Quantcast
Channel: interracial – PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 436 articles
Browse latest View live

Relato erótico: » La pequeña Savannah» (POR ALEX BLAME)

$
0
0

SOMETIENDO 4Sin título2 de Septiembre de 2008

-Hola Jack, ¿Qué es ese rumor de que Lehman Brothers va a anunciar la suspensión de pagos?

-Larry, no hagas caso de esas tonterías, ya sabes que Barclays está a punto de comprarnos. –la voz de Jack sonaba apurada pero no temerosa desde el otro lado de la línea –Tranquilo tío, sabes que somos colegas, te dije que te avisaría con tiempo si había algún problema y lo haré confía en mí.

-Por favor no me dejes tirado, ya sabes               que somos una firma pequeña y tenemos más del sesenta y cinco por ciento de nuestros activos en vuestros fondos. Si hay un problema más nos  caemos con todo el equipo.

-Tranquilo, somos amigos ¿No? –replicó Jack.

Cuando colgó Larry deseó haber tenido esa conversación en persona. Necesitaba tratar de esas cosas cara a cara. En el mundo de los negocios nada era blanco o negro y el gris plomizo de aquella situación exigía saber que parte de lo que le contaban era verdad.

15 de Septiembre de 2008

¡Jack, maldito cabrón! ¡Me mentiste! ¡Sabías perfectamente que Barclays se iba  a retirar! ¡Ahora tengo un montón de vuestros bonos que no son más que papel higiénico!

-Oye tío, lo siento, yo estoy tan sorprendido como tú. La dirección lo mantuvo todo en secreto para intentar dar sensación de fortaleza y tentar al Barclays para que subiese su oferta. Te juro que no sabía nada.

-Y yo  me lo creo. Por eso acabo de enterarme que dos de vuestros mejores clientes vendieron  dos mil millones de dólares de vuestros fondos. Perdieron mucho dinero, pero no están arruinados. ¿Qué coños les digo ahora a mis clientes? Si estuviese ahí te rompería la cara. ¡Cabrón, hijo de p…!

2 de Octubre de 2008

 

 

Larry se bajó del John Deere y escupiendo en el suelo observó con detenimiento la gigantesca pila de estiércol que tenía ante él. A pesar de estar ya en pleno otoño el sol caía de plano calentando y resecando la tierra y haciéndole sudar. Su viejo siempre había tenido la puñetera manía de amontonar el estiércol para que madurase lo más cerca posible del límite de su granja, “que huelan esa basura esa pandilla de jodidos negros”, decía siempre luciendo  la más apreciada característica de la gente de la América profunda. Y es que no a todos los afroamericanos de Harrison les había ido mal en la vida y los Jewison (curioso apellido para una familia de color) habían conseguido comprar esa pequeña granja de cincuenta hectáreas al lado de la suya a principios de los setenta y a base de trabajo duro y astucia la habían hecho prosperar.

Cogió la horca y empezó a cargar estiércol en el remolque. Cuando era joven recordaba como ese trabajo lo hacían casi todos sus vecinos de forma mecanizada mientras que él tenía que joderse y hacerlo a la manera tradicional. Finalmente tuvo que darle la razón a su padre. Mientras sus vecinos se hipotecaban y arruinaban poco a poco, el viejo zorro como lo llamaban en el pueblo, mantuvo los gastos al mínimo y consiguió mantenerse a flote en los peores momentos. Cuando casi todos se arruinaron él incluso fue capaz de   comprar algo más de tierra y maquinaria a buen precio, pero el estiércol que usaba para abonar sus productos ecológicos seguía manejándolo de la misma manera.

Larry dejó un momento el apero y se miró las manos, las mismas que no hacía tres meses recibían todas las semanas una manicura de cincuenta pavos ahora estaban enrojecidas tras unos pocos minutos de esfuerzo. Se las escupió y olvidando una vida que le pareció ya muy lejana, siguió con su ardua tarea.

Un ligero carraspeó le hizo volver la cabeza. Al otro lado de la valla de madera,  una silueta oscura y una sonrisa amplia y blanca se recortaba contra el sol vespertino. La joven, tenía unos ojos grandes y almendrados y el pelo, negro como el futuro de Larry, lo tenía peinado en una tirante cola de caballo de la que sólo un mechón rebelde escapaba a su control haciéndole cosquillas en la frente. La mujer lo soplaba frecuentemente mostrando a Larry unos labios gruesos y jugosos que estaban pintados de un rojo llamativo pero no estridente. Su indumentaria fue lo que más llamo su atención, acostumbrado a los ambientes más pijos de Nueva York donde ninguna mujer se atrevía a salir de casa sin sus Manolos, su Cartier, su Dolce & Gabanna y su Iphone, aquellas botas de montar gastadas y el sombrero Stetson que aparentaba ser centenario colgando de su cuello, le descolocaron por un momento. Sin embargo el  vestido de verano ligero abrochado por delante, exudaba feminidad. Su sencillo escote en v dejaba ver una piel suave y oscura y  el sol lo atravesaba desde atrás haciéndolo traslúcido y revelando la figura en forma de reloj de arena de la joven. Larry clavó la horca en el suelo y poniendo las manos sobre la base del mango, esperó acomodado en ellas su barbilla.

-¡Vaya! Así que es verdad lo que dicen en el pueblo, el gran Larry Lynch ha vuelto a casa. –dijo la joven fingiendo sorpresa.

-Y tú debes ser  la pequeña Savannah Jewison, –dijo Larry escarbando profundamente en su memoria.

-Muy bien, aunque debes reconocer que he crecido algo. –dijo haciendo una pirueta exhibiendo unas piernas largas y atléticas bajo el vuelo del vestido.

-Recuerdo cuando eras tan pequeña como un guisante y te colabas en el huerto para robarnos los tomates.

-Sí, tu padre es un imbécil y un malnacido, pero tengo que reconocer que sus tomates son únicos, aún sigo entrando a robárselos de vez en cuando. –dijo ella guiñando uno de sus ojos y mostrando unas pestañas largas y rizadas. -Pero cuéntame,  ¿Qué es de tu vida?

-La verdad es que te lo puedo resumir en tres o cuatro frases. –dijo Larry mientras veía como Savannah se tumbaba de lado sobre una paca de alfalfa del montón que habían puesto allí probablemente para ocultar la pila de estiércol. –Salí del pueblo con una beca de fútbol de la universidad de Notre Damme, termine económicas, me lesioné, trabajé durante dieciséis horas al día en una gran consultora por un sueldo irrisorio en Boston, dos años después me contrataron como jefe de la sección de fondos de inversión en una firma pequeña pero con muy buena reputación. Durante cinco años me fue de perlas, trabajaba menos y ganaba dinero a espuertas hasta que hace dos semanas, lo perdí casi todo,  afortunadamente, con lo que me dieron por el loft y el Mercedes clase S pagué mis deudas y aún me sobraron unos miles. Y ahora aquí estoy, de nuevo de vuelta con el rabo entre las piernas. Y tú ¿Qué cuentas?

-Aún menos que tú. Terminé el instituto y estudié dos años agronomía en la universidad de Arkansas y volví para ayudar a mis padres con los animales. Mis hermanos trabajan en el negocio del gas y se mueven por todo el país, así que cuando mi padre murió de cáncer hace cuatro años me dejó a mí la granja.

-Vaya, siento mucho lo de tu padre, el mío decía que era un negro piojoso que le robó la granja a los Carson, pero en mi opinión los Carson eran una pandilla de garrulos perezosos y semianalfabetos.

-Bah. –Dijo haciendo un gesto con la mano –es la vida. Ahora crio vacas lecheras y hago queso que vendo por todo el Condado de Madison y en algunas tiendas de Little Rock.

La conversación languidecía y Larry estaba a punto de comenzar a palear mierda de nuevo cuando Savannah intervino de nuevo:

-¿Sabes que de pequeña estaba enamorada de ti? –preguntó mientras se estiraba como una pantera en lo alto de un árbol.

-¿De veras? –preguntó Larry curioso por saber dónde quería llegar la joven.

-¡Oh! Sí, iba  a todos los partidos, me encantaba verte atravesar el campo apartando defensas con un brazo mientras que en el otro acunabas el balón con la suavidad de una matrona. Soñaba con ser yo la que estaba en tus brazos en vez de ese trozo de cuero con forma de melón. En  las vacaciones,  cada vez que ibas a cargar estiércol, me escondía tras los arbustos y observaba tu torso desnudo y musculoso contraerse y sudar con el esfuerzo.

-Pues nunca me di cuenta.

-No me extraña, en aquella época yo tenía doce años. Igual no quieres saber esto, –dijo ella tumbándose boca arriba y dejando que sus manos descansasen entre sus piernas –pero mi primer orgasmo fue pensando en ti.

-Seguro que no fue pensando únicamente –dijo Larry riendo.

-Desde luego que no, todas las noches durante dos años acaricié mi cuerpo desnudo soñando con que eran tus manos y tu cuerpo el que estaba sobre mí, poseyéndome como un animal enloquecido…

Aparentando no darse cuenta de lo que hacía, Savannah soltó dos de los botones del vestido en introdujo una de sus manos entre sus piernas. Intentando ocultar el movimiento de sus manos dobló una de sus piernas. La falda del vestido resbaló hacia abajo dejando a la vista una pierna larga, oscura, brillante y perfectamente torneada y un culo grande y musculoso.

Larry se quedó petrificado notando como su pene crecía bajo los pantalones rozando el mango de la horca. Con un supremo esfuerzo se mantuvo quieto poniendo cara de póquer mientras la joven le miraba con el deseo y el placer marcado en su rostro.

Savannah entreabrió sus labios y dejo salir la punta de su lengua entre ellos. Se negaba a hacerle ninguna señal, si quería tomarla tendría que ser él el que diese el primer paso. Fingiendo ignorarle, cerró los ojos y se concentró en el movimiento de sus dedos en su sexo. Pasaron unos instantes, no sabía si fueron unos segundos o unos minutos, pero cuando los volvió  a abrir tenía a Larry a sus pies, observándola. Savannah fijo sus ojos color caramelo en Larry y siguió acariciándose con suavidad.

-Aún de vez en cuando me masturbo pensando en ti… -dijo ella entreabriendo sus piernas dejando a Larry vislumbrar un tanga translúcido y húmedo de deseo.

Larry sin decir nada tiro de los tobillos de la mujer y sacándole las  botas comenzó a besar y a chupar la  punta de sus pies.

-… imagino que soy una  bella esclava en una plantación de algodón donde mi amo, un tipo muy parecido a tu padre, me folla todas las noches con su polla gorda y venosa y después de utilizarme me devuelve a mi humilde choza porque es incapaz de aceptar  que está enamorado de una cochina negra… -continúa mientras ronronea y tensa sus largas piernas cuando los besos suben por ellas y se internan entre sus muslos.

-…finalmente, un día llegas tú, un empresario del norte, forrado de dinero, al que no le importa de dónde venga el algodón mientras le salga barato. Después de una opípara comida el amo le invita a inspeccionar a caballo la propiedad. Cuando me veis enseguida te quedas prendado de mí y mi amo celoso por la mirada preñada de lujuria que te lanzo a mi vez, se inventa una excusa y me ata a un árbol totalmente desnuda para azotarme. Mi cuerpo entero desnudo y brillante de sudor tiembla de horror ante el terrible castigo que me espera, hasta el punto de que apenas noto como la áspera corteza del árbol y la apretada cuerda de cáñamo laceran mi piel. Tú te colocas al lado del  amo, intentando pensar únicamente en el extraordinario beneficio que el algodón de ese hombre te va  a proporcionar. El primer latigazo silva y se estrella en mi espalda haciéndome gritar de dolor, un fino hilo de sangre recorre mi espalda desde el lado derecho de mi omóplato hasta la parte baja izquierda de mi espalda. Jadeo, gimo y pongo todo mi cuerpo en tensión esperando el siguiente azote, pero este nunca llega. Muerta de miedo giro la cabeza lo poco que me lo permiten las ataduras para ver como aquel desconocido de ojos dulces sujeta el antebrazo del amo impidiéndole que descargue un nuevo golpe sobre mí. Poco a poco su voluntad y su fuerza van imponiéndose y retorciendo el brazo al amo consigue desarmarlo. Mi amo, furioso, hace el gesto de desenfundar  su Colt pero tú eres más rápido y de dos puñetazos lo tumbas inconsciente en el suelo. Sin perder un segundo me desatas, tapas mi cuerpo con los restos de mis harapos y huimos a galope tendido. Corremos y corremos, no paramos ni miramos atrás hasta cruzar la frontera del estado. Exhaustos y con los caballos a punto de reventar, paramos en un soto al lado de un riachuelo. Tú, solícito, coges tu caro pañuelo de encaje, lo humedeces en la fresca agua del riachuelo y me limpias la herida con suavidad. Yo me muerdo los labios y trato de no gritar de dolor. Cuando terminas ves como una gruesa lágrima escapa a mi control y resbala por mi mejilla, tú la recoges con un beso, mis harapos caen al suelo y hacemos el amor, te entrego mi cuerpo con todo mi ardor y en plena libertad…

De un tirón  Larry incorporó a Savannah y besó sus labios encendidos por el deseo interrumpiendo su narración, su boca le supo a fresas y a canela. Mientras exploraba los labios y la boca de la joven, Larry atacó su vestido, unos botones se soltaron, otros saltaron ante su precipitación.

Larry se separó unos segundos para poder admirar el cuerpo de la joven, el sujetador blanco de encaje y escote bajo, destacaba sobre sus piel oscura y brillante como el ébano y contenía unos pechos grandes y turgentes que subían y bajaban con la agitada respiración de la mujer, pugnando por escapar  de su encierro.  Larry bajó las copas del sujetador  y admiró los pezones grandes y negros que agresivos apuntaban hacia él. Sin poder contenerse y los pellizcó suavemente…

-¡Eh cuidado! –refunfuñó Savannah entre jadeos arañando su pecho.

Larry la besó de nuevo mientras acariciaba los flancos de la joven.  Con suavidad atrajo a la mujer hacia ella hasta que sus sexos se rozaron. Savannah gimió y se retorció frotando su sexo excitada. Él tirando de su cola de caballo hacia atrás, le besó el cuello y los hombros y le estrujó los pechos.

 La muchacha  apartó el tanga a un lado y cogiendo la polla de Larry trató de acercarla a su coño rosado y húmedo. Sus manos eran bonitas con dedos finos y largos aunque el trabajo manual las había vuelto un poco ásperas…

-Vamos, vamos, vamos… -imploró  ella.

Larry la ignoró  y se dedicó a jugar con ella dejándole que su glande entrara en ella pero apartándose cada vez que Savannah quería profundizar. Tras un breve y delicioso forcejeo Larry se rindió y clavó su miembro profundamente en el interior de la joven. Con su miembro profundamente alojado en el interior de Savannah, abrazó a la joven y la besó, eliminando cualquier distancia entre ellos, formando con sus cuerpos uno sólo. Poco a poco Larry empezó a moverse dentro de ella primero despacio, luego ante las súplicas de la mujer y su propio deseo empezó a moverse más deprisa pero sin dejar de abrazarla ni besar todo lo que estaba al alcance de su boca.

Larry se separó de ella, aún no quería correrse. Savannah adivinándolo se quedó allí sentada, expectante, con las piernas abiertas y su sexo rojo y húmedo. Larry volvió a contemplarla y acercándose a ella le acarició su piel suave, le besó los pechos y le chupó los pezones. La joven suspiró y con sus manos sobre la cabeza de él fue siguiendo el recorrido de los labios de Larry hasta el interior de sus piernas. Cuando la lengua de él rozó su clítoris Savannah gritó y arqueo su espalda hasta casi romperse. Larry siguió chupando y lamiendo su sexo mientras ella movía sus caderas  hasta que los gemidos y jadeos de ella se interrumpieron con el orgasmo…

-Dios… -fue lo único que acertó a decir ella cuando los relámpagos de placer comenzaban a disiparse.

Savannah se bajó de las pacas y apoyando sus manos en ellas le dio la espalda a Larry. Con un pequeño estremecimiento retraso el culo y junto las piernas dejando atrapada entre sus muslos su vulva aun congestionada. Un fino hilillo, producto de su orgasmo resbalaba de su interior por efecto de la gravedad.  Larry se acercó y adelantando una mano evitó que cayera al suelo mientras que con la otra acariciaba el culo redondo y los muslos suaves de la mujer.

Cuando acercó de nuevo su boca  al sexo de Savannah, esta vez no fue tan delicado, sus labios se cerraron ante su vulva empujando, chupando con fuerza y golpeando su clítoris con toda la fuerza que le permitía su lengua.

-Sí, así, más fuerte –dijo ella mientras movía las caderas al ritmo de lo lametones.

Larry se incorporó y apoyó su verga dura y caliente como un hierro al rojo sobre el culo de Savannah que inmediatamente vibro a su contacto. La joven separó sus piernas y se puso de puntillas para atraerle hacia su interior. Larry la acaricio y metió dos de sus dedos en su coño haciéndola gemir y retorcerse.

-¡Vamos cabrón, follame de una…!

 La frase quedo suspendida en el aire por la bestial acometida de Larry, Savannah gritó y hubiese perdido el equilibrio de no estar agarrada a la alfalfa, pero enseguida se rehízo y cerrando los ojos se concentró en el salvaje placer que le proporcionaba aquel miembro duro que se clavaba en su interior sin contemplaciones.

Larry siguió penetrándola con fuerza, tiro de su cola de caballo hacia atrás para incorporarla y poder besarla y acariciar sus pechos. La joven, de puntillas y sin apoyos se tambaleó pero él la cogió por la cintura y siguió follándola hasta que su cuerpo quedó relajado e inerme sobre la paca de hierba tras su segundo orgasmo.

Savannah, satisfecha se giró y poniéndose de rodillas le cogió la polla. Sus labios gruesos y rojos envolvieron el glande arrancando a Larry una palabrota, poco a poco toda la longitud del pene fue despareciendo en el interior de la boca de la joven hasta casi hacerlo desaparecer. Larry, casi sin darse cuenta, comenzó a acompañarla con los movimientos de sus caderas.

Savannah sacó el pene de su boca y comenzó a lamerlo y mordisquearlo  sin dejar de mirar a Larry a los ojos.

Con un suave empujón Larry apartó un poco a la joven y apuntando a sus pechos se corrió. Tres largos chorreones blancos se derramaron con la fuerza  de un torrente entre los pechos oscuros de la mujer.

Savannah cogió el miembro aún palpitante de Larry y se lo metió en la boca con una sonrisa satisfecha.

-¿Qué pasó con la joven esclava? Preguntó Larry mientras permanecían tumbados desnudos uno al lado del otro.

-La verdad es que con el tiempo la trama se ha hecho más enrevesada  y te prometo que no te decepcionará, pero para saber el final tendrás qué ganártelo. –respondió ella acariciando su miembro ahora flácido e inerme.

Un rato después Larry comenzó a palear de nuevo abono mientras Savannah le contemplaba desde la alfalfa con un aire de hembra satisfecha.


Relato erótico “Me compré una bella esposa asiática por internet” (POR GOLFO)

$
0
0

Relato ficticio pero que podría ser real porque está basado en informes periodísticos y páginas webs que incluyo. Curioseando por la red, entro en contacto con una dulce jovencita sin saber que con ese sencillo acto, mi vida cambiaría para siempre.

Todo comenzó un día como cualquier otro. Estaba desayunando en un bar cuando como leí en el periódico El Mundo un artículo sobre el tráfico de mujeres donde el periodista contaba su experiencia. Queriendo averiguar si realmente existía la posibilidad de comprarse una mujer por internet, el director le autorizó a intentarlo y aunque parezca imposible, consiguió adquirir como “esposa” a una preciosa jovencita por mil quinientos euros.
Para dar mayor credibilidad a lo sucedido, el autor incluyó unas estadísticas que revelaban que más de 150.000 occidentales habían conseguido “novia” por este sistema en los últimos tres años. Como no podía ser de otra forma, terminó alertando que la mayoría de esos matrimonios terminaban en fracaso.
Quizá esa noticia me hubiera pasado desapercibida pero os confieso que por aquel entonces llevaba casi un año sin relaciones sexuales desde que mi mujer me abandonó por otro. Por ello, quedó grabada en mi cerebro y esa noche, decidí curiosear un poco en internet.
Mi sorpresa fue encontrarme no una sino cientos de webs dedicadas a conseguir novias por internet. La gran mayoría prometían rusas o eslavas pero mi idea era otra: “me gustaban las asiáticas”.
En mi mente, las europeas del este seguirían siendo europeas con todo lo que lleva. La cercanía cultural lejos de ser un punto a favor era un inconveniente.
«Al principio se comportaran bien pero en cuanto se acostumbren al país serán como las españolas», pensé recordando los cuernos con los que mi ex me había regalado.
En cambio, me parecía un sueño la sumisión que observaba en la china del “Todo a cien” de la esquina. Callada y discreta no alzaba la voz cuando el marido le ordenaba algo en ese bazar.
«Eso quiero para mí», sentencié descartando a las de origen europeo.
Concentrándome en las de origen asiático, llegué a una serie de páginas donde por dos o tres mil euros te aseguran una de estas novias. Tras analizarlas, el miedo a que fuera una estafa me contuvo pero seguí investigando. Estaba a punto de claudicar cuando de improviso me topé con una web donde ofrecían un extenso surtido de supuestas jóvenes a las cuales podrías acceder por la módica suma de ¡Quince euros!
«¡No es posible!», me dije viendo una nueva trampa en ello.
El poco dinero que arriesgaría me indujo a probar y tras leer la letra pequeña, comprendí que la página web solo se obligaba a ponerte en contacto con la candidata elegida y nada más.
«Es solo un servicio de citas como otros tantos», decepcionado asumí pero justo cuando estaba a punto de claudicar, me fijé en una jovencita de veinte años que era un primor.
Por sus fotos, la chavala en cuestión era impresionante pero lo que realmente me intrigó fue la descripción que supuestamente hacía de ella:
“Me llamo Kim-ly y busco un marido mayor de cuarenta años que me dé estabilidad. Soy de una familia campesina y como la segunda de cinco hermanas, si no consigo un hombre que se case conmigo, mi destino será trabajar en alguno de los restaurantes de mi ciudad”.
No tuve que ser un genio para comprender que el tipo de local a los que se refería nada tenía que ver con lo que se entiende en España con ello y que la realidad debía ser más dura.

Olvidando el tema, esa tarde salí de copas con unos amigos. Cómo tantas veces, la noche resultó un desastre y después de gastarme ciento cincuenta euros en cenar y en bebidas, volví a casa solo y cabreado porque las dos mujeres a las que entré me mandaron con viento fresco.
Ya en la soledad de mi cuarto, recordé la publicidad de esa web:
“¿Cansado de mujeres occidentales que no te dedican el tiempo que te mereces y sólo se interesan por tu dinero?. La solución está en Asia, donde una esposa dulce, fiel, cariñosa y entregada al hogar será tuya por poco”.
Os parecerá perverso pero os confieso que mientras intentaba dormir, hice cálculos de cuanto me gastaba anualmente buscando infructuosamente novia entre las barras de los tugurios y me quedé acojonado al darme cuenta que en el último año, me había pulido más de tres mil euros.
«Si resulta ser verdad, me lo ahorraría en seis meses», cavilé esperanzado mientras llevaba la mano hasta mi pene y me ponía a soñar con esa preciosa vietnamita de internet…

Kim-ly o mejor dicho su padre contesta a mi reclamo.
A la mañana siguiente, me sorprendió encontrar en mi correo un email de Kim-ly. Impactado, lo abrí de inmediato y medio desilusionado descubrí que no era de ella sino del que decía ser su padre.
En él y con el pésimo español del traductor de google, ese tipo quería averiguar cuáles eran mis intenciones con su hija ya que estaba preocupado. Por lo visto la muchacha había llegado a casa diciendo que la agencia matrimonial le había conseguido un novio y como su progenitor, me pedía que le confirmara que no era miembro de una organización de trata de blancas.
«Tendrá caradura, menudo timo», sonreí al leerlo y contestando en plan de guasa ese mensaje, le expliqué que era un español de cuarenta y cinco años que buscaba una mujer dócil con la que compartir vida y cama. Asumiendo que era todo mentira, proseguí diciendo que nunca la vendería pero que sería un marido exigente que no permitiría que me levantara la voz y que a cambio, le daría una vida acomodada y mucho placer.
Tras lo cual, envié la contestación.
«Ningún padre aceptaría que su hija se fuera con un tipo así», me reí esperando que en el siguiente email la estafa quedara clara.
Lo que nunca me preví fue que a las dos horas, el supuesto ascendiente de mi “conquista” me preguntara vía web donde viviría su hija y si pensaba darle descendencia.
Obviando cualquier dato personal, respondí que en su niña viviría en Madrid y respecto a los hijos, escribí:
-Tendremos todos los que nos dé Buda, pero le anticipo que soy un hombre tradicional y mi idea es tenerla permanentemente preñada.
«¡Qué bruto soy!», exclamé mentalmente mientras le daba a enviar.
No llevaba ni diez minutos enfrente del ordenador cuando Loan, ese era su nombre, respondió a mi misiva diciendo:
-Me alegra saber que el pretendiente de mi hija piensa parecido a mí, nunca aceptaría tener un yerno que no supiera cual es el lugar de una mujer honesta.
Todo me parecía grotesco porque según parecía el machismo inherente a mis escritos lo había tranquilizado. Para colmo de cinismo, ese viejo se permitió el lujo de acabar dándome autorización para contactar con su hija anexando un email.
«Esto debe ser un robo», concluí tras leerlo pero como no tenía nada que perder, escribí un mensaje a esa “teórica” belleza donde le describía mi casa, la vida que llevaba y mis atributos. Dando especial énfasis a esto último porque por lo que había leído los asiáticos solían calzar escaso.
«A ver que contesta», sonreí convencido que en la siguiente comunicación me pediría dinero.
No pensando que contestaría esa misma tarde y aprovechando que era sábado, me fui a un bar a tomarme unas cañas. De forma que no fue hasta la hora de cenar cuando comprobé que Kim-ly me había contestado.
Curiosamente en la comunicación, la vietnamita no hacía referencia alguna a ningún aspecto monetario y tras una descripción de su país, me decía que estaba encantada con ser mi novia y con la perspectiva de salir de su ciudad para venir a Europa pero lo que realmente me hizo gracia fue que al final de su mensaje, la cría me informaba que tenía miedo de no ser capaz de satisfacer a un hombre con semejante miembro, diciendo:
-Respecto a sus medidas, he preguntado a mi madre y se ha reído al compararlas con las de mi padre. Según ella, son más de le doble de las de él. ¿Creé que mi cuerpo podrá soportarlo? Y de ser así, ¿no me hará mucho daño?
Que hablara de esa forma del tema, me confirmó que era un fraude y por eso, siguiendo la corriente, le contesté:
-Te dolerá al principio pero en cuanto te acostumbres, el placer que obtendrás será inmenso- y cachondeándome de ella, le pregunté: ¿Te apetece una foto para que veas que es verdad y que no miento?
No habían pasado cinco minutos, cuando vi que me había contestado:
-Mi madre me ha dicho que la mande. Quiere saber que algo así existe.
La respuesta me hizo soltar una carcajada y muerto de risa, me empecé a pajear con una revista porno. Cuando mi verga alcanzó la longitud deseada, cogí una regla y poniéndola a su lado, la fotografié para acto seguido escribir en mi ordenador:
-16 cm de placer obtendrás cuando seas mía.
«Tengo que reconocer que se trabajan este negocio», me dije una vez mandado.
Kim-ly debía estar frente a su computadora porque al poco rato, recibí su respuesta:
-Mama está impresionada. Dice que con semejante ayuda, me hará muy feliz.
Mi sorpresa se incrementó al abrir un archivo adjunto con una fotografía de una señora mayor y de mi “novia” riendo ante una impresión tamaño natural de mi verga. La constatación que al menos esa cría existía y que no era un oscuro defraudador me puso verraco y queriendo alagar a ambas, le mandé un piropo donde les decía que comprendía que fuera tan bella teniendo una madre así.
Como si estuviésemos chateando, Kim-ly me dio las gracias en su nombre y en el de su vieja, tras lo cual me pidió una foto mía. No viendo ningún peligro en ello, anexé una imagen mía de cuerpo entero que me había tomado ese verano en la Manga.
La muchachita tardó unos minutos en contestar pero cuando lo hizo, me quedé gratamente sorprendido porque me mandaba una de ella en bikini que no admitía fraude al llevar en su mano la que yo le había enviado.
«Existe y está buenísima», pensé al admirar las bellas formas con las que Buda la había dotado.
A vosotros os reconozco que puse especial interés en sus pequeños pero apetitosos pechos y en ese culito con forma de corazón que me hizo suspirar. Sabiendo que era parte de un timo, aun así no pude dejar de imaginarme que al final fuera verdad y que de pronto me encontrara sin quererlo con una princesa oriental como mujer.
Por ello ya increíblemente excitado, le pregunté directamente cuanto tendría que pagar para que su familia aceptara que se viniera conmigo.
Su contestación me dejó perplejo:
-Nada hasta el día de nuestra boda. Antes mis padres quieren conocerle para estar seguros a quien me van a confiar de por vida- tras lo cual, escribió: -Habiendo aceptado, lo usual es que el novio pague una dote de veinticinco millones de dongs.
Nada más leer esa cifra, me escandalicé por lo elevada que parecía pero al buscarlo en internet, me resultó ridícula al verla traducida a algo que conocía:
«¡Son apenas mil euros!».
Suponiendo que fuera verdad, equivalía a menos de siete salidas como las de la noche anterior. Sin llegármelo a creer, busqué cuanto costaba un viaje desde Madrid a Tuyên Quang, la capital más cercana al pueblo donde vivía. El problema que me encontré fue que no había un vuelo directo por lo que tuve que hacer un cálculo aproximado y en edreams.com, encontré que por menos de novecientos euros llegaría hasta Hanoi la capital. De allí a su aldea que estaba a ciento treinta kilómetros era un trayecto de tres horas por lo que a números rápidos calculé que serían unos mil cien.
Para entonces, mi cerebro iba a toda velocidad. Mil cien de mi viaje, más mil de la dote, más mil de su venida a España: ¡Kim-ly me saldría en unos tres mil euros!
La cantidad siendo importante me la podía permitir y a pesar del riesgo que todo resultara una estafa, decidí seguir adelante y sin pensármelo dos veces, le pregunté cuándo podrían sus viejos recibirme. La cría se vio sorprendida por mi rápida respuesta y como me confirmaría después en otro email, tuvo que localizar a su padre para que fuera el cabeza de familia quien respondiera.
No fue hasta el día siguiente cuando recibí la réplica:
-Mis padres estarían honrados en recibirle en quince días.
Os parecerá una locura pero, olvidando cualquier tipo de prudencia, confirmé el vuelo y la contesté de inmediato con mi fecha de llegada.
-Con esperanza, mi familia le estará esperando- contestó para mandarme las señas de su casa a continuación…

Parecerá grotesco pero una vez tomada esa decisión, la espera me resultó una eternidad. Todos los días llegaba del trabajo y me conectaba a chatear con mi novia, sin saber si a la vuelta de mi viaje vendía casado o solamente con tres mil euros menos en mi cuenta corriente.
«Si todo resulta un fraude, al menos conoceré ese país», me repetía continuamente intentando darme una confianza que no tenía.
Por si era verdad, contacté con la embajada Vietnamita en Madrid y al enterarme que para casarme en ese país con una de sus ciudadanas me exigían tener residencia, se me cayó el alma a los pies. Al comentárselo, mi novia se quedó preocupada pero tras preguntarlo al juez de paz de su ciudad, me escribió más tranquila:
-El funcionario estaría dispuesto a hacer la vista gorda por cien euros.
Cómo ese monto no era desorbitado, acepté y seguí con los preparativos. Aun así me gasté otros doscientos en un certificado médico prenupcial que exigían las autoridades de ese país y demás papeles. De manera que el día que me despedí de mis compañeros de oficina porque me iba de vacaciones, ya llevaba gastados entre pitos y flautas cerca de mil trescientos.
Reconozco que al montarme en el avión, estaba nervioso y por eso cuando mi vecino de asiento me dio conversación, vi en ello una manera de evitar el miedo que me daba el despegue. La casualidad quiso que ese tipo fuera un agente de ventas acostumbrado a esa cultura y que iba a ese lejano país a cerrar un trato con el gobierno.
Al saber que se desenvolvía con soltura en Vietnam, le conté el propósito de mi viaje. Manuel escuchó muerto de risa mi historia y al terminar, me soltó:
-Eso no me lo pierdo. Aprovechando que llegamos el viernes y que no puedo hacer nada hasta el lunes, ¿te importaría que te acompañara?
En un principio creí que iba de coña pero al llamar a la azafata y pedirle una botella de champagne, comprendí que lo decía en serio y sabiendo que me vendría bien su ayuda para que no me timaran, decidí aceptar su oferta.
Las siguientes quince horas nos hicimos amigos por lo que al llegar a Hanoi ya no tenía ninguna duda que ese desconocido iba a ir conmigo hasta esa remota aldea. Viendo que hablaba vietnamita, dejé que él negociara el taxi que nos llevaría hasta nuestro destino y reconozco que lo hizo bien porque cerró el trato por una miseria.
Ya en el coche, Manuel me reconoció que muchas veces había estado tentado de hacer lo que yo pero que nunca se había atrevido. La pícara expresión de su cara me hizo gracia y por ello, no pude dejar de preguntar:
-¿Por qué no aprovechas? Tengo entendido que Kim-ly tiene otras cuatro hermanas. ¡A lo mejor nos hacen precio especial!
Os juro que lo había dicho de broma pero el otro cuarentón se lo tomó como una oferta en firme y tras pensarlo detenidamente durante diez minutos, me dijo:
-¡Hagámoslo! Si es verdad que esas niñas existen, elegiré una para mí- tras lo cual pidió al taxista que parara en una tienda donde comprar una botella de whisky.
-¿Y eso?- pregunté
Descojonado, contestó:
-Pensemos en positivo. Como a estas horas, mañana estaremos casados. ¡Esta noche es nuestra despedida de solteros!…
Mi última juerga de soltero.
Al llegar a la ciudad de Tuyên Quang, nos hospedamos en el mejor hotel y nos fuimos de copas. Mi acompañante, que conocía a la perfección la vida nocturna de ese país, fue mi guía y tras cenar en un restaurante, entramos en un tugurio. Nuestra presencia causó alboroto y en menos de un minuto, cada uno tenía una preciosa vietnamita posada en sus muslos. Acababa de dar un beso a la mía cuando con una sonrisa, Manuel me advirtió:
-En Asia hay que tener cuidado que no te den gato por liebre.
-No entiendo- contesté.
Fue entonces cuando, ante mi escándalo, metió sus dedos bajo el tanga que llevaba la muchacha que acababa yo de besar y sacó de su interior un pene pequeño y flácido.
-Ves a lo que me refiero. Estas dos son travestis- y recalcando sus palabras por si no había entendido, dijo:- Aquí les llaman Ladyboys.
Para entonces me había levantado furioso, tirando a la zorra de mis rodillas y confieso que si en ese momento mi amigo no me hubiera calmado, quizás hubiese pegado una hostia al pobre muchacho caído en el suelo.
Destornillado de risa, Manuel levantó al crio y llamando al jefe del local, le pidió que nos mandara dos mujeres.
-Aquí se acepta la homosexualidad como algo normal- comentó y dando un sorbo a su bebida esperó la llegada de las putas.
Os juro que estaba alucinado por la tranquilidad con la que se había tomado el tema cuando de pronto, llegó a nuestra mesa una anciana de aspecto respetable y nos preguntó, en un perfecto inglés, qué era lo que queríamos exactamente.
Sin perder la calma, Manuel me preguntó:
-¿De qué edad te gustan?
Impresionado comprendí que la celestina había asumido que íbamos en busca de menores de edad y por ello, muy mosqueado, le contesté:
-¡Que sean mayores!
La carcajada de mi acompañante al oír mi respuesta, me dejó helado:
-Por mayores… ¿te refieres?
Ya cabreado contesté:
-¡Qué tengan al menos veinte años!
Sin parar de reír, habló con la vieja y llegó a un trato. Al terminar, me miró diciendo:
-Como no puedo estar seguro de su edad, he pensado que dejemos los polvos para mañana y esta noche hacer algo diferente…
Su enigmática respuesta me dejó paralizado hasta que Manuel advirtiendo mi mosqueo, contestó:
-He pedido uno de los famosos masajes asiáticos para los dos
No tuve que ser un genio para asumir que tendrían “final feliz” y aceptando su consejo, lo acompañé por el pasillo hasta que la señora nos dio una habitación para cada uno. Os confieso que no me hizo gracia separarme de Manuel y por eso los cinco minutos que tardó la teórica masajista en llegar me resultaron eternos.
Mis reparos desaparecieron de inmediato, al ver entrar a una diosa oriental de apenas uno cincuenta.
«¡Menudo bombón!», pensé más que satisfecho por su belleza.
La recién llegada era tan impresionante que todas las células de mi cuerpo se alborotaron cuando por señas me pidió que me desnudara.
«¡Cómo está la chiquilla!», exclamé en mi mente al recorrer con mi mirada ese pequeño pero suculento cuerpo que el destino había puesto a mi alcance.
«Tiene un culo de fantasía», me dije mientras me desprendía de la ropa.
Pero fue cuando únicamente tapado por una toalla, esa mujercita se acercó a mí cuando vi un extraño parecido en ella con mi futura esposa. Asumiendo que todas las vietnamitas me parecían iguales, me relajé al sentir sus delicadas manos acariciando mi pecho.
«¡Qué gozada!», mascullé entre dientes cuando incrementó la presión de sus palmas sobre mis músculos dotando a sus movimientos de una profesionalidad no exenta de erotismo.
Mi pene que hasta entonces se había mantenido en letargo, se fue despertando poco a poco siguiendo el ritmo de sus caricias y por eso no pude evitar que una brutal erección naciera entre mis piernas.
-Me estás poniendo bruto- susurré a la oriental ya verraco.
La cría sonrió al oírme y como si me hubiese entendido, retiró la toalla dejando mi tallo al descubierto. Poco acostumbrada a los occidentales, su cara reflejó sorpresa al admirar mi tamaño.
-Umm- gimió descaradamente y sacando un bote con aceite, lo fue embadurnando mientras sonreía.
Como habréis supuesto, dejé que esa morenita me empezara a masturbar. Curiosamente, su expresión al principio impávida fue cambiando al irme pajeando e incluso creí notar que a la muchacha se le estaban poniendo duros los pezones.
-Vas a conseguir que me corra- murmuré entusiasmado.
Sin aviso previo, la masajista dejó caer su vestido y completamente desnuda, se dedicó a untar con el aceite su cuerpo. Con su piel bien untada, se subió encima de mí y comenzó a restregar su diminuta anatomía contra la mía mientras comenzaba a gemir calladamente. Asumiendo que esos gemidos eran parte de su papel de puta, no por ello pude evitar excitarme. Pero lo que realmente me terminó de calentar fue cuando la chavala aprovechó que estaba boca arriba para acoger mi verga entre sus muslos.
«¡Tiene el coño empapado!», medité extrañado al comprobar la facilidad con la que se deslizaba mi tallo por los pliegues de esa oriental.
La constatación de su fogosidad incrementó mi calentura y llevando mis manos hasta su culo, forcé el roce de su sexo contra el mío mientras me quedaba admirado por la dureza de sus nalgas.
-Umm- suspiró poseída por un inhabitual ardor en alguien de su profesión al sentir el tamaño del pene que tenía en su entrepierna.
Para entonces el teórico masaje se había convertido en una danza de apareamiento. Aún sabiendo que era de pago, me resultó super erótico ver a esa mujer alzar su cuerpo con sus pitones bien duros, tras lo cual y con una sonrisa en los labios, irse empalando lentamente en mi polla. Centímetro a centímetro observé como iba desapareciendo dentro de su coño mientras la cría hacía verdaderos esfuerzos para no correrse.
-No creo que te quepa- dije a sabiendas que no me iba a entender- eres demasiado pequeña.
Supuse que no iba a conseguirlo porque cuando apenas llevaba la mitad de mi verga, noté que mi glande chocaba con la pared de su vagina pero me equivoqué. La oriental, al ver su minúsculo conducto abarrotado con el miembro de su cliente, se transformó y dejándose caer de golpe sobre mi verga, comenzó a cabalgar sobre mí a pesar del dolor que se reflejaba en su cara.
-¡Mira que eres bruta!- exclamé descojonado al comprobar que el sufrimiento azuzaba su lujuria y que con mayor énfasis, buscaba su placer.
El entusiasmo con el que se empalaba era a todas luces exagerado y atónito, fui testigo de cómo su sufrimiento se iba convirtiendo en gozo mientras sus pequeños pechos se bambaleaban arriba y abajo siguiendo el ritmo de su galope.
-Ahhh- chilló en un momento dado al notar que se avecinaba el orgasmo y meneando su melena negra aceleró el asalto.
El manantial de cálido flujo que de improviso brotó de su coño me alertó de la cercanía de su placer. Cogiéndola de las caderas, ahondé en la profundidad de mis penetraciones. Elevando y bajando su cuerpo, experimenté una y otra vez el modo en que mi verga chocaba contra los límites de su vagina mientras esa muchacha no paraba de berrear.
-¿Te gusta verdad puta?- susurré en su oído al tiempo que usando los dientes le daba un suave mordisco.
Increíblemente, ese bocado provocó que su cuerpo colapsara sobre mí y aullando como desesperada, se corrió sin dejar de machacar su interior con mi pene. La entrega de esa fulana y la humedad que manaba de su sexo espolearon mi excitación.
-¡Eres increíble!- grité ya poseído por la pasión y cogiendo a esa cría la puse a cuatro patas sobre la camilla para acto seguido volver a embutir mi miembro en su coño.
La rudeza con la que la penetré la hizo aullar pero lejos de tratarse de zafar de ese castigo, la muchacha recibió con alborozo el nuevo ataque y mirándome a los ojos, me rogó en silencio que la tomara. La nueva postura me permitió experimentar con mayor rotundidad el estrecho conducto que poseía esa mujer y estimulado por ello, moví mis caderas dando inicio a ese definitivo asalto.
Los chillidos que brotaron de su garganta cada vez que mi verga campeaba dentro de ella, me incitaron a acelerar mis movimientos. El nuevo compás con el que follé a esa criatura, inutilizó todas sus defensas y casi llorando, se corrió reiteradamente mientras sus ojos parecían salirse de sus orbitas.
-Para ser una puta, se nota que estás disfrutando- le solté ya convencido que por alguna causa esa joven estaba excitada en exceso y que a pesar de su profesión era clara su calentura.
Quizás por eso, me permití lanzar un sonoro azote sobre sus nalgas. La oriental al sentir esa ruda caricia, se volvió loca y trastornada de placer se dejó caer sobre las sábanas, al tiempo que me pedía mediante gestos que siguiera azuzándola de esa forma. Ni que decir tiene que la complací y descargando una serie de mandobles sobre sus cachetes, marqué con ellos el ritmo de mis penetraciones.
El profuso manantial que brotaba de su interior no podía ser simulado y asumiendo que esa zorrita estaba gozando, acrecenté más si cabe la velocidad de mis incursiones hasta que casi agotado, me dejé llevar y descargué mi semen dentro de ella. Al sentir la explosión de mi verga en su interior, pegó un grito y convirtió su coño en una ordeñadora que no paró de succionar hasta que consiguió extraer hasta la última gota de mis huevos. Entonces y solo entonces, se dio la vuelta y sonriendo me besó en los labios diciéndome adiós en un rudimentario español. Mientras la observaba marchar, deseé que fuera ella en vez de Kim-Ly con quien al día siguiente me casara…
Conozco a la familia de mi novia.
Saliendo de ese tugurio, Manuel me comentó que estaba cansado y me pidió volver al hotel. Satisfecho después de estar con la putilla, no puse impedimento alguno y por eso debían ser cerca de la dos de la mañana cuando caí rendido en la cama.
A la mañana siguiente, nos despertamos cerca de la diez y poniéndonos guapos, fuimos a visitar a mi futura esposa y a su familia. Mi recién estrenado amigo nuevamente fue el encargado de conseguir un taxista que nos llevar hasta la aldea donde nos esperaban y aunque os parezca imposible tardamos cerca de una hora en recorrer los veinte kilómetros que nos separaban de ella.
Una vez allí, no tuvimos dificultad en encontrar la humilde morada de esa mujer pero no por ello, no nos sorprendió descubrir que eran cerca de cincuenta personas las que nos esperaban en su puerta.
-Ha venido todo el pueblo- comentó Manuel muerto de risa.
No me costó reconocer a la madre y por ello supuse que el tipo que tenía a su lado era su marido. Al comprobar que era un viejo extremadamente bajo, reí entre dientes al recordar la sorpresa de esa señora cuando supo de mis dimensiones.
-Nuestro futuro suegro es un enano- murmuró mi conocido en plan de guasa.
El tipo en cuestión se acercó a nosotros llevando a su lado a un joven que resultó ser un intérprete, cosa que agradecí porque así al saludarnos en inglés, pude comprender lo que se decía. Lo primero que hizo el viejo fue agradecernos la visita y llamando a su mujer nos la presentó para acto seguido hacernos pasar al interior de la casa.
La pobreza de la estancia a la que entramos me recordó la naturaleza del acuerdo que me había llevado hasta allí y buscando a mi supuesta novia recorrí los rostros de los presentes. Cuando ya casi había terminado, reconocí en un rincón el rostro de la mujer con la que me había acostado la noche anterior.
«Es la putilla de ayer», pensé.
Al sonreírla, noté que sus mejillas se teñían de rojo al saberse descubierta y no queriendo incomodarla en exceso, decidí hacer como si no la conociera.
Mientras tanto, Manuel estaba comentando al patriarca lo felices que estábamos de hallarnos en su presencia y entrando directamente al trapo, le explicó que éramos dos los interesados en conseguir esposa. Al anciano se le iluminó la cara al escuchar que quizás iba a doblar su dinero y pegando un grito, llamó a sus hijas.
Una tras otra, vimos desfilar a cuatro crías realmente bonitas entre las cuales reconocí a mi futura. Kim-Ly era en persona una cría preciosa pero carente de la sensualidad de la que permanecía escondida en una esquina. Os reconozco que estaba desilusionado pero entonces el vietnamita pegó otro grito y ante mi sorpresa vi que saliendo de su escondite, se levantaba y con paso temeroso se ponía en la fila.
«¡Es su hermana!», no tuve que ser un genio para adivinar.
La chavala, aterrorizada porque la descubriera frente a toda su familia, era incapaz de levantar su mirada. Su padre al darse cuenta, con otro berrido, la ordenó que nos mirara. Las lágrimas que recorrían su rostro fueron la demostración clara que estaba abochornada.
Manuel que curiosamente se había quedado prendado de Kim-Ly, no fue consciente de la belleza que se estaba perdiendo y llevándome a un lado, con toda la geta del mundo, me preguntó si me importaba que él se quedara con la que estaba reservada para mí.
Haciéndome el enfadado pero interesado por la oferta en mi interior, le contesté que primero negociara con el padre cuanto nos costaría agenciarnos a dos en vez de a una. El vejete fue tasando a sus hijas al mismo precio que habíamos acordado pero al llegar a la que realmente me interesaba redujo el precio a la mitad.
«¿Por qué la valorará tan bajo?», me pregunté y acercándome a mi amigo, le insistí en que lo averiguara.
La respuesta de su viejo me escandalizó al oírla de los labios del intérprete. Por lo visto Tién, ese era el nombre de la susodicha, había manchado el honor de la familia. Como conocía o creía conocer la razón, no pregunté más y negociando con Manuel, le dije:
-Si quieres quedarte con Kim-Ly tendrás que hacerme una oferta.
A mi amigo se le abrieron los ojos y sabiendo que le iba a costar un esfuerzo el conseguir su capricho, contestó:
-Si accedes, pagaría yo todo el gasto de la boda y tú únicamente la dote.
Viendo que estaba encoñado con Kim-Ly y que esta parecía gustarle mi amigo, disimulando mi alegría, discutí con él hasta que Manuel accedió en hacerse cargo incluso de la dote cuando le comenté quien era mi elegida.
-Estás loco- contestó cerrando el acuerdo con un apretón de manos.
Tras lo cual, explicó al intérprete nuestra decisión. Cuando el joven se la trasladó al padre de las muchachas, este intentó que cambiáramos de opinión rebajando el precio de una de las más pequeñas mientras Tién me miraba alucinada. La esperanza con la que recibió que yo estuviera interesada en ella, se trasmutó en terror al oír que su viejo prefería desprenderse de otra de sus hermanas.
-Quiero a Tién- insistí a mi amigo.
El anciano al ver mi insistencia, dijo algo en voz baja al intérprete. Por su cara, comprendí que era algo grave y por eso esperé con preocupación su traducción:
-El señor quiere hacerle saber que la hija que ha elegido le desobedeció yendo a la escuela a escondidas.
Al escuchar los reparos del padre, no pude más que soltar una carcajada y reiterando mi interés por ella, le pedí que trasladara al padre mis palabras:
-No se preocupe, sabré atar en corto a esta fierecilla.
Su viejo ya satisfecho al haberme avisado, obligó a la muchacha a acercarse a mí y poniendo mi mano en su cintura, me contestó:
-Si le desobedece, ¡no dude en castigarla!
Estaba a punto de responder cuando interviniendo por primera vez, Tién se me anticipó, diciendo mientras una enorme sonrisa iluminaba su cara en un perfecto inglés.
-Mi marido nunca tendrá queja de mí.
Que tuviera forma de comunicarme directamente con ella, me alegró y acercándome a ella, susurré en su oído:
-Menuda sorpresa encontrarte aquí.
Mi nueva prometida se sonrojó y totalmente colorada, me contestó:
-Yo sí sabía quién eras.
Su lacónica respuesta me sorprendió porque con ella me estaba informando que se había acostado conmigo a sabiendas que se suponía que iba a ser su cuñado. Intrigado quise el motivo y ella muy nerviosa me contestó:
-No quería que la primera vez que vieras a mi hermana fuera en ese lugar.
-¿Kim-Ly estaba ahí?- pregunté.
Fue entonces cuando Tién se dio cuenta que había metido la pata y totalmente abochornada, me respondió:
-Creía que tu amigo se lo había contado. Anoche Kim estuvo con él.
Aunque me podía haber sentido indignado, reconozco que me hizo gracia saber que la razón por la que Manuel había insistido en elegir a esa chavala era porque ya la había probado.
«Le ha pasado lo mismo que a mí. Impresionado por su forma de follar, decidió quedársela para él», sentencié en absoluto molesto y no queriendo delatar ante su gente a qué se dedicaban las dos, me quedé callado.
Tién malinterpretó mi silencio y con lágrimas en los ojos, me dijo en voz baja:
-Por favor, cásate conmigo. Te juro que si me llevas contigo, nunca te arrepentirás.
La desesperación que leí en su cara me enterneció y acariciando su mejilla, la tranquilicé diciendo:
-No te preocupes, mi decisión no ha cambiado pero ¿te importa que te haga una pregunta?
Ante eso, la cría me dijo qué era lo que quería saber.
-Ayer, ¿te corriste o fingiste que lo hacías?
Muerta de risa, me contestó:
-¡Disfruté como una loca!…

Lo prometido es deuda, os anexo los links que me dieron la idea.
Link de la noticia: (Cómo compré una esposa)
http://www.elmundo.es/cronica/2002/354/1027952545.html
http://www.elcomercio.es/20100109/sociedad/como-comprar-mujer-euros-20100109.html
Links a agencias matrimoniales orientales.
http://www.qq-99.com/en/vietnam.php
http://www.rosebrides.com/chinese-brides.html
http://www.jnvietbride.com.sg/main.php

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error” (POR GOLFO)

$
0
0
Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico, es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país porque en caso contrario, es muy fácil meter la pata. Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
-Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés.
María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de Maung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
-Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
-¿Y cuánto me va a costar al mes?
-No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
-Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
-Por supuesto, Maung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….
Aung y Mayi llegan a casa.
Tal y como habían quedado, a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en Tailandia y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
-Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿Usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro,  mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana  comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
-Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaban en la mesa.
María que al principio estaba incomoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin-tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
-¡No son tan grandes!- protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: -Tocad, ¡Son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
-Tocadlos, ¡No muerden!- insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que  de algún modo las había defraudado.
“En Birmania, la figura del jefe debe de ser parecida un señor feudal”, masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada. “Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural”.
La  certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…
María descubre una extraña sumisión en esas dos orientales.
A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
-Buenos días- alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
“¡Qué gozada!”, pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
“¡Me encanta que me mimen!”, exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
“Me estoy poniendo cachonda”, meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental.  Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás mas avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
“¡Me voy a correr!”, meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
“¡No lleva ropa interior y está cachonda!”, entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso n fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
-¡Qué buena estás!- exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
-¡Estás para comerte!.
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua  y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
-Joder, ¡Está riquísimo!- exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
“¡No puede ser!” pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
“Soy una cerda. ¡Pobres crías!” continuamente machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “PERDÓN”. El saber que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado y comprobar que eso las aterrorizaba, afianzó sus temores y decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido, pero antes debía de hacerlas saber que no estaba enfadada con ellas.
Dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas. La reacción de las muchachas abrazándola  mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con Maung.
María descubre que no ha contratado sino comprado a esas dos.
Como esa mujer vivía en uno de los peores suburbios de Yaon, mi esposa llamó a un taxista de confianza para que esperara mientras conseguía respuestas. Durante el trayecto, María trató de hallar la forma de preguntarle el porqué de esa actitud sin revelar que había utilizado a las birmanas para satisfacer sus “oscuras” necesidades.  No en vano era complicado confesar que la habían masturbado mientras la bañaban.
Por eso al llegar hasta el domicilio de esa señora, aceptó un té antes de plantearle sus dudas. Maung entendió que su visita estaba relacionada con las dos crías y antes de que ella le explicara qué pasaba, directamente le preguntó:
-¿Qué le han parecido mis paisanas? ¿Son tan obedientes como le dije?
-¡Demasiado!- contestó agradecida de que hubiese sacado el tema: -Nunca ponen una mala cara sin importarles lo que les pida.
Fue entonces cuando la anciana sonriendo contestó:
-Me alegro. Para ellas ha sido una suerte que una persona como usted las comprara ya que su destino normal hubiese sido terminar en un burdel.
María no asimiló el que las había comprado y solo se quedó con lo del “destino normal” por eso insistiendo preguntó:
-¿Por qué dices eso?
La señora dando otro sorbo al té, respondió:
-Desgraciadamente nacieron en una casa cuyos padres eran tan pobres que nunca hubieran podido pagarles una dote, por lo que desde niñas les han educado para que llegado el momento se convirtieran en las concubinas de algún ricachón aunque lo habitual es que dieran con sus huesos en algún tugurio de la capital- y recalcando su inevitable fin, confesó:- yo misma fui una de esas niñas y con quince años me vendieron a pederasta pero la suerte quiso que conociera a mi difunto marido y el me recomprara. ¡Desde entonces busco librar a mis paisanas de ese infierno! y por eso les busco acomodo en familias como la suya.
-¿Me está diciendo que soy su “dueña”?
-Así es. Aung y Mayi han tenido mucha fortuna. Sé que sirviendo a usted y a su marido, esas dos crías serán felices. Ellas mismas me dijeron al verla que nunca habían visto una mujer tan bella y se comprometieron conmigo en hacerle la vida lo más “placentera” que pudieran.
El tono con el que pronunció “placentera”, le confirmó que de algún modo se olía que su visita se debía a que  esas dos ya habían empezado a cumplir con esa promesa. María se quedó tan cortada que solo pudo bajar su mirada y con voz temblorosa, preguntar:
-¿Y mi marido? ¿Qué va  a pensar cuando se entere?
-¡Debe de saber qué son! Piense que mientras no hayan sido desfloradas por él: ¡Sus padres podrían revenderlas a otros amos!
Según mi señora cuando escuchó que las dos mujercitas todavía no estaban seguras si no me acostaba con ellas, la terminó de convencer que nunca se `perdonaría que terminaran en un putero y despidiéndose de la anciana, le prometió que en cuanto llegara a Birmania, las metería en mi cama.
Durante el trayecto de vuelta a casa, a mi mujer le dio tiempo de asimilar la conversación y fue entonces cuando cayó sobre ella la responsabilidad de hacer felices a esas dos crías. Como no teníamos hijos, decidió que de cierta forma las adoptaría y haría que yo, también las acogiera.
“Soy su dueña”, masculló entre dientes,” debo velar por su bienestar”.
Sin darse cuenta había aceptado su papel y por eso al entrar a la casa, le pareció normal que Mayi la recibiera de rodillas y que le quitara los zapatos siguiendo las costumbres de ese país. Ya descalza, llamó a Aung y llevándolas hasta su cuarto, abrió su armario y buscó algo de ropa que pudiera servirlas.
Las birmanas no sabían que era lo que quería su jefa pero aún así durante cinco minutos, permanecieron expectantes tratando de adivinar que se proponía. Asumiendo que las necesitaba para cambiarse cuando terminó de elegir las prendas que quería probarles, las dos la empezaron a desnudar.
La ternura con la que desabrocharon su camisa no impidió que se negara y más excitada de lo que le gustaría reconocer, por señas, pidió a la mayor que se quitara la camisola que llevaba puesta. Aung con una sonrisa se despojó de la misma y mirando a su dueña, se acercó y puso sus pechos a su disposición diciendo:
-Son suyos, mi ama.
La sorpresa de mi mujer fue total al escucharla hablar en español y por eso, no dudó en preguntarle si conocía su idioma. La oriental muerta de risa, cogió un diccionario de la librería y buscando una palabra en él contestó:
-Mayi y yo querer aprender.
Imitando a la cría, María buscó en ese libro la traducción  al birmano y dijo:
-Yo y mi marido os enseñaremos.
Sus rostros radiaron de felicidad y buscando los labios de mi mujer, las dos niñas comenzaron a besarla riendo mientras practicaban las primeras palabras de español.
-Ama, dejar amar.
Por medio de suaves empujones, tumbaron a mi mujer en la cama. María muerta de risa dejó que lo hicieran y desde las sabanas, observó cómo se desnudaban. Sus preciosos cuerpos al natural hicieron que el coño de mi mujer se encharcara y ya completamente dominada por la urgencia de poseerlas, las llamó a su lado diciendo:
-Venid zorritas.
Tanto Mayi como Aung respondieron a la orden de su dueña maullando como gatitas y ya sin ropa, acudieron a sus brazos. Nada más subirse al colchón, terminaron de desnudarla y con gran ternura se apoderaron de sus pechos con sus labios. Las caricias de las lenguas de esas crías provocó que de la garganta de María saliera un primer gemido.
-¡Me encanta!- sollozó mi esposa al sentir que dos lenguas recorrían los bordes de sus pezones.
Las orientales al comprobar el resultado de sus mimos incrementaron la presión acomodando sus sexos contra las piernas de su dueña. Según me confesó mi mujer, se volvió loca al sentir la humedad de esos coñitos rozando contra sus muslos y bajando sus manos por los diminutos cuerpos de las chavalas se apoderó de sus traseros.
Mayi al notar la palma de la mujer acariciando sus nalgas, buscó su boca y forzando sus labios, la besó mientras con sus deditos separaba los pliegues de su ama. Incapaz de reaccionar, María colaboró con la cría separando sus rodillas. Fue entonces cuando Aung vio su oportunidad y deslizándose sobre las sabanas, llevó su boca hasta la entrepierna de mi mujer.
Esta al sentir el doble estimulo de las yemas de la pequeña y la lengua de la mayor creyó que no tardaría en correrse y deseando devolver parte del placer que estaba recibiendo, llevó su propia boca hasta los pequeños pechos de Mayi y apoderándose de su pezón, comenzó a mamar con pasión. La cría gimió al sentir la dulce tortura de los dientes de su ama y dominada por la lujuria, fue reptando por el cuerpo de mi mujer hasta que logró poner su sexo a la altura de su boca. María al ver las intenciones de la muchacha, sonrió mientras le decía:
-¿Mi putita quiere que su ama le coma el coñito?- y sin importarle que no entendiera, directamente la levantó y la puso a horcajadas sobre su cara.
Mientras Aung tanteaba el terreno introduciendo un par de yemas dentro del estrecho conducto de su dueña, María se puso a lamer el sexo de la otra con una urgencia que a ella misma le sorprendió. El dulcísimo sabor de ese virginal chochito despertó su lado más lésbico y recreándose, buscó el placer de la cría mordisqueando su ya erecto clítoris.
El sollozo que surgió de la garganta de la oriental le reveló que estaba teniendo éxito pero reservando su himen para mí, se abstuvo de meter ningún dedo dentro de ese virginal sexo y usó para ello su lengua. La chavala al conocer por primera vez el amor de su ama pegó un grito y como si se hubiera abierto un grifo de su entrepierna brotó un riachuelo del que bebió sin parar María.
La satisfacción que sintió al notar que la niña se estaba corriendo, la calentó todavía más y usando su lengua como si fuera una cuchara, absorbió el templado flujo de Mayi mientras todo su pequeño cuerpo temblaba con una violencia inusitada.  Justo en ese momento, mi esposa sintió que los dedos de Aung iban más allá y estaban toqueteando su entrada trasera.
-¿Qué haces?- preguntó con la piel de gallina ya que nunca nadie había osado a hurgar en ese oscuro agujero.
La morenita creyendo que era de su agrado incrementó su acoso sobre su esfínter metiendo una de sus yemas en su interior. María aunque indignada, no creyó justo castigar la osadía de la cría pero aun así la llamó al orden dando una suave palmada sobre su trasero. Aung pensó que de algún modo su dueña quería jugar con ella y poniéndose a cuatro patas sobre el colchón, le dijo en español:
-Soy suya.
Ver a esa cría de tal guisa hizo que mi mujer sintiera nuevamente que era su dueña y deseando ejercer ese poder, se abalanzó sobre ella. La muchacha no se esperó que colocándose detrás de ella, María llevara las manos hasta sus pechos y mientras hacía como si la montaba, retorciera con suavidad sus pezones mientras susurraba en su oído:
-Estoy deseando ver cómo mi marido os folla.
Como si la hubiese entendido, la birmana empezó restregar su culo contra el sexo de mi mujer dando pequeños gemidos. Al oír el deseo que denotaba la cría, María comprendió que no podría esperar a mi llegada para hacer uso de su propiedad y deseando por primera vez poseer un pene entre sus piernas, usó sus manos para abrir sus dos nalgas. Ese sencillo gesto, además de permitirle observar un ano rosado y prieto, provocó que Mayi creyera erróneamente que su ama quería desflorarlo. Por eso se levantó de la cama y cogiendo de la mesilla un cepillo de madera, se lo pasó para que lo usara.
En un principio María no supo porqué se lo daba hasta que sacando la lengua, la morenita lo embadurnó con su saliva y por medio de gestos, le explicó que era para que lo usara con el culo de su compañera. Fue entonces cuando comprendió que esas dos habían mantenido su virginidad únicamente por su entrada delantera pero que habían dado rienda a su sexualidad por la trasera.
Ese descubrimiento, la excitó de sobremanera y venciendo su anterior reluctancia, pasó sus yemas por el ojete de Aung mientras esta gimiendo descaradamente, le informaba que deseaba que lo usara. Viendo la indecisión  de mi mujer, Mayi acudió en su ayuda y colocándose a su lado,  empapó uno de sus dedos en el coño de la cría y sin esperar su consentimiento, se lo metió por el ojete.
-Ummm- gimió Aung aprobando esa maniobra.
La naturalidad con la que recibió la yema de su amiga en su interior,  confirmó a María que esas chavalas lo habían hecho antes y por eso poniendo a Mayi en su lugar, le ordenó que continuara. La morenita no se hizo de rogar y embadurnando bien sus dedos en el sexo de su amiga, los usó para ir relajando ese objeto de deseo mientras mi esposa miraba.
“¡Qué erótico!”, Maria tuvo que admitir en cuanto oyó los continuos gemidos que salían de la garganta de Aung al experimentar esa caricia en su culito y con su sexo anegado, llevó una de sus manos hasta él y se empezó a masturbar sin dejar de mirar como Mayí  tenía dos dedos dentro de los intestinos de la otra.
Asumiendo que el ano de Aung estaba relajado, la oriental cogió el cepillo y se lo empezó a meter lentamente.  La cría berreó de gusto y eso le dio la oportunidad a su amiga de incrustárselo por completo ante la atenta mirada de su dueña. La pasión que esas dos niñas demostraron, vencieron todos sus reparos y mi esposa sustituyendo a Mayi, se apoderó de ese instrumento y comenzó a meterlo y sacarlo con rapidez.
-¿Te gusta verdad putita?- preguntó presa de una excitación desbordante y sin esperar respuesta, le dio un azote para que se moviera.
La muchacha gimió de placer mientras María seguía machacando su culo sin piedad. Mayi advirtiendo que su ama estaba excitada, se acercó a acariciarla. Fue tan grande el cúmulo de sensaciones que estaba conociendo mi mujer que cuando la otra chavala se puso a acariciar su clítoris, tirando de su melena le obligó a comerle el coño.
Nada más sentir la lengua de la cría recorriendo sus pliegues se corrió dando un grito que se prolongó durante largo rato porque su esclava sabiendo que era su función siguió lamiendo el sexo de su dueña mientras está daba buena cuenta del culo de su amiga. Uniendo un clímax con otro, María disfrutó del placer de tomar y ser tomada hasta que agotada, cayó sobre las sábanas y mientras se reponía de tanto placer, se preguntó cómo haría para que yo le permitiera quedarse con esas dos bellezas tan “atentas”.
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 2” (POR GOLFO)

$
0
0
Como os comenté en el relato anterior, mi esposa buscando unas criadas que la ayudaran con la limpieza de nuestro chalet en Birmania, se deja aconsejar por una local y resulta que en vez de contratar, se compró dos mujercitas.
Las chavalas aleccionadas desde la infancia que debían de mimar y cuidar al que terminara siendo su dueño, la hacen descubrir la belleza del sexo lésbico así como la excitación de ser la propietaria del destino de ellas dos. María asumió que debía de procurar que yo aceptara que esas preciosidades nos sirvieran porque de no ser así, su futuro sería muy negro y con toda seguridad  irían a parar a un burdel. Para evitarlo, no solo necesitaba que viera con buenos ojos su presencia en casa sino también que para evitar que sus padres pudieran revenderlas, esas crías debían ser desvirgadas por mí.
Ajeno al papel que me tenía reservado yo seguía de viaje por la zona, lo que le permitió planear los pasos que tanto ella como Aung y Mayi darían para que, a  mi vuelta, no pudiera negarme a cumplir con mi función. Aunque llamaba a diario a mi mujer y sabía lo contenta que estaba con las dos birmanas que había contratado, nada me hizo sospechar que aunque no lo supiera, era ya dueño de sus vidas y de sus cuerpos, y que a mi retorno iba a tomar posesión   de ellas.
Mi vuelta a casa
Recuerdo que a mi llegada a Yagon, María me estaba esperando en el destartalado aeropuerto. Tras los rutinarios trámites en la aduana, salí a la sala de espera y me encontré que mi esposa venía acompañada de dos preciosas niñas, vestidas al modo tradicional birmano.
La juventud de las muchachas me sorprendió al igual que su atractivo pero como no quería que mi mujer se sintiera celosa, obvié su presencia y saludé a María con un beso en los labios. Ese gesto tan normal en un país como el nuestro, en Birmania se considera casi pornográfico y por eso todos los presentes se nos quedaron mirando con una expresión de desagrado con la excepción de ellas dos que lucieron una extraña sonrisa en su rostro.
Tras ese saludo mi mujer me presentó al servicio, diciendo:
-Alberto, te presento a Aung y a Mayi. Son las crías de las que te hablé.
No queriendo quedar como un bruto, las saludé con el típico saludo de esa zona, evitando el contacto físico mientras les daba un repaso con mi mirada. Las dos crías eran ambas estupendo especímenes de mujer de su etnia. Bajitas y guapas, sus caras tenían una dulzura no exenta de sensualidad, sensualidad que se vio confirmada cuando cogiendo mis maletas, las vi caminar rumbo a la salida. El movimiento estudiado de sus traseros, me hizo comprender que bajo las largas y coloreadas faldas que portaban se escondían dos duros culitos que serían un manjar en manos de cualquier hombre.
María descubrió en mi mirada que físicamente esas mujercitas me resultaban atractivas y tratando de forzar mi interés por ellas, me soltó:
-Aunque las veas pequeñitas, son fuertes. Siempre están dispuestas a trabajar y desde que llegaron a casa, no han parado de mimarme.
En ese momento no caí en el tipo de mimos a los que se refería mi esposa pero sus palabras me hicieron observarlas con mayor detenimiento y fue entonces cuando me percaté que aunque casi sin pechos, las dos birmanas tenían unos cuerpos muy apetecibles. Sin llegar a comprender los motivos por los que mi mujer había aceptado meter la tentación en casa, supe que a partir de ese día tendría que combatir las ganas de comprobar de primera mano, la famosa fogosidad de las habitantes de ese país.
Ya fuera del aeropuerto, nos esperaba el conductor que mi mujer había contratado para llevarnos a casa, el cual metió el equipaje mientras mi mujer y yo entrabamos en el vehículo. El coche en cuestión era un viejo taxi londinense donde los ocupantes se sentaban enfrentados, por lo que al entrar Mayi y Aung se colocaron mirando hacia nosotros. Curiosamente, nada más hacerlo, las crías se ocuparon de cerrar las cortinillas de las ventanas de forma que nada de lo que ocurriera en el interior pudiera ser visto por el taxista ni por los viandantes que poblaban las calles a esa hora.
Reconozco que me extrañó su comportamiento pero aun más que mi mujer me besara con pasión mientras me decía lo mucho que me había echado de menos. Como comprenderéis me quedé cortado al sentir las manos de María acariciando mi bragueta por el espectáculo que estábamos dando a esas niñas.
-Cariño, tenemos público- susurré en su oído mientras veía que las dos birmanas no perdían ojo de las maniobras de su jefa.
-Lo sé y eso me pone bruta- contestó totalmente lanzada.
Mi vergüenza se incrementó hasta límites inconcebibles cuando obviando mis protestas, mi mujer había sacado mi miembro de su encierro y con total falta de recato, me estaba empezando a pajear. Estuve a punto de rechazar sus caricias pero justo cuando iba a separarla de mí, observé la expresión de los ojos de las muchachas y comprendí que lejos de mostrar rechazo, estaban admirando el modo en que su patrona acariciaba con sus manos mi sexo.
Aunque María nunca había sido una mojigata en lo que respecta al sexo, aun así me sorprendió que sin cortarse un pelo y cuando todavía el taxista no había salido del parking, se arrodillara frente a mí y con una expresión de lujuria que me dejó alucinado, me miró y acercando su cabeza a mi miembro, se apoderó de él con sus labios.
-Relájate y disfruta- me dijo con voz de putón.
Sus palabras y las miradas de satisfacción de nuestras criadas despertaron mi lado perverso y ya convencido colaboré con ella, separando las rodillas de forma que mi pene quedó a la altura de su boca. Tras lo cual y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca.
“¡Dios! ¡Que gozada!” pensé al sentir su lengua recorriendo mi extensión.
Pese a que nunca me había atraído el exhibicionismo, os tengo que reconocer que me excitó ser objeto de esa mamada mientras dos desconocidas disfrutaban de la escena a escasos centímetros de nosotros. A María debía pasarle algo parecido porque como posesa aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro cada vez más rápido. Por su parte, Mayi y Aung como queriendo compartir parte de nuestro placer, se las veía cada vez más interesadas y con sus pezones marcándose bajo su blusa, siguieron las andanzas de mi mujer con una más que clara excitación.
-¿Te gusta que nos miren?- me preguntó María al comprobar que como las observaba.
-Sí- reconocí con la mosca detrás de la oreja.
Mi respuesta exacerbó su calentura y poniéndose a horcajadas sobre mis rodillas, se levantó la falda dejándome descubrir que no llevaba ropa interior. Antes de que me pudiera reponer de la sorpresa al ver su coño desnudo, María cogiendo mi sexo, se ensartó con él. Su inusual lujuria me pilló nuevamente descolocado y más cuando empezando a cabalgar lentamente usando mi pene como soporte, susurró en mi oído:
-¿Te gustaría follártelas?
La sola idea de disfrutar de esas  dos exóticas bellezas me pareció un sueño y llevando mis manos hasta su culo, colaboré con su galope, izando y bajando su cuerpo mientras se empalaba. Todavía no había asimilado su propuesta cuando con tono perverso, me preguntó:
-¿Y ver como ellas me follan?
Imaginarme a mi esposa en manos de esas dos, desbordó mis previsiones. Subyugado por el celo animal que denotaban sus palabras, me apoderé de sus pechos con la lengua  mientras María no dejaba de usar mi verga como instrumento con el que empalarse. Mi excitación ya de por sí enorme, se volvió insoportable cuando sentí su flujo recorriendo mis muslos mientras ella me decía:
-Esta noche te dejaré que las desvirgues, si tú me dejas mirar.
La seguridad con la que me lo dijo, me hizo comprender que era cierto y no pudiendo soportar más tiempo, descargué mi simiente en su interior mientras ella seguía cabalgando en busca de su propio placer. Al sentir mi semen bañando su vagina, mi esposa se unió a mí y pegando un sonoro grito, se corrió. La sonrisa con la que las dos birmanas respondieron a nuestro gozo confirmó en silencio todas y cada una de las palabras de María y por eso tras dejarla descansar, le pregunté cómo era posible y a que se debía el hecho que me hiciera tal propuesta.
-¿Recuerdas que te dije que había contratado dos criadas?- preguntó muerta de risa- Pues te mentí. Al quererlas contratar, me equivoqué y compré a estas dos mujercitas.
-No entiendo- respondí alucinado porque, sin ningún tipo de rubor,  me estuviera reconociendo algo así y por eso no pude más que preguntar: -¿Me estás diciendo que no son nuestras empleadas sino nuestras esclavas?
Soltando una carcajada, respondió:
-Así es – y poniendo cara de niña buena, prosiguió diciendo: – Mayi y Aung han resultado de lo mas “serviciales” y me han mimado de muchas formas mientras tú no estabas. Pero ahora que estás aquí, están deseando que su dueño las haga mujer.
Sin todavía llegármelo a creer, insistí:
-Perdona que te pregunte. ¿Las has usado sexualmente?
-Sí, cariño. Cómo estabas de viaje, me han cuidado muy bien en tu ausencia.
El descaro con el que me informó de su desliz lejos de cabrearme, me excitó y pasando mi mano por su pecho, pellizqué uno de sus pezones mientras le decía:
-Eres una puta infiel que se merece un castigo.
María sin inmutarse y con una sonrisa en su boca, contestó:
-Soy tu puta pero no puedo haberte sido infiel, si he usado para satisfacer mis necesidades a esas dos criaturas. Cómo eres su dueño a efectos prácticos, ha sido como si en vez de sus lenguas, hubiera sido tu pene el que me hubiera dado placer durante esta semana.
Descojonado acepté sus razones pero aun así la puse en mis rodillas y dándole una serie de sonoros azotes, castigué su infidelidad. Las risas de María al recibir su castigo y las caras de felicidad que esa dos crías pusieron al verlo incrementaron el morbo que sentía y por eso, con mi pito tieso, deseé llegar a casa mientras me saboreaba pensando en el placer que las tres mujeres me darían esa noche…
Llegamos los cuatro a casa.
La exquisita limpieza del chalet me ratificó que además de haberse ocupado de María, Mayi y Aung también habían cumplido con creces su función como criadas y por eso dejé que en manos de mi esposa lo que ocurriera a partir de ese momento. Con la tranquilidad que da el saber que nada me podía sorprender, dejé que mi mujer me enseñara como quedaban los muebles que había comprado mientras las dos birmanas desaparecían rumbo a la cocina.
Al llegar a el que iba a ser nuestro cuarto, me quedé de piedra al observar que María había cambiado la cama y en vez de la Queen que habíamos elegido, había una enorme King-Size de dos por dos. Ella al ver mi cara, riéndose, me aclaró:
 
-Era muy pequeña para los cuatro- y sin darme tiempo para asimilar esa frase, me llevó casi a rastras hasta el baño donde de pronto me encontré a las dos muchachas esperándonos.
Su actitud expectante me hizo reír y mirando a mi mujer, le pregunté qué era lo que me tenía preparado. Muerta de risa, me contestó:
-Pensé que te vendía bien un baño- tras lo cual hizo un gesto a la mayor de las dos.
Aung sabía que esperaba su dueña de ella y acercándose a mí, me empezó a desnudar mientras con cara de recochineo mi esposa se sentaba en una silla que había dejado exprofeso en una esquina del baño. Absortó, dejé que con sus diminutas manos desabrochara su camisa para que desde mi espalda, Mayi me la quitara.
-No te quejaras- dijo riéndose desde su asiento- ¡Dos vírgenes para ti solo!
Ni siquiera contesté porque justo entonces sentí que mientras la pequeña me besaba por detrás, Aung me estaba quitando el cinturón. El morbo de que dos niñas me estuvieran desnudando teniendo como testigo a la mujer con la que me había casado fue estímulo suficiente para que al caer mi pantalón, mi verga ya estuviera dura.
-Se nota que te gustan estas putitas- dijo María con satisfacción al ver mi estado.
Ni que decir tiene que estaba de acuerdo, ningún hombre en su sano juicio diría que no en mi situación y por eso sonreí mientras la oriental se agachaba a mis pies para terminarme de quitar la ropa. Ya totalmente desnudo, entre las dos, me ayudaron a entrar a la bañera y en silencio me empezaron a enjabonar.
Mi erección era brutal y aunque lo que realmente deseaba era desflorar a una de las dos, decidí que lo mejor dar su lugar a mi mujer y por eso mirándola, pregunté:
-¿No te bañas conmigo?
 María con tono triste, me respondió:
-Me gustaría pero hoy es el turno de nuestras zorritas.
Tras lo cual, mediante gestos, las azuzó a que se dieran prisa. Mayi la más morena y también la más joven fue la encargada de aclarar mi cuerpo y retirar los restos de jabón con sus manitas. El tierno modo en que lo hizo me terminó de calentar y viendo que tenía su cara a pocos centímetros de mi pene, no me pude contener y se lo puse en los labios. La morena miró a mi mujer pidiendo su permiso y al obtenerlo, sonriendo, sacó su lengua y empezó a recorrer con ella mi extensión.
-¿Estas segura de que puedo?- pregunté a mi mujer al sentir las caricias de la oriental.
En silencio, María se levantó la falda y separando sus rodillas, llamó a la otra cría  y ya con ella de rodillas, contestó:
-Por supuesto, siempre que dejes que Aung se coma mi chumino mientras tanto.
Como respuesta, presioné con mi verga los labios de Mayi, la cual abrió la boca y se fue introduciendo mi falo mientras con su lengua jugueteaba con mi extensión. Nunca en mi vida supuse que llegaría un día en el que una guapa jovencita me hiciera una mamada mientras otra no menos bella hacía lo propio con el coño de mi esposa y ya completamente dominado por la pasión, la cogí de la cabeza y se lo incrusté hasta el fondo de su garganta.  Sorprendido tanto por mi violencia como por la facilidad con la que la birmana lo había absorbido sin sufrir arcadas, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su boca, disfrutando de ese modo de la humedad y tersura de sus labios.
A menos de un metro de nosotros, su amiga lamía sin descanso el sexo de María mientras ella le azuzaba con prolongados gemidos de placer. Comprendí al oír su respiración fui acelerando el compás con el que me follaba la boca de la morenita sin que se quejara. Sintiendo  una extraña sensación de poderío y asumiendo ya que esa niña era de mi propiedad, no intenté retener mi eyaculación y al poco tiempo, exploté en el interior de su boca. Mi nueva y sumisa servidora disfrutó de cada explosión y de cada gota hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen.
Al acabar de eyacular y mirar hacia donde mi esposa estaba sentada, la vi retorcerse de placer y lejos de sentir celos viéndola disfrutar con otra persona, me sentí feliz al saber que a partir de ese día íbamos a tener una vida sexual de lo más completa y ejerciendo de dueño absoluto de mis tres putas, obligué a las dos birmanas a llevar a mi señora hasta el cuarto.
Una vez allí, me tumbé en la cama e imprimiendo a mi voz de un tono dominante, la miré y le dije:
-Enséñame la mercancía que has comprado.
María sintió un escalofrío de gozo al escuchar esa orden y asumiendo que quizás nunca había sabido sacar de mí esa faceta, respondió:
-¿Cuál quieres que te muestre antes?
Nunca se había mostrado tan sumisa y disfrutando de ese papel, le exigí admirar a las dos a la vez. Obedeciendo con soltura juntó a las dos muchachas y con un gesto les ordenó que se fueran desnudando lentamente. Como si lo hubiesen practicado, Mayi y Aung desabotonaron su falda, dejándola caer al mismo tiempo. La sincronización de sus movimientos y la belleza de las cuatro piernas me hicieron tardar unos segundos en dar mi siguiente orden.  Tras unos momentos babeando de la visión de sus muslos y de los coquetos tangas que apenan cubrían sus sexos, pedí a mi esposa que les diera la vuelta porque quería contemplar sus culos.
Adoptando los modos de una institutriz enseñando a sus pupilas, María las giró y extralimitándose a mis deseos, masajeó sus nalgas mientras me decía:
-Tienen unos traseros duros y bien dispuestos para que los disfrutes- y bajando su mirada como avergonzada, me informó: -Cómo quería preservar su virginidad para que fueras tú quien la tomara y ellas me mostraron que podía usar sus culitos, te tengo que reconocer que ya he gozado usándolos.
Su respuesta me impactó porque no en vano siempre me había negado su entrada trasera y en cambio ahora me acababa de decir que de algún modo las había sodomizado. Tras analizar durante unos instantes, le solté que quería verla haciéndolo. Colorada hasta decir basta, se trató de zafar de mi orden diciendo que antes debía desvirgar a las muchachas pero entonces, usando uan autoridad que desconocía tener sobre ella, le dije:
-O me muestras con una de ellas como lo hacías o seré yo quien te destroce tu hermoso culo.
Mi seria amenaza produjo un efecto imprevisto, bajo su blusa observé que sus pezones se habían erizado delatando la calentura que mi orden había provocado en mi esposa y sin esperar a que la cumpliera se desnudó mientras sacaba de un cajón un arnés con un enorme pene doble adosado. Desde la cama, observé como María se colocaba ese instrumento, metiendo uno de sus extremos en el interior de su sexo. Aung al ver que se lo ponía, dedujo sus deseos y sin que ella tuviese que decírselo se puso a cuatro patas sobre la alfombra.
Si ya de por sí eso era los suficiente erótico para que mis hormonas empezaran a reaccionar, más aún lo fue observar a mi esposa mojando sus dedos en su propio coño para acto seguido llevarlos hasta el esfínter de la oriental y separando sus nalgas, empezar a relajarlo con esmero. La chavala al notar a su dueña hurgando en su ano, empezó a gemir de placer sabiendo lo que iba irremediablemente a pasar con su culito.
La escena no solo me calentó a mí sino también a la otra oriental que creyendo llegado su momento, se tumbó a mi lado y maullando como gatita con frio, buscó mi atención pero sobre todo el cobijo de mis brazos. Callado queda dicho que al pegarse a mí y aunque me interesaba observar a María poseyendo a su sumisa, no tuve más remedio que hacerle caso al comprobar el suave tacto de su piel y ayudándola con el resto de su ropa, la dejé desnuda sobre las sábanas.
“¡Qué belleza!”, exclamé mentalmente al admirar la belleza de su pequeño y moreno cuerpo.
Mayi al notar la caricia de mi mirada, se mordió los labios demostrándome un deseo innato y dando sus pechos como ofrenda a su dueño, los depositó en mi boca mientras se subía sobre mí. Reconozco que me mostré poco interesado porque en ese preciso instante, María estaba metiendo el enorme falo que llevaba adosado a su arnés en los intestinos de su momentánea pareja. La chavala tratando de captar mi atención se puso en pie en la cama y separando sus labios inferiores con dos dedos, me mostró que en el interior de su sexo permanecía intacto su himen. La visión de esa tela y saber que podía ser yo quien por fin la hiciera desaparecer fueron motivo suficiente para que me olvidara de mi señora y de los gritos que daba su víctima al ser cabalgada por ella y concentrándome en la morenita, decidí que al ser su primera vez debía de esmerarme.
“Si quiero que sea una amante fogosa, debe de disfrutar al ser desvirgada”, me dije mientras la tumbaba suavemente sobre el colchón.
La chavala malinterpretó mis deseos y agarrando mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, rehuyendo su contacto, la obligué a quedarse quieta mientras por gestos le decía que era yo quien mandaba.  La cara de la cría traslució su perplejidad al notar que su dueño en vez de hacer uso de ella directamente, recorría con su lengua su piel bajando desde el cuello rumbo a su sexo. Sabiendo que esa mujercita nunca había probado las delicias del sexo heterosexual, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo sus pechos, recreándome en sus diminutos pero duros pezones.
-Ahhh- gimió al sentir que usando mis dientes les daba un suave mordisco antes de reiniciar mi ruta para aproximarme lentamente a mi meta. Mi sirvienta, sumisa o lo que fuera, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión de su hasta entonces inviolado tesoro.
Sabiendo que había ganado una escaramuza pero deseando ganar la guerra, pasé cerca de su sexo pero dejándolo atrás, seguí acariciando sus piernas. La oriental se quejó al ver truncado su deseo y dominada por la calentura que abrasaba su interior, se pellizcó  los pechos mientras por señas me rogaba que la hiciera mujer.
Si eso ya era de por sí sensual, aún lo fue más observar que su depilado sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo. Obviando lo que me pedía mi entrepierna, usé mi lengua para acariciarla cada vez más cerca de su pubis. La pobre chavala, desesperada, aulló de placer cuando, separando sus hinchados labios, me apoderé de su botón. Era tanta su excitación que nada más sentir la húmeda caricia de mi lengua sobre su clítoris, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.
“Dos a cero”, pensé y ya más seguro con mi labor, me entretuve durante largo tiempo bebiendo de su coño mientras Mayi unía un orgasmo con el siguiente sin parar.
Seguía machaconamente jugando con su deseo, cuando mi esposa me susurró al oído que ya era hora de que tomara posesión de mi feudo. Al girarme y mirarla, leí en los ojos de María una brutal pasión que nunca había contemplado en ella, por lo que cogiéndola del brazo, la tumbé en la cama junto a la cría y con tono duro, le solté:
-Quiero verte comiéndole los pechos mientras la poseo.
Poseída por un frenesí desconocido, mi mujer se lanzó a mamar de esos pechitos mientras Mayi esperaba con las piernas totalmente separadas que por fin su dueño la desflorara. Su expresión de genuino deseo me hizo comprender  que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que, si mas prolegómeno,  aproximé mi glande  a su sexo y haciéndola sufrir, jugueteé con su clítoris hasta que ella llorando me rogo por gestos que la hiciera suya.
Comportándome como su dueño y maestro, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Una vez allí, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia adelante, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina. La chavalita pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y sin esperar a que su sexo se acostumbrara a esa incursión, con lágrimas en los ojos pero con una sonrisa en los labios se empezó a mover, metiendo y sacando mi pene de su interior.
Mi esposa que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al ver el placer en la mirada de la chinita, obligó a la otra a que nos ayudara a derribar las últimas defensas de su amiga. Aung no se hizo de rogar y mientras daba cuenta de uno de los pechos de Mayi, llevó su mano hasta su imberbe coñito y la empezó a masturbar.
Los gemidos de la mujercita al sentir ese triple estímulo no tardaron en llegar al no ser capaz de asimilar que esas dos mujeres le estuvieran comiendo los pechos y pajeándola mientras sentían en su interior la furia de mi acoso. Al escuchar su gozo, incrementé el ritmo de mis embestidas. La facilidad con la que mi pene entraba y salía de su interior, me confirmó que esa niña estaba disfrutando con la experiencia  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. La hasta esa noche virgen cría no tardó en correrse mientras me rogaba con el movimiento de sus caderas que siguiera haciéndole el amor.
-¿Le gusta a mi putita  que su dueño se la folle?-, pregunté sin esperar respuesta al sentir que por segunda vez, esa mujercita llegaba al orgasmo.
Ya abducido por mis deseos, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su pequeño cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. Una y otra vez, usé mi pene como martillo con el que asolar cualquier resistencia de esa oriental hasta que cogiéndola de los hombros, regué su interior  sin pensar en que al contrario que en mi esposa, su vientre podía hacer germinar mi simiente.
La chavala al sentir su coño encharcado con su flujo y mi semen, sonrió satisfecha. Aunque en ese momento no lo sabía,  esa noche no solo la había desvirgado, sino que le había mostrado un futuro prometedor donde  podría ser  feliz dejando atrás los traumas de su infancia y posando  su cabeza sobre mi pecho, me miró como se adora a un rey.
Su mirada no le pasó inadvertida a María, la cual, alegremente me abrazó y susurrando en mi oído, dijo:
-Cariño, mira su cara de felicidad. ¡Has conseguido que esta niña se enamore de ti!
Sus palabras me hicieron fijarme y mirando a esa dulzura de cría que reposaba en mi pecho, comprendí que tenía razón porque al percatarse que la estaba mirando, Mayi se revolvió avergonzada y quizás creyendo que iba a zafarme de ella, me abrazó con fuerza.
-Lo ves- insistió mi mujer. –Aunque no nos entiende,  la cría sabe que  estamos hablando de ella y no quiere que te separes de su lado.
Conociendo las enormes carencias afectivas de esa dos mujercitas, llamé a Aung a nuestro lado y tumbándola junto a nosotros, nos quedamos los cuatro en la cama mientras pensaba en cómo había cambiado nuestra vida por un error. Seguía todavía dando vueltas a ese asunto cuando María comentó:
-Cariño, la otra cría está esperando ser tuya. ¿Te parece que vaya empezando yo mientras descansas?
Solté una carcajada al escucharla porque no tuve que ser un genio para comprender que mi mujer estaba encaprichada con esa chavala y su pregunta era una mera excusa para poseerla nuevamente.
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 3” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 5. AUNG ME ENTREGA A MARÍA.

A pesar de haber desvirgado a una de las chavalas, todavía no me había hecho a la idea de ser el dueño y señor de las birmanas y por ello me quedé mirando cuando María me hizo gala del poder que tenía sobre ellas y más en particular sobre la que percibí como su favorita. Y es que con todo lujo de detalles mi esposa comenzó a explicarme cómo había descubierto durante el baño que esas criaturas daban por sentado que sus labores irían más allá de la limpieza.
―No te imaginas mi sorpresa cuando este par de zorritas se pusieron a lamer mis pezones – dijo mientras acariciaba a la mayor de las dos que permanecía abrazada contra su pecho.
Aung que hasta entonces se había mantenido apartada de mí, sintió que había llegado su momento y mirando a mi señora, dijo en un correcto español:
―Debe entregarme a mi amo.
Me sorprendió ver un atisbo de celos en María al oírla como si no quisiese desprenderse de su juguete antes de tiempo y por ello, muerto de risa, comenté que tenía hambre y que me dieran de cenar.
Mi esposa que no es tonta comprendió mis motivos, les pidió que se fueran a calentar la cena. Las dos orientales se levantaron a cumplir sus órdenes, dejándonos solos en el cuarto, momento que María aprovechó para pedirme un favor diciendo:
―Sé que te puede molestar pero no me apetece que la tomes todavía. Quiero disfrutar un poco más de Aung siendo su única dueña…¿te importa?
La angustia de su tono multiplicó exponencialmente mis sospechas pero como quería a mi mujer y encima tenía a Mayi para jugar, accedí poniendo como condición que me entregara su culo tanto tiempo vedado.
―Será tuyo cuando lo pidas― contestó con una mezcla de miedo y deseo que me hizo preguntarme si después de estar con esas muchachas el sexo anal había dejado de ser un tabú para ella.
Cerrando el acuerdo, respondí:
―Te juro que no tocaré a esa zorrita hasta que tú me la pongas en bandeja.
La expresión de alegría de su rostro ratificó mis suspicacias e interiormente decidí que buscaría seducir a esa morenita para amarrar a María a través del afecto por ella.
«Debe ser un capricho pasajero», medité al constarme que mi esposa nunca había sido lesbiana.
Olvidando mis crecientes recelos, le pedí ir a cenar mientras le daba un pequeño azote. Contra todo pronóstico María pegó un gemido de placer al sentir esa caricia contra sus nalgas. Al darse cuenta de ello de su grito, se puso colorada y huyendo de mi lado, salió de la cama.
«¿A ésta que le ocurre? ¡Parece como si le hubiese excitado!», exclamé para mí mientras me vestía.
El comportamiento de mi señora me tenía desconcertado. No solo había confesado su lésbica predilección por una de las birmanas sino que había puesto cara de puta al sentir mi azote. Tras analizar ambos hechos, concluí que la irrupción de esas crías en su vida había despertado la sexualidad de mi pareja sin tener claro el alcance de ese cambio.
Arrinconando esos pensamientos en un rincón de mi cerebro bajé a cenar. Eran demasiadas novedades para asimilar en un mismo día y preferí no aventurar un juicio hasta tener la seguridad que no me equivocaba.
Lo que no tenía discusión era el fervor que sentía Mayi por su dueño ya que al verme entrar en el comedor, me dio un buen ejemplo de ello. Dejando los platos que llevaba en sus manos, buscó mi contacto mientras tomaba asiento en la mesa.
―¡Qué empalagosa eres!― reí al sentir que me colocaba un mechón de mi pelo mientras presionaba su juveniles senos contra mi cara.
A pesar de su poco conocimiento de nuestro idioma, esa morenita captó que no me molestaban sus mimos y acercando su boca, me informó con dulzura lo feliz que era siendo de mi propiedad susurrando en mi oído:
―Amo no arrepentir comprar Mayi, ella servir toda vida.
Reconozco que ¡me la puso dura! Nunca había pensado que una habitante de ese paupérrimo tuviese la virtud de provocar mi lujuria de ese modo, pero lo cierto es que olvidando la presencia de mi mujer premié la fidelidad de esa cría con un breve beso en los labios sin prever que ese gesto la calentara de sobremanera hasta el límite de intentar que volviera a tomarla ahí mismo.
María al ver que la oriental se subía la falda mientras se ponía de horcajadas sobre mis piernas soltó una carcajada y muerta de risa, me azuzó:
―Ya te dije que esta guarrilla está enamorada y no parará hasta que te la folles otra vez.
A nadie le amarga un dulce y menos uno tan hermoso pero, sacando fuerzas de quién sabe dónde, me negué a sus deseos para no revelar lo mucho que me apetecía disfrutar nuevamente de ese diminuto cuerpo y mordiendo uno de sus lóbulos, insistí en que quería cenar antes.
Descojonada, mi pareja de tantos años me señaló el dolor con el que la oriental había encajado mi rechazo y llamándola a su lado, la acogió entre sus brazos diciendo:
―Ven preciosa, tu ama te consolará ya que tu amo no quiere.
Tras lo cual ante mi perplejidad, la sentó en la mesa y sin preguntar mi opinión, se puso a comerle el conejo.
«¡No me lo puedo creer!», pensé al contemplar la urgencia con la que María se apropiaba con la lengua de los pliegues de la cría mientras esta me miraba desolada.
He de confesar que estuve a un tris de sustituirla y ser yo quien hundiera mi cara entre los muslos de Mayi pero cuando ya estaba levantándome, escuché a mi esposa decir:
―Nuestro dueño tiene que repartir sus caricias entre tres y no es bueno que quieras ser tú sola la que recibe sus mimos.
Alucinado por que se rebajara al mismo nivel que la oriental, decidí no intervenir directamente y llamando a Aung, exigí a esa morena que ayudara a María pensando que así terminarían antes y me darían de cenar. Lo que nunca preví fue que en vez de concentrarse en su compañera, le bajara las bragas a mi esposa y separando sus cachetes, se pusiera a lamerle el ojete.
El grito de placer con el que mi mujer recibió la lengua de la morenita despertó mi lujuria y sin perder detalle de esa incursión esperé a que lo tuviese suficientemente relajado para por primera vez en mi matrimonio tomar lo que consideraba mío.
La birmana al verme llegar con el pene erecto sonrió y tras darle un último lametazo, echándose a un lado, me lo dejó bien lubricado para tomar posesión de él. Ver ese rosado y virginal agujero listo para mi ataque enervó mis hormonas y sin preguntar qué opinaba María, lentamente pero con decisión usé mi glande para demoler esa última barrera que había entre nosotros.
Inexplicablemente, mi señora no trató de escabullirse al notar cómo su culo era tomado al asalto y únicamente mostró su disconformidad gritando lo mucho que le dolía. Fue entonces cuando saliendo al quite, su favorita acalló sus lamentos besándola. Los labios de la birmana fue el bálsamo que María necesitó para aceptar su destino y sin siquiera moverse, esperó a tenerlo por completo en el interior de sus intestinos para decirme con voz adolorida:
―Espero que recuerdes tu promesa.
Asumiendo que me obligaría a cumplir lo acordado, esperé a que se acostumbrara antes de moverme. Durante ese interludio Mayi se bajó de la mesa y metiéndose entre sus piernas, se puso a masturbar a mi víctima en un intento de facilitar su doloroso trance mientras la otra oriental la consolaba con ternura.
Reconfortada por los mimos de las muchachas no tardó en relajarse y todavía con un rictus de dolor en sus ojos, me pidió que empezara. Temiendo que en cualquier momento, se arrepintiera de darme el culo, fui sacando centímetro a centímetro mi instrumento y al sentir que faltaba poco para tenerlo completamente fuera, lo volví a introducir por el mismo conducto sin que esta vez María gritara al ser sodomizada.
Azuzado por el éxito, repetí a ritmo pausado esa operación mientras mi esposa mantenía un mutismo lacerante que me hizo pensar en que de alguna forma la estaba violando. Iba a darme por vencido cuando su favorita tomó la decisión de intervenir descargando un sonoro azote sobre sus ancas mientras le decía:
―Ama debe disfrutar.
La reacción de María a esa ruda caricia me dejó helado y es que con una determinación total comenzó a empalarse ella sola usando mi verga como ariete. Si ya de por sí eso era extraño, más lo fue comprobar que Aung le marcaba el ritmo a base de una serie de mandobles que lejos de molestarle, la hicieron gritar de placer.
―Ama tan puta como yo― murmuró la puñetera cría en su oído al ver la satisfacción con la que recibía sus mandobles e incrementando la presión sobre su teórica dueña se permitió el lujo de retorcerle un pezón mientras me decía que le diera más caña.
No sé si fue esa sugerencia o si fue sentir que la diminuta había cambiado de objetivo y con su lengua se ponía a lamerme los huevos pero lo cierto es que olvidando cualquier tipo de recato, me puse a montar a mi esposa buscando tanto su placer como el mío.
―¡Me gusta!― exclamó extrañada al sentir que el dolor había desaparecido y que era sustituido por un nuevo tipo de gozo que jamás había experimentado.
La confirmación de ese cambio no pudo ser más evidente porque de improviso su cuerpo se estremeció mientras una cálida erupción de su coño empapaba de flujo tanto sus piernas como las mías.
―Ama correrse por culo― comentó su favorita alegremente y llenando sus dedos con el líquido que corría por sus muslos, se los metió en la boca diciendo: ―Ama mujer completa.
María firmó su claudicación lamiendo como una loca los deditos de la chavala mientras sentía que un nuevo horizonte de sexo se abría a sus pies. El brutal sometimiento de mi mujer fue suficiente estímulo para que dejándome llevar rellenara su conducto con mi semen y olvidando que era mi esposa y no mi esclava, con fiereza exigí que se moviera para terminar de ordeñar mis huevos.
La sorpresa al conocer el perfil dominante del su marido la hizo tambalearse pero reaccionando a insistencia se retorció de placer pidiendo que fueran mis manos las que le marcaran el ritmo. Complací sus deseos con una serie de duras nalgadas, las cuales provocaron en ella una serie de pequeños clímax que se fueron acumulando hasta hacerle estallar cuando notó que sacando mi verga liberaba su ano.
Ante mi asombro al destapar ese agujero, María se vio sacudida por un orgasmo tan brutal como duradero que la mantuvo revolcándose por el suelo mientras las dos chavalas la colmaban de besos.
«Es increíble», sentencié al comprender que jamás la había visto disfrutar tanto durante los años que llevábamos casados.
Pero fue su propia favorita la que exteriorizó lo que había sentido al consolar a su exhausta ama diciendo:
―María correrse como Aung y Mayi. María no Ama, María esclava.
Ante esa sentencia, mi mujer salió huyendo con lágrimas en los ojos por la escalera. Anonadado por lo ocurrido, me levanté para ver qué le pasaba pero entonces la morenita me rogó que la dejara a ella ser quien la consolara. Sin saber si hacia lo correcto, me senté en la silla mientras trataba de asimilar la actitud de María esa noche. Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, Mayi llegó ronroneando y cogiendo mi pene entre sus manos mientras susurró en plan putón:
―Mayi limpiar Amo. Amo tomar Mayi.
¡Mi carcajada retumbó entre las paredes del comedor!…

CAPÍTULO 6. MARÍA SE DEFINE

Esperé más de media hora que María volviera y cuando asumí que era infructuosa, me levanté a buscarla con Mayi como fiel guardaespaldas. Ya en la primera planta del chalet, el sonido de sus llantos me llevó hasta ella y entrando en nuestro cuarto, la hallé sumida en la desesperación al lado de Aung que cariñosamente intentaba tranquilizarla.
―¿Puedo pasar?― pregunté sin saber si mi presencia iba a ser bien recibida.
Con lágrimas en sus ojos, levantó sus brazos pidiendo mi consuelo. Por ello, me lancé en su ayuda y con la certeza de que de alguna forma yo era responsable de su angustia, la abracé. Mi esposa al sentir mi apoyo incrementó el volumen de sus lamentos y con la voz entrecortada por el dolor, me preguntó qué debía de hacer.
―Perdona pero no sé qué te ocurre― repliqué totalmente perdido.
Mi respuesta provocó nuevamente que se echara a llorar y durante casi un cuarto de hora, no pude sacarle qué era eso que tanto la angustiaba. Increíblemente fue su favorita la que viendo que no se calmaba, comentó con dulzura:
―No pasa nada. Amo aceptar usted esclava de corazón.
A pesar de ese español chapurreado, su mensaje era tan claro como duro; según esa muchacha, mi esposa, mi pareja de tantos años se sentía sumisa y le daba vergüenza reconocerlo. Impactado por esa revelación y sin llegármela a creer, acaricié sus mejillas mientras le decía:
―Sabes que te amo y me da igual si resulta que me dices que eres marciana o venusina. Soy tu marido y eso no va a cambiar.
Secando sus ojos, me miró desconsolada:
―No entiendes lo que me ocurre y dudo que lo aceptes.
Como antes de la afirmación de la birmana ya sospechaba que la llegada de esas dos mujercitas había provocado un maremoto en su interior al dejar aflorar una bisexualidad reprimida desde niña, repliqué:
―Lo entiendo y lo acepto… para mí sigues siendo la María de la que me enamoré. Además lo sabes, no me importa compartirte con ellas siempre y cuando me des mi lugar.
Incapaz de mirarme, comenzó a decir:
―No quiero eso… lo que necesito es…
Viendo que no terminaba de decidirse a confesar lo que la traía tan abatida, traté de ayudarla diciendo:
―Lo que necesites, ¡te lo daré! Me da igual lo que sea, pero dime de una vez que es lo que quieres.
Sacando fuerzas de su interior, levantó su mirada y me soltó:
―Quiero que no me trates como tu esposa sino como tu…¡esclava! – para acto seguido y una vez había confesado su pecado, decir: ―hoy he disfrutado lo que se siente al ser sometida y no quiero perderlo. Necesito que me poseas como las posees a ellas, ¡sin contemplaciones!
―No te entiendo, eres una mujer educada en libertad y me estás diciendo que quieres te trate como un objeto.
No pudiendo retener su llanto, buscó el consuelo de las muchachas pero Aung levantándose de su lado se plantó ante mí diciendo:
―María conocer placer esclava y querer Amo no esposo. Si no poder, ¡véndala!
La intervención de esa morena me indignó pero al mirar a mi mujer y ver en su cara que era eso lo que deseaba, mi ira creció hasta límites indescriptibles y alzando la voz, le grité:
―Si eso es lo que quieres, eso tendrás― y creyendo que era un flus pasajero quise bajarle los humos diciendo: ―Hazme inmediatamente una mamada y trágate hasta la última gota.
Mi exabrupto consiguió el efecto contrario al que buscaba porque, tras reponerse del susto, sonriendo se acercó a mí que permanecía de pie en mitad de la habitación y bajando mi bragueta, comenzó a chupar con desesperación mi verga.
Dando por sentado que si quería que recapacitara debía humillarla, mirando a Mayi por señas le pedí que se colocara el mismo arnés con el que mi esposa había sodomizado a su compañera. La birmana no puso reparo en ceñírselo a la cadera y sin avisar penetró a mi mujer mientras ésta me la mamaba. El grito de María ante tan salvaje incursión en su coño me hizo creer que iba por buen camino y por eso tirando de su favorita, la exigí que diera un buen repaso a los pechos de la que había sido su dueña.
Aung comprendió al instante que era lo que esperaba de ella y tumbándose bajo nuestra víctima, se dedicó a pellizcar cruelmente sus negros pezones.
Para mi sorpresa, mi querida esposa no se quejó y continuó lamiendo mis huevos mientras su sexo era tomado al asalto por una de las sumisas y sus pechos torturados por la otra.
«No me lo puedo creer, ¡le gusta!», dije para mí al observar en sus ojos el mismo brillo que cuando disfrutaba al hacerle el amor.
Intentando a la desesperada que volviera a ser ella y viendo que mi pene ya estaba erecto, la obligué a abrir los labios para acto seguido incrustárselo hasta el fondo de su garganta. Fui consciente de sus arcadas pero no me importaron porque tenía la obligación de hacerla reaccionar y sin dar tregua a María, usé mis manos para marcar el ritmo con el que me follaba su boca.
Obligada a absorber mi extensión mientras Mayi penetraba con insistencia su coño, se sintió indefensa y antes que me diera cuenta, ¡se corrió!
«¡No puede ser!», exclamé en mi interior y mientras trataba de asimilar que hubiese llegado al orgasmo, comprendí que no había marcha atrás y que debía profundizar en su humillación aunque eso la hundiera aún más en ese “capricho”.
Por eso sacando mi verga de su boca, llamé a la morenita de la que estaba prendada. Al llegar Aung a mi lado, la hice arrodillarse ante mí y poniéndola entre sus labios, ordené a mi mujer que aprendiera como se hacía una buena mamada. Tras lo cual, dulcemente, rogué a la birmana que fuera su maestra.
Mientras esa muchacha se dedicaba a cumplir mi deseo, vi caer dos lagrimones por sus mejillas y eso me alegró creyendo que había conseguido mi objetivo, pero entonces con tono sumiso María, mi María, me dio las gracias por enseñarle como debía hacerla para que la próxima vez su amo estuviera contento.
Juro que me quedé helado al escucharla.
Dándola por perdida, saqué mi polla de la garganta de su favorita y antes de huir de ese lugar, ordené a las orientales que usaran a su nueva compañera como a ellas les gustaría que yo las tratara. Destrozado y sin saber qué hacer, todavía no había abandonado la habitación cuando observé a través del rabillo del ojo a Mayi arrastrando del pelo a mi señora hasta la cama. Pero lo que realmente me dejó acojonado fue comprobar ¡la ilusión con la que María afrontaba su destino!

 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 4” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 7. MARÍA ME ENTREGA A LA PEQUEÑA AUNG.

Cómo no podía soportar la idea de no haber sabido que mi esposa albergaba en su interior una sumisa, intenté que una copa me diera la tranquilidad que me faltaba. Y bajando al salón, fui al mini bar y me puse un whisky. Para mi desgracia ese licor que tanto me gustaba, en aquella ocasión me resultó amargo.
«¿Por qué nunca me habló de ello?», me pregunté y revisando nuestra vida en común, traté de hallar algún indicio que me hubiera pasado inadvertido y que a la vista de lo sucedido diera sentido a ese cambio radical.
Haciendo memoria nada en su comportamiento me parecía en consonancia con lo que me acababa de revelar porque a pesar de ser una mujer abierta en lo sexual, nunca había mostrado preferencia por el sexo duro y menos por la sumisión.
Al no hallar respuesta en nuestra convivencia, solo había dos opciones. O bien antes de conocerme había contactado con ese mundo, cosa que me parecía extraño, o bien al ejercer como dueña y señora del destino de las birmanas se había visto sorprendida por el placer que esas crías obtenían al saberse cautivas de unos extraños.
Esa segunda posibilidad era la que mayores visos de verdad pero después de mucho cavilar comprendí que a efectos prácticos me daba igual cuál de las dos fuera la cierta porque el problema seguía ahí:
¡María se sentía sumisa y yo no sabía cómo afrontarlo!
Esa realidad me colocaba nuevamente en una disyuntiva: o la dejaba por no ser capaz de aceptar, como decía Aung, que mi esposa se hubiese convertido en una esclava de corazón, o apechugaba con el nuevo escenario y complacía sus deseos ejerciendo de su dueño. Como divorciarme no entraba en mis planes, asumí que tendría que aprender a controlar y a satisfacer no solo a ella sino también a las dos orientales. Para ello y dada mi inexperiencia preferí informarme en internet pero toda la información que saqué me parecía cuanto menos aberrante al no ver exigiendo algo que no estuviera yo dispuesto a probar en carne propia.
Abatido y con la enésima copa en la mano, volví a mi cuarto con la esperanza que todo hubiese sido una broma pero en cuanto asomé mi cara por la puerta comprendí que lejos de ser algo pasajero, era algo que había llegado para quedarse.
―¿Qué es esto?― quise saber al ver a las tres desnudas arrodilladas al lado de mi cama.
Actuando de portavoz de tan singular trio, Mayi me soltó:
―Nosotras querer vivir juntas vida con Amo. Amo no poder hacer diferencias y Aung quejarse Amo no tomar.
El alcohol me hizo tomarme a guasa ese paupérrimo español y recordando la promesa que le había hecho a mi esposa, repliqué imitando su habla:
―Amo no poder follarse a Aung porque María no poner en bandeja.
Dudo que las birmanas entendieran mi respuesta pero por supuesto que mi mujer sí y demostrando nuevamente que quería que la tratara como a ellas, contestó:
―Esa promesa se la hizo a alguien que ya no existe por lo que no tiene que cumplirla.
Cabreado, repliqué:
―Me da igual que sus viejos puedan reclamarla, o me la entregas tú o me niego a desvirgarla.
Aceptando que estaba dándole su lugar, mi mujer no se tomó a mal mi negativa y cogiendo de la mano a la oriental, dijo con voz segura:
―Aunque no soy nadie para entregarle lo que ya es suyo por derecho, aquí está esta hembra para que la haga suya.
No sé qué me impactó más, si la expresión de angustia de la oriental por temer que la rechazara o la resignación de María al depositarla en mis manos. Afortunadamente en ese instante algo me iluminó y ejerciendo la autoridad que ella misma me había dado, me tumbé en la cama y exigí que Mayi y María se mantuvieran al margen mientras la tomaba.
Ninguna de las nativas entendieron mi orden y tuvo que ser mi esposa la que dando un postrer beso como su dueña a la morena, le dijera:
―Nuestro amo te espera.
Aung no entendió que con ese breve gesto María le estaba informando que había aceptado desvirgarla y con ello romper el último lazo que le ataba a su pasado. Aterrorizada por mi posible rechazo, permanecía de pie en mitad de la habitación casi llorando.
Lo cierto es que estuve tentado de mantener su zozobra pero como de nada me iba a servir, dando una palmada sobre el colchón, la llamé a mi lado.
―Ve a él― insistió María a la muchacha.
Enterándose por fin que iba a hacer realidad lo que tanto tiempo llevaba esperando, la birmana se agachó ante mí y con la voz entrecortada por la emoción, sollozó:
―Nunca antes hombre, Aung tener miedo.
Reconozco que me pareció rarísimo que esa chavala se mostrara temerosa de entregarse a mí cuando yo mismo había sido testigo de la forma en que mi esposa la había sodomizado y mientras se acercaba a mí, decidí que al igual que había hecho con su compañera, esa primera vez debía de ser extremadamente cuidadoso para que evitar que una mala experiencia la hiciera odiar mis caricias y levantando mis brazos, le pedí que se acercara.
Con paso timorato, cubrió los dos metros que nos separaban. Viendo su temor, no pude menos que compadecerme de ella al saber que había sido educada para entregarse al hombre que la comprara sin poder opinar y sin que sus sentimientos tuviesen nada que ver.
«Pobre, lleva toda vida sabiendo que llegaría este día», medité.
Ajena al maremágnum de mi mente, Aung se tumbó junto a mí sin mirarme. La vergüenza que mostraba esa criatura me parecía inconcebible y más cuando apenas media hora antes, no había tenido problema en hacerme una mamada.
«No tiene sentido», me dije mientras tanteaba su reacción pasando mis dedos por su melena.
Ese pequeño y cariñoso gesto provocó una conmoción en la birmana, la cual pegó un gemido y ante mi asombro se pegó a mí diciendo:
―Aung no querer volver pueblo, Aung querer amo siempre suya.
La expresión de su mirada me recordó a la de Mayi y cayendo del guindo, aprehendí algo que había pasado por alto y que era que para ellas era algo connatural con su educación el enamorarse de su dueño porque así evitaban el sentirse desgraciadas.
Queriendo comprobar ese extremo, acerqué mis labios a los suyos y tiernamente la besé. El gemido que pegó al sentir ese beso ratificó mis sospechas al percibir que con esa caricia se había excitado y con el corazón encogido, pensé:
«Mientras mi esposa quiere que la trate como una esclava, ellas se engañan al entregarse a mí soñando que son libres».
Conociendo que se jugaba su futuro y que debía complacerme, buscó mis besos mientras su pequeño cuerpo temblaba pensando quizás que podía rechazarla al considerarla culpable del cambio de María.
«Parece una niña», maldije interiormente sintiéndome casi un pederasta al verla tan indefensa y saber que su futuro estaba en mis manos.
―¿No gustar a mi dueño?― preguntó al ver que no me abalanzaba sobre ella como siempre había supuesto que haría el hombre que la comprara.
―Eres preciosa― contesté con el corazón constreñido por la responsabilidad. Aunque conocía su urgencia por ser desvirgada y evitar así que sus padres volvieran a venderla, eso no me hizo olvidar que realmente no se estaba entregando libremente sino azuzada por el destino que le habían reservado desde que nació.
Al escuchar mi piropo como por arte de magia se le pusieron duros sus pezones haciéndome saber que con mi sola presencia esa morenita se estaba excitando. No queriendo asustarla pero sabiendo que debía de poseerla sin mayor dilación, decidí que al igual que hice con su compañera iba a tomarla dulcemente. Y olvidándome de comportarme como amo, pasé mi mano por uno de sus pechos a la vez que la besaba. La ternura con la que me apoderé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, susurró en mi oído:
―Aung siempre suya.
La seguridad de su tono y la aceptación de su futuro a mi lado me permitieron recrearme en sus pechos y con premeditada lentitud, fui acariciando sus areolas con mis yemas. La alegría de sus ojos me informó que iba por buen camino y más cuando sin esperar a que se lo pidiera se sentó sobre mis muslos mientras me volvía a besar.
Su belleza oriental y el tacto templado de su piel hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Ella al sentir esa presión sobre sus pliegues cerró los ojos creyendo que había llegado el momento de hacerla mía.
―Aung lista.
Pude haberla penetrado en ese instante pero retrasándolo delicadamente la tumbé sobre las sábanas. Ya con ella en esa posición, me quedé embobado al contemplar su belleza casi adolescente tras lo cual se reafirmó en mí la decisión de hacerlo tranquilamente mientras María y la otra birmana observaban atentas como me entretenía en acariciar su cuerpo.
Que tocara cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos, en vez de usar mi poder para violarla fue derribando una tras otras las defensas de esa morena hasta que ya en un estado tal de excitación, me rogó con voz en grito que la desvirgara. Su urgencia afianzó mi resolución y recomenzando desde el principio, la besé en el cuello mientras acariciaba sus pantorrillas rumbo a su sexo. El cuerpo de la oriental tembló al sentir mis dientes jugando con sus pechos, señal clara que estaba dispuesta por lo que me dispuse asaltar su último reducto.
Nada más tocar con la punta su clítoris, Aung sintió que su cuerpo se encendía y temblando de placer, se vio sacudida por un orgasmo tan brutal como imprevisto. Sus gritos y las lágrimas que recorrían sus mejillas me informaron de su entrega pero no satisfecho con ese éxito inicial, con mi lengua seguí recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse la muchacha forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.
Para entonces ya no me pude contener y olvidando mi propósito de ser tierno, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. La ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, esa morena buscó mi pene con sus manos tratando que la tomara. Su disposición me permitió acercar mi glande a su entrada mientras ella, moviendo sus caderas, me pedía sin cesar que la hiciera mía.
―Tranquila, putita mía – comenté disfrutando con mi pene de los pliegues de su coño sin metérsela.
Sumida en la pasión rugió pellizcándose los pezones mientras María me rogaba que no la hiciera sufrir más y que me la follara.
―Tú te callas― cabreado contesté por su injerencia― una esclava no puede dar órdenes a su amo.
Mi exabrupto hizo palidecer a mi mujer y sollozando se lanzó en brazos de Mayi, la cual la empezó a consolar acariciando sus pechos. La escena me recordó que entre mis funciones estaba satisfacer a la tres y por eso, obviando mi cabreo exigí a esas dos que se amaran mientras yo me ocupaba de la morena.
Volviendo a la birmana, ella había aprovechado mi distracción para cambiar de postura y a cuatro patas sobre las sábanas, intentaba captar mi atención maullando. Al verla tan sumida en la pasión, decidí llegado el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior. Aung gritó feliz al sentir su virginidad perdida y reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas para acto seguido volver a correrse.
La humedad que inundó su cueva facilitó mis maniobras y casi sin oposición, mi tallo entró por completo en su interior rellenándola por completo. Jamás había sentido el pene de un hombre en su interior y por eso al notar la cabeza de mi sexo chocando una y otra vez contra la pared de su vagina, se sintió realizada y llorando de alegría chilló:
―Aung feliz, Aung nunca más sola.
Sus palabras azuzaron a mi cerebro a que acelerara la velocidad de mis movimientos pero la certeza que tendría toda una vida para disfrutar de esa mujercita me lo prohibió y durante largos minutos seguí machacando con suavidad su cuerpo mientras ella no paraba de gozar. La persistencia y lentitud de mi ataque la llevaron a un estado de locura y olvidando que como debía comportarse una mujer de su etnia, clavó sus uñas en su propio trasero buscando que el dolor magnificara el placer que la tenía subyugada mientras me exigía que incrementara el ritmo.
Esa maniobra me cogió desprevenido y no comprendí que lo que esa muchacha me estaba pidiendo hasta que pegando un berrido me rogó:
―Aung alma esclava.
Conociendo la forma en que esas mujeres se referían al sexo duro, no fue difícil traducir sus palabras y comprender que lo que realmente me estaba pidiendo es que fuera severo con ella. Desde el medio de la habitación, su compañera ratificó el singular gusto de la muchacha al gritar mientras pellizcaba los pechos de mi mujer:
―María y Aung iguales. Gustar azotes.
No sé qué me confundió más, que Mayi se atreviera a aconsejarme sobre cómo tratar a su amiga o la expresión de placer que descubrí en María al experimentar esa tortura. Lo cierto fue que asumiendo que esa noche debía complacer a la birmana, tuve a bien tantear su respuesta a una nalgada.
Juro que me impactó la forma tan rápida en la que Aung ratificó que eso era lo que deseaba y es que nada más sentir esa dura caricia se volvió a correr pero esta vez su orgasmo alcanzó un nivel que creía imposible y mientras su vulva se convertía en un géiser lanzando su ardiente flujo sobre mis piernas, se desplomó sobre el colchón.
María, que hasta entonces había permanecido callada, me incitó a seguir aplicando ese correctivo a la que había sido su favorita al decirme:
―Recuerdas un documental que vimos sobre el modo en que los leones muerden a las hembras mientras las montan, ¡eso es con lo que esa zorra sueña!
Asumiendo que era verdad dada su actitud, la agarré de los hombros y mientras llevaba al máximo la velocidad de mis embestidas, mordí su cuello. Mi recién estrenada sumisa al disfrutar de mi dentellada se vio sobrepasada y balbuceando en su idioma natal, se puso a temblar entre mis brazos.
Fue impresionante verla con los ojos en blanco mientras su boca se llenaba de baba producto del placer que la tenía subyugada y fue entonces cuando supe que debía de eyacular en su interior para sellar mi autoridad sobre ella. Por ello, llevé mis manos a sus tetas y estrujándolas con fiereza, busqué mi placer con mayor ahínco.
Mayi desobedeciendo dejó a María tirada en el suelo y acercándose a donde yo estaba poseyendo a su amiga, murmuró en mi oído:
―Aung fértil, Amo sembrar esclava.
No me esperaba que entre mis prerrogativas estaba el fecundar a las chavalas pero pensándolo bien si como dueño podía tirármelas, era lógico que se quedaran preñadas y con la confianza que ese par de monadas iban a darme los hijos que la naturaleza me había negado con María, sentí como se acumulaba en mis testículos mi simiente y dejándome llevar, eyaculé desperdigándola en su interior mientras la oriental no paraba de gritar.
Habiendo cumplido con su destino Aung se quedó transpuesta y eso permitió a la otra birmana buscar mis brazos y llenándome con sus besos, me dijo en su deficiente español mientras intentaba recuperar mi alicaído pene:
― Mayi amar Amo, ¡Mayi primera hijos Amo!

CAPÍTULO 8, PROMETO HACER MADRE A MARÍA

La terquedad de ese par ofreciendo sus úteros para ser inseminados apenas me dejó dormir al asumir que, si les daba rienda libre, esas birmanas me darían un equipo de futbol.
¡Me apetecía tener un hijo pero no una docena!
Pensando en ello, me levanté a trabajar sin hacer ruido para no despertar ni a mi esposa ni a las birmanas pero cuando siguiendo mi rutina habitual entraba al baño para ducharme, María se despertó. Y entrando conmigo, abrió el agua caliente y me empezó a desnudar.
―¿Qué haces? ¿Por qué no sigues durmiendo?― comenté extrañado.
Luciendo una sonrisa, contestó:
―Me apetecía ser la primera en servir a mi dueño.
No pude cabrearme con ella por seguir manteniendo esa farsa al comprobar la alegría con la que había amanecido, ya que normalmente mi esposa no era persona hasta que se había tomado el segundo café. Por ello haciendo como si no la hubiese oído, iba a quitarme el calzón cuando de pronto María se arrodilló frente a mí y sin esperar mi opinión, me lo bajó sonriendo.
La expresión de su rostro fue suficiente para provocarme una evidente erección, la cual se reafirmó cuando en plan meloso me obligó a separar las piernas mientras me decía:
―Por esto me levanté antes que ellas. Tu leche reconcentrada de la noche será para mí.
Y sin más prolegómeno, sacó la lengua y se puso a lamer mi extensión al mismo tiempo que con sus manos acariciaba mis testículos. Impresionado por esa renovada lujuria, no dije nada y en silencio observé a mi mujer metiéndose mi pene lentamente en la boca.
A pesar de haber disfrutado muchas veces de su maestría en las mamadas, me sorprendió comprobar que ese día su técnica había cambiado haciendo que sus labios presionaran cada centímetro de mi miembro dotando con ello a la maniobra de una sensualidad sin límites. Y comportándose como una autentica devoradora, se engulló todo y no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Para acto seguido empezar a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua no dejaba de presionar mi verga dentro de su boca.
No contenta con ello fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en ingenio de hacer mamadas que podría competir con éxito con cualquier ordeñadora industrial.
Viendo lo mucho que estaba disfrutando, extrajo mi polla y con tono pícaro, me preguntó si me gustaba esa forma de darme los buenos días:
―Sí, putita mía. ¡Me encanta!
Satisfecha por mi respuesta, con mayor ansia se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
―¡Dios!― exclamé al sentir que mi pene era un pelele en su boca y sabiendo que no se iba a mosquear, le avisé que quería que se lo tragara todo.
La antigua María se hubiese cabreado pero para la nueva ese aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa.
No tardó en obtenerla y al notar que mi verga lanzaba las primera andanadas en su garganta, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca. Era tal la calentura de mi esposa esa mañana que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
―¡Estaba riquísimo!― y levantándose, insistió: ―Esas dos putitas no saben lo que se han perdido por seguir durmiendo.
Muerto de risa, repliqué:
―Déjalas dormir, ahora quiero hablar contigo.
Por mi tono supo que no iba a reprocharle nada y totalmente tranquila, me pidió que charláramos mientras me ayudaba y dándome un suave empujón, se metió conmigo bajo el chorro de la ducha. Sus pechos mojados me recordaron porque me había casado con ella y mientras bajaba por su cuello con mi boca, le recordé una conversación que habíamos tenido hace unos meses sobre la conveniencia de contratar un vientre de alquiler.
―Me acuerdo que eras tú quien no estaba convencido― comentó con la respiración entrecortada al notar mi lengua recorriendo sus pezones.
Asumiendo que cuanto mas cachonda estuviera menos reparos pondría a mi idea, la di la vuelta y separando sus nalgas, me puse a recorrer los bordes de su ano. Ella nada más experimentar la húmeda caricia en su esfínter, pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse mientras me decía:
―¿Por qué me lo preguntas?
Sin dejarla respirar, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.
―¡Qué delicia!― chilló apoyando sus brazos en la pared.
Cambiando de herramienta, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo mientras dejaba caer:
―Ya no somos unos niños y creo que es hora que seamos padres, ¿qué te parece?
El chillido de placer con el que contestó no me dejó claro si era por la pregunta o por la caricia y metiendo mi dedo hasta el fondo, comencé a sacarlo al tiempo que insistía en lo de tener un hijo.
―Sabes que yo no puedo― respondió temblando de placer.
Dando tiempo a tiempo, esperé a que entrara y saliera facilidad, antes de incorporar un segundo dentro de ella y repetir la misma operación. El gemido de mi esposa al sentir la acción de mis dos dedos en el interior de su culo me indujo a confesar:
―Tenemos a nuestra disposición dos hembras fértiles que no pondrían problemas en quedarse embarazadas.
Durante un minuto se lo quedó pensando y con su cabeza apoyada sobre los azulejos de la pared, movió sus caderas buscando profundizar el contacto mientras me decía:
―¿A cuál de las dos preñarías antes?
La aceptación implícita de María me hizo olvidar toda precaución cogiendo mi pene en la mano comencé a juguetear con su entrada trasera.
―Me da igual, pienso que lo lógico es que tú la elijas― contesté mientras forzaba su ojete metiendo mi glande dentro.
Al contrario que la noche anterior, mi esposa absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, me soltó:
―¡Dejemos que la naturaleza decida!
Intentando no incrementar su castigo, me quedé quieto para que se acostumbrara a esa invasión y mientras le acariciaba los pechos, insistí:
―Imagínate que se quedan las dos, ¡menuda bronca!
Pero entonces María, al tiempo que empezaba a mover sus caderas, me contestó:
―De bronca nada, ¡sería ideal!― y con la cara llena de felicidad, gritó: ― Esas putitas me harían madre por partida doble.
Impresionado con lo bien que había aceptado mi sugerencia, deslicé mi miembro por sus intestinos al ver que la presión que ejercía su esfínter se iba diluyendo y comprendiendo que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer para ser sustituido por el placer, comencé incrementar la velocidad con la que la empalaba.
―Ahora mi querida zorrita, calla y disfruta― y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas.
Como por arte de magia, el dolor de su cachete la hizo reaccionar y empezó a gozar entre gemidos:
―¡Quiero que mi amo preñe a sus esclavas!― chilló alborozada ―¡Necesito ser madre!
Como la noche anterior, mi señora había disfrutado de los azotes, decidí complacerla y castigando sus nalgas marqué a partir de ese instante mi siguiente incursión. María, dominada por una pasión desbordante hasta entonces inédita en ella, esperaba con ansia mi nueva nalgada porque sabía que vendría acompañada al momento de una estocada por mi parte.
―Si así lo quieres, ¡te haré madre! Pero ahora, ¡muevete!
Mis palabras elevaron su calentura y dejándose llevar por la pasión, me rogó que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. La suma de todas esas sensaciones pero sobre todo la perspectiva de tener un hijo terminaron por asolar todos sus cimientos y en voz en grito me informó que se corría. Al escuchar cómo me rogaba que derramara mi simiente en el interior de su culo, fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotados, nos dejamos caer sobre la ducha y entonces mi esposa se incorporó y empezó a besarme mientras me daba las gracias:
―¡No sé qué me ha dado más placer! Si el orgasmo que me has regalado o el saber que por fin has accedido a darme un montón de hijos.
―¿Cómo que un montón? Solo me he comprometido a intentar embarazarlas una vez y eso a no ser que tengamos gemelos, son dos.
Descojonada, María contestó:
―Esas pobres niñas son jóvenes y sanas, ¿no crees que sería una pena desperdiciar sus cuerpos preñándolas una sola vez?…

golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “Atraído por mi nueva criada negra” (POR GOLFO)

$
0
0
Meaza:
Capitulo 1
Necesitas alguien fijo en tu casa-, me dijo Maria viendo el desastre de suciedad y polvo que cubría hasta el último rincón de mi apartamento.-Es una vergüenza como vives, deberías contratar a una chacha que te limpie toda esta porquería-.
Traté de defenderme diciéndola, que debido a mi trabajo no lo uso nada más que para dormir, pero fue en vano. Insistió diciendo que si no me daba vergüenza traer a una tía a esta pocilga, y que además me lo podía permitir. Busqué escaparme explicándole que no tenía tiempo de buscarla, ni de entrevistarla.
No te preocupes yo te la busco-, me dijo zanjando la discusión. Mi amiga es digna hija de su padre, un general franquista, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera, siempre gana.
Suponiendo que se le iba a olvidar, le dije que si ella se ocupaba y no me daba el tostón, que estaba de acuerdo, y como tantas otras cosas, mandé esta conversación al baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando ese sábado a las diez de la mañana, me despertó el timbre de la puerta, lo último que me esperaba era encontrármela acompañada de una mujer joven, de raza negra.
Menuda carita-, me espetó nada más abrirla y apartándome de la entrada, pasó al interior del piso, – se nota que ayer te bebiste escocia-.
-¿Qué coño quieres?-, le contesté enfadado.
-Te he traído a Meaza-, me dijo señalando a la muchacha, – no habla español, pero su tía me ha asegurado que es muy buena cocinera-.
Por primera vez me fijé en ella. Era un estupendo ejemplar de mujer. Muy alta, debía de medir cerca de uno ochenta, delgada, con una figura al borde de la anorexia, y unos pequeños pero bien puestos pechos. Pero lo que hizo que se derribaran todos mis reparos fue su mirada. Tras esos profundos ojos negros se encerraba una tristeza brutal, productos de la penurias que debió pasar antes de llegar a España. Estaba bien jodido, fui incapaz de protestar y dando un portazo, me metí en mi cuarto, a seguir durmiendo.
Cuando salí de mi habitación tres horas después, mi amiga ya se había ido dejando a la negrita, limpiando todo el apartamento. Parecía otro, el polvo, la suciedad y las botellas vacías habían desaparecido y encima olía a limpio.
-¡Coño!-, exclamé dándome cuenta de la falta que le hacía una buena limpieza.
Pero mi mayor sorpresa fue al entrar en la cocina y ver el estupendo desayuno que me había preparado. Sobre la mesa estaba un café recién hecho y unos huevos revueltos con jamón que devoré al instante. Meaza, debía de estar en su cuarto, porque no la vi durante todo el desayuno.
Con la panza llena, decidí ir a ver donde estaba. Me la encontré en mi cuarto de baño. De rodillas en el suelo, con un trapo estaba secando el agua que había derramado al ducharme. No sé que me pasó, quizas fue el corte de hallarla totalmente empapada, descalza sobre los fríos baldosines, pero sin hablarla me di la vuelta y cogiendo las llaves de mi coche salí del apartamento.
Nunca había tenido ni una mascota, y ahora tenía en casa a una mujer, que ni siquiera hablaba mi idioma. Tratando de olvidarme de todo, pero sobre todo de la imagen de ella, moviendo sus caderas al ritmo con el que pasaba la bayeta, llamé a un amigo y me fui con el a comer a un restaurante.
Alejandro no paró de reirse cuando le conté el lío en que me había metido Maria, llevándome a casa a esa tentación.
-No será para tanto-, me dijo.
-Que sí, que no te puedes imaginar lo buena que está-.
-Pues, entonces ¿de que te quejas?, fóllatela y ya-
-No soy tan cabrón de aprovecharme-, le contesté bastante poco convencido.
El caso es que terminado de comer nos enfrascamos en una partida de mus, que al ser bien regada de copas, hizo que me olvidara momentáneamente de la muchacha.
Totalmente borracho, volví a casa a eso de las nueve. No había terminado de meter la llaves en la cerradura cuando me abrió la puerta para que pasara.
Casi me caigo al verla. Estaba vestida con un traje típico de su país, consistente en una tela de algodón marrón, que anudada al cuello dejaba al aire sus dos pechos. Lejos de incomodarse, por mi borrachera y su desnudez, me recibió con una sonrisa, y echando una mano a mi cintura me llevó a la cama. Sentirla pegada a mí, alborotó mis hormonas y solo el nivel etílico que llevaba, que me impedía incluso el mantenerme de pié, hizo que no saltara sobre ella violándola. Solo tengo de esa noche, confusas imágenes de la negrita desnudándome sobre la cama, pero nada más, porque debí de quedarme dormido al momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, me creía morir. Era como si un clavo estuviera atravesando mis sienes, mientras algún hijo de puta lo calentaba al rojo vivo. Por eso, tardé en darme cuenta que no estaba solo en la habitación, y que sobre la alfombra a un lado de mi cama dormía la muchacha a rienda suelta.
Meaza estaba usando como almohada su vestido, y totalmente desnuda descansaba sobre el duro suelo. Estuve a punto de despertarla, pero decidí aprovechar la situación para dar gusto a mis ojos.
Durante más de media hora estuve explorándola con la mirada. Era perfecta, sus piernas eternas terminaban en un duro trasero, que llamaba a ser acariciado. Luego un vientre duro, firme, rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar. El pezón negro era algo más que decoración, era como si estuviera dibujado por un maestro, redondo, bien marcado, invitaba a ser mordisqueado. Y su cara, aún siendo negra tenía unas facciones finas, bellísimas. Poco a poco me fui calentando, y solo el corte de que me pillara, evitó que me hiciera una paja mirándola.
De improviso, abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verme, y levantándose de un salto abandonó la habitación. Decidí quedarme en la cama esperando que se me bajara el calentón, por eso, todavía estaba ahí, cuando al cabo de tres minutos, la muchacha volvió con mi desayuno.
No se había molestado en taparse. Desnuda, me traía en una bandeja, el café y unas tostadas. Sin saber que hacer, me tapé con la sabanas, mientras desayunaba, sin dejar de mirar de soslayo a la muchacha.
Meaza, como si fuera lo más natural del mundo, se agachó por su vestido y atándoselo al cuello, esperó arrodillada mientras comía. A base de señas, le pregunté si no quería, y sonriendo abrió su boca, para que le diera de comer.
Estaba alucinado, vi como sus blancos dientes mordían la tostada, y su dueña volvía a arrodillarse a mi lado, satisfecha de que hubiese compartido, con ella, mi comida. Su postura me recordaba a la de una sumisa en las películas de serie B. Con las manos en la espalda, y los pechos hacía delante, dejando su culo ligeramente en pompa, me estaba volviendo a poner cachondo, por lo que tratando de evitarlo me levanté a darme una ducha fría, sin importarme que al hacerlo ella me pudiera ver desnudo.
No sé si fue idea mía pero me pareció que ella se quedaba mirándome el trasero.
De poco me sirvió meterme debajo de chorro del agua, no podía dejar de pensar en su olor, y su cuerpo. Era increíble, nunca había cruzado una palabra con ella, ni siquiera me entendía y me resultaba hasta doloroso dejar de pensar en como iba a respetar la relación criada-patrón, si la niña no dejaba de andar medio en pelotas por la casa.
Al salir de la ducha fue aún peor, Meaza me esperaba en mitad del baño, con la toalla, esperando secarme. Traté de protestar, pero me resultó imposible hacerla entender que quería hacerlo yo solo, por lo que al final no tuve más remedio que dejar que ella agachándose empezara a secarme los pies. Sus manos y la tela fueron recorriendo mis piernas, mientras su dueña con la mirada gacha miraba al suelo, hasta llegar a mi sexo, cuando con una profesionalidad digna de encomio se entretuvo secando todos y cada unos de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
En su cara no, pero mi pene no pudo más que reaccionar al contacto endureciéndose, la muchacha haciendo caso omiso a mi calentura, sonrió, y levantándose del suelo terminó de secarme todo el cuerpo, saliendo después con la toalla mojada hacía la cocina.
Estaba totalmente avergonzado, me había comportado como un niño recién salido de la adolescencia. Cabreado conmigo mismo me vestí, y saliendo al salón, encendí la tele.
Imposible concentrarme, la negrita estaba limpiando la casa, vestida únicamente con ese trapo, y de forma que estuve más atento a cuando se agachaba que al programa que estaban poniendo.
Hecho una furia con mi amiga, por habérmela traído, cerré los ojos intentando el relajarme, pero no debía de llevar ni tres minutos en esa postura cuando sentí que tocaban mi pierna.
Tardé unos segundos en abrir mis párpados, para encontrarme a Meaza hincada a mi lado, con un plato de comida entre sus manos.
No tengo hambre-, le dije tratando de hacerme entender, pero no pude y la muchacha no hacía más que alargarme el plato.
Señalando con el dedo el jamón y el queso, y posteriormente a mi estómago, le hice señas diciéndole que no. Imposible, seguía insistiendo.
-¡Coño!, ¡Que no quiero!-, le contesté ya molesto.
Entonces ella hizo algo insólito, agarrando mi mano, me obligó a coger una loncha, y posteriormente se la llevó a su boca. Por fín entendí, lo que quería, es que le diera de comer. Seguramente en su tribu, los hombres alimentaban a las mujeres y ella obligada por su cultura esperaba que yo hiciera lo mismo. Pensando que ya tendría tiempo de explicarle que en España no hacia falta, agarré otro trozo y se lo metí en la boca.
Sonrió mostrándome toda su dentadura. Realmente estaba encantadora con una sonrisa en la cara, y ya más seguro de mi mismo, seguí dándole de comer como a un bebé. Era una gozada el hacerlo, me sentía importante. Era agradable que alguien dependiera de ti hasta los más mínimos detalles, por lo que cuando se acabó todo lo que había traído fui al frigorífico a por algo de leche.
Cuando volví seguía en el mismo sitio, en el suelo al lado del sillón, y acercándole el vaso a los labios le di de beber. Debía de estar sedienta por que se tomó el líquido a grandes tragos de manera que una parte se le derramó por las mejillas, yendo a caer en uno de sus pechos.
Juro que lo hice sin pensar, no fue mi intención el hacerlo, pero mi mano recorrió su seno, y cogiendo la gota entre mis dedos me lo llevé a mis labios saboreándolo. Sus pezones se endurecieron de golpe al verme chupar mis dedos, y con ellos, mi entrepierna. Nuestras dos miradas se cruzaron, creí descubrir el deseo en sus ojos, pero decidí que me había equivocado, por lo que levantándome de un salto, traté de calmarme, diciéndome para mis adentros que debía de ser un caballero.
-Puta madre, ¡qué buena que está!-, pensé, decidiéndome que eso no podía continuar así, que al menos debía de ir decentemente vestida, para intentar que no la asaltara en cualquier momento, por lo que cogiéndola del brazo, la llevé a su cuarto, y buscándole ropa descubrí que solo había traído la blusa y la falda con la que había llegado a casa.
-Necesitas ropa-, le dije.
Con los ojos fijos en mí, se rió, dándome a saber que no había entendido nada. Era primer domingo de mes, luego los grandes almacenes debían de estar abiertos, por lo que obligándola a vestirse la llevé de compras.
El primer problema fue subirla al coche. Asumiendo que sabía hacerlo abrí las puertas con mi mando, y me subí para descubrir al sentarme que ella seguía de pie fuera del automóvil.
-¡Joder!-, exclamé saliendo y abriéndole la puerta, la hice sentarse.
Nuevamente en mi asiento y antes de encender el motor, tuve que colocarle el cinturón y al hacerlo rocé sus pechos con mi mano, los cuales se rebelaron a mi caricia, marcando sus pezones debajo de su blusa.
-Tengo que comprarte un sujetador, me estas volviendo loco, como sigas con tus pechos al aire no sé si podré aguantarme las ganas de comértelos-.
Meaza, no me entendía, pero me daba igual, me gustaba como sonreía mientras le hablaba. Por lo que aprovechándome de ello, le expliqué lo mucho que me excitaba el verla, que tenía un cuerpo maravilloso. Durante unos minutos, se mantuvo atenta a mis palabras pero al salir al la calle y tomar la Castellana, empezó a mirar por la ventanilla, señalándome cada fuente y cada plaza. Para ella, todo era nuevo y estaba disfrutando, por eso al llegar al Corte Inglés y meternos en el parking, con un gesto me mostró su disgusto.
-Lo siento bonita, pero hay que comprarte algo que te tape-.
Como una zombie, se dejó llevar por la primera planta, pero al tratar de que montara en la escalera mecánica tuve que emplearme duro, por que le tenía miedo. Como no había más remedio, la obligué, y ella asustada se abrazó a mi en busca de protección, de forma que pude oler su aroma penetrante, y sentir como sus pechos se pegaban al mío al hacerlo.
-¿Qué voy hacer contigo?-, le dije acariciándole la cabeza, -Estás sola e indefensa, y yo solo puedo pensar en como llevarte a la cama-.
Sentí pena cuando llegamos al final, porque eso significaba que se iba a retirar, pero en contra de lo que suponía no hizo ningún intento de separarse, por lo que la llevé de la cintura a buscar ropa.
El segundo problema fue elegir su talla, por lo que le pedí a una señorita que me ayudara, inventándome una mentira y diciéndole que la negrita era parte de un intercambio y que necesitaba que le comprara unos trapos. Me daba no sé que, el decirle que era mi criada.
La empleada se dio cuenta que iba a hacer el agosto a mis expensas y rápidamente le eligió un montón de camisas, pantalones y vestidos, de forma que en poco tiempo, me vi con todo un ajuar en el probador de señoras.
Por medio de la mímica, le expliqué que debía de probársela, para ver si le quedaba. Meaza, me miró asombrada, y haciendo un círculo sobre la ropa, me dio a entender que si era todo para ella.
-Si-, le dije con la cabeza.
Dando un gritito de satisfacción, se abrazó a mí, pegando sus labios a mi mejilla. Se la veía feliz, cuando se encerró en el probador. Ya más tranquilo, esperé que saliera, pero al hacerlo lo hizo vistiendo únicamente un pantalón, dejando para escándalo de la mujeres presentes y gozo de sus maridos, todo su torso y sus pechos al aire.
Obviando el hecho que la presencia de hombres esta mal vista en un probador de mujeres, la agarré del brazo y me metí con ella. Si no lo hacía, nos iban a echar del local. De tal forma que en menos de dos metros cuadrados estuve disfrutando de la niña mientras se cambiaba de ropa. Pero lo mejor fue que al darle un sujetador, se lo puso en la cabeza, por lo que tuve que ser yo, quien le explicara como hacerlo.
Tienes unas tetas de locura-, le dije mientras se lo acomodaba dentro de la copa,- me encantaría sentir tus pezones en mi lengua y estrujártelas mientras te hago el amor-.
La muchacha ajena a las burradas que le decía, se dejaba hacer confiada en mi buena voluntad. Me avergonzaba mi comportamiento, pero a la vez lo estaba disfrutando. Pero todo lo bueno tiene un final, y saliendo del probador con Meaza vestida como una modelo, pagué una cuenta carísima alegremente, al percibir que hombres y mujeres no podían dejar de admirar al pedazo de hembra que tenía a mi lado.
Esta vez no tuve que abrirle la puerta, la negrita se había fijado como lo había hecho, pero en plan coqueta dejó que fuera yo quien le abrochara el cinturón, incluso creo que provocó que nuevamente rozara su pecho al incorporarse, mientras lo hacía.
-Eres un poco traviesa, ¿lo sabias?-, le dije mirándola a los ojos, sin retirar mis manos de sus senos.
Soltó una carcajada, como si me entendiera y dándome un beso en la mejilla, se acomodó en el asiento.
Esta mujer me estaba volviendo loco, y creo que lo sabe-, medité mientras conducía.
Mirándola de reojo, no podía más que maravillarme de sus formas y la tersura que parecía tener su piel. Su piernas parecían no tener fin, todo en ella era delicado, bello. Y haciendo un esfuerzo retiré mi mirada, tratando de concentrarme en el volante al sentir que mi entrepierna empezaba a reaccionar. No sé si ella se dio cuenta de mi embarazo pero tocándome la rodilla, me dijo algo que no entendí.
Yo también te deseo-, le contesté haciéndome ilusiones. Realmente quería con toda el alma que así fuera.
Como iba a ser un raro espectáculo, el darla de comer en la boca en un restaurante, decidí irnos de nuevo a mi apartamento. Al menos allá, nadie iba a sentirse extrañado de nuestra relación. Al Bajarnos del coche, la negrita insistió en ser ella quien llevara las bolsas con la ropa y manteniéndose a una distancia de unos dos metros de mi, me siguió con la cabeza gacha. Su actitud me hizo recordar a las indias lacandonas en Chiapas que son ellas las que cargan todo y siguen a su hombre por detrás.
Ya en el piso, lo primero que hizo fue acomodar su ropa en su cuarto mientras yo me servía una cerveza helada. Nunca he comprendido a los del norte de Europa, cuando la toman caliente, una cerveza, para ser cerveza, tiene que estar gélida, muerta, fría y si encima se bebe en casa, con una mujer espléndida, mejor que mejor. Ensimismado mientras la bebía, no me di cuenta que Meaza había terminado de colocar sus trapos y que se había metido a duchar, por eso me sobresaltó oír un desgarrador grito, provinente de su cuarto.
Salí corriendo haber que pasaba. El tipo de chillido indicaba que debía de ser algo grave por lo que cuando entrando en el baño, me la encontré llorando desnuda pensé que se había caído y nerviosamente empecé a revisarla en busca de un golpe o una herida, sin encontrar el motivo de su grito.
-¿Qué ha pasado?-, le pregunté.
La muchacha señalando la ducha y posteriormente a su cuerpo, me explicó lo ocurrido. Cuando comprendí que la pobre se había escaldado con el agua caliente, no me pude contener y me destornillé de risa de ella. Cuanto más me reía, más indignada se mostraba. Me había visto duchándome, y no se había percatado de que había que usar las dos llaves, para conseguir una temperatura optima.
Solo conseguí parar cuando vi que no paraba de llorar, y sintiéndome cucaracha, por reírme de su desgracia, la llevé a la cama, para darle una crema anti-quemaduras.
-Ven, túmbate-, le dije, dando una palmada en el colchón.
La negrita me miraba, alucinada, de pie, a mi lado, pero sin tumbarse. Tuve que levantarme y obligarla a hacerlo.
Quédate ahí, mientras busco algo que echarte-, le solté en voz autoritaria para que entendiera.
Dejándola en su cuarto, me dirigí a donde tengo la medicinas. Y entre los diferentes tarros, y pomadas encontré la que buscaba, “vitacilina”, una especialmente indicada contra las quemaduras. Cuando volví, Meaza seguía tumbada sin dejar de llorar. Sentándome en la cama, me eché en la mano un poco de pomada, pero al intentar aplicárselo, gritó asustada y encogiendo las piernas, trató de evitar mi contacto.
Estaba histérica, por mucho que intentaba calmarla, seguía llorando, por lo que sin pensármelo dos veces le solté un sonoro bofetón. Bendito remedio, gracias al golpe, se relajó sobre las sabanas.
Por primera vez, tenía ese cuerpo a mi completa disposición, y aunque fuera para darle crema, no pensé en desaprovechar la ocasión de disfrutar. La piel de su pecho, estómago y el principio de sus piernas estaba colorada por efecto del agua, luego era allí donde tenía que echarle la pomada en primer lugar.
Meaza, tumbada, me miró sin decir nada mientras vertía un poco sobre su estomago, para suspirar aliviada al darse cuenta de efecto refrescante al irla extendiendo por su vientre. Viendo que se le había pasado el miedo y que no se oponía, derramé al menos medio tubo sobre ella, y con cuidado fui repartiéndola.
Aún sabiendo que me iba a excitar, lo hice desesperadamente despacio, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Lentamente me fui acercando a sus pechos. Eran preciosos, duros al tacto, pero suaves bajo mis palmas. Sus negros pezones se contrajeron al sentir que mis dedos se acercaban de forma que cuando los toqué, ya estaban erectos, producto pensé en ese momento de la vergüenza.
Quizás debía de haberme entretenido menos esparciendo la crema sobre sus senos, pero era una delicia el hacerlo, y sin darme cuenta mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi pantalón. Por eso, no caí en que la mujer había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
Ajeno a lo que estaba sintiendo, me fui acercando a sus piernas. Quizás era la zona más quemada, por lo que abriéndolas un poco, le empecé a untar esa parte. Tenía un pubis exquisitamente depilado, su dueña se había afeitado todo el pelo dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Era una tentación, brutal el estarle acariciando cerca de su cueva, sin hollarla. Varias veces mis dedos rozaron su botón del placer, como si fuera por accidente, pero siendo conciente de que yo cada vez estaba más salido. No dejaba de pensar que mi criada era la hembra con mejor tipo que nunca había acariciado, pero que era indecente el abusar de su indefensión. Por eso no me esperaba oír, de sus labios, un gemido.
Al alzar la cara y mirarla, de improviso me di cuenta que se había excitado y que con sus manos se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderme retener, tomé entre mis dedos su clítoris para descubrir que me esperaba totalmente empapado. La muchacha al sentirlo, abrió la piernas para facilitar mis maniobras, hecho que yo aproveche para introducirle un primer dedo en su vagina.
Meaza, o bien se había cansado de fingir, o realmente estaba excitada, ya que de manera cruel retorció sus pezones, intentando a la vez que profundizara con mis caricias, presionando con sus caderas sobre mi mano. Acercando mi boca a su pubis, saqué mi lengua para probar por vez primera su sexo. Siempre se habla del olor tan fuerte de los negros, por lo que me sorprendí al descubrir lo delicioso que me resultó su flujo. Mi lengua fue sustituida por mis dientes, y como si fuera un hueso de melocotón me hice con su clítoris, mordisqueándolo mientras con mi dedo no dejaba de penetrarla.
No sé cuanto tiempo estuve comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó mi cabeza, con el afán de buscar el máximo placer.
De pronto, su cueva empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas, por mucho que trataba de beberme su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. Meaza se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre mi boca. Parecía una serpiente retorciéndose hasta que pegando un fuerte grito, se desplomó sobre la cama.
-¡Menuda forma de correrse!-, exclamé al ver que se había desmayado, y sin darle importancia aproveché la coyuntura para desnudarme y tumbarme a su lado.
Tardó unos minutos en volver en sí, tiempo que usé para mirarla como dormitaba. Al abrir los ojos, me dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado, y sin mediar palabra, tampoco la hubiese entendido, me besó la cara, y sin dejar de hacerlo, bajó por mi cuello, recreándose en mi pecho.
Mi pene esperaba erguido su llegada, totalmente excitado por sus caricias, pero cuando ya sentía su aliento sobre mi extensión, sonó el teléfono.
Por vez primera me arrepentí de haber elegido su alcoba, ya que en mi cuarto había una extensión, y contra mi voluntad me levanté para ir a descolgarlo al salón, ya que no paraba de sonar.
Cabreado, lo contesté, diciendo una impertinencia de las mías, pero al percatarme, que era María la que estaba al otro lado de la línea, cambié el tono no fuera a descubrirme.

-¿Qué quieres, cariño?-, le solté.

Ella me estaba preguntando como me había ido con la muchacha cuando vi salir a Meaza, a gatas de la habitación y ronroneando irse acercando adonde yo estaba. No salía de mi asombro al verla, como seductoramente se acercaba mientras yo seguía disimulando al teléfono.
Bien, es una muchacha muy limpia-, contesté a Maria, observando a la vez como la negrita se arrodillaba a mi vera, y sin hacer ningún ruido empezaba a lamer mi pene.
Mi amiga, un poco mosqueada, me amenazó con dejarme de hablar si me portaba mal con ella, insistiendo que era una muchacha tradicional de pueblo.
-No te preocupes, sería incapaz de explotarla-, le dije irónicamente, al sentir que Meaza abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior, y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Era incómodo pero a la vez muy erótico, estar tranquilizando a Maria, mientras su objeto de preocupación me estaba haciendo una mamada de campeonato.
Que si, que no seas cabezota, que me voy a ocupar que coma bien-, le solté por su insistencia de lo desnutrida que estaba.
-Vale, te dejo, que están llamándome al móvil-, le tuve que mentir, para colgar, porque estaba notando, que las maniobras de la mujer, estaban teniendo su efecto, y que estaba a punto de correrme.
Habiendo cortado la comunicación, pude al fin dedicarme en cuerpo y alma a lo importante, y sentándome en el sofá, me relajé para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero ella, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada, pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo, presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí, y llevando mis manos a su pechos me pidió por gestos que los estrujara.
Meaza no dejaba de gemir en silencio al moverse, era como el sonido de un cachorro llamando a su madre, suave pero insistente. Sus manos, en cambio, me exigían que apretara su cuerpo. No me hice de rogar, y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. Gimió al sentir como los torturaba, estirándolos cruelmente para llevarlos a mi boca. Y gritó su excitación nada más notar a mi lengua jugueteando con su aureola. La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada, que restregando su cuerpo contra el mío, intentaba incrementar su calentura.
Su cueva se anegó totalmente, mojándome la piernas con su flujo, cuando con mis dientes mordí sus pechos y con mis manos me afiancé en su trasero. Era impresionante, oírle berrear su placer en un idioma ininteligible. Quizás sus palabras eran extrañas pero su significado era claro, la negrita estaba disfrutando y mucho. Fue entonces cuando me di cuenta que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior. En intensas erupciones, mi pene se vació en su cueva, consiguiendo que la muchacha se corriera a la vez, de forma que juntos cabalgamos hacia el clímax. Cansados y agotados permanecimos unidos durante el tiempo que usamos para recuperarnos, y por primera vez la besé, introduciendo mi lengua en su boca. Meaza respondió a mi beso, de manera explosiva, y pegándose a mí, intentó reactivar mi pasión, pero dándole un azote en el culo, le dije que tenía hambre señalándome el estómago y haciendo que me comía la mano.
Pareció entenderme, y bajándose del sofá, se arrodilló un momento como haciendo una reverencia, antes de salir corriendo alegremente hacia la cocina, dejándome hipnotizado en el salón por sus movimientos al hacerlo. Todavía sentado en el sillón, escuché ruidos de cacerolas, lo que me confirmó que había captado el mensaje. No teniendo nada mejor que hacer, me fui a mi cuarto a vestirme, y encendiendo mi ordenador personal me puse a revisar el correo.
Eran todo mensajes de rutina, clientes que me pedían aclaración de facturas y proveedores exigiéndome o rogando, según el caso, que les anticipara el pago. Como estaba de buen humor, pasé de contestarles, me puse en cambio a estudiar el origen y las costumbres de la tribu de Meaza. Descubriendo que el suyo es un pueblo guerrero, donde el cabeza de familia es un verdadero dictador, y sus múltiples esposas casi esclavas de su marido.
Al investigar sus costumbres, me expliqué las razones del comportamiento de la muchacha. Resulta que cuando me dio de desayunar en la cama, y yo le ofrecí parte de mi comida en su boca, le estaba haciendo una proposición de matrimonio, y ella al aceptarlo, según sus costumbres pasaba a ser mi concubina.
Asombrado por lo que eso significaba, no pude más que seguir indagando en ello, y con total incredulidad leí que ella esperaba que yo le exigiera una total servidumbre, y que era uso común entre sus gentes el castigo físico, ante la más nimia de las contradicciones. Por otra parte, el trapo anudado al cuello, era solo para las solteras, mientras que las casadas debían enrollárselo en la cintura.
-¡Que curioso!-, pensé ensimismado, sin poder para de leer.
Pero fueron sus hábitos sexuales, los que realmente me interesaron, en su cultura no había casi tabúes, el sexo anal y el lesbianismo eran prácticas comunes, solo existiendo una prohibición sobre la homosexualidad. La mujer siempre tenía que estar dispuesta, pero en contraprestación el hombre tenía que tomarla al menos una vez cada dos días, para seguir manteniendo su dominio.
-No creo que eso sea un problema-, me dije recordando la perfección de su cuerpo.
Estaba tan absorto en la lectura que no me di cuenta que la mujer había entrado en la habitación y asumiendo la postura sumisa, se había arrodillado a mi lado. Solo lo hice, cuando poniendo su cabeza sobre mi pierna, me hizo saber que estaba allí.
La ternura de su actitud, hizo que la acariciara con mi mano. Ella al notar mis dedos entre su pelo, ronroneó de gusto, y sin quitar la cabeza de su sitio, esperó a que cerrara el ordenador.
Me imagino que quieres decirme que ya está la comida-, le dije levantándome.
María no me había mentido al decirme que era una estupenda cocinera, ya que al llegar al comedor me encontré un magnifico banquete, de ponerle algún pero era que todos y cada unos de los platos eran picantes, pero gracias a mi estancia durante dos años en México eso no me resultó un problema.
Mientras comía, Meaza se mantuvo en silencio, ocupándose de que nada me faltara y solo cuando me hube saciado, se acercó a que le diera de comer. Nuevamente me encanto la sensación de que darle de comer, de que fuera dependiente, pero esta vez algo había cambiado en ella, por que cuando con mis dedos le acerque un pedazo de carne ella se entretuvo lamiéndome los dedos de una forma sensual que hizo que mi sexo se empezara a alborotar.
-Eso luego-, le susurre al oído, mientras le pellizcaba un pezón con mis manos.
La muchacha sin entender, sonrió terminando de tragar el trozo que tenía en la boca, para acto seguido levantarse e irse a la cocina. Volvió trayendo una bandeja con el café, cuando de repente se tropezó, derramándomelo sobre los zapatos.
Asustada, se agachó y antes que me diera cuenta estaba lamiendo mis mocasines, en un intento que no la castigara. Verla haciéndolo, me hizo recordar lo que había leído, y actuando en consecuencia, esperé que terminara de limpiarme, para agarrarla del brazo, y poniéndola en mis rodillas, empezar a darle una tunda de azotes.
No se quejó, servilmente aceptó su castigo, sabiendo que yo estaba en mi derecho y que ella era la responsable. Quizás al contrario, para ella era otra forma de afianzar nuestra unión, porque solo su padre o su marido tenían, entre sus gentes, la potestad de castigarla, de forma que cuando paré, se levantó y llorando se abrazó a mí.
Estuve a punto de consolarla, pero eso podría verlo como una señal de flaqueza, por lo que despidiéndola con cajas destempladas, la mandé a la cocina, mientras yo me iba a echarme una siesta en el salón. Al haberme cebado, comiendo en exceso, rápidamente me quedé dormido soñando con mi nueva adquisición.
Dos horas después, al despertar, la hallé sentada a mi lado en el suelo, mirándome sin hacer ruido. Su mirada reflejaba arrepentimiento, por lo que diciéndole por gestos que se acercara, y empecé a acariciarle la cabeza, mientras cambiaba de canal en busca de algo interesante.
Intento infructuoso, por que en la tele solo había la bazofia acostumbrada, por lo que tras diez minutos haciendo zapping, me convencí que no había nada que ver. Todo ese tiempo, se quedó a mi lado en silencio, disfrutando de mis caricias.
-Tengo que enseñarte español-, le dije, pensando que sería bueno que al menos me entendiese.
La muchacha abrió sus ojos, haciéndome ver su incomprensión, por lo que sentándola a mi lado le dije:
-Tu, Meaza, yo, Fernando-.
Entendiendo a la primera, trato de pronunciar mi nombre, saliéndole algo parecido a “Fernianda”.
Bien-, le solté dándole un beso en señal de premio. Ella pensando que quería otra cosa, se pegó a mí, restregando su cuerpo contra el mío. Lo que me dio una idea, y agarrándole el pecho le dije como se llamaba.
Pesso-, respondió.
Solté una carcajada al oirle. Íbamos por buen camino, y tomando su aureola entre mis dedos y acercándolo a mi boca, le dije:
Pezón-, y sin esperar a que me respondiera saqué mi lengua recorriendo sus bordes. Meaza gimió sin contestarme. –Pezón-,insistí.
Pechón-, me contestó alegremente.
Era un juego, de forma que besándole cada una de las partes de su cuerpo, le iba diciendo su nombre en español, y ella debía repetirlo. Poco a poco, la cosa se fue calentando por lo que cuando le tocó al trasero, ambos estábamos hirviendo, y al darle la vuelta y acariciar su culo con mis manos, gimió de deseo.
-¿Estas bruta?-, le solté, mientras recorría con mi lengua, el canal formado por sus nalgas.
No hacía falta que me contestara, claramente, lo estaba. Sabiendo que no se iba a oponer, me levanté a la cocina, y cogiendo la botella de aceite del convoy, volví a su lado.
Meaza, viéndome con el tarro en mis manos, comprendió al instante mis intenciones y poniéndose a cuatro patas sobre el sofá, esperó mis instrucciones.
Desnudándome con anterioridad, derramé una gotas sobre su ano y separándole los cachetes, comencé a acariciarle por fuera sus rugosidades. Jadeó de gusto cuando forzando su entrada trasera, introduje un dedo. Su orificio estaba totalmente cerrado, por lo que relajarlo, moviéndolo en su interior de manera circular. Poco a poco, me fue resultando más fácil el hacerlo, y cuando ya entraba y salía sin oposición, le metí el segundo.
Esta vez, ya sus jadeos eran gemidos, y sin cortarse lo más mínimo, llevó su mano a su sexo, empezando a masturbarse. Verla tan dispuesta me hizo tomar la decisión, y embadurnándome el pene de aceite, puse mi glande en la entrada de su hoyo. Antes de introducirlo en su interior, jugué con ella recorriendo su estrecho canal, y los bordes de su cueva. Quería hacerlo con tranquilidad pero al presionar sus músculos con la cabeza de mi extensión, ella se echó para atrás, clavándoselo de un golpe.
Chilló de dolor al sentir su orificio violado, pero no hizo ningún intento de sacárselo, por lo que sin moverme, esperé a que se acostumbrara a tenerlo dentro. Fue ella misma, quien pasados unos pocos segundos se empezó a menear lentamente, metiendo y extrayendo mi miembro al hacerlo. De sus ojos salían unas lágrimas que recorriendo sus mejillas me hacían ver el dolor que sentía, pero sus sollozos se fueron convirtiendo en gemidos, a la par que aceleraba el ritmo de su cuerpo.
Lo que en un principio era un lento trote, se fue convirtiendo en un alocado cabalgar y ya sin ningún reparo, mi pene se clavaba en sus intestinos, mientras mis huevos chocaban usando su culo de frontón. Pero fue cuando usando, su pelo como riendas, la azucé con un azote, cuando mi yegua se desbocó gritando de placer. Su reacción me hizo saber que le gustaba, y haciendo que mi mano cayera sobre sus nalgas, le marqué un ritmo frenético.
Ella, respondía a cada azote, clavándose cruelmente mi hombría hasta el fondo, esperando que el siguiente le marcara el momento de sacárselo, de modo que en un momento la habitación se llenó de sonidos de gritos y palmadas mientras nuestro cuerpos disfrutaban de una total entrega.
Estaba tan sometida que sus brazos fallaron, cayendo de cara sobre el sofá, lo que provocó que aún fuera más sensual mi visión, y sin poderme aguantar le saqué mi sexo incrustándoselo en su cueva. Recibió con alborozo el cambio, y sin pedirme permiso, se dio la vuelta, dándome la oportunidad de verle los ojos mientras le hacía el amor.
Meaza era todo lujuria, sus músculos interiores parecían ordeñarme, presionando y relajando mi extensión mientras que con sus piernas me abrazaba consiguiendo que la penetraciones fueran todavía más profundas. Con su respiración entrecortada, no dejaba de hablar en un idioma extraño, mientras las primeras gotas de sudor recorrían su pecho.
Recogiendo parte de su flujo entre mis dedos, se los llevé a la boca, y ella los sorbió con ansia mientras me miraba con deseo. Ya fuera de control, coloqué sus piernas en mis hombros y sin esperar a que se acomodara la penetré de un solo golpe. La nueva postura hizo que su vagina ya totalmente inundada se desbordara, mojándome las piernas. El sentir como se vaciaba, corriéndose entre mis brazos, aceleró mis incursiones de manera que una corriente eléctrica me recorrió por entero, y en intensos oleadas de placer, eyaculé en su cueva regándola con mi simiente.
Y sin esperar a que se recuperara, la llevé a mi cama a descansar. Con Meaza bien pegada a mi piel, me relajé, quedándome dormido al instante.
Eran casi las nueve de la noche, cuando abrí los ojos, y al buscarla con mis brazos descubrí que no estaba. Pero me dí cuenta de que una mujer estaba hablando en el salón, y mi extrañeza fue tanta que me levanté a ver quien era.
Desde la puerta pude oír como Meaza, hablando en un perfecto español con acento madrileño, le decía a María:
Lo siento, no puedo seguir con el juego-, quedándose callada mientras escuchaba la respuesta,-Mira me he dado cuenta, que me encanta mi papel, y no pienso descubrirme, pienso seguir actuando como Meaza, mientras Fernando no lo sepa. Para cuando se entere, espero que no quiera echarme-.
Mi amiga debió intentar el convencerla, porque oí como le gritaba al teléfono, pero la negrita le respondió:
Llámame loca, pero por primera vez en mi vida, alguien me cuida, y disfruto cada minuto en que soy su indefensa emigrante, es más me pone cachonda ser su sumisa-.
Tras lo cual, le colgó, yéndose a preparar la cena. Mi mundo se desmoronó en ese instante, viendo que había sido objeto de una broma. Estuve a punto de saltar a su cuello, y estrangularla, pero en vez de ello, tratando de pensar en mi siguiente paso, decidí irme a tomar un baño.
La solución me la dio ella, cuando entrando mientras estaba en la bañera, se arrodilló a mi vera, y cariñosamente por gestos me dijo que ya estaba la cena.
Si a ella le gustaba su papel, iba a hacer como si no me hubiese enterado, al fin y al cabo, era una suerte tenerla a mi disposición. Pero María era otra cosa, me había intentado tomar el pelo, por lo que tranquilamente me dije:
-Tengo tiempo de vengarme-, y dándole un azote en el culete, le dije a mi servil criada negra: -Sécame-. Ella, ajena a lo que sabía, me miró sonriendo mientras cogía la toalla….

Relato erótico: “Atraído por……3, mi negra me consigue otra criada” (POR GOLFO)

$
0
0
Meaza dormía a mi lado. Todavía no se había dado cuenta que estaba despierto, lo que me dio la oportunidad de mirarla mientras descansaba. Su belleza negra se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Me encantaba observarla, sus largas piernas, perfectamente contorneadas, eran un mero anticipo de su cuerpo. Sus caderas, su vientre liso, y sus pequeños pechos eran de revista. Las largas horas de gimnasio y su herencia genética, le habían dotado de un atractivo más allá de lo imaginable.
Pero lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor. Cuando la conocí, se lanzó a mis brazos, sin saber si era una caída por un barranco, sin importarle el poderse despeñar, ella quería estar conmigo y no se lo pensó dos veces. Tampoco meditó que iba a significar para su familia, que yo fuera blanco, y cuando su padre la repudió como hija, mantuvo su frente alta, y orgullosamente se fue tras de mí.
Ahora, la tenía a escasos centímetros y estaba desnuda. Sabiendo que no se iba a oponer, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón, era suave al tacto. Anoche, había hecho uso de él, desflorándolo con brutalidad, pero ahora me apetecía ternura.
Pegándome a su espalda, le acaricié el estómago, no había gota de grasa. Meaza era una mujer delgada, pero excitante. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, la gracia de sus curvas tenían en sus senos la máxima expresión. La gravedad tardaría todavía años en afectarles, seguían siendo los de una adolescente. Al pasar la palma de mi mano por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo, lo que me hizo saber que estaba despierta.
La muchacha, que se había mantenido callada todo ese rato, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase. No dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sus intenciones, era como si me gritase: -Te deseo-.
Bajando un mano a su sexo, me lo encontré mojado. Todavía no me había acostumbrado a la facilidad con la que se excitaba, y quizás por eso me sorprendió, que sin pedírselo, y sobretodo sin casi prolegómenos, Meaza levantando levemente una pierna, se incrustara mi extensión en su interior.
La calidez de su cueva me recibió sin violencia, poco a poco, de forma que pude experimentar como centímetro a centímetro mi piel iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Cogiendo un pezón entre mis dedos, lo apreté como si buscara sacar leche de su seno. Ella al notarlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó mi placer.
Su vagina, ya parcialmente anegada, presionaba mi pene, cada vez que su dueña forzaba la penetración con sus caderas, y lo soltaba relajando sus músculos, al sacarlo. Nuestros cuerpos fueron alcanzando su temperatura, mientras nuestra pieles se fundían sobre el colchón.
Separando su pelo, besé su cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha amanecido mi querida sierva?-
Mis palabras fueron el acicate que necesitaba, convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, y si de su garganta emergió su aceptación, de su pubis manó su placer en oleadas sobre la sábana. “Primer orgasmo de los múltiples que conseguiría esa mañana”, pensé mientras le mordía su hombro. Mis dientes, al clavarse sobre su negra piel, prolongaron su clímax, y ya, perdida en la lujuria de mis brazos, me pidió que me uniese a ella.
-Tranquila-, le contesté dándole la vuelta.
El brillo de sus ojos denotaba su deseo. Meaza me besó, forzando mi boca con su lengua. Juguetonamente, le castigué su osadía, mordiéndosela, mientras que con mis manos me apoderaba de su culo.
-Eres una putita, ¿lo sabías?-
-No, mi amo, ¡soy tu puta!-, me contestó sonriendo, y sin esperar mi orden se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose.
Chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina. No fue por dolor, al contrario se sentía llena, cuidada, y agradeciéndoselo a mí, su dueño, sensualmente llevó sus manos a sus pechos y pellizcándolos, me dijo:
-Amo, si soy buena, me premiarías con un deseo-.
-Veremos-, le contesté acelerando mis incursiones.
Sabía que fuera la que fuera su petición, difícilmente me podría negar, y más cuando dándome como ofrenda sus pechos, me los metió en mi boca, para hacer uso de ellos. Sus aureolas casi habían desaparecido al erizársele los pezones. Duros como piedras, al torturarles con mis dientes, parecieron tomar vida propia y obligaron a la mujer a gemir su pasión.
-¡Muévete!-, le exigí al notar que mi excitación iba en aumento.
Obedeciéndome, su cuerpo empezó a agitarse como si de una coctelera se tratase, licuándose sobre mis piernas. Con la respiración entrecortada, me rogó que la regase con mi semen, que ya no podía aguantar más. Muchas veces había oído hablar de la eyaculación femenina, pero nunca había experimentado que una mujer se convirtiera en una especie de geiser, lanzando un chorro fuera de su cuerpo, mientras tenía clavado mi miembro en su interior. Por eso, me quedé sorprendido y sacando mi pene, me agaché a observar el fenómeno.
Justo debajo de su clítoris, su sexo tenía un pequeño agujero del que salía a borbotones un liquido viscoso y transparente. Me tenía pasmado ver que cada vez que le tocaba su botón del placer, volvía a rugir su cueva, despidiendo al exterior su flujo, por lo que decidí probar su sabor.
Lo que sucedió a continuación no tiene parangón. Mientras mi lengua se apoderaba de sus pliegues, Meaza se hizo con mi pene, introduciéndoselo completamente en la boca y usando su garganta como si fuera su sexo, comenzó a clavárselo brutalmente. Yo, maravillado por mi particular bebida, busqué infructuosamente secar el manantial de su entrepierna y ella, masajeando mis testículos, se lo insertaba a la vez hasta el fondo.
Con mi sed, totalmente satisfecha, me pude concentrar en sus maniobras. Estaba siendo el actor principal de una película porno, la negrita era un pozo de sorpresas, cogiendo mi mano se la llevó a la nuca para que le ayudara. Fue entonces, cuando sentí que me corría y presionando su cabeza contra mi sexo, en grandes oleadas de placer me derramé en el interior de su garganta. Meaza no se quejó, sino que absorbió ansiosa mi semen, y disfrutando realmente siguió mamando hasta que dejó limpio todo mi pene, y viendo satisfecha que lo había conseguido, me miró diciendo:
-¿Le ha gustado a mi amo?-
Solté una carcajada, era una descarada pero me volvía loco. La negrita se hacía querer y lo sabía, por lo que dándole un azote le dije que me iba a bañar.
Debajo de la ducha, medité sobre la muchacha, no solo era multiorgásmica, sino que era una verdadera maquina de hacer el amor, y lo mejor de todo que era mía. Todavía recordaba como la había conocido, y como entre ella y Maria habían planeado tomarme el pelo. Su plan falló por un solo motivo, Meaza se había enamorado dando al traste toda la burla.
Saliendo de la ducha, me encontré a la mujer preparada para secarme. Su sumisión era algo a lo que podría acostumbrarme, pero aún era algo que me encantaba sentirla siempre dispuesta a satisfacerme hasta los últimos detalles. Levantado los brazos dejé que lo hiciera.
-Fernando-, me dijo mientras me secaba,-¿me vas a conceder mi deseo o no?-.
Tenía trampa, y por eso le pregunté cual era antes de darle mi autorización. Arrodillándose a mis pies, me miró con cara de pícara, y me contestó:
-Mi amo es muy hombre, y necesito una ayudante-.
La muy ladina, me quería utilizar para sus propios propósitos, lo supe al instante, pero la idea, de tener dos mujeres a mi disposición, me apetecía y sabiéndome jodido le dije:
-¿Tienes alguien en mente?-
Sonriendo, me respondió:
-María puede ser una buena candidata, siempre que no te moleste-.
Mi buena sumisa estaba usando sus dotes, sabiendo que no me iba a negar, ya que de esa forma mataba dos pájaros de un tiro, me vengaba y la satisfacía. Me reí de su cara dura, y besándola le exigí que quería desayunar.
-Lo tiene en la mesa, ya servido, como cada mañana, mi querido amo, y el día que no lo tenga: ¡castígueme!-.
……………………………………………………………………..
El trabajo en la oficina me resultó monótono, por mucho que intentaba involucrarme en la rutina, mi mente volaba pensando en que sorpresa me tendría esa noche, mi querida negrita. Desde que apareció en mi puerta hace varios jornadas, se había ocupado de que mi vida fuera cada vez más interesante y divertida.
Era parte de su carácter, no podía evitar el complacerme, según me había confesado, en realidad, pensaba que había nacido para servirme, y que ya no tenía sentido su existencia sin su dueño. Meaza podía parecer dócil, y lo era, pero recapacitando me convencí que detrás de esa máscara de dulce sumisión, estaba una manipuladora nata. “Tiempo al tiempo”, pensé, “ya tendré muchas oportunidades de ponerla en su sitio, pero mientras tanto voy a seguirle la corriente”.
A la hora de comer, me había llamado pidiéndome que no llegara antes de las nueve de la noche, que la cena que me iba a preparar tardaba en cocinarse. La entendí al vuelo, y por eso al terminar decidí irme a tomar una copa al bar de abajo.
En la barra, me encontré con Luisa y su gran escote. Treinteañera de buen ver, que en varias ocasiones había compartido mi cama.
-¿Qué es de tu vida?, ¡golfo!, que ya no te acuerdas de tus amigas-, me dijo nada más verme. Coquetamente me dio dos besos, asegurándose que el canalillo, entre sus dos pechos, quedara bajo mi ángulo de visión.
-Bien-, le contesté parando en seco sus insinuaciones. Si no me hubiera comportado de manera tan cortante, la mujer no hubiese parado de mandarme alusiones e indirectas hasta que le echara un polvo, quizás en el propio baño del lugar.
-Joder, hoy vienes de mala leche-, me contestó indignada, dándose la vuelta y yendo a intentar calmar su furor uterino en otra parte.
Una medio mueca, que quería asemejarse a una sonrisa, apareció en mi cara, al percatarme que algo había cambiado en mí. Antes no hubiese desaprovechado la oportunidad y sin pensármelo dos veces, le habría puesto mirando a la pared .En cambio, ahora, no me apetecía. Solo podía haber una razón, y, cabreado, me dí cuenta que tenia la piel negra y rostro de mujer.
Sintiéndome fuera de lugar, vacié mi copa de un solo trago, y saliendo del local me di un paseo. El aire frío que bajaba de la sierra me espabiló y con paso firme me fui a ver que me deparaba mi negrita.
Me recibió en la puerta, quitándome la corbata y la chaqueta, me pidió que me pusiera cómodo, que como había llegado temprano, la cena no estaba lista. Sonreí al ver, sobre la mesa del comedor, la mesa puesta. Sabía que era buena cocinera, ya que había probado sus platos, pero al ver lo que me tenía preparado, dudaba que fuera capaz de terminar de cenar y encima desde la cocina, el ruido de las cacerolas me decían que todavía había más comida.
Esperando que terminara, me serví un whisky como aperitivo. Mucho hielo, poco agua es la mezcla perfecta, donde realmente puede uno paladear el aroma de la malta.
-¿Te gusta tu cena?-, me preguntó desde la cocina.
Antes de contestarle me acerqué a ver en que consistía, y como había aliñado los diferentes manjares. Sobre la tabla, yacía María. Se retorcía al ser incapaz de gritar por la mordaza que le había colocado en la boca. Cada uno de sus tobillos y muñecas tenían una argolla con cadenas, dejándola indefensa. Meaza se había ocupado de inmovilizarla, formando una x, que podía ser la clasificación que un crítico gastronómico hubiese dado al banquete.
Sobre su cuerpo, estaba tanto la cena como el postre, ya que perfectamente colocada sobre sus pechos una buena ración de fresas con nata, esperaban ser devoradas.
-Me imagino que la vajilla, no es voluntaria-, le contesté mientras picaba un poco de pollo con salsa de su estómago.
-No, se resistió un poquito-, me dijo, saliendo de la cocina.
Me quedé sin habla al verla, en sus manos traía un enorme consolador, de esos que se usan en las películas porno, pero que nadie, en su sensato juicio, utiliza. Con dos cabezas, una enorme para el coño, y otra más pequeña para el ano.
-¿Y eso?-
-Para que no se enfríe la cena-, me soltó muerta de risa mientras se lo incrustaba brutalmente en ambos orificios.
El sonido del vibrador poniéndose en marcha, me hizo saber que ya era hora de empezar a cenar, y acercándome a mi muchacha, le informé:
-Solo por hoy, te dejo comer conmigo-, y poniendo cara de ignorante, le pregunté:- ¿Cuál es el primer plato?-.
Señalándome el pubis depilado de María, me dijo:
-Paté-.
-Haz los honores-
Orgullosa de que su amo le dejara empezar, recogió un poco entre sus dedos, y acercándolo a mi boca, me susurró:
-Recuerda que siempre seré la favorita-.
-Claro-, le respondí dándole un azote, –pero, ahora mismo, tengo hambre-.
El trozo que me dio no era suficiente, por lo que cogiendo con el cuchillo un poco, lo unté en el pan, disfrutando de la cara de miedo que decoraba la vajilla. Realmente estaba rico, un poco especiado quizás motivado por la calentura, que contra su voluntad, estaba experimentando nuestra cautiva.
-Termínatelo-, le ordené a Meaza.
La negrita no se hizo de rogar y separando los pliegues del sexo de mi amiga, recogió con la lengua los restos. Dos grandes lágrimas recorrían las mejillas de María, víctima indefensa de nuestra lujuria. En plan perverso, haciendo como si estuviese exprimiendo un limón, torturó su clítoris, mientras recogía en un vaso parte de su flujo.
-Prueba tu próxima esclava-, me dijo Meaza, extendiéndome el vaso.
En plan sibarita, removiendo el espeso líquido, olí su aroma y tras probarlo, asentí, confirmándole su buena calidad. Conocía a Maria desde hace cinco años, pero siempre se había resistido a liarse conmigo, diciéndome que como amigo era genial, pero que no me quería tener como amante. Y ahora, era mi cena involuntaria.
El segundo plato, consistía en el guiso de pollo en salsa, que había picado con anterioridad, por lo que cogiendo un tenedor pinché un pedazo.
-Te has pasado con el curry-, protesté duramente a mi cocinera.
-Lo siento, amo-.
Era mentira, estaba buenísimo, pero así tenía un motivo para castigarla. Nuestra presa, se estaba retorciendo sobre la mesa. Aterrada, sentía como los tenedores la pinchaban mientras comíamos, pero sobre todo, lo que la hacía temblar, era el no saber como y cuando terminaría su tortura.
-No te parece, que esta un poco fría-, me dijo sonriendo Meaza, y sin esperar a que le contestara, conectó el vibrador a su máxima potencia.
Como si estuviera siendo electrocutada, María rebotó sobre la tabla, al sentir la acción del dildo en sus entrañas, y solo las duras cadenas evitaron que se soltara de su prisión. El sudor ya recorría su frente, cuando sus piernas empezaron a doblarse por su orgasmo. Y fue entonces, cuando mi hembra, apiadándose de ella, se le acercó diciendo:
-Si no gritas, le pediré permiso a mi amo, para quitarte la mordaza-.
Viendo que no me oponía y que la muchacha asentía con la cabeza, le retiró la bola que tenía alojada en la boca.
-Suéltame, ¡zorra!-, le gritó nada más sentir que le quitaba el bozal.
-¡Cállate!, que no hemos terminado de cenar-, dijo dándole un severo tortazo.
Desamparada e indefensa, sabiendo que no íbamos a tener piedad, María empezó a llorar calladamente, quizás esperando que habiendo terminado nos compadeciésemos de ella y la soltáramos.
Su postre-, me dijo señalando las fresas sobre sus pechos.
-¿Cuál prefieres?-.
No me contestó hablando sino que agachándose sobre la mujer, empezó a comer directamente de su seno. Era excitante el ver como lo hacía, sus dientes no solo mordían las frutas sino que también se cernían sobre los pezones y pechos de María, torturándolos. Meaza tenía su vena sádica, y estaba disfrutando. Nuestra victima no era de piedra, y mirándome me pidió que parara, diciendo que no era lesbiana, que por favor, si alguien debía de forzarla que fuera yo.
Sigue tú, que no me apetecen las fresas-.
La negrita supo enseguida que es lo que yo deseaba, y dando la vuelta a la mesa, empezó a tomar su postre de mi lado, de forma que su trasero quedaba a mi entera disposición. Sin hablar, le separé ambas nalgas y cogiendo un poco de nata de los pechos de María, embadurné su entrada, y con mi pene horadé su escroto de un solo golpe.
-¡Como me gusta!, que mi amo me tome a mi primero-, soltó Meaza, mientras se relamía comiendo y chupando el pecho de la rubia.
No sé si fue oír a la mujer gimiendo, sentir como el dildo vibraba en su interior, o las caricias sobre su pecho, pero mientras galopaba sobre mi hembra, pude ver que dejando de llorar, María se mordía los labios de deseo. “Está a punto de caramelo”, pensé y cogiendo de la cintura a mi negra, sin sacar mi extensión de su interior, le puse el coño de la muchacha a la altura de su boca.
Meaza ya sabía mis gustos, y separando los labios amoratados de la rubia, se apoderó de su clítoris, mientras metía y sacaba el enorme instrumento de la vagina indefensa. Satisfecho oí, como los gritos de ambas resonaban en la habitación, pero ahora me dije que no eran de dolor ni humillación sino de placer, y acelerando mis embestidas, galopé hacía mi propia gozo.
Éramos una maquinaria perfecta, mi pene era el engranaje que marcaba el ritmo, por lo que cada vez que penetraba en los intestinos de la negra, ésta introducía el dildo, y cuando lo sacaba, ella hacía lo propio. Parecíamos un tren de mercancía, hasta los gemidos de ambas muchachas me recordaban a la bocina que toca el maquinista.
La primera, en correrse, fue mi amiga, no en vano había tenido en su interior durante más de medía hora el aparato funcionando y cuando lo hizo, fue ruidosamente. Quizás producto de la dulces caricias traseras del dildo, una sonora pedorreta retumbó en la habitación, mientras todo su cuerpo se curvaba de placer.
Tanto Meaza como yo, no pudimos seguir después de oírlo. Un ataque de risa, nos lo impidió, y cuando después de unos minutos, pudimos parar, se nos había bajado la lívido.
-¿Qué hacemos con ella?-, me preguntó, señalando a María.
Bromeando le contesté:
O la convences, o tendremos que matarla, no me apetece ir a la cárcel por violarla-.
-Quizá sea esa la solución-, me dijo guiñándome un ojo,- ¿Tu que crees?-
La muchacha que hasta entonces se había mantenido en silencio, llorando, nos imploró que no lo hiciéramos jurando que no se lo iba a decir a nadie. Realmente estaba aterrorizada. Aunque nos conocía desde hace años, esta vertiente era nueva para ella, y tenía miedo de ser desechada, ahora que nos habíamos vengado.
Yo sabía que mi negrita debía de tener todo controlado, por eso no pregunté nada, cuando soltándola de sus ataduras, mientras la amenazaba con un cuchillo, se la llevó a mi cuarto. Durante unos minutos, me quedé solo en el salón, poniendo música. Estaba tranquilo, extrañamente tranquilo, para como me debía de sentir, si pensaba en las consecuencias de nuestros actos.
 salió de la habitación. Se la veía radiante al quitarme de la mano mi copa, y de un trago casi acabársela.
-Perdona, pero tenía sed-, me dijo sentándose a mi lado.
-¿Como está?-, le pregunté tratando de averiguar cual era su plan.
-Preparada-.
-¡Cuéntame¡-
-¿Recuerdas las cadenas de mi pueblo?-.
Asentí con la cabeza, esperando que me explicase.
-Pues como ya te conté, aunque su origen era para mantener inmovilizadas a las cuativass, las tuvieron que prohibir por la conexión mental, que se crea entre el amo y la esclava. Nos vamos a aprovechar de ello. María, después de probarlas, será incapaz de traicionarnos-.
La sola imagen de la muchacha atada, con las manos a la espalda y las piernas flexionadas, en posición de sumisa, provocó que se me alteraran las hormonas y besando a mi hembra, le dije que ya estaba listo.
Abrazado a su cintura, fui a ver a nuestra víctima. Meaza había rediseñado mi cuarto, incluyendo en su decoración motivos africanos, y otros artilugios, pero lo que más me intrigó fue ver a los pies de la cama un pequeño catre, de esparto, realmente incomodo, aunque fuera en apariencia. Al preguntarle el motivo, puso cara de asombro, y alzando la voz, me contestó que no pensaba dormir con su esclava.
-¿Tu esclava?-, le dije soltándole un tortazo, -¡será la mía!-.
Viendo mi reacción, se arrodilló, pidiéndome perdón, jurando que se había equivocado, y que nunca había pensado en sustituirme como amo. Cogiéndola de sus brazos, la levanté avisándola que ahora teníamos trabajo, pero, que luego, me había obligado a darle una reprimenda.
Indignado, me concentré en María. Sobre mi cama, yacía atada de la manera tradicional, pero acercándome a ella, descubrí que las cadenas con la que estaba inmovilizada, no eran las que yo había comprado, sino otras de peor calidad. Éstas eran plateadas, y las otras, doradas. “Debe de haberlas comprado esta mañana”, pensé al tocarlas.
La pobre muchacha nos miraba con ojos asustados. Nuevamente, llevaba el bozal y por eso cuando enseñándome el genero, Meaza azotó su trasero, lo único que oí, fue un leve gemido.
-Quítale la mordaza-, ordené a mi criada.
Mientras la negra se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a mi amiga acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no se preocupara, pero que ella era la culpable de lo que le había pasado, al intentar hacerme una jugarreta. No se daba cuenta, pero las cadenas estaban cumpliendo a la perfección con su cometido, ya que además de mantenerla tranquila, poco a poco, la iban sugestionando, de manera que nada más sentir que ya podía hablar, me dijo:
Suéltame, si lo que quieres es hacerme el amor, te juro que te lo hago, pero libérame-.
Sonreí al escucharla, y bajando mis manos por su cuerpo, le contesté:
Te propongo algo mejor, te voy a acariciar durante dos minutos, si después de ese tiempo, me pides que te suelte, te vistes y te vas-.
La muchacha me dijo que sí, con la cabeza. Meaza estaba esperando mis ordenes, haciéndole una seña, le dije que empezara. Poniéndose a los pies de la cama, comenzó a besarle las piernas, mientras yo me entretenía con el cuello de la niña, de forma que rápidamente cuatro manos y dos bocas se hicieron con su cuerpo. Los pezones rosados de la rubia me esperaban, y bordeando con mi lengua su aureola, oí el primer gemido de deseo al morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta?-.
-Si-, me dijo con la respiración entrecortada.
Mi criada estaba a la altura de sus muslos, cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis. Separando sus dos nalgas, ordené a Meaza que me lo preparara. Su lengua se introdujó en la vagina, justo en el momento que mi amiga se empezaba a correr, gritando su placer y derramándose sobre las sabanas.
Aproveché su orgasmo para preguntarle si quería que la hiciera mía.
Llorando de gozo y humillación, me respondió que sí. Yo sabía la razón, pero no me importaba que ella no fuera consciente de estar sometida por la acción de las cadenas, lo realmente excitante era el poder, por lo que retirando a la negrita, me acomodé entre sus piernas y colocando mi pene en la entrada de su cueva esperé…
Su sexo, ya totalmente inundado, se retorcía, intentando que mi glande entrara en su interior.
-Ponte delante-, le dije a Meaza.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de María pero sin forzarla a que se lo comiera. Viendo que estábamos ya en posición agarré las cadenas, y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su coño. Mi amiga jadeo al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión, ya totalmente erecta, la tenía en su antesala.
-¿Quieres que siga?-.
Ni siquiera me respondió, cerrando sus piernas, buscó el aumentar su placer, sin darse cuenta que al hacerlo violentaba aún más su postura, y gimiendo de dolor y gusto, se entregó totalmente a mí, gritando:
-Por favor, ¡hazlo!-.
Apiadándome de ella, la penetré de un golpe tirando de su cuerpo para atrás, hasta que la cabeza de mi glande rozó el final de su vagina, momento que Meaza aprovechó para obligarla a besarle su sexo. A partir de ahí, todo se desencadenó y la lujuria dominando su mente, hizo que sus barreras cayeran, y que su lengua se apoderara del clítoris de la negra, mientras yo la penetraba sin piedad. No tardó en correrse, y con ella, mi criada. Los jadeos y gemidos de las mujeres eran la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer, y agarrando firmemente las cadenas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñalaba su sexo impunemente, las cadenas tiraban de su columna, y ella indefensa, se retorcía gritando su sumisión, mientras ajeno a todo ello, solo pensaba en cuando iba a notar el placer del esclavista. La primera vez que lo experimenté fue algo brutal, nada de lo que había sentido hasta ese momento se asemejaba, era el orgasmo absoluto. Durante siglos, en Etiopía habían estado prohibido por el poder de sugestión, y su uso estaba limitado. Lo que me había parecido una exageración, tenía una razón, y no la comprendí hasta que sacudiendo mi cuerpo, empezó a apoderarse de mi una sensación de triunfo, que me obligaba a seguir montando a María, sin importarme que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual. Con su espalda, cruelmente doblada, y su coño, totalmente empapado, se estaba corriendo entre grandes gritos. Era como si estuviera participando en una carrera suicida, incapaz de oponerse, se retorcía en un orgasmo continuo, forzando mis penetraciones con sus caderas, mientras la tensión se acumulaba en su interior. La propia Meaza colaboraba con nuestra lujuria, masturbándose con las dos manos.
La escena era irreal, la negra reptando por el colchón mientras yo empalaba a María. De improviso, sin dejar de moverme, me vi dominado por el placer, como si fuera un ataque epiléptico, comencé a temblar sobre la muchacha, y explotando me derramé en su cueva. Durante un tiempo difícil de determinar, para mi mente solo existían mis descargas, todo mi ser era mi pene. Era como si las breves e intensas oleadas de semen fueran el todo, hasta que cayendo agotado, me desplomé sobre la muchacha. Por suerte estaba Meaza que evitó que le rompiera las vértebras al retirarme de encima de ella.
Tardé en recuperarme, y cuando lo hice, la imagen de la negra retirando las cadenas a una María, con baba en la boca y los ojos en blanco, me asustó.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo el estado lamentable de mi amiga.
Se ha desmayado, demasiado placer-, me contestó.
Los minutos pasaron angustiosamente, y la rubia no volvía en sí. Ya estábamos francamente nerviosos, cuando abriendo los ojos, reaccionó. Lo primero que hizo fue echarse a llorar, y cuando le pregunté el porqué, con la respiración entrecortada, me respondió:
No sé como no me había dado cuenta que te amaba-, y alzando su brazos en busca de protección, prosiguió diciendo,-gracias por hacérmelo ver-.
Todo arreglado, no quedaba duda de que sería imposible que nos traicionara, pero quedaba la última prueba, y levantándome de la cama, les dije a mis dos mujeres:
-La que me prepare el baño, duerme conmigo esta noche-.
Ambas salieron corriendo, compitiendo en ser la elegida. Era gratificante el ver la necesidad de servirme que tenían, pensé mientras soltaba una carcajada.

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta” (POR GOLFO)

$
0
0

INTRODUCCIÓN

Antes de contaros como terminé entre las piernas de mi cuñada, debo empezar por cómo llegó a mi vida esa mujer. Nací en una familia de clase media madrileña, normal y corriente, de esas que, aunque vivían bien, al llegar a fin de mes sufrían estrecheces. Nada importante pero mis padres no pudieron darnos ningún lujo ni a mí ni a mi hermano. Todo el dinero sobrante lo dedicaron a nuestra educación, de forma que cuando murieron no dejaron dinero pero si nos legaron una formación de primer nivel.
Yo era el hermano mayor porque nací quince minutos antes que Alberto y aunque no éramos gemelos sino mellizos, nuestro parecido era notable. Ambos fuimos buenos estudiantes y acabamos con nota dos carreras pero ahí terminan nuestras semejanzas, ya que por azares de la vida tomamos caminos muy diferentes.
Mientras yo me enfrascaba en conseguir una futuro profesional que me reportara dinero, mi hermanito como tenía grandes ideales se fue a Asia a trabajar con una ONG. Siempre me había parecido que perdía el tiempo pero como estaba tan involucrado con su labor humanitaria y rara vez venía a España, tuve pocas oportunidades de comentárselo.
Creo que en los últimos diez años, le había visto únicamente tres veces y por eso, aunque le adoraba, mi hermano era un auténtico desconocido. Solo sabía que vivía en Samoya, un pequeño país del sudeste asiático, donde le consideraban un santo y poca cosa más. Ni siquiera me enteré cuando se casó y todavía no se lo perdono. Le importaban más esa pobre gente que su familia.
Siempre pensé que cambiaría y que algún día volvería a Madrid y trabajaría por su futuro pero el destino quiso que no fuera así:
Una mañana recibí una llamada de la embajada de ese país donde me informaron de su muerte hablando de la irreparable pérdida que había sufrido el pueblo samoyano. Tardé en asimilar lo que me decían y cuando reparé que ese cretino estaba hablando de Alberto, me encabroné:
«Soy yo quien ha perdido a mi único hermano», pensé maldiciendo no solo a la ONG sino a todo lo que me sonara a oriental.
Mientras mi corazón se rompía en mil pedazos, el burócrata siguió con su perorata, narrando las virtudes del fallecido para terminar diciendo que el gobierno le había concedido una condecoración póstuma y que querían que yo la recogiese en su nombre. Por lo visto habían previsto un funeral en su honor donde iría hasta el presidente de ese remoto país y habían reservado un vuelo a mi nombre que saldría al día siguiente.
Aunque por mis poros exudaba odio por todo lo samoyano, comprendí que él había dado su vida por ese pueblo y por eso no pude negarme a honrar su memoria. Nada más colgar, fui a ver a mi socio y tras explicarle lo sucedido, le dije que iba a ausentarme durante una semana.
―Manuel, ¡no jodas! Tómate el tiempo que necesites.
Después de agradecerle su comprensión, invertí el resto de la jornada en cerrar asuntos y en ocuparme que en los que siguieran abiertos, alguien los tomara a su cargo, sin saber que, una semana después al volver a España, nada volvería a ser igual.
Triste y sin ganas, llegué esa noche a mi casa. Afortunadamente era soltero y por eso no tuve que aguantar que nadie que intentara compartir mi luto. Cabreado con Dios, con los ángeles y con cualquier ser celestial, cené y me fui a la cama. Como imaginareis, dormí fatal. Me reconcomía el no haber hecho más por ver a Alberto y sabiéndome soló en el mundo, lloré mis penas.

CAPÍTULO 1

Al llegar al aeropuerto, me esperaban un puto amarillo y una zorra de su mismo color que, al verme, dieron grandes y ostentosas muestras de dolor. Reconozco que no les hice ni puñetero caso pero ni siquiera se enfadaron porque debieron pensar que seguía en shock y servicialmente me llevaron al área de autoridades.
Esa fue la primera vez que comprendí la enorme labor que mi hermano había desarrollado porque ese salón estaba destinado a altos cargos de gobierno. Aturdido por el descubrimiento, no me extrañó que al subir al avión, la oriental me acompañara y tras sentarse a mi lado en un asiento de primera, me dijera que iría conmigo a Samoya como traductora.
Al protestar diciéndole que no era necesario, sonrió y con gran ceremonial, me contestó:
―Su hermano es un héroe en mi país. Dio su vida por la justicia y mi gobierno ha considerado que es nuestro deber facilitarle las cosas.
Me callé lo que opinaba de sus putos gobernantes y viendo que no me quedaba más remedio que aguantar su compañía, intenté dormir. La que si lo consiguió fue Loung. Ajena a mi escrutinio, la joven se acomodó encogiendo sus piernas sobre su asiento de manera inconsciente. Su dormitar me permitió observarla con detenimiento. Parecía recién salida de la adolescencia, su pecho todavía no se había desarrollado por completo pero aun así tuve que reconocer que la chavala estaba para mojar pan. Dueña de unos muslos atléticos y de una estrecha cintura lo que realmente me puso bruto fue que gracias a la forzada postura que había adoptado, su falda se le había descolocado, dejando al descubierto tanto el coqueto tanga como el maravilloso trasero que inútilmente trataba de tapar.
«Menudo culo», pensé mientras mi mente luchaba contra la excitación.
En un momento dado, la samoyana se dio la vuelta y entonces mi calentura se vio incrementada exponencialmente al comprobar que se le había desabrochado la camisa y descubrir que nada me impedía contemplar su pecho. Pequeños pero duros, sus senos estaban decorados por dos pequeños pezones de color rosa que me confirmaron su juventud.
Cabreado conmigo mismo, traté de apartar la mirada pero una y otra vez mis ojos volvieron a caer en la tentación hasta que también desde debajo de mi calzoncillo, mi pene exigió que le hiciera caso. Reconozco que estuve a punto de pajearme con ella y que incluso cogí una manta para taparme, pero justo cuando ya iba a sacarme la polla, ella se despertó.
Al abrir los ojos y notar que se le había abierto la blusa, se puso colorada pero entonces también se percató que mi entrepierna estaba extrañamente abultada y poniendo cara de fulana, me preguntó:
―¿Necesita algo de mí?
Fingiendo una tranquilidad que no sentía, le contesté que no pero ella pasando su mano por encima de mi bragueta insistió:
―¿Está seguro?
―Completamente― respondí de mala gana porque sus dedos habían aferrado ya mi extensión y sin cortarse por el resto del pasaje, esa morenita se disponía relajar mi tensión.
Poniendo un puchero, me susurró:
―Me han ordenado que honre al hermano de nuestro benefactor y le aseguro que la idea me resulta muy agradable.
Viéndolo con perspectiva y ya pasado un tiempo, confieso que fui injusto con ella y que si esa chavala no me hubiese recordado el motivo del viaje y quien eran sus jefes, le hubiese dejado proseguir pero fui incapaz y retirándola violentamente a su asiento, le exigí que me dejara en paz. Durante el resto del viaje, Loung se dedicó a tratar de intimar conmigo pero se topó contra una pared, consiguiendo únicamente algunos monosílabos como respuesta.
Ya en la capital de ese país, una enorme limusina de origen chino nos llevó hasta el lugar donde estaban velando a Alberto. Al ver la multitud que hacía cola para rendirle sus respetos, valoré en su justa medida el amor que esa gente sentía por su memoria y ya no pude seguir recriminando a mi hermano que hubiera perdido su vida por ellos.
Una vez en el velatorio, el ataúd con mi hermano estaba cerrado y al pedir que lo abrieran para darle mi último adiós, vi la cara de desconcierto de los empleados. Al preguntarle a mi intérprete que era lo que pasaba, Loung me llevó a un rincón y en voz baja me dijo:
―Aunque oficialmente su hermano murió de un ataque al corazón, fue asesinado por los enemigos de mi pueblo y no conviene destaparlo porque de hacerlo se haría público.
―No comprendo y eso que importa ahora, Alberto está muerto y su labor terminada.
―No es así― respondió la oriental:― si el gentío se entera de que lo mataron, habría una espiral de sangre y sus asesinos habrían conseguido su objetivo: detener las reformas que nuestro gobierno ha emprendido y que su hermano defendía.
Asumiendo sus palabras, no insistí en ver su cadáver y arrodillándome frente a su féretro, recé por él. Desgraciadamente las sorpresas no acabaron allí porque llevaba media hora en ese lugar cuando reparé en una diminuta mujer que lloraba sin consuelo a mi lado. Supuse que debía ser alguien importante en la vida de Alberto, debido tanto a su dolor como al puesto de relevancia que le habían dado y por eso susurrando al oído a Loung, le pregunté quién era.
La chavala me miró y tras reponerse de mi pregunta, contestó:
―Es la esposa de su hermano, Sovann Norondom, su más fiel ayudante y como él, perseguida por los que se oponen a los cambios.
Alucinado por la noticia de que Alberto dejara una esposa, no supe que decir y sin saber cómo, me acerqué a esa mujer y cogiéndola de sus manos, la abracé. Las muestras de cariño no están bien vistas en público y por eso esa morenita se separó de mí y haciéndome una reverencia, me dijo una frase en samoyano que no entendí. Menos mal que Loung llegó en mi ayuda y traduciendo sus palabras, me soltó:
―Es un honor conocer al hermano de mi marido. Su recuerdo no morirá jamás mientras nuestro amor por él siga en nuestra memoria.
Entonces me di cuenta que se esperaba unas palabras mías y por eso en voz alta, respondí:
―Aunque pasen los años y los que le conocimos estemos muertos, sus obras seguirán aquí recordando su vida.
Al traducirlo la muchacha, los presentes asintieron y desde ese momento, me miraron con otros ojos. Quizás me vieron como la reencarnación de Alberto o lo que es más probable, creyeran que iba a continuar su misión. Los hechos que se desarrollaron a posteriori, hicieron inviable esa segunda interpretación aunque yo hubiese querido.
En ese momento, el general Kim hizo su aparición con todo su gobierno y acercándose a mi lado, me saludó diciendo:
―En nombre del pueblo de Samoya, le ruego acepte esta medalla en nombre de Alberto Cifuentes, mártir de los pobres y precursor de la reforma agraria que mi gobierno ha aprobado.
Tras coger la condecoración de sus manos, se sentó a mi lado y dio comienzo el funeral. Durante una hora, fui testigo de una extraña ceremonia en un idioma desconocido y solo cuando ese militar se despidió de mí, comprendí que había finalizado. Aturdido por las muestras de afecto, saludé uno a uno a los presentes mientras su viuda se quedaba en segundo plano. Al no conocer sus costumbres, pensé que eso era la norma y no le di mayor importancia hasta que, ya en el hotel, pregunté por ella a mi asistente mientras me tomaba una copa en el bar.
―Está despidiéndose de sus conocidos pero no se preocupe, mañana como está previsto la tendrá en el aeropuerto.
No me preguntéis porqué pero ese “la tendrá” me mosqueó y tratando de averiguar su real significado, le pregunté a Loung que quería decir. La mujer, tartamudeando, se disculpó diciendo que creía que yo sabía que, para evitar incidentes, Sovann nos acompañaría en nuestro viaje.
―No entiendo― exclamé:― Me estás diciendo que esa mujer viene a Madrid.
Muerta de vergüenza y sin ser capaz de mirarme a los ojos, respondió:
―Así lo ha determinado el presidente. No quiere que su viuda sea un objetivo de los enemigos del estado y ha decidido que Usted se haga cargo de ella.
―¿La está exiliando?
―No pero, por su seguridad, cree que es mejor que no vuelva jamás a pisar nuestra tierra.
Helado, comprendí que ese capullo que había concedido la medalla a mi hermano ante el público, en privado deseaba desembarazarse de esa mujer porque le resultaba un problema. Sintiéndome una puta marioneta, ni me despedí de Loung y con paso firme, me encerré en mi habitación, lamentando mi suerte…

CAPÍTULO 2

Llevaba media hora viendo una película en el canal internacional cuando escuché que alguien tocaba a mi puerta. Al abrir me encontré de frente con mi intérprete que, pegándome un suave empujón, se metió en mi cuarto.
―¿Qué haces?― pregunté al ver que se quitaba un abrigo bajo el cual esa mujer solo llevaba ropa interior.
―¡Desobedecer órdenes!. Voy a hacer algo contrariando a mi rey. En el avión le mentí, tengo prohibido confraternizar. Usted es territorio vedado pero no he podido pensar en otra cosa desde que le vi excitado por mí― respondió mientras se desabrochaba el sujetador.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas depositarla en mi cama. La interprete con sus manos, temblando por el deseo, consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseído por un deseo irrefrenable, me desnudé sin darme tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus pequeños pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Loung agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No le hicieron falta preparativos, llevaba un día excitado por lo que al descubrir la humedad de su sexo, sin contemplaciones, la penetré. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Aun con la diferencia de tamaño, esa asiática y yo estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer.
Loung con su metro sesenta de puro sexo resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo, y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitaron aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mí dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me corriera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Loung conseguía el primer clímax de la noche.
―¿Quieres seguir desobedeciendo órdenes?― dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su pelo negro.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
―Bobo, no sabe cómo necesitaba sentirme suya.
Increíblemente, después de un polvo, esa samoyana me seguía tratando de usted y respondiendo mentalmente a su pregunta: No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
―¡No se mueva! ¡Déjeme!
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis vellos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
―Por supuesto― respondí extrañado del modo tan dulce que esa mujer me había hecho el amor.
Desgraciadamente, el cansancio y la tensión acumulada consiguieron vencerme y abrazado a esa burócrata infiel, me quedé dormido…

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 2” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 3

A la mañana siguiente, Loung me despertó con un beso. Creyendo que quería reanudar lo ocurrido, la abracé pero ella rehuyendo mis caricias y con lágrimas en los ojos, me informó:
―Don Manuel, nunca se repetirá. He cometido un error porque ahora me va a ser más difícil cumplir con mi deber porque cada vez que le mire, querré ser suya y sabré que es imposible.
―No te entiendo― respondí enojado― creí que habías disfrutado.
―Y disfruté pero a partir de hoy, habrá otra mujer en su casa― dijo mientras huía llorando de la habitación.
En ese instante, no la comprendí y creyendo que una vez en Madrid tendría oportunidad de repetir cuando esa joven estuviera lejos de Samoya, decidí no perseguirla por el hotel.
Al bajar al hall. Loung se había puesto la careta de burócrata y con gesto serio, me saludó.
―Su automóvil está listo para llevarle al aeropuerto. Me han informado que su cuñada ya nos está esperando en la sala de espera.
Ya había asumido que tendría que cargar con esa desconocida y comprendiendo que no era culpa suya, enfoqué todo mi odio contra su gobierno. Lo que no me esperaba fue que al llegar, mi cuñada estuviera escoltada por un par de policías y su actitud me hizo saber que no se iba de buen grado. Por eso, aprovechando que nos dejaron un minuto, a solas, le dije que no se preocupara porque yo me ocuparía de que no le faltara nada.
―Siento ser una carga― respondió casi llorando con un marcado acento:― como el único varón que considero de mi familia, le debo respeto y procuraré servirle en lo que pueda siempre que me permita seguir con la labor de su hermano desde España.
No comprendiendo el alcance de sus palabras, le recalqué que mi casa sería la suya y que por supuesto estaba que podría continuar la obra que Alberto había empezado. La viuda sonrió al oírme pero no dijo nada porque los agentes habían vuelto y temía que nos oyeran.
Su silencio me permitió observarla. Aunque la raza oriental no era especialmente de mi agrado, tuve reconocer que ese metro cincuenta albergaba todo lo que un hombre puede soñar. Guapa y con un cuerpo proporcionado, su sonrisa era cautivante. A nadie que se fijara en ella, le pasaría inadvertido que esa mujer era una belleza.
«Alberto tuvo siempre buen gusto», pensé al verla caminar con paso felino por los pasillos del aeropuerto y maldiciendo mis pensamientos, me recriminé por pensar que su viuda tenía un buen polvo.
Curiosamente, Loung se mantuvo a distancia mientras estábamos en suelo samoyano pero en cuanto se hubieron cerrado las puertas del avión, se arrodilló frente a ella y en su idioma, le soltó una parrafada que no entendí. Sovann al percatarse que no lo comprendía, le dijo:
―En español, el hermano de mi marido debe de enterarse quien soy.
Loung se disculpó y ya en castellano, repitió:
―Princesa, el gobierno actual no representa al pueblo. Considéreme su leal súbdita, juro dar mi vida por usted.
―Loung Sen, tu padre me hizo llegar tu deseo de servirme y en agradecimiento a su fidelidad, desde este momento te acepto como mi secretaria personal.
Entonces lo comprendí todo. El rey, su tío y el presidente se habían desecho de un miembro de la familia real discordante en silencio y sin armar revuelo, por eso tantas facilidades y tantos honores. Querían que su pueblo jamás supiera de su exilio. De esa forma, mandándola con su cuñado a Madrid, evitaban rumores y sobre todo manifestaciones de apoyo.
Escudriñando las conversaciones con mi hermano, recordé que Samoya era una monarquía electiva y que al morir el rey el consejo de sabios decidía su sustituto. Sentí un escalofrió al pensar que mi cuñada sin duda debía ser la favorita del pueblo y viendo la mala salud del actual monarca, la mandaban exiliada a la otra punta del globo.
Sin saber que decir ni que hacer, guardando un escrupuloso respeto pregunté:
―Su alteza, ¿cómo debo llamarla?
Luciendo una de sus mejores sonrisas, esa monada me contestó:
―¿Cuñada? ¿Sovann? Me da igual siempre que me tutees. Alberto ya me alertó de que su hermano mayor era un poco estirado.
Su respuesta me hizo reír y sin importar que Loung estuviera presente, le cogí la mano mientras le decía:
―Creo que seguiré llamándote Princesa.
―Como quieras, pero en España sonará raro que en la intimidad llames de esa forma a tu cuñada― y entornando los ojos dijo con picardía:― Pueden suponer que el cariño que te mostraré es de otra índole.
Aunque vi que Loung se enfadó por la ocurrencia, a mí, su broma me hizo gracia y más animado me senté en mi asiento. Sovann y su secretaria aprovecharon las catorce horas del vuelo para establecer la estrategia de oposición que desarrollarían y antes de que me diera cuenta habían concertado una rueda de prensa en mi casa. Aunque reconozco que me abrumó todo aquello, decidí cumplir con la palabra dada y no dije nada de que usaran mi vivienda como su base. Aterrorizado porque no me cabía duda de que mi hermano había sido asesinado por ser el marido de esa disidente, traté de conciliar el sueño.
Desde que conocí a esas dos mujeres, mi vida se vio trastocada y prueba de ello fue que al llegar a Barajas, en la puerta del avión nos recibió un comandante de la Guardia Civil que tras una breve presentación, nos informó que desde el ministerio del interior le habían encomendado ser nuestro escolta en España.
―Comprendo que quieran proteger a la princesa pero ¿considera necesario una presencia permanente en mi casa? ― protesté al oír que iba a haber apostados dos secretas en el jardín de mi chalet.
―Por supuesto― respondió el militar: ―Tanto usted como la señora pueden ser objeto de un atentado y es mi misión evitarlo.
No tuve que ser un genio para entender que cada vez que saliera, un policía iría pegado a mis talones y lamentando mi perdida independencia, me hundí en un mutismo incómodo del que solo salí cuando la viuda, me cogió de la mano y susurrándome al oído, me dijo:
―Lo siento. Sabré compensarte.
En ese instante, no supe el modo tan genuino con el que, transcurridos unas pocas horas, esa mujer cumpliría su promesa.
Asumiendo mi papel de comparsa, recogí mi maleta así como el nutrido equipaje de mi cuñada y sumisamente me subí en el automóvil que habían puesto a nuestra disposición mientras un policía se llevaba mi audi cargado con nuestra ropa. Al llegar al chalet, ya nos esperaban los agentes que iban a encargarse de nuestra protección y pidiendo permiso, empezaron a instalar multitud de cámaras y otros artilugios que ni quise preguntar su objeto. Antes que me diera cuenta, me invadieron el garaje dejándolo prácticamente inutilizable, ya que habían decidido ubicar ahí la central desde espiarían todo lo que ocurriera en el perímetro.
Pero el colmo fue al entrar en “mi” despacho y encontrarme que Loung se lo había adjudicado y por eso, cabreado y arrepentido de haberle ofrecido mi casa, me fui a mi habitación. Tan enojado estaba que ni siquiera me quité los zapatos al tirarme en la cama para ver la televisión, pero ni siquiera mi alcoba fue un refugio porque a los cinco minutos de estar allí, llegó Sovann y al ver que no me había descalzado, dulcemente me regañó y me dijo:
―Manuel, necesito tu ayuda. ¿Dónde vamos a recibir a la prensa?
―Usa el salón del fondo, entre las sillas y los sofás puedes meter a más de treinta personas. Lo sé porque he hecho muchas fiestas y me consta que caben.
―Pero ¿no me vas acompañar?― musitó bajando sus pestañas― Cómo hermano de Alberto debes de estar a mi lado.
Su mirada de auxilio me desarmó y bajándome del colchón, me comprometí no solo a ayudarla a preparar el salón sino a servirle de apoyo durante la entrevista. En ese momento creí que mi presencia allí iba a ser testimonial pero en unas horas descubrí cuan equivocado estaba.
Aunque su secretaria llamó a unos compatriotas, el trabajo fue arduo y completamente agotado, a las tres decidí que basta y cogiendo a mi cuñada del brazo, le dije que tenía hambre y que la invitaba a comer.
―No tenemos tiempo para salir a comer. ¿Por qué no llamas para que nos traigan algo?
―Si te quieres quedar aquí es tu problema, Princesa, yo me voy.
Sin dar su brazo a torcer, me pidió que le trajera algo a la vuelta. Hundido en la miseria, dejé que un poli me llevara a un centro comercial y allí di rienda suelta a mi tensión poniéndome tibio en un mexicano. Al terminar pedí unos tacos vegetarianos para llevar y volví a mi antigua pacifica casa.
En la puerta, me esperaba mi cuñada de mal humor pero en cuanto me vio dulcificó su gesto y cogiendo la bolsa de la comida de mi mano, me dijo suavemente:
―Querido, me he tomado el atrevimiento de elegirte la ropa que debes llevar durante la rueda de prensa― y anticipándome la sorpresa que me iba a llevar, me explicó: ―Piensa que nuestras fotos serán vistas por mi pueblo y debes aparecer como merece tu rango.
―¿Mi rango?― exclamé.
―¡Sí! ¡Soy su princesa! Y como estoy bajo tu amparo, tú también debes aparecer ante sus ojos como miembro de la realeza.
Sin comprender su cultura, decidí seguirle la corriente pero al entrar en mi habitación y ver que sobre la cama un traje ceremonial de su país, me cagué en sus muertos. Hecho una furia, me duché con mi cabeza dando vueltas por el lío en el que me había metido. Una vez seco, me quedé mirado la puñetera vestimenta y sin saber por dónde empezar, llamé a Loung en mi ayuda.
La jodida chavala se rio al ver mi problema y sin quejarse, me ayudó a vestirme. Como comprenderéis ver a la mujer que me había tirado la noche anterior de rodillas frente a mí, mientras me abrochaba el pantalón, me pareció muy morboso y presionando su cabeza contra mi sexo, le pregunté si no quería repetir:
―Don Manuel, no insista. Lo de anoche fue un error.
Más afectada de lo que sus palabras reflejaban, esa muchacha se dio prisa en terminar, tras lo cual, desapareció corriendo por las escaleras. Solo y alborotado, me miré en el espejo. Tardé en recobrarme al ver la imagen reflejada del grotesco individuo disfrazado de Marajah oriental que era yo. Es que no faltaba ni el dorado chuchillo que, en las novelas de Salgari, eran el símbolo del poder. Estuve a punto de mandar todo a la mierda cuando mi queridísima cuñada apareció por la puerta:
―Estás guapísimo― dijo y con lágrimas en sus ojos, exclamó llorando:―¡Cómo te pareces a mi marido! No es solo por tu altura, tienes el mismo porte regio del que me enamoré.
―¿Este traje es de mi hermano?― pregunté sin llegarme a creer que Alberto hubiera consentido en llevar esa cursilería.
―Sí, es con el que se casó conmigo.
Sentí urticaria al pensar que era su “smoking de boda” y por eso le pregunté si no tenía otro.
―Lo siento. Es el único con el suficiente empaque para la ocasión.
Ajeno a lo que se me avecinaba, me compadecí de su dolor y acepté bajar vestido así. No os podéis imaginar la vergüenza que sentí al recibir a los periodistas de esa guisa y sentado en mi sillón mientras mi cuñada permanecía a mi lado con una mano apoyada en mi hombro. Perdonad pero no os he contado que Sovann iba también con un vestido típico de su país de seda salvaje rosa y adornando su pelo, portaba una pequeña diadema en forma de corona. Los reporteros gráficos aprovecharon nuestro posado para hacernos multitud de fotos y solo cuando ya estaban todos, dio comienzo la rueda de prensa.
La princesa, mi cuñada, tomó la palabra y después de hacer una alabanza al rey y al mierda de su presidente, habló de la labor de su difunto marido y prometió que seguiría con más fuerza luchando por el bien de su pueblo. En su corto discurso, no reparó en críticas contra el actual gobierno y señaló las dificultades y penurias que sufrían los campesinos y pobres en su país.
Al terminar, me miró con complicidad pero no le devolví la mirada porque estaba encabronado de que hubiera loado a su tío, el monarca, el mismo que la había exiliado. En mi fuero interno, supe que era una cuestión política pero aun así, me enojó su servilismo.
Hasta allí todo fue normal pero lo grave fueron las preguntas. El primero en preguntar fue un periodista de “El País” que obviando la presencia de mi cuñada, directamente me preguntó:
―Don Manuel, ¿es cierto que su hermano murió de un infarto o por el contrario fue asesinado?
Antes de responder, sentí la mano de mi cuñada apretando mi hombro, avisándome de que mantuviera la versión oficial.
―Que quede claro, Alberto Cifuentes murió como vivió, sirviendo al pueblo que lo acogió como suyo― respondí sin aclarar nada.
El reportero no se quedó satisfecho y repreguntó.
―¿De qué murió su hermano?
―Ya se lo he dicho, cuando el corazón de mi hermano dejó de latir, su alma seguía luchando por los pobres.
Viendo que no iba a sonsacarme ningún titular y menos le iba a confirmar el motivo de su fallecimiento, pasó el micrófono a otro periodista. Este empezó siendo más diplomático y dirigiéndose a mi cuñada, le inquirió sobre su permanencia en España.
―Tanto Manuel como yo, viviremos en este país mientras nuestro rey lo considere oportuno – y dando por terminada la respuesta, dijo: ―Otra pregunta.
Me quedé de piedra cuando me incluyó a mí en sus planes pero empecé a sudar tinta cuando el mismo tipo le preguntó:
―Entonces ¿confirma la información de palacio?
―¿Cuál?― respondió Sovann con tono duro.
―Según el portavoz del rey, después del periodo de luto y siguiendo las costumbres de su pueblo, usted se casará con el hermano de su marido.
―Sí, es cierto. Aunque suene extraño bajo la óptica occidental, la familia real samoyana sigue a rajatabla el levirato y su gente así lo espera. Tanto Manuel como yo hemos jurado seguir la labor de Alberto y poner nuestras vidas al servicio de nuestro pueblo.
La cara que debí de poner debió ser un poema pero manteniendo el tipo, me quedé callado aunque en mi fuero interno, deseara estrangular con mis manos tanto a la princesa como a su secretaria.
No me habían hablado del “pequeño” detalle que según su cultura, si un marido moría sin hijos, su hermano estaba obligado a casarse con la viuda.
Como comprenderéis, el resto de la rueda de prensa me dio igual, solo deseaba que terminara para pedirle explicaciones a esas dos serpientes con forma de mujer. Desgraciadamente para mí, las preguntas se prolongaron durante una hora. Hora en la que mi teóricamente prometida se dedicó a esbozar las medidas que tomaría en el caso de ser nombrada reina sin citarlo. Estrictamente eran consejos para el actual rey pero ningún observador avispado dejaría de comprender que esa iba ser su línea de gobierno.
«¡Aunque sea una arpía, es inteligente!», tuve que reconocer al oírla.
Al terminar la rueda de prensa, todavía me tocó acompañar a la princesa hasta la puerta y ahí despedir a los medios. Nada más irse el último y como Loung había desparecido, me encaré con la princesa y cogiéndola, le exigí explicaciones:
―¡Me haces daño!― protestó― Suéltame y podré explicarte.
Fue entonces cuando advertí que llevado por la ira le estaba retorciendo su brazo, avergonzado, la solté, momento que ella aprovechó para ir a mi despacho y sacar de su bolso una carta.
Tras depositarla en mis manos, me dijo:
―No te dije nada porque Alberto me aconsejó no hacerlo. Me habló de tu terquedad pero también de tu sentido del honor y que de llegar este momento, harías lo correcto. Si no me crees: ¡Lee el mensaje de mi marido!
Mirando el sobre que me había dado, reconocí la letra de mi hermano y urgido de explicaciones, la leí:
Manuel:
Si estás leyendo esto, significa que he muerto. Llevo temiendo un atentado dos años y por eso me he anticipado y te he escrito esta carta. Tómala como mi testamento. No dejo bienes, nunca me han importado, pero te dejó algo más importante que es una misión.
Como ya habrás descubierto que me he casado y que mi esposa es la princesa sovann. Siento que te enteres así pero no te dije nada porque no quería ponerte en la mira de sus enemigos.
Nuestro matrimonio fue por amor pero no puedo olvidarme de que mi esposa representa el futuro de su pueblo. Solo ella será capaz de sacar de la edad media a su país y llevarlo al siglo xxi. Por eso, te pido que le ayudes aunque eso signifique tu sacrificio.
Sacrificio inevitable, porque ninguna mujer puede acceder al trono sin estar casada y el día que yo falte, serás tú el único con el que podrá hacerlo. ¿recuerdas las veces que, de niños, nos intercambiábamos los papeles?. Te pido eso:
“Toma mi lugar”.
Un hermano que te adoraba en vida
Alberto.
Releí su carta un montón de veces porque me costaba creer que mi hermano estuviera de acuerdo con esa locura. Cuando hube asimilado sus palabras, me escandalicé al saber que de acuerdo con sus ideales una vida solo tenía sentido si se tenía una misión y que obviando mi opinión, me legaba la suya.
«¡Quién cojones se creía para joderme así!», maldije mientras me guardaba el papel en el bolsillo.
Sovann, que se había mantenido en silencio, me preguntó:
―¿Vas a cumplir su deseo? ¿Puedo considerar que seguirás su lucha?
Traicionando las bases de lo que había sido mi existencia hasta en ese momento, no pude negar a mi hermano muerto ese último favor y por eso, indignado, respondí:
―Sí, pero no esperes que me meta entre tus piernas. Eres la viuda de mi hermano y aunque firmemos un papel, seguirás siéndolo.
La mujer sonrió y habiendo obtenido mi promesa, me dejó solo…

CAPÍTULO 4

Me sentía una marioneta, un puto muñeco sin voluntad que se movía siguiendo los designios de un titiritero. Mi destino estaba marcado y sabiendo que me sacrificaría por un pueblo que detestaba, salí de mi chalet y me fui a un bar a ahogar las penas. Pero ni siquiera pude hacer eso tranquilamente al tener a escasos metros la presencia del escolta encargado de protegerme.
―¡Mierda!― mascullé entre dientes apurando el whisky que me había pedido y volviendo a casa.
Al llegar como si fuera mi ama de llaves, Loung me recibió en la puerta. Tras preguntarle por la princesa, su secretaria me informó que se estaba cambiando para la cena.
―¿Cena?
―Sí, unos importantes miembros de la colonia samoyana en Madrid han preparado un convite para celebrar su compromiso.
Eso fue la gota que derramó el vaso. Le lancé una mirada de odio y subiendo los escalones de dos en dos, llegué a la habitación de invitados y sin llamar, abrí la puerta para encontrarme a Sovann totalmente desnuda, peinándose frente al espejo.
―Perdón― exclamé al verla de esa guisa y retrocediendo el camino, estaba a punto de irme cuando la escuché decir:
―No te vayas. Dime a qué has venido.
Sorprendido observé que poniéndose en pie, la viuda de mi hermano me miraba tranquilamente y sin importarle que la estuviera viendo en pelotas, esperaba mi respuesta. Respuesta que tardó en llegar porque olvidándome de quien era, mis ojos recorrieron su minúscula anatomía sin recato.
Era impresionantemente bella, dotada por la naturaleza de unos pechos adorables, en su cuerpo no había ni gota de grasa y para colmo, su delgada cintura hacía resaltar aún más su soberbio trasero. Juro que no fue mi intención pero no pude dejar de recrear mi mirada, observando tanto los negros pezones que decoraban sus senos como el recortado pubis que esa mujer lucía.
Sé que se dio cuenta de mi admiración y del modo tan poco filial con el que la miraba pero no se enfadó y poniendo una sonrisa en sus labios, me volvió a preguntar que quería. Aturdido al sentir que bajo mi pantalón tenía un traidor que se había puesto duro, solo fui capaz de preguntar a qué hora y como debía de estar vestido para la cena.
Mi cuñada, entornando sus ojos, respondió:
―Querido, nos esperan a las nueve. Te he dejado un smoking en la cama― y poniendo cara de no haber roto un plato, preguntó: ―¿Te parece que me recojas a las ocho y media?
Cómo me urgía huir de esas cuatro paredes, le contesté que me parecía bien y cobardemente, salí despavorido hacia mi cuarto. Nada más cerrar la puerta y tal y como iba vestido, me metí bajo la ducha pero ni siquiera el agua fría pudo calmar el calor que me abrasaba y maldiciendo mi falta de honor, liberé la tensión de mi entrepierna masturbándome mientras me imaginaba a esa pequeñita berreando entre mis brazos.
Mi mente, como si fuera una premonición, se llenó de imágenes de pasión donde la viuda de mi hermano se arrodillaba a mis pies y cogiendo mi pene entre sus labios, sellaba nuestro pacto anti natura. Reconozco que por mucho que intenté combatir el deseo, esa oriental y su diminuto cuerpo me habían calado hondo y derramando mi simiente sobre la ducha, me corrí pensando en ella.
Al vestirme, la vergüenza me golpeó con ferocidad y maldiciendo la lujuria que me había dominado, me juré que nunca más. Jamás volvería a mirar a mi cuñada como mujer y menos ahora que sabía que aunque solo fuera a los ojos del mundo, Sovann sería mi esposa legal. Desgraciadamente, todas mis buenas intenciones cayeron en saco roto al verla salir. Enfundada en un traje negro totalmente ceñido `pero sin escote, ese demonio parecía un ser angelical. La arpía, modelándome, me preguntó que le parecía su vestido con el único propósito de molestarme.
―Estas bellísima― respondí― Pareces la reina mala, solo espero no estar presente cuando te conviertas en bruja.
Muerta de risa y en absoluto ofendida, me miró y señalando el enorme bulto de mi entrepierna, me respondió:
―Te equivocas, de ser un personaje de cuento sería Blanca Nieves y tú, el cazador. Eso que tienes ahí: ¿qué es?: ¿El cuchillo con el que vas a matarme?
Me sonrojé al saber que se había percatado de mi excitación y tapándome las vergüenzas, contesté con tono duro.
―Mi cuchillo nunca se clavará en tu cuerpo.
―Ya veremos― contestó soltando una carcajada, tras lo cual, haciendo a un lado mi humillación me cogió del brazo y alegremente, me sacó del chalet.
Ya en el coche, mi cabeza no dejó de dar vueltas al no comprender qué sentido tenía que esa mujer tonteara tan descaradamente con el hermano de su marido, cuando apenas llevaba siendo viuda una semana. Mirándola de reojo, me sorprendió ver que estaba llorando y sin apenarme de sus lágrimas de cocodrilo le pregunté el motivo.
―Me recuerdas a Alberto y aunque sé que es lo que él deseaba, por cumplir con mi deber siento que le estoy traicionando.
―Disculpa pero no te sigo.
Desconsolada, la mujer se abrazó a mí mientras me decía:
―No puedo ser tu esposa de pega, necesito un heredero que reine después de mí y por eso sé que debo seducirte, aunque opines que soy una puta.
Indignado pero sin ser ajeno a que esa mujer me trastornaba, me recriminé por no haberlo pensado: Las monarquía se perpetúan con hijos y si esa mujer estaba convencida de que iba a reinar, necesitaría tenerlos. La sola idea de que fuera mi simiente la que la preñara, me hizo abrir la puerta y vomitar. Mi reacción incrementó su llanto y olvidándose del chofer, me preguntó gritando:
―¿Tan vomitiva me encuentras?
Juro que no encuentro una explicación lógica a lo que hice pero, al oír su queja, la cogí entre mis brazos y la besé. Ella, tras la sorpresa inicial, respondió a mi caricia y pegándose a mí, dejó que mi lengua jugueteara con la suya mientras mis manos recorrían su cuerpo.
Esa fue la primera vez que palpé la firmeza de sus pechos y solo la imposibilidad física, de desnudarle el dorso, evitó que, al igual que en un sueño, me comiera sus pezones. Dejándose llevar por la calentura, me acarició por encima de la bragueta y eso rompió el encanto, al recordar a mi hermano.
Realmente no sé si fue ella o por el contrario yo, quien se separó pero lo cierto es que avergonzados y mirando cada uno por la ventanilla, ni nos dirigimos la palabra durante el resto del trayecto. Ya en el hotel donde iba a tener lugar el banquete, mientras se bajaba del automóvil, me dijo con dolor:
―Tenemos que respetar los tres meses de luto.
Dudando si su sufrimiento era por la traición o por sentirse atraída por mí, la seguí por las escaleras de entrada. Adoptando un aire regio, mi supuesta prometida me cogió del brazo y con paso firme entró en el salón. Supe que debía cumplir con mi papel de consorte e imitándola fui saludando uno a uno a los presentes. Aun acostumbrados al modo de vida occidental, esos miembros prominentes de la colonia nos hacían una genuflexión mientras le miraban con auténtica devoción.
«Es una autentica líder», pensé mientras la valoraba en silencio, «sabe que su pueblo la necesita y dará su vida por conseguirlo».
La velada discurrió con júbilo, sus súbditos mostraron alegría desbordante celebrando el compromiso de su princesa y tras tres horas de continuas felicitaciones, Sovann la dio por terminada diciéndome:
―Querido, estoy cansada, ¿podemos irnos?
Su voz me reveló que realmente estaba agotada y pasándole mi brazo por la cintura, la saqué del hotel. En el coche, mi cuñada apoyó su cabeza en mi pecho y se quedó dormida. Mientras volvíamos a casa, me la quedé observando y con el corazón encogido, comprendí que me atraía a lo bestia. Supe que no era lógico, que era inmoral, que me consumiría en el infierno pero me dio igual, prefería una condena eterna a defraudar a la mujer que tenía en mi regazo.
Al llegar, sin despertarla, la cogí entre mis brazos y con ella a cuestas, subí hacia su cuarto. Allí la deposité en la cama y tras quitarle los zapatos, la tapé y aprovechando que estaba traspuesta, le di un tierno beso en los labios.
Ya me marchaba, cuando la oí susurrar:
―Manuel, no te vayas. Necesito que me abraces.
Tumbándome a su lado, pasé mi brazo por su cuerpo y acercándola al mío, me quedé quieto. Ella al sentir mi caricia, se dio la vuelta y devolviéndome el beso, me dijo:
―La mejor forma de honrar a tu hermano es ser tu mujer― y sin esperar mi respuesta, me desabrochó los botones de mi camisa.
No pude rechazarla y menos cuando habiendo desnudado mi dorso, empezó a besarme el cuello mientras sus manos recorrían mi pecho. Lentamente la princesa fue tomando posesión de su reino, bajando por mi pecho y concentrándose en mis pezones. Nunca creí sentir tanto placer con el mero hecho de que esa monada recogiera entre sus dientes mis aureolas pero lo cierto es que cuando se puso a horcajadas sobre mí, mi pene ya lucía una dolorosa erección bajo mi pantalón.
Olvidándome de mis prejuicios, me terminé de desnudar, momento que mi cuñada aprovechó para sin quitarse el vestido, coger mi falo entre sus manos y apuntando a su sexo, empalarse con él. Me sorprendió no encontrarme con el obstáculo de sus bragas porque estaba seguro que no tuvo tiempo de habérselas quitado y por eso cuando la cabeza de mi glande chocó contra la pared de su vagina y antes que se pusiera a cabalgar, le pregunté si había salido sin ellas de casa:
―Sí― gimió― llevo cachonda toda la noche pensando que alguno de mis súbditos descubriera que no llevaba ropa interior.
―¡Serás Puta!― exclamé partido de risa.
―Sí, soy una puta. Fui la zorra de tu hermano y a partir de hoy, seré tu perra― gritó levantándose para acto seguido dejar que mi polla resbalara en su interior.
Su confesión lejos de calmar mi deseo, lo incrementó y desgarrando su ropa, la desnudé para por fin apoderarme de esos pechos que me había dejado alelado. Cogiendo sus negros pezones entre mis dientes, dejé que se empezara a mover. Sovann, gimiendo como una descosida, me pidió que no dejase de morderlos y retorciéndose con mi pene incrustado en su sexo, dio a sus movimientos un suave compás.
―Me encanta sentir tu plebeya polla en mi real coño― aulló muerta de risa mientras aceleraba sus caderas.
Busqué una respuesta acorde a su burrada y mientras le daba una sonora nalgada, le contesté:
―Pues yo siempre he deseado azotar el trasero de una princesa para luego cuando lo tenga calentito follármelo y así decir que le he dado por culo a la monarquía.
―Si prometes darme duro quizás la próxima semana te deje cumplir tu deseo.
Totalmente desbocado y soñando de veras en poseer ese pandero, le pregunté porque teníamos que esperar una semana:
―Querido, porque estoy en mis días fértiles y quiero quedarme embarazada.
Escandalizado, exclamé:
―¿De qué hablas?
La mujer, sin dejar de bombear sobre mi pene, respondió:
―Piénsalo, es ideal. Si me quedo preñada, podemos hacer creer que es de Alberto y con un hijo en mi vientre, no tendrías que casarte conmigo. Ambos ganaríamos. Tú no tendrías que sacrificar tu vida y yo sería una reina viuda.
Ni siquiera me paré a pensar que era una solución inteligente y furioso, por el modo tan brutal con el que esa guarra me había manipulado, me deshice de su abrazo y mentándole la madre, salí huyendo de su habitación. Al llegar a mi cuarto, no me sentí a salvo de sus siniestras maniobras hasta que cerrando la puerta, me aislé.
«Menuda hija de perra», sentencié al recordar lo sucedido.
Esa puta me había seducido, no porque se sintiera atraída por mí sino porque vio en mi semen una escapatoria a la condena que para ella suponía las costumbres de su pueblo. Sin ser capaz de pensar coherentemente, decidí que si Sovann quería reinar tendría que humillarse a mis pies y aceptar ser mi mujer.
Todavía el día de hoy, no entiendo mi postura: yo no quería casarme y su país me la traía al pairo y sé que fue mi orgullo de macho herido el que me obligó a enfrentarme a ella.
Esa noche, con un extraño frenesí, me masturbé soñando que esa princesita llegaba desnuda a mi cama, rogándome que la hiciera suya. En mi imaginación, me vi separando las nalgas de mi cuñada y sin esperar a relajar su esfínter, dándole por culo hasta que rendida de placer me imploraba que me casara con ella.

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 3” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 5

No habían dado las ocho de la mañana, cuando escuché que se abría mi puerta y todavía somnoliento, observé a mi cuñada entrando con una bandeja con mi desayuno en mi cuarto. Haciéndome el dormido, cerré mis ojos creyendo que al verme roncando esa arpía volvería por donde había llegado, ya que, no me apetecía hablar con ella. Lo que no me esperaba fue que dejando la bandeja sobre la mesa, esa puta acercara una silla a la cama y se sentara en ella.
―¡Cómo te pareces a tu hermano!― susurró sin querer, tras lo cual, la oí suspirar. Entreabriendo los ojos, descubrí que esa mujer, al suponer que seguía durmiendo, se había empezado a acariciar.
Vestida con un camisón que se transparentaba todo, observé que bajo la tela sus pezones se habían puesto duros con mirarme y a su dueña con las rodillas separadas mientras su mano toqueteaba con disimulo su sexo. Lo erótico de la situación hizo que bajo las sábanas mi pene se pusiera morcillón y totalmente espabilado, siguiera fingiendo sin perder detalle de los movimientos de mi cuñada.
Incapaz de retenerse, Sovann se sacó un pecho y cogiendo entre sus yemas la aureola, lo empezó a pellizcar mientras con su otra mano separaba los pliegues de su vulva y en silencio daba inicio a una pausada masturbación. Sus dedos torturaron su ya inhiesto clítoris con rapidez como temiendo que el hombre que yacía a su lado se despertara. Poco a poco su calentura fue subiendo en intensidad hasta que con suaves gemidos, se dio la vuelta y posando su pecho sobre el asiento, levantó su culo y abriendo sus nalgas, se introdujo un dedo en su interior.
Reconozco que mi pene se puso como una roca al disfrutar, yo, de la visión de su ojete rosado a escasos centímetros de mi cara y solo el corte de que ella supiera que había estado atento mientras satisfacía sus necesidades, evitó que al verla correrse no me levantara y la tomara allí mismo.
Una vez había conseguido que su cuerpo disfrutara, la vi acomodarse el camisón y mientras salía de la habitación, escuché que me decía:
―Manuel, espero que te haya dejado tan caliente como tú me dejaste anoche. Ahora desayuna que, en una hora, me tienes que presentar a tu socio.
«¡Será guarra!», exclamé mentalmente al percatarme de que había sido objeto de su burla.
Mi cuñada se había masturbado frente a mí, consciente de que la observaba. Comprendí que lo había hecho como castigo a mi huida de la noche anterior pero, aun así, me sacó de las casillas la facilidad con la que esa princesita era capaz de manipularme.
Decidido a no dejarme vencer con tanta facilidad, me levanté y sirviéndome un café, me metí a duchar. Bajo el chorro y mientras el agua fría calmaba el ardor de mi entrepierna, planeé mi siguientes pasos, convencido de que aunque ese engendro del demonio estuviera acostumbrado a ese tipo de conjuras palaciegas, le plantearía cara y saldría victorioso.
Mis nuevos ánimos me duraron poco porque al ir bajando por las escaleras, vi a Sergio charlando animadamente con mi cuñada y en sus ojos descubrí que estaba hipnotizado por sus encantos.
―¿Cómo estás colega?― dije coloquialmente tratando de que esa zorra supiera que ese hombre era ante todo mi amigo.
―Cabreado de enterarme por la prensa de que te casas― respondió sinceramente pero babeando y sin dejar de mirar a la puñetera princesa.
Aprovechando el momento, me acerqué a mi prometida y posé mis labios en los suyos mientras le acariciaba sin disimulo el culo:
―Ya sabes que siempre he tenido éxito con las chinitas― respondí conociendo el odio que los samoyanos sentían por ese país con el que tantas veces habían guerreado.
Mi dulce cuñadita absorbió mi insulto sin quejarse y luciendo la mejor de sus sonrisas, nos llevó al despacho y sentándose en “mi” sillón, dijo:
―Querido, debería explicarte un poco de historia pero no he citado a Sergio para eso. Por favor, siéntate.
Encantado de haber descubierto un punto flaco en ese témpano de hielo, me senté y simulando atención, la miré. Sovann esperó a que mi socio se acomodara en su asiento y poniendo gesto serio, soltó:
―Señores, ¡hablemos de negocios!― tras lo cual, profesionalmente, nos dio unos papeles y sin esperar a que los leyéramos, dijo: ―Os acabo de entregar la lista de las empresas europeas con intereses en mi país, quiero que me concertéis una cita con todos ellos.
―¿Para qué?― protesté por lo que consideraba una injerencia en mis asuntos.
Poniendo cara de inocente, mi prometida contestó:
―¿Tú que crees? ¡Para ganar dinero! Toda multinacional que quiera seguir trabajando en mi país cuando yo reine, deberá pasar por caja. Con mi ayuda, os haré inmensamente ricos y de esa forma, tanto tú como Sergio financiaréis mi asalto al poder.
―¿De cuánto estamos hablando?― preguntó mi socio interesado.
―Calculo que el primer año nos embolsaremos cien millones, menos los cincuenta que necesitaré, cada uno de vosotros ganará unos veinticinco.
De esa sencilla forma, esa puta se apropió de mi empresa. Como un virus, silenciosamente y sin hacer ruido, se iba apoderando de todo lo que era mío; primero fue mi hermano, luego mi casa y en ese momento, comprendí que al igual que la compañía que tanto me había costado levantar, yo también caería irremediablemente en sus obsesivas garras. Si ya eso fue duro, más humillante fue oír a Sergio entusiasmado por el promisorio futuro que esa arpía nos ofrecía.
―Alteza, me pondré a ello― respondió y cuando ya se iba, dándose la vuelta, dijo: ― Felicidades por la boda.
Sovann esperó a que mi amigo se fuera para soltar una carcajada:
―Como te prometí no seré una carga― y acercándose a mí, me susurró al oído: ―¿Te ha gustado mi regalo?―
Supe que se refería a mi extraño despertar y por eso, le grité:
―¿A qué coño juegas?
Mi cuñada, haciendo caso omiso a mi cabreo, se sentó en mis rodillas y posando su cara en mi pecho, me respondió dulcemente:
―Ya que no quieres dejarme embarazada, tengo que pensar en mi futuro y que mejor forma de hacerlo que convertir a mi futuro esposo en millonario. Tu hermano nunca quiso que nos aprovecháramos de mi puesto pero, como eres diferente, contigo no me hará falta disimular.
―¿Y tu pueblo? ¿Y tus ideales?― exclamé intrigado.
―Samoya necesita progresar y si llegó a ser su reina, me ocuparé de ello. Pero como comprobarás soy una mujer práctica y pienso hacerme una hucha por si no se cumplen mis deseos.
―Eres una zorra materialista― contesté pensando en lo engañado que había estado mi mellizo con su mujercita.
Esta, llevando su mano a mi entrepierna y mientras se acomodaba sobre mí, se rio y dijo:
―Lo soy y después de hablar de dinero, ¡necesito follar!
Descojonado por su descaro, le arranqué la blusa y cogiendo un pezón entre mis dedos, lo acerqué a mi boca mientras le decía:
―Si mi chinita quiere follar, tendré que hacer el esfuerzo.
Mi dulce y desinteresada cuñada no pudo reprimir un gemido al sentir mi lengua jugueteando con su aureola pero, antes de perder el control, me susurró:
―Como me vuelvas a llamar chinita, ¡te corto los huevos!
Sonreí al escucharla pero omitiendo mi respuesta, me concentré en las dos preciosidades que esa mujer ponía a mi disposición y mientras ella me bajaba la bragueta, me dediqué a mordisquearlas. Al pasar mi mano por debajo de su falda, descubrí que tampoco ese día llevaba bragas y cogiendo su trasero entre mis manos, apreté sus duras nalgas.
―Lo tienes enorme― protestó al intentarse introducir sin más mi falo.
Aunque estaba excitada, seguía teniendo el coño seco y apiadándome de ella la cogí entre mis brazos y depositándola sobre la mesa, le separé las piernas:
―Ten cuidado, todavía no estoy lubricada.
―Eso se puede arreglar― contesté mientras me quedada extasiado al contemplar la belleza de su sexo y sin esperar su permiso, separé sus labios.
Mi princesa suspiró al sentir mi lengua aproximándose a su objetivo y como una cerda en celo, me rogó que me diera prisa. Acostumbrada a mandar, protestó cuando contrariando sus deseos, me entretuve jugueteando con los bordes de su botón antes de conquistarlo y completamente cachonda, presionó con sus manos mi cabeza contra su entrepierna. Al percibir su calentura, decidí prolongar su sufrimiento y ralentizando mis maniobras, incrementé su angustia.
―Te lo ruego: ¡Fóllame!― gritó fuera de sí― ¡Me urge tenerte dentro!
Fue entonces cuando compitiendo con mi boca, sus dedos se apoderaron de su clítoris y se empezó a masturbar. Con mi meta ocupada, la penetré con la lengua y saboreando su flujo, percibí que estaba a punto de correrse. Decidido a explotar sus flaquezas, pasé un dedo por su esfínter y lo empecé a relajar con suaves movimientos circulares.
Ella, al experimentar el triple estímulo, no resistió más y retorciéndose sobre el tablero, llegó al orgasmo dando tantos alaridos que temí que sus berridos llegaran a los oídos de los policías del garaje. La que sé que se enteró de todo fue Loung porque la vi observándonos desde la puerta con una mezcla de deseo y envidia en sus ojos.
―¡Me corro!― aulló como posesa, ajena a la intromisión de su secretaria.
Azuzando su deseo, terminé de introducirle mi dedo en su culo mientras usaba mi lengua para recoger parte del fruto que manaba de sus entrañas y digo parte, porque para el aquel entonces su sexo se había convertido en un ardiente geiser del que brotaba sin control su placer.
―¡No puede ser!― chilló al sentir que una a una sus defensas se iban desmoronando ante mi audaz ataque y temblando sobre la mesa, dejó un charco, señal clara del éxtasis que la tenía subyugada.
Metiendo y sacando mi lengua de su interior, conseguí una victoria aplastante y solo cuando con lágrimas en los ojos me suplicó que la tomara, solo entonces, cogiendo mi pene entre las manos, y mientras miraba de reojo a la otra mujer, forcé su entrada de un solo empujón. Ni siquiera me hizo falta moverme: Sovann al sentir su conducto ocupado y mi glande chocar contra el final de su vagina, volvió a correrse y clavando sus uñas en mis nalgas, me exigió que la follara.
―¿Te gusta mi chinita?― pregunté al sentir su flujo recorriendo mis piernas.
―Síííí, ¡Cabrón! Llámame como quieras pero ¡no dejes de follarme!― ladró convertida en perra.
No tardé en hacerle caso y dando a mis caderas una velocidad creciente, apuñalé sin descanso su sexo. La mujer respondió a cada incursión con un gemido, de forma que mi antiguo despacho se llenó de sus gritos y su fiel súbdita fue testigo de la claudicación de su princesa. Llorando la vi marchar.
―¡Dios! ¡No pares!― chilló mi cuñada absolutamente dominada por la lujuria.
La entrega que me demostró, rebasó en mucho mis previsiones y cuando le informé que estaba a punto de correrme, me pidió que no eyaculara en su interior porque podía quedarse embarazada.
―¿No es eso lo que quieres?― pregunté pellizcándole un pezón.
―Si pero no ahora. Si me preñas antes de que nos casemos, no podré retenerte.
―Por eso no te preocupes. Aunque es reversible, ¡tengo la vasectomía hecha!― respondí soltando una carcajada mientras sembraba con mi inocuo semen su fértil sembrado…

CAPÍTULO 6

Para los que no estén al tanto de mi vida, me permito presentarme. Soy Manuel Cifuentes, un empresario español que un día al morir mi hermano, descubrió su cuñada era una princesa oriental y al que los azares del destino, le jugaron una mala jugada. Debido a las leyes monárquicas samoyanas, si mi cuñada quería reinar, debía de casarse conmigo. Cuando me enteré, me enfadé pero de alguna forma esa preciosa mujer de diminuta estatura pero gran inteligencia consiguió involucrarme en esa locura y ahora estaba comprometido con ella.
Si ya eso es suficientemente extraño, más aún es que habiéndonos convertido en amantes, vivamos en la misma casa con su secretaria, Loung, una joven de su país. Antes de saber que en Samoya, se regían por el Levirato y que a toda mujer viuda y sin hijos se le exigía contraer matrimonio con el hermano de su marido, me acosté con ella y ahora cada vez que la veo rondando por la casa, deseo volverlo a hacer.
Celos y malas caras.
Desde que Loung nos pilló haciendo el amor en el despacho, evitaba mi compañía. Decidida a no fallar a su jefa, fruncía su ceño y se escabullía cada vez que yo llegaba. Su insistencia por evitarme solo conseguía incrementar el morbo que me causaba la idea de volvérmela a follar y por eso cada vez que podía, teniéndola presente, acariciaba a mi cuñada, la princesa.
Mi cuñada, ajena a los sentimientos de su secretaria, era de naturaleza fogosa, por no decir que era más puta que las gallinas o que le gustaba más el fornicar que a un niño un caramelo.
Solo necesitaba sentir que le acariciaba el culo para que, dejando lo que estuviera haciendo, me pidiera que la tomara allí mismo. Sin importarle donde ni cuando, esa viuda siempre estaba sin bragas y dispuesta. La había poseído en casi todas las habitaciones de la casa y haciendo un recuento, me di cuenta que el único sitio en el que no me la había tirado, era en el cuarto que usaba su secretaria.
Decidido a subsanar ese error, acababa de llegar a comer un medio día, cuando me encontré a la princesa en mitad del pasillo y dándole un beso, la cogí entre mis brazos y sin darle tiempo a opinar, la tiré sobre la cama de Loung.
―¡Vienes bruto!― exclamó al ver que me desnudaba.
―Sí, cuñadita― respondí mientras me quitaba los pantalones.
Como me imaginé, al ver mi pene erecto, esa mujer no se pudo aguantar y gateando hasta mí, me pidió que le dejara hacerme una mamada sin meditar donde estábamos. Conociendo a la mujer de mi hermano, me puse en dirección a la puerta y así, si Loung nos descubría, la zorra de mi cuñada no se enteraría.
Incrementando el deseo de Sovann, cogí mi sexo con una mano y meneándolo hacia arriba y hacia abajo, lo puse a escasos centímetros de su cara. Satisfecho, observé que la muy puta se relamía los labios y antes de metérsela en la boca, susurró con satisfacción:
―Me encanta lo cerdo que eres. Antes de conocerte, me tenía que masturbar a todas horas pero ya no me acuerdo de la última vez que lo hice.
De rodillas y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos. De pie sobre la alfombra, vi como mi cuñada abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Obsesivamente, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta. No pude reprimir un gruñido de satisfacción al ver a su secretaria espiando desde la puerta y presionando la cabeza de la viuda, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, Sovann obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que era, mi dulce y puta cuñada apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene incursionó hasta el fondo de su garganta, iniciando entonces un mete saca delicioso que hizo brotar de mi boca un gemido.
―Qué rico la mamas, ¿no te gustaría que la estrecha de tu secretaría nos viera?― pregunté sin dejar de mirar a la susodicha.
Ignorando la presencia de la muchacha, mi princesa llevó una mano a su entrepierna y se empezó a masturbar mientras me contestaba:
―¡Se asustaría!― gritó muerta de risa –Esa zorrita debe ser frígida o lesbiana. ¿No te has dado cuenta que te huye?
Mirando a la cara a su secretaría, insistí:
―Si quieres la seduzco y te la meto en la cama.
Ante la sorprendida joven, mi cuñada berreó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que lo intentara:
―Nunca he estado con una mujer, pero enloquecería si esa monada me dejara comerle el coño mientras tú me follas― soltó antes de tragando saliva, volver a adorar mi miembro.
Reí al observar que Loung huía escandalizada y aprovechado su espantada, me concentré en mi cuñada. Levantándola del suelo, le quité el vestido y apoyándola sobre la cama, la penetré de un solo empujón. Sovann, aulló al sentir su conducto invadido pero no se apartó sino que imprimiendo a sus caderas una sensual agitación, me rogó que la siguiera tomando.
Cogiendo sus pechos y usándolos como agarré, clavé mi estoque sin pausa. Noté que la guarra estaba sobreexcitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo. Forzando su entrega, aceleré mis movimientos. La velocidad con la que mi pene la embistió fue tan brutal que, por la inercia, mis huevos revotaron contra su clítoris una y otra vez, por eso, no fue raro oír sus chillidos y que retorciéndose sobre las sábanas, esa puta se corriera. Dejándome llevar, eyaculé en su interior mientras mi mente planeaba el modo en que sometería a la otra fulana.
Agotado, me tumbé a su lado. Momento que la esposa de mi hermano aprovechó para subirse encima de mí y mientras intentaba reavivar la pasión, preguntarme con voz incrédula:
―¿De verdad no te importaría compartirme con Loung?
―No― respondí pellizcándole un pezón –Sería un placer darla por culo mientras ella te hace una mamada.
―¿En serio? ¿Harías eso por mí?
Su insistencia me reveló que mis palabras habían despertado su lado lésbico y mientras mis dedos le pellizcaban un pezón, le prometí poner a esa monada en su cama.
―¿Cómo quieres que te ayude?― preguntó mientras se volvía a empalar con mi sexo.
―Desaparece esta tarde de casa. No sé si tendré que atarla pero esta noche cuando vuelvas, ¡cenarás conejo!
Mi promesa la desbordó y bramando sin control, buscó nuestro placer mientras se imaginaba saboreando el chocho de esa muchacha. Después de media hora y habiendo descargado mis huevos varias veces, decidimos comer y al entrar en el comedor, observamos que Loung estaba sentada en su sitio con caras de pocos amigos.
Muerto de risa por saber lo que se le avecinaba a la pobre, me senté junto a ella y mientras charlaba tranquilamente con mi cuñada, la princesa, dejé mi mano sobre su pierna. La cría se puso roja e inmediatamente pero sin hacer aspavientos intentó retirar esos dedos que la estaban acariciando por debajo de la falda, pero por mucho que insistió, mis yemas siguieron recorriendo su piel.
Claramente asustada y temiendo en todo momento que su jefa se enterara, empezó a sudar sin saber qué hacer. Era evidente que no podía montar un escándalo pero si no actuaba era quizás peor y por eso tras mucho meditar, decidió callarse y aguantar el chaparrón.
A la zorra de mi cuñada no le había pasado inadvertida mi maniobra y disfrutando cada momento, continuamente le preguntaba por temas de trabajo y así hacerle aún más difícil el trance. Su inacción me dio alas y subiendo por sus muslos, mis dedos se fueron acercando a su sexo. Loung, en un vano intento por eludir lo inevitable, cerró las piernas pero no pudo impedir que levantándole la falda, mi mano se introdujera en su entrepierna.
Al contrario que su jefa, la jovencita usaba bragas y por eso antes de sortear ese último obstáculo, me entretuve acariciando su monte a través de la tela. Cuando sintió la primera caricia en su botón, me miró con odio pero no se movió. Sé que en su interior deseaba estrangularme pero su cuerpo la traicionó y abriendo el grifo, su vulva se encharcó mientras unas lágrimas de vergüenza intentaban aflorar en sus ojos.
No me compadecí de su suerte y separando su tanga, deslicé dos dedos por debajo y obviando el sufrimiento de esa niña, me apoderé de su clítoris. La vi estremecerse al experimentar el suave pellizco que le di y incrementando su angustia, la fui masturbando mientras al otro lado de la mesa, mi cuñada le decía:
―Loung, estoy muy preocupada por ti. Te veo pálida, ¿Te ocurre algo?
Sin poderle gritar que el cerdo de su prometido estaba abusando de ella, sonrió y con la voz entrecortada por el placer que yo le estaba imponiendo, respondió:
―No, princesa. Solo estoy cansada.
Y coincidiendo con sus palabras, introduje mis dedos en su coño, lo que terminó de asolar su última defensa. En silencio, la muchacha se corrió dejando un charco bajo sus piernas. Por mucho que intentó que no se notara, fue evidente porque su cuerpo tembló inconscientemente mientras lo hacía.
Humillada y colérica, pidió permiso a su jefa para ausentarse y pegándome una patada por debajo de la mesa, nos dejó.
La princesa esperó un periodo razonable y cuando ya Loung no podía escucharla, soltando una carcajada, exclamó:
―No te follo ahora mismo porque te he prometido desaparecer, pero te juro que me ha puesto a mil ver como masturbabas a esa zorrita.
―¿Quieres probar su flujo?― contesté levantándome de la silla y metiendo mis dedos impregnados del aroma de la cría en su boca.
Mi cuñada lamió con desesperación mi mano, intentando absorber la esencia de la muchacha y antes que me diera cuenta, ya me había bajado la bragueta y quería repetir faena. Separándome de ella, le di un azote y descojonado le informé que tenía que irse y dejarme solo con nuestra víctima. Poniendo un puchero, dio un beso a mi polla y cogiendo su bolso, desapareció de la casa…

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 4” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 7

Sabiendo que debía dar tiempo para que su indignación se convirtiera en odio, me fui al salón y me serví una copa. Planeando mis siguientes pasos, mi única pregunta era si tendría que forzarla o por el contrario, como fruta madura esa chavala caería en mis brazos. Fue la propia Loung, la que despejó mis dudas entrando en tromba en la habitación:
―¿La princesa?― preguntó nada mas verme.
―Se ha ido― respondí sin mirarla y cogiendo un libro de la estantería.
La secretaria creyó que era el momento de pedirme cuentas y enfrentándose a mí, dijo:
―Es usted un degenerado― tras lo cual me lanzó una bofetada. Bofetada que no llegó a su destino porque previéndola, le agarré sus brazos inmovilizándola. ―¡Suélteme!, ¡Maldito!― protestó intentando zafarse de mi abrazo.
Reteniéndola con dureza, la fui acercando a mi cuerpo y cuando ya la tenía pegada a mí, le agarré su cabeza y la besé. Loung quiso patearme e incluso pegarme, pero sus intentos resultaron infructuosos y forzando sus labios, metí mi lengua en su boca. Noté que la joven se debatía entre el deseo y el odio pero cuando comprendió que nada podía hacer, respondió con pasión a mi beso.
―¡Esto no está bien!― dijo con el último resquicio de fortaleza.
―Eso es mentira― contesté con voz dulce –Tú fuiste mi mujer antes que ella. ¿O no te acuerdas que te entregaste a mí?
―Si pero fue un error― gritó desolada al sentir que la empezaba a desnudar.
Cogiendo uno de sus senos entre mis manos, acerqué mi boca a su pezón y lo empecé a lamer mientras el sentido del deber de la secretaria se iba disolviendo. Al pasar al otro pecho, Loung no pudo evitar que de su garganta surgiera un gemido y pegando su sexo al mío, exclamó:
―Usted pertenece a la princesa. ¡Va a ser su marido!
―¡No te equivoques! Legalmente puede que sí, pero yo elijo con quién comparto mi cama y eres tú la que me trae loco.
El patriotismo y la lealtad que había jurado a su futura soberana, le hizo protestar y mientras presionaba su vulva contra mi pene, llorando me contestó:
―Sería traición.
Aprovechando que estábamos solos en la casa, la cogí entre mis brazos y subiendo por la escalera, la llevé al cuarto que compartía con la princesa. Una vez allí la deposité en la cama y tumbándome junto a ella, la empecé a acariciar mientras la desnudaba.
Su cuerpo me pareció todavía más atractivo que la primera vez. De piel más morena que su jefa, esa cría era el sumun de la belleza. De cuerpo enjuto, sus bonitos pechos cabían en mi boca pero lo mejor era que su breve cintura se expandía formando un espectacular trasero. Lentamente, le fui quitando el vestido y al bajarle las bragas, descubrí que por algún motivo esa muchacha se había depilado el coño después de haberla masturbado.
Separándole las rodillas, extasiado, me quedé contemplando su sexo con sorpresa. En ese instante supe que aunque fuera la última cosa que hiciera en mi vida, debía de saborear su coño y mientras me agachaba entre sus piernas, la oí decir avergonzada:
―Me depilé para usted.
Fue entonces cuando comprendí que el enfado de esa mujercita había sido un paripé y que antes de venir a recriminarme, ya había decidido ser otra vez mía. Disfrutando de su entrega, saqué mi lengua y jugueteando con su clítoris, saboreé su aroma a hembra necesitada. Ella al experimentar mi húmeda caricia, gimió y abriendo sus piernas de par en par, me dijo:
―Soy suya aunque eso signifique mi deshonra.
Recogiendo su turbación con mis dedos, la penetré mientras con mis dientes seguía dulcemente torturando su botón. La muchacha abducida por la pasión, me rogó que la tomara y al ver que sus ruegos caían en saco vació porque seguía comiendo su entrepierna, con sus piernas me aprisionó y moviendo sus caderas, tiró de mí hacia ella.
Con absoluta maestría, Loung consiguió colocar mi miembro en su entrada y con una expresión de lujuria en su cara, insistió en que la follara. Haciéndola caso, paulatinamente fui penetrándola. La lentitud con la que mi pene se fue introduciendo en ese coño casi adolescente, me permitió disfrutar del roce de sus pliegues mientras mi extensión se iba abriendo camino. Rememorando nuestra primera vez, en esta ocasión su conducto me pareció todavía más estrecho y no queriendo forzarla, al sentir que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, esperé a que se acostumbrara.
―¡Fólleme!― aulló retorciéndose sobre las sábanas.
Decidido a que fuera lo más placentero posible, inicié un suave vaivén con mi cuerpo que poco a poco fue relajando su sexo. Sollozando de placer, la oriental me rogó que siguiera y mientras yo aceleraba mis movimientos, ella llevó las manos a su pecho y sin rubor se empezó a pellizcar.
En ese instante recordé la dulzura que me había mostrado en su país y queriendo devolvérsela, retiré sus dedos y los sustituí con mi boca. Al succionar sus pezones, la cría se volvió loca y retorciéndose sobre el colchón se corrió dando gritos, momento que aproveché para darle un suave mordisco en una de sus aureolas.
―¡Me encanta!― chilló descompuesta y completamente subyugada por el placer que estaba asolando su cuerpo, me pidió que le mordiera un poco más fuerte.
Al incrementar la presión de mis dientes, Loung gritó como posesa y tiritando entre mis piernas, vi como su orgasmo se unía a otro sin pausa. Su entrega me informó de su gusto por el sexo duro y sin dejar de morder su pezón, le di un azote en el trasero. Nuevamente, mi amante aulló al sentir mi palma castigando su culo y sin esperar a que le soltara otro, dando un grito me exigió que se lo diera.
Dominado por la pasión, alterné las penetraciones con las nalgadas, de forma que mi habitación se llenó de gritos de sumisión desbordada mientras la tensión se iba acumulando en mi entrepierna.
―¡Soy su esclava!― exclamó al experimentar el enésimo éxtasis que asoló esa tarde su frágil cuerpo y con absoluta devoción, buscó mi placer abriendo y cerrando los músculos de su vagina.
La confirmación de su entrega fue el estímulo que necesitaba mis huevos para explotar, regando su interior con mi simiente y cogiéndola entre mis brazos, la penetré brutalmente, levantando y dejando caer su peso sobre mi estoque. Loung llorando de alegría, recibió mi esperma y tras comprobar que me había vaciado, se dejó caer sobre la cama.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras trataba de descansar, la muchachita se abrazó a mí y poniendo su cara en mi pecho, empezó a sollozar calladamente.
―¿Qué te ocurre?― pregunté al ver su sufrimiento.
La chavala secándose las lágrimas que recorrían sus mejillas, se incorporó y con su rostro lleno de angustia, me contestó:
―Don Manuel, ¿qué voy a hacer? He jurado lealtad a la princesa pero mi cuerpo es suyo y moriría si no me permitiera servirle.
Con cuidado, elegí mis palabras y tras editar unos instantes, le pregunté:
―Sé que has prometido dar tu vida por mi cuñada pero por otra parte, sabes que eres mía. ¿No es así?
―Sí― contestó antes de echarse a llorar.
Acariciando su pelo, la besé y calmándola, le dije:
―Ambas cosas no son incompatibles. Desde hoy, al igual que Sovann eres mi mujer y entre todos buscaremos una solución.
―No le entiendo― contestó con voz ilusionada.
―Seremos tres en esta cama. Como oíste desde la puerta, la princesa ya me ha dicho que le gustaría hacerte el amor y solo espero que a ti no te importe, corresponderle.
―Señor, me dejaría despellejar si eso supusiera que ser suya. No soy bisexual pero si usted me ordena que lo sea, lo seré― con una dulce y esperanzada sonrisa, respondió.
―Lo serás y yo disfrutaré con ello.
―Pues si ese es su deseo, dígale a la princesa que acepto ser de los dos.
―No, bonita― contesté soltando una carcajada – ¡Serás tú quien se lo diga!

CAPÍTULO 8

Sovann llegó poco antes de cenar. Como no tenía nada que hacer se dedicó a comprar media calle Serrano y así darme tiempo a que pudiera ejecutar nuestro plan. Al llegar a casa y ser yo quien le abría la puerta, creyó que había fallado y poniendo un puchero, me preguntó cómo había ido.
―Siento decirte que ya no tienes secretaria.
Recibió la noticia con pesar y dándome las cinco bolsas que traía, me pidió que le contase lo que había pasado. Decidido a putearla, la llevé hasta el salón y mientras le servía una copa, ella no dejó de interrogarme.
Cada vez más nerviosa, se puso a recriminarme que seguramente me había excedido y profundamente preocupada, me explicó que esa niña era hija de uno de los hombres más importantes de su país. Interiormente muerto de risa, dejé que se explayara y cuando hubo soltado todo lo que tenía dentro le dije:
―¡Me subestimas! Te he dicho que ya no tienes secretaria, no que haya fallado― y llamando a Loung, esperé que entrara en la habitación para rectificarle: ―A partir de hoy, tienes una dulce amante. Será tu súbdita de día y nuestra mujer de noche.
Creo que mi cuñada no alcanzó a oír mis últimas palabras porque tenía suficiente con babear al ver que la cría llegó vestida únicamente con un trasparente camisón y que al ponerse a su lado, la besó en los labios, diciendo:
―Alteza, espero que no le moleste que su prometido me haya convencido de ofrecerme a usted como su pareja.
Mi putísima cuñada no se esperaba semejante recibimiento y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de la muchacha.
Esta, aleccionada por mí, no esperó su permiso y metiendo su cara entre los senos de su princesa, abrió la boca y empezó a mamar. Alucinada, vio la lengua de Loung recorriendo sus aureolas mientras yo frotaba mi pene contra su culo. Nuestro doble ataque la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de su empleada fueran bajando por su cuerpo pero cuando advirtió que la muchacha se acercaba a su sexo, le entraron dudas.
―¡Déjala!― le dije al oído y para forzar su calentura, abriéndole las nalgas jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Loung en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de la niña, le rogó que continuara. Nuestra recién estrenada amante separó con sus dedos los pliegues de la princesa y con los dientes, se puso a mordisquear el botón de la mujer.
Mi cuñada que hasta ese instante no había disfrutado del amor carnal de una fémina, sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió. Sin saber que hacer al sentir el flujo en su boca, la chavala me miró pidiendo instrucciones:
―Tú sigue― ordené y mientras ella obedecía, metí mis dedos en el coño de Sovann, empapándolos bien, tras lo cual, los llevé hasta su esfínter y con movimientos circulares, lo fui relajando mientras su dueña no paraba de gozar.
La princesa vio asaltados sus dos orificios y temblando, me informó que se iba a caer. Organizando la escena, tumbé a Loung en el suelo, puse a Sovann a cuatro patas con el coño en la boca de su sumisa empleada y colocándome detrás, le informé que le iba a dar por culo:
―¡A qué esperas! ¡Mi amor!― chilló descompuesta.
En ese momento, no caí que me había llamado “amor” y no “querido” como solía hacer porque estaba ocupado en darle placer. Seguro del calor que nublaba su mente, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré.
Mi cuñada gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal y entonces ocurrió algo no previsto, Loung saliendo de su entrepierna, se dio la vuelta y cogiendo la cabeza de su princesa entre sus manos, las dos mujeres se fundieron en un sensual beso, tras lo cual y mientras la consolaba, oí que le decía:
―Deje que su futuro marido disfrute poseyéndola, después le juro que yo me ocuparé de su adolorido culito.
Sus palabras incrementaron la pasión de la princesa y desbordada por el cariño que esa niña le demostraba, le rogó que le dejara comerle el coño mientras yo seguía machacando su intestino con mi pene. Loung con rubor se colocó frente a ella y separando las piernas, le dejó ver su pubis.
―¡Qué bello es!― exclamó mi cuñada al contemplar el sexo depilado de la cría y sin poderse reprimir, probó por vez primera su sabor.
Sé que le debió de gustar porque pegando un grito, me rogó que la follara más despacio para que ella pudiera comerse ese manjar con tranquilidad. Rebajando el ritmo con el que le rompía el ojete, disfruté viendo las uñas de la princesa separando los pliegues de la chica antes de con la lengua saboreara el adolescente clítoris.
Tampoco Loung le hizo ascos porque su jefa no llevaba ni un minuto devorando su coño cuando berreando como una posesa, se corrió. Sovann sorprendida por la profundidad de su orgasmo, intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de su paisana pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, más placer ocasionaba a su amante que completamente desbordada no dejaba de gritar de placer. La visión de esas dos mujeres disfrutando, colmó mi paciencia e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto al culo de mi cuñada.
―¡Así!, ¡Sigue! ¡Más fuerte!― reclamó descompuesta la muy guarra al sentir mi extensión acuchillando su interior
Decidido a liberar la presión de mis huevos, mis incursiones se volvieron tan profundas que temí que mi adorada prometida se desgarrara por dentro pero esa mujer que nunca dejaba de sorprenderme, en vez de quejarse, ordenó a su nueva amante que me ayudara.
―¿Qué quiere que haga?― preguntó indecisa la muchacha.
―Nuestro hombre necesita más ritmo, márcale el compás con azotes en mi culo.
Loung dudó en obedecer, para ella esa mujer iba a ser su reina y no se veía capaz de golpearla aunque fuera ella quien se lo pidiera, por lo que tuve que intervenir, diciendo en voz en grito:
―¡Hazlo! ¡Obedece a tu dueña!
Temblando, le soltó una nalgada y al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de su princesa, con más confianza y más fuerza le dio el segundo. No satisfecha, Sovann le exigió que continuara. La muchacha pidiendo perdón por anticipado se dedicó en cuerpo y alma a satisfacer los deseos de mi cuñada. Tengo que aclarar que no solo lo cumplió su cometido fielmente sino que extralimitándose le soltó una serie de mandobles que me dolieron hasta mí.
Con sus cachetes rojos y con su esfínter ocupado, la futura soberana se corrió sobre la alfombra. Al dejarse caer, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando su ojete, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
―Dios― grité al sentir que mi verga explotaba regando su intestino y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Nuestra nueva amante con una sonrisa en sus labios, nos ayudó a levantarnos y cogiéndonos de la mano, nos llevó hasta el cuarto. Una vez allí, con un cariño casi religioso, nos tumbó en la cama y en silencio se retiró sin decir nada. Tanto Sovann como yo nos quedamos extrañados de su actitud pero como estábamos cansados, nos abrazamos y pensando que la noche había terminado, nos pusimos a hablar de lo sucedido.
―¿Te ha gustado?, princesa― pregunté mientras la acariciaba tiernamente.
―Sí, mi amor― respondió con la voz todavía entrecortada –Tengo el culo amoratado pero tengo que reconocer que he disfrutado como una perra. Te parecerá duro lo que te voy a decir y no me alegro de que mi marido esté muerto, pero desde que te conocí me has revelado aspectos míos que no conocía.
Al escucharla, me quedé pensando en ello y tras meditarlo, comprendí que a mí me ocurría lo mismo. Mi querida cuñada me había hecho olvidar el dolor por la muerte de mi hermano y mis futuros años quería pasarlos con ella y con Loung. Por primera vez, estaba colado y era de ellas dos, por eso y cuidando mis palabras, le pregunté:
―¿Y cómo acoplaremos a esa zorrita en nuestra vida?
Soltando una carcajada, Sovann me besó antes de contestar:
―Entre nuestras piernas, ¿dónde va a ser?
Aunque no nos habíamos dado cuenta, Loung había vuelto portando una bandeja con la cena y al escuchar que la incluíamos en nuestros planes, la dejó sobre la mesa y alegremente, preguntó:
―¿Mis dos dueños quieren ya cenar? O ¿prefieren que esta zorrita les canse un poco más?
Haciendo un hueco entre nosotros, la llamé diciendo:
―Ven aquí que mi futura esposa no ha oído tus berridos cuando te tomo.
―Con su permiso, Alteza― sonriendo, contestó y pegando un salto, se encaramó sobre mí.
Sovann, muerta de risa por la desfachatez de la cría, la besó y susurrándole al oído, le informó que tenía la intención de devolverle todos los golpes que le había propinado. Soltando una carcajada, Loung se giró y dijo:
―Princesa, con gusto, recibiré su escarmiento y de esa forma, su prometido sabrá que a partir de hoy tiene dos putas en la cama dispuestas a complacerle…

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 5” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 8

Sovann llegó poco antes de cenar. Como no tenía nada que hacer se dedicó a comprar media calle Serrano y así darme tiempo a que pudiera ejecutar nuestro plan. Al llegar a casa y ser yo quien le abría la puerta, creyó que había fallado y poniendo un puchero, me preguntó cómo había ido.
―Siento decirte que ya no tienes secretaria.
Recibió la noticia con pesar y dándome las cinco bolsas que traía, me pidió que le contase lo que había pasado. Decidido a putearla, la llevé hasta el salón y mientras le servía una copa, ella no dejó de interrogarme.
Cada vez más nerviosa, se puso a recriminarme que seguramente me había excedido y profundamente preocupada, me explicó que esa niña era hija de uno de los hombres más importantes de su país. Interiormente muerto de risa, dejé que se explayara y cuando hubo soltado todo lo que tenía dentro le dije:
―¡Me subestimas! Te he dicho que ya no tienes secretaria, no que haya fallado― y llamando a Loung, esperé que entrara en la habitación para rectificarle: ―A partir de hoy, tienes una dulce amante. Será tu súbdita de día y nuestra mujer de noche.
Creo que mi cuñada no alcanzó a oír mis últimas palabras porque tenía suficiente con babear al ver que la cría llegó vestida únicamente con un trasparente camisón y que al ponerse a su lado, la besó en los labios, diciendo:
―Alteza, espero que no le moleste que su prometido me haya convencido de ofrecerme a usted como su pareja.
Mi putísima cuñada no se esperaba semejante recibimiento y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de la muchacha.
Esta, aleccionada por mí, no esperó su permiso y metiendo su cara entre los senos de su princesa, abrió la boca y empezó a mamar. Alucinada, vio la lengua de Loung recorriendo sus areolas mientras yo frotaba mi pene contra su culo. Nuestro doble ataque la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de su empleada fueran bajando por su cuerpo pero cuando advirtió que la muchacha se acercaba a su sexo, le entraron dudas.
―¡Déjala!― le dije al oído y para forzar su calentura, abriéndole las nalgas jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Loung en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de la niña, le rogó que continuara. Nuestra recién estrenada amante separó con sus dedos los pliegues de la princesa y con los dientes, se puso a mordisquear el botón de la mujer.
Mi cuñada que hasta ese instante no había disfrutado del amor carnal de una fémina, sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió. Sin saber que hacer al sentir el flujo en su boca, la chavala me miró pidiendo instrucciones:
―Tú sigue― ordené y mientras ella obedecía, metí mis dedos en el coño de Sovann, empapándolos bien, tras lo cual, los llevé hasta su esfínter y con movimientos circulares, lo fui relajando mientras su dueña no paraba de gozar.
La princesa vio asaltados sus dos orificios y temblando, me informó que se iba a caer. Organizando la escena, tumbé a Loung en el suelo, puse a Sovann a cuatro patas con el coño en la boca de su sumisa empleada y colocándome detrás, le informé que le iba a dar por culo:
―¡A qué esperas! ¡Mi amor!― chilló descompuesta.
En ese momento, no caí que me había llamado “amor” y no “querido” como solía hacer porque estaba ocupado en darle placer. Seguro del calor que nublaba 

su mente, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré.
Mi cuñada gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal y entonces ocurrió algo no previsto, Loung saliendo de su entrepierna, se dio la vuelta y cogiendo la cabeza de su princesa entre sus manos, las dos mujeres se fundieron en un sensual beso, tras lo cual y mientras la consolaba, oí que le decía:
―Deje que su futuro marido disfrute poseyéndola, después le juro que yo me ocuparé de su adolorido culito.
Sus palabras incrementaron la pasión de la princesa y desbordada por el cariño que esa niña le demostraba, le rogó que le dejara comerle el coño mientras yo seguía machacando su intestino con mi pene. Loung con rubor se colocó frente a ella y separando las piernas, le dejó ver su pubis.
―¡Qué bello es!― exclamó mi cuñada al contemplar el sexo depilado de la cría y sin poderse reprimir, probó por vez primera su sabor.
Sé que le debió de gustar porque pegando un grito, me rogó que la follara más despacio para que ella pudiera comerse ese manjar con tranquilidad. Rebajando el ritmo con el que le rompía el ojete, disfruté viendo las uñas de la princesa separando los pliegues de la chica antes de con la lengua saboreara el adolescente clítoris.
Tampoco Loung le hizo ascos porque su jefa no llevaba ni un minuto devorando su coño cuando berreando como una posesa, se corrió. Sovann sorprendida por la profundidad de su orgasmo, intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de su paisana pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, más placer ocasionaba a su amante que completamente desbordada no dejaba de gritar de placer. La visión de esas dos mujeres 

disfrutando, colmó mi paciencia e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto al culo de mi cuñada.
―¡Así!, ¡Sigue! ¡Más fuerte!― reclamó descompuesta la muy guarra al sentir mi extensión acuchillando su interior
Decidido a liberar la presión de mis huevos, mis incursiones se volvieron tan profundas que temí que mi adorada prometida se desgarrara por dentro pero esa mujer que nunca dejaba de sorprenderme, en vez de quejarse, ordenó a su nueva amante que me ayudara.
―¿Qué quiere que haga?― preguntó indecisa la muchacha.
―Nuestro hombre necesita más ritmo, márcale el compás con azotes en mi culo.
Loung dudó en obedecer, para ella esa mujer iba a ser su reina y no se veía capaz de golpearla aunque fuera ella quien se lo pidiera, por lo que tuve que intervenir, diciendo en voz en grito:
―¡Hazlo! ¡Obedece a tu dueña!
Temblando, le soltó una nalgada y al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de su princesa, con más confianza y más fuerza le dio el segundo. No satisfecha, Sovann le exigió que continuara. La muchacha pidiendo perdón por anticipado se dedicó en cuerpo y alma a satisfacer los deseos de mi cuñada. Tengo que aclarar que no solo lo cumplió su cometido fielmente sino que extralimitándose le soltó una serie de mandobles que me dolieron hasta mí.
Con sus cachetes rojos y con su esfínter ocupado, la futura soberana se corrió sobre la alfombra. Al dejarse caer, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando su ojete, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
―Dios― grité al sentir que mi verga explotaba regando su intestino y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Nuestra nueva amante con una sonrisa en sus labios, nos ayudó a levantarnos y cogiéndonos de la mano, nos llevó hasta el cuarto. Una vez allí, con un cariño casi religioso, nos tumbó en la cama y en silencio se retiró sin decir nada. Tanto Sovann como yo nos quedamos extrañados de su actitud pero como estábamos cansados, nos abrazamos y pensando que la noche había terminado, nos pusimos a hablar de lo sucedido.
―¿Te ha gustado?, princesa― pregunté mientras la acariciaba tiernamente.
―Sí, mi amor― respondió con la voz todavía entrecortada –Tengo el culo amoratado pero tengo que reconocer que he disfrutado como una perra. Te parecerá duro lo que te voy a decir y no me alegro de que mi marido esté muerto, pero desde que te conocí me has revelado aspectos míos que no conocía.
Al escucharla, me quedé pensando en ello y tras meditarlo, comprendí que a mí me ocurría lo mismo. Mi querida cuñada me había hecho olvidar el dolor por la muerte de mi hermano y mis futuros años quería pasarlos con ella y con Loung. Por primera vez, estaba colado y era de ellas dos, por eso y cuidando mis palabras, le pregunté:
―¿Y cómo acoplaremos a esa zorrita en nuestra vida?
Soltando una carcajada, Sovann me besó antes de contestar:
―Entre nuestras piernas, ¿dónde va a ser?
Aunque no nos habíamos dado cuenta, Loung había vuelto portando una bandeja con la cena y al escuchar que la incluíamos en nuestros planes, la dejó sobre la mesa y alegremente, preguntó:
―¿Mis dos dueños quieren ya cenar? O ¿prefieren que esta zorrita les canse un poco más?
Haciendo un hueco entre nosotros, la llamé diciendo:
―Ven aquí que mi futura esposa no ha oído tus berridos cuando te tomo.
―Con su permiso, Alteza― sonriendo, contestó y pegando un salto, se encaramó sobre mí.
Sovann, muerta de risa por la desfachatez de la cría, la besó y susurrándole al oído, le informó que tenía la intención de devolverle todos los golpes que le había propinado. Soltando una carcajada, Loung se giró y dijo:
―Princesa, con gusto, recibiré su escarmiento y de esa forma, su prometido sabrá que a partir de hoy tiene dos putas en la cama dispuestas a complacerle…

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 6” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 9

Al día siguiente unas risas provenientes del baño me despertaron y todavía medio dormido, me levanté a comprobar que era lo que pasaba. Me espabilé de golpe al cruzar la puerta ya que no me esperaba encontrarme a Sovann sentada en el váter y con su pubis lleno de espuma mientras su secretaria cuchilla en mano se lo afeitaba.
-¿Y esto?- pregunté riendo al contemplar la escena.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Loun contestó:
-A la princesa le encantó mi coñito sin pelo y me pidió que la ayudara porque quería llevarlo igual.
Reconozco que sus palabras azuzaron mi lado más lascivo y tomando asiento a su lado, me quedé observando la forma con la que la maquinilla iba talando el escueto bosque que hasta entonces decoraba el sexo de la viuda de mi hermano. Mi interés no le pasó desapercibido y sin darse apenas cuenta, Sovann se empezó a calentar al sentir los dedos expertos de su secretaria trasteando en su entrepierna.
Un breve gemido que salió de su garganta me hizo levantar mi mirada para descubrir que afectada por esos toqueteos, se estaba mordiendo los labios en un intento de contener la calentura que estaba sintiendo.
-La guarrilla de tu princesa se está poniendo cachonda- informé a la muchacha.
Roja como un tomate, Loung contestó:
-No es la única.
Su confesión me agradó porque cuanto mejor se llevaran esas dos y más unidas estuvieran, mejor me iría y más placer me regalarían. Por eso y queriendo afianzar esos sentimientos, comencé a acariciarlas mientras cada vez era más evidente que la joven estaba aprovechando para masturbar a su jefa.
-Dios, ¡me encanta!- susurró la princesa al sentir los dedos de su ayudante mimaban su botón del placer.
La excitación de ambas se incrementó exponencialmente cuando, una de mis manos se apoderó de los pechos de la princesa mientras que con la otra magreaba sin recato las nalgas de su secretaria.
-No seas malo. ¡Puedo cortarla!- musitó en voz baja la chavala al notar que una de mis yemas se abría paso en su hasta entonces virgen ojete.
El morbo de saber que nadie había hoyado ese agujero me impulsó a juguetear con él mientras su dueña terminaba de afeitar a Sovann.
-¡Por favor!- sollozó la oriental al experimentar esa intrusión.
Su sollozo lejos de hacerme recapacitar, avivó el fuego de mi lujuria y sabiendo que no se iba a negar, ordené a Loung que limpiara con la lengua el chocho de su princesa mientras le introducía una segunda yema en su entrada trasera.
Sovann no puso impedimento alguno a que su secretaria empezara a lamer su sexo y colaborando con ella, separó sus piernas para que le resultara más fácil. Con los nervios a flor de piel pero ya dispuesta, Loung tomó posesión de su sexo concentrando todos sus esfuerzos en el clítoris que se escondía entre sus reales pliegues.
El efecto de esas húmedas caricias fue inmediato y retorciéndose sobre la tapa del váter, la viuda de mi hermano se corrió salvajemente. Sorprendida pero igualmente encantada por la violencia de ese orgasmo, su recién estrenada amante se fue bebiendo el flujo que brotaba del coño mientras su trasero era forzado por mis dedos. La insistencia de la joven prolongó el placer de mi cuñada, la cual con las hormonas de una hembra en celo cambió de postura y tirándose al frio suelo, buscó con la boca el coño de su ayudante mientras esta seguí lamiendo intensamente su sexo.
Esa maniobra que tantas veces había visto en las películas pero que nunca había practicado, fue el banderazo de salida a una loca carrera de ambas por encontrar el placer mutuo mientras yo ponía mi granito de arena separando las nalgas de la oriental.
-No me hagas daño- susurró al sentir que la cabeza de mi pene se posaba en su entrada trasera.
Estaba a punto de desflorar ese virginal trasero cuando comprendí que esa maravilla merecía una atención especial y que en mitad del baño, no podía ni debía hacerlo por eso cambiando de objetivo de un certero empujón se lo metí hasta el fondo de su cueva.
El chillido de placer de la secretaria fue tan brutal que durante unos instantes la princesa se quedó quieta pero al comprender que no era de dolor, mordisqueó el clítoris de la muchacha mientras mi verga machacaba el interior con fiereza.
-¡Me corro!- aulló descompuesta nuestra víctima al sentir ese doble estímulo y mientras su cuerpo era sacudido por el gozo, hundió nuevamente su boca entre las piernas de su jefa.
El sabor agridulce de su flujo exacerbó a la princesa que al comprobar que recibía la muchacha recibía con alborozo los embates del de su prometido decidió que era hora de completar su instrucción y levantándose, cogió las duras nalgas de la cría y abriéndolas me soltó:
-Amor mío, esta zorrita necesita que le rompas el culito.
Dudé un instante si obedecer pero al comprobar la facilidad con la que los dedos de Sovann invadían el ojete de su ayudante mientras esta, envuelta en sensaciones nuevas, no paraba de gemir de gusto me hizo cambiar de opinión y asumiendo que estaba dispuesta, saqué mi instrumento de su sexo y colocándolo en el inmaculado esfínter, lentamente fue horadándolo.
-¡Me duele!-aulló estremecida por el dolor.
El sufrimiento de la joven provocó que otra carcajada de su jefa la cual entregada a la lujuria reclamó que terminara de metérselo y soltando un fuerte azote sobre mi propio trasero, me obligó a romperle el culo diciendo:
-¡Haz que esta puta disfrute!
Azuzado por la nalgada, la cabalgué salvajemente. Mis embestidas alcanzaron un ritmo infernal que derribó todas las defensas de la oriental y su dolor se transformó en placer mientras lloraba por su virginidad perdida. Ante mis ojos, todo su cuerpo convulsionó al experimentar que se derretía siendo usada de esa manera por mí y totalmente a mi merced, gritó que no parara.
Al escuchar su pedido, la cogí del pelo y usándolo como riendas, me lancé en un galope desenfrenado que me hizo alcanzar nuevas cotas de excitación mientras mi cuñada se dedicaba a morder los pechos de la pobre chavala.
-¡Soy feliz siendo vuestra puta!- chilló descompuesta al interiorizar que su entrega era absoluta y que jamás había sentido tanto placer como el que la estábamos brindando en ese instante.
Al escuchar ese chillido, Sovann soltó una carcajada y acercando su boca a la boca de Loung, la mordió los labios mientras la decía:
-No solo eres nuestra puta, eres nuestra mujer y yo la vuestra.
Que ambas aceptaran de buen grado esa relación a tres bandas me alegró y viendo que no paraban de besarse, busqué mi propio placer acelerando mis incursiones sobre su culo. No tardé en explotar y Loung al sentir mi simiente rellenando el interior de sus intestinos, se vió sacudida por un nuevo y brutal orgasmo que la dejó paralizada hasta que agotada, se dejó caer sobre la suelo y sollozando volvió a confirmar que era nuestra y que no le importaba que su honor quedara en entredicho al ser nuestra amante.
-No entiendo- respondí al ver sus lágrimas.
Interviniendo Sovann me comentó que según las estrictas normas de la sociedad de su país, de conocerse que se había entregado a nosotros, cualquier miembro de su familia podía exigir que un juez reparara el daño lo que conllevaría no solo el ser desheredada sino que llevándolo al extremo, podía ser víctima de un asesinato por honor.
Hasta ese momento no había conocido que sobre ella caería la vergüenza de ser una paria y que su familia renegaría de ella por ser la amante de la princesa y de su futuro marido.
-¡Qué salvajes! ¡Eso es medieval! – exclamé poniendo a mi cerebro a trabajar a mil por hora.
Loung temiendo que la separara de nuestro lado, se arrodilló a mis pies implorando que no lo hiciera por que prefería una vida corta pero intensa con nosotros dos que languidecer lejos de nuestros brazos.
-Tengo una solución- respondí llevándola hasta la cama y mientras la princesa intentaba consolarla, cogí el teléfono.
-¿Qué vas a hacer? –preguntó mi cuñada.
-¿Recuerdas a Sergio, mi socio?- dije a la muchacha que no paraba de llorar.
Enjuagándose las lágrimas, contestó que sí y fue entonces cuando descojonado la solté:
-Me debe muchos favores y no podrá objeción.
-¿Objeción a qué?- insistió Sovann.
-Aunque nunca lo hemos hablado, sé que es homosexual y como no le interesa que se sepa, jamás saldrá del armario públicamente… le voy a pedir que se case contigo- repliqué mirando a la aterrorizada muchacha- y aunque legalmente seas su esposa, la realidad es que serás la nuestra.
-No va a aceptar- sollozó mientras en sus ojos se podía vislumbrar un hálito de esperanza.
-¡Lo conozco y sé que lo hará!- repliqué mientras marcaba su número.
Los tres timbrazos que tardó en contestar se me hicieron eternos pero me sirvieron para acomodar mis ideas y saber que decir.
-Buenos días- escuché que me saludaba desde el otro lado de la línea.
Midiendo mis palabras, le conté brevemente el tipo de relación que me unía con las dos samoyanas mientras ellas permanecían calladas y expectantes sobre la cama.
-¿Te estás tirando a las dos?- preguntó muerto de risa.
-Así es- reconocí- y eso es un problema.
Creyendo que le llamaba para fantasear, no pudo reprimir una carcajada mientras me decía:
-Sí, ¡que te van a dejar seco!
No tomé en cuenta su burrada y conociendo el modo de pensar de mi amigo, le expliqué el negro panorama que se le avecinaba a la chavala si alguien llegaba a sospechar que era nuestra concubina. Su tono perdió la guasa cuando contestó escandalizado que era increíble que eso pasara en pleno siglo xxi.
-Por su bien tienes que terminar con ella- insistió.
-Lo intenté pero ella no quiere y amenaza con suicidarse si la dejamos- respondí en plan melodramático.
Sin saber que le iba a pedir su ayuda, me preguntó:
-¿Qué vas a hacer?
-El problema es de los dos – respondí -porque si esto sale a la luz, su padre que actualmente es un poderoso aliado se pondría en contra de la princesa y podríamos perder este negocio.
Sergio, que no es tonto, comprendió que se me había ocurrido una solución que no le iba a gustar y con la mosca tras de la oreja, replicó:
-¿En qué has pensado?
Lanzándome al precipicio, contesté descubriendo su secreto:
-Aunque jamás me lo has reconocido, sé que eres homosexual y sabiendo que nunca se te ha pasado por la cabeza hacerlo público, necesito que te cases con ella princesa y en contraprestación, te regalo el primer millón que ganemos haciendo negocios con los samoyanos.
Mi amigo se quedó callado al escuchar mi petición. Tras unos segundos de indecisión y apenas repuesto de la impresión, me espetó:
-¡Eres un hijo de puta! Si lo sabías, ¿por qué nunca me lo habías comentado?
Extrañado que fuera eso lo que le molestaba y no el favor que le estaba pidiendo, respondí:
-Porque me daba igual. Te quiero como a un hermano y a la familia no se la juzga- y defendiéndome como gato panza arriba, exclamé: -¡esperaba que fueras tu quien me lo dijera!
Durante un minuto se mantuvo en silencio digiriendo el contenido de nuestra conversación, tras lo cual mirándome a los ojos contestó:
-No sabes lo que he sufrido durante estos años al no saber si me rechazarías, por eso comprendo perfectamente lo que debe estar soportando esa cría con la situación en la que la has puesto. ¡Deberías haberlo pensado antes de meterte entre sus piernas!
-Lo sé.
-¡Qué cojones vas a saber! ¡No tienes ni puta idea de lo que se siente al tener que esconderte!
Acojonado por el cabreo de mi amigo y temiendo que no me ayudara, pregunté si nos iba a ayudar:
-A ella, no a ti. Eres un cerdo egoísta que solo piensa en su bragueta. ¡Por supuesto que me casaré con ella! Y si algún día tiene la desgracia de quedarse embarazada por ti, reconoceré a su hijo como hijo mío y no podrás negarte.
-Te lo agradezco- respondí escuetamente al no querer entrar en el tema de la paternidad.
Cambiando de tono, Sergio me dijo:
-El millón me lo quedo y tú pagarás la boda porque al final de cuenta eres tú el causante y máximo beneficiario de esto.
No pude más que aceptar sus condiciones. Despidiéndome de él, me dirigí a las dos orientales que permanecían atentas por el resultado de mi llamada y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, comenté:
-Volvamos a la cama a celebrar que nuestra pequeña se casa.
Para mi sorpresa, Loung me contestó que no estaba contenta con esa solución y que aunque la aceptaba, pensaría en otra que la satisficiera más…

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 8” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 11

La llegada a la capital de Samoya fue en olor de multitudes. Como única aspirante al trono, el pueblo se lanzó a las calles reconociéndola como su reina y el gobierno no pudo más que aceptarlo como un hecho consumado, organizando su entrada triunfal al país como si de la coronación se tratase.
Obviando su antigua enemistad, el general Kim nos recibió en las escaleras del avión y dando muestra de una hipocresía sin igual, se arrodilló al ver que Sovann salía por la puerta.
-Lo difícil que le debe resultar a ese malnacido postrarse ante mí – susurró en mi oído mi cuñada mientras bajábamos.
Una vez en suelo samoyano, Sovann alargó su mano para que el militar se la besara y a este le quedó más remedio que demostrar su lealtad haciendo una genuflexión y acercándosela a los labios mientras le decía:
-Mi reina.
-Presidente Kim.
Lo que nadie me había avisado era del papel que ese día me reservaba y menos que en ese preciso instante, el tipo se arrodillara también a mis pies, diciendo:
-Príncipe Manuel, es un honor recibirlo en su nueva patria. Quiero que sepa que todos vemos en usted al creador de una nueva estirpe de reyes.
Mi cuñada y futura esposa no hizo caso a ese velado insulto ya que al ensalzar mi figura la estaba minusvalorando en cierta forma. Es más saltándose el protocolo, cogió al militar del brazo y junto a él entró en la primera limusina, dejando la segunda para que yo fuera con la única compañía de Loung.
-¿Crees que es prudente que vaya con ese cerdo?- pregunté a la secretaria.
-Su prometida lo ha querido así para poder negociar con él sin ningún intermediario.
La multitud que nos encontramos camino a palacio tenía tantas ganas de aclamar a Sovann que un trayecto de treinta minutos se convirtió en dos horas. Dos horas en las que tuve que permanecer de pie saludando y besando a cuanto mocoso me llevaron.
Sinceramente he de decir que llegué agotado y por eso tardé en reconocer la expresión de disgusto en la cara de mi cuñada.
-¿Qué ha pasado?- quise saber anticipando problemas.
-He conseguido que me ceda el poder pero he tenido que ceder en una minucia.
Supe por su rostro cenizo que ese cabrón se la ha jugado y que contra su voluntad, le había sacado algo importante y no una insignificancia.
-¿De qué se trata?- insistí al ver que Sovann era reacia a informar.
Muerta de vergüenza, contestó:
-Sé que tanto tú como Loung os vais a enfadar pero no he tenido más remedio que transigir si quería que Kim accediera a exiliarse sin crear problemas.
Al verla tan desolada, creí que estaba cancelando nuestra boda y no queriendo profundizar su dolor, decidí facilitar las cosas diciendo:
-Si tienes que casarte con otro, hazlo y cuando seas reina ya veremos cómo solucionarlo.
-No es eso- respondió- el consejo de ancianos se ha reunido y tras muchas discusiones han llegado a un consenso que satisface a las dos partes en litigio…
-Se clara y dime que han decidido- exigí cansado de tanto circunloquio.
Con el corazón en un puño, respondió:
-Ha accedido a nombrar a Loung protectora del reino pero para tranquilizar a los militares quieren también deberás hacerte cargo de Kanya Anand.
-¿Me estás diciendo que seremos cuatro? ¿Tú, yo y dos protectoras? …. sí es así me puedes explicar en primer lugar ¿quién es esa? Y en segundo, porque dices que tengo que hacerme cargo, no somos tú y yo.
Incapaz de mantenerme la mirada, contestó:
-Mi país es profundamente machista y aunque vayas a ser el rey consorte, consideran que el bienestar de las dos será una responsabilidad exclusivamente tuya.
-No me has contestado, ¿quién es esa muchacha? ¿Una noble?
Tuvo que ser Loung, acabada de llegar, la que con un enorme cabreo me lo aclarara:
-¡Qué va! Es la hija del general y según dicen, su ojito derecho.
-¡Me niego! No pienso meter en mi cama a alguien relacionado con ese malnacido- contesté porque no en vano sospechaba que ese militar había tenido mucho que ver con la muerte de mi hermano.
Al ver que me cerraba en banda e intentando hacer que recapacitara, su viuda me soltó:
-Amor, no nos queda otra que aceptar o nunca accederé al trono- siendo un argumento de peso cuando realmente me convenció fue al decir: – y piensa que siempre podrías hacerle la vida imposible.
-De acuerdo, ¡ese hijo de perra no sabe dónde manda a su retoño!- exclamé mientras entraba en Palacio.
Aunque siempre me había considerado un hombre tranquilo, os he de decir que en ese momento me podían las ganas de venganza y por ello no mostré mi disgusto cuando el general me abrazó cerrando con ello el acuerdo sino todo lo contrario, luciendo mi mejor sonrisa, contesté:
-Estoy encantado con la idea de compartir con Kanya mi vida y así garantizar el futuro de Samoya.
La rapidez con la que había claudicado debería haber puesto en alerta al militar pero el capullo demostrando nuevamente su ausencia de humanidad así como sus faltas de escrúpulos, contestó:
-Príncipe, no tiene que disimular conmigo. Solo espero que haga honor a su palabra y la embarace. Mi hija sabe lo que le espera y no se hace ilusiones de hallar en usted un marido.
-Si tan claro lo tiene porque la obliga a unirse a un hombre cuya única obligación es preñarla- conteniendo mi odio repliqué.
Fue entonces cuando Kim se quitó la careta y siendo sincero me soltó:
-Kanya es consciente que dando un heredero a Samoya con ello garantiza mi vida. Ni siquiera la reina se atrevería a pedir la cabeza del abuelo de un miembro de la familia real.
«Menudo cabronazo, no le tiembla el pulso de sacrificar a su propio retoño si con ello consigue salvar su culo», medité indignado.
A punto de explotar, preferí separarme de él e ir al encuentro de Loung. Mi intención no era otra más que saber cómo había digerido esa noticia ya que era la más perjudicada con ese trato.
-¿Cómo estás?- pregunté.
La morenita respondió:
-¡Engañada! Me había hecho ilusiones al conocer que gracias a esa vieja norma dinástica se me permitiría ser tuya sin tener que compartir tus caricias con nadie que no fuera la reina y ahora sé que incluso en la que sería mi noche, voy a tener que aceptar la presencia de esa mojigata.
El modo con el que habló de su rival me hizo comprender que la conocía y por ello directamente pedí que me dijera lo que sabía de ella.
-Te será difícil tener una conversación con ella. Apenas habla y cuando no está estudiando, se la pasa rezando en algún templo.
-¿Tan religiosa es?- pregunté porque no me cuadraba que el general la hubiese educado así.
-Iba para monja. Se decía que quería entrar en un monasterio.
«¡Mierda! ¡Es una santurrona!», pensé comprender que dadas su personalidad y sus creencias suficiente castigo era tener que entregarse físicamente a un hombre, puesto que en el budismo se exigía la virginidad a las mujeres que quisiesen entrar a formar parte de la casta sacerdotal.
Tratando de aclarar mis ideas sobre ese asunto, comenté la humillación que para ella sería lo que su viejo había acordado para ella.
-Imagínate- Loung contestó: – aunque sea legal y aceptado por la sociedad, seremos solo tus concubinas… yo al menos tendré el consuelo de amarte pero Kanya no. Para ella será una tragedia personal.
Que Loung y esa desconocida sufrieran las consecuencias de ese trato mientras el general salía impune de sus fechorías me terminó de cabrear y sabiéndome una marioneta del destino, quise que me explicara cuando tendría lugar no solo la coronación de Sovann sino también el nombramiento de ellas como protectoras del reino y mi boda.
Luciendo una vanidad que no había lucido con anterioridad, respondió:
-El nombramiento ya ha sido. ¡Estás frente a una protectora del reino! Formalmente solo falta que nos tomes tras la cena de esta noche para que sea oficial. La boda y la coronación será en un mismo acto tal y como estaba previsto el jueves en el templo real.
-¿Me estás diciendo que ni siquiera le van a dar tiempo a conocerme antes de meterla en mi cama?
Muerta de risa y en plan malvado, replicó:
-Ni falta que hace, técnicamente es un vientre al que tienes que inseminar ¡por el bien de Samoya!
No me había repuesto todavía de la noticia de la existencia de una segunda protectora y que la afortunada era la hija del general cuando Sovann llegó ante mí y me pidió que entráramos al Palacio. Os juro que aunque había oído hablar del lujo oriental, nunca me había imaginado la magnificencia de las diferentes salas por las que cruce del brazo de la futura reina.
La profusa decoración sus paredes y la calidad de sus alfombras eran tan apabullantes que temí verme víctima del síndrome que aquejó al escritor Stendhal cuando visitó Florencia.
-Es alucinante- susurré al oído a mi prometida mientras con mi corazón palpitando a mil por hora admiraba su belleza.
Sovann, henchida de orgullo, contestó:
-Es el legado de mis ancestros que debo de mantener y dejar a nuestros hijos.
Esa fue la primera vez ocasión en que mi prometida se erigió ante mi como depositaria de su herencia pero no la única porque antes de retirarnos a nuestras habitaciones, me llevó a rendir homenaje al difunto rey.
Confieso que hasta que no vi con mis propios ojos el dolor de esa mujer al postrarse ante el cadáver del monarca, no comprendí el alcance de sus creencias porque olvidando que ese sujeto la había dejado viuda y mandado al exilio, se arrodilló y comenzó a llorar.
Más de media hora, permaneció sollozando en el suelo mientras sus súbditos cuchicheaban satisfechos por la lealtad que la heredera de Samoya le mostraba al muerto. Al levantarse, le recriminé que llorara por él pero entonces dándose la vuelta, me contestó:
-No lloro por él sino por nosotros. A partir de este momento, tú y yo somos esclavos de Samoya. Nuestros deseos y afectos quedan subordinados al bien del reino.
Al escuchar su sentencia, comprendí que tenía razón y para mi sorpresa me vi hincando la rodilla ante el rey y sollocé por la libertad que había perdido.
«¡Me debo a un país que no conozco y que detesto!», lamenté mi suerte mientras a mi lado Sovann sonreía amargamente.
Al salir de allí, me informó que debía ocuparse de asuntos urgentes y durante el resto de la tarde permanecí completamente solo con la única compañía de un viejo cascarrabias al cual mi futura esposa había encargado que me enseñara el idioma del que sería mi país. Aunque algo había aprendido en el tiempo que llevaba viviendo con Sovann y Loung, reconozco que me costaba seguirle por las numerosas afecciones y vocales que tenía el samoyano.
«Dudo que algún día me pueda desenvolver en él», murmuraba para mí mientras el tal Sunna se desesperaba al comprobar que no sabía ni las cosas básicas.
-A ver si te enteras, todo me suena igual- en un momento le dije al no poder diferenciar los cuatro tipos de pronunciaciones de la letra A.
-El pueblo no entenderá que su rey no sea capaz de dirigirse a ellos- respondió mientras volvía otra vez a darme la matraca.
Matraca que se volvió casi una tortura para ambos durante las dos horas que permanecí bajo la tutela del anciano. Por eso me reí cuando desesperado le dijo a Sovann antes de irse que quizás en veinte años podría expresarme como un niño.
-No te rías, Sunna tiene razón debes hacer un esfuerzo por aprenderlo.
Atrayéndola hacía mí la besé pero entonces rehuyendo mis caricias, me pidió que me vistiera porque tenía que asistir a una sesión de fotos para los carteles conmemorativos de nuestra boda.
-Menudo coñazo es esto de ser rey- suspiré al saber que por mucho que insistiera no daría su brazo a torcer.
-No lo sabes tú bien- riendo contestó- porque después vendrá el besamanos protocolario antes de la firma del decreto que el consejo ha redactado.
-¿Te refieres al tema de Loung?
-Sí.
Al preguntar en qué consistiría, me comentó:
-Es un documento importante que exige cierto formulismo. Firmarás tu consentimiento ante los ancianos, ante los padres y ante mí en mi calidad de heredera al reino.
-Me imagino que ellas estarán presentes.
Demostrando nuevamente lo poco que sabía de su cultura, la princesa contestó:
-Creo que no has entendido la naturaleza de esta medida. Como en Samoya está prohibida la poligamia, mis antepasados se inventaron una ficción jurídica donde las protectoras pierden sus derechos y se convierten en cosas.
-Me he perdido- reconocí.
-Si carecen de entidad jurídica, cuando las tomes bajo tu amparo no cometerás adulterio porque ya no serán personas.
-De esa forma tan siniestra evitan la poligamia- asentí.
-Así es. A efectos legales, Loung y Kanya ya no existen, podrías matarlas y no ocurriría nada: sería como si destruyeras una roca o cortaras una hoja.
Alucinando todavía por lo rebuscado del método, tuve que aguantar que una pléyade de sastres entrara en la habitación y sobre la marcha me ajustara el traje que llevaría en esa ceremonia mientras no dejaba de pensar en el sacrificio que esas dos hacían al ser envestidas con ese dudoso honor.
Tal y como me había anticipado, ya vestido, me llevaron al salón del trono y una vez allí me hicieron posar en mil posturas diferentes, muchas de ellas ridículas, hasta que el fotógrafo real quedó satisfecho.
«Todavía no soy rey consorte y ya estoy hasta los huevos», pensé al sentirme un pelele en manos de la corte.
Y como muestra, un botón. En cierto momento me entraron ganas de ir al baño. Al decirme dónde estaba el servicio, no solo tuve que soportar que cinco de esos cortesanos me acompañaran sino que al llegar frente al urinario, me topé con una empleada que poniéndose un guante, sacó mi pene y luciendo una sonrisa, esperó a que hiciese mis necesidades sin dejar que el chorro salpicara fuera de el mismo.
«No quiero ni pensar si me entran ganas de cagar», murmuré para mí al ver que no contenta con ello, sacaba una gasa y eliminaba una gota rebelde antes de volver a meterlo dentro del pantalón.
Al salir totalmente colorado se me informó que mi prometida esperaba en un salón contiguo para atestiguar con su presencia la firma del documento. Sintiendo que estaba fuera de lugar, deseé que todo fuera un sueño y que eso no me estuviera ocurriendo a mí pero por desgracia era real.
Los primeros en firmar fueron los padres y mientras el de Loung se le veía afectado, el capullo del general estaba en la gloria porque sabía que con ello se libraba de cualquier represalia por parte de la reina.
Tras estampar mi firma me permití una pequeña venganza al acercarme a los progenitores y olvidándome del militar, informé al otro que no se preocupara por su hija porque a mí lado sería feliz.
-Se lo agradezco, alteza- musitó casi llorando el pobre tipo.
Una vez los miembros del consejo hubieron lubricado el escrito, era el turno de mi prometida y ésta demostrando que era digna de ese cargo, hizo un discurso optimista claramente dirigido al pueblo donde les prometía no solo democracia sino lo más importante esperanza.
El aplauso además de atronador fue unánime y lo que más me sorprendió fue ver que pasando de lo que opinara su jefe, hasta los soldados se unieron a él con entusiasmo.
«Tienen ganas de cambio y Sovann puede dárselo», sentencié al percatarme del cambio que se había producido en la mujer. Una vez se sabía reina, la ambiciosa y mezquina que solo pensaba en ella había desaparecido dejando emerger a la monarca.
Tras esa ceremonia, vino la cena y ahí fue la primera vez que estuve en la misma habitación que Kanya porque no se puede decir que la viera.
«Esto raya lo absurdo», me dije al comprobar que tanto ella como Loung llevaban el rostro totalmente cubierto y las habían relegado a la mesa más alejada de la principal.
«Para esta gente no son nada», comprendí con dolor mientras los ancianos con los que compartía mantel daban muestra de alegría porque con su ocurrencia sentían que habían salvado la monarquía.
Para colmo ese convite se alargó durante horas, horas en las que tuve que brindar mil veces por mí y soportar los comentarios picantes de los presentes. Y es que olvidando que Sovann estaba en la mesa, no se cortaron al sacarme los colores con alusiones a la noche que me esperaba. Lo más curioso fue escuchar a mi prometida siguiéndoles la corriente e incluso bromeando ella misma con el tema.
«Que alguien que les entienda, me lo explique», concluí fuera de lugar.
Pero lo que juro que nunca esperé fue que en el brindis final la princesa provocara las risas del respetable al pedirme en público que descargara todas las energías posibles con las protectoras del reino para que así al llegar la noche de nuestra boda fuera cariñosa con ella.
Aguanté estoicamente las carcajadas de los cortesanos pensando que ese era el papel que se esperaba del consorte pero entonces el anciano consejero que Sovann había sentado a mi derecha me susurró:
-Debe contestarla ofendido porque ha menospreciado su hombría. Olvídese que es la princesa, respóndala como su futuro marido.
Haciendo caso al vejete, cogí mi copa y repliqué:
-Querida, siento contradecirte. Por mucho que las haga gritar de placer en unas horas, no será nada en comparación a los berridos que darás cuando te haga mía- y mirando a los congregados en el salón, les prometí que nadie de ellos podría dormir la noche de mi boda porque los aullidos de la reina retumbarían en toda Samoya.
-Espero que hagas honor a tu palabra porque lo mejor para nuestra patria es tener contenta a su monarca- contestó la aludida provocando con su respuesta las risas de toda la corte.
Con el estruendo y el buen humor de los presentes, se me informó que había llegado el momento de dejarles porque tenía que cumplir con mis deberes. No sabiendo qué hacer, miré a mi prometida y ella con un gesto me deseó buena suerte…


Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 9 Y FINAL” (POR GOLFO)

$
0
0

CAPÍTULO 12

Confieso que al salir del banquete estaba nervioso porque no tenía ni idea de cómo debía comportarme con la hija del general. Si me acordaba de su padre y de lo que había hecho a mi hermano, lo que me pedía el cuerpo era poseerla en plan salvaje haciendo palpable mi desprecio pero si me ponía en su lugar, ella no era cómplice sino víctima de la ambición desmedida de su progenitor.
«Ya veré cómo es y dependiendo de ello, actuaré», concluí mientras descubría que tanto Loung como Kanya seguían sentadas en su sitio sin hacer ningún intento por seguirme, «¡qué extraño! Debe ser cuestión de protocolo».
Al llegar a mi habitación, me despojé de esas ropas y haciendo tiempo me puse el pantalón de pijama. Unos cinco minutos después, escuché que tocaban.
-Está abierto- respondí.
Mi desconcierto fue total cuando las dos mujeres entraron acompañadas por el consejo de ancianos en pleno al cuarto.
«¿No esperaran que las tome enfrente de todos?», me pregunté escandalizado.
Por suerte el más viejo de todos ellos, tomando la palabras, me hizo entrega de las protectoras recordándome que mi deber era preñarlas para asegurar la existencia de la monarquía tal y como la concebían en ese país. Tras lo cual, haciendo una genuflexión desaparecieron por la puerta.
Ya solo con ellas y viendo que permanecían quietas y calladas, me dediqué a observarlas intentando distinguir cual era cada una porque al estar tapadas por completo me parecían iguales. Supe que la de la derecha era Kanya al verla temblar de miedo e interesado por comprobar con quien me habían unido, lentamente levanté su velo.
-Esto sí que no me lo esperaba- murmuré encantado al descubrir el rostro angelical de una joven cuyos ojos negros me miraban asustados.
Impactado por su belleza me la quedé viendo durante unos instantes en silencio y girándome hacía Loung, le solté un suave azote diciendo:
-No vas a besar a tu dueño.
Pegando un chillido de felicidad, Loung se quitó ella misma el velo que le cubría mientras se lanzaba en mis brazos. Sus risas magnificaron el pavor de Kanya que estaba perpleja al no comprender la complicidad que existía entre su compañera y yo.
-Te amo, mi príncipe- riendo, reaccionó la muchacha al sentir mis manos recorriendo su cuerpo y sin que yo se lo tuviera que pedir, se comenzó a quitar la grotesca vestimenta que le habían puesto para esa ceremonia.
-Mira que eres puta, no ves que tenemos invitados- comenté al ver la cara de estupefacción de Kanya ante ese voluntario striptease.
La chavala creyó que lo que implícitamente le estaba pidiendo es que imitara a Loung y por ello empezó a desnudarse. El pudor y nerviosismo de Kanya hicieron que sus movimientos se ralentizaran dando un erotismo sin igual a su entrega.
Disfrutando perversamente, dejé que se quedara en ropa interior antes de pedirle que parara. La pobre estaba tan amedrentada que no dejó de temblar al verme admirando su cuerpo casi desnudo.
«Está mucho mejor de lo que pensaba», me dije valorando el estupendo culo con los que la naturaleza la había dotado.
-¿No nos vas a presentar?- pedí a la que consideraba mi mujer.
Loung, muerta de risa, se puso detrás de la aterrorizada muchacha y excediéndose en su papel de anfitriona, cogió entre sus manos los pechos de Kanya mientras me decía:
-Manuel, te presento a tu zorra Kanya. Zorra te presento a tu dueño.
Con lágrimas en los ojos, la muchacha hizo una reverencia antes de contestar con un breve saludo:
-Alteza.
Contra todo pronóstico me enterneció el pavor que traslucía y acercando una silla le pedí que se sentara. Una vez lo había hecho, tomé asiento sobre la cama y le dije:
-Cómo habrás adivinado Loung lleva siendo mía mucho tiempo y para ella esto es un mero trámite. En cambio, para ti es diferente.
-Lo es, príncipe- contestó sollozando.
-Según me han contado, tu padre te ha obligado a aceptar y ni la princesa ni yo queremos en nuestra cama a nadie que no venga voluntariamente. Como no puedo repudiarte, te ofrezco que te quedes con nosotros viviendo como invitada.
-No entiendo que tiene que ver la princesa en todo esto- dijo la mujer sin creerse todavía que no la violara.
Entrando al trapo, Loung comentó:
-Lo que Manuel no te ha querido decir es que además de ser su mujer, lo soy también de ella y entre los tres formamos una familia.
Para una mente tan cuadriculada y religiosa como la de Kanya, esa opción le pareció asquerosa pero más aún el desobedecer el mandato del consejo.
-¡Usted tiene la obligación de hacerme suya!- protestó fuera de sí.
-¿Me lo estas exigiendo?- a carcajada limpia pregunté.
-Sí, soy una de las protectoras del reino y ese es su deber.
Muerto de risa, me tumbé en la cama y mirándola a los ojos, la solté:
-Termina de desnudarte y hazlo lento, quiero comprobar la mercancía.
Humillada hasta la última célula de su cuerpo, me hizo caso y llevando sus manos a la espalda, desabrochó el sujetador dejándolo caer al suelo.
-Para ser una mojigata, tienes buenos pitones- comenté sin demasiado entusiasmo aunque en mi interior me quedaba prendado de la belleza de sus negros pezones.
Kanya, reteniendo las ganas de llorar, se quitó las bragas y ya completamente desnuda, tuvo valor para preguntarme si estaba contento con la mercancía. El odio que destilaba su mirada me hizo reír y dando unas palmadas sobre el colchón, la llamé a mi lado.
Como un reo dirigiéndose al patíbulo, recorrió los escasos metros que nos separaban, tras lo cual se tumbó sobre las sábanas con los ojos cerrados. Me consta que se esperaba que me abalanzase sobre ella pero en vez de hacerlo, decidí humillarla aún más pidiéndole que se masturbara ante su dueño.
-No sé hacerlo- fue su contestación.
Su pasado monjil me hizo saber que no mentía pero no por ello me compadecí y dirigiéndome a Loung que me miraba muerta de risa, le pedí que la ayudara.
Antes que pudiera hacer algo por evitarlo, la morena se colocó a sus pies y separando los pliegues de su sexo, la informó mientras se apoderaba de su clítoris:
-Tienes que tocarte este botón así mientras te acaricias los pechos.
Sobrepasándose más de lo necesario, la regaló un largo lametazo entre sus piernas. Eso provocó un grito de angustia en Kanya. Incapaz de reaccionar, durante unos segundos tuvo que soportar la húmeda invasión de la lengua de Loung en su sexo y creo que eso fue perdición porque cuando se retiró el daño ya estaba hecho.
«Esta niña no tiene nada de frígida», sentencié al observar que tras ese tratamiento tenía los pezones erizados y la piel de gallina.
Su compañera debió de pensar lo mismo porque sin dejarla descansar, la obligó a llevar una mano a su entrepierna y repetir las caricias que le había enseñado.
-Déjame, puedo yo sola- Kanya se quejó con tono inseguro al sentir nuevamente las yemas de ella jugando en su coño.
-Todas podemos pero no es eso lo que ando buscando- Loung replicó mientras mojaba los dedos en su humedad. Tras lo cual acercando su mano a mi boca, en plan putón comentó: -¿quieres probar como sabe tu nueva putilla? Está riquísima.
Con un nudo en la garganta, la novata observó con interés como chupaba los dedos empapados con su flujo porque para ella todo era escandaloso pero, contra su voluntad, no pudo evitar sonreír al oírme decir que tenía razón y que estaba deliciosa.
-¿Quieres un poco más?- me preguntó.
-Sí pero prefiero el envase original- respondí colocándome entre las piernas de la muchacha.
Kanya intentó protestar pero Loung se lo impidió con un leve mordisco en los labios, tras lo cual le susurró al oído:
-Es tu deber, no puedes negarte a tu dueño.
Al recordarle su función, como por arte de magia la desesperada muchacha dejó de debatirse y separando las piernas, me dio vía libre.
-Buena chica- escuchó que su compañera le decía e instintivamente se relajó.
Su relax le duró poco porque bastante más cachondo de lo que mi cara reflejaba, la exigí que me acercara su coño. Interiormente horrorizada pero sabiendo que no podía negarse, obedeció poniendo su sexo a escasos centímetros de mi boca. Al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado y que eso lo hacía más atrayente, saqué mi lengua y le pegué un lametazo mientras Kanya se mordía los labios para no gritar. Su sabor me enloqueció pero asumiendo que no estaba lista porque antes tenía que derribar sus defensas, separé mi cara y con voz autoritaria, la ordené que volviera a masturbarse.
Por su gesto comprendí que esa zorrita no entendía que no la poseyera de inmediato y que me divirtiera jugando con su sentido de la moralidad. Es más reconozco que me esperaba una queja pero entonces se sentó frente a mí y mirándome a los ojos, dejó que su mano se fuera deslizando hasta que uno de sus dedos encontró el botón que emergía entre sus labios vaginales y mientras lo acariciaba, preguntó:
―Si le obedezco, ¿va a permitir que cumpla con mi deber?
―Ya veré― respondí descojonado por la forma tan rebuscada de pedir que me la follara.
Mis palabras la intranquilizaron aún más y con sus mejillas totalmente coloradas por la vergüenza, deslizó lentamente un dedo por su intimidad. No supe interpretar el sollozo que surgió de su garganta porque en un principio pensé que era producto de la humillación que sentía pero no me quedó más remedio que cambiar de opinión, al observar que, tras ese estremecimiento, todos los vellos de su cuerpo se erizaban lo cual era síntoma de placer.
―Déjate llevar ― susurré- cuanto antes sientas placer, antes te poseeré.
En silencio, mi nueva concubina dibujó los contornos de su sexo con sus dedos mientras pensaba en su recompensa y por primera vez, la pérdida de su virginidad no le pareció tan repugnante pero al percatarse de la sonrisa que lucía mi rostro mientras la miraba, protestó:
-Por favor, no me mire.
Interviniendo Loung le replicó:
-Lo quieras reconocer o no, ¡estás excitada!
-¡No es cierto!- chilló llena de angustia al saber que eso iba en contra de su antigua elección por una vida religiosa.
Mi adorada morena comprendió que su negativa era una reacción defensiva. Por eso decidió dar otro paso para conseguir que su compañera se entregara a mí y sin pedirle opinión, comenzó a chupar sus pechos. Kanya ni siquiera trató de impedirlo porque bastante tenía con asumir que tenía los pezones duros como piedras y que le estaba gustando la sensación que mamaran de ellos aunque fuera una mujer quien lo hiciera. Aprovechando su confusión, con tono duro le exigí que se metiera un par de dedos en el coño.
Al obedecer, la inexperta mujercita notó que el placer invadía su cuerpo y gimiendo de gusto, empezó a meterlos y sacarlos cada vez más rápido de manera voluntaria hasta alcanzar una velocidad frenética.
―¡No sé qué me ocurre!― aulló al tiempo que sus caderas se movían buscando profundizar el contacto con sus yemas.
No quise explicárselo porque que tenía que descubrirlo ella sola y muerto de risa, me mantuve a la espera mientras Kanya se frotaba con urgencia creciente el clítoris. En cambio, Loung se compadeció de ella y cambiando de posición, se apoderó de su botón con su boca. De inmediato, la novata se corrió llenando de flujo la cara de su compañera, la cual lejos de quejarse se entretuvo bebiendo ese cálido néctar directamente de su fuente con lo que incrementó aún más la confusión de la muchacha.
-Por favor, ¡déjame!- gritó presa de un frenesí hasta entonces desconocido.
En vez de obedecerla, Loung pasó por alto esa exigencia y siguió firme en su intención de asolar hasta la última de las defensas que esa mujer había construido a su alrededor, usando únicamente su lengua. No contenta con ello, se dedicó a pellizcar sus pezones mientras continuaba devorando su sexo.
La mujer al sentir esos pellizcos, se puso a llorar mientras informaba a su cruel agresora que no podía más y que la dejara descansar. Sonreí al oír su tono desolado porque era una señal de lo cerca que estaba su rendición y haciendo caso omiso a sus ruegos, colaboré con Loung mordisqueando uno de sus pechos mientras con mis dedos invadía su sexo.
Nuestro ataque coordinado fue el empujón que le faltaba para que su cuerpo empezara a convulsionar sobre las sábanas presa de un segundo orgasmo aún mayor que el primero. Convencido que de ello iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, exigí a mi concubina que intensificara la acción de su lengua y bebiendo de la lujuria que rezumaba del sexo de Kanya, prolongó ese inesperado pero placentero clímax mientras su víctima se retorcía incapaz de absorber tanto placer.
-¡No es posible!- sollozó al comprender por fin lo que le ocurría y presionando con sus manos la cabeza de Loung contra su sexo, gritó:- por favor, ¡no pares! Lo necesito.
Durante largo rato, ni mi amada oriental ni yo soltamos a nuestra presa. La cual yendo de un orgasmo a otro sin descansar, se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a nuestros pies diciendo:
-No quiero ser una invitada, ¡quiero formar parte de la familia!
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se puso a cuatro patas sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas y me encantó descubrir su esfínter rosado pero sabiendo que no era el momento de usarlo, me olvidé momentáneamente de él y sacando mi pene del pantalón del pijama, lentamente la fui empalando hasta toparme con su himen.
-¿Estás segura que esto es lo que quieres?- pregunté presionándolo sin romperlo.
Echándose violentamente hacia tras, la novata firmó su entrega y casi sin dolor, chillo como posesa al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos mientras la decía:
-Para ser una víctima te mueves como una puta.
La aludida recibió con indignación mis palabras e intentó zafarse pero entonces agarrándola de la cintura, lo evité y de un solo golpe, le clavé mi extensión hasta el fondo. Kanyaa no pudo evitar que un gemido surgiera de su garganta cuando se dio cuenta de lo mucho que le gustaba que mi glande chocara una y otra vez contra la pared de su vagina:
La novata viendo que era incapaz de dejar de gemir, hundió su cara en la almohada para evitar que escucháramos sus gemidos mientras comenzaba a mover sus caderas buscando su propio placer. Dominado por el morbo de la situación, le solté un duro azote en su trasero mientras a mi lado Loung no paraba de reírse de ella. Al comprobar que esa oriental no se quejaba, descargué una serie de nalgadas sobre ella sabiendo que no podía evitarlo. Curiosamente esas rudas caricias la excitaron aún más y ante mi atónita mirada, se corrió brutalmente.
Decidido a vencer por goleada, me dediqué cien por cien a ella, cabalgando su cuerpo mientras mis manos seguían una y otra vez castigando sus nalgas. Para entonces Kanya se había convertido en un incendio y uniendo un clímax con el siguiente, convulsionó sobre esas sábanas mientras gritaba como una energúmena que no parara.
-¿Te gusta que te traten duro? ¿Verdad puta?- pregunté a mi montura.
-¡Sí!- sollozó y dominada por el placer, no puso reparos a que cogiendo su melena la usara como riendas mientras elevaba el ritmo con el que la montaba.
Para entonces su sexo estaba encharcado y con cada acometida de mi pene, su flujo salía disparado de su coño impregnando con su placer todo el colchón. Era tanto el caudal que brotaba de su vulva que ambos terminamos empapados antes de que mi propio orgasmo me dominara y pegando un grito, descargara toda mi simiente en su vagina. La inexperta al sentir mis descargas se volvió loca y moviendo sus caderas a una velocidad de vértigo, convirtió su coño en una batidora mientras se unía a mí corriéndose reiteradamente hasta que agotado me dejé caer sobre la cama con mi pene todavía incrustado en su interior. Allí tumbado, disfruté de los estertores de su placer sin dejar que se la sacara.
Fue entonces cuando, entre gemidos, me preguntó si era cierto que también sería la amante de la princesa.
― Pregúntale a ella- respondí señalando a Sovann que desde la puerta nos observaba.
No hizo falta que realizara esa pregunta porque llegando hasta ella, su futura reina y dueña la besó. Al experimentar por primera vez la ternura de su monarca, Kanya se puso a llorar pero en esta ocasión de felicidad.
-Hacedme un hueco- dulcemente mi prometida comentó mientras se desnudaba- porque vengo necesitada de las caricias de mi familia…
FIN

Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos hermanas!”(POR GOLFO)

$
0
0

El favor

Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas contra el hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde trabajaba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
-Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor-.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
-Fernando-, me dijo sentándose en un banco, -sé que vuelves a la patria-.
-Sí, Padre, me voy en siete días-.
-Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco-.

La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan  minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:

– Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia-,  no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían. Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo: -Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de sus dos hijas con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos-.
-¿Cuánto dinero necesita?-, pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
-Poco, dos mil euros..-, contestó en voz baja, -pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas-.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
-Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?-.
-Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa-.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
-Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas-.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
-Fernando, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato-, contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: – Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos  euros-.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme, le dije:
-Padre Juan, es usted un cabrón-.
-Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y quien soy yo, para comprender los designios del señor-.
La boda
Esa misma tarde en compañía del dominico, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote.  Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
-Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza-.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
-El jefe de la policía local-, me respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: -No querrás que vayan como pordioseras-.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo, me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle sus mujeres. Afortunadamente, vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso, desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus hijas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
“¡Coño!, si la madre me pone bruto, que harán las hijas”, recapacité un tanto cortado esperando que el dominico no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
-Te está purificando-, me aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
-Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio-.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
-Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?-.
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
-En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño, pero su misión es dejar agotado al novio-.
-No entiendo-.
-Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso-.

No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera  a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.

Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa, tratando de congraciarse con el extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano, no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al dominico, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a  todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano.  Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
-¡Que va!, son dulces y obedientes-, me contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: -Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú-.
Lo salvaje del trato, al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo, evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento, tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al  sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó  a mis brazos y en voz alta, pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
-Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa-.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje-.
-Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales-.
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales-
-Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos-.
-Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad-.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
-Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros-.
“¡Puta madre!, a mí me da lo mismo, pero si estas crías son practicantes, han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente”, pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura. “Será cabrón, espero que me explique que es todo esto”.
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos,  fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El dominico, con una sonrisa, me respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del  trato.
-Fernando,  si tienes algún problema, llámame- me dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.
El viaje
En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos hermanas. Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
-El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi hermana ni yo los necesitamos-, me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
“El dueño de la casa donde viviremos”, tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la india las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello, usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
-Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos-.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su hermana Dhara, empezaron a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
-Debemos probarnos sus regalos-.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
-¿Y?-.
-Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido-.

Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:

-Son muy guapas sus esposas-, dijo en un perfecto inglés,- se nota que están recién casados-.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntaron cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado reconocer, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada Choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su hermana se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
-Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo-.
-No tengo ninguna duda-, contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su hermana no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y que decir de su trasero, que sin un solo gramo de grasa, era el sueño de cualquier hombre.
“Menudo panorama”, pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. “El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa”.
-Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre-,  me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación, -sabremos hacerle feliz-.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su hermana, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid, iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las hermanas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India y por eso, no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
“Cómo echo de menos un buen entrecot”, pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran  pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
-Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú-.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, me contestó:
-Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección-, tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
-Temo que es mucho. No podrán terminarlo-.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra, una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
Mi acto no pasó inadvertido y susurrándome al oído, Samali me dijo:
-Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo-, y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente cogió mi mano en público.
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto, hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
-Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión-.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su hermana, ésta cogiendo mi mano la pasó por su ombligo, mientras me decía:
-Un buen maestro repite sus enseñanzas-.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad.  Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento, para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezaron a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, me susurró:
-Déjenos-.
Los mimos de las hermanas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas, vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su hermana me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba, metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato, me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
-Gracias-.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, su madre al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana, la violó para posteriormente ponerla a trabajar en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a que se dedicaba y por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes dominicos. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
“Menuda vida” pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí, una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo, cuando con voz seria Dhara me replicó:
-El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas, pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos-
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea, que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil, me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
-¿No nos venderá al llegar a su país?-.
Al escucharla comprendí su miedo, y acariciando su mejilla, respondí:
-Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros  y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís-.
Escandalizadas, me contestaron al unísono:
-Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será-.

Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras, tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:

-Mi hermana ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias-.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
-Tenemos toda una vida para lo hagas-.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su hermana se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
-Disculpe que le pregunte, ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?-.
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda.  El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué  que no tenía ninguna mujer. También les pedí que, como en España estaba prohibida la poligamia, al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que, si les preguntaban, confirmarían mis palabras.
-Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión-.
Dhara, al oírme, me dio un beso en los labios, lo que provocó que su hermana, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por  hacerlo en público.
“Qué curioso”, pensé, “no puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño”.
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
“No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari”, me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al  mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
-Están casadas-, solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite, nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado  y al explicarle el motivo, se sonrió y excusándolo, dijo:
-No se debe haber fijado en que llevamos el  bindi rojo-.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó que como se distinguía a una mujer casada. Como no tenía ganas de explayarme, señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una, porque no quería que pensaran mal de ellas.
-No te entiendo-, dije.
-No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que  en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar-.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría.
Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida.  Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salidos y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos hermanas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con María, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuando había vuelto.
-Ahora mismo estoy aterrizando-, contesté.
-¡Qué maravilla!, ahora tengo prisa pero tenemos que hablar, ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? y así nos ponemos al día.
-Hecho- respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación,  estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no  reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su hermana en español para que yo me enterara:
-¿Has visto a esa mujer?, ¿quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?-.
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su hermana:
-Debe de ser su prima porque, si no lo es, este viernes escupiré en su sopa-.
“Mejor me callo”, pensé al verlas tan indignadas y subiéndonos a un taxi, le pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid, lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal. Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porque había tan pocas bicicletas y que donde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, tras lo cual, les conté que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que  si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
-La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos-, les dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté que había dicho, la pequeña avergonzada respondió:

-No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi hermana que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.

 Ante semejante burrada, ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada.  Al ver que no me había disgustado, las dos hermanas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos. Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella me respondió:
-No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo-, respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
“O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol”, pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
-¿Qué os ocurre?-, pregunté.
-Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una casa de piedra-.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje,  les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, les pregunté que era:
-Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar-.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su hermana.  Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a similar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones  pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto, por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor, arrodillándose a mis pies, dijo:
-Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes  tenemos que preparar, como marca la tradición, el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas-.
“¡Mierda con la puta tradición!”, refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, le pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su hermana a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo.  Al subirme en el coche con Dhara, ella coquetamente esperó a que le abrochase el cinturón, momento que aproveché para acariciarle el pecho. Al no haber público, la muchacha no solo se dejó hacer sino que despojándose de su blusa, me los ofreció diciendo:
-Son suyos-.
Su mirada inocente me hizo ser tierno y cogiéndolos en mis manos, los acaricié antes de llevar mi lengua a ellos. Su piel morena  realzaba la belleza de sus senos. Con el tamaño y la firmeza exacta, esperaron mis mimos. Al juguetear con mi lengua en su aureola, su dueña emitió un gemido confirmando su deseo y asiendo su pezón entre mis dedos, lo encontré dispuesto. Sin más dilación, me lo metí en la boca. La muchacha, completamente entregada, puso su otro pecho a mi alcance mientras acariciaba con su otra mano mi entrepierna. Mi sexo reaccionó irguiéndose, momento que Dhara aprovechó para, sin ningún recato, con su mirada pedirme permiso.
Le respondí acomodándome.
La joven se puso de rodillas sobre su asiento y deslizándose sobre mi cuerpo, pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande antes de con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir la frescura de sus labios recorriendo  cada porción de la piel de mi pene. Increíblemente, no paró hasta que su garganta absorbió por completo toda mi extensión y entonces usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó con un suave vaivén que me hizo suspirar.
Al comprobar que me gustaba, aceleró su ritmo lentamente mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. La cadencia de sus movimientos se fue convirtiendo en desenfrenada y sin poderme aguantar, eyaculé en su interior. La muchacha no se quedó satisfecha hasta que  consiguió exprimir la última gota de mi sexo y solo entonces, dándome un beso, me hizo probar el sabor de mi semen. Si no llega a ser porque nos esperaban y sobre todo porque cuando la poseyera debía de hacerlo siguiendo sus reglas, juro que allí mismo la hubiese hecho el amor. Menos mal que la poca coherencia que me quedaba me obligó a separarla y decirle que debíamos irnos.
Dhara, sonriendo, me susurró:
-Mi hermana y yo, ya estamos en paz. Estoy deseando contarle que tiene razón-.
-¿Razón?-.
-En el avión, después de probarla, me dijo que  el sabor de la simiente de nuestro marido era un manjar-.
Confuso por la confesión de la muchacha, encendí el coche. El camino hasta el centro comercial me sirvió para recapacitar sobre la actitud de las muchachas sobre el sexo. Por su educación, puertas afuera eran unas mojigatas, pero bajo el amparo del hogar, esas crías se estaban mostrando como unas amantes insaciables.
“A este paso, voy a tener que agenciarme una tonelada de Viagra”.
Ya en el centro comercial, la muchacha se agenció de todas las rosas que había en la floristería y al pasar por una frutería, me preguntó si teníamos comida en la casa. Como le contesté que no, cogiéndome del brazo, entró en el local y como niña con zapatos nuevos, lleno medio carrito con diferentes frutas y verduras.
Había pasado  una hora desde que salimos del chalet. Al llegar, Samali nos saludó en la entrada al modo tradicional, uniendo las manos y arrodillándose, tras quitarme los zapatos, me puso unas babuchas que había sacado de mi equipaje. Ese acto de sumisión inaudita a los ojos de una occidental, ella lo realizó con una sonrisa de satisfacción en su cara, no en vano la habían educado para servir y por primera vez se lo hacía a alguien que consideraba propio, su marido. Mirándola, descubrí que iba descalza.
Dhara, al entrar con las compras, se quitó sus sandalias dejándolas a un lado de la puerta y corriendo, se fue a la cocina. Sus movimientos denotaban una femineidad difícil de encontrar en las occidentales.  A su hermana, no le pasó desapercibida la forma en que miré a la muchacha cuando salía y un poco celosa, me dijo:
-Mi hermana es muy hermosa-.
Sabiendo que a las hindúes les encantan los piropos pero que no podía caer en la grosería de menospreciar a una para ensalzar a otra, respondí  mientras acariciaba su mejilla:
-Sí, pero ¿qué es más bello, una flor o un colibrí?-.
Al oírme, se sonrojó. En ese momento no caí en la cuenta que en la India, ese pajarillo era el ave del amor y que mis palabras, eran una declaración en toda regla. Al no estar habituada a ese tipo de galanterías, se puso nerviosa y tratando de devolverme el piropo, me soltó:
-Nuestro marido es un búfalo-.
Aunque sabía por mi estancia en ese país que ese animal era considerado casi un Dios al ser  el motor de su economía, ya que, se usaba para arar las tierras y sus excrementos eran el único abono que disponían, no pude evitar reírme y contestarle:
-Espero que no sea por los cuernos-.
La cría no me entendió y cuando, recalcándole que era broma, le expliqué el significado en español, se echó a reír pidiéndome perdón. Siguiendo con la burla, la cogí en mis brazos y sentándome en el sofá, empecé a darle azotes en su trasero. Samali, muerta de risa, empezó a dar gritos como si la estuviera matando. Su hermana al oírnos, vino corriendo y al enterarse del motivo del supuesto castigo, se unió a nosotros haciéndole cosquillas. Lo que había empezado siendo un juego se fue transformando y a los pocos segundos, se volvió un maremágnum de besos y caricias.  Nuestros tres cuerpos se fueron entrelazando en un ritual de apareamiento.  Cuando ya estábamos a punto de perder el control, Samali, susurrándome al oído, dijo:
-Vamos a nuestro cuarto-.
Cogiendo sus manos, las llevé a mi habitación donde me encontré que no solo olía a incienso sino, que decorando la cama, las sábanas  estaban  repletas de pétalos de rosa.
Nada más entrar, las hermanas a empujones me llevaron hasta el baño, donde habían preparado la bañera y con ternura, me desnudaron. Tras lo cual, me pidieron  me metiera en el agua. Ni que decir tiene que, en ese instante, me encontraba excitado. Las dos mujeres haciendo caso omiso a mi erección, disfrutando como niñas, me lavaron el pelo mientras no paraban de reír. Demostrando una alegría desbordante, se dedicaron a enjabonarme todo el cuerpo, dando énfasis a mi entrepierna. Una vez habían decidido que ya estaba limpio, me sacaron de la tina y se dedicaron a secarme, para acto seguido, ponerme una especie de camisola larga muy típica en su país.
Sabiendo que debía de seguir sus instrucciones, dejé que me tumbaran en la cama. Las hermanas despidiéndose, me dijeron que volvían enseguida. Durante cinco minutos esperé su vuelta. Cinco minutos que me parecieron eternos. Cuando ya estaba desesperado, las vi aparecer por la puerta. Se habían cambiado de ropa y volvían únicamente vestidas con un sencillo camisón transparente que me permitió ver sus cuerpos sin ninguna cortapisa. Me quedé sin aliento al comprobar que no sabía cuál era más atractiva, si la traviesa y delicada Dhara o la sensual y madura Samali.
Como los preliminares eran importantes, me levanté y las besé. La boca de la mayor me recibió con gozo mientras su dueña pegaba su pubis contra mi sexo. Envalentonado, atraje a la menor y uniendo sus labios a los nuestros,  nuestras tres lenguas se entrelazaron sin importar a quien pertenecían. Entre tanto, mis manos como si tuviesen vida propia fueron de un trasero a otro obligándolas a fundirse todavía más en el abrazo. Separando a Samali, deslicé los tirantes de su camisón, dejándolo caer al suelo. Sus pechos perfectos parecían llamarme y acercando mi boca,  jugueteé con su aureola. Ésta se erizó al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus bordes. Viendo que Dhara se quedaba aislada, le ofrecí el otro pecho. La muchacha, mirando a la mayor, le pidió permiso. Al concedérselo con un gemido, imitándome cogió el seno entre sus manos y metiéndose el pezón entre los dientes, lo mordisqueó suavemente y entre los dos, provocamos que un sollozo de deseo saliera de la garganta de nuestra víctima.
Comprendiendo que eran dos, mis mujeres, sin dejar de abrazar a Samali, besé a la pequeña. Ésta al sentir que le hacía caso, ella misma se bajó el camisón e izando sus pechos, casi adolescentes,  con sus manos, nos los dio como ofrenda. Sin pausa,  dos bocas mamaron de los negros pezones de esa cría, la cual, en contraste con la serenidad de la hermana, gritó su placer mientras restregaba su sexo contra el mío.
La excitación de los tres era patente y por eso llevándolas a la cama, las deposité lentamente en las sabanas. Completamente desnudas, mis mujeres me llamaron a su lado. Tardé unos instantes en desnudarme porque era incapaz de apartar la mirada de ellas. Nada de lo que me había ocurrido en la vida, podía compararse a la visión de ese par de bellezas hambrientas de deseo emplazándome a apagar el fuego de sus cuerpos.
Al despojarme de la camisola, las dos hermanas contemplaron mi pene erguido con una mezcla de temor y esperanza. Fue Samali la que, abriendo un hueco entre las dos, me rogó que lo rellenara con mi cuerpo. Deseando ser capaz de satisfacer las ansias de ambas, me tumbé a su lado. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos mientras sus manos recorrían mi piel. No es fácil de narrar, lo que ocurrió a posterior. Dhara y su hermana completamente embebidas de pasión y usándome como soporte, empezaron a restregar sus sexos contra mis piernas, tratando de calmar la calentura que les poseía.
Sus maniobras lejos de apaciguar su fiebre, la incrementó, mojando mis pantorrillas con su flujo. El roce de sus senos contra mi  pecho me estaba llevando a un grado de excitación que creí que iba a hacer que me corriera por lo que,separándolas, tumbé boca arriba a la mayor y mientras mis besos recorrían sus muslos, le pedí a Dhara que se ocupara de sus pechos. Ella, no solo se apoderó de sus pechos sino que separando con los dedos los labios de Samali, me ofreció su virginal sexo. Acercando lentamente mi lengua a mi meta, probé de su néctar antes de concentrarme en su clítoris.  Al sentir  mi apéndice sobre su botón, la morena se corrió en mi boca. No contento con su entrega, proseguí con mis caricias recorriendo los pliegues de su sexo.
Incapaz de contenerse, poniendo su mano sobre mi cabeza, forzó el contacto. Su sabor oriental impregnó mis papilas, reafirmando mi erección. Como si su cueva fuera una fuente y yo un náufrago, bebí del manantial que se me ofrecía, lo que prolongó su éxtasis. La pequeña de las dos, entretanto y sin dejar de acariciar sus pechos, llevó su mano a su propio sexo y   se empezó a masturbar.
Un chillido de placer de Samali, me confirmó que estaba dispuesta, por lo que, acerqué mi glande a su excitado orificio. Ella al experimentarlo, moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Sabiendo que no me bastaba con ganar la batalla sino que tenía que asolar sus defensas, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla. Cuando la vi pellizcarse los pezones, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior.
La muchacha gritó por su virginidad perdida pero, reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas. Con lágrimas en los ojos, volvió a correrse. La humedad de su cueva sobre mi pene facilitó mis maniobras y casi sin oposición la cabeza de mi sexo chocó contra la pared de su vagina, rellenándola por completo. Su hermana pegándose a mi espalda, siguió mis movimientos como si fuéramos los dos quienes estuvieran desvirgándola. Mi cuerpo me pedía que precipitara mis movimientos pero mi mente lo prohibió, dejando solo que paulatinamente fuese acelerando la cadencia. La lentitud de mis penetraciones llevaron a un estado de locura a la mujer y clavando sus uñas en mi trasero, me exigió incrementara el ritmo.  Dhara, tan excitada como la otra, tumbándose a un lado llevó mi mano a su sexo y gimiendo me imploró que la tocara.
Samali al oírlo, cambió sus pechos por el sexo de su hermana e imprimiendo  a su mano una velocidad endiablada, torturó su clítoris. Al ver que mi otra mujer estaba siendo consolada, agarrándola de los hombros, llevé al máximo la velocidad de mis embestidas. Fue entonces cuando al percatarme que el placer me estaba empezando a dominar, pasé una de las manos al pecho de la pequeña y estrujándolo, me corrí sembrando con mi simiente el interior de la mayor. Ésta al sentir que estaba eyaculando, nuevamente entre gritos, se corrió.
Dhara al confirmar que me separaba de Samali, cogiendo uno de los camisones, lo pasó por  la entrepierna de su hermana y satisfecha me lo dio, diciendo:
-Era niña y ahora es mujer-, y sin darme un minuto de pausa, arrodillándose frente a mí, intentó reanimar a mi adolorido sexo.
Cansado me tumbé al lado de la  mayor. Al verme,  su hermana aprovechó mi postura para acercar su sexo a mi cara. Sin hacerme de rogar separé sus hincados labios y sacando la lengua, jugueteé con sus pliegues mientras me reponía. La cría gimió al sentirlo y agachándose sobre mi cuerpo, acogió en su boca mi pene todavía morcillón. Envalentonado, mordí su clítoris mientras le daba un azote. Mi acción tuvo como resultado que como si fuera un grifo de su sexo manara su placer. Su sabor agridulce inundó mi paladar y buscando el placer de la muchacha, intenté meter la lengua en su interior. Ella al experimentar que había hoyado su secreto, no pudo más y se derramó sobre mi boca. Samali, ya repuesta e incorporándose, ayudó a su hermana en su labor.
Percatarme que eran dos bocas las que alternativamente se engullían mi pene, fue el último empujón que necesitó éste para erguirse a su máxima expresión.
La mayor de las dos, viendo que estaba ya preparado, ordenó a su hermana que cambiara de postura y cogiendo mi extensión entre sus manos, apuntó al sexo de Dhara. Ella, poniéndose a horcajadas sobre mí, fue lentamente empalándose sin dejar de gemir. Si el conducto de Samali era estrecho, el de ella lo era aún más y por eso tardé una eternidad en llenarlo por completo. La muchacha buscando conseguirlo, izaba y bajaba su pequeño cuerpo, consiguiendo que, en cada ocasión, un poco más de mi miembro se embutiera en su interior. Su hermana intentando hacer más placentero su tortura, comenzó a lamer sus pezones mientras masajeaba el clítoris de la cría.
No sé si fue a consecuencia de ello o que la muchacha al fin consiguió relajar sus músculos, pero fue entonces cuando la base de mi pene entró en contacto con su breve mata de pelos. Si hasta ese momento, la penetración había sido dolorosa, cuando se hubo acostumbrado a tenerla en su seno, Dhara se convirtió en una máquina y retorciendo su delicada anatomía buscó un placer que le fue dado una y otra vez.

Resultó ser multiorgásmica y unió un clímax con el siguiente. Samali viendo que su pequeña estaba disfrutando, aprovechó para darme de mamar. Como un obseso, me así a sus pechos mientras mi pene seguía siendo violado por la batidora en que se había convertido el sexo de la morenita. La excitación acumulada me venció e incorporándome sin sacársela, le clavé repetidamente mi estoque hasta lo más profundo de su cuerpo. Dhara se vio desbordada por el placer y soltando un grito, se corrió por última vez cayendo desplomada sobre las sabanas. Su desmayo no me importó, al contrario, al verla tirada, aumenté el ritmo de mis estocadas. No tardé en experimentar un gran orgasmo, bañando con mi semen la pequeña vagina.

Agotado por el esfuerzo, me dejé caer sobre la cama. Samali imitando a su hermana, me mostró el rastro de sangre sobre las sabanas y abrazándose a mí, susurró a mi oído:
-Éramos niñas y ahora somos TUS mujeres-.
Soltando una carcajada, las abracé mientras recordaba la razón por la cual esas dos jovencitas compartían mi lecho.
“Cuando se entere el padre Juan de lo que he hecho, me va a matar”, y riendo, pensé, “¡Que se joda!. Si quería alejarlas del prostíbulo, ¡lo ha conseguido! aunque ello signifique que las ha metido en mi cama”.

Relato erótico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra part 1” (POR GOLFO)

$
0
0

portada criada2

Aunque parezca imposible, después de toda una noche follando, a esa mujer le quedaban ganas de seguir cuando se levantó a la siete de la mañana. Estaba completamente dormido cuando sentí que a mi lado, Ann se había despertado y que pegándose a mí, quería reactivar mi maltrecho pene. Ni siquiera había abierto los ojos, cuando la humedad de su boca fue absorbiendo mi extensión todavía morcillona. Asaltando mi feudo a traición, la rubia se puso a lamer los bordes de mi glande mientras sus manos acariciaban mis testículos.  Poco a poco, mi pene fue saliendo de su letargo y gracias a sus mimos, en pocos segundos adquirió una considerable dureza.

Como había tenido ración suficiente de sexo, decidí hacerme el dormido. Mi supuesta vigilia no fue óbice para que poniéndose a horcajadas sobre mí, esa mujer se fuera empalando lentamente sin hacer ruido. La parsimonia con la que usando mi sexo rellenó su conducto, me permitió sentir cada pliegue de su cueva recorriendo mi piel.
“Sera puta”, pensé y ya completamente despierto, decidí seguir fingiendo, “vamos a ver hasta dónde llega…”.
Moviéndose a cámara lenta, Ann fue alzando y bajando su cuerpo calladamente. Supe que estaba cada vez más excitada por la facilidad manifiesta con la que mi miembro recorrió su interior.
“¡Que gozada!”, exclamé mentalmente al sentir como los músculos de su vagina se contraían y relajaban a su paso. La mujer, quizás pensando que me podía molestar ser usado sin mi permiso, en ningún momento posó el peso de su cuerpo sobre el mío sino que haciendo verdaderos esfuerzos, su penetración se quedaba a milímetros de hacerlo.
No tardé en escuchar sus suspiros y entreabriendo los ojos, descubrí que se estaba pellizcando con dureza los pezones mientras se mordía los labios para no gritar. Ajena a mi escrutinio, la rubia iba en busca de un placer robado y sintiéndose una ladrona, llevó una de sus manos a su entrepierna y con dureza se empezó a masturbar mientras seguía perforando su interior con mi miembro. Me encantó ver sus dos enormes ubres, saltando como poseídas al hacerlo y conociéndola comprendí que no tardaría en correrse.
Esperé a ver el sudor recorriendo su canalillo y su flujo empapando mis piernas, para salir de mi ensimismamiento y cogiendo entre mis dedos, sus pezones, aplicar un dulce correctivo a mi violadora:
-Eres una puta muy mala- dije mientras mis yemas presionaban el botón de sus aureolas.
La mujer dejando de disimular, gimió los pellizcos y como una loca, se puso a cabalgar sobre mí. Me puso cachondo darme cuenta que cuanto más apretaba, mas gemía y por eso, obviando que era mi clienta le solté un azote en su trasero. Mi nalgada le hizo chillar pero con más pasión prosiguió su galope. Entusiasmado por el descubrimiento, fui repitiendo mi caricia ante la brutal excitación demostrada por Ann. Berreando la mujer me rogó que no parara y ateniéndome a sus órdenes continué castigando sus cachetes a dos manos.
-Me encanta- escuché que me decía mientras mi estoque se clavaba profunda mente en su vulva.
Totalmente enardecido por su entrega, la eché a un lado y poniéndola a cuatro patas, la penetré de un solo golpe. La brutalidad de mi embestida sacó un aullido de su garganta pero, lejos de protestar o intentar zafarse,  esa mujer abriendo sus nalgas con las manos, buscó que mi siguiente acometida le llegara aún más profundo. Desgraciadamente para ella, me mostró un ano rosado y virgen que se me antojó una meta a conquistar y cogiendo parte de su flujo, me puse a embadurnarlo sin esperar su opinión.
Desesperada al ver mis intenciones, se intentó escapar pero reteniéndola con mi brazo, se lo impedí mientras uno de mis dedos violaba su hasta entonces inmaculado esfínter.
-¡No!- gritó reptando por las sábanas, -Por ahí, ¡No!-
Fue demasiado tarde para ella, cogiendo mi extensión, puse mi glande en su entrada y presionando con mis piernas, la desfloré.
-¡Para!- chilló incapaz de moverse.
Su parálisis me dio alas y forzando su ano, fui introduciéndome centímetro a centímetro en su intestino mientras ella no dejaba de sollozar. Mi intromisión continuó hasta que sentí su ano rozando la base de mi pene y entonces durante unos segundos, dejé que se acostumbrara. Cuando decidí que estaba preparada, comencé a tomarla con brutalidad. Sus gritos en vez de retraerme me servían de acicate y cogiéndola por los pechos, busqué mi placer sin importarme el modo.
Sé que fue una violación y no estoy orgulloso pero,  en ese momento, ella era el instrumento con el que saciar el furor que me tenía obsesionado y usando su pelo como si de riendas se tratara, cabalgué a mi yegua a un ritmo desenfrenado.
-Muévete puta- le ordené dándole otro azote.
Mi flagelo le obligó a moverse y totalmente sometida, colaboró con su violador sin dejar de llorar. Nada me podía parar, necesitaba desfogarme en ese culo y estocada tras estocada,  mi tensión se fue acumulando hasta que rugiendo por el dominio alcanzado, me corrí sonoramente en su interior y exhausto me dejé caer a su lado.
Ya liberado me percaté de la burrada que acababa de cometer y lleno de remordimientos, me levanté al baño a limpiarme los restos que impregnaban mi falo. Mientras me lavaba decidí pedirle perdón y si quería le devolvería el doble del dinero que me había pagado. Todo menos tenerme que enfrentar a una denuncia en la policía. Al retornar a la cama, me quedé helado. Ann recogiendo su ropa había desaparecido y dejando solo una pequeña mancha de sangre en mitad del colchón.
La imagen de un juicio recorrió mi mente y absolutamente acojonado, comencé a recoger mi ropa del apartamento.  Al terminar de meterla de cualquier manera en la maleta, encendí mi ordenador y realmente aterrorizado, busqué una web donde reservar el primer billete que me sacara de Estados Unidos. No me costó encontrar varios vuelos que me sacarían de ese país y cuando ya estaba a punto de pagar un pastón por un billete a las bermudas, escuché que me llamaban por el móvil.
¡Era Johana!, la mujer que me había contratado para acostarme con Ann. Estuve a un tris de no contestarla pero quizás fueron las ganas que tenía de disculparme lo que me llevó a responderla. Nada más descolgar, por el tono supe que no estaba enfadada y por eso antes de contarle lo ocurrido, esperé a ver qué era lo que quería:
-Alonso, eres una máquina de hacer dinero- dijo con voz alegre.
-¿Por qué lo dices?- contesté confuso porque me esperaba una bronca.
La pecosa soltando una carcajada, me preguntó que les daba y viendo mi desconcierto me explicó que Ann le acababa de llamar y le había pedido volverme a ver, pero en esta ocasión había reservado mis servicios durante una semana.
-¿De qué coño hablas?-
-De quince mil dólares, ni más ni menos. Esa estirada se ha quedado tan entusiasmada contigo que te lleva de viaje. Quiere que le acompañes, por lo visto tiene una casa de playa y se ha pedido una semana de vacaciones para disfrutarte a solas-
-No puede ser- exclamé con la mosca detrás de la oreja.
-Sí puede, lo único raro es que me ha rogado que te diga que durante el tiempo que estéis ahí, debes tratarla como esta mañana-
No podía ser que esa mujer  que había salido huyendo tras esa cuasi violación fuera la misma que ahora quería contratar mis servicios durante siete días y por eso con la mosca detrás de la oreja le pregunté cómo podía asegurarme de cobrar:
-Por eso no te preocupes, esa zorra ya ha pagado tus siete días y se ha permitido el lujo de adelantar otros tres por si le apetece seguir disfrutando de tus favores-.
Que esa bruja hubiese gastado por anticipado tal cantidad de pasta me tranquilizó. Nadie tira a la basura casi veinte mil dólares, si quisiera denunciarme jamás habría anticipado semejante cantidad de dinero.  Comportándome como un auténtico profesional, le pedí los detalles de mi contrato:
-Tienes tres horas, te recogerá enfrente de tu casa a las once. Desde entonces eres suyo durante una semana-
-Vale- contesté sin saber si sería capaz de cumplir  los términos de mi alquiler  y por eso, con un montón de dudas sobre cómo debería comportarme, le confesé lo que había ocurrido.
Mi jefa, descojonada, me respondió que eso era mi problema que ella solo se ocupaba de rellenar mi agenda y que el modo en que yo desempeñara mi labor era un tema estrictamente mío.
-No me jodas. Va a querer que me comporte como una bestia y sinceramente, ¡Me veo incapaz!-
-Ese es tu problema, el mío es cobrar y ya lo he hecho- contestó escabulléndose de mis quejas.
Convencido que, si no cogía ese trabajo, podría enfrentarme a una acusación de abuso sexual,  decidí aceptar y tras colgar el teléfono, al asumir  que no necesitaba preparar mi equipaje al haberlo hecho con anterioridad, salí de mi apartamento a tomar el aire. Me costaba respirar. Estaba espantado tanto por la posibilidad de la denuncia como por mi supuesta obligación de actuar como un estricto dominante durante tanto tiempo. Internamente era consciente de que no tenía ni puta idea del roll y aunque Ann se lo hubiese exigido a Johana, dudaba si sería capaz de llevarlo a cabo.
Sin otra cosa que hacer, deambulé por la calle como un autómata y sin rumbo fijo. Durante dos horas no hice otra cosa que reconcomerme por mi idiotez, tras lo cual, tomé la decisión de que ese iba a ser mi último “trabajo”. Nada de mi educación pasada me había preparado para enfrentarme a esa vida. Acababa de decidir volver a Madrid cuando al mirar el reloj, vi que faltaba poco para que esa puta viniera por mí. Dándome prisa, subí a mi piso y recogiendo mi bolsa de viaje, bajé al portal a esperarla.
No llevaba ni cinco minutos en la acera, cuando la vi llegar conduciendo un Ferrari descapotable.
-¡Menudo cochazo!-, exclamé.
Estaba tan embobado con semejante máquina que ni siquiera respondí a su saludo. ¡Era un 458 spider!, el coche de mis sueños. Un trasto que hace de 0 a 100 en 3,4 segundos y cuyo costo es superior a los 225.000€.
-¿Te gusta?- preguntó al ver mi interés.
-¿Y a quién no?- respondí entusiasmado con la perspectiva de irme de viaje montado en él.
Lo que no me esperaba es que esa mujer,  con una enorme sonrisa iluminando su cara, me soltara mientras me lanzaba las llaves:
-¡Conduce! Yo estoy cansada-
No me lo tuvo que decir dos veces, tirando mi equipaje en el minúsculo maletero ubicado en el frontal, me até el cinturón y encendí el Ferrari. El sonido de sus ocho cilindros rugiendo al acelerarlo era musical celestial. Absolutamente entusiasmado, tuve que hacer un esfuerzo para sacar mi vista de los controles y mirar a mi clienta. La rubia se había olvidado de la etiqueta y venía ataviada con un vaporoso vestido de verano de tirantes. Sus enormes pechos parecían aún mayores al estar encorsetados por el elástico. Sabiendo que ni siquiera me había dirigido a ella, le di un beso en la mejilla, mientras le preguntaba hacia dónde íbamos.
-A los Hamptoms. Tengo un chalet en East Hampton Beach-
“¡Dios mío!” me dije al conocer nuestro destino. Esa zona era la más elitista de todo Long Island y cualquier casa pegada a la playa, no sale por menos de un par de millones de dólares. Si ya suponía que esa mujer estaba forrada, eso lo confirmó. Temblando por la responsabilidad de conducir ese coche, aceleré dejando atrás mi calle.
Bastante cortado por lo grotesco de la situación tuvo que ser ella la que rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros, me dijera:
Sin título-¿Te habrá extrañado que te contratara después de lo de esta mañana?-
-La verdad es que sí, sobretodo, porque al volver del baño ya no estabas-
-La razón por la que salí huyendo de tu apartamento no fue la que te esperas. He hablado con Johana hace un momento y me ha contado tus temores- respondió con voz serena. –Me fui no por lo que me habías hecho, sino por lo que había sentido. Nunca creí que se podía experimentar tanto placer y menos al ser forzada-
-No te entiendo- respondí todavía apesadumbrado por mi comportamiento.
-Al tratarme así y sentir tanto y en tan corto espacio de tiempo, sentí miedo. Ya en el taxi, comprendí que había sacado de mi interior una faceta de mí que no conocía y lo más importante, una faceta que quiero explorar con tu ayuda-
-No sé si seré capaz de cumplir con tus expectativas- reconocí mientras le acariciaba la rodilla pegada a la caja de cambios.
-Serás- masculló entre dientes mientras separaba sus piernas.
-No seas zorra- dije, mientras soltaba una carcajada, al percatarme que Ann me había malinterpretado y encima se había excitado.
La mujer tampoco entendió mis palabras y poniendo un reproche en su cara, me soltó:
-¡Dime que quieres que haga!-
Comprendí que su queja venía porque creía y esperaba órdenes y sabiendo que tenía una semana para defraudarla, decidí que al menos durante ese viaje de dos horas a su casa, no iba a hacerlo. Por eso, sin mirarla, le dije:
-No esperaras que sea yo quien te masturbe. ¡No te lo has ganado!-
Se quedó callada durante unos minutos, rumiando quizás el significado, tras lo cual, bajándose las bragas a la altura de las rodillas, se empezó a acariciar sin importar que el coche estuviera descapotado y que en ese momento, el puente Robert Kennedy, que estábamos cruzando, estuviera atestado de vehículos. Colorada hasta extremos inauditos, la mujer buscó complacerme torturando su clítoris a la vista de todo aquel que se fijara en el rutilante Ferrari. Estuve a un tris de decirle que parara, tenía miedo que alguien nos denunciara porque en una sociedad tan hipócrita como la americana sigue existiendo  el delito de escándalo público pero, al comprobar que esa mujer estaba cada vez más excitada, la dejé continuar y tratando de evitar problemas innecesarios, subí la música del cd con el ánimo de amortiguar sus gemidos.
Ann, absolutamente inmersa en su papel y con las piernas completamente separadas, se había sacado un pecho y mientras se pellizcaba un pezón con una mano,  con la otra se masajeaba duramente la entrepierna. La visión de esa mujer entregada, me empezó a afectar a mí también y mi pene no tardó en removerse inquieto bajo mi cremallera.  Aunque me parecía un error, tengo que confesar que me estaba poniendo cachondo. Mi calentura tampoco le pasó desapercibida a la rubia que sin pedirme permiso empezó a acariciar mi sexo por encima del pantalón.
Aprovechando que acabábamos de entrar a la autopista y que en teoría era más complicado que alguien nos acusara, la miré de reojo y señalando mi entrepierna, ordené a la mujer que lo liberara de su  encierro. No se hizo de rogar, soltándose el cinturón de seguridad, se agachó y bajándome la bragueta, saco mi pene con su mano:
-Te echaba de menos- soltó mientras le daba un beso.

Por su cara de felicidad,  la rubia estaba encantada con mi pedido y sin quejarse en absoluto, abrió sus labios para engullir lentamente toda mi extensión. La sensación de ser mamado al volante de ese deportivo es una experiencia digna de contar. La música a tope, el aire despeinándome el pelo y ese pedazo de hembra mimando mi falo en su boca, me estaban llevando al paraíso. Queriendo disfrutar plenamente, puse el controlador de velocidad y llevando una mano a la cabeza de mi clienta, la empecé a acariciar.
Ella al sentir la presión de mi mimo, creyó que quería que acelerara sus maniobras e introduciéndose mi sexo hasta el fondo de su garganta, buscó mi placer antes que el suyo. La humedad de su lengua recorriendo la piel de mi miembro consiguió elevar mi calentura y previendo que me iba a correr, le avisé de lo que se avecinaba. Mi advertencia le sirvió de acicate e incrementando la velocidad de su mamada, usó su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi sexo de su interior, con la lengua presionaba mi falo mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.
“Menuda mamada” exclamé mentalmente al experimentar los primeros síntomas de mi orgasmo.
La mujer al percatarse de lo que ocurría, llevó una mano a su entrepierna y dando a sus dedos un ritmo infernal, intentó que su clímax coincidiera con el mío pero no lo consiguió porque soltando oleadas de semen en su garganta, desparramé mi placer antes que ella. Ann, con auténtica ansia, disfrutó del sabor de mi leche y sin dejar de masturbarse, fue tragándola a la par que la expulsaba.
-¡Me encanta!- escuché decir a mi clienta mientras se relamía los labios en búsqueda de algún rastro de mi semilla, – sería feliz cuidándote de por vida-
Su entrega me puso los pelos de punta. No en vano solo me unía a esa mujer el color de su dinero y no me apetecía que se enamorara de mí. Cabreado, le ordené que se sentara en el sillón del copiloto y en silencio recorrimos los sesenta kilómetros que nos separaban de su chalet. Esa bruja había roto el encanto del viaje. Ni siquiera la gozada de conducir ese deportivo, valía la pena y por eso decidí que iba a hacer todo lo posible para que Ann comprendiera que, aunque podía alquilarme, no tenía dinero suficiente para comprarme. El amor no entraba en el juego. Desde el mismo momento que  decidí dedicarme a este oficio, supe que no podía ni debía de sentir nada por las mujeres que contrataran mis servicios pero hasta entonces no me había percatado que también era mi obligación evitar que ellas se encariñaran conmigo.
“Los sentimientos generan celos”, me dije mientras recorría los últimos kilómetros que nos separaban de nuestro destino. “O tengo cuidado o esta tipa es capaz de meterme en un problema”.
Al llegar, no me sorprendió descubrir que más que chalet, era una mansión el lugar donde iba a pasar los siguientes siete días. Construida a finales del siglo pasado, la casa de Ann era una magnifica finca con dos hectáreas de terreno pegada a la playa. El jardín, si es que se puede llamar así a esa enorme extensión, podría formar parte de cualquier botánico. Perfectamente cuidado y con multitud de variedades de plantas era espectacular. Todo estaba en su sitio, no cabía duda de que había sido diseñado por un paisajista.
Al pie de las escaleras, nos esperaba una sirvienta a la antigua usanza. De raza negra, la muchacha era una monada pero no me fijé en ella por su cuerpo sino porque su uniforme tradicional con cofia y mandil, te retrotraía a épocas pasadas. Su apariencia y modales tan en boga a principios del siglo xx eran una reliquia fuera de lugar hoy en día.
-Señora- escuché que le decía a mi clienta –Sus habitaciones están preparadas siguiendo sus órdenes-
La rubia no la saludó sino que comportándose de un modo altanero, le exigió que recogiera nuestras pertenencias y sin mediar otra conversación, me cogió del brazo para mostrarme su propiedad. El enorme hall daba paso a un salón todavía más imponente. En él, las vistas eran espectaculares. Sus grandes ventanales, daban la impresión óptica de estar sobre la cubierta de un barco al ser solo mar lo que se vislumbraba.
-¡Coño!- exclamé al comprobarlo.
Me habían hablado de riqueza pero eso era mucho más de lo nunca me había imaginado. Tratando de evitar que se notara que estaba impresionado, le pregunté dónde estaba el baño:
-Pillín- me soltó pegando su cuerpo al mío –No sé cómo has averiguado lo que te tenía preparado-
Sus palabras me terminaron de destantear al no tener ni idea de lo que hablaba pero lejos de mostrar mi confusión, dejé que me mostrara el camino y en silencio la seguí por la escalinata que daba acceso al piso superior. Ann, con una expresión pícara en su cara me enseñó su habitación. Si el cuarto era gigantesco la cama era todavía más desproporcionada.
“La debió mandar hacer bajo pedido”, pensé al percatarme que una cama de esas dimensiones no se vende en el mercado. Nunca supe sus medidas exactas pero debía de medir tres por tres. Lo único que me quedó claro fue que era como una plaza de toros.
Recordando que tenía algo planeado, la cogí entre mis brazos y acariciándole el trasero le pregunté si eso era todo.
-No, mi amor. Acompáñame al baño- respondió.
Picado por la curiosidad, la seguí y al entrar, me quedé pasmado al contemplar que el susodicho consistía en una estancia de más de treinta metros cuadrados al que no le faltaba nada. Dotado con sauna, jacuzzi, ducha de masaje y demás artilugios parecía sacado de las páginas de una revista. Si ya eso era sorprendente, comprobar que nos había preparado el jacuzzi y que junto, de pie, aguardaba la criada me dejó alucinado.
-He pensado que llegarías cansado después del viaje y que necesitaría un baño relajante- me informó mientras, llegando hasta mí, me empezaba a desnudar.
Sin importarle la presencia de su empleada, mi clienta fue desabrochando los botones de mi camisa, aprovechando para irme besando la piel  de lo que iba descubriendo. Resultaba extraño, para ella, la negrita era un mueble. Algo que formaba parte del mobiliario y no una mujer con sentimientos. Al terminármelo de quitar, Ann se quedó mirando mi pecho desnudo y actuando como una verdadera ninfómana, siguió recorriéndolo con sus besos mientras sus manos trataban de abrirme el cinturón.

Un tanto extrañado por su comportamiento, me fijé en la morena. Aunque intentaba mantener una postura profesional, sus ojos la delataron. Esa mujer no era de hielo y se ruborizó al ser descubierta. Entre tanto, la rubia había conseguido despojarme del pantalón y completamente absorta, contemplaba el prominente bulto que se escondía bajo mi bóxer.

-¡Qué ganas tengo de que me folles!- confesó.
La criada, quizás obedeciendo instrucciones anteriores, se acercó a nosotros y en silencio, llevó sus manos a los tirantes de su jefa, deshaciendo los nudos que mantenían el vestido sujeto a sus hombros. Resultó excitante ver caer la tela al suelo, mientras mi clienta permanecía mirándome.
Sus pechos se me mostraron en todo su esplendor. Realmente grandes, eran una tentación demasiado fuerte y llevando mi boca hasta ellos, fui recorriendo los bordes de sus pezones, obviando que a menos de un metro, estaba su empleada. Ann gimió al sentir las caricias de mi lengua y protestando, me dijo mientras me terminaba de desnudar:
-Vamos al agua-
No puse ningún inconveniente, el morbo de la situación me estaba excitando. Estaba convencido que iba a tomarla en presencia de la morena pero sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su cometido. Dudaba si iba a ser una simple voyeur o por el contrario iba a colaborar activamente pero a tenor del tamaño que estaba alcanzando mi miembro, decidí que me daba igual.  Ya en el jacuzzi, me tumbé a esperar acontecimientos.
Mi clienta dejó que la criada se agachara y le quitara las bragas, antes de entrar conmigo en la bañera. La naturalidad con la que su chacha la ayudó, me reveló la completa sumisión en la que la mantenía y por eso me extraño aún más que una mujer que se mostraba tan dominante, hubiese aceptado el trato de esa mañana.
Al meterse en el agua y sin más prolegómenos, la rubia se sentó a horcajadas sobre mí, introduciéndose mi extensión en su interior. Lo hizo despacio pero no por ello menos brutal. Me había equivocado esa mujer quería sexo y nada más. No había terminado de acomodarse cuando dirigiéndose a la morena, dijo:
-Sandy, quiero beber-
La cría sacando una botella de champagne de una pequeña nevera bajo el tocador, la descorchó y cuando ya cría que iba a servirlo en unas copas, bebió a morro y acercándose a su jefa, le dio a beber de su boca. Como comprenderéis me quedé atónito al ver a esas mujeres besándose mientras una de ellas tenía mi pene incrustado en su interior y sin saber cómo actuar, instintivamente me empecé a mover.  Mi clienta aceptó de buen grado mi reacción y sin dejarse de morrear con la morena, puso sus pechos a mi disposición.
No tuve que ser ningún genio para conocer los deseos de la rubia y mordisqueando sus pezones, busqué complacerlos. Estaba mamando como un niño de sus gigantescas ubres, cuando me percaté que la mano de la negra se deslizaba por su cuerpo y se hacía fuerte en la entrepierna de su jefa. Sin ningún reparo, Sandy empezó a masturbarla con decisión.
“¡Puta madre!”, exclamé mentalmente al cerciorarme nuevamente del error que cometí al pensar que esa mujer quería comportarse como sumisa y comprender que lo que realmente deseaba explorar era el roll de dominante.
“Mientras no intente sobrepasar los límites”, pensé cada vez más excitado,” me importa una mierda como quiera usarme”.
Ann al experimentar que eran cuatro manos y dos bocas las que recorrían su cuerpo, empezó a jadear de deseo e imprimiendo a sus caderas un ritmo trepidante, siguió empalándose con mi miembro sin dejar de berrear.  Completamente abstraída en sus sensaciones, no vio que la morena se iba desnudando sin dejarla de tocar. Cuando ya completamente en cueros, se metió en la bañera y  pegó sus pequeños pechos en la espalda de mi clienta, esta,  convulsionando dentro del agua, se corrió dando alaridos.
La morena se quedó paralizada al escuchar semejantes gritos por lo que  tuve que ser yo quien la tranquilizara, diciéndola:
-Es normal, tú sigue-
Devolviéndome una mirada cómplice, Sandy le agarró las nalgas y separándolas, sacó su lengua y sin esperar permiso, se la metió en el ojete. Ann recibió la incursión en su, hasta esa mañana, inmaculado ano con verdadera pasión e imprecando ordinarieces se volvió a derramar sin parar. Cada vez más subyugada  por sus sensaciones, la rubia me rogó que la usara sin compasión.

Acelerando el compás de mis penetraciones, la llevé hasta la locura al morder con dureza sus ya maltratados pezones. No me resulta sencillo narrar cómo esa mujer trepidando con mi sexo en su interior, se colapsó. El cúmulo de emociones fue excesivo e incomprensiblemente, como ya me había hecho el día anterior, se desmayó ante nuestros ojos. Sandy que no había sido testigo de la peculiar forma con la que esa mujer llegaba al orgasmo, se quedó aterrada al verla desplomarse en la bañera. Sin hablar,   cogí a mi clienta entre mis brazos y la llevé hasta la cama.

Nada más depositarla sobre las sábanas, me giré a ver a la negrita que con paso indeciso me seguía. Por sus ojos, se notaba  a la legua que seguía asustada. Sé que estuvo mal pero  no pude reprimir la broma y poniendo voz seria, le solté:
-Estaba enferma del corazón y quería morir de esta forma-
La cara de pavor de la pobre mujer fue increíble, tartamudeando de miedo, me preguntó que le íbamos a decir a la policía. Profundizando en el engaño, le contesté que ese era su problema y no el mío porque yo me iba en ese instante. Al borde de un ataque de nervios, Sandy se echó de rodillas a llorar , implorando que no la dejase sola. Estaba a punto de decirle la verdad cuando incorporándose en la cama, Ann nos preguntó qué era lo que pasaba.
Soltando una carcajada, le expliqué la burla a la que había sometido a su criada. Mi clienta uniendo su risa a la mía, respondió:
-No es mi chacha, creía que te habías dado cuenta. Es  una puta igual que tú-
Con lágrimas en los ojos de la risa, producto de darme cuenta que a mí también me habían tomado el pelo, ayudé a la morena a levantarse del suelo. Sandy, poniendo una dulce sonrisa, se me quedó mirando  mientras me decía:
-Eres un cabrón y no tengas duda de que me vengaré-

Relato erotico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra parte 2” (POR GOLFO)

$
0
0

portada criada2


Relato continuación de Ann y su criada negra parte 1.
 

El saber que tanto Sandy, la mulata vestida de criada, como yo, no éramos más que una pareja de alquiler en manos de esa ricachona, me divirtió y sabiendo que no tardaría en enterarme del modo que Ann tenía pensado en usarnos, me relajé tumbándome en la cama.

Mi clienta se había levantado mientras tanto y poniéndose al lado de la morena, la besó de un modo tan posesivo que me dejó perplejo. Nunca había visto a una mujer actuar así. Asiendo la cabeza de su víctima, la llevó hasta las suya y sin importarle lo más mínimo los sentimientos de la cría, mordió sus labios mientras con las manos le daba un azote en el trasero.
La sonora nalgada resonó en la habitación, lo que me hizo comprender que bajo el uniforme esa muchacha no llevaba ropa interior. De llevar bragas no hubiese sonado tan alto ni tan agudo.
“O es sumisa o le ha pagado estupendamente”, pensé inicialmente al no oír ninguna queja de sus labios pero cuando observé que se le iluminaba la cara con una sonrisa, comprendí que me había equivocado. Esa niña además de recibir un estupendo salario por estar con ella, le gustaba ese tipo de tratamiento.
Más interesado de lo que me gustaría reconocer, no perdí ojo de lo que ocurrió a continuación. La rubia  desgarrando con sus manos el traje de la morena, la desnudó violentamente, tras lo cual, abriendo un cajón, sacó una fusta. Al ver ese instrumento en manos de mi clienta, me dejó helado al no saber cómo reaccionar si esa puta intentaba hacer uso de él conmigo. Afortunadamente Ann tenía otras intenciones y obligando a Sandy a ponerse a cuatro patas sobre la alfombra, se montó encima.
Contra toda lógica, esa mujer mostró alegría al sentir el peso de la rubia en su espalda y con expectación no fingida, esperó el primer azote. Este no tardó en llegar, Ann  nada más aposentarse, la cogió del pelo a modo de riendas y azuzándola como a una potrilla, dejó caer su fusta contra el culo de la morena. Ese azote fue lo que esperaba para comenzar a gatear por la habitación. Durante unos minutos, mi clienta la fue llevando de un lado a otro con la única indicación de tirones de pelo. Si quería que su montura torciera a la izquierda, no tuvo más que jalar de un mechón hacia el mismo lado y si por el contrario deseaba ir hacia la derecha, solo tenía que tirar del otro lado. En cambio si lo que quería era que acelerara, la morenita recibía una caricia de la fusta en su trasero.
Cuanto más observaba el comportamiento de esas dos mujeres, más convencido estaba de la predisposición de Sandy a ser tratada con dureza porque no me costó reconocer en esa cría los primeros síntomas de su excitación. También Ann se percató de los mismos y con voz autoritaria, le espetó a voz en grito:
-Puta, ni se te ocurra correrte antes que te lo digamos-
Escuchar de su boca que íbamos a ser dos los que usáramos a la mujer, me tranquilizó al comprender que no me tenía preparado un papel de sumiso en esa opereta. Fue entonces cuando decidí intervenir y saliendo de la cama me puse detrás de ellas y separando las nalgas de la morena, con dos dedos comprobé la elasticidad de su ano.
Sandy no pudo evitar quejarse del modo tan brusco con el que introduje mis falanges en su interior. Ann, al escuchar su lamento, azotó con dureza su trasero como castigo mientras le recriminaba:
-Me habían asegurado que eres una perra acostumbrada a soportar pero oyéndote pienso que eres una aficionada-
La mulata debió de pensar que se iba a quedar sin la paga prometida porque con lágrimas en los ojos, le pidió perdón diciendo:
-Ama, lo siento. Fue la sorpresa, puede estar segura que cumpliré a pie juntillas tanto sus deseos como los del macho que pone a mi disposición-
Mi clienta sonrió al escuchar la sumisión de la muchacha y levantándose de su espalda, se tumbó en la cama mientras le decía:
-Vamos a comprobarlo, quiero que me comas el coño-
Sandy no se hizo de rogar, poniéndose entre sus piernas, sacó su lengua y con auténtico frenesí, se apoderó del clítoris de la mujer. Asumiendo que Ann era quien pagaba y que yo estaba ahí para servirla, me tumbé a su lado y sin esperar a que me lo pidiera, empecé a acariciar su cuerpo mientras mi boca jugueteaba con uno de sus pezones. Tal y como había previsto, mi clienta se vio desbordada por tantas sensaciones y por eso no me chocó, escuchar sus primeros gemidos de placer resonando en la habitación.
Tengo que reconocer que yo también me fui excitando y con mi pene completamente erecto, entendí que debía de esperar sus órdenes para desahogarme. Mientras tanto, la morena seguí bebiendo del flujo  de Ann y conociendo a la perfección su trabajo, buscó el placer de la mujer introduciendo un dedo en su vulva.
-Me encanta- sollozó al sentir su interior vulnerado por Sandy y sus pezones mordisqueados por mí y colaborando con nosotros, se retorció sobre las sábanas.
“Esta guarra no tardará en correrse”, pensé mientras aumentaba la presión de mis dientes sobre su aureola.

Cuando estaba a punto de obtener el ansiado orgasmo, Ann hizo algo no previsto. Separándose de nosotros, se levantó y poniendo la cabeza de Sandy en mi entrepierna, le ordenó que me hiciera una mamada. Extrañado, no presté atención a como la morena se introducía mi miembro en su boca porque quería enterarme de los planes de mi clienta, aun así, sentí sus labios abriéndose y a su lengua recorriendo mi extensión antes de lentamente embutir mi pene hasta el fondo de su garganta.

Me quedé petrificado al observar que Ann abría un cajón y sacaba un arnés que llevaba adosado un falo de gigantescas dimensiones.

“¡La va a matar!” exclamé mentalmente al comprobar que ajustándose el tremendo instrumento alrededor de su cintura, se aproximaba con él dispuesta a sodomizar a la morena.
Afortunadamente para la muchacha, Ann cogió un bote de vaselina y antes de nada, se puso a lubricar el ano que pensaba desflorar. Esta, al sentir los dedos de la rubia relajando su entrada trasera, lejos de quejarse, se excitó e imprimiendo a su boca de un ritmo frenético, se dejó hacer sin protestar. Mi clienta,  mientras tanto, viendo que el esfínter de esa chavala estaba acostumbrado a ese tipo de uso, se puso a embadurnar el falo de plástico que iba a usar. Al hacerlo y necesitar de las dos manos, me apiadé de su víctima. Su grosor debía de doblar al mío y por eso asustado pero interesado, me deshice de su boca y me levanté a ver desde cerca como narices el estrecho culo de esa cría iba absorber semejante atrocidad.
Mi ausencia le permitió a Sandy observarlo por primera vez. Con los ojos abiertos de par en par, se quedó alucinada al saber que iba a ser usada con él, pero en vez de cabrearse e irse, usó sus manos para separarse las nalgas mientras pedía a la rubia que lo hiciera con cuidado.
“Es una locura”, pensé al ver que Ann posaba el enorme glande en la entrada trasera de la morena, “no podrá meterle ese tronco”.
No tardé en comprobar que me había equivocado. Mi clienta ni siquiera preguntó si estaba dispuesta y cogiendo a la muchacha por sus caderas, forzó con el aparato el esfínter y lentamente, lo fue introduciendo mientras su víctima no dejaba de gritar.  Realmente me sorprendió no solo que entrara la cabeza sino que al cabo de menos de un minuto, Sandy tuviera incrustado por completo ese portento en su trasero. Contra lo que había previsto, la mulata había sido de soportar el dolor y cuando ya se hubo acostumbrado, se giró para decirle que podía empezar.  
La sensación de  tener la completa sumisión de esa preciosidad, desbordó a Ann, la cual obviando toda prudencia empezó a cabalgar sobre el maltrecho trasero de la muchacha. Fue acojonante, comportándose como una perturbada imprimió a sus penetraciones de una velocidad endiablada mientras no paraba de insultarla. Reconozco que me indignó el trato y cuando estaba a punto de saltar, incomprensiblemente Sandy se puso a berrear de placer. Chillando con toda la fuerza de sus pulmones, la mulata le pidió que continuara mientras llevando su mano a la entrepierna se empezó a masturbar.
Su entrega hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás de mi clienta, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
-Fóllame- contestó la rubia.
No me cuestioné más cómo comportarme, cogiendo mi pene lo acerqué a su vulva y de un solo arreón, se lo introduje hasta el fondo. Su coño me recibió empapado, mi sexo no tuvo ninguna dificultad de encajarse en su vagina e imitando a Ann, me sincronicé con ella de forma que cuando sacaba el arnés del culo de Sandy, yo le metía a ella toda mi extensión en su interior.  Esa postura la terminó de volver loca y azotando el trasero de su sumisa me pidió que hiciera lo propio con el suyo.
Sé que puede resultar grotesco y raro, pero ese brutal apareamiento, nos terminó de excitar y casi al mismo tiempo, los tres nos corrimos sobre la cama. La primera fue Ann que, desplomándose agotada sobre la morena, le incrustó dolorosamente el siniestro arnés mientras su sexo era machaconamente golpeado por mi pene. Sandy, al sentir sus intestinos rebosando, gimió desconsoladamente mientras sus piernas se empapaban de placer. Y por último, yo sin poder retener mi eyaculación por más tiempo, me derramé en la vagina de mi clienta al ver a esas dos mujeres comiéndose la boca entre ellas.

Ni que decir tiene que durante  las siguientes horas y los siguientes días usamos y disfrutamos del cuerpo de la negrita de todas las formas habidas y por haber, ninguno de sus agujeros salió indemne. Su boca, su culo y su sexo fueron hoyados sin darle tiempo a descansar. Lo único que os puedo asegurar es que Sandy se ganó con creces el dinero que Ann le pagó. Por otra parte, desde entonces, cada vez que una clienta me pide que vaya con mi pareja, la llamo porque además de estar muy buena, esa mujer folla como los ángeles.


 

Relato erótico: “Prostituto 8 Yuko una japonesa insaciable me folla” (POR GOLFO)

$
0
0
portada criada2
Mi trabajo como prostituto de lujo me ha dado la oportunidad de conocer a muchos tipos de mujeres, desde la típica remilgada que se conformaba con un polvo a las más ardientes de las hembras. Dentro de este último tipo tengo que hacer especial mención a Yuko, una japonesa insaciable. La conocí a raíz de una convención de Lancôme que tuvo lugar en Nueva York. Todavía recuerdo como me contrató:
 
Debido a que en Estados Unidos esa semana se celebraba la fiesta de “acción de gracias”, mi clientela  había estado extrañamente desaparecida y por eso llevaba cinco días sin tirarme a nadie. Os tengo que reconocer que tal abstinencia me tenía muy preocupado. Me había acostumbrado a un tren de vida que me exigía ingresos constantes  y tanto tiempo sin recibir dinero era algo que no me podía permitir. Por eso, esa tarde llamé a Johana preguntándole si no tenía trabajo para mí.  Mi madame me contestó que nadie había requerido mis servicios pero que no me preocupara porque era lógico que, en esas fechas, todas mis clientas estuvieran con sus familias.
En plan de guasa, le reclamé en que me buscara algo porque si no tendría que acostarme con ella para liberar toda la producción de semen acumulada por mis huevos:
-Ni lo sueñes. Si tan urgido andas, hazte una paja- contestó divertida.
-No es lo mismo- insistí – Tú mejor que nadie debes de estar interesada en mantenerme en forma-
Obviando mi argumento, me aconsejó que me acercara al hotel Ritz porque sabía que había una convención de productos de belleza y eso significaba que habría multitud de ejecutivas solas en busca de diversión. Cabreado porque me apetecía más acostarme por fin con ella, le di las gracias por el  aviso y haciéndola caso, salí en busca y captura de una mujer que engrosara mi cuenta corriente.
Nada más llegar al hotel, me dirigí hacía el bar. Al entrar comprobé con alegría que el lugar estaba repleto de posibles candidatas bebiendo y por eso decidí tomármelo con tranquilidad: cuanto más tarde fuera, más borrachas y más necesitadas estarían, lo que supondría que pondrían menos obstáculos a mi tarifa. Desde una mesa de un rincón, observé a mis futuras presas. No me costó percibir qué mujeres estaban deseosas de compañía y cuales únicamente querían divertirse entre ellas.
Ya le había echado el ojo a unas cuantas, cuando de repente vi entrar por la puerta a una preciosa oriental. En un principio pensé que ese portento debía de ser una colega en busca de un cliente como yo, porque venía embutida en un traje azul extremadamente sugerente. Anonadado por su belleza, me la quedé mirando. Era claro que era con diferencia la mujer más atractiva del bar y por eso supuse que no tardaría en encontrar compañía.
-¡Qué buena que está!- me dije  mientras la veía meneando su estupendo trasero por el local.
Con una melena lacia que le llegaba por la cintura y unos pechos de ensueño, levantó la unánime admiración de los presentes en su camino hacia la barra. Al ver que se sentaba en un taburete y que dándose la vuelta oteaba el local, solo me quedó la duda de cuanto cobraría porque era evidente que era una puta y no de las baratas precisamente. Con ganas de saber a quién se llevaría al huerto, me quedé observando fijamente a esa mujer. Dotada por la naturaleza de un cuerpo de infarto, esa criatura sabía sacarse provecho. El entallado vestido maximizaba la perfección de sus formas.
-No me importaría darle un viaje aunque fuera gratis- sentencié maravillado al reparar en que la raja de su vestido me dejaba disfrutar de unas piernas esculturales.
Fue entonces cuando nuestras miradas se cruzaron. Por un momento, me quedé extasiado con la profundidad de sus ojos rasgados. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo para quedarme sentado. Todos mis poros me rogaban que me levantara y tratara de ligarme a ese bombón, pero mi necesidad de efectivo y el saber que esa maravilla compartía mi misma profesión, me hicieron quedarme rumiando las ganas. 
“Necesito pasta” pensé ventilando el asunto y tratando de hacer algo productivo, retiré mi vista de la mujer.
Al ojear nuevamente el bar, el resto de las mujeres me parecieron insulsas en comparación con ella y por eso al cabo de unos segundos, volví a  echarle un último vistazo. La japonesa estaba hablando con Harry, el maître del lugar. Sonreí al verla charlando con ese hombre porque sabía que ese tipo se llevaba comisión de las putas y de los gigolós que acudían a su establecimiento. Yo mismo tenía un acuerdo con él, si conseguía una clienta debía de pasarle el diez por ciento de lo que cobrara.
“Debe  de estarle preguntando a quien atacar” sentencié mientras pedía otra copa para hacer tiempo.
Harry debió de señalarle a alguien porque cogiendo su bolso, la muchacha se levantó del taburete y esgrimiendo la mejor de sus sonrisas, se acercó hacia donde yo estaba. Buscando por mi zona a su supuesto cliente, me extrañó comprobar que exceptuando a un par de ancianos, el resto eran mujeres y asumiendo que le daba a las dos aceras, me quedé mirándola tratando de adivinar a la afortunada. Lo que no me esperaba fue que ese pimpollo llegara hasta mí y pidiéndome permiso, se sentara en la mesa.
-¿Estas solo?- me preguntó.
Creyendo que era una broma del cabrón del encargado, decidí seguirle la corriente, pensando en la decepción que iba a sentir cuando se diera cuenta del engaño.
-Para una belleza como tú, siempre- le contesté.
Al escuchar mi piropo, se sonrojó y bajando su mirada, me dijo que se llamaba Yuko.
“Es buena” pensé al creer que esa pose avergonzada era parte de su actuación y que como  fulana experimentada sabía de la preferencia de los hombres por las mujeres tímidas que parecen no haber roto un plato. Animado por lo absurdo de la situación,  una puta tratando de cortejar a un prostituto, le contesté:
-Alonso, un esclavo de tu belleza-
Al ver la alegría de sus ojos, supuse que ese putón estaba calculando mentalmente cuánto dinero me iba a sacar. Por eso decidí que ella diera el primer paso y mientras se decidía le pregunté qué quería tomar:
-Champagne- respondió.
“Juega duro” me dije al saber que en ese bar una copa debía de salir por más de cincuenta dólares y sabiendo que se quedaría espantada al enterarse de la burla, decidí que valía la pena malgastar ese dinero y haciendo una seña, llamé al camarero. Cuando fue el propio Harry quien  vino a tomarnos la comanda, creí que cansado de mantenerse al margen había decidido ser partícipe de la tomadura de pelo.
-Harry, la señorita quiere una botella de Moët- le solté pidiendo el más caro de la carta mientras encantado por mi papel le guiñaba un ojo.
Si pensaba que el maitre iba a verse forzado a descubrir la broma, me equivoqué porque adoptando la misma profesionalidad que con un cliente “normal”, se retiró en busca del pedido.  Al comprender que si no era yo quien levantaba el pastel, tendría que pagar el descorche, la cogí de la mano mientras le susurraba al oído:
-No sé si eres consciente de que cobro por pasar la noche con una mujer-
-Lo sé- respondió colorada.
Tras unos instantes de confusión en los que supuse erróneamente que el objeto de la burla era yo, pregunté temiéndome lo peor:
-¿Lo sabes?-
-Sí. Como no me apetecía pasar la noche sola, le pedí al maître que me señalara un hombre que me hiciera compañía-
Aunque seguía teniendo dudas de si todo era una farsa, estas desaparecieron cuando llegó Harry y la muchacha sacando su tarjeta de crédito, pago la cuenta. Alucinado por el hecho que una mujer tan bella tuviera que hacer uso de un prostituto, decidí no tentar mi suerte y sirviéndole una copa, brindé con ella. Yuko, muy nerviosa, se la bebió de un golpe y extendiéndola hacia mí, me pidió que la rellenara.
-Tranquila, que tenemos toda la noche- le dije mientras cogía una de sus manos entre las mías.
Ese gesto provocó que los pezones de la muchacha se pusieran duros bajo la tela de su vestido y que todavía mas histérica, me respondiera que no me lo había dicho pero que tenía un problema. Extrañado por su actitud, tuve que preguntarle qué era lo que la ponía tan nerviosa. La japonesa incapaz de mantener mi mirada y casi llorando, me respondió:
-Asusto a los hombres-
Reconozco que me pasé pero al oír de sus labios la naturaleza de su problema, solté una carcajada mientras le decía:
-A mí no me asustas, ¡me excitas!- y recalcando la veracidad de mis palabras, llevé su mano a mi entrepierna.
Relamiéndose, Yuko no solo se dejó hacer sino que acariciando mi pene por encima del pantalón, empezó a masturbarme sin importarle que hubiera público en el local. Tapándome con el mantel, le permití seguir con su juego porque el morbo que desprendía esa mujer me tenía subyugado. Me es difícil expresar lo que sentí cuando ese bombón me bajó la bragueta y metiendo su mano bajo el pantalón, se apoderó de mi extensión. Fue como si masturbarme fuera la razón de ser de su vida y olvidando todo lo demás, se dio a la labor mientras gemía calladamente. Aunque al principio trató de disimular haciéndolo lentamente, poco a poco fue incrementando su ritmo hasta que era evidente que me estaba pajeando. Un tanto cortado, le pedí que parara.
-No puedo- se disculpó con lágrimas en los ojos –Una vez que empiezo no me consigo detener-
Previendo que no iban a echar del lugar, me costó separar su mano de mi pene y cerrándome el pantalón, le dije:
-Vamos al baño-
El disgusto con el que acogió mi rechazo inicial se transformó en gozo al percatarse que, si la llevaba al servicio, era para que terminara lo que había empezado. Ya estábamos camino del baño cuando Yuko se dio cuenta que tenía una mancha de flujo en su vestido y pegándose a mí, me pidió que la tapara:
-Estoy empapada-
Os podréis imaginar lo que pensé en ese momento:
“Si por tocarme se pone así, que será cuando me la folle”.
Por entonces todavía no era conocedor de lo hambrienta que estaba esa mujer, por lo que confiado la llevé hasta allí. Lo que no me esperaba era que esa japonesita, pegándome un empujón, me metiera a la fuerza al baño de mujeres y que nada más atrancar la puerta, se arrodillara a mis pies. Actuando como una posesa, me abrió la bragueta y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
El reducido espacio del baño produjo que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Yuko, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose frente al espejo, empezó a recoger con sus dedos  mi simiente y llevándoselo a la boca, lo devoró mientras se volvía a masturbar.
“¿Y esto” me pregunté mentalmente al comprobar que olvidándose de mí, esa mujer iba de un orgasmo a otro saboreando el fruto de mi sexo.
No queriendo intervenir, me quedé sentado hasta que momentáneamente saciada, la muchacha se giró y mirándome a los ojos, me pidió perdón por lo sucedido.
-No te comprendo- le respondí sinceramente al no tener ni idea de porque la tenía que perdonar.
Incomprensiblemente, la japonesa se echó a llorar e implorando casi de rodillas, me rogó que no me fuera.
-Ven- le dije y cogiéndola del brazo, la saqué del baño retornando hasta nuestra mesa.
Yuko, me siguió con la cabeza gacha y sin dejar de sollozar por una desgracia que me costaba captar. Al llegar a nuestro sitio, galantemente le acerqué la silla y sentándome frente a ella, le pedí que me explicara cuál era su problema. Le costó unos minutos tranquilizarse, tras lo cual con el rímel corrido y con la voz entrecogida, me contó que desde bien cría tenía una sexualidad desaforada y que todos los hombres con los que había estado habían salido huyendo al comprobarlo, dejándola a ella sola sobre las sabanas.
-¿Me estás diciendo que no has pasado una noche entera con nadie?-
Con gesto compungido, me contestó que así era y que por eso aprovechando que estaba en Nueva York, había decidido contratar a un prostituto que calmara sus ansias. Reconozco que me chocó que un bellezón semejante tuviese semejante dilema y soltando una carcajada, rellené su copa mientras le decía:
-Prepárate: ¡Qué esta noche te voy a dejar sin ganas de hombre por una buena temporada!-
Su cara de alegría fue increíble, la pobre muchacha había creído que al oírla saldría por patas como habían hecho sus otras parejas y por eso, con una sonrisa de oreja a oreja, me lo agradeció diciendo que se ponía en mis manos. No sé si fue gracias a una intuición o debido a la sumisión que leí en su rostro pero dándole un tierno beso en los labios, le puse como condición que tenía que seguir a rajatabla todas mis sugerencias.
Con júbilo, la oriental aceptó embelesada mientras se terminaba el champagne que le había servido y poniendo cara de guarra, me dijo que donde íbamos a pasar la noche:
-Me da igual, lo que tú prefieras. En tu habitación o en mi casa-
-Prefiero en tu casa- y completamente abochornada, me confesó: -Grito mucho y no me gustaría ser la comidilla de la convención-
Sin llegar a imaginarme el volumen de sus chillidos, me pareció estupendo ir a mi apartamento porque allí tenía todo lo necesario para que esa mujer saliera por la mañana satisfecha de haberme conocido pero adelantándome al peligro que suponía coger un taxi con ella, le ordené que no intentara nada hasta que estuviéramos ya en casa. Aunque le había prometido que esa noche iba a quedar saciada, Yuko no pudo reprimir un gruñido de reproche al saber que no podría meterme mano y que se tendría que esperar hasta que yo le dijera pero aun así, me juró que lo haría.
Contento por la perspectiva de poder disfrutar a mis anchas de esa lindura y que encima mi cuenta corriente se vería engrosada por una suculenta suma, salí con ella del bar y cogiendo un taxi, nos dirigimos a donde yo vivía. Durante todo el trayecto, Yuko se mostró nerviosa e incapaz de mirarme, se pasó todo el tiempo mirando por la ventana. Su actitud me permitió contemplar su cuerpo sin que ella reparara en que estaba siendo objeto de un exhaustivo escrutinio.  Realmente esa mujer era una preciosidad, dotada por la naturaleza de unos pechos primorosos, su vestido no podía enmascarar que estaban adornados con dos enormes pezones dignos de mordisquear. Si sus senos eran dignos de elogio, su cintura de avispa que daba paso a un trasero en forma de corazón, no le iba a la zaga. Cualquiera que la observara tendría que admitir que jamás desperdiciaría la oportunidad de perderse entre sus piernas.
Al llegar a mi casa, pagué el taxi y llevándola del brazo, me metí en el ascensor. Había previsto que una vez estuviéramos en ese compartimento cerrado, la muchacha iba a lanzarse sobre mí pero no fue así, pacientemente espero a que saliéramos y abriera la puerta de mi apartamento. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso volver a mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Yuko chilló al experimentar quizás por primera vez que alguien era más bestia que ella y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Follame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente. Yuko al sentir su sexo inundado, vociferó en japonés sin dejar de moverse.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados.
“No fue para tanto” pensé erróneamente creyendo que estaba saciada.
No tardó en sacarme de mi error, al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una loba” sentencié al comprobar que poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar. Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Yuko, usando mi pene como si fuera un machete, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus aureolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo. Ella al sentirlo me gritó:
-¡Soy tuya!-
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de incrementar su morbo, le solté:
-Esta noche, ¡me darás todos tus agujeros!-
La japonesa al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Cómo me gusta!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Qué maravilla!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto.
No me lo podía creer, ni una queja ni un sollozo. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que no tuviera cuidado:
-Si supieras el tamaño de mi dildo, sabrías a lo que ¡Mi culo está acostumbrado!-
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi clienta, que de por sí era una mujer fogosa, se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el cabecero de la cama, gritó vociferando lo mucho que le gustaba el sexo anal. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando la japonesa se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“Es acojonante” pensé al saber que con mucho menos la mayoría de las mujeres se hubiese rendido agotada y en cambio esa chavala seguía exigiendo más.
Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve el culo! ¡Qué pareces frígida!-
Por primera vez en su vida, Yuko oyó que un hombre le reclamaba su poca pasión y completamente confundida, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi estocada forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y centímetro a centímetro fui acercando su cuerpo al cabecero de la cama, hasta que aprisionada contra él, la mujer tuvo que soportar que se le clavaran los barrotes en su piel mientras se derretía por el trato. Casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Cállate!, no pienso parar hasta que me corra-
Que nuevamente le recriminara no ser suficientemente ardiente, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando tanto las sábanas como mis piernas.
-¡Vente en mí! ¡Por favor!- suspiró casi sollozando.
Aunque mi mente deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi semilla en su interior, me corrí mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer cobre la cama.
Satisfecho y exhausto, me puse a su lado y abrazándola, la besé. Fue un beso tierno de amante. Yuko se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me dijo:
-¡Eres un cabrón! ¡Me has dejado agotada!-
Como conocía su calentura y estaba convencido que cuando se recuperara, iba a buscar nuevamente que la tomara, me levante y mientras me dirigía hacia la cocina, le solté:
-Voy a por una botella de Champagne-
-¿Y eso?- preguntó al ver que mi gesto tenía un significado oculto.
-Tengo sed  y cuando nos la terminemos, la usaré para dominarte.
Yuko soltando una carcajada, salió de la cama y acompañándome por el pasillo, me susurró al oído:
-Mejor trae dos, ¡con una no tendré suficiente!-

!
 
Viewing all 436 articles
Browse latest View live