una afirmación cuyo significado no supe interpretar. Espero a que terminara de hablar para gritarme:-¡Brujo!-, e indignada salir del cuarto.
La oí recorrer el pasillo en dirección al área de servicio. Me imaginé que iba a tratar de convencer a las dos mujeres de la locura que estaban haciendo. No estaba preocupado por el tema, ya que dudaba que pudiera hacerlas cambiar de opinión, y si así fuera tampoco se caía el mundo.
Al cabo de los cinco minutos, Carmen volvió a entrar en mi habitación, y muy sería me dijo:
Dame dinero, si estas dos locas quieren hacerlo, que lo hagan bien-.
Abriendo un cajón, le di un fajo de billetes. Y sin contarlo me informó que no las esperara hasta la cena, que se las iba a llevar de compras.
Me había quedado sin compañía a la hora de comer, por lo que poniéndome una chaqueta salí a dar un paseo con la idea de comer en cualquier sitio. Decidí ir al Retiro, tratando de tranquilizarme y con la esperanza de poder practicar mi poder sin que nadie me molestara.
Nada mas pasar por la entrada de la puerta de Alcalá, observé que una rubia, con pinta de niña bien, estaba paseando un enorme rottweiler. Sorprendía tamaño animal como mascota de una mujer tan femenina. Con ganas de charlar con alguien, llamé mentalmente al perro. Nada mas sentir mi orden, jalando de la cadena vino corriendo a mi lado. Fue tal su rapidez de respuesta que su dueña estuvo a punto de caer al suelo. Y con cara de espanto, vio como se me lanzaba encima. Pero el perro lejos de atacarme, me dio un lengüetazo en la cara, mientras le acariciaba.
Perdona-, me dijo llegando a donde estaba,-nunca se me había escapado-. Todavía temblando le agarró del collar regañándole.
Tranquila, desde niño he tenido perro, y reconozco un buen ejemplar en cuanto le veo-, le expliqué. Santer, como se llamaba el bicho, se negaba a obedecerle permaneciendo a mi lado.-No debes de tratarle así, debes de comportarte como la jefa de la manada, ¡Mira!-, le dije cogiéndolo de la piel del cuello.
El perro se sentó al instante. Su dueña no se podía creer que me hubiese obedecido, y exagerando mi dominio le ordené que se tumbara y rodara por el suelo.
-¿Cómo lo has hecho?-, me preguntó.
-Es fácil, soy adiestrador de chuchos-, le respondí entre risas. Impresionada me pidió si le podía enseñar cómo se hacía. Le informé que era largo y laborioso, además de caro, ya que mis tarifas eran muy altas. Le dio igual, quería que yo le adiestrase, y que me pagaría lo que le pidiese.
-¿Seguro?-, le pregunté.
-¿Cuánto quieres?-, me dijo convencida de que podía pagar mi precio.
-Come conmigo, yo invito-, le contesté mirándola a los ojos. Mi respuesta le destanteó, y después de pensárselo aceptó dirigiéndome una sonrisa.
-¿Siempre ligas así?-, me soltó, a la vez que coquetamente, entornaba sus ojos.
-Solo con bellezas como tú. Por cierto, ¿Cómo te llamas?-
Soltando una carcajada por mi ocurrencia, me dijo que se llamaba Patricia, y cogiéndome del brazo me preguntó que donde la iba a llevar a comer.
-Primero a tu casa a dejar a Santer y luego donde quieras-, le dije.
Accedió al darse cuenta que nos iban a impedir la entrada a cualquier restaurante con el perro. Las casualidades existen, pensé al ver que me llevaba a mi mismo portal. Por supuesto que no le mencioné que éramos vecinos y menos que ella vivía en el mismo piso, puerta contra puerta.
Nada mas entrar en su casa, se abalanzó sobre mi besándome. La niña pija se transformó en un hembra en celo que desgarrándome la camisa. La violencia con la que me recibió en sus brazos, me excitó de sobremanera, y sin mediar palabra le abrí el vestido, apoderándome de sus pechos.
Eran unos pechos pequeños y duros, pero sumamente sensibles, ya que nada mas empezarlos a apretar, se puso a gemir como descosida, mientras me abría el pantalón, bajándome el calzoncillo.
Sin perder el tiempo le destrocé las bragas y apoyándola contra la columna, la alcé en mis brazos, mientras Patricia llevaba la punta de mi pene a su abertura. De un solo golpe se empaló. Al sentir como su vagina se llenaba por completo me araño la espalda, pidiéndome que la usara. La incomodidad de la postura, me hizo buscar con la cabeza un mejor apoyo, lo encontré sobre una mesa de la entrada. Llevándola en volandas, la deposité encima, y brutalmente comencé a penetrarla. Cada una de mis embestidas fue recibida por ella con grandes gritos. Si alguien nos hubiera estado oyendo, podría haber pensado que la estaba violando y más cuando desde su interior notó que el placer la dominaba, me pidió que la tratara como una puta.
Obedecí pellizcándole los pezones. Le gustaba el juego duro, pensé cuando recibí un tortazo en la cara. Respondiéndole como se merecía, la inmovilicé, y dándole la vuelta empecé a azotarle en trasero cruelmente.
-Más, me lo merezco-, me dijo al experimentar el primer dolor.
Nunca me hubiese imaginado que detrás de ese disfraz se escondiera una hembra tan caliente. Los chillidos de dolor se fueron transformando en gemidos de placer. Sin permitir que se enfriara, seguía azontándola, e introduciendo mi mano en sus sexo, recogí parte del flujo que lo inundaba, para depositarlo en su hoyuelo.
Deduje que se lo habían usado poco, al percibir lo cerrado que lo tenía. Patricia me pidió que no lo hiciera cuando se dio cuenta de mis intenciones. Pero ya era tarde, y de un solo golpe le metí la cabeza de mi pene dentro de ella. Dos lágrimas surcaron sus mejillas por el dolor, pero no me exigió que se lo sacara. Por eso, esperé unos momentos a que se acostumbrara y viendo que se relajaba, proseguí con mi ataque centímetro a centímetro de forma que pude sentir las rugosidades de su esfínter a lo largo de la piel de toda mi extensión.
-¡Dios!-, gimió cuando mi sexo había entrado totalmente y sus nalgas se apoyaban contra mi pelvis.
-¡Muévete Puta!, le exigí, comenzando a moverme.
El abrazo con el que su intestino me acogía en su interior, era intenso. Su ano apretaba mi miembro con la presión de la falta de uso. Pero lentamente se fue relajando permitiendo mis acometidas. Patricia se estaba todavía haciendo a tenerlo en el interior cuando sintió que reanudaba mis azotes, y como loca me exigió que acelerara. Estaba poseída, recibía y daba placer con grandes suspiros. Cerrando sus puños sobre la mesa, me informó que se corría. Todo su cuerpo se convulsionó, cuando le fue envolviendo la lujuria, y su cueva empezó a manar mientras caía desplomada.
Viéndola indefensa y agotada, la cargué en brazos llevándola a la cama. Y depositándola en la cama, me entretuve en mirarla, mientras se reanimaba. No había llegado al climax, mi sexo permanecía erecto y preparado para un segundo round, pero dudaba que la muchacha pudiera continuar. Mi sorpresa fue cuando abriendo los ojos me dijo:
Traémela aquí, que te la limpio-.
Supe al instante a que se refería, y poniéndome a horcajadas sobre ella, usando su lengua de esponja, fue quitando los restos de nuestro coito de mi piel. Dejándolo limpio, me pidió que le hiciera el amor, mientras se ponía a cuatro patas sobre la cama. Pero cuando ya tenía mi pene en mi mano, y me dirigía a explorar su cueva, oímos como se abría la puerta de su casa.
-Patricia, ¿dónde estas?-, sonó desde el descansillo una voz de hombre.
La muchacha dudó en contestar. Asustado por la pillada le susurré al oído que quien era, a lo que ella me contestó que era su padre. “Menuda bronca”, pensé mientras meditaba el que hacer. No me quedó mas remedio que decirle:
Dile que estás aquí,¡ no te preocupes que no va a entrar!, ¡ lo sé!-, le contesté mientras inducía al hombre a recordar que se había dejado el coche abierto.
Sin creerme, pero sin tener otra solución le dijo a su viejo, que estaba en su cuarto. Se esperaba ya el escándalo, cuando escuchamos como le decía que se diera prisa, y que la esperaba en el garaje.
-¿Cómo sabías que se iba a ir?-, me preguntó un poco mosca.
-No lo sabía-, le contesté sonriendo.
-Entonces, ¡estás loco!-, me replicó muerta de risa.
-Siempre he tenido suerte-, le respondí mientras recogía mi ropa y empezaba a vestirme.
Rápidamente salimos del piso, y en el rellano, me pidió que esperara cinco minutos antes de salir. Ya estaba abriendo la puerta del ascensor, cuando dándose la vuelta me dijo:
-Gracias, lo he pasado estupendamente-, y bajando los ojos como si temiera mi respuesta me preguntó: -¿Te podré ver otra vez?-.
-Claro, lo único que tienes que hacer es tocar el timbre-, le contesté mientras abría la puerta de mi casa.
-¿Vives aquí?, me dijo abriendo sus ojos en señal de sorpresa.
-Si, pero ahora vete, no vaya a sospechar tu padre-, le contesté dándole un beso en promesa de nuevos encuentros.
Sonriendo al apretar el botón del sótano, se despidió de mí. Nada mas irse, me di cuenta que todavía no había comido, por lo que tras cambiarme de camisa, la mía estaba desgarrada, salí en busca de un restaurante.
En cuanto llegué a la calle me invadió una sensación rara, algo me decía que había problemas, pero no pude determinar la causa de mi desazón. Era como si alguien se me hubiese subido a la chepa y estuviera vigilándome. Por mucho que intenté descubrir si alguien me seguía, no lo conseguí, pero tampoco pude quitarme de encima la inquietud. Me paraba en los escaparates, durante unos momentos, buscando en el reflejo del cristal la figura de mi perseguidor, para salir a paso rápido durante un manzana, con la intención que se descubriera. Nada imposible, o bien me estaba volviendo un paranoico, o bien el tipo debía de ser un profesional.
Recorrí en esa loca huida mas de seis calles, hasta que cansado me metí a comer en el Vips de la calle Velázquez. Mas tranquilo, pero todavía con la mosca detrás de la oreja, me senté en una mesa de un rincón, de forma que controlaba todo el restaurante. Acababa de pedir de comer, cuando sin haberlo visto acercarse se me sentó en la mesa, un hombre con pinta de ejecutivo.
Nos estuvimos observando durante unos instantes antes de que ninguno hiciera el intento de hablar. El tipo iba perfectamente trajeado, y en la solapa llevaba un distintivo que no pude identificar. Era como la cruz de la orden de santiago pero en vez de roja, azul, y englobada en un circulo negro.
-Fernando de Trastamara, ¿Verdad?-, me dijo mientras me perforaba con una durísima mirada.
Se equivoca, mi nombre es Fernando Enriquez-, le contesté sabiendo de antemano que no le iba a satisfacer mi respuesta.
No me equivoco, su verdadero apellido como usted sabe es Trastamara. Llevamos siglos buscando a los descendientes del Dux de la Bética, y afortunadamente le hemos encontrado-, me replicó sin alzar el tono de su voz, pero sin ocultar el desprecio que sentía no solo por mí, sino por toda mi estirpe, recordándome que mi antepasado solamente tenía por sangre el ducado y que había sido elegido rey tras una rebelión palaciega.-No intente dominarme, de nada le servirá, lo único que conseguiría es que dejara de ser su vigilante y mandaran a otro-
-¿Sigo sin saber de que me habla?-, le dije intentando sonsacarle,-¿quiénes son ustedes?-.
No necesita saberlo, pero le queremos avisar que no busque el escapar o sufrirá las consecuencias-, fueron sus palabras que pronunció mientras se marchaba.
Mientras se iba, pedí un bolígrafo a la camarera, y en cuanto me lo hubo dado, me puse a dibujar todos los detalles que recordaba del escudo del desconocido. Solo sabía de ellos, que su organización, secta o lo que fuera era al menos tan antigua como mi propia familia, y que por alguna causa nos odiaban. Dicho odio debía de tener bases sólidas para durar mas de mil años. Me estremecí de pensarlo y pagando la cuenta me dirigí de vuelta a mi casa.
Ya en mi cuarto, encendí el ordenador, empezando a navegar en búsqueda de información. Afortunadamente, estamos en la era del Internet, y tras mas de una hora, encontré una ilustración del siglo XIII en un tratado sobre el reinado de Alfonso X, el sabio, que hablaba sobre un grupo de nobles, llamados la Espada de Dios, que eran los mas firmes partidarios de la reconquista. El documento, los acusaba de intransigentes y de buscar la lucha contra el infiel, sin considerar las consecuencias.
Esta revelación me confundió, ya que si de algo no se podía acusar a mis antepasados era de colusión con los árabes. Al contrario, todos ellos se habían enfrentados a su dominación, perdiendo muchos de ellos la vida en este empeño, y el primero Don Rodrigo. Por lo tanto si este grupo de hoy en día se consideraba heredero de esos de antaño, no deberían el considerarme un enemigo sino un aliado.
Con esta duda en mi interior quise localizar a mi padre, pero fue infructuoso todo intento, solo pudiéndole dejar un recado con su asistente. Fue entonces cuando escuché voces en el salón, eran las tres mujeres que volvían de compras. Tratando de despejarme, acudí a su encuentro. Venían charlando animosamente, pero en cuanto me vieron las dos chinitas salieron corriendo entre risas, mientras Carmen me retenía diciendo:
-Quieto parado, ¿dónde crees que vas?-
-A ver a mis novias– le conteste medio en broma, medio cabreado por su intervención.
-No puedes y por dos motivos-, me soltó con esa voz altanera a la que ya me iba acostumbrando.
-¿Y cuales son?-, le dije visiblemente molesto.
El primero es que da mala suerte ver a la novia antes de la boda, y el segundo y mas importante que necesitas saber como comportarte. Son dos buena chicas y no quiero que les haga daño un brujo, solo por ignorancia-.
A ver. ¿Que es lo que debo saber?-, me enfadaba la manía que tenía de recordarme que opinaba de mi don a cada paso. Era una tipa testadura e inflexible, estuve tentado de castigarla obligándola a hacer cualquier tontería pero recapacitando recordé mi promesa, por lo que me abstuve de hacerlo.
Así me gusta, que de vez en cuando algo de sensatez en tu mollera. Como sabes vienen de una familia tradicional, y en sus creencias al contrario que en la nuestras esta bien visto el matrimonio de un hombre con dos hermanas. Para ellas, un novio cuando cumple con las premisas que exige la tradición, si es bueno para una, no hay motivo que sea malo para la segunda-. Hizo un descanso en su discurso como si quisiera decirme algo que debería de saber, pero por algún motivo no me lo dijo, sino que continuo diciendo: –Xiu es la mayor, por lo que se convertirá en la esposa principal, debiendo la o las siguientes concubinas el obedecerle. Por lo tanto debes de desposarte con ella en primer lugar, y cuando ya hayas demostrado ante los ojos de la o las otras candidatas que eres hombre, solo con que ella las invite a unirse a la cama y las otras acepten, será bastante para considerarte casado con todas. Pero te aviso, tu autoridad como marido es limitada, su pueblo es un matriarcado, por lo que las concubinas no obedecen al marido sino a la esposa principal, que se convierte en una especie de Madre, para ellas-.
-¡Que cosa tan curiosa!-, le contesté, –me estas diciendo que yo me casaría con Xiu, pero que mi unión con Lili sería como en un contrato de adhesión-
Es mas, no puedes ordenar nada directamente a una concubina, sino a través de la matriarca, y ella decidirá si es o no justo, y si deben de obedecerte. De no cumplir con esta costumbre, la esposa principal puede en cualquier momento anular el matrimonio, despojándote de todos los bienes, ya que estos pasan a formar parte de la familia, que está representada por ella-.
“¡Coño!”, pensé inseguro de donde me estaba metiendo, pero tras meditar durante unos instantes, resolví que no habría problema ya que siempre podía controlar a Xiu mentalmente. –De acuerdo, gracias por informarme pero creo que te ha salido mal tu intento de evitar que diera el paso, diles que estoy dispuesto y que me digan que mas tengo que hacer-.
Curiosamente sonrió al escucharme, y terminando la conversación me dijo:
Toma este kimono, el rojo es color del amor, por lo que todos los participantes en la boda, incluidos los invitados deben de ir vestidos de colorado-, y soltando una carcajada me soltó:-Se me olvidó decirte que han traído a una peluquera para que te depile. Por lo visto Lili te vio desnudo y se horrorizó de la cantidad de pelo que tienes en el cuerpo-.
En ese momento, una anciana de mas de ochenta años hizo su aparición con todos los instrumentos propios de su profesión. Carmen ya se había ido cuando quise decirle lo que opinaba de su “pequeño olvido”. El burlador burlado. Supe desde ese instante que me iba a vengar, todavía no sabía como pero si sabía que tarde o temprano iba a conseguirlo, y el que iba a reír el último sería yo.
La tortura a la que fui sometido fue brutal, no solo producto del daño que la cera hirviendo hizo sobre mi piel, sino también de la humillación que sufrí a manos de la peluquera. Sin ningún tipo de consideración ni de educación me obligó a desnudarme y riéndose me exigió por señas, que me pusiera a cuatro patas para que le resultara mas fácil el depilarme el trasero. Ese fue el inicio de dos horas de sufrimiento físico y moral. Pero el colmo fue cuando casi ya había terminado, se apoderó de mi pene con sus arrugadas manos y carcajeándose opinó que no creía que fuera capaz con eso de contentar a tanta mujer. Sino me hubiera resultado tan vomitiva con gusto la hubiese violado para castigar lo que me había hecho pasar.
Me sentía vencido antes de empezar, la maldita vieja me había hecho odiar a toda su raza. Comprendí la actuación de los japoneses en la segunda guerra mundial, aborrecía lo chino, renegaba del amarillo y para colmo me sentía ridículo enfundado en el kimono. Con este estado de ánimo fui conducido al cuarto principal de la casa, el de mis padres, que al ser el mas grande, en el habían preparado todo para la ceremonia. Todo el mobiliario había desaparecido, siendo sustituido por una especie de altar, y una enorme cama de dos por dos. Me encantó verla, al imaginarme las futuras experiencias que iba a disfrutar en ella.
La peluquera desapareció dejándome solo para recibir a mi futura esposa. Tuve que esperar de pie mas de diez minutos, hasta que empecé a oír una extraña música, bastante estridente, que me anticipó que se acercaban.
Un viejo sacerdote fue el primero en entrar y tras el, las dos hermanas y Carmen. Todos mis reparos desaparecieron en cuanto vi a Xiu entrar. Venía vestida con un magnífico qipao, esa especie de kimono chino, totalmente pegado que realzaba su feminidad. Su pelo recogido en un moño, con un clavel también rojo, que dejaba ver toda la belleza oriental de la novia. Me quedé sin habla, estaba espectacular. Al ponerse a mi lado, me dijo que no me preocupase, que ella iba a irme traduciendo.
De la ceremonia me enteré de poco, el sacerdote hacía continuas referencias a la dualidad, al cielo y la tierra, al ying y al yang, al hombre y la mujer. Durante el transcurso de la boda, observé que mi novia se iba poniendo cada vez mas nerviosa, sobre todo cuando Lili nos acercó dos tarros, uno con miel y otro con vino de arroz. Estaban unidos por una cinta, de forma que mientras ella bebía de uno yo lo hacía del otro. Cuando tomo el sorbo del segundo, ya sobre sus mejillas surcaban enormes lágrimas. Asustado le pregunté que le pasaba, , me dijo:
-Es que soy muy feliz-, y cogiéndome de la mano me explicó:-Ahora viene la aceptación, tenemos que darnos dos besos en la cara, los besos en la boca son pornográficos en nuestra cultura-.
Sin importarme el dilatar el sentir sus labios sobre los mios, la besé cariñosamente. Lili vino corriendo hacía nosotros y abrazándonos empezó a felicitarnos. Por lo visto ya estábamos casados. El cura nos dio un abrazo y desapareció tal y como había llegado.
Mi ya ahora esposa me pidió que me sentara en el suelo, y trayendo un cuenco de arroz y uno de té, se puso a mi lado. Y con la mayor naturalidad del mundo me fue dando de comer sin que yo interviniera. Carmen y Lili se mantenían expectantes en una esquina de la habitación. En cuanto hube dado buena cuenta del arroz, fui yo quien le tuvo que dar en la boca de comer. Era un ritual muy claro, los esposos comparten los bienes de la tierra apoyándose mutuamente. Después repetimos la misma operación con el té. Xiu, al terminar se puso en pié, retirando toda la vajilla.
Al hacerlo Lili, empezó a cantar una canción mientras su hermana iniciaba una danza lenta.
Era impresionante el ver como sus caderas se movían al ritmo de la música, la seda del vestido se pegaba dejándome ver la perfección de sus formas. La sensualidad de sus movimientos me fue excitando, mientras intentaba descubrir el significado de su baile. Lentamente fui asimilando lo que representaba, ella era la presa que se iba a entregar al cazador, pero este al otearla se quedaba prendado y era incapaz de matarla. En ese momento, su hermana y Carmen, me hicieron levantar del suelo, y sin mediar palabra me despojaron completamente de mi ropa y dejándome desnudo, me llevaron a la cama.
La música cambió volviéndose mas rítmica. Xiu se quedó quieta en medio de la habitación. Lili acercándose a ella, le abrió el vestido por detrás. Una vez liberada, volvió a bailar. Su Danza era ahora una evocación a la fertilidad, y lentamente fue bajándose la tela de sus hombros, dejándome disfrutar de la maravilla de sus formas. Si alguna vez me había imaginado sus pechos, lo que descubrí no tenía parangón. Eran perfectos, grandes duros, apenas se movían con el ritmo, y dos pequeñas aureolas rosadas los decoraban.
Con el qipao en sus caderas, se dio la vuelta de forma que pude extasiarme de su espalda y su trasero cuando cayó al suelo dejándola totalmente desnuda. Todo en ella era delicado, su cuerpo sin gota de grasa me dejó sin respiración, jamás había visto algo semejante, y ya totalmente excitado esperé con verdadera desesperación que viniera a mi lado.
La canción cesó, dotando de dramatismo al momento. Lentamente se fue girando con los brazos a los lados, dejándome ver por primera vez su sexo. ¡Estaba completamente depilada!. Andando se fue acercando a la cama. Era un pantera. La sexualidad que emanaba me envolvió. Ella a ver el resultado de su danza en mi entrepierna, sonrió satisfecha, y poniéndose a mi lado me dijo:
Amado mío, ¿quieres comprobar antes de nada que me entrego virgen?-
No es necesario-, le respondí deseando que terminaran los prolegómenos y disfrutar de una vez de su cuerpo.
Se alegró de la confianza que había depositado en ella con ese simple gesto y dándome un beso me pidió que la dejara hacer que quería disfrutar de su estreno. Me dijo que me diera la vuelta dándole la espalda. Obedeciendo, puse mi cara contra la almohada, y nada mas hacerlo, sentí como me empezaba a besar los pies. Poco a poco fue subiendo por las pantorrillas y los muslos, mi trasero. Sus besos eran sustituidos por su cuerpo y restregándose contra él me fue dando un suave masaje.
Era como si quisiera que nuestra piel se fundiera, la dureza de sus pechos contra mi espalda me enervó y sin poderme aguantar le pedí que me liberara. Satisfecha me dijo al oído que teníamos toda la vida. Me dio la vuelta, y sin hablar se sentó a horcajadas sobre mí.
Volvió la música a mis oídos. Siguiendo su ritmo puso un pezón al alcance de mi boca y con voz firme me dijo:
Te entrego mi pecho, beberás de él hasta que nuestro retoño te sustituya-.
Saqué la lengua y sin moverme dejé que Xiu confortara su aureola con su humedad. Moviendo su seno, pude acariciar todas las rugosidades de su erecto botón. Ella me respondió con jadeos de excitación y poniéndomelo en la boca, empecé a mamar como si de un bebe me tratara. Fue entonces cuando caí en la cuenta que Lili y Carmen seguían en la habitación , mirándonos. Al girar mi cabeza para verlas, descubrí que nos seguían con gran atención y que en sus ojos brillaba la excitación.
Mi querida esposa empezaba a estar realmente caliente. Con sensuales movimientos de caderas, hizo que mi miembro se fuera acomodando entre sus piernas. Su sexo jugaba con la cabeza de mi glande, sin introducírselo. Era como si me estuviera besando. Sus labios inferiores me acariciaban. La humedad de su sexo ya era manifiesta cuando ella me dijo que si podría llegar a quererla. Sin mentirla, le dije que ya la amaba y que no me imaginaba mi vida sin ella. Mis palabras fueron el detonante de su actuación y gimiendo me dijo que a ella le ocurría lo mismo, mientras se colocaba mi pene en la entrada de su cueva. Poco a poco su cuerpo fue absorbiendo toda mi extensión, hasta que mi capullo se encontró con una barrera. Xiu me dirigió un sonrisa justo antes de elevarse sobre mi y de un solo golpe ensartarse de golpe hasta el fondo todo mi sexo. Gritó al sentir como se desgarraba su interior. Durante unos instantes se quedó paralizada por el dolor, pero rápidamente se rehizo y moviendo sus caderas empezó un delicado vaivén que me volvió loco.
No me podía creer lo que estaba notando. La estrechez de su gruta se unía al movimiento de sus músculos interiores de forma que conscientemente los relajaba y apretaba al ritmo de mis penetraciones. El compás de la canción nos marcaba la cadencia de nuestros movimientos, y sus jadeos y gemidos se fueron uniendo a su letra. El tiempo se había detenido, solo importábamos nosotros, ni siquiera la presencia de la dos mujeres nos estorbaba en nuestra unión. Si creía tener experiencia, Xiu me demostró que no la tenía, llevándome a cotas de excitación que nunca había alcanzado. Su gruta recibía ya liquida mi exploración, cuando empecé a vislumbrar los primeros efectos de mi orgasmo. Ella al notar como el liquido preseminal se unía con su flujo aceleró sus caderas y mordiéndome en el cuello, me pidió que me vaciara dentro de ella. Fueron sus gritos de placer y los estertores de su cuerpo al correrse lo que desencadenó mi orgasmo. La oleadas de placer se sucedían sin pausa. Sin saber como lo hizo, sentí, noté como su interior me abrazaba prolongándome el éxtasis, de forma que quedé exhausto, pero sobretodo rendido a sus pies cuando dándome un beso me dijo que por fin había sentido lo que era ser mujer.
En ese momento, se llevó la mano a le entrepierna y cogiendo un poco de la mezcla de líquidos que manaba su cueva, me lo enseño diciendo:
No me lo has pedido, pero mira. Tu has sido el primero y serás el último hombre de mi vida-, en sus dedos la sangre me demostraba su virginidad perdida.
Su completa entrega, me hizo reacionar y abrazandola quise volver a hacerle el amor, pero ella parándome me dijo:
Me encantaría repetir, pero ahora debemos cumplir el final de la ceremonia-, y mirando a Lili y a Carmen que esperaban de pie le preguntó:- Queridas hermanas, ¿queréis formar parte de mi familia?-
“!Hermanas!, ¿porqué usa el plural?”, pensé al darme cuenta que su oferta incluía a Carmen. Y antes que pudiera opinar al respecto, las dos mujeres dejaron caer sus vestidos, y desnudas arrodillándose contestaron al unísono:
Xiu, queremos que nos aceptes como madre, y prometemos aceptar tu autoridad compartiendo el marido que nos das-.
Entonces esta hecho, venid a mi lecho como esposas y formemos una sola estirpe– y dirigiéndose a mi me dijo:-Esposo, te doy dos compañeras, deberás alimentarlas y protegerlas como si ellas fueran yo, pero quedan bajo mi dominio de forma que es a mí a quien deben obedecer-.
Supe en ese instante que Carmen me había ganado. Aprovechándose de las costumbres de mi esposa, me obligaba en dos maneras, por una parte reforzaba mi promesa de no manipularla y encima me forzaba a nunca echarla. No pude mas que reírme a carcajadas del engaño, y abriendo mis brazos les pedí que se acercaran.
Lili fue la primera en echarse a mis brazos, su cuerpo delgado buscó mis caricias, mientras me besaba. Lo que no me esperaba es que Xiu me dijera que esperara, que antes de nada ella debía de comprobar que llegaba inmaculada, y abriéndole las piernas le introdujo dos dedos en su interior rompiéndole el himen. La pobre niña lloró por la brutalidad de su hermana, pero reponiéndose al instante me dijo que bebiera de su sangre. Apiadándome de ella, con mi boca busqué confortarla y apoderándome de sus labios, mi lengua empezó a acariciar su adolorido sexo. Ella me recibió con espasmos de placer, dejándome claro que el haber sido espectadora de la unión con su hermana le había excitado sobremanera. Su depilado pubis era un manantial del que un río de flujo manaba sin control, y excitado al ver que Xiu y Carmen cogiéndole cada una un pecho se los empezaba a mamar, apuntando con mi pene en su entrada, la penetré de un solo golpe. Gimió al sentirse llena. No acababa de introducirme en ella, cuando le sobrevino el primer orgasmo, sus piernas temblaron por las descargas de placer que la embutían y jadeando me exigió que le siguiera dando placer. No tuvo que rogarme, era impresionante ver su cuerpo siendo acariciado por seis manos, y acelerando mis embistes le grité que se corriera.
En ese momento Xiu abrazándome por detrás, me dijo al oido que había comprobado que Carmen no era virgen, y que si yo quería la repudiaba. Le contesté que no pero que en contraprestación quería que ella me dejara castigarla. Asintió, volviéndose a unir al maremagnum de cuerpos entrelazados. Tumbando a Carmen, puso su sexo en la boca de la española, para que esta le diera placer. Mi amiga nunca había probado un coño, pero excitada comprobó que le gustaba su sabor, y mientras que con su lengua penetraba a mi esposa, con sus manos se empezó a masturbar con frenesí. El climax de Xiu se unió al de su hermana y derritiéndose se derramó en la boca de Carmen pidiéndome que la besara. Fue demasiada mi excitación y jadeando con la respiración entrecortada exploté en Lili, vertiendo mi simiente en el interior de su estrecha cueva. Agotado por el esfuerzo caí en la cama. Y mientras me reponía, tuve tiempo de pensar en mi venganza.
Era la hora de poseer a mi tercera mujer, la tradición me exigía tomarla y llamándola a mi lado le dije:
-Carmen te hice una promesa de no hacerte mi amante y juré no mandarte. Pero engañándome me has obligado a tomarte como esposa. ¿Creo que tu misma me has liberado de mi juramento?-
Solo respecto a mi cuerpo, en nada ha cambiado lo que opino de ti-, me contestó con voz firme pero excitada por el placer.
Sin contestar la impertinencia de la muchacha la tumbe y abriéndole la piernas, observé que no estaba depilada totalmente, que un diminuto triángulo de pelos, enmarcaba coquetamente su sexo. Aunque me gustaba le grité:
Qué asco!, date la vuelta no pienso meter mi pene en un coño tan peludo-.
Sorprendida miró a Xiu en busca de protección , pero no encontró la ayuda que buscaba, al contrario con un sonoro bofetón le obligó a obedecerme. Trató de revelarse pero entre las dos hermanas la inmovilizaron dejándome su culo a mi disposición.
Sin contemplación puse mi sexo en su entrada, y de una sola vez le introduje toda mi extensión en su interior. Lloró gritando al sentir como había violado su esfínter desgarrándolo, pero al recibir otro tortazo de Xiu, se quedó quieta mientras dos gruesas lágrimas surcaban sus mejillas.
Tras unos instantes durante los cuales mi sexo se acomodó en su intestino, comencé a moverme. No dejó de berrear, mientras le imprimía un rápido vaiven, pero poco a poco algo iba cambiando en su interior y cuando dándole un azote Lili le exigió que se moviera, se volvió loca. Insultando a la chinita le imploró que siguiera torturando sus nalgas, ella sin compasión no le hizo caso y tirandole del pelo acomodó su cabeza entre las piernas de su hermana mayor.
Putita, darle placer a nuestros dos esposos, o yo castigar-, le dijo riéndose la pequeñaja.
Carmen obedeció al instante y separándole los labios a Xiu la penetró con su lengua. Fue entonces cuando realmente, nos unimos los cuatro en el placer, ya que Lili tumbándose debajo nuestro se apoderó de mis testículos y de su clítoris mientras se masturbaba. Los gritos de dolor desaparecieron siendo sustituidos por gemidos de placer, y sin poderlo evitar Carmen se corrió sonoramente en la boca de su amante. Yo por mi parte demasiado concentrado en mi propio orgasmo, no observe que Xiu se había levantado. Solo cuando sentí sus pechos en mi espalda y su respiración en mi cuello, supe que quería decirme algo.
Girando mi cabeza, la besé en los labios, y escuché como me decía:
Correté rapido, que quiero volverte a sentir dentro de mí
No se si podré-, le contesté mientras liberaba mi pene, rellenando el interior de Carmen.
-¡Si lo harás!, tenemos dos hembras, dispuestas a satisfacer nuestros caprichos-,y sonriendo me dijo: –Sino lo consiguen, siempre podremos castigarlas-.
Solté una carcajada, al oírla supe que había obtenido el cielo en la tierra.
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